Historia medieval del sexo y del erotismo - Ana Martos Rubio - E-Book

Historia medieval del sexo y del erotismo E-Book

Ana Martos Rubio

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Beschreibung

Contra la creencia generalizada, la Edad Media fue un periodo en donde el goce sexual fue considerado una prioridad médica y se escribieron numerosos tratados sobre erotismo. Persiste la idea de que la Edad Media fue una época oscura y puritana, pero lejos de esa idea, el Medievo fue una época compleja en la que se mezclaba el temor al pecado carnal con un erotismo exacerbado fruto de las teorías médicas en boga. Historia medieval del sexo y del erotismo nos lleva a recorrer esta etapa compleja y de teorías contradictorias, en la que pronto surgirán discusiones sobre la procreación, la lujuria y la sexualidad que quedaron plasmados en textos como el Codex Vidobonensis, el Canon de Avicena, o el De Coitu. Estos textos mostrarán la clara influencia de la medicina griega sobre la medicina medieval y el asombro que sentían los médicos medievales por cuestiones tan cotidianas como la menstruación o el deseo sexual. El libro de Ana Martos, no obstante, no es sólo un tratado sobre medicina y sexualidad medieval, sino que acompañan la obra una serie de relatos sobre confabulaciones políticas e historias de amor entre reyes y reinas sin las que el tema principal sería inexplicable. También debe hacer una pequeña incursión en las teorías filosóficas, teológicas y científicas, y en las creaciones literarias, que determinaron la sexualidad y el amor, carnal o platónico, de la época. Para los médicos griegos, el esperma femenino participaba también en la procreación por lo que cualquier técnica destinada a propiciar su secreción y el orgasmo femenino era considerada dentro de la moralidad cristiana, desde ese momento proliferan los libros y manuales sobre erotismo, existía sin embargo, una corriente inspirada en Aristóteles que sostenía que la mujer era mero receptáculo y su placer, por tanto, innecesario. El triunfo de esta corriente llevará asociado la condena religiosa del orgasmo femenino y el sometimiento sexual que ha durado hasta hace bien poco.

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Seitenzahl: 485

Veröffentlichungsjahr: 2010

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Colección: Historia Incógnita www.historiaincognita.com
Título: Historia medieval del sexo y del erotismo Autor: © Ana Martos
Copyright de la presente edición: © 2008 Ediciones Nowtilus, S.L. Doña Juana I de Castilla 44, 3º C, 28027 Madrid www.nowtilus.com
Editor: Santos Rodríguez Coordinador editorial: José Luis Torres Vitolas
Diseño y realización de cubiertas: Universo Cultura y Ocio Diseño del interior de la colección: JLTV Maquetación: Claudia Rueda CeppiEdición digital: Grammata.es
Reservados todos los derechos. El contenido de esta obra está protegido por la Ley, que establece pena de prisión y/o multas, además de las correspondientes indemnizaciones por daños y perjuicios, para quienes reprodujeren, plagiaren, distribuyeren o comunicaren públicamente, en todo o en parte, una obra literaria, artística o científica, o su transformación, interpretación o ejecución artística fijada en cualquier tipo de soporte o comunicada a través de cualquier medio, sin la preceptiva autorización.
ISBN 13: 978-84-9763-568-4Fecha de edición: Noviembre 2008Libro electrónico: primera edición

Índice

PRÓLOGOCAPÍTULO 1. LA EDAD MEDIA NO FUE SOLO APOCALIPSIS Y OSCURANTISMOUN VISTAZO A LA EDAD MEDIAEL SUEÑO ROMANOBAJO LA BANDERA DEL ISLAMEL SEÑOR, EL CAMPESINO Y EL ARTESANODIOS LO QUIERELOS CUATRO JINETES DEL APOCALIPSISLA CIENCIA SOMETIDAMARTILLO DE LOS BRUJOSPERO LA EDAD MEDIA FUE ALGO MÁSEL PLEITO DEL QUE LO TIENE DENTROCAPÍTULO 2. ENTRE LA RELIGIÓN Y EL INMOVILISMOUNA AVANZADILLA EN EL CAMINO DE LA RAZÓNEL PESO DE LA AUTORIDAD DE ARISTÓTELESLA MENTE DESCONCERTADALAS ESCUELAS MONÁSTICASLAS MADRASASDISCUSIONES MEDIEVALESEL ÁBACO CONTRA EL ALGORITMOUN ALBERGUE PARA LAS ALMASTODOS CONTRA AVERROESCAPÍTULO 3. EL HOMBRE ENVUELTO EN EL COSMOSFOLKLORE MÉDICO Y RELIGIOSOREMEDIOS MIXTOSLA HERENCIA GRECORROMANAHIPÓCRATES DE COSLOS FLUIDOS DE LA VIDAEN LA SALUD Y EN LA ENFERMEDADARISTÓTELESGALENO DIXITCAPAS LARGAS CONTRA CAPAS CORTASLA CIVITAS HIPOCRÁTICAANATOMÍA DEL CERDOCONSTANTINO EL AFRICANOUN MÉDICO QUE NUNCA EJERCIÓESPÍRITUS Y VAPORESISMAEL E ISRAELORACIÓN DEL MÉDICO HEBREOCUANDO LA LUNA CRUZA EL SIGNO DE PISCISPERO ALÁ ES EL MÁS SABIOLA MEDICINA EN AL-ÁNDALUSNO SOLO COMADRONASCAPÍTULO 4. EL ENIGMA DE LA GENERACIÓNHIGIENE DEL COITOLA POLÉMICA DEL HUESO PENIANOEL MISTERIO DE LA FECUNDIDADLA CUESTIÓN DE LA GÉNESIS DEL ESPERMAEL ASIENTO DE LA LUJURIAUNA GOTA DEL CEREBROUN RESIDUO FINITO E IRREEMPLAZABLEDEBATE SOBRE LA CONCEPCIÓNTRASTORNOS DE LA EYACULACIÓN Y SU TERAPÉUTICATIPOLOGÍA PARA EL COITOCUANDO EL PRECIOSO LÍQUIDO SE CORROMPELA DISPUTA DEL DERECHO Y EL IZQUIERDOLA SÍNTESIS ANDALUSÍCAPÍTULO 5. LAS DOS SEMILLAS DE LA VIDALA INCÓGNITA DE LA FEMINIDADTEORÍA DE LOS DOS ESPERMASUN VARÓN FALTO DE HERVORSIETE CÁMARAS PARA SIETE FETOSUN SEMEN AGUADOEL ALMA DEL EMBRIÓNUNA EXPLICACIÓN PARA LOS ANTOJOSTEORÍA DE LA LECHE MATERNAMORBO HERMAFRODITALA MADRE O EL HIJOEL PARTO MÚLTIPLEUNA COSA DIVINATEOLOGÍA DEL ESPERMACAPÍTULO 6. INSACIABLE Y TRECE VECES IMPURAEL MITO DE LA VAGINA DENTADALA SANGRE INFECTALAS SENTINAS DEL CUERPOLA FÁBRICA DE ALIMENTOUN HUERTO CON FLORESLA MAESTRA DE SALERNOUNA FÁBRICA DE VENENOLOS SENTIDOS DEL ALMAEL MITO DE LA DONCELLA VENENOSAUN ANIMAL HAMBRIENTO Y ENFURECIDOEPPUR SI MUOVELA MANO QUE CURALA MÍTICA HISTERIAEL ESPERMA DE SATÁNMONJAS CONVULSAS, ENDEMONIADAS Y ESTIGMATIZADASCAPÍTULO 7. ARTE AMATORIA MEDIEVALCUANDO EL PENE SE REBELALA DULZURA DEL PECADOTEOEROTISMOUN MODELO IMPOSIBLEPERJUICIOS Y BENEFICIOS DE LA LUJURIALA ATRACCIÓN DEL INCESTOLA HIGIENE Y OTRAS COSTUMBRES EXECRABLESINVENCIÓN DEL AMORLA MUJER LIBERADAUN FRENO PARA LA CONCUPISCENCIALA LASCIVIA DEL LAÚDLAS EXTRAORDINARIAS CUALIDADES DE LA LECHE DE SIRENALA LEY DEL COÑOLA AMADA INALCANZABLEEL CANTO LLANOLA MUJER DIOSATRIBUNALES DE AMOR EN AQUITANIAUN CATECISMO DEL AMOREL AMOR HEROICO COMO RESULTADOCAPÍTULO 8. EL DERECHO AL ORGASMOLOS PREPUCIOS DE LA MATRIZLA PATÉTICA JUSTIFICACIÓN DEL ORGASMOEL DISCURSO MÉDICO SE EROTIZAEL PLACER SERÁ MARAVILLOSO, SI DIOS QUIEREUN CAIMÁN MACHO Y VIRGENLOS JUEGOS ERÓTICOS DE AVICENALA POSTURA DE NUBES Y LLUVIALA GLORIA DE ENSEÑAR EL EROTISMOUN RIESGO PARA LOS DÍAS DE VINO Y ROSASDOS CORDOBESES FRENTE A FRENTENOS ESFORZAMOS EN SER FIELES A LA VERDADAVERROES CONTRA TODOSVIOLACIÓN, PROSTITUCIÓN Y ADULTERIOSE AGRÍA LA POLÉMICALA PRÓSTATA FEMENINAJAQUE AL PLACER FEMENINOLOS RETRUÉCANOS DE ALBERTO MAGNOCAPÍTULO 9. CUANDO LA CIENCIA DESBANCÓ A LA RELIGIÓNLA TRIPLE MISIÓN DEL ESPERMA FEMENINOEL DINERO, DE GOLPE; LA MUJER, A PLAZOSENTONCES, LA FILOSOFÍA SE ATREVIÓ CON TODOUNA NUEVA TEORÍA MÉDICALOS MISTERIOSOS ANIMÁLCULOSLA MINIATURA HUMANAOVISTAS FRENTE A ESPERMISTASTODO PROCEDE DEL HUEVOEL RESULTADO DEL COITO CONYUGALOTRO NOMBRE PARA LA VIEJA QUERELLAEL ARTE DE PECAR CON REFINAMIENTOBIBLIOGRAFÍANOTAS

Prólogo

La querella del esperma femenino fue una de tantas discusiones bizantinas que los sabios mantuvieron durante siglos, acerca de asuntos que eran entonces tan discutibles como la cuadratura del círculo, el heliocentrismo o la procedencia mística del Espíritu Santo.
Algunas, como la cuadratura del círculo (el círculo simboliza el cielo y el cuadrado la tierra) que se inició en el año 470 antes de nuestra Era y finalizó en 1882, duraron hasta que una de las partes enfrentadas pudo demostrar que su tesis era la acertada o que las demás eran las equivocadas. Lo mismo sucedió con la querella del esperma femenino y, lo mismo, como todos sabemos, acaeció respecto al heliocentrismo frente al geocentrismo, respecto a la circulación sanguínea y respecto a tantos otros debates.
Otras discusiones, como las disputas sobre la procedencia del Espíritu Santo o el número de naturalezas o voluntades de Cristo, que han enfrentado a los teólogos cristianos de las distintas Iglesias durante siglos, resultan tan indemostrables que, en muchos casos, las distintas posturas permanecen encontradas y así permanecerán hasta el fin de los tiempos.
Lo interesante del debate que vamos a tratar en este libro no es solamente el motivo y los argumentos que se emplearon para discutir la existencia o inexistencia de un semen femenino, así como su función o su importancia dentro del proceso de la generación, sino que todo lo que rodea a esta discusión, los argumentos aportados, las ideas recogidas, los procedimientos seguidos, las explicaciones, los porqués y los distintos puntos de vista, sustentaron y continúan sustentando en muchos lugares y en muchas culturas una serie de planteamientos sin duda carentes de soporte científico, pero que tienen su base en aquella lejana cuestión.
Entre todos estos planteamientos encontramos tabúes que afectan a hechos tan naturales como la menstruación femenina o la masturbación masculina. Todos hemos oído mencionar, si no directamente al menos por referencias, la creencia de que la mujer que menstrúa tiene la capacidad de hacer morir una planta o que la masturbación masculina produce ceguera o reblandecimiento de la médula.
Tales creencias no se basan en argumentos científicos, ciertamente, pero sí tienen un origen y una base que en un momento de la historia de la Medicina se tomó por científica y real. Veremos, pues, quién inició tales creencias, en qué se apoyaron y cómo se transmitieron hasta llegar a nuestros días. Conoceremos también las connotaciones sociales que tuvo la prevalencia de las diferentes posturas, sobre todo en lo que concierne al derecho de la mujer al orgasmo, y cómo se resolvieron, aunque, como queda dicho, algunas de ellas incluso se han prolongado hasta nuestra tecnificada Era del Conocimiento.
Y sabremos algo que resulta de suma importancia para nuestro instante sociológico. Conoceremos las razones, los procesos y los métodos que convirtieron a la mujer en un ser inferior, y oprimido.

Capítulo 1 La Edad Media no fue solo apocalipsis y oscurantismo

Cuenta Gaston Paris que, hace muchos años, viajó un caballero desde Alemania al monte de la Sibila, por ver de cerca las maravillas que de allí se contaban. Al trasponer la puerta de cristal que daba acceso a aquel mundo admirable, recorrió bellísimos jardines y salones incomparables en los que elegantes y nobles damas y caballeros conversaban y disfrutaban de la hospitalidad de la reina.
Era aquel un paraíso en la tierra cuyos habitantes desconocían el dolor, no envejecían y se deleitaban continuamente con los amables placeres que las delicias mundanas procuran. A cambio, los viernes por la noche tenía lugar una aberrante ceremonia en la que todas las damas, incluida la reina, se encerraban fuera de la vista de los caballeros y se transformaban en terribles serpientes, para reconvertirse a la mañana siguiente en mujeres aún más bellas de lo que lo fueran la noche anterior.
Habiendo conocido nuestro caballero tal asunto, no le cupo duda alguna de que se encontraba en los dominios satánicos y que todos los goces que aquel lugar le venía deparando no eran más que la hermosa envoltura de los más espantosos pecados.
Decidió, pues, partir de allí y peregrinar a Roma, donde el Papa podría absolverle de tan tremenda culpa tras someterse a un ritual de arrepentimiento y penitencia.
La historia termina con una enseñanza moral, porque el papa se mostró remiso a perdonar al caballero y este, desesperado, regresó a aquel lugar abominable para la fe cristiana pero que tan bien le había recibido. Y cuentan que el papa decidió finalmente darle la absolución, pero que cuando quiso llamarle de nuevo a su presencia, ya el caballero había partido para siempre y que Dios hubo de pedirle cuentas de la pérdida de aquel alma, pues ningún papa puede negar el perdón a quien el Señor siempre perdona.
El relato anterior contiene los ingredientes que configuran lo que nos han contado, hemos leído y hemos soñado acerca de la Edad Media. Fantasía, sensualidad y religión. Es, sin duda, una etapa de la historia de la Humanidad que a nadie deja indiferente, por cuanto tiene de controvertida, de atrayente, de curiosa y de mágica.
Pensar en la Edad Media sugiere dos imágenes totalmente opuestas, pero de alguna manera ligadas en nuestro ideario: una dama blanca y luminosa, vistiendo alta toca y túnica de mangas flotantes, lánguida y gentil, sonriente y etérea, casi mística. Una dama objeto del amor cortés medieval.
Al otro lado, surge una imagen aterradora, dolorosa, oscura y maléfica. Es un cuadro visto mil veces que representa una escena de la Inquisición, una reunión de nigromantes bajo presidencia demoníaca o una procesión de flagelantes que despedazan sus carnes tumefactas en un acto de contrición por sus, quién sabe a juicio de quién, innumerables pecados. Una escena desgarrada de oscurantismo apocalíptico.
Estas y muchas otras situaciones fueron propias de la Edad Media. Algunas nos resultan más o menos familiares, pero otras son inesperadas. Unas y otras forman un mosaico variopinto que apenas alcanza a reflejar una parte de lo que debió ser aquella etapa de la historia de la Humanidad.

UN VISTAZO A LA EDAD MEDIA

De la Edad Media, sabemos con certeza que se inició tras el desmembramiento del Imperio Romano de Occidente, invadido y devastado por innumerables hordas de pueblos bárbaros que se lo repartieron para configurar nuevas fronteras y nuevos estados. Sabemos también que esta etapa terminó con el despertar de la Humanidad a la individualidad, a la crítica y a la alegría de vivir que trajeron el Humanismo y el Renacimiento.
La Iglesia cristiana resultó heredera del Imperio, porque consiguió aglutinar bajo su fe a todos los pueblos de Europa, al igual que al Oriente bizantino, aunque se desgajó en múltiples ramas encabezadas por diferentes doctrinas, cada una de las cuales consideró heréticas a las demás.
Como resultado, el mundo conocido se dividió en dos grandes bloques, Oriente y Occidente, separados por un profundo abismo cultural, económico, social y religioso. Más tarde, tras la invasión musulmana, ese mundo conocido se dividió de nuevo en otros dos bloques gigantescos, el cristianismo y el Islam, fragmentados a su vez en numerosas sectas y facciones.
Respecto al mundo "no conocido," no vamos a ocuparnos de él en esta obra, excepto en lo que atañe a sus aportaciones a la cultura y al conocimiento científico. Solamente a ese respecto hablaremos en su momento de China o de la India. El mundo circundante de nuestra historia abarca únicamente Europa y la zona de Asia más próxima a ella, donde se instalaron numerosos pueblos divididos cultural y socialmente en las tres grandes religiones monoteístas: el cristianismo, el judaísmo y el Islam.

EL SUEÑO ROMANO

Todos aquellos pueblos bárbaros que un día llegaron a Europa, empujados desde sus anteriores asentamientos por otros pueblos en expansión, impelidos por la necesidad de nuevos pastos para sus ganados o en busca de tierras más cálidas que sus heladas rocas del Norte, tuvieron en común la idea casi religiosa del Imperio Romano siempre presente en sus creencias y en sus objetivos.
El Imperio Romano fue para aquellos pueblos un referente a introyectar, a imitar o a absorber. Y la mejor forma de introyectarlo fue devorarlo, como dice Sigmund Freud que los miembros de las tribus ancestrales devoraron una vez el cadáver del patriarca para introyectar sus virtudes, su magia y su poder.
Igual que los pueblos primitivos devoraron el Tótem estableciendo la ceremonia de la comunión, los pueblos bárbaros devoraron el Imperio Romano que fue su tótem, su objeto bueno y su objeto malo.
Lo devoraron y se lo repartieron, pero no pudieron aprehender sus valores, es decir, no consiguieron resucitarlo, por más que gobernantes de la envergadura de Carlomagno o los Otones lo intentaran en numerosas ocasiones. Roma se había refugiado en Oriente y allí permaneció hasta que, de nuevo, las hordas de los bárbaros volvieron a invadirla, a devorarla y a repartírsela con la excusa de las Cruzadas.
La historia del abismo cultural, económico, religioso y social que separó a Oriente de Occidente se refleja en la crónica que un poeta del siglo VI nos dejó acerca de la audiencia que el emperador Justiniano concedió a los embajadores ávaros, llegados a Constantinopla en el año 558 para solicitar ayuda contra los turcos (resumido, Gran Historia Universal, tomo V):
"Cuando el príncipe benévolo hubo subido a su elevado trono y se hubo envuelto en sus vestiduras de púrpura, el chambelán de la corte divina anunció que los legados de los ávaros solicitaban el favor de ver los pies sagrados del clemente soberano. Los bárbaros, poseídos de admiración, contemplaban el vestíbulo y las inmensas salas y los guardias de talla gigantesca, veían los escudos de oro y levantaban los ojos hacia las jabalinas doradas cuyas puntas resplandecían y les parecía que los palacios romanos eran otro cielo. Cuando se abrieron las puertas que daban a los departamentos interiores y los techos de oro brillaron con todo su esplendor, el ávaro Targites levantó su mirada hacia el César. Su cabeza estaba ceñida por una sagrada diadema resplandeciente."
Y cuenta el cronista que los legados ávaros se prosternaron aterrados ante el emperador, postrándose cara al suelo para adorarle. También dice que el pueblo de Constantinopla se echó a la calle para ver pasar a los ávaros y se sorprendió al ver el largo cabello trenzado y atado con cintas que lucían, aunque, respecto a su vestimenta, los equipararon con los restantes hunos, pues hunos eran para los romanos todas las hordas de ojos achinados que llegaron a Europa procedentes de las estepas asiáticas. Los otros bárbaros, los que tenían barbas rubias o rojizas y piel clara recibieron el nombre genérico de germanos, un nombre que Julio César dio a todas las tribus situadas al otro lado del Danubio, para distinguirlas de las que se habían establecido anteriormente en las Galias.
Como heredero de Roma, el Imperio Bizantino atrajo la admiración, el deseo y la envidia de otros pueblos bárbaros. Los búlgaros, por ejemplo, soñaron con construir un imperio búlgaro-bizantino y los rusos, tras numerosos ataques e intentos fallidos de invasión, se aliaron con Bizancio para siempre y se hicieron bautizar masivamente a cambio de un título de duque y la mano de una princesa para su caudillo.
Claro está que el bautismo no implicaba la adopción de la fe cristiana, pues tanto en la órbita de la Iglesia de Oriente como en la de Occidente, los pueblos bárbaros bautizados continuaron creyendo en sus dioses ancestrales y practicando sus ceremonias paganas perfectamente compaginadas con los ritos cristianos. Los francos, por ejemplo, tanto en la época merovingia como en la carolingia, comulgaban en la misa cristiana por la mañana y por la tarde ofrecían a sus dioses la cena del caldo de caballo, que era su ceremonia de comunión ancestral. En realidad, fue prácticamente en el siglo XIV cuando el cristianismo consiguió pronfundizar en las gentes y convertirse en religión popular.
Los bárbaros más evolucionados que ocuparon el Imperio Romano fueron los godos, pues ya tenían un sistema monárquico estable, al menos todo lo estable que podía ser en aquellos tiempos de luchas y traiciones. Ellos también admiraron a Roma y la imitaron en todo lo que les fue posible. Teodorico, que fue el primer rey godo de Italia, vistió con orgullo la toga romana por sugerencia del emperador bizantino Zenón y tuvo por consejeros a dos romanos tan ilustres como Boecio y Casiodoro.
En tierras españolas se produjo un caso ejemplar de este interés por emular al Imperio. La viuda de don Rodrigo, Egilona, se casó con el hijo del moro Muza, Abd-el-Aziz, virrey de al-Ándalus, y le intentó convencer para que adoptase la ceremonia bizantina de adoración al emperador que hemos leído anteriormente. Sin embargo, no era posible adorar a un rey en tierras musulmanas, ya que el Corán dice bien claro que solamente hay que adorar a Dios.
Pero ya se sabe que cuando una mujer tiene claro su objetivo, no renuncia a él fácilmente y Egilona estaba firmemente decidida a implantar en su corte musulmana de Sevilla el ceremonial de prosternación ante el rey que Leovigildo había instaurado en la corte goda de Toledo, como parte del proceso de romanización.
En Bizancio, el emperador era representante de Dios en la Tierra y todo cuanto le rodeaba se consideraba sagrado, tan sagrado como los objetos de un templo, y su sacrosanta persona se mostraba velada y mayestática ante sus súbditos, como hemos visto en la crónica anterior de Justiniano. Los godos no habían llegado a tanto, pero sí mostraban sumisión y adoración ante sus reyes.
Y comoquiera que el recto virrey se negara espantado a emular a los emperadores bizantinos, a los que sin duda tenía por paganos e idólatras, la señora Egilona ideó una ingeniosa estratagema para conseguir su propósito. Si los visitantes no se postraban cara al suelo a adorar a su esposo, al menos se inclinarían profundamente al acceder a su presencia.
El invento de la reina goda consistió, grosso modo, en una puerta de acceso al aposento del príncipe, más baja que la estatura normal de una persona, lo que obligaba al visitante a entrar encorvado y con la cabeza inclinada. Lógicamente, una vez dentro del recinto, el visitante enderezaría totalmente su postura, pero ella se hacía la ilusión de que habían rendido a su esposo el homenaje romano de adoratio.
La viuda de don Rodrigo, Egilona, se casó con el virrey de España, Abd-el-Aziz. Su interés por emular el protocolo bizantino le costó a su marido la vida y, a ella, el trono.
También consiguió Egilona convencer a Abd-el-Aziz para que luciera una corona real, cosa a la que él, en principio, se negó por no contravenir la ley coránica, pero al menos aceptó, ante los ruegos persistentes de ella, en tocarse con una diadema en la intimidad. Y aquello les costó a él la vida y a ella el trono, porque una aristócrata visigoda casada asimismo con un jefe musulmán quiso que su esposo emulase a Abd-el-Aziz y declaró haberle visto lucir la diadema a pesar de la prohibición del Corán. El asunto de la corona junto con el de la inclinación obligada por la puerta baja llevó a los restantes jefes a creer que el príncipe se había convertido al cristianismo, se lo hicieron saber al califa y este envió un sicario encargado de acabar con su vida en el momento más propicio, que se presentó aquel mismo año 716, mientras Abd-el-Aziz oraba en la mezquita.
No sabemos en realidad si hubo un objetivo secreto tras la insistencia de Egilona que costó la vida a su esposo, aunque las leyendas cristianas aseguran que realmente se convirtió al cristianismo. Solo sabemos que él murió y que ella desapareció de la escena. También sabemos que un romance describe el puñal ensangrentado en la mano de Habib, íntimo amigo de Abd-el-Aziz, obligado por el califa a ejecutar al que, por un capricho de su esposa cristiana, creyeron traidor a la fe y a la ley.

BAJO LA BANDERA DEL ISLAM

En el siglo VII, igual que el cristianismo había hecho de aglutinante para reunir bajo su fe a todos aquellos pueblos llegados a Europa, un mercader de Arabia llamado Mahoma había conseguido reunir las hordas y tribus de aquel país pobre y sin unidad política bajo la bandera de una nueva fe, el Islam, que predicó en nombre de Dios y por revelación del arcángel Gabriel.
Unidos por la doctrina de Mahoma, que se declaró descendiente directo de Ismael, los musulmanes se expandieron por el Mediterráneo en busca de lugares similares geográfica y climatológicamente a los de su punto de origen, estableciéndose principalmente en ciudades donde desarrollaron su arte, su cultura, su literatura y su ciencia.
En su camino hacia Europa, los musulmanes recogieron la herencia de los clásicos, toda la ciencia, la filosofía, la medicina, la literatura que el mundo clásico legó a la Humanidad y que se había refugiado en Oriente a salvo de la barbarie occidental, la tradujeron al árabe y la llevaron consigo para devolverla a Europa, donde los traductores políglotas la tradujeron de nuevo al latín, previa revisión eclesiástica encaminada a realizar las necesarias reformas para cribar posibles herejías contenidas en tanto escrito antiguo y pagano. Conviene saber que también los musulmanes habían revisado previamente la obra de los clásicos con la misma finalidad, antes de traducirla definitivamente al árabe.

EL SEÑOR, EL CAMPESINO Y EL ARTESANO

También sabemos cómo era la sociedad en la Edad Media, porque quien más y quien menos ha leído u oído acerca del sistema feudal. En el siglo IX no había más que dos clases sociales, libres y esclavos, pero ya en el siglo XI la sociedad se había jerarquizado y existía una clase noble formada por caballeros que disfrutaban de determinados privilegios y otra clase plebeya de campesinos, divididos en libres y esclavos. Hemos visto en las películas a los caballeros viviendo en castillos y a los campesinos viviendo en chozas. Más adelante, en las ciudades, surgiría una nueva clase, la de los artesanos que se llegaron a organizar en gremios, dando origen a los primeros sindicatos.
Los castillos eran conjuntos de fortificaciones con territorios en los que habitaban varias familias. Los caballeros se educaban para la guerra, que había de hacerse a sangre y fuego pues no se comprendía otra manera de luchar, y también se preparaban para la caza, aprendiendo además ideas morales y religiosas. De niños, los caballeros se trasladaban al castillo del señor de nivel social superior al suyo, donde se educaban compartiendo juegos, educación e incluso cama con los hijos del señor, a lo que contribuían con pequeños servicios como limpiar las armas o llevar el escudo, de donde nació el concepto de escudero. En cuanto a la educación de las niñas, la comentaremos próximamente siguiendo los textos de Felipe de Novara.
En la Edad Media la sociedad estaba jerarquizada con clases sociales bien diferenciadas. El caballero vivía en el castillo, el artesano en la ciudad y el campesino en el campo.
Aparte de la guerra y la caza, el entretenimiento más deseado era el combate en torneos, que congregaba a ricos y pobres, a señores y a escuderos, a caballeros y a damas, a negociantes y buhoneros en lugares al aire libre, donde se llevaban a cabo los torneos que eran, más que un deporte, una forma de prepararse para la guerra.

DIOS LO QUIERE

La Edad Media fue una época teocrática cuyo pensamiento estuvo impregnado de Dios, del dios de las tres religiones monoteístas del mundo que hemos llamado conocido: el cristianismo, el judaísmo y el mahometismo.
Entonces, las dos luminarias del mundo cristiano eran la Iglesia y el Imperio, sin los cuales no era posible la subsistencia del mundo. Ambas instituciones fueron los pilares de la vida medieval, como la madre y el padre son los pilares de la vida infantil. Por tanto, hay que entender el desgarro de la sociedad ante las interminables y sangrientas luchas que mantuvieron el papado y el Imperio a partir del siglo XI, siempre en pugna por el poder místico y por el poder político, siempre enfrentados y siempre esperando cada uno el momento de mermar el poder del otro.
En la Edad Media todo era obra de Dios, desde la elección de un papa o de un gobernante hasta el resultado de cualquier discusión o pelea. Por eso, los asuntos se dirimían en el llamado juicio de Dios, pues era Dios quien señalaba al vencedor. Recordemos que el grito de guerra de los cruzados, cuando se reunieron en Clermont-Ferrand y acordaron partir a rescatar los Santos Lugares fue "¡Dios lo quiere!"
Rebasada la etapa de barbarie en que el derecho se basaba en la ley del Talión, es decir, en la venganza privada o desquite, le Edad Media alcanzó la etapa teocrática, en la que la justicia procedía de las ordalías o pruebas divinas. Para comprobar la inocencia de un acusado, por ejemplo, se le sometía a una situación cuyo resultado dependía de Dios. Así, para comprobar si un acusado mentía, se le hacía tocar con la lengua una espada al rojo vivo. Si se quemaba, era mentiroso. Si no se quemaba, Dios ponía de manifiesto su inocencia. Y no era raro que dos oponentes entrasen en una hoguera y que aquel que resultase ileso fuera considerado poseedor de la razón.
En la Edad Media, todo sucedía porque Dios quería. Un señalado moralista del siglo XIII, Felipe de Novara, afirmó que las mujeres tenían gran ventaja sobre los hombres, puesto que Dios quería que el hombre fuera al mismo tiempo liberal, cortés, atrevido y sensato, mientras que la mujer solamente tenía que ser honesta, entendiéndose por honestidad la salvaguarda de su cuerpo, que había de mantener a buen recaudo por encima de todo. Evidentemente, era Dios quien quería que la mujer se comportara de tal suerte. Asimismo era Dios quien determinaba que las mujeres fueran sumisas y obedientes, que aprendiesen a hilar y coser y todo lo necesario para la economía doméstica, pero no debía enseñarse a leer ni a escribir a las niñas a menos que se las destinase al convento. Es evidente que la Iglesia había sabido convencer al mundo occidental de que era sobradamente capaz de interpretar en cada momento la voluntad de Dios.
Leer y escribir era entonces cosa de religión, porque solamente los clérigos debían saber escribir para escribir latines, mientras que los laicos, si tenían un elevado nivel social, debían aprender a leer para poder leer por ellos mismos las Sagradas Escrituras. Pero únicamente los varones, ya que las mujeres, si aprendían a leer, era muy probable que dieran en leer cosas dañinas para la salud de su alma, como cartas de enamorados o textos pícaros de los que entonces proliferaban.
Eso no significa que no hubiera mujeres letradas, como María de Francia, Roswita de Gradesheim o Hildegarde von Bingen. Pero eran excepciones que se saltaban alegremente las prohibiciones divinas, siempre apoyadas por algún varón generoso y condescendiente. Esto sucedía en Occidente, porque en Oriente, las mujeres bizantinas (las nobles, claro está, no el pueblo) recibían una refinada educación, hablaban idiomas, aprendían Filosofía y Retórica y adquirían una gran cultura.

LOS CUATRO JINETES DEL APOCALIPSIS

La llegada del año 1000 señaló una época apocalíptica de profecías del fin del mundo y catastrofismo generalizado que confirmaron la doctrina del Milenarismo, según la cual Cristo vendrá a reinar a la Tierra mil años antes de su último combate contra Satanás. Los precursores de su llegada serán la desaparición del Imperio, el Anticristo y el fin del mundo. Recordemos que también se dieron algunos movimientos milenaristas a la llegada del año 2000.
La alta Edad Media conoció de cerca el espanto de contemplar a los cuatro jinetes del Apocalipsis cabalgando libremente por Europa con hambrunas generalizadas, epidemias mortales y guerras continuas. Una situación que empezó a mejorar a partir del siglo XI.
En la baja Edad Media, cuando ya todo parecía superado, se produjo el derrumbamiento de la economía agraria, que, unido a un incremento de población y a una situación climática desfavorable, abatieron el hambre sobre el campesinado. Y la población, mal alimentada, no opuso gran resistencia al segundo jinete apocalíptico, la peste negra, que se extendió por Europa desde Crimea, adonde llegó a bordo de un barco genovés.
Por otro lado, Francia e Inglaterra mantuvieron una larga guerra, llamada la Guerra de los Cien Años, que no fue precisamente una guerra situada en la costa o en el mar, sino una sucesión desordenada e intermitente de guerrillas de desgaste, emboscadas y golpes de mano, pillaje, saqueo y cabalgadas destructoras, que dieron al traste con el espíritu caballeresco.
La muerte, el cuarto jinete, llegó cabalgando de la mano de la Inquisición, que patrocinaba matanzas de musulmanes, judíos, luciferinos, cátaros y albigenses. A diferencia de otras masacres, estas se denominaban "cruzadas" y se veían premiadas por la condonación de cientos y miles de años de penas en el Purgatorio, pues quienes en ellas intervenían, no como víctimas, sino como verdugos, eran merecedores de participar del inmenso tesoro legado por la sangre de Cristo y de los mártires y que hábilmente administraba la Iglesia: las indulgencias.
En la Edad Media, los cuatro jinetes del Apocalipsis cabalgaron sobre el mundo occidental. El cristianismo, que se había desprendido siglos atrás de su etapa apocalíptica, la retomó para aumentar el poder místico de la Iglesia sobre los laicos.

LA CIENCIA SOMETIDA

"Los griegos han sido vencidos". Así empieza el sura XXX del Corán, que llama griegos indistintamente a los macedonios de Alejandro Magno, al Imperio Romano de Occidente y de Oriente y a los griegos del Bajo Imperio. No obstante, en ciudades tan importantes como Bagdad, Damasco y Córdoba, pronto surgieron intelectuales que se dedicaron a copiar los textos griegos y empezaron a considerar la idea de traducirlos al árabe, aunque para ello tuvieran que agregar numerosos vocablos nuevos a su lengua que era entonces muy concisa y primitiva.
El pensamiento científico que surgió en Grecia y se propagó al periodo helenístico, de donde fue absorbido por Roma, empezó a decaer con el derrumbamiento del Imperio Romano de Occidente y arrastró su declive a lo largo de toda la Edad Media, para iniciar su recuperación a partir del Renacimiento y resurgir victorioso con la Revolución Científica y la Ilustración.
La filosofía medieval estuvo al servicio de la Teología, inundada de sofismas como el argumento ontológico de Anselmo de Canterbury, que pretende demostrar la existencia de Dios a partir de la comprensión de la idea de Dios, ya que esta implica su existencia. Es decir, la comprensión intelectual de la idea de Dios, que es su esencia, presupone su existencia. Y este argumento solamente es aplicable a Dios porque es el único cuyo ser es el existir, es decir, cuya esencia se identifica con su existencia.
La especulación y el sofisma se adueñaron del pensamiento medieval, eliminando los caminos científicos que se basan en la experiencia, en la observación y en la razón, caminos estos que quedaron totalmente desvalorizados frente a la fe. Esto se debió a que la fe se irguió como la única vía de salvación frente a las catástrofes naturales y a las circunstancias desastrosas que las ciencias anteriores a la Edad Media no habían sido capaces de controlar.
El hombre medieval percibió la realidad como un conflicto irresoluble entre el bien y el mal y lo percibió irresoluble porque él mismo lo llevaba dentro y sabía que no existía solución alguna. El hombre se ha debatido siempre entre el principio del placer y el principio de la realidad, entre sus impulsos instintivos y las cortapisas que la sociedad le impone, entre sus deseos y los sentimientos de culpa o el temor al castigo a que tales deseos le enfrentan. Esto, agudizado por una filosofía restrictiva y catastrofista, se convirtió en angustia existencial que solamente podía paliarse con la esperanza de una vida mejor tras la muerte, es decir, con la fe.
Y este pensamiento teológico, especulativo e irracional se extendió asimismo a la ciencia y a todos los terrenos del conocimiento, sustituyendo el razonamiento lógico de la investigación por la atribución de características mágicas, poderes sobrenaturales o situaciones inamovibles determinadas por seres escatológicos.
El pensamiento mágico teocrático convirtió los procesos lógicos científicos de los antiguos filósofos como Pitágoras o Aristóteles en procesos mágicos oscurecidos por la sinrazón. Dado que no había nada que investigar, era necesario aceptar los resultados de las especulaciones de quienes se erguían como maestros inapelables. El pensamiento científico quedó, pues, arrinconado en espera de un despertar que no había de llegar hasta unos siglos más tarde.
Por fortuna, hemos visto cómo el mundo musulmán realizaba recorridos similares a los del mundo cristiano y eso salvó a la ciencia de su liquidación definitiva. Mientras que el Occidente cristiano anulaba toda posibilidad de investigación o de experimentación científica para aceptar ciegamente las propuestas de la Teología, los musulmanes, que previamente habían rechazado la ciencia de los griegos, se volvieron un buen día hacia ella con curiosidad e interés.
Los dibujos y mapamundis medievales dibujan la Creación, pero no el mundo, y muestran el océano periférico que supuso Herodoto, con los tres continentes a un lado y un mar interno en forma de T, porque los antiguos supusieron que el mar es el límite natural de la tierra.

MARTILLO DE LOS BRUJOS

La brujería, tal como la conocemos, fue un invento medieval porque el cristianismo convirtió a los paganos y a los herejes en brujos, equiparando las prácticas paganas a las prácticas diabólicas, toda vez que los dioses, aquellos dioses antiguos que una vez significaron la paz y el bienestar de Roma, fueron transformados en demonios y no precisamente en daemones griegos, sino en verdaderos demonios cristianos.
El cristianismo surgió del paganismo y del judaísmo, tomando creencias de uno y otro y adecuándolas a la nueva fe [1] y por ello, mantuvo durante siglos una lucha encarnizada contra los que podían recordarle que sus creencias habían sido heredadas o simplemente arrebatadas a los paganos o a los judíos. Y es posible que de ahí surgiera la necesidad imperante de la Iglesia cristiana de eliminar todo rastro de paganismo que, una vez convertido en brujería, fue, con el judaísmo, el principal objetivo de las persecuciones y de la Inquisición.
El primer objeto del Santo Oficio fueron los cátaros y otras sectas religiosas derivadas de los gnósticos y maniqueos, que venían disputando la verdad teológica desde los siglos III y IV a la Iglesia de Roma. La Inquisición cumplió un doble cometido, al silenciar todas las ideas disidentes y eliminar a cuantos pusiesen en peligro la unidad religiosa y política del Estado, que en aquellos tiempos era una sola.
Era imprescindible que todos actuasen y pensasen como había que actuar y como había que pensar para evitar rupturas y revueltas.
Los brujos fueron el chivo expiatorio de todas las desigualdades sociales, de todas las desgracias acumuladas por las clases bajas en la Edad Media. Frente al "Dios lo quiere" surgió el "la culpa es de una bruja" y tanto la Iglesia como el Estado se apresuraron a volcar la culpa de todos los males sobre demonios con forma humana o personas captadas por los demonios. De esta forma, las injusticias sociales y las calamidades derivadas de la política cayeron sobre la cabeza de los acusados de brujería.
Malleus Maleficarum o Martillo de los brujos. Una obra escrita por dos inquisidores alemanes que tuvo una enorme difusión en el siglo XV, en el que se vendieron más de diecinueve ediciones en un tiempo en el que poca gente sabía leer.
El fanatismo religioso retardó y enmascaró considerablemente la entrada del Renacimiento en España. En el siglo XV, mientras países como Italia se iluminaban y abrían al resurgimiento del individualismo y la cultura, España se sumía en un mar de horrores, de sangre y de persecuciones religiosas.
También fue una forma de descargar a Dios de culpas, cuando los rezos eran insuficientes para curar una enfermedad o para levantar una cosecha arruinada. La culpa era de las brujas. Así surgieron acusaciones, sospechas, persecuciones y juicios temerarios que llevaron a la tortura y a la hoguera a miles de personas.
El siglo XV convirtió la brujería en una epidemia, en una tremenda plaga que azotó Europa hasta el siglo XVIII. Todo su siniestro saber está contenido en Martillo de los Brujos, un libro escrito por dos inquisidores alemanes, Institoris y Spenger, que gozaron de patente de corso eclesiástica para perseguir, torturar, castigar y matar a quienes rozaran, aunque fuera sutilmente, el mundo de la brujería. Señala esta obra las siete formas de brujería que, naturalmente y por venir de quienes vienen, se relacionan siempre con la sexualidad:
Entregarse a la fornicación y al adulterio; satisfacer el deseo sexual sin intención de procrear; volver impotentes a los hombres; castrar y esterilizar; practicar la sodomía y la homosexualidad; recurrir a la contracepción; abortar o hacer abortar; sacrificar niños.

PERO LA EDAD MEDIA FUE ALGO MÁS

Pero la Edad Media fue algo más que apocalipsis y oscurantismo. Los trovadores medievales inventaron situaciones sociales tan relevantes como el amor cortés y el erotismo creó el amor incendiario, la locura de amor y el amor heroico. La Edad Media no se quedó con el amor a secas ni con el amor maternal o con el amor conyugal, sino que comprendió y aceptó la grandeza del amor místico y del amor carnal, con frecuencia, todo en uno.
Conoció también un momento de eclosión de las ciencias, de las artes y de las letras, impulsada por la fusión de tres culturas, musulmana, judía y cristiana, sublimadas en la ciudad más grande del mundo occidental, la más importante, la más rica y la más culta: Córdoba.
La Torre de la Calahorra en Córdoba ofrece al visitante un testimonio vivo de la que fue la ciudad más grande, más rica y más culta del mundo medieval.

EL PLEITO DEL QUE LO TIENE DENTRO

La Edad Media no solamente se representa por leyendas como la del monte de la Sibila que inicia este capítulo, con sus ingredientes de fantasía, sensualidad y religión, sino por historias, discursos y poemas tan reales, tan laicos y tan llenos de picardía como de ingenio e incluso de obscenidad, como el que veremos a continuación y el que inicia el capítulo VII.
Como ejemplo, veamos el llamado Pleito del manto, conocido también como Pleito del que lo tiene dentro, un poema del siglo XV contenido en el Cancionero de obras de burlas provocantes a risa, que se incluyó en 1511 en la Sección de burlas del Cancionero general, compilado por Hernando del Castillo, aunque el poema fue expurgado más tarde por su procacidad y se suprimió en la segunda edición de 1514, parece que por orden del Inquisidor. Finalmente, el cancionero burlesco completo terminó por desgajarse de la compilación de Hernando del Castillo y el poema del Pleito pasó a formar parte de algunas antologías como el Cancionero de amor y de risa recogido por Joaquín López Barbadillo.
En un tiempo, se le atribuyó a Antón de Montoro, un judío converso conocido como el Ropero de Córdoba por su profesión de sastre, que fue autor de varias obras burlescas y picarescas del siglo XV.
Hay que hacer constar que este poema es español y que, aunque en el siglo XV Italia tenía ya abiertas de par en par sus puertas al Renacimiento merced al interés cultural de los papas y de los príncipes, España todavía se hallaba encenagada en las orgías sangrientas que promovían la superstición y el fanatismo religioso y que dirigía con mano inmisericorde el Tribunal del Santo Oficio, un derroche de sadismo que llevó al papa Sixto IV a dirigir una carta a los Reyes Católicos protestando contra la injusticia y la arbitrariedad de los inquisidores españoles [2] . Resulta, por tanto, más sorprendente encontrar textos de esta índole en tierras españolas, algo que, de haber sucedido en Italia, hubiera resultado completamente normal.
Este poema relata el litigio que mantuvieron un caballero y una dama por la posesión de un manto de terciopelo que cubrió sus desnudeces en un momento de ardor pasional. Ardor que, una vez satisfecho, se trocó en pugna por poseer el citado manto.
Quien los cubrió con él fue un tercero que pasaba por la huerta en la que ambos se entregaban a su pasión y que, al extender sobre ellos el manto, les hizo saber que la preciosa prenda debía pasar a pertenecer a "quien lo tuviera dentro" en aquellos momentos. La ambigüedad de tal declaración hizo que ambos considerasen merecer la propiedad de la prenda y que su querella diese lugar a un proceso con juez, fiscal, abogados, sentencia y apelaciones.
Curiosa sentencia, por cierto, que castiga al carajo, es decir, al caballero, a pagar las costas del pleito y manda entregar al coño, es decir, a la dama, el manto objeto de la querella. Curiosa porque el lenguaje judicial no menciona dama ni caballero alguno, sino que se refiere exclusivamente a sus órganos sexuales [3] , determinando que "en el coño se consuma pleito, costas y trabajo, hasta que salte la espuma por la punta del carajo".
EL PLEITO DEL MANTO
El poema llamado Pleito del manto es un anónimo del siglo XV incluido en el Cancionero de amor y de risa, que compiló Joaquín López Barbadillo y publicó la Editorial Fénix de Barcelona hacia 1900. Fue reproducido en 1977 en facsímil por la Editorial Akal. Dice así (resumido):
Como ventura concierta, los que son enamorados estaban en una huerta, una dama descubierta y un gentilhombre abrazados, Y puestos en su agonía, sin pensar de conoscellos, por allí do se hacía acaesció que venía un hombre que pudo vellos, y volviendo por consuelo las espaldas sin temores, alanzó como por velo un manto de terciopelo encima d'estos señores. Y dijo sin más pasión: - Pues que hobe tal encuentro, y lo sufre así razón, do este manto en conclusión para quien lo tiene dentro. La señora no defunta y él con todo su quebranto están en porfía junta: es questión que se pregunta a quién pertenece el manto.
RESPUESTA de un caballero procurador del coño:
Al bulto de la pregunta
acuerdo de responder: si la batalla está junta sin la joya merescer, y aunque desee el poder d'este que nunca perdió, no le quitaré el poder que la natura le dio. Pues este muy hondo mar tal grandeza en sí contiene, debe tener y anegar cuanto a su potencia viene, y así digo que conviene, por razón muy conoscida, toda cosa que se tiene d'otra mayor ser tenida. Y si vos pensáis, señor, que por ser miembro estendido paresce más tenedor en la verdad ser tenido, pues mandad dar al hodido este manto que le ofrecen, que otros han merescido tres clavos que le fallescen.
REPLICA el que preguntó:
Toda cosa que ha de entrar y tenerse en otra dentro, ha de ser que pueda estar, para meter y sacar, y que de gentil encuentro, y de aqueste tal poder no goza quien no se alza, pues consiste en el meter el poder para tener como la pierna en la calza. Y digo que no conviene ser razón muy conoscida, por do el hombre se condene, toda cosa que se tiene de otra mayor ser tenida, pues que puede lo menor, en materia de fornicio, estar dentro en lo mayor y el mayor sería error que tomase ajeno oficio. Y otra razón famosa con que la verdad se sella necesaria, no envidiosa: aquel es dentro en la cosa que entra con fuerza en ella, de donde, señor, se va; concluyendo en el debate, que aquel manto como está que se lieve y se le da al cuitado que combate.
Tras preguntas y respuestas, argumentos y contraargumentos, veamos el FALLO JUDICIAL:
E por las leyes que entiendo conformes a la potencia entiendo de dar sentencia por tribunal e sentencio, en la cual a no mandar e por derecho fundado al carajo condenar y al coño dar e donar lo pedido e alegado Y en el coño se consuma pleito, costas y trabajo hasta que salte la espuma por la punta del carajo.
Hubo APELACIÓN del carajo condenado al juez, con argumentos que culminaron como sigue:
Aunque pese a San Hilario o al procurado del coño, vos, como fiel notario me lo dad por testimonio e al juez que sin trabajo pronuncie tales razones que le den por galardones que se cague en el carajo pues le quita los cojones
Rechazó el juez esta apelación, a la que siguieron otras y diversos escritos a favor del carajo agraviado. El COMENTARIO con que finaliza el poema dice así:
Ansí que por la sentencia d'este manto que se dio vos, carajo, habed paciencia que el coño lo meresció cuanto a razón y conciencia, pues los cojones cuitados cuya parte disimulo no aleguen por esforzados porque la marea del culo los tiene desbaratados.

Capítulo 2 Entre la religión y el inmovilismo

En la refinada Atenas de Pericles, Aspasia de Mileto hubo de responder ante el tribunal del Pritaneo acusada de haber afirmado que los fenómenos celestes se producían sin intervención de los dioses. Junto a ella, el mismo Pericles se postró ante el tribunal, llorando y suplicando clemencia para su mujer. Muchos siglos después, científicos como Giordano Bruno o Miguel Servet pagaron con su vida la osadía de desvincular el pensamiento de la religión y de mezclar la ciencia con la Teología. Ya dijo Albert Einstein que la principal fuente de los conflictos entre la religión y la ciencia yace en el concepto de un dios personal. Y vemos que el dios personal no fue un invento de la Inquisición. Ya lo habían inventado los griegos.
El pensamiento científico surgió como un intento por describir los fenómenos naturales sin ayuda de la revelación. Platón había llegado a admitir dos tipos de religión, la propia del vulgo inculto, repleta de mitos y supersticiones, y la propia del hombre culto, refinada y conceptual. Epicuro se rebeló contra tal elitismo y proclamó su revolución intelectual encaminada a liberar de mitos y supersticiones no solamente a la clase cultivada, sino a todo el mundo, a todas las clases sociales.
Pero no fue un iluso. Epicuro fue también consciente de que la investigación científica, que es la observación no casual, sino habitual, de los fenómenos de la Naturaleza, solamente se podría dar cuando existieran las necesarias condiciones políticas y culturales. Condiciones que no se dieron en el mundo medieval. Por mucho que Averroes, el filósofo musulmán más famoso de la Edad Media, proclamase la armonía entre la ciencia y la religión, lo cierto es que siempre se produjo un conflicto entre ambas y solamente se llegó a conciliarlas a expensas de la primera. De hecho, no obstante todos los avances científicos de los médicos andalusíes medievales, que desarrollaron técnicas e inventaron instrumentos quirúrgicos avanzadísimos para su tiempo, mientras el mundo cristiano curaba con salmodias y escapularios, la disección de cadáveres estaba prohibida y solamente se podía estudiar en animales.
Sin embargo, en el siglo III antes de nuestra Era, en la Alejandría del helenismo, la escuela de Herófilo y Erasístrato diseccionaba cadáveres de criminales para estudiar la anatomía humana, aunque dice Galeno que esta práctica se abandonó posteriormente por razones humanitarias, dado el profundo respeto que los griegos sentían por los muertos. El mismo Galeno nunca llegó a diseccionar un cuerpo humano muerto recientemente, sino animales o cadáveres humanos ya momificados, lo que le llevó a los numerosos errores y confusiones que Andrés Vesalio puso de relieve en el Renacimiento, pero que ya detectaron algunos estudiosos medievales.
Siguiendo las críticas de Tertuliano y Agustín de Hipona a los métodos de los griegos, a los que acusaron de diseccionar hombres vivos, también la Iglesia medieval prohibió autopsias y disecciones, aunque se autorizaron de nuevo a partir del siglo XIII, cuando Mondino de Luzzi desarrolló una técnica disectiva en la Universidad de Bolonia, que se utilizaría en autopsias públicas durante el siglo XVI. Mientras tanto, la Escuela de Salerno, la más importante universidad medieval de Medicina, se tuvo que conformar con estudiar cadáveres de monos y cerdos, habida cuenta que el hombre se parece al mono y al oso por fuera y al cerdo por dentro.
Las distintas religiones y costumbres impidieron el estudio de cadáveres humanos durante siglos. Solamente en la época helenística se realizaron autopsias en la escuela de Alejandría. En la Edad Media, las disecciones estuvieron prohibidas hasta el siglo XIII, lo que obligó a analizar cuerpos de animales, con los consiguientes errores anatómicos.

UNA AVANZADILLA EN EL CAMINO DE LA RAZÓN

En el siglo XIII escuchamos la voz de un dominico escolástico sabio y progresista, Alberto Magno, que, al menos hasta cierto punto, se atrevió a delimitar el campo de la Teología frente a la Medicina y las Ciencias Naturales, asegurando que, ante una duda religiosa, hay que seguir a San Agustín antes que a los filósofos; pero, si la duda es científica, entonces más fiables que cualquier experto son Hipócrates y Galeno para la Medicina y Aristóteles para las Ciencias Naturales.
Pero la primera voz que se escuchó en la Edad Media y que tuvo repercusiones para iniciar la liberación del pensamiento y del conocimiento científico de las cadenas teológicas que lo aprisionaron durante tantos siglos fue la de un fraile franciscano inglés, escolástico y teólogo, cuya doctrina señaló el declive de la Escolástica y el camino hacia la experimentación y la razón. En el siglo XIV, Guillermo de Ockham propuso utilizar el raciocinio para desvelar los misterios del mundo sensible. Ante todo, proclamó la separación estricta de lo profano y de lo sagrado, es decir, el corazón debía permanecer bajo el control de la Santa Madre Iglesia que sabría velar por él, pero la inteligencia debía quedar libre de todo control.
Tras él, los filósofos animaron a los científicos a la observación directa de cada uno de los fenómenos, pero a una observación crítica y libre de todo sistema preconcebido. Es decir, el pensamiento científico no solamente debería liberarse de la Teología, sino también de la cerrazón que encorsetaba los conocimientos antiguos y los entronizaba como si fuesen dogmas de fe.

EL PESO DE LA AUTORIDAD DE ARISTÓTELES

En el siglo XIII se autorizaron finalmente las autopsias pero la investigación siguió estando vedada, ante la prohibición de observar o interpretar cualquier tema que se apartara de la doctrina escolástica. La ciencia apenas avanzó hasta la Revolución Científica del siglo XVII y a medicina medieval regresó a la Antigüedad manteniéndose como síntesis de los estudios anteriores. Galeno, Hipócrates y Aristóteles presidieron todas las cátedras médicas y su ciencia, antigua, desfasada y plagada de errores, se siguió estudiando hasta el siglo XIX.
Como ejemplo de la influencia inamovible de Aristóteles en la ciencia moderna, Galileo cuenta en sus Diálogos sobre los Sistemas Máximos del Mundo Tolemaico y Copernicano la anécdota de un médico que, tras practicar una disección, observó que los nervios salían del cerebro para llegar a la espina dorsal a través del cuello. Al explicarlo a otro, este señaló que lo creería si no fuese porque tal observación se oponía a la autoridad de Aristóteles (Carlos Fisas, Historias de la Historia).
Los musulmanes también adoptaron a Aristóteles, cuya obra fue traducida, adaptada e interpretada, aunque antes de decidirse por la ciencia, sufrieron asimismo los embates del fanatismo religioso, como narra la historia siguiente que, aunque lo más probable es que se trate de una leyenda, ilustra el conflicto que se produjo entre la religión y la ciencia en el mundo islámico.
Cuando las tropas del califa Omar tomaron Egipto, la Biblioteca de Alejandría conservaba aún numerosos libros que llamaron la atención del general que mandaba las tropas, Amru.
Habiendo este trabado amistad con el gramático griego Juan Philoponos, le pidió que le cediese los libros que quedaban en la famosa biblioteca. Previamente, Amru escribió al califa para rogarle le permitiera guardar los libros.
Pero el califa Omar no había recibido la llamada de la ciencia y su curiosidad estaba petrificada por la religión. Por tanto, su respuesta fue un ejemplo de fanatismo: si los libros estaban conformes con el Corán, que es la palabra de Dios, no eran necesarios y, si no lo estaban, eran perniciosos. La orden fue, pues, destruirlos. Y dicen que durante seis largos meses ardieron los libros en los baños de Alejandría, utilizados como combustible para la calefacción.
De todas formas, aunque no se tratase de una leyenda, los libros quemados no hubieran sido, ni mucho menos, los de la famosa Biblioteca de los Tolomeos que fuera gloria de Cleopatra y orgullo de Eratóstenes. Ya los romanos, durante las guerras intestinas del triunvirato, quemaron más de la mitad. Más tarde, en otro alarde de intolerancia, Teófilo, obispo de Alejandría, pidió al emperador Teodosio I un edicto que ordenara la quema de los libros, por considerar sus contenidos paganos y peligrosos para la fe. Parece ser que este mismo obispo fanático fue el destructor del Serapeum, el famoso templo que Tolomeo erigiera para Serapis, un dios tan similar al cristiano, que el emperador Adriano confundió a sus adoradores con los adoradores de Cristo.
Afortunadamente, los árabes cultos como Amru dejaron crecer el interés por estudiar y aprender, aunque los musulmanes de clase baja mantuvieron su fanatismo y fomentaron el odio contra la instrucción. El califa al-Mamún, por ejemplo, recibió el calificativo de "el Califa Malvado" porque hizo traducir los escritos de Aristóteles y otros griegos paganos (recordemos el sura del Corán que se inicia con la frase "Los griegos han sido vencidos."). Se le acusó de haber atacado la existencia del cielo y del infierno, al asegurar que la Tierra era redonda y al pretender medir su tamaño.
Hubo un momento, como vemos, en que el pensamiento científico tuvo que retirarse de la escena, acorralado por la religión, por la superstición y por el inmovilismo.

LA MENTE DESCONCERTADA

El saber medieval fue, por tanto, una prolongación del saber clásico con algunas aportaciones casi siempre condicionadas por la religión, aunque también hubo avances técnicos, como el reloj de ruedas, el aprovechamiento de la fuerza hidráulica o el empleo de la fuerza eólica, aportado por los musulmanes. En el siglo XIII había molinos de viento en Europa, con tecnología importada de Irán. Alberto Magno, que fue médico y santo también en el siglo XIII, nos dejó la receta de la pólvora.
La ciencia y la religión entraron en conflicto desde el momento en que los hombres comprobaron que la observación de la naturaleza arrojaba resultados diferentes a las enseñanzas religiosas. En un eclipse lunar, por ejemplo, se puede comprobar que la sombra de la Tierra es redonda y no plana como señalan los libros sagrados. (Fotografía tomada por Alberto Martos Rubio, publicada en la página Web del Observatorio Astronómico de La Hita http://www.lahita.arrakis.es/ecilpsetotalluna332007.htm.)

El conocimiento se fosilizó en los libros, porque, una vez aceptadas, se tomaron por definitivas las enseñanzas de los griegos o de los maestros consagrados. Claro está que no se aceptaron los descubrimientos de todos los griegos, sino únicamente los de aquellos que se ajustaron, tras los mencionados retoques, a las Sagradas Escrituras, el Corán o el Talmud, según la religión de los estudiosos.

Por ejemplo, Aristarco de Samos había formulado un sistema heliocéntrico en el siglo III antes de nuestra Era, pero la Iglesia insistió en el geocentrismo, porque consideró imprescindible que la Tierra y con ella, el hombre, fueran el centro del Universo, es decir, de la Creación. Hubo que esperar al siglo XV para que Copérnico retomara la idea del heliocentrismo y ya sabemos lo que costó imponerla.
Otra de las cuestiones que también costó dilucidar fue la de la forma de la Tierra. Los jonios creyeron que era como un disco flotando sobre el mar, pero ya los pitagóricos supieron que tiene forma esférica. Mucho más avanzados fueron los conocimientos en la época del helenismo. Eratóstenes, por ejemplo, no se conformó con conocer la redondez de la Tierra, algo que puede apreciarse sobradamente en un eclipse de luna, sino que llegó a medirla por grados, como a una esfera cualquiera. Y no se equivocó mucho más que los científicos de los siglos XVII y XVIII. Sin embargo, la Iglesia cristiana decidió dar por buena la teoría de Tolomeo e impuso la forma plana. En el siglo VII, Isidoro de Sevilla señaló que, si la Tierra fuera redonda, no podría haber habitantes en Libia [4] debido a la inclinación del terreno.
En este aspecto, hay que hacer notar que la Iglesia cristiana fue no solamente heredera del Imperio Romano como dijimos anteriormente, sino también de la sabiduría griega y de ella aprendió cierta inmovilidad del conocimiento. Muchos de los sabios griegos que fundaron escuelas, se rodearon de numerosos adeptos y predicaron enseñanzas de todo tipo que sus seguidores recogieron sin retocarlas un ápice. Lo veremos a lo largo del libro.
El mapa de Tolomeo muestra la superficie plana de la Tierra. La Iglesia admitió la teoría de Tolomeo frente a las de Pitágoras, Aristarco o Eratóstenes, que conocían sobradamente la forma esférica de la Tierra.
Sin embargo, en el siglo X, en pleno Medievo constreñido por la Teología y la fosilización del conocimiento, sabemos de la audacia del médico persa más famoso de Bagdad, Rhazes, que aseveró que todo lo que contienen los libros vale mucho menos que la experiencia de un médico que piensa y razona.
No es fácil comprender con nuestra mentalidad lógica y técnica las dificultades que se presentaron a los estudiosos medievales cuando se dieron cuenta de que las realidades observadas contravenían las enseñanzas religiosas o tradicionales.
Por ejemplo, la mayoría de las culturas antiguas adoptaron el concepto de que la Tierra es una superficie plana que sustenta una cúpula celeste en la que se mueven el Sol, la Luna y las estrellas y que contiene una región de luz y felicidad eternas que es el Cielo, mientras que la región de tinieblas y desdicha se encuentra bajo la Tierra, donde se suele ubicar el Infierno.
Hay que suponer el desconcierto que produciría descubrir, durante un eclipse de Luna, que la sombra que proyecta la Tierra es siempre circular y no plana. Esta observación, separada de la anterior idea religiosa, hace comprender que hay un error derivado de la contemplación a simple vista. Pero, si no se separa de dicha idea, pone en peligro las moradas de dioses, ángeles y demonios.
Por eso, los estudiosos medievales recurrieron a explicaciones que hoy nos parecen ilógicas y absurdas. En pleno Renacimiento, el anatomista Jacobo Silvio, cuando Andrés Vesalio le hizo ver los errores que Galeno cometiera en su descripción del cuerpo humano, respondió que no había tales errores, sino que era la naturaleza humana la que se había modificado desde los tiempos antiguos.
Otro ejemplo de inmovilismo es el de la representación de la anatomía femenina. La escuela de Galeno explicó el útero de la mujer a partir del útero de una coneja, representándolo con dos cuernos y siete cavidades internas. Y cuando, ya en el siglo XVII, un anatomista y zoólogo de la Universidad de Leiden, Jan Swammerdam, inyectó cera en un útero de mujer disecado y obtuvo la forma auténtica, muchos médicos continuaron interpretándolo según la doctrina de Galeno.
Hay que tener también en cuenta un factor importante que inhibió cualquier avance científico en la Edad Media. Occidente fue, como hemos dicho, poblado por tribus bárbaras que tuvieron como objetivo, salvo excepciones, integrarse en el Imperio Romano y formar parte del mundo civilizado.
Esa admiración supone un sentimiento de inferioridad, una conciencia de la propia incultura, que llevó a aquellas gentes a fijar la perfección en el mundo clásico, el que Grecia y Roma habían creado y habían disfrutado.
Por tanto, si la perfección se hallaba en los clásicos, los científicos y los artistas medievales no podían por menos que considerarse discípulos de aquellos sabios y de aquellos artistas de la Antigüedad y así aceptaron plenamente sus principios filosóficos, sus teorías científicas y trataron de emular su arte y su literatura.
La cerrazón en torno a una doctrina religiosa o a una teoría científica tuvo las mismas consecuencias que la obstrucción religiosa: la detención del progreso y la ausencia de crítica. En este plano, la Biblia, el Talmud o el Corán contenían la suma de todo el saber y no había verdad alguna que se les opusiese. En el plano científico, Aristóteles o Tolomeo habían dejado un legado de ciencia inamovible y no podía haber tampoco verdad alguna que les llevase la contraria. Téngase en cuenta que fueron traducidos y adaptados por científicos religiosos, lo que asoció sus doctrinas a la revelación. Si Dios había dictado una doctrina en la Biblia o en el Corán o bien la había mostrado a los traductores escolásticos, ningún sabio humano podía refutarla.
Otro problema surgió al discutir la edad de la Tierra. Según la Biblia, tenía por entonces seis mil años y había sido creada en siete días. Pero, por fortuna para los científicos, cuando se planteó esta cuestión ya se había aceptado formalmente el sistema heliocéntrico de Copérnico y la Tierra había sido destronada de su posición en el centro del Universo, aunque, eso sí, tras larguísimos debates, amenazas de muerte y persecuciones.
Como el asunto solar resultó a favor de la ciencia, la Iglesia se lo pensó dos veces antes de oponerse ciegamente al planteamiento de la edad de la Tierra. Al fin y al cabo, la controversia no atacaba tan a fondo la verdad revelada como lo hizo en su momento la cuestión del heliocentrismo. Finalmente, se llegó a la solución de contar los años transcurridos antes y después de la muerte de Cristo, contabilizándose los anteriores según la vida de los patriarcas bíblicos. Recordemos la enorme longevidad que se ha atribuido a estos venerables personajes debida a la teoría de que, antes del diluvio universal, hubo un equinoccio perpetuo que no estaba sometido a los embates y variaciones de la Naturaleza, pero, más tarde, el diluvió desplazó el eje terrestre y el resultado fue que la Tierra se convirtió en un pantano que dio lugar a la fermentación de la sangre y a la debilidad de las fibras (A. Arcimis, Historia de los conflictos entre la religión y la ciencia).
Como aquello no era suficiente para aclarar la longevidad de los patriarcas, se dispuso que los años contados en el Antiguo Testamento