Breve historia de los sumerios - Ana Martos Rubio - E-Book

Breve historia de los sumerios E-Book

Ana Martos Rubio

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Los sumerios fueron la primera civilización occidental, un pueblo que rebasó la frontera de la Prehistoria y entró de lleno en la Historia. Las investigaciones sobre la cultura sumeria son recientes, comenzaron hace apenas un siglo, desde entonces se han multiplicado las investigaciones y los yacimientos, se han descifrado las miles de tablillas en las que guardaron su historia en forma de mitos, pero aún es mucho lo que ignoramos de este pueblo pionero. Breve historia de los sumerios nos presenta de un modo conciso la historia de este pueblo que, desde el sedentarismo en las riberas del Eúfrates y el Tigris, construyó una sociedad con una organización política y religiosa no muy distinta a la nuestra. Los mitos sumerios son importantes, no sólo porque han llegado a nosotros transformados en el cristianismo, sino porque en ellos se relata su historia: en Breve historia de los sumerios Ana Martos nos presenta esa historia de un modo accesible y ameno. En Mesopotamia existen habitantes desde el 100.000 a. C. pero no será hasta la revolución del Neolítico cuando los pueblos nómadas se asienten en la zona aprovechando la fertilidad de la misma y surjan las primeras civilizaciones, concretamente en El Obeid y en Jarmo. En la segunda mitad del cuarto milenio a. C. la llegada de los sumerios ysu mezcla con las culturas de El Obeid y de Jarmo, dará lugar a lo que conocemos como pueblo de Sumer. En este pueblo se empleó por primera vez la ingeniería hidráulica, la astronomía, las matemáticas, la química, la medicina o la farmacopea, inventaron sus habitantes la enseñanza, la legislación, o la literatura. Su organización política era teocrática, basada en un rey sagrado que tenía la potestad de aglutinar a las distintas ciudades estados, uno de esos reyes fue el inmortal Gilgamesh.

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Breve historia de los sumerios

Breve historia de los sumerios

ANA MARTOS RUBIO

Colección: Breve Historiawww.brevehistoria.com

Título: Breve historia de los sumeriosAutora: © Ana Martos Rubio

Copyright de la presente edición: © 2012 Ediciones Nowtilus, S.L. Doña Juana I de Castilla 44, 3º C, 28027 Madridwww.nowtilus.com

Reservados todos los derechos. El contenido de esta obra está protegido por la Ley, que establece pena de prisión y/o multas, además de las correspondientes indemnizaciones por daños y perjuicios, para quienes reprodujeren, plagiaren, distribuyeren o comunicaren públicamente, en todo o en parte, una obra literaria, artística o científica, o su transformación, interpretación o ejecución artística fijada en cualquier tipo de soporte o comunicada a través de cualquier medio, sin la preceptiva autorización.

ISBN edición impresa: 978-84-9967-363-9ISBN impresión bajo demanda: 978-84-9967-364-6ISBN edición digital: 978-84-9967-365-3Fecha de edición: Octubre 2012

Maquetación:www.taskforsome.com

A los poetas antiguosque crearon mitos para contar la historia.

Introducción

1. Antes del diluvio

Entre la tierra y el abismo

El primer sumerio

Los Anunnaki

El jardín del Edén

La Media Luna Fértil

Caín y Abel

El árbol Huluppu

¿Qué tiene el labrador más que yo?

2. Los ubaidianos

Los primeros brotes urbanos

La cultura de El Obeid

La antigua cultura de Jarmo

Los tell

Gente de cabeza negra

Las primeras ciudades-estado

La carga de los dioses

3. Después del diluvio

Óyeme, choza de cañas

El Noé sumerio

Y entonces vino el diluvio

El rompecabezas de Gilgamesh

Cuando la realeza descendió del cielo

Contempla las murallas de Uruk, se pasea por ellas

Una diosa desdeñada da origen a la astronomía

Las hijas de los hombres

4. Cuando todo estaba lleno de dioses

Entre los dioses y el pueblo

Los vecinos pobres

Los templos hogares

Queja y oración

Matrimonio sagrado

Un séquito vivo para una reina muerta

La vida en mosaicos

5. Cuando los dioses cedieron el poder al trono

Recaudadores hasta en el borde del mar

La primera reforma social de la historia

Rey de los países

El granero sagrado

La Estela de los Buitres

De tabernera a diosa

El pueblo de los cabezas negras goberné

Todo el poder para el norte semita

Rey de las cuatro regiones del mundo

Naram Sin el hijo de Sargón ha dejado escrito esto para el futuro

Los dioses de Sumer han abandonado las ciudades

6. Las artes de la civilización

Con la inteligencia de Venus

Recomendaciones del dios Ninhurta

Templos en forma de montaña

Naram Sin constructor del templo de Enlil

Nadie desvía los canales, nadie dice engaño

El círculo perfecto

El arte de la guerra

Tú eres el Gran Hermano, jamás podré compararme contigo

7. La sabiduría de Enki

La escritura nació en Sumer

Los números rigen el universo

Los caminos de los dioses

El dios Ea me ha enviado para revivir a este enfermo

Shamash te conserve la salud

Oh sal, rompe el sortilegio

8. Las artes de la diosa Nidaba

Las casas de las tablillas

La élite de los escribas

La primera escritora de la historia

Poesía sin rima

Las instrucciones de Shurupak

El juicio final

La cuna del derecho

9. Vida cotidiana de un sumerio cualquiera

Dejad macerar e inflarse

El caso de la mujer que no habló

Un alumno rebelde

El ajuar

El abandono de los dioses

10. El corto renacimiento sumerio

El hombre fuerte de Enlil

Un príncipe escritor y santo

Urnammu, varón poderoso

Shulgi, dios de su país

Elam, como un maremoto, puso allí los espíritus de la muerte

Un becerro con dos colas

Endecha por la destrucción de Ur

Bibliografía

Introducción

Los sumerios existen para el mundo moderno hace apenas un siglo. Fue a principios del siglo XX cuando se llevaron a cabo las excavaciones en la actual Irak y cuando el mundo entero se maravilló ante un descubrimiento inesperado: la primera civilización de la historia. Inesperado, porque hasta entonces se creía que no había existido cultura alguna antes de Egipto y, además, porque en aquel momento Egipto estaba de moda. La civilización sumeria reveló conocimientos, mitos y costumbres sobradamente conocidos porque eran los mismos conocimientos, mitos y costumbres de las culturas posteriores que nos han influido y han configurado nuestra cultura actual.

Sin embargo, la propia antigüedad de los objetos, monumentos y textos encontrados hace difícil establecer los hechos históricos y diferenciarlos de los hechos legendarios. Son tiempos en los que la humanidad vivía una infancia regida por el pensamiento mágico y lo mítico se confundía con lo real. Hay, por tanto, un problema para separar la realidad de la fantasía y para saber cuáles de los personajes existieron de verdad y cuáles forman parte de la mitología sumeria.

Otro tanto sucede con los nombres de personas, ciudades y dioses. La transliteración del idioma sumerio a los idiomas modernos ha dado lugar a traducciones diferentes y es fácil encontrar un mismo personaje, una misma deidad o una misma ciudad con tres y hasta cuatro nombres distintos, según el idioma moderno, el lugar y la época de la traducción.

No obstante, todo esto no resta un ápice de interés al mundo sumerio, porque es un espejo que refleja nuestro mundo actual. En él encontramos ideas, frases, sentimientos, inventos, situaciones y mitos que hasta ahora creíamos propios de nuestra cultura. No hay más que leer uno de los innumerables textos escritos sobre tablillas de barro cocido y descifrados por estudiosos como el profesor Samuel Kramer para darnos cuenta de que todo empezó allí, en Sumer.

1

Antes del diluvio

En el principio, antes de que el cielo y la tierra tuvieran siquiera un nombre, existía Nammu, el agua, el océano infinito, la diosa que da vida. De su seno surgió la Montaña Cósmica, el cielo y la tierra fundidos en una amalgama, que procrearon a An, dios del cielo y a Enlil, dios del aire. Cada dios apartó para sí un elemento y de esta forma separaron el cielo de la tierra.

Así es como empieza el poema Gilgamesh, Enkidu y el Infierno y así es como empiezan muchos otros poemas sumerios y babilónicos, con independencia de su contenido:

Cuando el cielo se hubo alejado de la tierra…Cuando la tierra se hubo separado del cielo…Cuando se hubo fijado el nombre del hombre…Cuando An se hubo llevado el cielo…Cuando Enlil se hubo llevado la tierra…

Así fue como se inició la creación, dando origen a los cuatro elementos primordiales: cielo, tierra, aire y agua. Enlil y su madre, la Tierra, dieron origen al universo organizado, donde más tarde nacería el primer hombre. De estos dioses principales nacieron las restantes divinidades responsables de todo cuando existe en el universo, cincuenta de ellos, importantes, según reza una tablilla sumeria: «Los grandes dioses, cincuenta en total…».

Pero la creación del mundo sumerio no fue tan simple ni tan placentera, sino que fue el resultado de una batalla indescriptible entre fuerzas divinas enfrentadas, que se disputaron el señorío de los cuatro elementos. Este mito bélico de la creación no aparece en los poemas sumerios, sino en un poema babilónico muy posterior, que data del II milenio a. C. y que se conoce como Enuma elish o Poema babilónico de la Creación. En este poema aparece la figura de Marduk, un dios que los babilonios adoptaron de los nómadas del desierto y al que situaron a la cabeza de su panteón. No es, en todo caso, un dios sumerio, pero debemos tener en cuenta que los asirios y los babilonios, civilizaciones que siguieron a la civilización sumeria, absorbieron su cultura, adecuándola a su tiempo y traduciendo los nombres de sus dioses y de sus héroes. Exactamente lo mismo hicieron los romanos con la cultura griega. Copiaron sus dioses, sus héroes e incluso su epopeya principal, la Eneida, es una copia casi literal de la Odisea, la cual, a su vez, recoge los mitos de la Epopeya de Gilgamesh.

El universo surgió, como en el mito sumerio, de un caos acuoso. El dios de las aguas dulces, Apsú, unió su linfa con la diosa de las aguas saladas, Tiamat, dando vida a todos los dioses. En aquel tiempo, la tierra se debatía entre remolinos de agua dulce y abismos de agua salada, hasta que Ea, el dios de la vasta inteligencia, recurrió a un sortilegio invencible con el que consiguió adormecer a Apsú, su padre, para darle muerte. Libre ya el barro de las aguas dulces, hubo de enfrentarse a las aguas del mar porque Tiamat se enfureció de tal manera por la muerte de su esposo, que el mismo Ea no fue capaz de darle muerte, sino que hubo de recurrir a la ayuda de su propio hijo Bel Marduk1, el más sabio, fuerte y poderoso de los dioses.

Marduk, nacido en ese santuario de la fatalidad que es el fondo del mar, persiguió tridente en mano a Tiamat, que se defendió arrojando conjuros y maldiciones, pero finalmente hubo de sucumbir porque así sucumbieron las aguas embravecidas para liberar a la tierra seca. Sin asomo alguno de piedad, el dios dividió en dos el cadáver de la diosa muerta, como se separan las dos partes de un pescado, para formar con la parte superior la bóveda celeste y, con la inferior, la tierra seca aislada de las aguas.

ENTRE LA TIERRA Y EL ABISMO

Los intelectuales de la Antigüedad no disponían de las cifras objetivas ni de los argumentos científicos de que disponemos hoy en día para entender y explicar las cosas. No podían, por tanto, narrar los hechos de la forma en que los narramos hoy ni explicar la cosmología como la explicamos ahora. Los pensadores sumerios del III milenio a. C. no eran, como dice Samuel Kramer, filósofos que buscaran la verdad y razonaran los hechos, sino poetas que utilizaron la imaginación para exponer los sucesos acaecidos y conseguir que los oyentes los incorporasen a su bagaje cultural, ya que así era como se explicaba en las escuelas. Y, como todos los intelectuales antiguos, los pensadores sumerios crearon sus narraciones para glorificar a sus dioses.

En los mitos mesopotámicos, la creación del mundo se llevó a cabo como una batalla espantosa entre los elementos de la naturaleza, representados por dioses sólidos, líquidos y gaseosos. Este bajorrelieve que se conserva en el Museo Británico de Londres muestra a Marduk luchando contra Tiamat, la serpiente. Es un dios babilonio, no sumerio. Si fuera sumerio, no llevaría barba.

Los mitos, por tanto, no son fábulas ni historias inventadas, sino maneras literarias de contar la historia encarnando en personajes hechos, generaciones o episodios sucedidos hace mucho tiempo y utilizando metáforas o parábolas. De hecho, hay mitos que han evolucionado para adaptarse a las circunstancias cambiantes. El mito de Inanna que veremos más adelante, por ejemplo, cambió con el paso del tiempo para representar diferentes situaciones sociopolíticas en Mesopotamia. Otro ejemplo es el mito bíblico de Isaac, que representa la transformación de las costumbres del pueblo hebreo, el cual, como todos los pueblos semitas, sacrificaba a los dioses al hijo primogénito pero, una vez en contacto con los civilizadísimos egipcios que no admitían sacrificios humanos, modificó su costumbre y empezó a ofrendar víctimas animales. En el mito, Abraham cambia a su hijo primogénito por un carnero2.

Los mitos de la creación sumerios y babilónicos narran la historia de Mesopotamia, que se inició hace cien mil años, cuando los hombres prehistóricos se cobijaron en las numerosas grutas que ofrecen las montañas kurdas, al norte de Irak, que fue el único lugar habitable hasta que finalizó el último período glacial y empezó a secarse la parte baja para formar una llanura. Los utensilios de piedra hallados en las cuevas de Barda Balka dan testimonio de su presencia. No fueron, sin embargo, los primeros en llegar. Grupos neandertales vivieron en las cuevas de Shanidar, en los montes Zagros del Kurdistán. Sometidos algunos esqueletos a la prueba del carbono 14, han sido datados entre treinta y cinco y sesenta mil años de edad.

Desde que los primeros pobladores llegaron a las montañas kurdas hasta que se formó la llanura que se extiende entre el Éufrates y el Tigris, verdadero asentamiento de aquel semillero de civilizaciones que fue Mesopotamia, pasaron miles de años y se produjeron los cataclismos que los pensadores sumerios trataron de explicar a la posteridad con su lenguaje metafórico y poético.

El final de la última glaciación, que se produjo hace entre doce y diez mil años, empezó a secar las tierras bajas de Mesopotamia hasta entonces cubiertas de agua, agua que los sumerios llamaron Nammu, que en su lengua significa el ‘mar primitivo’. El agua es, en todas las culturas, el origen de la vida. Por eso Nammu era la diosa creadora. Del agua surgió la Montaña Cósmica que tenía la tierra por base y el cielo por cima. Enlil, cuyo nombre significa ‘aire, viento, soplo, espíritu’ (el pneuma de los griegos, el espíritu de Jehová flotando sobre las aguas), se llevó la tierra consigo y la apartó del cielo. El aire quedó, pues, separando el cielo de la tierra.

Pero los elementos no se separaron y diferenciaron con tanta facilidad ni la tierra seca surgió sin esfuerzo del agua que inundaba Mesopotamia durante el período glacial. El mito babilónico de la creación refleja precisamente la transición del pantano a la tierra seca.

Para desembocar en el golfo Pérsico, el Éufrates y el Tigris tuvieron que abrirse paso por entre inmensas ciénagas y lo hicieron con todo el vigor de sus aguas que no viajaban vacías, sino arrastrando tierras y materiales acumulados desde lugares más altos. Pero aquel correr de aguas y tierras no duró eternamente, sino que llegó un tiempo en que, finalizado el período glacial, las enormes ciénagas se llegaron a secar, convirtiendo el terreno pantanoso en una llanura y formando una serie de terrazas aluviales de fertilidad extrema.

Esto no sucedió por casualidad, sino porque otros dos ríos, el Karu y el Wadi al-Batin, que desembocan también en el golfo Pérsico, prácticamente uno frente al otro, arrastraron grandes cantidades de limo con el que se formó una barrera que impidió que los otros aluviones, los que traían consigo el Éufrates y el Tigris, llegaran al mar, por lo que quedaron en la albufera, donde, con el paso del tiempo, se fueron depositando y elevaron el nivel de la tierra hasta convertir las aguas profundas en pantano y, después, en tierra seca.

La primera zona que se secó fue, precisamente, la que tropezaba con la barrera formada por los aluviones de los otros ríos y por eso fue la primera tierra que se pobló. Al principio, surgieron una serie de islotes amenazados por las aguas, cuyos habitantes debieron vivir en pugna permanente contra los elementos. El agua dulce de los ríos se enfrentaba al mar tempestuoso y amenazaba con arrastrar gentes, viviendas y tierras hacia el abismo, hacia el fin del mundo sumerio, que eran la orilla del Mediterráneo por un lado y el fondo del golfo Pérsico por el otro lado.

La lucha entre los elementos resulta gráfica y vívida en los poemas mesopotámicos. Marduk avanza precedido por huracanes y envuelto en relámpagos que iluminan su rostro dotado de cuatro ojos y cuatro orejas, para verlo y oírlo todo, y sus labios se entreabren para dejar escapar ráfagas de fuego. Tiamat, que es el mar embravecido, le opone su ejército de serpientes monstruosas y seres horrendos por cuyas venas circula veneno en lugar de sangre.

No resulta difícil imaginar semejante epopeya para los habitantes de la primera ciudad sumeria, Eridu, nombre que se podría traducir por ‘ciudad buena’, en cuyas excavaciones se encontraron al menos dieciséis templos. El más antiguo es un santuario de adobe construido sobre una plataforma con escaleras y rampas de acceso. La estatua del dios se alojaba en una hornacina en el muro interior y el altar de las ofrendas estaba situado enfrente. La epopeya Enmerkar y el señor de Arata cuenta que fue el rey Enmerkar, de Uruk, quien mandó construir el templo de Eapzú para honrar al dios de la sabiduría, Enki.

Sin embargo, Eapzú era ‘la casa de la profundidad del agua’ y Eridu, en los textos caldeos, es la ciudad que se halla al borde del agua, ciudad erigida en una isla surgida en medio del remolino que arrastraba tierras, objetos y todo cuando encontraba a su paso, para arrojarlo al profundo mar. Por tanto, suponemos que habría también un culto importante dedicado a Ea, como dios del abismo. Ea no era un dios sólido, sino gaseoso, un soplo que sobrevuela el abismo y lo devora como remolino activo.

No cabe duda de que la mayor preocupación de los sumerios fue el agua que rodeaba su tierra y sus ciudades. Es lógico. Los egipcios no tuvieron que domesticar las aguas del Nilo, que se desborda cada año sobre la superficie de un estrecho valle. Sin embargo, el Éufrates y el Tigris se desbordan para inundar toda la superficie terrestre porque crean cuencas con sus propios aluviones y elevan su nivel según la cantidad de nieve que licúen las montañas de Persia y Turquía, cambiando caprichosamente de lecho para inundar o desecar las tierras que los rodean. Por eso, lo que para los egipcios era una bendición, para los sumerios era una catástrofe, una situación incontrolable que resultó un tremendo reto para ellos, pues tuvieron que aguzar el ingenio para domeñar con técnicas refinadas el comportamiento de las aguas y ponerlas al servicio de sus cultivos, sus animales y sus viviendas. No en vano, Daniel-Rops escribió en su Historia Sagrada que, si Egipto es un don del Nilo, Mesopotamia es un regalo del Éufrates y del Tigris, pero un regalo revocable que a veces hay que devolver.

Diosa dadora del agua. El agua fue la mayor preocupación de los antiguos sumerios. Esta figura procedente de Ur ostenta la corona con los cuernos símbolo de la Luna, y un vaso del que parten dos chorros de agua. Fue descubierta por sir Leonard Woolley bajo los auspicios del Museo Británico y la Universidad de Pennsylvania.

EL PRIMER SUMERIO

La Historia de Babilonia que escribió, ya en el siglo III a. C., un sacerdote babilonio llamado Beroso, el Caldeo, nos cuenta con todo detalle cómo fue el mundo sumerio antes del diluvio. Por Beroso sabemos que el primer hombre se llamó Uanna y recibió el apodo de Adapa, el Sabio. Ea, el dios de la vasta inteligencia, adornó a Adapa con todas las cualidades excepto la inmortalidad. El dios An, molesto con el género humano, quiso acabar con él y le ofreció el alimento de la muerte, pero Adapa, advertido por Ea, no quiso comer ni beber nada. Así, cuando Adapa habló a los dioses y An, arrepentido de su mala intención, le ofreció el alimento de la vida eterna, Adapa lo rechazó. Con ello, perdió la oportunidad de ser inmortal.

Pero también podemos echar una mirada a un poema más antiguo que el de Beroso, la Historia de Atrahasis, un texto firmado por el escriba Nur-Aya durante el reinado de Ammisaduga, de la dinastía amorrea de Babilonia, entre los años 1702 y 1628 a. C. Este texto cuenta que la diosa Gran Madre, la diosa del útero, Mammi3, creó al hombre como si de un ladrillo se tratara, mezclando arcilla con fango y colocando siete pellizcos a la derecha y otros siete a la izquierda de su matriz. Los separó con un ladrillo de barro y un cortador para el cordón umbilical. Transcurridos diez meses lunares, la diosa abrió su útero utilizando una pala como las que se emplean para el horno de barro y extrajo a los primeros siete hombres del lado derecho y a las primeras siete mujeres, del lado izquierdo. Hay que hacer notar que, antes de decidirse a crear a los primeros humanos, los dioses les acondicionaron la estancia terrenal creando canales de regadío y zanjas para dirigir el curso de las aguas. Ya dijimos que, para los sumerios, nada hubo tan importante como el control del agua. De hecho, una de las condiciones de excelencia de su paraíso terrenal fue que allí nadie osaba desviar los canales.

El primer hombre en su carro tirado por asnos. En esta época, aún no se conocía el caballo en Mesopotamia. Esta figura se halló en las excavaciones de Kish. Se encuentra en el Museo Field de Historia Natural de Chicago.

EL NÚMERO 7

El número 7 fue y sigue siendo un número mágico, ya que era el número de los planetas visibles, el Sol, la Luna, Mercurio, Venus, Marte, Júpiter y Saturno. En la Antigüedad y en la Edad Media, muchas funciones estuvieron asociadas a la Astronomía. Así hay 7 días de la semana, 7 notas musicales, 7 pecados capitales y 7 virtudes en el cristianismo, 7 demonios en Mesopotamia y 7 trompetas en el Apocalipsis judeocristiano. Los antiguos dividieron también el cuerpo humano en 7 partes. Los templos budistas tienen 7 pisos. El infierno sumerio tenía 7 puertas.

Este mito tiene también su vertiente anatómica, ya que el útero de las conejas y otros animales tiene 7 cavidades. Los médicos antiguos no estudiaron la anatomía humana en cadáveres por respeto a los muertos y se conformaron con disecar animales, sobre todo, cerdos, por ser el que más se parece interiormente al hombre. Galeno aseguró que el útero femenino tiene 7 cavidades y así lo describieron los médicos medievales hasta que se realizaron las primeras disecciones humanas, ya en el siglo XIII.

Siguiendo nuestro camino hacia atrás, busquemos un mito más antiguo para conocer cómo y por qué los dioses sumerios decidieron crear al primer hombre. La creencia que prevalecía entre las gentes de Eridu, la ciudad más antigua, era que el primer hombre había sido creado por la diosa Gran Madre, quien utilizó arcilla amasada con saliva y sangre de un dios. Un dios al que Ea, el de la vasta inteligencia, hizo morir previamente, un redentor que dio su vida por el hombre, aunque probablemente de forma involuntaria.

Pero, en este mito antiguo, los dioses no crearon al hombre para que se solazara reinando sobre el resto de la creación, sino para que trabajase para ellos. Cuando los dioses principales crearon a los Anunnaki, dioses de segundo orden que descendieron del cielo a la tierra, estos desconocían la agricultura, no sabían cómo hacer pan ni cómo vestirse, por lo que comían «mordiendo las plantas igual que carneros y bebiendo agua de un foso». Previamente, los dioses se habían molestado en crear hermosas granjas con ganado que producía leche, pero los Anunnaki no sabían manejarlas. Así decidieron crear hombres que los sacaran de aquella situación y gestionaran para ellos los recursos de la tierra.

Los primeros brotes urbanos que surgieron en Mesopotamia fueron Jarmo, en la alta Mesopotamia, al pie de los montes Zagros, y El Obeid, en la baja Mesopotamia, cerca del golfo Pérsico. Pero los mitos sumerios mencionan otras cinco ciudades creadas directamente por los dioses antes del diluvio.

La idea partió de Nammu, la Diosa Creadora, que recurrió a Enki, dios de la palabra santa (la palabra creadora), para que pusiera en marcha su inteligencia y diera vida a la primera criatura. Obediente, Enki reunió a las diosas del nacimiento y les encargó la gestación de un nuevo ser, cuyo corazón él amasó «con arcilla de la superficie del abismo» y fijó en él la imagen de los dioses. Lo hizo por tanto de barro, a imagen y semejanza de los dioses y destinado a ser su servidor en la tierra. A continuación, la palabra del dios creó los animales y las plantas. Por último, fundó cinco ciudades santas que le fueron consagradas y dio cada una de ellas a un rey para su gobierno. La primera fue, naturalmente, Eridu, a la que siguieron Bad-tibira, Larak, Sippar y Shurupak (la ciudad del diluvio).

LOS ANUNNAKI

Esos dioses segundones que los grandes dioses enviaron a la tierra han sido y son objeto de numerosas especulaciones, entre ellas, una procedencia extraterrestre. Pero el mito sumerio deja bien claro que no fueron precisamente los maestros llegados de un lugar más adelantado para enseñar a los hombres lo que no sabían, sino unos individuos retrasados que ni siquiera sabían utilizar sus manos para comer. Están más cerca de los animales que de los hombres.

Sin embargo, en la época babilónica se contaba que los Anunnaki habían recibido de Marduk hasta seiscientos puestos de trabajo o, mejor aún, de gestión, la mitad en el cielo y la otra mitad en la tierra, una vez que fue creado el hombre para que se ocupase de las faenas pesadas. Quedaron, pues, como lo que ahora llamamos mandos intermedios en una organización empresarial. Los puestos directivos quedaron en manos de los dioses principales, en el nivel estratégico; los mandos intermedios para los Anunnaki, en el nivel táctico; y las faenas para los hombres, como funcionarios o empleados en el nivel operativo.

Los dioses sumerios fueron, como en todas las religiones, las fuerzas de la naturaleza que después adquirieron forma humana y se convirtieron en personajes superiores a los mortales, aunque no exentos de sus necesidades y miserias, como la ambición, el hambre, el miedo o el aburrimiento. Si prestamos atención a lo que dice Juan Bergua en su Mitología universal, todos los dioses de segunda clase tuvieron al principio la denominación de Anunnaki, pero después se repartieron en Igigi, categoría de dioses celestes, y Anunnaki, categoría de dioses terrestres e infernales.

En cuanto a los cuatro dioses superiores, An quedó como dios del cielo, donde se reservó un espacio para sus paseos, al que se llamó el «Camino de An», se adornó con una tiara de cuernos y se puso al frente de su ejército de estrellas. Ki era la diosa de la tierra, aunque también la vemos como Ninhurshag, diosa de la montaña. Enlil era el dios del aire y Enki el dios del agua y también de la sabiduría. El poder de estas cuatro deidades estribaba en la palabra, el verbo divino, con la que eran capaces de crear, hacer y deshacer.

Otros dioses, ya de segunda categoría aunque por encima de los Anunnaki, fueron Nanna, dios de la Luna, Utu, dios del Sol, e Inanna, la diosa más cercana al mundo sumerio, a la que veremos actuar más adelante y de cuyo interesante culto también hablaremos.

Al principio, los dioses eran símbolos de las fuerzas de la naturaleza. Esta diosa de la vegetación procedente de Lagash muestra una corona de flores con cuernos, símbolo de la Luna, dátiles en la mano y amapolas brotando de sus hombros. Se conserva en el Museo de Pérgamo de Berlín, en la zona dedicada al Asia anterior.

LOS CUERNOS

Los cuernos han sido el atavío de mayor importancia en las culturas antiguas que adoraron a la Luna como diosa de la fertilidad, del agua y de la agricultura. Los cuernos de la Luna indican los cambios estacionales y los momentos adecuados para la siembra y la recolección. También se relacionan con los períodos fecundos de la mujer. Los animales astados estaban por ello dedicados a la Luna y asimismo los caballos, por la forma de su casco. En Sumer, Inanna fue diosa de la Luna durante el período matriarcal hasta que el período patriarcal designó a un dios varón, Nanna, precisamente, padre de Inanna. Se han encontrado altares mesopotámicos adornados hasta con cinco pares de cuernos, que debía ser el sumun de la santidad. La misma Biblia menciona «los cuernos del altar» dibujados sobre el altar del templo, un símbolo que los hebreos pudieron traer de su estancia en Babilonia.

EL JARDÍN DEL EDÉN

Hubo un tiempo en que el hombre disfrutó plenamente del paraíso terrenal. Habitó espesos bosques de árboles frondosos, siempre verdes, que le brindaban la protección y el abrigo de sus copas, confortables y acolchadas con hojas y ramas tiernas. Se alimentaba exclusivamente de frutos, brotes y vegetales similares, su vida transcurría cómoda y feliz, pues el alimento y el agua abundaban, los animales peligrosos se mantenían a distancia merced a la altura de su habitáculo que únicamente compartía con simios, aves y reptiles, pero, como había espacio y alimento para todos, rara vez tenía necesidad de pleitear con su entorno.

Fue, sin duda, un período feliz que reflejan numerosas culturas en sus mitos y leyendas. Pero un pasaje de la Biblia nos advierte que no son largos los días de vino y de rosas y así acaeció con la estancia humana en el jardín del edén. Llegó la sequía, una sequía que desertizó los frondosos paraísos africanos durante dos millones de años y obligó a los homínidos a descender de los árboles y a ponerse en pie para marchar por la sabana sin perder de vista su destino ni las amenazas de su entorno.

En busca de otro edén, caminaron durante siglos recorriendo la sabana y adaptándose a un nuevo mundo repleto de peligros e incomodidades. Un nuevo mundo que demandó, por cierto, con éxito, la adecuación de su fisiología. Era preciso adaptarse o morir, como murieron los que no consiguieron mantenerse erguidos sobre sus dos extremidades posteriores y quedaron allí, bajo la alta vegetación de la sabana, a merced de las fieras.

Adaptarse incluyó buscar el cobijo de las grutas, aprovechar el rocío de la mañana para beber y, ante todo, modificar sus hábitos alimentarios. Las gramíneas que brindaban las praderas no producían alimento bastante y no hubo más remedio que aprender de los animales y decidirse, con repugnancia al principio, a desgarrar con los dientes la carne medio podrida que los grandes predadores abandonaban en el camino.

El esfuerzo de los que se adaptaron a las nuevas circunstancias tuvo su premio. Las proteínas de la carne impulsaron la evolución de su cerebro. La marcha bípeda liberó sus manos y les confirió una nueva forma de inteligencia, la habilidad para fabricar instrumentos, armas y herramientas. Nuevas estructuras cerebrales vinieron a agregarse a las que ya albergaba su cerebro, para poner a su disposición la más importante de las características, la que diferenció definitivamente al hombre del resto de los animales: la conciencia, la capacidad para reconocerse para anticiparse a lo venidero y, sobre todo, para conocer la fatalidad de su destino final.

La mayoría de los intérpretes de la Biblia han situado el edén entre el Éufrates y el Tigris, aunque en el Renacimiento hubo quien lo ubicó a la derecha de las Indias Occidentales. Si atendemos a las interpretaciones de Isaac Asimov en su Guía de la Biblia, el edén bíblico se encontraba en el territorio que se fue formando con el transcurso del tiempo entre los dos grandes ríos, Éufrates y Tigris, donde surgió la primera civilización. Es una llanura cuyo nombre el autor transcribe por «Sumer» o «Sumeria» porque, en el lenguaje sumerio, «llanura» se dice eoden. Y es probable que los sumerios llegaran de las montañas situadas más al este con idea de asentarse en la llanura.

Sin embargo, el paraíso sumerio se encontraba en lo alto del monte Dilmún, «el país de los vivientes», un lugar santo, puro y limpio de donde procedían sus antepasados. Eso no significa que los sumerios primitivos procedieran realmente de ese monte, sino que los pueblos antiguos solían situar el origen de sus mayores en las montañas. Hay mucho de místico en la idea del descenso desde tierras altas hasta tierras llanas. Además, ya dijimos que las tierras bajas de Mesopotamia resultaron inhabitables durante mucho tiempo y las gentes hubieron de refugiarse en las cuevas de las montañas.

El poema sumerio Enki y Ninhurshag describe un paraíso terrenal donde los primeros humanos vivieron felizmente bajo la mirada benévola de Ea. Un paraíso, por cierto, mucho más poblado y bastante más civilizado que el que describe el Génesis. La vida era eterna, ninguna mujer era jamás vieja y a ningún hombre se le podía nunca llamar «vejestorio». No existía la muerte ni la enfermedad. Ni siquiera un dolor de cabeza perturbaba la placidez de los días. Los gobernantes se comportaban noblemente y nadie se atrevía a desviar los canales de riego. Los animales salvajes eran tan dóciles como las cabras, que pastaban la hierba sin temor a leones ni a lobos. Y las hembras parían sus cabritos sin la amenaza del mal de ojo.

Sin embargo, al principio, el paraíso de Dilmún no era perfecto, porque carecía de agua con la que regar las plantas y abrevar a los animales. Pero Utu, el dios del Sol, hizo brotar una fuente que convirtió Dilmún en un vergel, porque Ninhurshag, diosa de la tierra y de las colinas, hizo crecer hasta ocho plantas, después de dar a luz, sin dolor, por cierto, tres generaciones de diosas engendradas por el dios del agua.

Pero también el paraíso de Dilmún tenía su fruto prohibido, la casia y, dado que el edén sumerio estaba habitado profusamente, el dios Ea hizo saber esta prohibición al jardinero quien, como era de esperar, terminó por desobedecer y comer el fruto vedado. Con ello, el mal y el dolor entraron en la tierra, dando lugar a terribles lamentos: «¡Mis pastos se van secando! ¡Mi boca tiene sed! ¡Mi salud perece!».

El mito del paraíso perdido es similar en todas las culturas y viene a reflejar el nacimiento de un nuevo sentimiento que se instaló en el espíritu humano, una vez que adquirió la estructura cerebral que da asiento a la conciencia: la culpa. No sabemos quién fue el primer hombre que se sintió culpable y merecedor de un castigo divino, pero sí sabemos que todas las culturas reflejan, de uno u otro modo, la cólera de la deidad que, en castigo a la desobediencia o la maldad del hombre, le priva para siempre del paraíso, extendiendo este castigo a toda su descendencia. Luego vendrá algún dios salvador a ofrecerle una promesa de vida eterna, pero, en principio, muchos mitos coinciden en describir la pérdida de aquel estado de bienestar propio de la inocencia del homínido disfrutando de su selva ubérrima. Recordemos también la maldición que pesó sobre Eva al ser expulsada del edén: «parirás a tus hijos con dolor». Un mito que explica cómo la mujer empezó a parir con dolor cuando se irguió sobre sus extremidades traseras y, para mantener el equilibrio en la posición erecta, su pelvis se tuvo que estrechar.

EL SURGIMIENTO DE LAS RELIGIONES

Parece que el ser humano nació en África. En cualquier momento se pueden descubrir vestigios que sitúen su origen en otro lugar del mundo pero, por ahora, los restos de nuestros antepasados más antiguos proceden de África y tienen casi siete millones de años. Es más, sabemos que hace seis millones de años había allí homínidos bípedos con dientes humanos. Concretamente, en Kenia.

Hace dos millones de años que el homo habilis abandonó su paraíso terrenal, salió de África y se dispersó por el resto del mundo. Era un tiempo en que los continentes no estaban tan separados como para no poderlos alcanzar a pie o utilizando algunos inventos rudimentarios, como balsas fabricadas vaciando troncos de árboles, para atravesar los brazos de mar profundos.

En no mucho tiempo, el homo habilis fue homo sapiens porque la evolución de sus estructuras cerebrales no se detuvo en la habilidad manual, sino que le dio capacidad para plantearse preguntas, para buscar respuestas, para saber, intelectualmente, que su fin es la muerte. Pero no para saberlo de forma instintiva cuando ya el fin está próximo, como lo saben los animales, sino para saberlo con certeza desde el momento en que alcanza el uso de su raciocinio.

La seguridad de ese destino y la búsqueda incesante de respuesta a la mayor de las preguntas llevó, sin duda, al homo sapiens a respetar y venerar a sus muertos, a esperar una vida ultraterrena y a confiar en poderes sobrenaturales.

Juan Bergua distingue cinco horizontes religiosos iniciales que acompañaron el desarrollo económico y social de la humanidad:

Maná: es una idea imprecisa y mágica, propia de las tribus de cazadores. Animismo: son las fuerzas naturales concretadas en espíritus benéficos o maléficos, como los dioses-ríos o las diosas-vegetales. Es propio de las tribus de cazadores-recolectores más adelantados.Horizonte agrícola: son las fuerzas fertilizantes de la naturaleza, como el agua o la Luna. Es propio de los primeros agricultores.Politeísmo: son las fuerzas naturales personificadas en dioses antropomorfos, como los dioses griegos. Es propio de pueblos que viven en ciudades.Monoteísmo: es un intento de apartar a la deidad de las miserias y fallos del antropomorfismo. Es propio de grandes fundadores como Akenaton o Moisés.

LA MEDIA LUNA FÉRTIL

Hemos dicho que la última glaciación terminó hace entre diez y doce mil años. El resultado fue decisivo para que tuviera lugar lo que se ha llamado revolución neolítica. Hasta entonces, el clima era terrible y los hombres se refugiaban en cavernas o, imitando las construcciones de las aves, en cabañas construidas con piedras y ramas. Pero eran asentamientos temporales en los que permanecían hasta agotar los recursos del entorno. Entonces, levantaban el campamento y partían hacia otro lugar, siguiendo las huellas de los animales, que eran los que les mostraban el camino y les ayudaban a encontrar caza a medio devorar.

La primera civilización surgió en una franja de tierra que se curva en forma de media luna en cuarto creciente, desde el golfo Pérsico al Mediterráneo, y que conocemos como el Creciente Fértil.

El final de la glaciación elevó la temperatura entre cinco y diez grados, lo que modificó la fauna y la flora de todos los continentes. En pocos milenios, el cambio climático generó condiciones óptimas para el descubrimiento de la agricultura.

Es más que probable que una de aquellas mujeres que quedaban en el poblado al cuidado de sus hijos, demasiado dependientes para poderlos dejar solos y salir a cazar, hundiera una semilla en la tierra húmeda y comprobara que germinaba antes que las simientes caídas casualmente al suelo.

Y es también más que probable que algunos animales herbívoros se acercasen en alguna ocasión a comer los vegetales que la sembradora conseguía hacer crecer, no sin esfuerzo, y que ella o su compañero decidieran que no convenía dejarlos comer las hortalizas que tanto les costaba producir, pero tampoco matarlos, porque las hembras traían ubres rebosantes de leche que era lo que precisaban las crías humanas para su sustento continuado. Y como la conciencia les había dado la capacidad de prever el futuro, ambos vieron en los animales que se acercaban a su poblado una seguridad que no podían dejar marchar y decidieron domesticarlos y mantenerlos junto a ellos.