Breve historia de los cátaros - David Barreras Martínez - E-Book

Breve historia de los cátaros E-Book

David Barreras Martínez

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Beschreibung

"Con Breve historia de los cátaros conocerá la historia de una secta herética que supo aprovechar su momento histórico para crear una nueva religión basada en el cristianismo primigenio y que hizo que la Iglesia emprendiera una cruzada para reprimirla, por primera vez desde una doble óptica: la perspectiva francesa y el punto de vista catalano-aragonés." (Web Novedades con historia) "Los dos autores de Breve historia de los cátaros, abordan cada tema mencionado de manera apasionante mostrándonos a grandes reyes, siniestros inquisidores, cátaros puros e intereses geoestratégicos mediante una escritura inolvidable, sencilla y ejemplar. Una prosa fluida y sencilla que hará que el lector viva de primera mano como fueron aquellos terribles años y cuales fueron las enseñanzas de unas personas que querían vivir la religión de una manera más práctica y didáctica, fiel a principio cristiano original, frente a una religión estatal enquistada en sus propios riquezas y olvidos cristianos."(Blog Historia con minúsculas) Una secta con una doctrina de amor y libertad, una brutal cruzada y una guerra que dio a Francia y a la Corona de Aragón la hegemonía europea. Era necesaria una historia de los cátaros que huyera de los análisis regionalistas, que suelen presentar versiones partidistas que ensalzan el heroísmo de unos y demoniza a los otros; que huyera también de poner el acento en el ocultismo, haciendo un análisis de los cátaros y de la Cruzada albigense sensacionalista y con poco rigor histórico; y, por último, era necesaria obra divulgativa sobre esta doctrina herética, que estuviera basa en los exhaustivos tratados medievalistas pero sin la complejidad de los mismos. Breve historia de los cátaros cumple con todas estas características presentando el problema de los cátaros y la Cruzada albigense de un modo didáctico y desde la perspectiva de los franceses y de la Corona de Aragón. Los cátaros fueron una corriente religiosa herética que se asentó en Occitania en los S.

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BREVE HISTORIA DE LOS CÁTAROS

BREVE HISTORIA DE LOS CÁTAROS

David Barreras Cristina Durán

Colección: Breve Historia

www.brevehistoria.com

Título: Breve historia de los cátaros

Autor: © David Barreras y Cristina Durán

Director de la colección: José Luis Ibáñez Salas

Copyright de la presente edición: © 2012 Ediciones Nowtilus, S.L.

Doña Juana I de Castilla 44, 3º C, 28027 Madrid

www.nowtilus.com

Reservados todos los derechos. El contenido de esta obra está protegido por la Ley, que establece pena de prisión y/o multas, además de las correspondientes indemnizaciones por daños y perjuicios, para quienes reprodujeren, plagiaren, distribuyeren o comunicaren públicamente, en todo o en parte, una obra literaria, artística o científica, o su transformación, interpretación o ejecución artística fijada en cualquier tipo de soporte o comunicada a través de cualquier medio, sin la preceptiva autorización.

ISBN-13: 978-84-9967-296-0

Fecha de edición: Febrero 2012

El catarismo presenta ciertos elementos que son comunes a las corrientes gnósticas y las religiones mistéricas. Entre estas últimas destaca el culto a los dioses de la antigua Grecia, cuyos fieles sentían especial predilección por Athenea, la divinidad de la sabiduría. Algo similar nos ocurre a nosotros, ya que poseemos un panteón muy particular en el que una pequeña deidad, llamada Athenea Barreras Durán, ocupa un lugar privilegiado, motivo por el cual queremos dedicarle esta obra.

AGRADECIMIENTOS

A nuestros tíos Antonio y Marie-Thérèse Barreras por su afecto paternal y la hospitalidad mostrada durante nuestras estancias en París para la realización de esta obra.

A nuestros amigos Ana Aznar, José Sanabria, Nicolas Issaly, Beatriz Casinos y Salvador Genovés por haber colaborado en la obtención del material gráfico que forman parte de este libro.

Índice

Introducción

Capítulo 1. Los orígenes

El mal y los dualismos

Mazdeísmo y zoroastrismo

Gnosticismo y maniqueísmo

Paulicianismo y bogomilismo

Capítulo 2. El primer contagio herético

Irrupción del dualismo en Europa occidental

La teoría del origen alóctono

La teoría del origen autóctono

Las primeras hogueras de la Edad Media

Capítulo 3. El catarismo

La herejía del siglo XII

LOS «BUENOS HOMBRES»

La doctrina y el ritual cátaros

Primeras reacciones de la Iglesia católica

Capítulo 4. Los albigenses y la Occitania bajomedieval

La Occitania libre

La guerra catalano-tolosana

Las carencias de la Iglesia católica de los siglos XII y XIII

¿Adhesión masiva occitana al catarismo?

Capítulo 5. La cruzada albigense

Tiempo de diplomacia

Tambores de guerra

La campaña cruzada

La contraofensiva occitana y la batalla de Muret (1213)

Capítulo 6. La resistencia occitano-aragonesa

Aragón: ¿un reino sin rey?

La reconquista occitana

El Tratado de Meaux-París (1229)

De Lorris (1243) a Corbeil (1258)

Capítulo 7. El final del catarismo

Los hermanos predicadores

La Santa Inquisición

Los últimos focos de resistencia: Montségur y Quéribus

Los últimos cátaros

Conclusión

Bibliografía

Introducción

Cátaros. Esta simple palabra, nada más ser pronunciada o escrita, emerge rodeada por un halo de misterio. ¿Cuál es el motivo para que un solo vocablo inspire tan enigmática curiosidad? No cabe la menor duda de que todo aquello que está relacionado con la tenebrosa Edad Media, período histórico considerado erróneamente oscuro, ha cobrado un ingente protagonismo en los últimos años, sobre todo gracias a la edición de algunos best-seller de la literatura, en muchas ocasiones llevados también al cine, que ambientan sus relatos en esta interesante época. De esta forma, los cátaros, junto a templarios, merovingios, constructores de catedrales, caballeros cruzados, miembros pertenecientes a sociedades secretas, brujas, herejes, inquisidores, y un largo etcétera de este tipo de personajes, han alcanzado una gran popularidad. Pero no sólo la novela histórica y el celuloide son responsables de la enorme difusión lograda entre lectores y espectadores por todos estos arquetipos medievales. También las publicaciones de carácter esotérico se han encargado de acrecentar la leyenda, en muchas ocasiones «leyenda negra», de los cátaros y demás personajes contemporáneos a estos. Cierto es que sobre el catarismo no se ha rodado ninguna exitosa película pero, sin embargo, han corrido auténticos ríos de tinta que han intentado aproximarnos a su herejía. No obstante, las novelas son simplemente relatos de ficción y su objetivo es única y exclusivamente entretener al lector. Paralelamente, las publicaciones de carácter ocultista existentes sobre el catarismo emiten todo tipo de hipótesis relacionadas con esta religión heterodoxa, y se basan solamente en teorías especulativas que utilizan datos no contrastados por la arqueología, por registros históricos o por evidencias científicas. Debido a ello, tanto este tipo de conjeturas como la ficción sirven de poco, por no decir de nada, a la hora de ayudarnos a conocer exactamente quiénes fueron los cátaros.

Los cátaros fueron un grupo organizado y jerarquizado de adeptos a una religión cristiana dualista cuyos miembros fueron considerados heréticos por la Iglesia católica. Surgieron en la Europa occidental de los siglos XII y XIII, a lo que sí añadimos que fueron protagonistas de una parte esencial de los acontecimientos que tuvieron lugar en el viejo continente a lo largo de la Baja Edad Media; llegaremos a la conclusión de que la historia es la disciplina que debe aportarnos una información más veraz sobre ellos.

Pero dada la complejidad de los acontecimientos históricos relacionados con el catarismo, sucesos éstos esenciales a la hora de conocer cuál fue el rumbo de Francia, la Corona de Aragón y la Santa Sede cuando la Edad Moderna estaba a punto de comenzar, a veces su historia es contada de forma excesivamente especializada como para ser accesible a todos los públicos.Este es el caso de buena parte de las obras sobre los cátaros escritas por medievalistas franceses, libros muy rigurosos desde el punto de vista histórico pero, a su vez, de lectura muy complicada y poco amena; autores estos también que tratan los asuntos relacionados con esta herejía desde una perspectiva demasiado local,muy centrada en torno a Francia, motivo por el cual se descuidan aquellos aspectos sobre esta religión dualista que están relacionados con la Corona de Aragón.

En ocasiones, la historia de los cátaros ha sido también escrita por autores españoles que han orientado su narración en torno a la relación de Occitania, región actualmente perteneciente a Francia, con Cataluña. Para ello, dichos escritores pueden llegar a utilizar un punto de vista excesivamente partidista, incluso políticamente hablando, regionalista y casi podríamos decir que sectario, de forma que existe la posibilidad de que la realidad histórica sea presentada al lector de forma muy distorsionada.

Todo ello nos ha empujado a escribir este libro de historia desde una perspectiva más hispánica que la utilizada por los especialistas en el catarismo, es decir,la escuela medievalista francesa, sin descuidar la relación entre los adeptos a su religión dualista, la Francia medieval y el papado. Esta es una obra que narra los hechos relacionados del movimiento cátaro, una nueva religión basada en el modelo de vida apostólico de los primeros seguidores de Jesucristo, con los acontecimientos que tuvieron lugar a lo largo de la cruzada emprendida por la Santa Sede y Francia para combatirlo.Un libro que se ciñe al espíritu de la colección Breve Historia: acercar la historia a todos a través de un texto rigurosamente redactado.

1

Los orígenes

EL MAL Y LOS DUALISMOS

Desde tiempos muy remotos, el origen del mal ha sido un gran problema sin respuesta para todas las religiones. En la Antigüedad encontramos un mundo cruel en el que impera la fatalidad. Los desastres naturales no solamente acaban de forma directa con las personas, sino que también destrozan las cosechas y provocan hambrunas. Y no sólo eso, los cultivos se ven también afectados por una climatología caprichosa e impredecible. La enfermedad se ceba especialmente con los más débiles, pero esto no quiere decir que el resto de la humanidad se libre de las mortíferas epidemias que surgen de manera inesperada y se llevan a la tumba a poblaciones enteras. La muerte planea sobre la faz de la Tierra, tanto en tiempos de paz como de guerra, cubriéndola con su manto tenebroso de sombras. Lo cierto es que los períodos de concordia entre los hombres son más bien escasos: el planeta se halla inmerso en un cuasi constante conflicto que parece querer desgarrar a las civilizaciones destruyéndolas desde sus mismos cimientos, eliminando su esencia, es decir, al propio ser humano. Los enfrentamientos armados se encargan también de privar al hombre de su libertad, y hacen uso de una de las mayores lacras que ha sufrido la humanidad en toda su historia: la esclavitud, cicatriz que ha marcado muy negativamente a la especie Homo sapiens a lo largo de la práctica totalidad de su existencia y que en Occidente únicamente desapareció de forma definitiva en el siglo XIX. Pero no sólo se colocan grilletes sobre cuellos y extremidades de los hombres de otros pueblos que han sido vencidos en combate. Los poderosos dominan también a la plebe de su misma etnia y los asfixian con las cadenas de unas pesadas cargas serviles y con abusivos impuestos o, en ciertas ocasiones, se llega incluso a condenar a los más desfavorecidos a ser esclavos reales. Pero las desigualdades sociales no finalizan aquí. La mayor parte de la población mundial, ya sea ésta súbdita del Egipto faraónico, Asiria o Babilonia, vivía bajo condiciones de una extrema pobreza, a pesar de que sus imperios eran poderosos y ricos.

El hombre se encuentra en muchas ocasiones al borde de la inanición y, por diferentes motivos, está condenado a sufrir una existencia en la que se ve rodeado de un halo de muerte y destrucción. Carece también, la mayoría de las veces, de libertad. Lo peor de todo es que, como es lógico, el simple hecho de ser un ente racional hace que sea muy consciente de habitar un mundo primordialmente malo. No obstante, los humanos pueden ampararse al cobijo que les brinda la religión. Los sacerdotes de las distintas creencias están ahí para decirle al pueblo que los dioses, principio de todo lo existente, gozan de un inmenso poder, y si se les adora, puede que nos deparen un futuro mejor. ¿Son por lo tanto los dioses la causa de todo lo que ocurre en este mundo? Si la respuesta es afirmativa, entonces es que pueden hacer que nuestra vida sea mejor, ser la causa del bien, pero, por lo tanto, al mismo tiempo deben de ser la causa del mal. No puede ser de otra forma: los dioses son esencial y realmente crueles, no deben de ser bondadosos, ya que pueden causar el bien, pero, sin embargo, el mal predomina en el mundo. Todo puede quedar justificado de la siguiente forma: el ser humano posee una naturaleza malvada, y debido a ello los dioses lo castigan constantemente. ¿Pregunta respondida? ¿Problema resuelto? Evidentemente no, ya que el hombre, infame o no, ha sido supuestamente creado por los dioses y estos son, en consecuencia, la única causa del mal en la Tierra. Seguimos, por lo tanto, sin hallar respuesta. ¿Y si alguien intentara aclarar las dudas de la humanidad al respecto, tratando, por un lado, de justificar la procedencia del mal y, por otra parte, explicando el origen del bien? Es innegable que no basta con dar respuesta a una sola de estas dos cuestiones, ya que si continúa existiendo uno de los dos interrogantes, nada se habrá conseguido en la labor por resolver la duda existencial del hombre. En consecuencia, podemos afirmar que resulta indudable que las dos respuestas constituyen una dualidad, son indisolubles y se debe procurar resolver estas dos cuestiones en un mismo instante de tiempo para, de esta forma, conseguir satisfacer la inquietud natural del ser humano por conocer cuál es la base cosmogónica, es decir, el origen de la creación, del hostil entorno que habita.

En este contexto llegaron a Persia hacia el II milenio a. C. las primeras ideas dualistas que trataban de diferenciar los dos principios que regían en el mundo: la bondad y la maldad.

MAZDEÍSMO Y ZOROASTRISMO

Ahura Mazda u Ormuz era el dios supremo de Persia, uno de los mayores imperios de la Antigüedad y de la Edad Media, cuya existencia se prolongó desde el siglo VI a. C. hasta el siglo VII de nuestra era. El Avesta, libro sagrado del mazdeísmo, describe el conflicto permanente entre las fuerzas del bien, comandadas por esta deidad, y las del mal, lideradas por Ahrimán o Angra Mainyu. Para su religión, este enfrentamiento que se da desde el principio de los tiempos, no será eterno, ya que, finalmente, Ormuz se impondrá a Ahrimán y la luz vencerá a las tinieblas para siempre. Por ello, podemos afirmar que la concepción dualista, resultado del equilibrio de fuerzas entre el bien y el mal, tiene como meta un resultado final monista, en el que reine solamente el primero de ellos.

Para el mazdeísmo, la vida no es otra cosa que este combate permanente, de forma que el ser humano puede influir en lo cerca que esté el mundo de conseguir el triunfo definitivo sobre Ahrimán: los fieles solamente deben hacer el bien y contentar a Ormuz. Con ello conseguirán además la salvación el día del Juicio Final. Cuando el hombre lleva a cabo acciones malévolas, únicamente consigue retrasar la victoria de Ahura Mazda; si su comportamiento es, sin embargo, piadoso, las fuerzas de la luz irán ganando terreno a la oscuridad. Es la primera idea de cielo e infierno de la historia, percepción mazdeísta-zoroastriana que ejercerá una poderosa influencia sobre todos los credos posteriores, especialmente en las tres grandes religiones monoteístas: judaísmo, cristianismo e islam. Debido a la influencia mazdeísta, la primera de ellas experimentará profundos cambios a partir del siglo VI a. C., y coincidirá con la deportación judía en el llamado Cautiverio de Babilonia tras la conquista de Jerusalén por Nabuconodosor II (597 a. C.). Ello fue posible como consecuencia de la posterior caída de Babilonia, hacia el 539 a. C., en manos de Ciro II, rey de Persia, una época en la que, como veremos en los próximos párrafos, la religión de Ahura Mazda estaba experimentando una amplia y decisiva mutación. Los conceptos mazdeístas de cielo, infierno, diablo, demonios, ángeles y Juicio Final, todos ellos recogidos en el Avesta, arraigarán con fuerza en el judaísmo y serán más tarde transmitidos a sus «herederos» cristianos y musulmanes. Del mismo modo, tras el Cautiverio de Babilonia, los profetas hebreos comenzarán a anunciar la venida del Mesías, algo inédito en el Antiguo Testamento.

Hasta aquí todo parece ir bien: por primera vez los sacrdotes parecen tener una respuesta convincente sobre el origen del mal. Pero el mazdeísmo presentaba un pequeño fallo: sus rituales fastuosos y de gran pompa, típicos, como estudiaremos en el siguiente epígrafe, de las religiones mistéricas y orientales, únicamente estaban al alcance de la clase aristocrática. El núcleo central de la doctrina irania era el sacrificio. El pueblo llano no podía permitirse el lujo de ofrecer animales a Ahura Mazda para con ello poder ir haciendo la «reserva» de su estancia en el Paraíso. Sin embargo, un profeta nacería en el seno del Imperio persa para condenar estas prácticas superfluas, personaje que conseguiría transformar la religión mazdeísta para aproximarla a las clases más desfavorecidas. El piadoso reformador es conocido por la historia como Zoroastro.

Muy poco sabemos acerca de la vida de Zoroastro, no obstante conocemos la importancia de su obra, ya que al parecer predicó instando a los hombres a adoptar una conducta moral que los acercara a Ahura Mazda para, de esta forma, conseguir la salvación de sus almas el día del Juicio Final, en el que las fuerzas del bien aniquilarían definitivamente a las hordas del señor de las tinieblas, Ahrimán. Zoroastro, también conocido como Zaratustra, nació probablemente en el actual Afganistán entre los años 650 y 600 a. C. Las enseñanzas del profeta tuvieron una repercusión enorme en el área de influencia persa, y se difundieron con celeridad por Oriente Medio, ya que Zoroastro no sólo aceptó el tradicional dualismo iranio, sino que, además, «puso a Dios al alcance de las masas», como indicó en 1962 el medievalista francés Fernand Niel. De esta manera consiguió que la nueva religión creada por él arraigara sólidamente en Persia y únicamente desapareciera de la mayor parte de aquel imperio con la invasión musulmana del siglo VII de nuestra era, resistiendo pequeños núcleos de fieles, como los quebros de Irán y los parsis de la India, comunidades religiosas que aún perviven. Zoroastro igualó ante Dios a todos los seres humanos, de forma que gentes de cualquier condición social y nivel económico podían practicar su credo. Esto dio el empujón definitivo al culto de Ahura Mazda, lo que, unido a los doce siglos de existencia del zoroastrismo, hizo que este influyera en la mayoría de las creencias que nacieron después: las ya mencionadas religiones reveladas, es decir, judaísmo, islam y cristianismo; y también otras sectas relacionadas con la última de ellas, como el gnosticismo, el maniqueísmo y el catarismo. El poder de seducción de las enseñanzas de Zoroastro hizo posible la asimilación de los antiguos conceptos mazdeístas de ángeles y demonios, así como los de cielo e infierno, por parte de los credos mencionados.

El judaísmo fue la primera de las grandes religiones monoteístas en surgir, remontándose sus míticos orígenes a la revelación descrita en la Biblia que recibió Abraham. Posteriormente los adeptos de los otros dos importantes credos monoteístas, es decir, el cristianismo y el islam, reconocerían también a este personaje nacido en la ciudad de Ur de Caldea (Mesopotamia) como patriarca de sus respectivas religiones. En la imagen, un cementerio judío.

Fresco de la iglesia de Santa Pudenziana, Roma. Este edificio religioso, primera basílica cristiana construida, fue levantado a principios del siglo V, una época turbulenta en la que a medida que la religión de Jesucristo iba cobrando un mayor poder, el Imperio romano se marchitaba más y más. El cristianismo irrumpiría con fuerza en la historia gracias a que acabó penetrando con éxito en el seno del Imperio romano, donde los emperadores Constantino I (312-337) y Teodosio I (379-395) fueron los más grandes impulsores de esta nueva religión.

GNOSTICISMO Y MANIQUEÍSMO

Entre los siglos I y III surgió en Asia una nueva corriente filosófica y religiosa, el gnosticismo, saber misterioso de la naturaleza superior de Dios resultado del contacto entre el pensamiento helenístico —el cual se difundió por todo el antiguo ámbito persa gracias a las conquistas de Alejandro Magno (336 a. C.-323 a. C.)—, los cultos orientales —mistéricos y zoroastrismo— y los credos judeocristianos. Seguramente esta religión sincrética también poseía elementos hindúes y budistas, e incluso astrológicos y mágicos. Su nombre procede de la palabra griega gnosis, que significa ‘conocimiento’. La gnosis implicaba la adquisición de un conocimiento arcano, es decir, secreto y reservado sólo a unos pocos elegidos. Esta religión no tardaría demasiado en propagarse por toda la cuenca mediterránea desde su lugar de origen.

Baños árabes. La limpieza ritual del cuerpo o ablución realizada en el hammam formaba una parte muy importante de la vida cotidiana de los musulmanes tanto en términos religiosos como sociales. El año 622 marca para el islam el nacimiento de su religión, instante temporal en el que se produjo la hégira o huida del profeta Mahoma de la ciudad de La Meca para refugiarse en Medina.

Capitel persa aqueménida procedente de la ciudad de Susa. Museo del Louvre, París. La dinastía aqueménida de emperadores persas se extinguió tras la derrota en la batalla de Gaugamela (331 a. C.) de su último representante, Darío III, a manos de Alejandro Magno. No obstante, el Imperio persa se prolongaría en las dinastías parta (247 a. C.-224) y sasánida (224-642) hasta que la invasión árabe del siglo VII produjo su destrucción definitiva.

El gnosticismo postulaba, al igual que el mazdeísmo y el zoroastrismo, la existencia de dos principios de diferente naturaleza: el bien y el mal. El mundo material, en el que impera la maldad, no fue creado por Dios, sino por el Demonio. Dios es, sin embargo, el hacedor del reino de los cielos, así como de las almas que habitan los cuerpos de los hombres, siendo estos últimos la mayor obra concebida por Satán. Por esta razón, los gnósticos rechazaban los escritos del Antiguo Testamento, ya que eran incompatibles con sus creencias, entre otros motivos por hacer a Dios responsable de la Creación. Asimismo, al igual que mazdeístas y zoroastrianos, postulaban la existencia de seres con una doble naturaleza, divina y humana, los ángeles o eones, cuyos representantes más destacados son los profetas Zoroastro y Jesucristo.

Los miembros de algunas de sus sectas practicaban un riguroso ascetismo, lo que, combinado con la aparente sencillez de los dogmas gnósticos, contrastaba fuertemente con su acusado libertinaje —en este aspecto pueden parecerse en parte a los cátaros, los cuales negaban el matrimonio, pero aceptaban el concubinato— y con su gusto por los ritos fastuosos de tradición oriental, en los que las especulaciones mágicas y astrológicas tuvieron una especial relevancia. En ocasiones sus rituales pueden resultar extraños e incluso repugnantes a ojos de una mentalidad occidental o contemporánea. Estas religiones orientales, aunque de común procedencia, griega o asiática, no tuvieron una teología homogénea, pero desarrollaron y conservaron ciertos cultos y rituales de la Antigüedad con orígenes muy primitivos, lo que explica el carácter agrario de sus dioses.

Dichos credos fueron denominados mistéricos y tuvieron gran influencia sobre la gnosis, los cultos imperiales romanos, el cristianismo primitivo y, como podremos ir descubriendo, el catarismo. El encanto y poder de seducción llegado de Oriente, no sólo cuna de la civilización sino también lugar de nacimiento de los credos que históricamente han reunido mayor número de adeptos, ocupan una posición privilegiada en el ámbito religioso en el que se fraguaron el gnosticismo y el cristianismo. El experto en historia antigua Maurice Crouzet nos indicó en 1980 que la propia religión de Cristo llegó desde Oriente. Esta, además, para sobrevivir y triunfar, hubo de enfrentarse a cultos que también surgieron allí —misterios, gnosticismo, judaísmo—, así como tuvo que combatir a las controversias iniciales provocadas por las herejías antiguas que desde allí se propagaron —arrianismo, apolinarismo—. En resumidas cuentas: Occidente se dejó conquistar por atractivos credos llegados de Oriente, una tierra muy superior desde el punto de vista económico, cultural e intelectual.

Muy poco conocemos en la actualidad de los cultos mistéricos como consecuencia del celo de sus adeptos por preservar el secreto de sus rituales de iniciación, que lo salvaguardan así de la profanación, pero sí podemos afirmar, como ocurría con los sistemas dualistas gnósticos, que tenían una visión pesimista de la vida terrenal. Ante la escasez de fuentes escritas, la mayor parte de la información que poseemos sobre las religiones del misterio procede de datos arqueológicos de difícil interpretación: inscripciones, relieves, pinturas y objetos relacionados con los rituales que practicaban. Otro punto común entre todos los cultos mistéricos fue la tendencia hacia el monoteísmo y la promesa de inmortalidad que se hacía a sus adeptos, siempre y cuando llevaran a la práctica un determinado rito de iniciación. Este impresionante y fastuoso ritual se caracterizaba principalmente por incluir un acto de purificación inicial que permitía al neófito continuar con la ceremonia principal del culto, sin estar exenta esta de toda la parafernalia correspondiente, llena de simbología, actos y artículos sagrados. El boato mistérico casi siempre incorporaba un simulacro de muerte y resurrección.

Ejemplos de prácticas mistéricas de procedencia griega son los ritos desarrollados por las sectas pitagóricas y los seguidores de los cultos de Eleusis.

Los primeros adoraban al dios Apolo en encuentros celebrados durante cada puesta de sol; algunos de sus ritos recuerdan bastante a los practicados por los católicos de la actualidad: la purificación con agua, así como el consumo de pan y las libaciones con vino, fundamentales en la eucaristía. También, como en el mazdeísmo prezoroastriano, sacrificaban animales. Según sabemos desde el siglo I por el filósofo romano de origen hispánico Séneca, la secta pitagórica no tenía adeptos entre el pueblo llano, quienes tampoco la miraban con buenos ojos ante el desconocimiento que suscitaban sus actividades, dado su fuerte carácter esotérico, típico de las religiones mistéricas.

Los cultos de Eleusis, ciudad griega muy próxima a Atenas, se basaban en el mito de Perséfone, diosa que fue secuestrada por Hades, señor de los muertos, quien quedó prendado de su belleza. Démeter, madre de Perséfone y diosa de la agricultura, finalmente rescató a su hija, con lo que florecieron de nuevo las plantas en una primavera primordial, tras la esterilidad provocada por el primer invierno, consecuencia de la tristeza que provocó sobre la tierra la ausencia de la joven y hermosa deidad.

En cuando a los ritos mistéricos orientales, debemos hacer especial mención sobre los que tuvieron una importante propagación en el Imperio romano, como son los procedentes de Egipto —adoración de los dioses Isis, Serapis y Anubis—, los de Anatolia y los de Persia. Cabe destacar el éxito cosechado por la deidad anatolia Cibeles, diosa madre de la tierra y primer culto oriental que se introdujo en Roma en época muy temprana, hacia el siglo III a. C. Pero sobre todo es preciso hacer especial mención de la importancia que tuvo la adoración a la divinidad irania Mitra. El dios Mitra, identificado con el Sol y relacionado con la deidad suprema de los persas, Ahura Mazda, poseída un carácter guerrero, justiciero y, cómo no, rural, ya que la sangre de los sacrificios de toros que se ofrecían en su honor, animales relacionados con esta divinidad, fecundaba la tierra. La adoración a Mitra fue perdiendo influencia en Persia tras las reformas aplicadas por Zoroastro, por lo que este dios pasó a un segundo plano en detrimento de Ahura Mazda, pero, no obstante, esto no impidió que a través de Frigia, región de Asia Menor sometida al Imperio iranio, su culto fuera transmitido a los romanos y cosechara grandes éxitos a partir del siglo III, triunfo que se prolonga incluso hasta la cuarta centuria. En esta época, patricios y emperadores romanos practicaron esta religión oriental. Destaca en este contexto la adhesión de los augustos Diocleciano (284-305) y Juliano (361-363), soberano este último que también se inició en la adoración de Isis, además de hacerse rociar con sangre de toro en honor a Mitra, un ejemplo más de lo extraños y repugnantes, aunque no por ello exentos de un atractivo morbo, que podían resultar los cultos orientales, prácticas éstas habituales de las religiones mistéricas o de las distintas corrientes gnósticas.

Es preciso destacar que hablamos de corrientes gnósticas y no solamente de una única gnosis. Existieron tres tipos de sectas que siguieron esta senda: gnósticos paganos, gnósticos judíos y gnósticos cristianos. Por lo tanto, en su origen, la gnosis no puede ser considerada cristiana, ya que su nacimiento precede en el tiempo a la religión de Jesucristo. Las distintas corrientes gnósticas, a pesar de todas sus diferencias internas, tienen en común, como ya hemos mencionado, una base dualista en sus creencias, en la que, fundamentalmente, el bien se opone al mal y lo material a lo espiritual. La meta gnóstica es llegar a Dios mediante el conocimiento, que será alcanzado a través de la revelación dada por los eones, ángeles, mensajeros de la Providencia que adoptan forma humana para así bajar del cielo y poder transmitir la gnosis. A Jesucristo se encomendó esta tarea fundamental, al igual que antes se hiciera con Zoroastro. Esta es la única forma de salvación para el hombre, la liberación de su alma de la jaula que lo encierra a lo largo de la vida, es decir, del cuerpo material. No obstante, la tradición secreta y esotérica no era revelada a todos los creyentes, sino sólo a unos pocos elegidos.

El camino del creyente implica, por lo tanto, conocerse a sí mismo, su verdadera naturaleza, para, de esta manera, poder llegar a conocer al mismo Dios, divinidad que dio origen a los ángeles y a las almas, pero que es imposible que sea el creador del mundo. La materia, sustancia que habita un mundo cruel y donde reina la maldad, no ha podido ser obra de un dios bondadoso. Eso incluye también la creación de los cuerpos humanos. Por lo tanto, los gnósticos rechazan al Yahveh bíblico, el Creador. Los gnósticos odiaban este mundo y adjudicaron su creación a un dios malévolo, un demiurgo, Satanás en definitiva. Las dos deidades abanderan a los ejércitos enfrentados en este dualismo, aunque en algunos sistemas gnósticos, podríamos decir que menos dualistas, el demiurgo sería una entidad divina inferior, al igual que el Lucifer cristiano, emanación del Todopoderoso.

Debido a todo ello, para la gnosis cristiana, Jesucristo únicamente posee carácter divino; es imposible que tenga carácter humano, ya que sólo posee un cuerpo aparente. Tampoco, por lo tanto, puede morir. De esta forma los gnósticos, al igual que, como podremos comprobar próximamente, los cátaros, destruían uno de los pilares del dogma cristiano: la muerte y resurrección de Jesús, lo que constituye una herejía. Cristo, sin embargo, sí que es un profeta enviado por Dios para transmitir la gnosis a los fieles. Con todo ello podemos afirmar que el dualismo de la gnosis distorsionaba de tal forma los dogmas de las religiones judía y cristiana que, para ambos credos, constituía una herejía arriesgada. Peligrosa pero con un alto poder de sugestión, ya que acercaba a los creyentes a la gnosis y, en definitiva, a Dios, y se les ofrecía, por lo tanto, la liberación del mundo material y la vida eterna. Todo ello hacía muy atractivos los cultos gnósticos, cuyas creencias sincréticas, producto de la fusión ya mencionada con otras religiones y pensamientos filosóficos, no resultaban del todo incompatibles con el cristianismo. En consecuencia, podemos afirmar que no sería demasiado complicado que un creyente cristiano acabara incorporándose a una secta gnóstica cristiana. Es más, la primigenia Iglesia cristiana se enfrentaba, allá por el siglo II, ya no sólo a la persecución de los emperadores romanos, sino también a la posibilidad de que, debido a la influencia de las corrientes gnósticas, acabara por transformarse en una religión mistérica, uno más entre los innumerables y fastuosos cultos orientales que cosecharon un éxito pasajero en el seno del Imperio romano. Ante cualquiera de estas dos posibilidades, el resultado podría haber sido el mismo: la desaparición definitiva del cristianismo. La represión y persecución por parte de las autoridades romanas puede parecer a priori, debido a su extrema violencia, la principal amenaza de muerte para el cristianismo. No obstante, sin ningún género de dudas, fue el riesgo de asimilación gnóstica lo que mayor peligro representaría para el cristianismo en este sentido. En palabras del catedrático de Historia Antigua José Manuel Roldán, «en el gnosticismo, el cristianismo se diluía en un sincretismo y el misticismo era parecido al de las religiones mistéricas y al paganismo». Pero como ya sabemos todos, ni la persecución ni el gnosticismo acabaron con la religión de Jesucristo: el cristianismo acabó siendo la religión oficial del Imperio romano, así como la de los reinos bárbaros que de él surgieron en la Edad Media; en la actualidad es además uno de los credos con más practicantes del mundo.

Detalle del sarcófago del faraón Ramsés III. Museo del Louvre, París. El culto de Isis, deidad que aparece en la imagen, fue uno de los más importantes en el Egipto faraónico, lugar a partir del cual se extendió por Oriente Próximo y el Imperio romano.

Constancio II se alzará en el año 351 con el trono imperial romano gracias al apoyo recibido por los bárbaros alamanes. Pero una vez que esta etnia germánica penetró en territorio romano, no fue fácil convencer a sus miembros para abandonarlo. El orden únicamente podrá ser restablecido por Juliano, el nuevo defensor de Roma, motivo por el cual se alzó finalmente con el título imperial en el año 361. En la imagen, inscripción dedicada al emperador pagano Juliano (361-363) hallada en la ciudad turca de Ankara.

Entre los pensadores gnósticos cristianos, es preciso destacar la figura de Marción, cuyas ideas triunfaron en Roma durante el «Siglo de Oro» de la gnosis, es decir, la segunda centuria de nuestra era. Marción rechazaba el Antiguo Testamento, ya que en sus textos se describe cómo Yahveh, un dios cruel no sólo con sus enemigos sino también con sus seguidores, había creado el mundo. Esta obra deficiente no podía proceder de una deidad todopoderosa y benévola. Las enseñanzas de Marción únicamente aceptaban el Evangelio de Lucas, en el que se revelaba la verdad sobre Jesucristo, el enviado de Dios. La influencia marcionista queda demostrada por la supervivencia de sus creencias hasta los albores de la Edad Media y con la creación de una Iglesia muy organizada en la que la mujer poseía un papel de gran trascendencia en la jerarquía de su sacerdocio, algo inusual en la Antigüedad y la Edad Media y que, como estudiaremos próximamente, recuerda bastante a la relevancia que en este sentido tuvieron las féminas cátaras.

Para algunos autores, caso del ya citado Maurice Crouzet, Marción no fue un gnóstico al uso, se trataba más bien de un cristiano con fuertes influencias recibidas de la gnosis. Del mismo modo, algunos historiadores, como el medievalista Fernand Niel, prefieren no incluir entre los gnósticos cristianos a uno de los profetas dualistas más influyentes: Manes.

Manes, o Mani, nació en el año 216 en la misma área geográfica de la cual surgieron los dualismos ma-zdeísta, zoroastriano y gnóstico, la cuna de las religiones monoteístas: Oriente Próximo. Manes fue criado en el seno de una familia gnóstica, perteneciente a la secta de los mandeos, en su Babilonia natal, tierra a la que su padre emigró procedente de Persia, por lo que parece claro que el joven iranio recibió una educación con influencias zoroastrianas y gnósticas. No nos extraña por lo tanto que a los doce años de edad afirmara haber recibido un mensaje divino portado por un ángel que le anunciaba que, llegado el día indicado, abandonaría su vida tal como había sido hasta entonces y llevaría a cabo la misión para la cual había sido enviado a este mundo: predicar un nuevo credo. Doce años después, Manes recibió una segunda visita del mensajero de Dios, quien en esta ocasión le indicó que había llegado el momento de proclamar la nueva doctrina. El profeta emprendió entonces un viaje de peregrinación de dos años de duración que lo llevaría a recorrer el sur de Asia central, donde entró en contacto con el hinduismo y el budismo, religiones de las que el maniqueísmo tomó ciertos elementos. Hacia el 242, Manes alcanzó Persia, donde fue bien acogido en la corte del emperador Shappuhr. Manes se declaró sucesor de Buda, Zoroastro y Jesucristo y con ello consiguió convertir a ciertos personajes de relevancia del entorno del soberano sasánida. Puede que incluso el mismo Shappuhr se contara entre sus adeptos, no obstante, lo que más nos importa es que el profeta alcanzó una notable influencia, lo que le llevó a obtener la autorización imperial para predicar en tierras persas. El Mesías aprovechó bien el tiempo del que dispuso y en treinta y un años el maniqueísmo se difundió ampliamente por el área en la que el zo-roastrismo era religión oficial. En ese período incluso traspasó sus fronteras hacia Asia central, la India, Palestina, Egipto e incluso Roma. Ningún gnóstico había llegado tan lejos.

La etnia judía ha experimentado a lo largo de su historia una continua migración, conocida como diáspora, que se inició con el Cautiverio de Babilonia en el siglo VI a. C. y que acabó por asentar a sus miembros en buena parte de las ciudades europeas medievales. En la imagen, judería de una ciudad de la Edad Media.

Sin embargo, Sappuhr moriría en el 273 y a partir de ese momento el respaldo que Manes recibía de las autoridades persas podía empezar a flaquear. El trono fue ocupado por Hormurzd, hijo de Sappuhr, y por suerte para Manes el nuevo soberano continuó brindándole apoyo. Pero para desgracia del profeta, el flamante emperador solamente permaneció en el trono durante un año, ya que la muerte provocó que su lugar fuera ocupado por su hermano Bahram. A partir de entonces, Bahram, fiel defensor del zoroastrismo, no sólo retiró todo el respaldo que la dinastía sasánida, a la que él mismo pertenecía, le había brindado a Manes, sino que, además, ordenó la detención del profeta. Su captura se logró en el 277. Tras casi un mes de permanecer encerrado y de estar sometido a tortura, Manes murió. No contento con eso, el emperador hizo colgar su cadáver a las puertas de la ciudad, seguramente para que sirviera de ejemplo a sus seguidores y para animarlos a abandonar su credo. Los sacerdotes zoroastrianos habían conseguido su objetivo, ya que acabaron con la seria amenaza que podía suponer la presencia de Manes, profeta de un nuevo y atractivo credo que empezaba a competir con la adoración de Ahura Mazda.

Manes había desaparecido, pero su doctrina continuó expandiéndose por Asia central, donde su mayor éxito fue cosechado en el Turkestán, llegando a convertirse allí en religión oficial. A partir de esta región, alcanzó incluso China. También partió hacia Asia Menor y el norte de África, donde penetró a través de Egipto, y continuó por Hispania, Galia e Italia, lugares donde el número de adeptos quedaba restringido únicamente a pequeñas comunidades de fieles. No obstante, el camino fuera del ámbito de influencia persa tampoco fue sencillo, ya que, en la mayoría de ocasiones, allí por donde pasó, el maniqueísmo despertó el recelo de las autoridades religiosas: su atractivo y sencillo credo hacía peligrar la influencia que poseían las demás doctrinas. Si a ello le sumamos la actitud apática mostrada por sus seguidores ante la vida, podemos comprender por qué las autoridades seculares de las regiones por donde pasó el maniqueísmo se sumaron a su persecución. Destaca en este contexto la represión a la que fue sometido por los emperadores romanos, ya fueran éstos paganos —Diocleciano inició la caza en 297— o cristianos —Valentiniano ordenó su persecución en el 372 y Teodosio en el 382 y el 389— Estos últimos nunca dejaron de incluir la doctrina de Manes entre las herejías cristianas, a pesar de que no pertenecía a las sectas de origen cristiano, ya que constituía en sí misma una nueva religión, algo parecido al caso del catarismo, como podremos comprobar próximamente. Esta actitud de las autoridades romanas pudo deberse a la notable influencia que el maniqueísmo poseía de las enseñanzas de Jesucristo, motivo por el cual captaba constantemente adeptos procedentes de esta comunidad religiosa.

La opresión romana se hizo especialmente dura hacia la segunda mitad del siglo v, momento tras el cual el maniqueísmo pareció desaparecer de Occidente. No obstante, existen autores que opinan que las enseñanzas de Manes perduraron en la Europa occidental hasta que se alcanzó la Edad Media y volvieron a manifestarse de forma notable a partir del año 1000, llegando incluso a ser transmitidas a los cátaros del siglo XII.

Como es lógico pensar, el maniqueísmo poseía elementos muy importantes del zoroastrismo, el gnosticismo y el cristianismo. La base de partida es su concepción dualista del mundo, tomada a partir del zoroastrismo pero, al contrario de este credo, resulta en este caso ser una dualidad absoluta: existe un dios del bien y un dios del mal, sin ser ninguno superior al otro. Del mismo modo que zoroastrianos y gnósticos, los maniqueos creen en un universo dividido en dos partes: el reino de la luz, el cielo o mundo espiritual donde moran las almas; y el imperio de las tinieblas, el infierno o mundo terrenal donde habitan los hombres. Entre ellos dos se sitúan los eones, los mensajeros de Dios. Para Manes, las almas son de origen divino, han sido creadas por Dios; sin embargo, los cuerpos materiales de los seres humanos son obra del Demonio. El alma permanece ligada al cuerpo, su prisión, de forma tan estrecha que el ser humano ha perdido la conciencia de la procedencia divina de su esencia. El hombre vive por lo tanto en la ignorancia, no posee el conocimiento necesario para entender que puede liberarse de todo lo material y, de esta forma, encontrarse a sí mismo, conocer su doble naturaleza, que es dual, y, en definitiva, hallar a Dios. Es en este momento en el que entra en acción la gnosis: el conocimiento es el camino que nos lleva a Dios. La gnosis únicamente puede ser transmitida por los eones, los ángeles que como Jesucristo o el propio Manes han sido enviados por el Todopoderoso para liberar al hombre y conseguir que este logre la salvación alcanzando el nirvana. Esto último constituye una clara muestra de la influencia hinduista y budista que posee el maniqueísmo. Habrá también un día del Juicio Final en el que el triunfo de Dios supondrá la destrucción del mundo, el infierno en definitiva, en una devastadora aniquilación, propia de las fastuosas y extravagantes ideas orientales típicas de las religiones mistéricas y la gnosis. Esta visión apocalíptica hacía que los maniqueos mostraran una actitud pasiva ante la vida, con lo que su apatía resultaba inútil e incluso perjudicial para el Estado.

Diocleciano (284-305), uno de los múltiples emperadores romanos coronados durante la denominada Crisis del siglo III, en principio, no parecía que correría mejor suerte que sus antecesores, la mayoría de los cuales fueron asesinados. Sin embargo, este militar de pura raza inició una política de reformas que consiguió sacar al Imperio romano del abismo en el que había caído y que le permitió experimentar un nuevo período de bonanza. Relieve del emperador Diocleciano. Museo della Civilità Romana, Roma.

Pero a pesar de su estrambótica visión sobre el origen y el fin del mundo, es preciso destacar que la doctrina maniquea en sí puede considerarse bastante sencilla, de forma que su culto, al parecer, no poseía sacramentos y se reducía únicamente al ritual de «imposición de manos», unas pocas plegarias y cánticos, frecuentes y prolongados ayunos, confesiones públicas y el desarrollo de la práctica de la predicación. La discreción maniquea en este aspecto difiere de los demás credos orientales y de las religiones mistéricas.

La «imposición de manos» era un ritual de iniciación en el que un creyente pasaba a la categoría de elegido, y de esta forma se le transmitía el espíritu. Este ceremonial era muy similar a la también denominada «imposición de manos» que practicarán los cátaros. Otro aspecto compartido entre los seguidores de Manes y los herejes cátaros fue lo muy organizadas que estaban sus Iglesias y la acusada jerarquía en la que se estructuraba su clero. En ambos casos se hacía la siguiente distinción entre sus adeptos: los simples creyentes (también llamados oyentes, eran los fieles no iniciados) y los elegidos; o puros, a los que se transmitía la gnosis. Los elegidos se podían clasificar a su vez en el bajo clero (sacerdotes) y el alto clero (obispos, apóstoles y un líder supremo cabeza de su Iglesia).