Breve historia del presente - Diego Olstein - E-Book

Breve historia del presente E-Book

Diego Olstein

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Beschreibung

UNA CRÓNICA DEL PASADO PARA ENTENDER EL PRESENTE DE NUESTRO MUNDO Y SUS RETOS. La mejor manera de entender el mundo actual y los retos a los que nos enfrentamos en el futuro es saber cómo hemos llegado hasta aquí. Esta exhaustiva obra explora la historia y las dinámicas de los poderes mundiales desde mediados del siglo XIX, con la voluntad de ir más allá de la mera crónica del pasado e interrogarse sobre las dinámicas globales que nos han hecho evolucionar política, social y económicamente. El resultado es un lúcido relato histórico sobre cómo se han establecido y desarrollado las hegemonías planetarias y las fuerzas que han moldeado el mundo tal y como lo conocemos durante los dos últimos siglos, y también un diálogo fecundo entre el pasado, el presente y el futuro que nos aguarda.

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PORTADA

BREVE

HISTORIADEL

PRESENTE

BREVE

HISTORIADEL

PRESENTE

Traducción de

roc filella

DIEGO OLSTEIN

PORTADILLA

Título original inglés: A Brief History of Now. The Past and Present of Global Power.

© del texto: Diego Olstein, 2021.

Publicado bajo licencia exclusiva por Springer Nature Switzerland AG, 2021.

© de la traducción: Roc Filella Escola, 2023.

La traducción de esta edición ha sido publicada bajo licencia de Sprinfer Nature Switzerland AG.

Sprienger Nature Switzerland AG no se hace responsable de la fidelidad y precisión de la traducción.

© de los mapas y los gráficos: Diego Olstein.

© de esta edición: RBA Libros y Publicaciones, S. L. U., 2023.

Avda. Diagonal, 189 - 08018 Barcelona.

rbalibros.com

Primera edición: noviembre de 2023.

ref.: obdo256

isbn: 978-84-1132-522-6

el taller del llibre •realización de la versión digital

Queda rigurosamente prohibida sin autorización por escrito

del editor cualquier forma de reproducción, distribución,

comunicación pública o transformación de esta obra, que será sometida

a las sanciones establecidas por la ley. Pueden dirigirse a Cedro

(Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org)

si necesitan fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra

(www.conlicencia.com; 91 702 19 70 / 93 272 04 47).

Todos los derechos reservados.

CRÉDITOS

para irit, con amor y gratitud por las décadas pasadas y por las décadas venideras.

ונינפלו ונירוחאמש םירושעה לע הדותבו הבהאב, תיריעל

DEDICATORIA

9

CONTENIDO

Introducción 11

Lista de ilustraciones 15

primera parte

el liberalismo imperialista (1851-1914)

1. Todos fuimos británicos 21

2. Dos parejas de gemelos en una gira mundial 46

3. La primera globalización y la britanización 79

4. Tres casos excepcionales 85

segunda parte

la era del nacionalismo y socialismo (1914-1973)

5. El «Gran Brexit» (1914-1945) 97

6. Una Revolución Comunista Global 110

7. Un mundo seguro para la democracia 135

8. Cuando nos convertimos en americanos o soviéticos (1946-1973) 150

9. El auge global de los Estados-partido antihegemónicos 235

CONTENIDO

10

tercera parte

la globalización neoliberal (1968-2003)

10. Los procesos revolucionarios 269

11. 1968: una revuelta global 274

12. 1989: una revolución global 304

13. La conversión en ciudadanos globales 324

cuarta parte

el contragolpe iliberal (a partir de 2003)

14. 2003: la sacudida de la hegemonía mundial de Estados Unidos 349

15. 2007: la sacudida de la globalización neoliberal 372

16. El colapso. Vuelta al nacionalismo 386

17. Una vorágine de cambios tecnológicos y ecológicos 404

visión de conjunto: patrones generales en medio de acontecimientos complejos

Breve recapitulación de acontecimientos complejos 415

Patrones generales: correspondencias quíntuples 417

Última mirada al pasado: trayectorias globales

que han cristalizado en cuatro regímenes globales 431

1850-2020: cuatro regímenes globales 434

Una mirada al presente, ¿y al futuro?: patrones generales

y algunas cuestiones candentes 440

Breve glosario de términos básicos 455

Agradecimientos 475

Notas 477

Para seguir explorando la breve historia del presente 517

Índice de nombres y materias 519

11

INTRODUCCIÓN

¿cómo hemos llegado hasta aquí? dos colinas, dos valles y cuatro regímenes globales

Hoy, cuando parece que estamos resurgiendo de la crisis de una pandemia mundial, van retomando protagonismo seis tenden-cias globales que han estado en nuestra conciencia durante los últimos años:

1. Los crecientes retos a los que se enfrenta la economía global interconectada.

2. Las inciertas perspectivas de la hegemonía mundial de Estados Unidos.

3. El desplazamiento de la democracia liberal debido al au-toritarismo y la democracia iliberal.

4. El incremento de la desigualdad socioeconómica.

5. Los transformadores avances tecnológicos.

6. El cambio climático.

Cada uno de estos procesos y sus mutuas sinergias están crean-do velozmente un mundo muy distinto ante nuestros propios ojos. Sin embargo, estas seis importantes cuestiones, lejos de ser nuevas, tienen una larga trayectoria. Las fluctuaciones en la globalización económica, el auge y la caída de las hegemonías mundiales, las oleadas crecientes y remitentes de la democracia, la ampliación y el estrechamiento de las brechas socioeconómi-

INTRODUCCIÓN

12 introducción

cas, la innovación tecnológica que avanza a paso acelerado y el cambio climático provocado por los seres humanos han segui-do caminos que se pueden rastrear hasta el presente, al me-nos desde que emergió la economía global industrial hacia media-dos del siglo xix. Desde aquel entonces hasta hoy, la tendencia general de estos fenómenos tendría este aspecto:

diagrama 1. Breve historia del presente.

Es decir, nuestro momento actual pertenece a una secuencia de dos olas, o colinas, de globalización económica (1851-1914 y 1973 en adelante) que coincidieron con dos órdenes mundiales hegemónicos (basados, respectivamente, en las hegemonías bri-tánica y estadounidense), asentados en dos avances tecnológi-cos fundamentales (la Revolución Industrial y la Revolución de la Información). Estos dos montículos surgieron a la vez que proliferaban los regímenes democráticos (las llamadas Primera y Tercera Olas de Democracia), así como las crecientes de-sigualdades socioeconómicas. Por otro lado, el período interme-dio (1914-1973), el primer valle del gráfico, ha sido testigo de la desglobalización económica, la ausencia de una hegemonía mundial indiscutible, avances tecnológicos que han revolucio-nado en menor grado la economía, un creciente número de re-gímenes no democráticos, así como una reducción de las de-sigualdades socioeconómicas. Algunas de las características de este primer valle tienen notables elementos en común con las

introducción 13

situaciones que estamos viviendo en estos momentos. Entretan-to, los devastadores efectos ambientales de la economía indus-trial global acumulados a lo largo de todo el período han cau-sado graves daños al medioambiente y provocado el cambio climático.

Gracias a la claridad panorámica que nos ofrece el paisaje de dos colinas y dos valles, podemos darnos cuenta de que, durante los dos últimos siglos, las sociedades locales de todo el mundo han estado sujetas a tendencias similares. Esto fue así porque las mismas fuerzas guiaron esas tendencias en todas partes. Llamaremos a esas fuerzas rectoras «régimen global». Cada uno de estos regímenes globales se ha basado en supues-tos fundamentales sobre cuál es el modelo deseable de sociedad y economía y cómo se debe distribuir el poder en la misma. Du-rante cada colina y cada valle, ha regido otro régimen global. El liberalismo imperiallo ha hecho en la primera colina (1851-1914). En la era que se extiende desde 1914 hasta 1973, lo ha hecho la combinación de nacionalismoysocialismo. La globa-lización neoliberales el régimen que empezó a gestarse en 1968 y predominó hasta el 2003, y que se corresponde con la segun-da colina. Actualmente nos encontramos en una ladera, sumi-dos en un contragolpe iliberalque, aún sin terminar de cuajar como un régimen coherente, presenta varios rasgos distintivos.

Cada una de las cuatro partes de esta Breve historia del pre-sentese ocupa de uno de estos regímenes globales, ofreciendo una imagen general a vista de pájaro, convincente y cautivadora, de los muchos desarrollos que se mueven en direcciones múlti-ples, inesperadas, retorcidas e indómitas, características del caótico despliegue de la historia. Sin embargo, por imparable que sea esta conmoción duradera e ininterrumpida de aconteci-mientos y desarrollos, también visualizaremos las tendencias y patrones que aportan un orden esclarecedor oculto en el apa-rente caos. Bienvenidos a bordo, y abróchense los cinturones.

15

LISTA DE ILUSTRACIONES

diagramas

Diagrama 1: Breve historia del presente 12

Diagrama 2: Jugando al Catch-22 con los imperios de la pólvora 50

Diagrama 3: La «Gran Compresión» 260

Diagrama 4: Los pilares del orden mundial posterior a la Segunda Guerra Mundial y el del mundo neoliberal 389

Diagrama 5: El modelo lineal frente al sinérgico 425

Diagrama 6: Ciclos de la hegemonía global y los regímenes políticos 428

Diagrama 7: Cuatro regímenes globales: 1850-2023 434

Diagrama 8: Los pilares de los cuatro regímenes globales 438

Diagrama 9: Ciclos de la hegemonía global y los regímenes políticos 452

Diagrama 10: Las formas cambiantes de las estructuras sociales 465

tablas

Tabla 1: Los imperios de la pólvora: del conservadurismo a la derrota; de la derrota al reformismo; del reformismo a la revolución 58

Tabla 2: Las fases de la Divergencia Americana 72

LISTA DE ILUSTRACIONES

16 lista de ilustraciones

Tabla 3: De las revoluciones moderadas a las largas guerras civiles 128

Tabla 4: Las potencias marítimas hegemónicas del mundo frente a la contrahegemonía continental 172

Tabla 5: Las trayectorias de Rusia y China comparadas: Fase 1 225

Tabla 6: Las trayectorias de Rusia y China comparadas: Fase 2 230

Tabla 7: Las trayectorias de Rusia y China comparadas: Fase 3 309

Tabla 8: Los orígenes sociales del posneoliberalismo 392

Tabla 9: Desigualdades socioeconómicas entre las sociedades 467

mapas

Mapa 1: El Imperio británico en 1918 23

Mapa 2: Dos parejas de gemelos en una gira mundial 47

Mapa 3: Los cinco imperios euroasiáticos de la pólvora 48

Mapa 4: Tipo de colonias en las Américas 65

Mapa 5: El reparto de África 74

Mapa 6: Los dos frentes durante la Primera Guerra

Mundial, al este y al oeste de las Potencias Centrales 102

Mapa 7: Regímenes políticos durante la década de 1930: democracias, no democracias, colonias 134

Mapa 8: Estados-partido antihegemónicos en las décadas de 1930 y 1940: por reacción, por dirección, por imitación 145

Mapa 9: Dos hegemonías mundiales sucesivas frente a una sola y perdurable contrahegemonía 165

Mapa 10: Imperios marítimos y continentales regidos por sistemas de gobierno centralizado frente a imperios limitados por su ubicación geográfica

central y sus sistemas de gobierno centrífugo 210

lista de ilustraciones 17

Mapa 11: Oscilaciones geopolíticas de Japón: prohegemónica; antihegemónica; prohegemónica 212

Mapa 12: El orden contrahegemónico soviético de 1945-1989 223

Mapa 13: Nacionalismo y socialismo en América Latina 242

Mapa 14: Nacionalismo y socialismo en Oriente Medio 247

Mapa 15: Nacionalismo y socialismo en África 255

Mapa 16: La esfera antihegemónica: los Estados-partido del Tercer Mundo 257

Mapa 17: Las esferas antihegemónicas y contrahegemónicas liquidadas por golpes militares y/o reformas neoliberales 270

Mapa 18: Regímenes políticos durante la década de 1990: democracias y no-democracias 345

Mapa 19: Regímenes políticos durante la década de 2020: democracias, no-democracias y democracias iliberales 402

Mapa 20: Desigualdad socioeconómica entre las sociedades 469

primera parte

EL LIBERALISMO IMPERALISTA (1851-1914)

PRIMERA PARTE. EL LIBERALISMO IMPERALISTA (1851-1914)

21

1

TODOS FUIMOS BRITÁNICOS

hegemonía británica. ¿a quién le importa?

Estadio Lusail, Catar, 18 de diciembre de 2022. Durante setenta minutos, la selección nacional argentina ha estado dominando por completo la final de la Copa del Mundo de Fútbol, con un resultado de dos a cero a su favor. La selección nacional francesa, que defendía el título de campeona de 2018, parecía ausente. ¿Es que el equipo se sentía abrumado por el imponente juego de los argentinos? ¿Estaban algunos de sus jugadores enfermos de gripe? La realidad es que dos de sus principales estrellas ya ha-bían abandonado el terreno de juego y habían sido sustituidas por otros dos jugadores. Todo apuntaba a que, transcurridos otros veinte minutos de sosegada asimetría, el árbitro daría por terminado el partido con el final esperado y así el equipo albice-leste sería coronado nuevamente como campeón del mundo.

Pero ocurrió que ese partido tan tranquilo, sin incidentes y casi aburrido se convirtió en la final de la Copa del Mundo más intensa, apasionante e imprevisible de todos los tiempos. Ángel Di María, la estrella argentina, fue retirado del campo, redibu-jando así el equilibrio de poder entre los equipos. En el minuto 79, uno de los sustitutos franceses, Kolo Muani, se adentró peligrosamente en el área argentina. Unos segundos después, el árbitro pitó penalti. Kylian Mbappé alojó el balón dentro de la portería argentina. Justo un minuto después de esto, lo volvió a hacer. Ahora disparando el balón en volea desde la esquina iz-

1. TODOS FUIMOS BRITÁNICOS

22 el liberalismo imperalista (1851-1914)

quierda del área al lado derecho de la portería. A falta aún de diez minutos, el marcador señalaba dos a dos, un resultado que al final obligó a ir a una prórroga de treinta minutos a los aho-ra decaídos y angustiados jugadores argentinos.

Se disputó un intenso duelo entre las dos mejores selecciones nacionales del campeonato y entre dos de los mejores futbolistas del planeta. Ojo por ojo, diente por diente, Lionel Messi marcó a los diecisiete minutos de la prórroga; Mbappé reaccionó diez minutos después. El balón podría haber entrado en cualquiera de las dos porterías en los increíbles últimos tres minutos. Al final, el colosal enfrentamiento alcanzó su mayor emoción con los lan-zamientos desde el punto de penalti. En esta circunstancia, Dibu Martínez, el portero argentino, ganó el partido para Argentina junto con Messi, Dybala, Paredes y Montiel, que acertaron en sus respectivos lanzamientos desde los once metros.

Para la mayoría de los aficionados, no había más que ha-blar: Argentina lo había vuelto a hacer. El mejor jugador del mundo y su equipo habían ganado la vigésimo segunda Copa del Mundo.

Un aficionado a la historia habría añadido que, como en 1978, con Mario Alberto Kempes, y en 1986, con Diego Ar-mando Maradona, Argentina se proclamó campeona del mun-do por tercera vez, ahora liderada por Lionel Andrés Messi.

Otro aficionado de mentalidad global habría situado estos éxitos entre las cinco Copas del Mundo que ganaron los brasile-ños, las cuatro de los italianos y los alemanes, las dos de los fran-ceses y los uruguayos y la única de los españoles y los ingleses.

Llegados a este punto, un aficionado de mentalidad global e histórica tal vez habría considerado: ¿cómo demonios un pasa-tiempo con el que en el siglo xixse entretenían los alumnos de las escuelas públicas inglesas llegó a cautivar los corazones y las mentes de casi la mitad de la población mundial, a la que cada cuatro años hacía sentarse a ver el desarrollo de la Copa del Mundo?1Para responder esta pregunta, es necesario que com-prendamos la hegemonía británica.

todos fuimos británicos 23

Cualquier introducción al Imperio británico al uso afirma que en su mejor momento territorial, tras la Primera Guerra Mundial, abarcaba más de una cuarta parte de la superficie del planeta y gobernaba a más de una quinta parte de la po-blación mundial. No era el primer imperio —el primero fue el español— donde nunca se ponía el sol, pero sí el más extenso que jamás existió. Era incluso más que esto: una potencia he-gemónica con poder militar, económico y un atractivo cultu-ral que traspasaba sus fronteras imperiales, sin dejar intacto rincón alguno. Esto es lo que ocurrió con la adopción del fútbol. Gran Bretaña dominaba los mares, sus empresas ten-dieron vías férreas en todos los continentes y los trabajadores británicos retaban a los locales con ese juego suyo. Con la confianza derivada de un trenzado de poder militar, económi-co y atractivo cultural, la hegemonía equivale a convertirse en el principal modelo a seguir. Su éxito despierta el deseo de colaborar, imitar o ambas cosas. El secreto del éxito de Gran Bretaña fue desatar dos revoluciones gemelas: la industrial y la democrática.

mapa 1: El Imperio británico en 1918.

24 el liberalismo imperalista (1851-1914)

La Revolución Industrial fue una trascendental revolución tecnológica, económica y social. Las transformaciones radica-les que provocó convirtieron los rápidos cambios en estas áreas en una característica permanente del mundo moderno. Desde un punto de vista político, la Revolución Democrática le dio el derecho al voto progresivamente a sectores cada vez más am-plios de la sociedad; y desde un punto de vista social, redujo la brecha entre los privilegiados y los no privilegiados, ampliando poco a poco el acceso a mejor vivienda, alimentación, sanidad, educación y tecnología a grupos progresivamente más numero-sos de la sociedad. En realidad, ambas «revoluciones» consis-tieron en unos procesos graduales que se desarrollaron conti-nuamente a un ritmo acelerado. Como tales, estas revoluciones se convirtieron en permanentes: la revolucion industrial perma-nente y la revolucion democratica permanente. Además, se pro-dujo una potente sinergia entre estas dos «revoluciones gradua-les». El aumento de la productividad gracias a la industrialización hizo posible la democratización social. Esta, a su vez, se reflejó en la subida de los salarios y el estímulo de la innovación tec-nológica, que al reducir los costes de la mano de obra, aceleró aún más la industrialización.

Hacia mediados del siglo xix, en ninguna otra parte esta si-nergia tenía mayor fuerza que en Gran Bretaña. La sinergia, unida a las condiciones geopolíticas favorables después de derro-tar a Napoleón, fue la que catapultó a esta sociedad hacia la hegemonía mundial. Además, no dejaba de crecer el atractivo ideológico que en todo el mundo generaban las ideas emergen-tes de los principios del «libre comercio» y la «ventaja compa-rativa» (o la determinación británica de imponerlos por la fuer-za). Con esta serie de principios y la armada más poderosa de la historia mundial, Gran Bretaña se abrió paso por todas las regiones del mundo y formas de gobierno: los regímenes cons-titucionales de Europa occidental, los imperios de la pólvora de Eurasia, las colonias africanas y asiáticas y las repúblicas oli-gárquicas de América Latina. De este modo, la primera poten-

todos fuimos británicos 25

cia hegemónica del planeta también articuló la primera globa-lización industrial de la economía mundial.

La hegemonía mundial británica, la globalización económi-ca bajo su administración y la britanización cultural —es decir, la difusión de la cultura británica por todo el mundo, como lo ejemplifica la adopción del fútbol en todo el globo— florecie-ron en su mayor parte durante la segunda mitad del siglo xix. Sin embargo, por el camino de Gran Bretaña merodeaban tres saqueadores: una Alemania recién unificada (1871), su rebelde antigua colonia, Estados Unidos, y las ideas desafiantes del co-munismo. Alemania y Estados Unidos no se sometieron a las ideas del libre comercio y la ventaja comparativa. En su lugar, protegieron a sus industrias para alcanzar al líder. A finales del siglo xixestaban consiguiendo lo que se habían propuesto. En cuanto a la provocadora ideología del comunismo, no parecía que fuese por entonces una grave amenaza, lo cual explica la enorme sorpresa que supondría en cuestión de años.

la revolución industrial

La Revolución Industrial fue una gran transformación tecnoló-gica que reconfiguró la economía y la sociedad. Desde una perspectiva tecnológica, la Revolución Industrial es sinónimo de invención, mejoría y aplicaciones de los molinos hidráulicos y el motor de vapor. La base del motor de vapor consistía en transformar el calor en movimiento. Desde la Antigüedad, se aprovechaban las corrientes del viento y el agua para impulsar a los barcos y mover los molinos. Sin embargo, la mayor parte del trabajo la realizaban los músculos de los seres humanos y los animales. El nuevo motor trajo consigo el cambio drástico del músculo por la fuerza del vapor. Todo lo que se necesitaba, además del ingenio creativo, era una fuente de energía para generar el vapor que moviera el pistón y este transformara la fuerza en el movimiento deseado.

26 el liberalismo imperalista (1851-1914)

En la Inglaterra deforestada, esa fuente de energía era el car-bón, que abundaba en el subsuelo. Pero su extracción requería bombear agua subterránea. Esta tarea la realizaba una bomba impulsada por un motor de vapor (la máquina de Newcomen o máquina de vapor atmosférica). Se estableció un círculo virtuo-so: una bomba mejor exigía un motor de vapor también mejor y juntos posibilitaban la extracción de más carbón para alimen-tar a más bombas o motores de vapor. Los pistones de ese nú-mero exponencialmente creciente de motores movían otras má-quinas, al tiempo que las aplicaciones también se multiplicaban. Las primeras y más destacadas fueron los telares y los trenes. La trayectoria del motor de vapor en las aplicaciones de su inven-ción y sus ramificaciones también sentó el precedente en los siglos venideros en lo referente a la investigación y el desarrollo para lograr mayores avances tecnológicos.2

Esta revolución tecnológica trajo consigo una revolución económica que equivalía al crecimiento sostenido de la produc-tividad laboral. Los músculos de los mismos obreros que en su día movían las herramientas ahora manejaban máquinas que progresivamente consumían mayores cantidades de energía y fabricaban un número cada vez mayor de productos diversos: más vestidos, telas, sombreros, bicicletas, cerámica y un largo etcétera que pronto abarcaría casi todos los productos manu-facturados. Y todos ellos eran transportados por trenes y bar-cos de vapor cada vez más grandes y potentes.

El efecto secundario del crecimiento sostenido de la produc-tividad fue el crecimiento económico sostenido. Hasta enton-ces, la productividad dependía en su mayor parte de disponer de más productores. Y de ahí que fueran más las personas que compartían mayor cantidad de productos (el crecimiento eco-nómico), situación que impedía el crecimiento económico per cápita. El crecimiento económicopreindustrial fue de la mano del demográfico, dejando a la población en el mismo nivel de ingresos y riqueza. En materia económica, el avance que supu-so la Revolución Industrial fue el crecimiento económico soste-

todos fuimos británicos 27

nido per cápita. El crecimiento de la riqueza dejó atrás al creci-miento demográfico. Y gradualmente, después de los golpes devastadores que la Revolución Industrial asestó en sus inicios a la clase obrera, favoreciendo la concentración extremada-mente desigual de la riqueza, hubo más ingresos y prosperidad para la mayoría. En este sentido, la Revolución Industrial, a medio y largo plazo, es la encarnación del «efecto derrame».* Desde entonces las ganancias acumuladas tanto en los ingresos como en las riquezas personales marcan la diferencia entre los niveles de vida actuales y los de las primeras décadas de la in-dustrialización o la era preindustrial.

¿qué pirámide?

Este «efecto derrame», a su vez, es una de las formas en que la Revolución Industrial revolucionó la sociedad. Con el paso del tiempo, el efecto acumulativo de la riqueza industrial fil-trándose en una sociedad generará un estrato de trabajadores en mejores condiciones de vida que, junto con los profesiona-les, administradores, tenderos y empleados, ampliarán siste-máticamente una emergente clase media. El crecimiento soste-nido de esta clase media transformará la perenne estructura piramidal de la sociedad en una estructura social que se ase-meja a la forma de un rombo (véase más adelante, Breve glo-sario de términos básicos, págs. 455-474).

Sin embargo, el primer efecto social revolucionario de la Re-volución Industrial fue la aparición de una nueva pirámide so-cial polarizada, junto a la que siempre había existido. En esta nueva sociedad industrial piramidal, una minoría de capitalis-tas industriales descansaba sobre la amplia base que le propor-cionaban los trabajadores de la industria sin mucho estrato

* Teoría económica que propone reducir los impuestos a las grandes for-tunas y a las empresas para estimular la producción. (N. del t.)

28 el liberalismo imperalista (1851-1914)

medio amortiguador que suavizara las fricciones. Esta pirámi-de social era formalmente similar a la tradicional, en la que una reducida aristocracia terrateniente se asentaba sobre la amplia base de quienes trabajaban los campos. La meteórica duplica-ción de la población de Gran Bretaña, que entre 1780 y 1851 pasó de trece a veintisiete millones de habitantes, fue suficiente para sostener las dos pirámides, en lugar de aquella única pirá-mide social basada en la economía preindustrial.3

Con la coexistencia ahora de dos sociedades paralelas, la perenne pirámide agrícola y la incipiente pirámide industrial, ¿qué sociedad es preferible? ¿La tradicional en la que la riqueza surgía de los músculos que araban las tierras de la aristocracia? ¿O la industrial moderna donde la riqueza crece manejando las máquinas de las fábricas de los capitalistas? Estas preguntas son la quintaesencia del ¿bueno para quién? o ¿para benefi-cio de quién? Y, dado que la opinión de los trabajadores rurales e industriales no contaba mucho, la titánica batalla de intereses enfrentó a los aristócratas terratenientes contra los capitalistas industriales, empezando por el Reino Unido.

Una formulación concreta de esta confrontación es la siguien-te: ¿queremos enriquecernos vendiendo las cosechas o los pro-ductos manufacturados? Bueno, ¿y por qué no vender unas y otros? Parece posible, y quizá deseable, disfrutar de ambas fuen-tes de ingresos. Sin embargo, cuanto más ganemos con lo que cosechemos, menos ganaremos con lo que fabriquemos. Pero ¿por qué ha de haber este juego de suma cero entre los objetivos de los aristócratas terratenientes y los de los capitalistas indus-triales? La razón es que cuanto más caro sea el pan, más se enri-quece el aristócrata. Sin embargo, un pan más caro supone sala-rios más altos para que los trabajadores puedan comer y alimentar a sus familias. Y subir los salarios supone reducir los beneficios del capitalista industrial. Y lo mismo cabe decir en sentido inver-so. El pan barato permite unos salarios más bajos, con lo que los capitalistas amplían el margen de beneficio, un incremento que reinvertirán en sus empresas, que no dejan de crecer. Pero el pan

todos fuimos británicos 29

más barato dará menos que ganar a la aristocracia terrateniente. El juego de suma cero está servido.

En crudo contraste con muchas sociedades, este furibundo conflicto se resolvió pacíficamente en el Reino Unido en el Par-lamento. En 1846, tanto la Cámara de los Comunes como la Cámara de los Lores (más sorprendente en este caso) votaron la derogación de las Leyes de los Cereales que desde 1815 impo-nían restricciones y aranceles al grano importado.4El efecto de tal decisión, unido a la brusca reducción de los costes del transporte —consecuencia de la industrialización del transporte—, supuso la ruina de la agricultura británica y el florecimiento de su indus-tria. De todo el mundo empezaron a llegar alimentos de primera necesidad, en un periplo que los productos manufacturados bri-tánicos recorrían en sentido opuesto. De este modo, Gran Breta-ña dio su salto adelante hegemónico en el ámbito económico, como lo había dado en el militar en 1815. En 1851, Gran Bretaña se aclamó a sí misma mostrando al mundo su habilidad y su va-lentía en la Gran Exposición de los Trabajos de la Industria de todas las Naciones en Hyde Park, Londres, alcanzando así tam-bién la hegemonía cultural. Entonces y casi durante los siguientes cien años... todos fuimos británicos, o quisimos serlo.

la «gradación industrial»

La nueva sociedad piramidal compuesta por capitalistas y obre-ros se impuso a la antigua agrícola, primero en Gran Bretaña y después en todo el mundo. Al mismo tiempo, la nueva sociedad piramidal trasladó su epicentro de los campos a las fábricas y del pueblo a la ciudad; también en este caso primero en Gran Bretaña y a continuación en todo el mundo. Ese cambio fue una revolución geográfica que forzó una migración masiva, la aparición de un nuevo tipo de asentamiento humano —la ciu-dad industrial— y el declive del que siempre había sido el asen-tamiento humano: el pueblo.

30 el liberalismo imperalista (1851-1914)

Durante cinco milenios de una sociedad piramidal tradicio-nal perenne, había ciudades en que vivía en torno al cinco por ciento de la población total. Estas ciudades milenarias acogie-ron a los terratenientes aristócratas, con sus gobernadores y sacerdotes en la cúspide y sus múltiples sirvientes —administra-dores, mercaderes, artesanos y esclavos— en la base. Pero la mayor parte de la riqueza se generaba en los campos. Con la Re-volución Industrial, el grueso de la producción pasó a las ciuda-des industrializadas. La ciudad dejó de ser la beneficiaria diso-ciada de la producción rural y se convirtió en el propio centro de la producción industrial. Había nacido un nuevo tipo de ciudad, un nuevo tipo, sin duda, de asentamiento humano: la ciu-dad industrial.

Así pues, la Revolución Industrial conlleva cuando menos cuatro revoluciones interrelacionadas: la tecnológica, la econó-mica, la social y la geográfica. Las cuatro dimensiones fueron revolucionarias en su alcance, de ahí que se las llame también «la gran transformación»4. Pero la Revolución Industrial no fue revolucionaria porque avanzara con rapidez; se desplegó a lo largo de un siglo de transformaciones graduales en Gran Bre-taña, más o menos a partir de 1760 y hasta alrededor de 1870. Revolucionaria en cuanto a sus transformaciones radicales, gradual en su ritmo: así fue la «gradación industrial».

Desde entonces hemos estado viviendo en una permanente Revolución Industrial que ha producido, entre otras cosas, el motor de combustión interna, la electrificación, la energía ató-mica, las energías renovables y sus propias alternativas posin-dustriales. A esta expansión en el tiempo hay que sumar otra en el espacio. Todos fuimos británicos, o quisimos serlo: Europa occidental, Norteamérica, Europa oriental, América Latina, Asia oriental, África... cada región, a su vez, desempeñó su papel para convertir la Revolución Industrial en global.6

Con ello, las tecnologías y las economías cambiaron en todo el mundo, las sociedades de pirámide perenne entraron en com-petencia con las nuevas sociedades piramidales industriales de

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todo el planeta. En algunos casos, esto allanó el camino a las sociedades en forma de rombo; en otros, no. Y en todas partes, el tipo predominante de asentamiento humano pasó a ser la ciudad industrial y posindustrial a expensas del pueblo durante los dos últimos siglos. En este sentido, aún estamos viviendo en la gradación industrial, este conjunto de procesos graduales que alumbraron cambios revolucionarios.

No cabe extrañarse de que, cuando los perennes patrones tecnológicos, económicos, sociales y geográficos fueron despla-zados por otros nuevos, se diera una dinámica similar de des-plazamiento de lo permanente por lo revolucionario en el ám-bito político. El autoritarismo perenne tuvo que ceder terreno para ampliar la democratización en el tiempo y el espacio.

la revolución democrática

La inminente llegada de la sociedad y el régimen democráticos suponía otra gradualidad. En los tiempos de la puesta en mar-cha de la gradación industrial, Gran Bretaña no estaba gober-nada por un régimen democrático ni era una sociedad demo-crática. Es verdad que el autoritarismo monárquico como tal había sido desplazado desde los días de la Revolución Gloriosa (1688) y el Parlamento, gracias al Acta de Unión (1707) y las Actas de Unión (1800), pasó a convertirse en el Parlamento de Gran Bretaña y el Parlamento del Reino Unido, respectivamen-te. El crecimiento de esta monarquía constitucional parlamen-taria y de la vía gradualista que llevó a ella convirtió a Gran Bretaña en modelo para los liberales. En este sentido, los libe-rales del mundo eran británicos o querían serlo. Aparte de ser el modelo hegemónico, Gran Bretaña era cualquier cosa menos democrática. Políticamente, solo entre el tres y el cinco por ciento de los ingleses podía votar, un porcentaje que era aún menor en el caso de los escoceses y los irlandeses. En lo social, la sociedad británica era manifiestamente jerárquica, con unos

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supuestos privilegios en el vértice de la pirámide y la deferencia fluyendo en sentido ascendente.

La gradación democrática consiste en la superación de estas dos situaciones: la voz en política restringida solo a un grupo minúsculo y el complejo de privilegio-sumisión. Políticamente, la gradación democrática conllevó progresivamente el derecho al voto masculino entre 1832 y 1918. Cuando terminó la Pri-mera Guerra Mundial, se concedió el derecho al voto a todos los hombres de veintiún años o mayores. La misma Acta de Representación del Pueblo de 1918 concedía el derecho al voto a las mujeres mayores de treinta años que tuvieran propiedades propias. Diez años después, se reconocieron los mismos dere-chos al voto a las mujeres y los hombres de veintiún años o mayores, sin restricción alguna debida a la posesión de propie-dades. Ciento veintiocho años después de las Actas de Unión (1800), todos los ciudadanos británicos tenían derecho a votar. En 1969, tal derecho se extendió al grupo de edad de entre die-ciocho y veintiún años.7

En lo que a lo social se refiere, la gradualidad democrática redujo la brecha entre los privilegiados y los no privilegiados, permitiendo el acceso a una vivienda, una alimentación, una sanidad, una educación y una tecnología mejores a segmentos cada vez más amplios de la sociedad. A medida que la demo-cratización avanzaba, la sumisión social menguaba, allanando así el camino a la creciente reivindicación e incluso al desafío abierto de la tradicional deferencia.

las «revoluciones sinérgicas»

El hecho de englobar las transformaciones tanto políticas como sociales, gracias a la gradación democrática, se ajusta perfecta-mente al carácter dual del gradualismo industrial, con su lado tecnológico yendo de la mano de sus transformaciones sociales y geográficas. Por ello, además de su simultaneidad y su natu-

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raleza gradual, se considera que las revoluciones Industrial y Democrática son «revoluciones gemelas».8Y, en efecto, otras similitudes acuden a la mente. Como en el caso de la gradación industrial, hasta hoy la democrática ha demostrado tener un carácter expansivo duradero en el tiempo y en el espacio. En lo que atañe al tiempo, ha ido abarcando más y más circunscrip-ciones electorales. Y en lo que al espacio se refiere, cada vez más y más estados la han ido adoptando, hasta acabar por ser, entrado el siglo xxi, el principal tipo de régimen político y de forma de vida social del globo.

Además de que se las considere gemelas, las revoluciones Industrial y Democrática también pueden verse como «revolu-ciones sinérgicas», puesto que su relación contiene un bucle de retroalimentación. El aumento de la productividad que la in-dustrialización trajo consigo hizo posible la democratización social. Con la bajada de los precios y la subida de los salarios, segmentos cada vez más numerosos de la sociedad pudieron disponer de una vivienda, una sanidad, una educación y una tecnología mejores. Además, como bien se sabe, el cliente siem-pre tiene razón, por lo que, con el aumento del consumo, el poder adquisitivo de esos consumidores empezó a convertirles en poderosos actores sociales. Sus exigencias fueron tenidas en cuenta cuando las empresas analizaron los bienes y los servi-cios cuya demanda iba a ir en aumento. Y, al revés, la democra-tización social derivada de la subida de los salarios estimuló la permanente innovación tecnológica destinada a reducir aún más los costes de la mano de obra, con lo que la industrializa-ción se aceleró.

Al mismo tiempo, la aparición de la nueva sociedad pira-midal de habitantes urbanos debido a la Revolución Indus-trial fomentó la asociación de personas con idénticas preocu-paciones existenciales. Esas personas organizaron asociaciones profesionales, sindicatos y partidos políticos. Las consiguien-tes agendas y demandas poco a poco hicieron incursiones en el ámbito público —hasta entonces terreno de unos pocos pri-

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vilegiados—, exigiendo tener voz en la toma pública de deci-siones. Y, por otro lado, los ciudadanos con derecho a voto eran una fuerza laboral con estudios y más comprometida; este mejor capital humano iba a la par del capital físico y fi-nanciero acumulado por la industrialización. Así que la siner-gia actuó de nuevo y aportó una mano de obra más productiva al ciclo en permanente crecimiento de la productividad indus-trial.

Por tanto, en virtud de las revoluciones sinérgicas, los an-tiguos súbditos de los regímenes autoritarios fueron ascen-diendo a la condición de consumidores y ciudadanos de unas sociedades y unos Estados gradualmente democratizados. La industrialización puso en marcha la democratización política y social. A su vez, la democratización avivó la industrialización. Esta fue la espiral sinérgica que hizo fuertes a la economía, el ejército, la sociedad y el atractivo cultural de Gran Bretaña, una fuerza que la catapultó hacia la hegemonía mundial. La próxima vez que el lector vea un partido de fútbol, se dará cuenta de que lo hace debido a las revoluciones sinérgicas que convirtieron a Gran Bretaña en el jefe supremo del mundo.

gemelos no idénticos

Las revoluciones gemelas, además de semejanzas, también tie-nen diferencias. El sistemático avance de la industrialización no estuvo acompañado de una constante democratización. En múltiples casos, la progresión democrática se detuvo ante una reacción autoritaria. Cada una de las tres revoluciones tecnoló-gicas posteriores (la Segunda Revolución Industrial, la Revo-lución de la Información y la Revolución de la Inteligencia Ar-tificial) desbancó a las anteriores tecnologías, los sistemas de organización, la producción y la actitud social, en general. Por su parte, la Primera Ola de Democracia fue innovadora en el sentido de que estableció un nuevo tipo de régimen político. Sin

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embargo, las otras dos olas de democracia, aparte de reempla-zar a otros regímenes políticos o de ampliar la democratiza-ción, en muchísimos casos se limitaron a restaurar la democra-cia donde había flaqueado. Las olas de industrialización no tuvieron tal propiedad restauradora. La segunda ola de indus-trialización nunca tuvo nada que ver con traer de nuevo la fuer-za del vapor una vez que quedó obsoleta.

Otra importante diferencia entre los gemelos guarda rela-ción con la ubicación. La Revolución Industrial fue exclusiva-mente británica al principio; en cambio, la Revolución Demo-crática entró en erupción en diversos lugares casi al mismo tiempo. Cuando la gradualidad democrática de Gran Bretaña ya estaba en marcha, estallaron auténticas revoluciones —las democráticas— en las trece colonias británicas de Norteaméri-ca (1776) y en Francia (1789). La Revolución Americana (1776-1783) se liberó de la monarquía autoritaria británica en su fase más temprana de la democratización gradual. Los colonos de las Trece Colonias no disfrutaban siquiera de una representación marginal que en Inglaterra la aristocracia terrateniente consi-guió al inicio de la Guerra Civil inglesa (1642-1649) y la Revo-lución Gloriosa (1688).

Esta fue la exigencia original de los patriotas americanos: «Ningún impuesto sin representación». Cuando el conflicto entre la monarquía parlamentaria británica y los patriotas se intensificó, lo mismo ocurrió con las exigencias. La Revolu-ción Americana acabó por establecer una nueva entidad polí-tica: los Estados Unidos de América, con un nuevo régimen político —una república— y una nueva constitución basada en la división de los poderes ejecutivo, legislativo y judicial, además del principio de la representación. Asentada en esta sólida base, la Revolución Democrática americana siguió ex-pandiéndose en el ámbito político a caballo de las olas demo-cráticas, de modo parecido a la trayectoria británica.

En lo político, el derecho al voto alcanzó a todos los ciuda-danos varones en 1870 (Decimoquinta Enmienda), a todos los

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ciudadanos en 1920 (Decimonovena Enmienda) y a los ciuda-danos más jóvenes (de dieciocho años o más) en 1971 (Vigesi-mosexta Enmienda). Pero en 1965, fue necesario sancionar la Ley de Derecho al Voto para impedir la discriminación racial de los votantes, subrayando así la singularidad americana como sociedad post-apartheid. A la par que creció el número de elec-tores, un número creciente de ciudadanos también consiguió gradualmente acceso a una vivienda, una alimentación, una sa-nidad, una educación y una tecnología mejores. La progresiva posibilidad de defender las opiniones propias que abre la de-mocratización social se refleja perfectamente en la historia americana con la emergencia del Partido Demócrata y su victo-ria electoral en 1828. Con ella, la joven república dejó de ser dominio exclusivo de la élite socioeconómica ilustrada. Desde entonces, segmentos cada vez más amplios de la sociedad han continuado defendiendo sus ideas en los escenarios más impor-tantes de la vida pública y en los mercados.

El otro caso crucial y genuinamente revolucionario para la Revolución Democrática fue la Revolución Francesa (1789). Una vez más, el desencadenante de esa revolución fueron las exigencias impositivas de la monarquía. Eran unos impuestos directamente relacionados con los gastos que para los franceses generó su apoyo decisivo a los patriotas de la Guerra Revolu-cionaria americana. En última instancia, aquellas exigencias acabaron, visto el precedente de la Guerra Civil inglesa, con la decapitación del rey. Y, como en los casos de las revoluciones democráticas de Gran Bretaña y Estados Unidos, a esta le si-guió una gradual expansión en los ámbitos político y social: ampliación del derecho al voto y mejora de las condiciones de vida. La singularidad del caso francés como la apoteosis de la Revolución Democrática es la generalizada movilización del conjunto de la sociedad y su aprovechamiento para fomentar un proyecto político.

Dicho proyecto fue un imperio francés: europeo, quizá glo-bal, resultante en la entronización de Francia como jefe hege-

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mónico del mundo. En este caso, ¿qué acontecimiento depor-tivo hubiera estado viendo la mitad de la población mundial en 2022? ¿El campeonato mundial de petanca? La exhaustiva movilización se logró mediante el reclutamiento militar uni-versal, la levée en masse. Recordemos que la Revolución De-mocrática convirtió a los súbditos en ciudadanos. Los ciuda-danos adquieren derechos, pero también tienen obligaciones, incluida esta nueva: defender lo que la revolución les ha con-seguido e impedir que la aristocracia terrateniente, asentada en lo más alto de la pirámide social, ya fuera en casa o en el extranjero, les arrebatara sus derechos recién conseguidos. En agudo contraste, ¿qué gobernante autocrático europeo (de don-de fuera) que estuviese en su sano juicio proveería armamento y formación militar a esas multitudes de súbditos? Estos ocu-paban la base de la pirámide social y el monarca debía mante-nerlos a raya en beneficio de sus colegas aristócratas propieta-rios de las tierras.

Esta es la evidente diferencia que está en la base del excep-cional éxito francés durante las Guerras Revolucionarias y Na-poleónicas. Mediante su democratización —concretamente, dando acceso a las masas—, el ejército francés, la Grande Ar-mée, llegó a estar integrado por medio millón de soldados o más, quizá hasta seiscientos ochenta mil. Sus enemigos, los aristócratas terratenientes y los profesionales juntos, ni siquiera podían acercarse a igualar ese número. La suma de las fuerzas de Austria y Prusia, por ejemplo, era de ochenta y un mil hom-bres al principio del conflicto. Siendo todo lo demás (la tecno-logía militar, la logística, la táctica, la estrategia, el grado de motivación) más o menos igual, la diferencia numérica se tra-dujo en una larga serie de victorias francesas hasta que el «Ge-neral Invierno», el crudo invierno ruso, cambió por completo la situación en 1812 al diezmar al descomunal ejército francés en las praderas de Rusia y reducirlo a solo cien mil efectivos.9

Y, lo que es más importante, este acentuado contraste entre los ejércitos también marca el advenimiento de la política de

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masas. Cinco mil años de una disposición ininterrumpida que garantizaba el cuasi monopolio en la propiedad de la tierra, el mando militar y la toma de decisiones públicas, en manos de la aristocracia terrateniente acomodada en la cúspide de la pirá-mide social, llegaban al principio de su fin. Primero la Revolu-ción Francesa y después el Imperio francés —imponiendo re-gímenes republicanos, motivando a sus admiradores a abolir monarquías u obligando a sus enemigos a adoptar algunas de sus innovaciones— desencadenaron la participación ciudadana en el ámbito público. El número de electores no cesaría de au-mentar.

un experimento con sinergia

El despliegue de la Revolución Democrática en Francia y en Estados Unidos también pone de relieve las fuerzas multiplica-doras de las revoluciones sinérgicas, tal y como catapultaron a Gran Bretaña a la hegemonía mundial. Desde el final de la Guerra de los Treinta Años (1618-1648), Francia había sido el pretendiente a la hegemonía global, afanándose en llenar el va-cío hegemónico dejado por la derrota de la Unión Ibérica, los imperios globales de España y Portugal, bajo el cetro de un mismo rey (1580-1640). Francia nunca estuvo más cerca de alcanzar este objetivo, presente desde hacía ciento cincuenta años, como durante las Guerras Revolucionarias y Napoleónicas. La Revolución Democrática, con el advenimiento de la política de masas, la ciudadanía y el voto universal, dio a Francia una potente ventaja al acabar por abrirse camino y tomar la delan-tera respecto de quienes durante mucho tiempo habían sido sus enemigos.

Sin embargo, toda la ventaja que este más que atrevido caso de democratización generó no solo fue incapaz de sobreponerse al «General Invierno», sino que tampoco pudo con la incipiente sinergia de la industrialización y la democratización que estaba

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despegando en Gran Bretaña por entonces. No fue hasta des-pués de veinticinco años de largas Guerras Revolucionarias y Napoleónicas (1792-1815), cuando Francia entró en su revolu-ción industrial. Para entonces, la abolición de la servidumbre, la igualdad legal en el nuevo régimen jurídico enmarcado por el Código de Napoleón y el nuevo mercado nacional sin aranceles internos —todo ello fomentado por la Revolución Francesa— aplicaron fácilmente sus fuerzas a la inminente llegada de la industrialización. Sin embargo, para hacerse con la hegemonía mundial, ya era demasiado tarde.

No obstante, Francia pasó a ser un socio importante en el orden mundial hegemónico británico, en particular después de la unificación de Alemania en 1871. Como tal, pese a que su poderío político y militar quedó atrás, al igual que su poder económico-financiero, la cultura francesa disfrutaba de un es-tatus hegemónico en múltiples ámbitos, como los de la planifi-cación urbana, la arquitectura, la literatura, la moda y la gas-tronomía. Así lo demostró la Exposición Universal celebrada en París en 1855 —solo anticipada por la Gran Exposición de Hyde Park, en Londres—. En efecto, actualmente en torno a la mitad de la población mundial sigue el Tour de Francia, una cantidad de aficionados que aumentaría si incluyéramos otras carreras ciclistas, un invento francés que data de 1868.10En lo que al fútbol se refiere, la Copa del Mundo de la FIFAy la Eu-rocopa de la UEFAfueron instituidas, respectivamente, por los franceses Jules Rimet y Henry Delaunay. Otra cosa son los re-sultados. Ni la selección nacional inglesa ni la francesa tienen los registros más impresionantes. Tales honores corresponden a Brasil, Italia y Alemania. Hasta la hegemonía mundial tiene sus limitaciones.

Una falta similar de sinergia se observa en la potencia he-gemónica del futuro. La Revolución Democrática americana cambió el destino de las Trece Colonias, pero no las impulsó a que ocuparan el escenario hegemónico. Es verdad que Estados Unidos pasó a ser un modelo para el futuro del hemisferio oc-

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cidental. Junto con la Revolución Francesa y las Guerras Napo-leónicas, la Revolución Americana inspiró a los patriotas lati-noamericanos que, entre 1810 y 1820, derrotaron al gobierno colonial, crearon repúblicas y esbozaron constituciones si-guiendo las huellas del modelo estadounidense.11Pero para una auténtica posición hegemónica mundial, la Revolución Demo-crática debía ir acompañada de la industrialización. Estados Unidos tuvo que esperar hasta 1813 para lanzar esa sinergia. Ocurrió cuando Francis Cabot Lowell regresó de Gran Bretaña con el diseño de los telares mecánicos almacenados en su me-moria, con el firme propósito de copiarlo en Massachusetts. Con el éxito de esta experiencia, la Revolución Industrial había empezado.12En este caso, la sinergia no llegó tarde. La hegemo-nía mundial se alzaba imponente en el horizonte para Estados Unidos.

otra pareja de gemelos: el libre comercio y la ventaja comparativa

Una de las múltiples consecuencias de las revoluciones sinér-gicas es el auge del libre comercio. Como sistema económico, el libre comercio simplemente establece que todos deben disfrutar de la libertad de comerciar con todos los demás sin restricciones, limitaciones, aranceles, subvenciones, impuestos ni cualquier otro obstáculo ni imposición que distorsione ese intercambio. Tal posibilidad, formulada con todo entusiasmo por los econo-mistas británicos Adam Smith y David Ricardo, estaba tan lejos de la realidad como seguramente podría haberlo estado con an-terioridad a la puesta en marcha de las revoluciones sinérgicas, una época caracterizada por «el cuasi-monopolio». El comercio mundial estaba dominado por los imperios marítimos europeos. Estos cumplían religiosamente con los principios del mercantilis-mo ideado para sellar el comercio con las colonias exclusivamen-te en beneficio de sus monopolios. El contrabando era la única

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forma de sortear estas barreras, pero por mucho que hubiera (y lo había), no era más que una barraca de feria.

Todo esto empezó a cambiar drásticamente con el estallido de la Revolución Americana que, en 1783, acabó por echar a los británicos del juego del cuasi-monopolio. Ante tal tesitura, la actitud británica fue: si ya no podemos jugar al monopo-lio, ¿por qué vamos a dejar que otros lo hagan? La estructura mercantilista del comercio era suficientemente dura. Daba por supuesto un juego de suma cero entre los monopolios, en el que las ganancias de cualquiera gracias al comercio con las colonias suponían las pérdidas de todos los demás. Sin embar-go, por brusco que fuera ese juego, mucho peor era quedar expulsado de él por completo como le ocurrió a Gran Bretaña con la pérdida de las Trece Colonias. La conclusión británica no tardó en llegar: si perdimos nuestro monopolio allí, ¿por qué los demás no han de perder también sus monopolios con sus colonias? «¡Libre comercio!» se convirtió en el clamor bri-tánico.

Pero la reivindicación del libre comercio de los británicos no era una simple cuestión de igualdad de condiciones. No era meramente una actitud de: «Antes todos jugábamos al mono-polio, pero dado que ya no podemos seguir haciéndolo, ahora todos debemos jugar al libre comercio». Mucho más que esto, la reivindicación británica del libre comercio fue un movimien-to oportunista cuyo objetivo era sacar provecho de su ventaja crucial: la industrialización. La organización mercantilista del comercio mundial se basaba en que cada metrópoli se benefi-ciara de sus colonias. Disponer el mundo de acuerdo con el principio del libre comercio siendo la única potencia equipada con la industrialización significaba que Gran Bretaña podía be-neficiarse de todas las colonias, no solo de las suyas. En reali-dad, no solo de todas las colonias, sino también de sus respec-tivas metrópolis. Y no únicamente de los imperios marítimos globales, sino también de aquellas partes del mundo por en-tonces inalcanzables para las metrópolis europeas: los imperios

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de la pólvora euroasiáticos, y la mayor parte del continente afri-cano. La pérdida de Gran Bretaña de su cuasi-monopolio mer-cantilista en relación con sus colonias se transformó en un be-neficio británico de un cuasi-monopolio global impuesto desde la lógica del libre comercio. Con Gran Bretaña en tal posición aventajada, gracias a la industrialización, ¿qué les quedaba a los demás? En tres palabras: la ventaja comparativa.

El principio de la ventaja comparativa establece que una so-ciedad marcha mejor si produce y exporta los productos para los que está mejor posicionada de acuerdo con su dotación de factores —la tierra y el medioambiente, la mano de obra, el capital— e importa todos los demás. Además, el resultado de la suma de la producción de sociedades empleadas en el libre co-mercio y la práctica del principio de la ventaja comparativa siempre será mayor que su producción combinada si estas mis-mas sociedades son autosuficientes o autárquicas. ¿No le con-vence al lector? El economista inglés David Ricardo (1772-1823) se lo demuestra matemáticamente.

En su famoso ejemplo, Ricardo considera una economía mundial consistente en dos países, Portugal e Inglaterra, que elaboran dos productos de idéntica calidad. En Portugal se puede producir vino y tela con menos mano de obra de la que sería necesaria para las mismas cantidades en Inglaterra. Sin embargo, los gastos relativos de fabricar estos dos productos son distintos en cada país. En Portugal, se necesitan noventa horas de trabajo para producir una unidad de tela y ochenta horas para una unidad de vino. En Inglaterra son necesarias cien y ciento veinte horas, respectivamente. Por tanto, Inglaterra podría dedicar cien horas de mano de obra para producir una unidad de tela o en su lugar producir 5/6 unidades de vino. En comparación, Portugal podría dedicar noventa horas de mano de obra a producir una unidad de tela o en su lugar 9/8 uni-dades de vino. Entonces, Portugal posee una ventaja absoluta para la producción tanto de tela como de vino gracias a su productividad superior. Inglaterra, en este ejemplo hipotético

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extremo, está en absoluta desventaja. Necesita doscientas vein-te horas de trabajo para producir una unidad de tela y una de vino, mientras que en Portugal estas mismas cantidades se pro-ducen en ciento setenta horas de trabajo. Sin embargo, la ven-taja comparativa de Inglaterra está en la producción de tela, en la que su desventaja respecto a Portugal es menor: cien horas por unidad frente a las noventa de Portugal, comparado con las ciento veinte horas por unidad de vino frente a las ochenta ho-ras de Portugal.

Si los dos países producen tela y vino, Inglaterra necesitará doscientas veinte horas de trabajo para producir una unidad de cada producto y Portugal, ciento setenta horas para hacer lo mismo. Después de trescientas noventa horas de trabajo, habrá dos nuevas unidades de tela y dos nuevas unidades de vino en el mundo. Por el contrario, si estos dos países se atienen al prin-cipio de la ventaja comparativa, Inglaterra puede dedicar sus doscientas veinte horas de mano de obra a producir 2,2 unida-des de tela, mientras que Portugal puede dedicar sus ciento se-tenta horas a producir 2,125 unidades de vino. De acuerdo con el principio de la ventaja comparativa, con esta división del trabajo y la especialización que conlleva, se obtiene un benefi-cio neto de 0,2 unidades de tela y 0,125 unidades de vino. ¡Los dos países salen ganando!13

Es posible que ambas afirmaciones sean verdad. Sin embar-go, la prosperidad que tal principio anuncia se consigue a un enorme precio. La realidad es que la aplicación de este princi-pio perpetúa y justifica la división mundial del trabajo y, por consiguiente, la división mundial del capital y el poder. En re-sumen, este principio, basado en ecuaciones matemáticas, jus-tifica y congela el statu quojerárquico en el que se encuentran las sociedades del mundo. Para decirlo sin rodeos, una socie-dad especializada en la producción de vino, dado que dispone de tierra, un clima adecuado, una mano de obra barata pero poco capital, acoge con entusiasmo el principio de la ventaja comparativa para seguir produciendo vino indefinidamente.

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A una sociedad que fabrica tejidos manualmente, sin telares mecánicos, lo mejor que se le puede aconsejar es que deje de ha-cerlo y, en su lugar, se concentre en una actividad que se ajuste mejor a su dotación de factores, por ejemplo, en cultivar algo-dón. En tal caso, tendría sentido que ese algodón fuera hilado y tejido donde estén situados los telares. A su vez, una socie-dad industrializada debería centrarse en fabricar esas telas, no en cultivar algodón. ¿Les suena a los lectores? ¡Evidentemen-te! Suena exactamente igual que el Acta de Derogación de las Leyes de los Cereales (Gran Bretaña, 1846; véase más arriba, pág. 29).

Las consecuencias de aplicar el principio de la ventaja com-parativa tienen dos caras. Por un lado, y siguiendo el ejemplo anterior, los trabajadores agrícolas quedaron atrapados en un ciclo de trabajo en los viñedos con escasa inversión de capital, baja tecnología, poca productividad, salarios bajos y poca ca-pacidad de consumo. Por otro lado, los trabajadores artesanales textiles, que hasta entonces ganaban salarios medios, fueron de-gradados al nivel de trabajadores agrícolas, ya que la especializa-ción los había obligado a producir algodón. Y, por último, la creciente productividad de la industria, unida al incremento de mercados para el libre comercio, impulsó la acumulación de ca-pital, el desarrollo tecnológico, una productividad aún mayor, la subida de los salarios y una mayor capacidad de consumo. Cada uno de estos tres diferentes desarrollos se perpetuaron en virtud de la fe en el principio de la ventaja comparativa y su práctica, que asignaba tareas específicas a las diferentes sociedades. Y así se creó una división mundial del trabajo. Esto aconteció no en teoría ni en demostraciones matemáticas; esto es lo que real-mente ocurrió en la práctica: Portugal ejemplifica el primer de-sarrollo, la India el segundo, Gran Bretaña el tercero. Así es como nació la sociedad estratificada en tres niveles (véase más adelante, Breve glosario de términos básicos, págs. 455-474).

Esta pareja adicional de gemelos, el libre comercio y la ven-taja comparativa, aportaron el apoyo filosófico y científico a la

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dirección ya en curso conseguida con la riqueza y el poder acu-mulados gracias al despliegue de las revoluciones sinérgicas. Tal apoyo consistía en formular una visión o una idea del mun-do, así como un conjunto de políticas concretas. Esas ideas re-comendaban una división mundial del trabajo que asignara especializaciones a las diferentes partes del globo. Las políticas intentaban derribar cualquier barrera que obstruyera el libre flujo del comercio. Juntas, estas ideas y políticas contribuyeron a organizar el mundo en una escala jerárquica de riqueza y po-der con un rango de desigualdad que jamás había existido a lo largo de toda la historia.

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DOS PAREJAS DE GEMELOS EN UNA GIRA MUNDIAL

en europa como en casa

¡Se marcharon! Hacia mediados del siglo xix, las dos parejas de gemelos de la potencia hegemónica mundial —las revoluciones Industrial y Democrática; las doctrinas del libre comercio y la ventaja comparativa— hicieron una gira por el mundo que lo transformó de raíz e hizo que todos fuéramos británicos. Al otro lado del canal de la Mancha, se daban las circunstancias apropiadas para asegurar una diligente imitación y acomoda-ción al modelo que Gran Bretaña había iniciado, señalando la dirección hacia el futuro. Como Gran Bretaña, Europa occi-dental llevaba ya un par de siglos dedicada a la investigación científica y las innovaciones tecnológicas. Como en Gran Bre-taña, los salarios de los trabajadores eran suficientemente altos para dar un impulso decisivo a la producción mecanizada. Como en Gran Bretaña, el subsuelo estaba repleto de grandes cantidades de carbón utilizable como una energía que los dife-rentes países se podían permitir. Estas tres realidades demostra-ron ser suficientes para que en el continente se adoptara la in-dustrialización.

El crecimiento económico se disparó: las vías férreas y los trenes, los barcos de vapor y los puertos, las fábricas y los ban-cos se expandieron frenéticamente entre 1850 y 1870. Al cre-cimiento económico le siguieron unas profundas transforma-ciones sociales: el auge de las ciudades y la aparición de una

2. DOS PAREJAS DE GEMELOS EN UNA GIRA MUNDIAL

dos parejas de gemelos en una gira mundial 47

nueva pirámide social. Gran Bretaña se convirtió en el modelo deseado para Europa occidental. En un acto indicativo de la sutil fortaleza del poder blando,* Francia, patria de la doctri-na mercantilista, redujo sus aranceles. El liderazgo ideológico británico se tradujo en el establecimiento de los acuerdos de libre comercio entre Gran Bretaña, Francia, Bélgica y Países Bajos. De la mano de la hegemonía británica, la industrializa-ción y el libre comercio habían llegado a Europa occidental para quedarse.1

mapa 2: Dos parejas de gemelos en una gira mundial.

* Término que se usa en relaciones internacionales para referirse a la ca-pacidad de un actor político, por ejemplo un Estado, para incidir en las accio-nes o intereses de otros actores, sirviéndose de medios culturales e ideológicos, además de los diplomáticos. (N. del t.)

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los imperios de la pólvora jugando al catch-22*

Los resultados de la gira de los gemelos fueron diferentes en el resto de Eurasia. Entre el mar Báltico y el océano Pacífico, los