Breve historia política de Sudáfrica - Ángel Dalmau Fernández - E-Book

Breve historia política de Sudáfrica E-Book

Ángel Dalmau Fernández

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Beschreibung

En esta obra se aborda el surgimiento del apartheid como resultado de la etapa de colonización de Sudáfrica. El autor hace un recorrido histórico por cada una de las etapas de formación y desarrollo económico, político y social de ese país, donde destaca los principales actores que lucharon contra este régimen de dominación. También aborda las acciones de Cuba junto al pueblo sudafricano en la lucha por su liberación, así como la figura de Nelson Mandela.

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Seitenzahl: 265

Veröffentlichungsjahr: 2024

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Edición: María de los Ángeles Navarro González

Diseño interior y cubierta: Yisell Llanes Cuellar

Corrección: Magda Dot Rodríguez

Composición: Amarelis González La O

© Ángel Dalmau Fernández, 2013

© Sobre la presente edición:

Editorial de Ciencias Sociales, 2022

ISBN: 9789590624681

Estimado lector, le estaremos muy agradecidos si nos hace llegar su opinión, por escrito, acerca de este libro y de nuestras ediciones.

INSTITUTO CUBANO DEL LIBRO

Editorial de Ciencias Sociales

Calle 14, n.o 4104, entre 41 y 43, Playa, La Habana, Cuba

[email protected]

www.nuevomilenio.cult.cu

Índice de contenido
Prólogo
Introducción
- capítulo i -
Desarrollo histórico del capitalismo racial (1652-1948)
- capítulo ii -
Colonialismo británico (1806-1910)
La era imperialista y el período segregacionista de desarrollo capitalista
Unión de Sudáfrica
La industria minera
Transformación capitalista de la agricultura
Desarrollo de la producción industrial
Contradicciones y lucha de clases
Institucionalización de la política de segregación racial
Bantustanes
El Partido Nacionalista
- capítulo iii -
Origen y surgimiento del Movimiento de Liberación. El Congreso Nacional Africano
La lucha armada
- capítulo iv -
El Partido Comunista Sudafricano
- capítulo v -
Otros actores antiapartheid
Congreso Pan Africanista
Movimiento sindical
Movimiento de conciencia negra
Movimiento Unido de Sudáfrica
Organizaciones basadas en la comunidad de origen indio
Frente Democrático Unido
Partido Inkatha
Los Mestizos: Partido Laborista Sudafricano
Consejo de Iglesias de Sudáfrica
Opositores blancos al racismo
Los liberales
Unión Nacional de Estudiantes Sudafricanos
Ramillete negro (black sash)
Opositores a la guerra
- capítulo vi -
Etapa final del proceso negociador
- capítulo vii -
Cuba y el Movimiento de Liberación Sudafricano
Contribución de los pioneros cubanos
- capítulo viii -
Rolihlahla Mandela
Lucha de liberación
Winnie Mandela
Clandestinidad
La vía de la lucha armada
Bibliografía
Datos de autor

Prólogo

Acostumbrado a escribir informes como funcionario diplomático al servicio del Gobierno de Cuba y como periodista de la Agencia Prensa Latina, a mi amigo Ángel Dalmau le pareció que me sería fácil escribir el prólogo a un libro que en pocas líneas recorre la triste, tumultuosa y compleja historia de la actual República de Sudáfrica.

Ocupaba el puesto de director de África Subsahariana en la Cancillería y había desempeñado cinco misiones permanentes en el continente, además de muchos otros viajes en misión oficial que incluyen casi todas las naciones de esa región. Y es que nunca antes se me había ocurrido que alguien me pidiera un trabajo de ese tipo, hecho que sucedió precisamente cuando me preparaba para la misión más delicada e importante de mi carrera en el servicio exterior, al ser designado como embajador de Cuba en Francia.

En París cumplo con el deseo de Dalmau, con quien desde la década de 1970 inicié una amistad que con los años se ha vuelto indisoluble, como resultado de su pertinaz apego a sus ideales ideológicos y éticos, matizados con una honestidad personal a toda prueba.

En una ocasión, cuando él ya ocupaba el cargo de embajador en Egipto, coincidimos todos los jefes de misiones diplomáticas de Cuba en el exterior en un encuentro con el Comandante en Jefe Fidel Castro en el Palacio de la Revolución. Después de escuchar las orientaciones del líder histórico, pasamos a otra sala donde nos esperaba este, quien nos saludó uno a uno. Al llegar a Dalmau, le dio un abrazo más extendido que a todos los demás y unas palmaditas en la espalda en un lenguaje que solo ellos dos sabrían descifrar y que, dicho sea de paso, creó cierto sentimiento de celos entre todos los que allí nos encontrábamos.

En muchas oportunidades Dalmau había tenido que reunirse con los dirigentes de la Revolución en sus actividades vinculadas al trabajo en el servicio exterior, que inició en 1967 como traductor de la embajada cubana en Egipto y culminó en 2010, después de haber cumplido su misión como embajador en el mismo país décadas más tarde.

Él ha escrito otro libro en el cual narra, de manera totalmente desenfadada, cómo llegó a convertirse en un funcionario diplomático de primer nivel, después de salir de su natal Media Luna, un pueblo rural de la antigua provincia de Oriente, donde nació y creció. Como diplomático en Londres, una vez fue “Traductor de la Realeza”, al haber tenido que actuar como intérprete en una conversación oficial del embajador cubano con la Reina Isabel. Aparte de ese paso por tierras europeas y más tarde en sus funciones como viceministro de Relaciones Exteriores para Europa, su vida se desarrolló en África o vinculada laboralmente a ese continente desde Cuba. Y sé que disfrutó mucho ese trabajo.

En Angola conoció a los combatientes de la Organización del Pueblo de África Sudoccidental (SWAPO, por sus siglas en inglés) de Namibia, también a los del Congreso Nacional Africano (ANC, por sus siglas en inglés) de Sudáfrica, a los de Zimbabue y otros. Fue el primer embajador de Cuba en Namibia en 1990, dos años después de la histórica derrota de las tropas racistas del apartheid en Cuito Cuanavale a manos de tropas cubanas, angoleñas y de las guerrillas de la SWAPO. Fue igualmente el primer embajador de Cuba en Sudáfrica, cuando después de las primeras elecciones libres de 1994 se daba por terminado el régimen del apartheid y era instaurado el primer gobierno de mayoría negra, al frente del cual fue electo el exprisionero Nelson Mandela.

Pero, para llegar a ese momento, el pueblo sudafricano tuvo que batallar incesantemente y esa historia está reflejada en este libro: Breve historia política de Sudáfrica. He comentado al autor que este es uno de esos textos —por su importancia y síntesis— buenos para leer en el trayecto de las cerca de nueve horas que hay entre La Habana y Europa o desde el viejo continente hasta Sudáfrica, sin darnos cuenta del paso del tiempo. Dalmau se encuentra entre el grupo de cubanos que pueden narrar con gran precisión y conocimiento de causa, el aporte solidario en sangre y valentía de Cuba a la independencia de los africanos.

El libro comienza con la llegada, y asentamiento, de los europeos a mediados del siglo xvii a la costa más meridional de la actual Sudáfrica y su texto nos ayuda a entender cómo y por qué ese país y sus pueblos originarios avanzaron por un camino de desarrollo económico, político y social diferente al del resto de los países africanos. Su investigación sobre estos tres aspectos se basa en un análisis científico aplicado a los hechos respectivos correspondientes, y muchas veces novedosos, que él ha elegido para guiarnos por una ruta corta hacia el conocimiento esencial del tan complicado caso sudafricano.

Aunque fueron muchos los actores políticos y de otro tipo que desempeñaron un papel importante en la transformación de la sociedad sudafricana, a través de la lucha de clases enmarcada en la lucha de la liberación nacional, el autor opta en su trabajo por la difícil tarea de presentarnos solo a algunos de ellos, entre los cuales se encuentran, como es lógico, los más importantes: el ANC y el Partido Comunista Sudafricano (SACP, por sus siglas en inglés). Y es con relación a estas dos organizaciones que Dalmau se empeña en mostrarnos, y lo hace exitosamente, una de las novedades importantes de su libro: la histórica y poco conocida alianza política de lucha común de casi siete décadas entre un movimiento de liberación nacional y un Partido Comunista.

Esa alianza, que comenzó en los años treinta y cuarenta del pasado siglo, no solo se mantuvo contra viento y marea, sino que aún continúa con ambas organizaciones compartiendo el poder político en la Sudáfrica postapartheid, a pesar de la caída del socialismo en Europa y de la desintegración de la Unión Soviética, que fue para ambas organizaciones un aliado vital. Se trata, sin dudas, de un hecho de importante valor histórico y político, tanto durante el largo proceso de lucha de liberación como ahora.

El pueblo sudafricano ha tenido momentos importantes de coincidencia histórica con el de Cuba, aunque ignorados por ambos. Cuando en 1884 los europeos se repartían África en la Conferencia de Berlín, ya hacía 16 años que los cubanos y exesclavos de origen africano, liberados por sus dueños, habían iniciado la lucha armada contra el colonialismo español.

Dos años después, en 1886, se declaraba oficialmente el fin de la esclavitud en Cuba. La guerra Anglo-Boer de 1899 y la Hispano-Cubano-Norteamericana de 1898 serían las primeras identificadas como imperialistas por el reparto del mundo. En ambas se experimentaron los inhumanos campos de concentración. Unos años antes, en 1892, José Martí había fundado el Partido Revolucionario Cubano (PRC) para dirigir la lucha contra España y contra el naciente imperio estadounidense.

Mientras tanto, Gran Bretaña finaliza el control colonial formal de Sudáfrica en 1910, cuando Estados Unidos ya había echado a andar pocos años antes la República mediatizada en Cuba.

Al implantarse el apartheid en 1948 en Sudáfrica, Cuba se encontraba igualmente sumida en una lucha dirigida por líderes sindicales y por el Partido Comunista de Cuba (PCC), fundado en 1925. El SACP había sido fundado en 1921, y el ANC incluso antes, en 1912.

Fidel ataca el cuartel Moncada en julio de 1953 y Mandela con otros compañeros desencadenan la lucha armada en 1961; en 1963 se inicia el juicio de Rivonia, nombre del lugar donde se produjo el arresto de varios miembros principales del ANC y del SACP.

Tanto Fidel como Mandela, ambos abogados, realizan su propia defensa en sus respectivos juicios, donde demostraron la justeza de sus luchas. Ninguno de los dos líderes admitió ser comunista en esos momentos, pues aceptarlo les hubiera costado más ensañamiento y abusos. Sin embargo, según cuenta Dalmau en su libro, Mandela narra mucho tiempo después que cuando se inició la lucha armada por parte del ANC y luego en la cárcel, comenzó a leer textos que lo ayudaron en su lucha; entre otros, menciona el informe de Blas Roca, líder del PCC, sobre el trabajo durante los años de clandestinidad bajo el régimen dictatorial y entreguista de Fulgencio Batista, así como los escritos del Che Guevara sobre guerra de guerrillas y los discursos y experiencias de Fidel Castro.

El presente libro cierra con un capítulo dedicado a Nelson Mandela, pero no el Mandela que desde las prisiones del apartheid se convirtió en un héroe mundial, sino el niño, adolescente, hombre joven, revolucionario y finalmente ícono de las luchas por la liberación de los pueblos, en primer lugar, del pueblo negro sudafricano, hasta convertirse en uno de los estadistas mundiales más famosos del siglo xx. Es una historia fascinante por el humanismo que encierra la vida de este gran hombre y, en particular, por los episodios vivenciados por el líder sudafricano que el autor ha seleccionado para presentarnos a este revolucionario singular en la medida en que crecía como persona y como guía. De especial interés para el lector cubano resulta conocer lo que dice Mandela sobre la Revolución cubana y sus principales líderes desde fecha tan temprana como 1961, cuando su organización tomó la decisión de optar por la lucha armada, y al buscar referentes que les pudieran ser útiles, los encontró, entre otras fuentes, en las experiencias tácticas y estratégicas de Fidel y del Che en relación con la lucha de guerrillas. También lo que más tarde, al salir en libertad, reconoce como sacrificio inconmensurable del pueblo cubano a favor de la libertad de los pueblos africanos.

Creo con toda convicción que el objetivo de Dalmau al escribir el libro se ha logrado: su utilidad para conocer mejor la historia de Sudáfrica a través de un texto resumido que, como él mismo dice, aunque excluyente de muchos hechos importantes, permite acceder a lo que por su atracción central usualmente permanece en la memoria.

Héctor Igarza

París, octubre de 2013.

Introducción

En 1884, año testigo de un depredador nuevo reparto colonial del mundo por las principales naciones europeas, reunidas en la conferencia de Berlín, la Corte Suprema de los Estados Unidos de América decidió que la Ley de Derechos Civiles de 1875 era inconstitucional, lo cual dio marcha atrás a las esperanzas de igualdad racial que la anterior confederación había anunciado. Dos años después, la misma corte aprobó la cínica doctrina de “separados pero iguales”, que determinaría el rumbo hacia la práctica constitucional de discriminación racial en ese país mediante regulaciones de los servicios públicos estadounidenses.

Muy lejos de allí, en la parte más austral del continente africano, sucedía algo bastante similar, pero con la diferencia de que, en este último caso, idénticos racistas blancos no trataban de disimular o disfrazar hipócritamente sus verdaderas intenciones de segregación y discriminación basadas en el color de la piel. Su doctrina era clara: “separados y desiguales”.

El apartheid en Sudáfrica fue notorio internacionalmente como un sistema de opresión nacional, discriminación racial y de represión extrema. La población no blanca fue clasificada en tres grupos raciales: negros, mestizos (coloured) y asiáticos, estos últimos de origen indio y malayo, de manera esencial, y también chino. Las personas de cualquiera de estos subgrupos no tenían derechos políticos ni libertad de movimientos, aunque existían algunas pequeñas diferencias. El aparato estatal del sistema de apartheid estaba dominado de manera absoluta por los blancos, incluso le negaban la condición de ciudadanía a gran parte de los africanos dueños originales del territorio.

En 1913, el Gobierno sudafricano, aún bajo dominio británico, decidió que 87 % del territorio pertenecía por ley a los blancos y que la gran mayoría de la población, es decir, la africana, así como otros grupos sociales no blancos, solo tenían derecho a 13 % restante; por supuesto, esas eran las tierras menos fértiles o menos ricas en recursos minerales. La población negra tampoco podía decidir dónde vivir, trabajar o a cuál escuela deseaba enviar a sus hijos. Los lugares de diversión, deportivos, culturales, estaban también divididos en blancos y no blancos.

En la Sudáfrica del apartheid se perseguía y sancionaba penalmente las relaciones íntimas entre personas con un color diferente de la piel; los no blancos estaban obligados a llevar siempre un pase especial firmado por algún blanco que los autorizaba a circular por zonas específicas de las ciudades y zonas rurales del país designadas para blancos. Uno de los propósitos más crueles de aquel racismo fue la obligación del contrato laboral mediante el cual se separaba a los trabajadores de sus esposas e hijos durante la mayor parte del año, con la intención de quebrar la célula más importante de cualquier sociedad: la familia.

No obstante lo anterior, cualquier explicación que se concentre solo en el componente de discriminación racial del sistema, sin tomar en cuenta su desarrollo histórico y su funcionamiento durante sus últimas décadas, pudiera arribar a conclusiones que no abarquen toda su realidad, como los intereses económicos de la clase dominante blanca. El apartheid fue un sistema económico, social y político de relaciones que tenía como objetivo producir con mano de obra barata y así generar elevadas ganancias. Fue un tipo de colonialismo especial, porque la clase que explotaba a las mayorías por ley de la fuerza no era extranjera, sino nacida en el país y, por tanto, sudafricana por nacimiento.

Aunque el concepto de razas diferentes disgusta al autor, que cree en una sola especie humana, no es posible escapar al empleo del término relacionado con ese complejo problema histórico entre los seres humanos por la existencia de diferentes colores de piel. Algún día la humanidad borrará esa infamia autoinfligida y Cuba, entre los países cuyas poblaciones están matizadas por ese crisol de colores, ha dado los pasos necesarios a partir del 1.o de enero de 1959 para poder convertirse en la primera nación en lograrlo.

Este trabajo se propone narrar, a grandes rasgos, entre otras cosas, el hecho histórico sin precedentes de la alianza política entre el Congreso Nacional Africano y el Partido Comunista Sudafricano (en lo adelante siempre ANC y SACP, por sus siglas en inglés, según corresponda) que comenzó a fraguarse a finales de la década de los treinta del siglo xx y pasó por todo tipo de conflictos políticos e ideológicos, pero sobrevivió a todos ellos gracias a la convicción ideológica y a la visión política de hombres y mujeres en dichas organizaciones, quienes fueron capaces de superarse a ellos mismos para finalmente, en 1994, arribar juntos al poder bajo la presidencia de Nelson Mandela, cuando el socialismo en Europa ya había desaparecido y la Unión Soviética desintegrado. Después de casi veinte años de gobierno democrático en Sudáfrica y de más de setenta años desde que comenzara esa unión histórica, aún se mantiene viva.

Además de estas dos organizaciones revolucionarias se mencionan algunas que, por su papel más o menos relevante, tanto en los primeros años de lucha como en las décadas de mayor enfrentamiento, merecen ser aludidas, como las sindicales, las estudiantiles, las femeninas, las religiosas y otras. En ese sentido, la historia de Sudáfrica es única y diferente a la de los otros países africanos, donde la clase obrera apenas existía y mucho menos estaba organizada. En el resto de los territorios africanos no existían otros grupos sociales, como el de los intelectuales, por ejemplo, que durante la primera mitad del siglo xx estuvieran en condiciones de ejercer presión a los gobiernos coloniales para defender sus intereses.

Esta situación en el continente cambiaría a principios de la segunda mitad de ese siglo cuando el pueblo ghanés —bajo la dirección de Kwame Nkrumah— convirtió a su país en el primero de África Subsahariana en lograr la independencia. Con posterioridad, lo conseguirían Guinea, Mali, Congo y así sucesivamente, en una avalancha de independencias de los coloniajes británico y francés. Le seguirían las independencias de las colonias dependientes de Portugal a mediados de la década de los setenta y la liberación de Zimbabue —ex Rhodesia del Sur— en 1980. Una década después, Namibia, que estaba bajo dominio del régimen racista sudafricano, alcanzó la independencia con el triunfo de la Organización del Pueblo de África Sudoccidental (SWAPO, por sus siglas en inglés).

Por último, le tocó el turno a la Sudáfrica del gobierno blanco racista en 1994 con el triunfo del ANC y Nelson Mandela como primer presidente elegido democráticamente. A partir de ese momento, el único caso colonial que faltaba por resolver en el continente africano era el de Sahara Occidental, territorio que la exmetrópoli colonial española dejó, de manera injusta y mal intencionada, en la administración de Marruecos, país que desde entonces se niega a concederle su merecida independencia.

No podía faltar en esta obra un capítulo dedicado a Nelson Mandela. Sin embargo, la intención en esta ocasión es reflejar momentos de su vida desde la niñez y juventud que nos acercan a un ser humano extraordinario, el cual surgió en un ámbito social rural muy atrasado y llegó a convertirse en una de las figuras más importantes del mundo en el siglo xx. De hecho, este capítulo se ha dejado para el final con la intención de que el lector pueda comparar momentos de la vida política de Mandela con otros hechos que aparecen en diferentes etapas del trabajo; además, por la necesidad de ajustarse a la brevedad que sugiere el título, no se recogen de manera más amplia.

Con todo propósito se seleccionaron de manera especial algunos pasajes de su vida relacionados con la singular alianza política histórica entre el ANC y el SACP, hecho en el cual Mandela desempeñó un papel importante; primero se opuso y después aceptó ese hecho como algo vital para la lucha de liberación contra el sistema de apartheid. Aunque públicamente nunca admitió que había sido miembro de ese partido, en realidad sí lo fue, aunque no durante mucho tiempo.

Sin conocer la vital advertencia de José Martí “en silencio ha tenido que ser”, Mandela hizo uso de ella. La realidad política impuesta por las circunstancias específicas dentro de Sudáfrica, en medio del fragor de la lucha y el anticomunismo a ultranza, aconsejaba sabiamente que en su caso lo más conveniente era mantenerse como figura cimera del ANC, tanto para incrementar el número de simpatizantes dentro y fuera del país, como para no hacer crecer el número de enemigos dentro y fuera del territorio sudafricano. La siempre inteligente máxima dirección del SACP comprendió la decisión de Mandela, la aceptó y conservó el secreto.

Asimismo, se aborda lo concerniente a la importante participación y contribución de la Revolución cubana en la lucha del pueblo sudafricano por su liberación. Lo fundamental de esa parte de la historia internacionalista del pueblo cubano a favor de la libertad de muchos pueblos africanos es bastante conocida, en particular la epopeya militar contra el ejército racista sudafricano llevada a cabo en Angola y las consecuencias cruciales que salvaguardaron la independencia y contribuyeron decisivamente a la liberación de Namibia y condujeron, junto a la lucha heroica del pueblo sudafricano, a la victoria sobre el régimen fascista del apartheid.

Por el conocimiento público de estos sucesos a partir de lo que se ha escrito y divulgado, la intención en este caso es narrar de forma resumida otros aspectos de las relaciones de Cuba con el movimiento de liberación sudafricano que son menos conocidos, o que por su carácter de confidencialidad en algunos casos no se dieron a conocer con anterioridad. Esos hechos ya han sido tratados por diferentes autores, pero tal vez ninguno de ellos pueda superar la exhaustiva e incomparable investigación del profesor Piero Gleijeses1 sobre este apasionante tema emanado del internacionalismo cubano. Jorge Risquet Valdés también contribuyó mucho con sus escritos, ponencias en eventos y prólogos a libros sobre el tema. Él fue en cuerpo y alma el hombre clave de la Revolución cubana en las relaciones con África.

La principal aspiración del autor es que este libro pueda serle útil al lector y que se interese en conocer mejor la historia de Sudáfrica con un texto resumido que, aunque excluyente de muchos hechos importantes, permite acceder a lo que permanece en la memoria.

1Ver los libros de Piero Gleijeses publicados por la Editorial de Ciencias Socia­les de La Habana:Cuba y África. Historia común de lucha y sangre(2007),Misiones en conflicto. La Habana, Washington y África (1959-1976(2002, 2004, 2007 y 2015) yVisiones de libertad. La Habana, Washington y Pretoria y la lucha por el sur de África (1976-1991(2015)(N. de la E.).

- capítulo i -

Desarrollo histórico del capitalismo racial (1652-1948)

El grave conflicto sociopolítico y de intereses económicos que a partir de finales de la década de los cuarenta del siglo xx conocimos como sistema de apartheid fue resultado de la forma en que el territorio de la Sudáfrica actual fue colonizado, así como por las presiones de todo tipo ejercidas por ese tipo de colonialismo en la población autóctona. Todo comenzó cuando la Compañía Holandesa de las Indias Orientales estableció una estación de aprovisionamiento de barcos en el Cabo de Buena Esperanza en abril de 1652.

El tiempo transcurrido entre 1652 y 1948 puede dividirse en dos largos períodos: el de colonialismo mercantil entre 1652-1870 y el de la etapa de desarrollo capitalista y del proceso de segregación racial de 1880 a 1948, que continuaría hasta la última década del siglo xx. El primero de esos períodos encontró fuerte resistencia de los habitantes del territorio durante más de doscientos años, hasta su ocupación total por los colonialistas británicos en 1880.

Esta compañía holandesa arribó a la bahía de El Cabo con el propósito de afianzar condiciones geográficas que le aportaran al colonialismo holandés una mayor ventaja en su forma primitiva de acumulación de riquezas; o sea, el interés fundamental de permanecer en El Cabo estuvo motivado por sus necesidades de crecimiento económico.

El colonialismo holandés en el nuevo territorio ocupado —que se limitó durante muchos años a la región de El Cabo— se distinguió por tres características. En primer lugar, el saqueo de tierra y ganado de la población nativa; segundo, la corrupción y administración deficiente de los representantes de dicha compañía, y tercero, el establecimiento de una población colonial estacionaria. La combinación de estos tres factores condujo gradualmente a contradicciones por conflictos de intereses entre los colonos y su metrópoli holandesa. Este fue el embrión que con el tiempo se convertiría en ansias generacionales de obtención de formas de autogobierno y de autonomía económica.

Las autoridades coloniales holandesas procuraban reducir los costos de su actividad mercantil con las llamadas indias orientales y no tardaron en percatarse de la conveniencia de abandonar su política de utilizar solo empleados de la compañía en la producción de alimentos, artesanías y otras necesidades materiales para los barcos que llegaban desde y hacia Holanda con escala en El Cabo. Como resultado de esta nueva política promovieron que los colonos establecidos con carácter permanente en la región trabajaran sobre todo la tierra para cubrir esas necesidades. Estos colonos se habían asentado en las tierras arrebatadas a los habitantes originarios de la región, los khoikhoi y los san y, además, los explotaban como mano de obra esclava.

Aquellos campesinos blancos de origen holandés y del norte de la actual Bélgica que comenzaron a autollamarse campesinos libres (vryboers, y con posterioridad, simplemente boers),1 no recibirían salarios de la compañía, sino el pago por los productos que entregaban.

Pero de la misma forma que ocurrió con el estanco del tabaco en Cuba, los vryboers estaban obligados a vender sus productos a la Compañía Holandesa a precios fijados por esta; la resistencia a esa situación creció de manera gradual y muchos de los inconformes comenzaron a alejarse territorialmente de la jurisdicción colonial holandesa. Durante los ciento cincuenta años de existencia de ese colonialismo en la región de Sudáfrica conocida como Cabo Occidental surgieron diferencias importantes entre los colonos y su metrópoli, al extremo de que los primeros desarrollaron incluso un nuevo idioma, derivado del holandés y del flamenco belga, que mucho después se convirtió en idioma oficial del país con el nombre de afrikáans, del cual se deriva el gentilicio afrikáner.

A mediados del siglo xviii, esos colonos o bóeres que avanzaban hacia el nordeste en busca de más y mejores tierras se encontraron con la fuerte resistencia militar del numeroso pueblo xhosa —el mismo de hombres como Nelson Mandela y Oliver Tambo— en la región del Río del Pez (Fish River). Durante los siguientes cincuenta años de enfrentamiento ninguna de las dos partes pudo imponerse a la otra; no obstante, los bóeres lograron ocupar nuevos espacios de tierras y forzaron a las poblaciones autóctonas más débiles a trabajar como esclavas o semiesclavas. Al mismo tiempo comenzó a desarrollarse entre los bóeres una fuerte mentalidad racista que justificaba el saqueo, la expropiación de las tierras y el trabajo esclavo basado en términos bíblicos interpretados a su manera. Con la jerarquía divina de los seres arribaron a la conveniente conclusión de que los habitantes khoikhoi y san esclavizados por ellos eran —en idioma afrikáans— unos skepsels, o sea: “criaturas creadas por Dios superiores a los animales e inferiores a los hombres blancos”.

Al finalizar el colonialismo holandés y ser reemplazado por el británico en 1806, la forma de producción en la región de El Cabo no tuvo cambios sustanciales con la mano de obra esclava y semiesclava. Los holandeses tampoco habían intentado ocupar la mayor parte del territorio de la Sudáfrica actual, donde se mantenían intactas las formas de vida pastoral de los africanos. Los intereses separatistas de los colonos holandeses estaban arraigados de forma permanente, e incluso tenían su propio idioma y eran muy fuertes cuando los británicos se apoderaron de esa región.

1 Voz tomada del neerlandés. En lo adelante se mencionará la palabra en español, bóer o bóeres, en singular o plural según corresponda (N. de la E.).

- capítulo ii -

Colonialismo británico (1806-1910)

La motivación principal inicial de Londres en la ocupación de esa región fue garantizar la seguridad de sus barcos en la ruta comercial hacia India durante las guerras napoleónicas; es decir, su visión imperial del mundo no estuvo dirigida originalmente a la explotación colonial de esa región, aunque no demoró en percatarse de la conveniencia de hacerlo. La estructura socioeconómica de la colonia comenzó a cambiar con la llegada de los británicos.

Por un lado, Inglaterra se encontraba inmersa en su proceso de revolución industrial y surgía como la potencia capitalista más poderosa del mundo; por el otro, esa industrialización conducía a la aplicación de una política imperial de libre mercado para la rápida expansión de su industria y requería de nuevos mercados. Dicha política conllevó la decisión de abolir la esclavitud en la colonia de El Cabo, aunque esto no se realizó de inmediato, sino tres décadas después. El objetivo del creciente imperio británico no se limitaba a la creación de nuevos mercados para sus productos industriales, sino también a promover el desarrollo de la agricultura comercial que serviría para costear los gastos de mantenimiento económico de esa colonia.

Por tanto, comenzó en esa región sudafricana ese tipo de desarrollo, aunque lentamente en los inicios cobrando fuerza con posterioridad,y ya en la década de los sesenta del siglo xix, se había extendido en dicha colonia y en la nueva colonia británica en Natal, ubicada al Este del territorio sudafricano, en el mar Índico. Otra de las medidas adoptadas por esta metrópoli fue la flexibilización del control impuesto por los bóeres a la mano de obra africana, así como una mayor liberalización de las relaciones mercantiles. Ambas medidas no fueron bien recibidas por los colonos holandeses, quienes se aferraban a los viejos tiempos de trabajo pastoral y mano de obra africana forzosa. Por esto, tal como habían hecho antes para evadir el control colonial holandés, los bóeres iniciaron un éxodo en gran escala conocido como Trek que partía desde la colonia de El Cabo. Los británicos los persiguieron con sus tropas para mantenerlos controlados y en este proceso, que duró varios años, se apoderaron de las llamadas repúblicas del Estado Libre de Orange y la del Transvaal, fundadas por los bóeres, y así exacerbaron el repudio de los colonos al control colonial de Londres.

El otro proceso social clave que tuvo lugar a finales del siglo xviii fue la transformación de varios reinos africanos pequeños en reinos poderosos. Este hecho de consolidación gradual —conocido como Mfecane— produjo modificaciones en la estructura social de los africanos y contribuyó a reorganizar el mapa político de la parte más austral del continente. A mediados de la década de 1830 cinco grandes reinos dominaban la mayor parte de las regiones central y oriental del territorio de la actual Sudáfrica: zulú, ndebele, swazi, basotho y bapedi.

El avance de los bóeres perseguidos por las fuerzas militares británicas hacia las tierras de esos reinos provocó enfrentamientos militares con los mal equipados ejércitos africanos. A pesar de la ventaja militar de los colonos por el empleo de armas de fuego, la resistencia de los africanos fue fuerte por su mayoría numérica; y esos reinos se mantuvieron social y económicamente independientes durante décadas. Al mismo tiempo, en medio de esas contiendas, apareció una nueva figura en la región: el intercambio mercantil de los africanos con los oportunistas mercaderes británicos.