Café con aroma a calabaza - Laurie Gilmore - E-Book

Café con aroma a calabaza E-Book

Laurie Gilmore

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Beschreibung

Cuando Jeanie recibe el encargo de su querida tía Dot de llevar el Pumpkin Spice Café en el pequeño pueblo de Dream Harbor, decide aprovechar la oportunidad para empezar una nueva vida lejos de su estresante trabajo de oficina. Todos en el pueblo parecen conquistados por el buen humor de Jeanie y sus increíbles cafés de especialidad; todos excepto Logan, un granjero cascarrabias que odia los chismes y prefiere estar solo. Pero la simpatía de Jeanie y el misterio que se cierne sobre el Pumpkin Spice Café obligarán a Logan a pasar mucho tiempo con la extravagante chica de ciudad. ¿Podrá resistirse a ella y a su increíble pumpkin-spiced latte? «Te da el mismo nivel de endorfinas que un sorbo de pumpkin-spiced latte». PEOPLE Los lectores se han enamorado de Café con aroma a calabaza: «Maravillosa historia con lágrimas, risas, misterio, dudas y felicidad». «Una comedia romántica encantadora en un pequeño pueblo, donde saltan chispas…, y muy spicy». «¡Tiene todo lo que me gusta! Un cosy romance en un pueblo pequeño, buenas vibraciones, un café de especialidad y una historia perfectamente tejida entre el chico cascarrabias y la chica optimista». «Un libro precioso, perfecto para leer con una taza enorme de café especiado con canela y un jersey calentito». «ME ENCANTÓ. Las vibraciones del pueblo son geniales, el elenco de personajes que rodean a Jeanie y Logan es increíble y la historia muy conmovedora».

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Seitenzahl: 379

Veröffentlichungsjahr: 2025

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Portadilla

Créditos

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

Editado por HarperCollins Ibérica, S. A.

Avenida de Burgos, 8B - Planta 18

28036 Madrid

 

Café con aroma a calabaza

Título original: The Pumpkin Spice Café

© Laurie Gilmore 2023

© 2025, para esta edición HarperCollins Ibérica, S. A.

Publicado por HarperCollins Publishers Limited, UK

© De la traducción del inglés, Carlos Ramos Malavé

 

Todos los derechos están reservados, incluidos los de reproducción total o parcial en cualquier formato o soporte.

Esta edición ha sido publicada con autorización de HarperCollins Publishers Limited, UK.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos comerciales, hechos o situaciones son pura coincidencia.

Sin limitar los derechos exclusivos del autor y del editor, queda expresamente prohibido cualquier uso no autorizado de esta edición para entrenar a tecnologías de inteligencia artificial (IA) generativa.

 

Diseño de cubierta: Lucy Bennett/HarperCollinsPublishers Ltd

Ilustración de cubierta: © Kelley McMorris / Shannon Associates

 

ISBN: 9788410641495

 

Conversión a ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Prefacio

Dedicatoria

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Capítulo 16

Capítulo 17

Capítulo 18

Capítulo 19

Capítulo 20

Capítulo 21

Capítulo 22

Capítulo 23

Capítulo 24

Capítulo 25

Capítulo 26

Capítulo 27

Capítulo 28

Capítulo 29

Capítulo 30

Capítulo 31

Capítulo 32

Epílogo

Agradecimientos

Notas

Prefacio

 

 

 

 

 

LAURIE GILMORE escribe novelas románticas ambientadas en pueblecitos. Su serie de Dream Harbor está llena de vecinos extravagantes, espacios acogedores y romance que quita el hipo. Le encanta leer libros que combinan a la perfección los momentos dulces con un toque picante, y aspira a conseguir eso mismo cuando escribe. Si alguna vez deseaste vivir en Stars Hollow (¡o que Luke y Lorelai acabaran juntos de una vez!), entonces sus libros son ideales para ti.

Dedicatoria

 

 

 

 

 

Al tipo más barbudo que conozco, a quien le encanta vestir de franela.

Gracias por ser siempre una inspiración para mí.

1

 

 

 

 

 

Jeanie Ellis jamás había matado a un hombre, pero aquella noche tal vez hubiera llegado el momento. A grandes males, grandes remedios. Cogió con más fuerza el bate de béisbol y bajó con sigilo la desvencijada escalera de atrás.

Llevaba tres noches sin dormir. Desde que se trasladara al apartamento situado encima del café de su tía. Bueno, técnicamente ahora era su café. Jeanie se había convertido de manera oficial en la nueva propietaria del Pumpkin Spice Café, la niña de los ojos de su tía Dot hasta hacía justo dos semanas, cuando la buena mujer anunció que se jubilaba… y que se largaba unas semanas al Caribe a tomar el sol. Al parecer, a Dot no se le ocurrió nadie mejor para hacerse cargo de su adorado café que su sobrina favorita; y la única, además, tal como la propia Jeanie le recordó. Una idea que ahora, al descender de puntillas el último escalón, preparada para la batalla, se le antojaba de todo punto absurda.

Se había pasado las noches oyendo ruidos extraños. Ruidos de cosas que se arrastraban y arañaban las paredes, alternados con algún golpetazo ocasional. Al principio, trató de atribuirlo al viento, o tal vez fuera obra de algún animalillo que correteara por el callejón trasero. Se negaba en redondo a dejarse llevar por su mente catastrofista, como tenía por costumbre. No se permitiría imaginar que había un asesino en serie fugado de la cárcel subiendo furtivamente las escaleras de atrás. De ningún modo aquellos golpeteos serían culpa de un ladrón armado que hubiera acudido a llevarse el poco dinero en efectivo que su tía guardaba en la caja registradora.

Jeanie iba a empezar de cero.

Jeanie era una mujer renovada.

El pintoresco pueblo costero de Dream Harbor y sus vecinos no sabían nada acerca de ella, y tenía toda la intención de aprovechar al máximo esa circunstancia.

El ruido de algo que se arrastraba junto a la puerta trasera llamó su atención. Aprovecharía al máximo su plan de Nueva Vida, Nueva Jeanie en cuanto averiguara qué era lo que la mantenía en vela por las noches. Nadie podía llevar una vida tranquila, pintoresca y rural con un asesino en la puerta de atrás. Era cuestión de lógica.

Estranguló el bate con las manos y atravesó el pequeño recibidor situado entre las escaleras y la puerta que conducía al callejón de detrás del café. Aunque «callejón» no era la palabra adecuada. Un callejón hacía pensar en cubos de basura desbordados y ratas que correteaban entre ellos. Pero Jeanie ya no estaba en Boston. Estaba en Dream Harbor, un pueblo que, como su propio nombre indicaba, parecía salido del sueño de alguien. Resultaba demasiado idílico para haber surgido de forma natural. Qué va, el espacio situado detrás del café y de los demás establecimientos de la calle principal parecía más bien una callecita lateral, con sitio suficiente para los camiones de reparto y ordenados cubos de basura. Incluso había visto que algunos de los propietarios de las demás tiendas se tomaban descansos de vez en cuando y charlaban allí unos con otros durante el día. En cambio, ella aún no había hablado con nadie. No estaba preparada para ello, para ser la recién llegada.

Negó con la cabeza. Se estaba yendo por las ramas, cuando quizá estuviera a punto de ser asesinada. Con callejón o sin él, lo que fuera que hubiera ahí le impedía dormir y, después de tres noches de insomnio, tenía los nervios de punta. Se apoyó el bate en el hombro y agarró el picaporte. Ya casi iba a amanecer y una débil luz grisácea se filtraba a través de la ventana situada encima de la puerta.

«Ay, qué bien —pensó Jeanie de pasada—. Al menos así podré ver a mi agresor antes de morir». Con esa idea tan poco agradable en la cabeza —que distaba mucho del personaje optimista que pretendía interpretar—, abrió la puerta de golpe…

Y se encontró cara a cara con una caja de calabazas pequeñas. ¿Eran calabazas de juguete, de adorno? Daba igual, porque, antes de que se acordara del nombre del producto, habló el gigantesco hombre que sujetaba la caja de calabacitas.

O al menos emitió un resoplido de sorpresa que le recordó a Jeanie que, en aquel momento, sostenía un bate de béisbol en actitud bastante agresiva. Estuvo a punto de dejarlo caer hacia el costado, pero entonces recordó que aquel seguía siendo un hombre corpulento y desconocido. Ya fueran calabazas de adorno o comestibles, probablemente no debiera bajar la guardia todavía.

—¿Quién eres? —le preguntó, manteniendo una mano en la puerta por si acaso tenía que cerrársela en las narices al misterioso hombre de las calabazas.

Él enarcó un poco sus oscuras cejas, aparentemente sorprendido por la pregunta.

—Logan Anders —respondió, como si con eso despejara todas sus dudas. No fue así.

—¿Y qué haces en mi callejón, Logan Anders? —le preguntó Jeanie.

Él dejó escapar su frustración con un resoplido y cambió de posición la caja. Seguramente pesara lo suyo, pero Jeanie no pensaba poner en riesgo su integridad física solo porque aquel hombre representase la viva estampa del otoño, con su caja llena de hortalizas, su gastada camisa de franela y su barba poblada. Se quedó mirándolo a la cara un instante más. A fin de poder identificarlo en una rueda de reconocimiento, pensó. Quizá fuese necesario saber que, por encima de la barba, presentaba una nariz larga y recta y unas mejillas rubicundas. La policía tal vez le preguntara si el individuo en cuestión tenía unas pestañas larguísimas, y su respuesta sería sí. Quizá fuese de vital importancia para la investigación recordar que, incluso a la tenue luz del alba, sus ojos eran de un azul arrebatador.

—Es jueves.

Jeanie parpadeó. ¿Acaso el día de la semana tendría algo que ver con la razón de que aquel hombre la hubiese despertado?

—Y llevas despertándome desde el lunes —le dijo.

Entonces, fue Logan quien pareció confundido.

—Pero si acabo de llegar. —Volvió a cambiar la caja de posición, flexionando los antebrazos por el esfuerzo. Puede que pesara lo suyo, pero el tipo no había hecho ademán de entrar o de dejarla en el suelo.

—Pues llevo toda la semana oyendo ruidos raros, y quería creer que era solo el viento, o un mapache o algo así. Pero luego empecé a pensar que seguramente eso es lo que la gente se dice a sí misma justo antes de que el asesino eche la puerta abajo.

Logan se atragantó un poco y puso los ojos como platos.

—¿Asesino?

Jaenie notó que se le arrebolaban las mejillas. Quizá se hubiese dejado llevar en exceso por su imaginación.

—O algo así… —dejó la frase a medias. En realidad, no sabía bien qué decirle a aquel desconocido, y él parecía igual de desconcertado que ella—. En fin, ¿qué haces aquí? —le soltó.

—Ah, claro, pues resulta que reparto los productos agrícolas cada jueves —explicó Logan, señalando con la cabeza los mencionados productos.

Jeanie se sintió avergonzada. El reparto de productos agrícolas. Claro. Su tía Dot le había dicho muchas cosas el día antes de marcharse y ella no había anotado ninguna. El café había permanecido cerrado desde que Jeanie llegó, y ella todavía no se había parado a pensar en todo lo que había que hacer. Por suerte, Norman, el veterano gerente del café, se había ofrecido a ayudarla. Le había asegurado que tendrían el café operativo para el fin de semana.

Logan movió de nuevo la caja. La pesada caja que aún llevaba en brazos.

—¡Ay, perdona! —Jeanie se hizo a un lado y lo invitó a entrar con un gesto del brazo—. Adelante. Ya le buscaremos un sitio a las… eh… ¿calabacitas?

Logan vaciló en el umbral, mirando con recelo el bate de béisbol que Jeanie todavía llevaba apoyado en el hombro.

—Perdóname, de verdad. Te prometo que no te voy a dar con él en la cabeza. —Trató de esbozar una sonrisa tranquilizadora, pero no pareció surtir efecto. Él seguía parado en la puerta—. De verdad que siento haber dado por sentado que eras un asesino. No es nada personal. Es que llevo tres noches sin pegar ojo y te juro que aquí abajo hay algo que hace ruido. Y aún no me hago a la idea de haber heredado un café.

Logan se quedó mirándola, todavía con cierta reticencia. Joder. Probablemente lo hubiera asustado. A lo largo de su vida, a Jeanie la habían tildado de «intensa» en más de una ocasión. Estaba casi convencida de que incluso figuraba en alguno de sus boletines de notas del colegio. Era algo que estaba tratando de mejorar, parte del personaje de la Nueva Jeanie. Menos hablar. Menos pensar. No ser tan intensa.

Tomó aire y lo dejó escapar lentamente. La Jeanie del café era una mujer serena y relajada. La simpática propietaria de un establecimiento de pueblo, siempre armada con una sonrisa y tu bebida favorita. Al cuerno con sus teorías sobre quién o qué estaría intentando matarla, al cuerno con las últimas noticias sobre el deshielo de los casquetes polares, al cuerno con las dieciocho cosas que le quedaban por hacer aquel día.

Trató de imbuirse del espíritu libre de su tía Dot, aunque le hubiera gustado que la buena mujer fuera un poquito menos despreocupada y le hubiera dejado una lista de directrices más explícitas. Trató de esbozar una sonrisa más dulce y amable. Le resultó de lo más extraño.

—Por favor, pasa. Eso debe de pesar lo suyo.

Logan asintió sucintamente para confirmar sus palabras.

—Suelo dejarlo aquí fuera.

—Ah. —De modo que no era su monólogo lo que le había asustado; simplemente había interrumpido su habitual rutina de trabajo.

Entendía muy bien que eso pudiera desestabilizar a una persona. Cuando su cafetería favorita de la esquina estuvo cerrada durante una semana, apenas fue persona. Y no era por la falta de cafeína. En la ciudad no escaseaban las cafeterías, pero ninguna de ellas era la suya. Aquella vez se pasó toda la semana de mal humor.

Su sonrisa en esta ocasión fue auténtica.

—Bueno, pues, ya que estás aquí y yo estoy despierta, ¿te apetece una taza de café?

2

 

 

 

 

 

A Logan le caía mejor la nueva propietaria del Pumpkin Spice Café cuando no intentaba arrancarle la cabeza con un bate de béisbol. Aunque eso no era decir gran cosa. Tenía trabajo que hacer, repartos que realizar y vecinos bienintencionados que esquivar. En realidad, no disponía de tiempo para tomarse un café con ella rayando el alba, pero, pese a ello, no parecía capaz de huir. Ni de decir una sola palabra. La sobrina de Dot no había parado de hablar desde que insistiera en invitarlo a entrar.

Todos los jueves desde hacía cinco años, desde que se hiciera cargo de la granja, dejaba las cuatro cajas de hortalizas de Dot junto a la puerta trasera. Le gustaba pasear por el pueblo antes de que saliera el sol y las personas. Le gustaba dar carpetazo a su trabajo antes de que los demás establecimientos abrieran sus puertas.

No le interesaban las charlas triviales. No soportaba especular sobre el clima. Le daba igual saber cuál era el último escándalo del pueblo. Menos aún le gustaba formar parte del último escándalo del pueblo. Así que, cuanto antes terminara con el reparto, antes regresaría a la tranquilidad de la granja. O a la tranquilidad que uno pudiera esperar con media docena de gallinas, dos cabras geriátricas, una alpaca a la que había rescatado y una abuela a la que le encantaba la cháchara. Por suerte, su abuelo era tan callado como él. Su abuela hablaba por los dos. Casi tanto como la tal Jeanie.

—¿Y qué crees que pensaba hacer mi tía con esas… deliciosas calabacitas? —le preguntó, contemplando la caja que había dejado a sus pies.

Jeanie se hallaba detrás del mostrador, con una mano en la cadera mientras, con la otra, se apartaba del rostro los mechones de cabello que se le habían escapado del improvisado moño.

—Son calabazas ornamentales —la corrigió Logan desde el otro lado del mostrador.

—Claro, eso. Ornamentales. —Jeanie aún parecía confundida—. Pero… esas no se comen, ¿verdad?

Logan estuvo a punto de soltar una carcajada. A punto. Se sentía aún demasiado incómodo para reírse.

—No, las ornamentales es mejor no comerlas.

Jeanie desvió la mirada hacia las otras tres cajas de hortalizas que él había metido allí en lugar de dejarlas en el lugar que les correspondía, junto a la puerta. El lugar donde siempre las dejaba. El lugar donde le gustaría haberlas dejado aquella mañana.

—Supongo que el resto de productos serán para los smoothies que acababa de añadir a la carta.

Logan asintió. En aquel pueblo les encantaban los smoothies. Tampoco es que fuera a quejarse, porque eso significaba que el café necesitaba mucha fruta y verdura de su granja. Los smoothies eran buenos para el negocio.

—Las calabacitas son solo para decoración —explicó, ahorrándoles a ambos elucubraciones innecesarias.

A Jeanie se le iluminaron los ojos como si le hubiera resuelto todos los problemas del mundo. Logan ignoró el orgullo que le floreció en el pecho al ver su rostro satisfecho. Hacía mucho tiempo que no lograba resolverle los problemas a nadie.

—¡Claro! Cómo no se me habrá ocurrido antes. ¡Será por la falta de sueño!

Ella apoyó los codos sobre el mostrador y la barbilla en las manos. Vestía una vieja chaqueta de punto que le quedaba grande, con las mangas tan largas que le tapaban las manos, sobre una camiseta deshilachada y unos pantalones de pijama. Estaba bastante seguro de que los pantalones tenían un estampado de erizos chiquititos, pero estaba haciendo un gran esfuerzo por no fijarse.

Estaba haciendo un gran esfuerzo por no fijarse en muchas de las cosas de Jeanie. Como la expresividad de sus cejas oscuras o el hecho de que no hubiera parado de moverse, preparándole el café con movimientos rápidos y eficientes. Era un caso claro de contradicción. Competente y, al mismo tiempo, perdida. Sonreía con facilidad, aunque con esa misma facilidad fruncía el ceño, y por su mirada desfilaba un sinfín de emociones. Unos ojos marrón oscuro, casi negros, tan negros como el café solo que él acostumbraba tomar.

Jeanie se frotó la cara con la mano, rompiendo el hechizo. ¿Cuánto tiempo llevaba mirándola? La vio bostezar y estirar los brazos por encima de la cabeza. Se le levantó la camiseta al elevarlos y Logan apartó la mirada de la franja de piel desnuda que asomó por encima de la cinturilla del pantalón. Desde luego, no pensaba fijarse en eso.

Cuando se atrevió a volver a mirarla, ella había vuelto a apoyar los codos sobre el mostrador. Presentaba unas pronunciadas ojeras y su cabello negro recordaba a un descuidado nido en lo alto de la cabeza. Su postura cansada y abatida le provocó algo por dentro. Algo inconveniente. Algo para lo que, en aquellos momentos, no tenía tiempo.

Abrió la boca para decirle que tenía que continuar con el reparto, pero Jeanie ya había empezado a hablar otra vez:

—Es que es de lo más extraño. No paro de oír ruidos. Todas las noches. ¿Crees que a lo mejor este sitio está embrujado?

Logan estuvo a punto de atragantarse con el café.

—¿Embrujado?

—Sí. —Jeanie se irguió y pareció animada por aquella nueva teoría—. Embrujado. Puede que a los espíritus que viven aquí no les caiga bien la nueva propietaria.

—¿A los espíritus? —Era demasiado temprano para aquel grado de locura.

—Fantasmas, espíritus, llámalo como quieras. —Agitó la mano, como si la semántica del ente en cuestión careciera de importancia—. Hay algo a lo que le cabrea que yo esté aquí.

—No creo que…

—No tiene ninguna otra explicación lógica. —Jeanie se cruzó de brazos, tajante. Caso cerrado—. Este lugar está embrujado, no hay duda.

—¿Que no hay otra explicación? —Logan dejó su taza sobre el mostrador con un sonoro golpetazo. Aquello era el colmo—. Mapaches, tuberías viejas, ventanas mal aisladas, tu propia imaginación. —Fue enumerando las diversas explicaciones con los dedos.

Jeanie entornó los ojos cuando sugirió aquella última, pero aun así él continuó:

—Podrían ser los niños del pueblo haciendo de las suyas. Hay un sinfín de explicaciones que tendrían más sentido que un fantasma. En fin, de verdad, tengo que marcharme a…

—¿Cómo que los niños haciendo de las suyas?

Logan suspiró y resistió el impulso de tirarse del pelo.

—Yo qué sé. Puede que haya niños en el callejón haciendo trastadas.

Jeanie asintió lentamente, como si estuviera asimilando aquella nueva teoría.

Logan deslizó su taza sobre el mostrador. Estaba a punto de darle las gracias y despedirse, cuando ella se le adelantó:

—¿Y qué vamos a hacer al respecto? Necesito dormir.

—¿Cómo que qué vamos a hacer? —Logan se apartó del mostrador.

A lo mejor podía darse la vuelta y huir sin más. Lo último que necesitaba era profundizar en su relación con la nueva propietaria del café. Ya se imaginaba a las mujeres del club de lectura chismorreando sobre el asunto. Les encantaba un buen chisme.

Jeanie asintió y dijo:

—Eres mi único amigo en el pueblo. No puedo enfrentarme sola a una panda de adolescentes.

—Decir «panda» me parece un poco excesivo —masculló, sin dejar de retroceder hacia la puerta, pero Jeanie empezó a seguirlo. En efecto, lo del pantalón de pijama eran erizos. Y se negó a reconocer que aquello le pareciera adorable.

—Porfi. Soy nueva aquí y siento que no tengo ni idea de lo que estoy haciendo… —Negó con la cabeza, aparentemente sin palabras—. Perdona. Ya sé que no es tu problema. —Sonrió—. Ya se me ocurrirá algo.

La sonrisa forzada que asomó a sus labios volvió a provocarle algo por dentro. Parecía tan… tan perdida. Incluso mientras sonreía y se apartaba el pelo de la cara, tratando de asegurarle que se encontraba bien. Era evidente que no. Y aquello le confundió más que su cháchara incesante.

«Hay que joderse», pensó, pero, en lugar de decirlo, le propuso:

—Ven esta noche a la reunión municipal.

—¿La reunión municipal?

—Sí. —Logan se pasó una mano por la barba, arrepintiéndose ya de lo que iba a decir a continuación—. Se celebran cada dos semanas, los jueves. Puedes plantear allí tu…, eh…, tu problema. Seguro que te ayudan.

Su sonrisa se convirtió en algo radiante y auténtico. «Ay, no». La sonrisa auténtica de Jeanie era aún más adorable que los puñeteros erizos. ¿Cómo era posible que su habitual reparto matutino hubiera dado un giro tan drástico?

—¡Gracias! Qué buena idea. —Jeanie juntó las manos con una palmada, como si estuviera resistiendo el impulso de darle un abrazo.

Él no supo si sentirse aliviado o decepcionado.

Tenía que marcharse. Ya había puesto la mano en el picaporte, estaba a punto de lograrlo. A punto de volver a su mañana normal, a su tan ansiada tranquilidad.

—¿Tú vas a ir? —La pregunta de Jeanie lo detuvo antes de poder escapar.

Por lo general, solo acudía a las reuniones municipales si se veía obligado por algún asunto de la granja, y únicamente si su abuela estaba demasiado ocupada con su grupo de calceta como para acercarse al pueblo. Su abuelo preferiría que le arrancasen los dientes, sin anestesia, antes que asistir a una reunión municipal (palabras textuales).

Logan no tenía motivo alguno para acudir esa semana y, sin embargo, por alguna razón, respondió:

—Sí, allí estaré.

El grito de alegría de Jeanie lo acompañó de vuelta a la fría luz del amanecer.

Las del club de lectura se lo iban a pasar en grande.

3

 

 

 

 

 

«Hola, soy Jeanie Ellis, la sobrina de Dorothy, y la nueva propietaria del Pumpkin Spice Café. Tengo un problemilla con ciertas perturbaciones nocturnas…».

¿«Perturbaciones nocturnas»? Esa expresión le hacía parecer más chalada que aquella mañana. No paraba de mover frenéticamente la rodilla arriba y abajo, pese a sus intentos por detenerla. Estaba nerviosa. Deseaba causar una buena primera impresión en la reunión y había repasado mentalmente su discurso por lo menos una docena de veces desde que llegó. Con veinte minutos de adelanto, al parecer.

Se sentó en la parte de atrás de la sala; el viejo suelo y la silla, posiblemente más vieja aún, crujieron bajo su cuerpo. Había tan solo un puñado de personas deambulando por la estancia, saludándose unas a otras con esa tranquila familiaridad con la que no se había vuelto a encontrar desde que era niña. La echaba de menos. Esa sensación de pertenencia, de hogar. No se había dado cuenta de que la extrañara. De hecho, había huido del pueblecito donde se crio nada más terminar el instituto, ansiosa por liberarse de sus restrictivos confines. Sin embargo, en algún momento, la emoción de la ciudad, del gentío y del hormigón había perdido su atractivo.

Cambió de posición en su asiento y la silla emitió un quejido de mal agüero. Un anciano caballero le dedicó una sonrisa amable y un saludo militar cuando pasó por delante para juntarse con un grupo reunido cerca de la tarima. Jeanie alzó la mano para devolverle el saludo, pero el hombre ya no la miraba. Juntó las manos entre los muslos en un esfuerzo por calentárselas y dejar de moverse de un lado a otro, y vio cómo el grupo saludaba al hombre con simpáticas bromas sobre su corbata verde intenso. Jeanie no recordaba la última vez que había bromeado de esa forma. La última vez que tuvo gente así con la que poder bromear. Al menos no en persona. Por algún motivo, en los últimos años, su hermano se había convertido en su amigo más íntimo. Y su relación consistía en mensajes esporádicos, memes y alguna que otra videollamada por FaceTime.

Jeanie se cubrió los hombros con el abrigo. Aquello estaba helado, pese a los renqueantes esfuerzos de los radiadores que recorrían las paredes.

Las reuniones municipales se celebraban en el edificio del ayuntamiento original, que, según el ladrillo grabado que había fuera, se construyó en 1870. No sabía qué aspecto tendría en 1870, pero aquella noche parecía un pequeño auditorio con varias hileras de sillas metálicas plegables y un podio en la parte delantera. El escenario situado detrás del podio estaba decorado para lo que Jeanie supuso que sería una inminente representación otoñal. Un decorado pintado a mano con calabazas y manzanos adornaba el fondo del escenario, con pacas de heno desperdigadas por el proscenio. Jeanie se imaginó a niños disfrazados bailando por ahí, saludando a sus padres, sentados entre el público. Sería adorable, no le cabía duda. Aunque sí que se preguntó si no sería peligroso subir a unos niños a un escenario tan antiguo. ¿Esos viejos tablones de madera aguantarían su peso?

Se sacudió esa idea de la cabeza y miró hacia las puertas dobles que brindaban acceso al salón de reuniones. Logan seguía sin llegar. Tal vez hubiera accedido a ir solo para que se callara. No sería la primera vez que alguien le daba la razón con tal de que cerrara el pico. Se había mostrado un poco intensa, como de costumbre, contándole al granjero todos sus problemas y teorías producto del insomnio. Un granjero muy guapo y muy callado, por cierto.

Se pasó las manos por los muslos, tratando de controlar su rodilla rebelde. Daba igual que Logan fuese guapo. Muy, muy guapo. Vamos, que, si existiera un Semanario de granjeros sexis, sin duda aparecería en la portada.

Daba igual, porque liarse con granjeros guapos no formaba parte de su plan de la Nueva Jeanie. Había accedido a la descabellada idea de su tía de hacerse cargo del café a fin de poder hacer borrón y cuenta nueva.

Jeanie había pasado los últimos siete años como asistente ejecutiva del CEO de Franklin, Mercer & Young Financial. Hasta que, una noche, el hombre sufrió un infarto y murió sentado a su escritorio. Fue ella quien lo encontró a la mañana siguiente, mirándola con los ojos ausentes cuando entró en su despacho, café en mano. La mancha de café en el punto de la moqueta donde se le cayó la taza por la sorpresa seguía allí cuando renunció al trabajo.

El médico dijo que el ataque al corazón fue provocado por el estrés. Eso y la desastrosa dieta de Marvin, compuesta en su mayor parte por beicon y comida para llevar a las tantas de la noche. Pero Jeanie se quedó con lo del estrés. ¿Sería ese su futuro? ¿Trabajar y trabajar sin descanso hasta que su corazón se rindiera? ¿Hasta que reventara?

Jeanie tenía tendencia a pensar demasiado las cosas. A hablar demasiado. A trabajar demasiado. No se le daba muy bien aquello del descanso y la relajación. No era una persona tranquila y desenfadada. Pero estaba decidida a intentarlo. Por su salud, estaba decidida a intentarlo. De pronto, el hecho de que su vida consistiera únicamente en trabajar, en los pocos compañeros de la oficina con los que tomaba copas los viernes —cuando no se notaba demasiado cansada— y en sus lamentables y esporádicos intentos de salir con hombres le pareció un problema muy serio. Un problema mortal.

Cuando, pocas semanas después de la muerte de Marvin, a su tía se le ocurrió la idea de que se mudase a Dream Harbor y se hiciese cargo del café, le pareció la solución perfecta. Salvo que ahora tenía la impresión de estar fracasando estrepitosamente. Sobre todo, después de su numerito con el granjero guapo aquella mañana. Había estado a punto de arrancarle la cabeza y después no había parado de hablar a mil por hora. Había visto su cara de horror. Se notaba que lo único que deseaba era escapar.

Volvió a mirar en torno a sí. Nada salvo un pequeño grupo de señoras mayores que entraba en aquel momento. Le sonrieron al ocupar sus asientos.

En realidad, era mejor así. A Jeanie tampoco se le daban bien las relaciones que durasen más de unas pocas semanas, y tener una aventura en un pueblo tan pequeño como aquel le pareció una pésima idea. No es que Logan fuese a querer tener una aventura con ella. En realidad, no había querido tomarse una taza de café con ella aquella mañana, hasta que lo obligó a hacerlo…

—Eh. —El hosco saludo de Logan la sacó bruscamente de su ensimismamiento cuando se sentó a su lado. Olía a campo, a hojas caídas y a humo de leña.

Jeanie resistió la tentación de acercarse más a aquel calor en esa estancia llena de corrientes de aire.

—Qué hay —respondió. «Tranquila, desenfadada», se dijo. Lo miró de reojo mientras se ponía cómodo. Seguía igual de guapo. Mierda—. ¿Qué tal el día? —preguntó. Una pregunta desenfadada a un nuevo conocido. En lugar de teorías descabelladas sobre fantasmas.

—Pues… bien. —Se aclaró la garganta—. Normal.

—La normalidad está bien —le dijo ella, sonriente.

Logan asintió antes de agregar:

—Si te gusta la normalidad, esta reunión te va a parecer horrible.

Jeanie agrandó su sonrisa. ¿El serio granjero acababa de soltar una bromita?

—¿Es que la cosa tiende a descontrolarse en las reuniones municipales quincenales de Dream Harbor?

—Espera y verás. —Se había inclinado hacia ella y su voz grave le provocó un escalofrío por todo el cuerpo.

No hubo tiempo, sin embargo, para detenerse a analizar aquella sensación tan intensa, pues el salón de reuniones se iba llenando y Jeanie se entretuvo en observar el panorama.

La gente empezaba a ocupar sus asientos y la sala se calentó significativamente con la llegada de los cuerpos. Una sonora carcajada llamó su atención, procedente de unas filas más adelante. La responsable de la carcajada era una mujer que rondaría los cuarenta y tantos años; aunque, de ser así, se conservaba de maravilla para su edad, lo que hizo que Jeanie se reafirmara más aún en su plan de vivir en un pueblo pequeño. ¡Allí la gente envejecía muy bien! La mujer volvió a reírse, sacudiendo su negra melena cortada justo por encima de los hombros. Se acomodó entre una mujer mayor de pelo corto y canoso y un hombre de veintitantos años que hablaba en voz muy alta y enfatizaba cada palabra con las manos.

—El club de lectura —le susurró Logan al oído.

—El club de lectura —repitió ella en voz baja, viendo como otras dos mujeres, una de ellas con un bebé sujeto al pecho, se sumaban a la conversación desde la siguiente fila—. Parecen divertidas.

—Divertidas, ya. Son las dueñas del cotarro. —El tono agorero de Logan no se correspondía con el alegre y simpático grupo que tenían delante. Menos aún cuando la mujer del cabello negro por encima de los hombros se volvió y lo saludó con la mano.

Logan soltó un gruñido y le devolvió el saludo.

El resto del grupo se volvió también y Jeanie vio cómo se les encendía la mirada, visiblemente complacidas de verlo allí.

—¡Logan! Qué sorpresa más inesperada —le gritó la anciana.

—Hola, Nancy.

—Te echamos de menos en nuestras reuniones —agregó el hombre joven con un guiño. ¿Un guiño?

—Nunca he ido a vuestras reuniones —masculló Logan.

El hombre se rio.

—Bueno, quizá no de manera consciente, pero hablamos mucho de ti. Sobre todo, cuando leímos Pasión en el campo. El granjero y la lechera. —El hombre hablaba en voz tan alta que la sala entera podía oírlo.

Varias personas soltaron risitas nerviosas y se giraron para mirar a Logan.

—Ay, qué bueno fue ese. —La mujer del bebé se llevó una mano al pecho y fingió desmayarse sobre su silla.

Cuando Jeanie lo miró de reojo, vio que Logan tenía la cara roja por encima de la barba. Tuvo que morderse el labio para no sonreír.

—¿Tú eres la nueva propietaria del café? —le preguntó a ella la mujer del pelo negro—. Yo soy Kaori.

—Jeanie. Y sí, soy la nueva propietaria.

—¡Vuelve a poner ese sitio en marcha! —la reprendió la mujer del bebé con una risotada—. Estoy harta de que nos reunamos en casa de Kaori. Está todo lleno de trastos. Jarrones cursis y adornitos por todas partes. Me da urticaria.

Kaori le dio un manotazo cariñoso a la mujer en el hombro.

—No hagas caso a Isabel. Y bienvenida a Dream Harbor.

Las mujeres del club de lectura continuaron entonces hablando entre ellas.

—Pasión en el campo, ¿eh? —murmuró Jeanie, incapaz de resistirse.

Logan se aclaró la garganta y cambió de postura en su silla, que crujió con gran estruendo a modo de protesta.

—No lo he leído.

—Qué pena. Tiene pinta de ser bueno. —Jeanie contuvo una carcajada al pensar en Logan leyendo un libro acerca de un granjero y una lechera, y se obligó a no imaginarse a sí misma en el papel de la mencionada lechera—. Supongo que tendré que volver a abrir. No quiero ganarme la enemistad del club de lectura. —Lo había dicho a modo de broma, pero hasta ella percibió la incertidumbre en su voz, el miedo a no estar preparada para volver a abrir.

—No te preocupes por ellas. Solo buscan un lugar donde poder hablar de pornografía.

Jeanie alzó la mirada justo a tiempo de ver una leve sonrisa esbozada en sus labios. Otra broma.

—Bueno, no querríamos eso, claro. Y, desde luego, no querríamos cosificar a los granjeros.

Logan agrandó la sonrisa. Ay, Dios, tal vez tuviera que ir a echarle un vistazo a ese libro y satisfacer así en un lugar seguro su recién descubierta afición por los granjeros.

—¿Me he perdido algo? —Una mujer de melena castaña y rizada se dejó caer en la silla contigua a Logan.

—Qué va.

—De hecho, te has perdido una conversación literaria muy interesante —intervino Jeanie, recordándole a Logan su presencia.

—No ha sido interesante. Jeanie, te presento a Hazel. Hazel, esta es Jeanie.

Hazel le tendió la mano por encima del regazo de Logan y Jeanie se la estrechó. Le asomaban los dedos por el extremo abierto de los mitones y Jeanie los notó fríos.

—Encantada de conocerte.

Hazel los miró alternativamente a Logan y a ella.

—Lo mismo digo —respondió—. Regento la librería que hay al lado de tu café.

—¡Anda, es monísima! —exclamó Jeanie, mostrándole una sonrisa.

—Gracias —repuso Hazel con las mejillas arreboladas.

A Jeanie le dio por pensar si Hazel tendría en su librería alguna novela romántica sobre granjeros, y a punto estuvo de no enterarse de su siguiente pregunta.

—¿Y de qué os conocéis? —le preguntó Hazel.

—Ah, lo típico —respondió—. He estado a punto de arrancarle la cabeza con un bate de béisbol porque pensé que era un intruso que venía a asesinarme, pero resulta que solo venía a dejar unas adorables calabacitas ornamentales. Entonces le dije que tal vez el café estuviera embrujado y me sugirió venir aquí a pedir…, no sé…, ayuda.

—Vaya… —Hazel abrió mucho los ojos por detrás de sus gafas—. Increíble.

Jeanie trató de esbozar una sonrisa que no la hiciera quedar como una auténtica perturbada, pero no creyó lograrlo. Hazel se arrellanó en su silla con una sonrisa también. Le susurró algo a Logan, que hizo que este negara con vehemencia con la cabeza. A Jeanie no le dio tiempo a pensar mucho en eso antes de que otra mujer ocupara la silla situada en la hilera de delante.

—¿Te has fijado en él? Se ve a la legua que está tramando algo —comentó, zambulléndose en una conversación que Jeanie no sabía que estuvieran teniendo.

—A mí me parece que solo está hablando —murmuró Logan, y la recién llegada lo miró entornando los ojos.

—Sí, hablando con el alcalde. Seguro que tiene algún nuevo plan descabellado para arruinar el pueblo.

—No es más que una noche de trivial, Annie.

—¡Ya, una noche de trivial la misma noche que mi clase de repostería para principiantes! ¡Lo tenía planeado! —Miró con rabia al hombre ubicado al otro extremo de la estancia, y Jeanie siguió el curso de su mirada.

El hombre en cuestión, artífice de la noche de trivial y empeñado en arruinar el pueblo, era un individuo alto y guapo. No tan guapo como el granjero, pero sin duda atractivo. De cabello oscuro y piel bronceada. Con una sonrisa que más bien parecía una mueca arrogante. ¿Qué le echaban al agua en aquel pueblo? ¿Acaso todos los hombres allí eran sexis? ¿Sería ese el sueño al que aludía el nombre de Dream Harbor? Mentiría si dijera que le molestaba.

—Hablas como si no conocieras a Mac desde el jardín de infancia —le dijo Logan.

—Ese es el problema —repuso Annie con el ceño fruncido—. Ya sabes lo malo que era. ¡Si en segundo te robaba la leche con chocolate todos los días! ¡Tú mejor que nadie deberías entenderlo!

Logan dejó escapar una carcajada grave, que más bien era un resoplido leve.

—Ya lo he superado —dijo.

—Bueno, pues yo no —zanjó Annie cruzándose de brazos.

Por fin miró entonces a Jeanie, quien sonrió y la saludó con la mano.

—¡Ay, Dios mío! ¡Tú debes de ser la misteriosa nueva dueña del café! Yo soy Annie, la dueña de la pastelería The Sugar Plum. Es un placer conocerte por fin.

—¿Soy misteriosa? —preguntó Jeanie, mirando de reojo a Logan. Este se puso serio, pero no le ofreció una respuesta—. Encantada de conocerte. Tu pastelería huele de maravilla todas las mañanas.

—¡Pues pásate un día! Ah, por cierto, suelo llevar bollos al café los fines de semana por la mañana. Ahórrame el recibimiento que le has dado a Logan.

A Jeanie se le sonrojaron las mejillas por la vergüenza, pero Annie se rio como si todo fuera una broma.

—No ha sido nada personal… —empezó a explicarse, pero Annie agitó una mano para interrumpirla:

—Si yo viera a este hombretón merodeando por el callejón de atrás y no lo conociera desde que nací, seguramente también intentaría darle un porrazo en la cabeza.

—No merodeaba.

—Un poquito merodeador sí que parecías —agregó Jeanie.

—¿Lo ves? Sí que merodeas —acusó Annie a Logan clavándole un dedo—. Me cae bien —añadió señalando a Jeanie.

—¿Cuándo coño va a empezar esto? —La voz de Logan fue una combinación adorable de fastidio y desesperación.

Hazel le dio una palmadita en la rodilla con su mano aún enguantada.

—Ya sabes que el alcalde Kelly nunca empieza en hora —le dijo.

—¿Por qué lo llamas así? Llámalo papá.

—Está trabajando —respondió Hazel encogiéndose de hombros—. Trato de ser respetuosa.

Logan puso los ojos en blanco, pero Jeanie no pudo evitar sonreír. Ya le caía bien aquella gente. Le gustaba el pueblo. Le gustaba aquel granjero gruñón. ¿Sería mucho pedir que pudiera encajar allí? ¿Que pudiera caerle bien a Annie, que las del club de lectura le pidiesen su colaboración, que Hazel le presentase a su padre, el alcalde?

Crecía la presión para que el café funcionara bien. Pero, si Jeanie se las había apañado para que Marvin acudiese preparado a sus reuniones semanales con accionistas multimillonarios, sin duda sería capaz de regentar un pequeño café de pueblo. No podía ser tan difícil.

4

 

 

 

 

 

Logan siempre había pensado que en el infierno habría fuego y azufre, pero resultó que el infierno era una reunión municipal sentado entre la mujer a la que había estado tratando de olvidar desde aquella mañana y una de sus entrometidas mejores amigas. Cada vez que miraba a Hazel, esta enarcaba las cejas de un modo que le incomodaba sobremanera, y cada vez que miraba a Jeanie, esta le sonreía como si se lo estuviera pasando de maravilla. ¿Dónde narices se había metido?

No sabía por qué le había contado a Jeanie lo de la puñetera reunión y, sobre todo, no entendía por qué había accedido a asistir. Pero esa mañana le había parecido tan azorada, tan confundida, tan cansada. Se la veía desbordada y, francamente, estaría haciéndole un favor al pueblo. El Pumpkin Spice Café era el único lugar del pueblo donde tomar un café decente. Si no volvía a abrir sus puertas en breve, la gente tendría que recurrir a beber la bazofia aguada y quemada que servían en la gasolinera de al lado de la autopista. O entrarían en modo zombi y comenzarían a comerse el cerebro unos a otros para desayunar. Visto así, podría decirse que Logan era un héroe.

Annie se estaba encargando de señalar a todas las figuras importantes del pueblo mientras se desenrollaba del cuello la bufanda más larga del mundo, agitando su rubia melena.

—El tipo que hay allí delante con la horrible corbata verde evidentemente es el alcalde.

—¡Oye! Que la corbata se la regalé yo.

—Lo siento, Haze, pero ese color es una atrocidad —respondió Annie encogiéndose de hombros—. La mujer que tiene al lado vestida con un traje pantalón es la teniente de alcalde y la antigua directora de nuestro colegio. Se llama Mindy, pero para mí siempre será la directora Walsh. —Annie bajó la voz y se acercó más a Jeanie—: Es terrorífica.

Jeanie soltó una risita. Logan ignoró el cosquilleo que le provocó aquel sonido, que se le coló dentro.

—Y allí está Macaulay Sullivan, mi archienemigo.

—¿El del trivial?

—No te dejes engañar por lo del trivial, Jeanie. Es el dueño del pub que hay al lado de tu café. Tenlo vigilado.

Logan resopló. El único problema que había entre Annie y Mac era que se ponían cachondos el uno al otro y ninguno de los dos quería admitirlo. Pero no pensaba sacar eso a relucir.

—Pues está allí, con Greg y Shawn, los propietarios de la tienda de mascotas de la esquina.

Jeanie asintió, asimilando toda esa información, y a Logan no le habría sorprendido verla sacar una libreta para hacerse una chuleta. Parecía de las típicas que toman nota de todo. Aunque eso a él le daba igual. Él había acudido a la reunión por el café, para ayudar al pueblo y evitar el apocalipsis zombi. No había acudido para pensar en cómo sería la caligrafía de Jeanie, o si dibujaría garabatos en los márgenes.

Seguramente sí.

—Y allí a lo lejos están los Sharma, que acaban de abrir un restaurante en la calle principal. Sirven un pollo tandoori que está que te mueres —informó Annie a Jeanie.

Hazel le clavó un dedo a Logan en el costado, desviando su atención de las palabras de Annie.

—¿Vas a decirme cómo ha conseguido arrastrarte hasta aquí? Nunca vienes a las reuniones —le susurró al oído.

—Solo quiero ayudar. Ser amable, ya sabes.

—¿Amable? —Su voz adquirió un tono agudo de incredulidad, como si Logan nunca hubiera hecho nada amable.

—Sí. Puedo ser servicial.

—Servicial, ya —respondió ella con un resoplido—. Pero lo de acudir a una reunión municipal me parece demasiado servicial para ti. —Se subió las gafas sobre el puente de la nariz y le dedicó una sonrisa arrogante—. Yo creo que estás coladito.

—No estoy coladito —respondió él entre dientes, con un temor absurdo a que Jeanie los oyera—. No soy una niña de doce años. Solo quiero poder tomarme una taza de café decente.

—Vale, de acuerdo —dijo su molesta amiguita—. No eres más que un vecino servicial que quiere café. Lo pillo.

Logan la miró con rabia, pero ella se limitó a dedicarle una sonrisa inocente. No tenía muchos amigos, así que probablemente no fuese recomendable asesinar a aquella.

Se acomodó en su desvencijada silla y se cruzó de brazos. Coladito, decía. Qué estupidez. Si casi no la conocía. Solo sabía que tenía unos pantalones de pijama cursis, la sonrisa más radiante que había visto en su vida y la habilidad de empuñar un bate de béisbol como un jugador de la liga profesional. Más allá de eso, no sabía nada acerca de ella. Y así quería seguir.

Apenas se había disipado el humo de la última vez que se quemó a lo bonzo delante de todo el pueblo. No volvería a cometer los mismos errores. La próxima vez que saliera con alguien, mantendría el asunto bien lejos de Dream Harbor. Quizá podría tener una de esas agradables relaciones a distancia de las que todo el mundo hablaba.

Tampoco es que quisiera salir con Jeanie.

Solo quería tomar café.

El alcalde Kelly se subió al podio y se aclaró la garganta. Logan emitió un quejido para sus adentros.

—Bienvenidos, dreamers[1] —dijo el alcalde con su clásica sonrisa bobalicona.

«Dios, mátame», pensó Logan.

—Primer punto del día. —Se subió las gafas por la nariz de un modo tan parecido a como lo hacía Hazel que Logan no pudo evitar sentir un cariño involuntario hacia él—. El pub Sullivan's celebrará una noche de trivial los martes a las ocho en punto.

Logan notó la rabia que desprendía Annie. O tal vez fuera deseo sexual reprimido. No sabría distinguir la diferencia. La clase de repostería de Annie empezaba a las seis. La gente podría acudir a ambos eventos, pero sabía que Annie no aceptaría esa lógica. Mac había invadido su noche.