La Casa de las Tortitas de Fresa - Laurie Gilmore - E-Book

La Casa de las Tortitas de Fresa E-Book

Laurie Gilmore

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Beschreibung

Archer, padre soltero y chef de fama internacional, jamás planeó trasladarse a un pueblecito, y mucho menos dirigir una cafetería cuyo plato principal eran las tortitas. Pero en Dream Harbor necesitan un nuevo chef y él necesita una comunidad que lo ayude a criar a su hija, Olive. Iris nunca ha conseguido conservar un empleo más de unos pocos meses. Así que, cuando le sugieren que Archer está buscando una niñera interna, casi le entran ganas de salir huyendo en dirección contraria. Ahora, Iris se encuentra en un nuevo mundo. Un mundo en el que su atractivo nuevo jefe duerme al otro lado del pasillo y acostumbra a cocinar con una camiseta muy ajustada... ¿Acaso no debería resultar sencillo mantener una relación estrictamente profesional? Enamórate de esta nueva historia romántica y primaveral ambientada en Dream Harbor: «Laurie Gilmore lo ha vuelto a hacer; ¡otro gran libro de 5 ESTRELLAS!». «Como fan incondicional del tropo del padre soltero, ¡corono a Laurie Gilmore como la reina indiscutible!». «Una historia maravillosa, con lágrimas, risas, misterios, incertidumbre y felicidad». «Cautivadora, entrañable y deliciosa». «Una historia romántica en un encantador pueblecito, con una química chispeante y un toque muy picante». «ME HA ENCANTADO. La atmósfera que transmite este pueblecito es fantástica». «IN-CRE-Í-BLE. No me canso de decir cosas buenas sobre Laurie Gilmore. Me he enamorado de todos y cada uno de sus libros».

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Seitenzahl: 455

Veröffentlichungsjahr: 2025

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Portadilla

Créditos

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

Editado por HarperCollins Ibérica, S. A.

Avenida de Burgos, 8B - Planta 18

28036 Madrid

 

 

La Casa de las Tortitas de Fresa

Título original: The Strawberry Patch Pancake House

© Laurie Gilmore 2025

© 2025, para esta edición HarperCollins Ibérica, S. A.

Publicado por HarperCollins Publishers Limited, UK

© De la traducción del inglés, Carlos Ramos Malavé

 

Todos los derechos están reservados, incluidos los de reproducción total o parcial en cualquier formato o soporte.

Esta edición ha sido publicada con autorización de HarperCollins Publishers Limited, UK.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos comerciales, hechos o situaciones son pura coincidencia.

Sin limitar los derechos exclusivos del autor y del editor, queda expresamente prohibido cualquier uso no autorizado de esta edición para entrenar a tecnologías de inteligencia artificial (IA) generativa.

 

Diseño de cubierta: Lucy Bennett/HarperCollinsPublishers Ltd

Ilustración de cubierta: © Kelley McMorris/Shannon Associates

Ilustración del mapa del interior: © Laura Hall

 

ISBN: 9788419809797

 

Conversión y maquetación digital por MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Portadilla

Créditos

Sobre la autora

Dedicatoria

Playlist

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Capítulo 16

Capítulo 17

Capítulo 18

Capítulo 19

Capítulo 20

Capítulo 21

Capítulo 22

Capítulo 23

Capítulo 24

Capítulo 25

Capítulo 26

Capítulo 27

Capítulo 28

Capítulo 29

Capítulo 30

Capítulo 31

Capítulo 32

Capítulo 33

Capítulo 34

Capítulo 35

Capítulo 36

Capítulo 37

Capítulo 38

Epílogo

Agradecimientos

Sobre la autora

 

 

 

 

 

LAURIE GILMORE, autora best seller número uno del Sunday Times y del USA Today, escribe novelas ambientadas en pueblos pequeños y encantadores. Su primera novela, Café con aroma a calabaza, ha sido galardonada con el Premio al Libro del Año en TikTok 2024. Su serie Dream Harbor está llena de vecinos extravagantes, lugares acogedores e historias de amor que quitan el hipo. Le encanta leer libros que combinan a la perfección los momentos dulces con un toque picante, y aspira a conseguir eso mismo cuando escribe.

 

www.thelauriegilmore.com

 

instagram.com/lauriegilmore_author

facebook.com/lauriegilmoreofficial

 

Dedicatoria

 

 

 

 

 

A F, por hacerme madre, y a V, por mantenerme alerta desde entonces.

 

Este libro todavía no os está permitido leerlo, pero gracias por lo mucho que me inspiráis.

Playlist

 

 

 

Beautiful Things – Benson Boone♥

Bed Chem – Sabrina Carpenter♥

Enchanted – Taylor Swift♥

Beautiful As You – Thomas Rhett♥

enough for you – Olivia Rodrigo♥

Feels Like – Gracie Abrams♥

Everywhere, Everything – Noah Kahan♥

Call Me Lover – Sam Fender♥

Love Me Anyway – Chappell Roan♥

You Are In Love – Taylor Swift♥

Grace – Lewis Capaldi♥

What Was I Made For? – Billie Eilish♥

Pancakes for Dinner – Lizzy McAlpine♥

The Night We Met – Lord Huron♥

Out Of That Truck – Carrie Underwood♥

Break My Heart Again – FINNEAS♥

Forever – Noah Kahan♥

Sleep Tight – Holly Humberstone♥

Perfect – Ed Sheeran♥

You've Got The Love – Florence + The Machine♥

Fast Car – Luke Combs♥

Young and Beautiful – Lana Del Rey♥

Nice To Meet You – Myles Smith♥

Capítulo 1

 

 

 

 

 

Archer Baer acababa de ser padre de la forma más inimaginable. Aunque tampoco es que se lo hubiera imaginado jamás. ¿Qué hacía con una hija un chef adicto al trabajo y soltero convencido como él? Si ni siquiera tenía plantas en casa porque no disponía de tiempo para mantenerlas con vida. Y estaba bastante seguro de que los niños requerían mucha más atención que un ficus.

Sin embargo, según la abogada que lo había llamado hacía una semana y había puesto su existencia del revés, Archer tenía una hija. Una niña pequeña a la que no conocía, ni de la que había oído hablar en los cinco años que llevaba viva. Su madre, Cate, había muerto en un accidente de tráfico y él nunca podría preguntarle por qué no le había contado lo de la niña, pero, en cambio, lo había registrado como padre en el certificado de nacimiento.

Aún le parecía una locura cuando se paraba a pensarlo. Incluso mientras paseaba por la calle principal de aquel curioso pueblecito donde había crecido Cate, le parecía imposible. ¿Él, padre? No tenía ningún sentido. Sacudió la cabeza, frustrado, tratando en vano de despertarse. Necesitaba café. Hacía años que no se levantaba tan temprano. El trabajo en las cocinas de París lo había convertido en un ser prácticamente nocturno. Rara vez llegaba a casa antes de la una de la madrugada. ¿Cómo demonios iba a poder cuidar de una niña?

La abogada se había mostrado convencida de que su hija estaría mucho mejor con él que con su anciana abuela, pero Archer no estaba tan seguro.

«¿No sería mejor que la cuidase alguien que supiera cómo?», se preguntaba.

Volvió a pensar en Cate. Pese a no haber hablado con ella en cinco años, no podía creerse que hubiera muerto y que ahora ya no pudiera hacerle los cientos de preguntas que deseaba.

Cate Carpenter. La había conocido cuando trabajaba en un prestigioso restaurante de Boston. Ella se encargaba de la atención al público, él era aprendiz de chef. Ella era guapa y divertida. Se habían acostado unas pocas veces. Él iba a marcharse de todos modos, ponía rumbo a Europa para perseguir su descabellado sueño de convertirse en cocinero con estrella Michelin. ¿Sería ese el motivo por el cual no le habría contado lo del bebé? A lo largo de los años, podría habérselo dicho en un millón de ocasiones, ¿por qué había elegido no hacerlo?

¿Y qué habría hecho él? ¿Renunciar a todo? A su sueño. A su trabajo perfecto. A su empeño por ser el mejor. ¿Habría acabado antes en aquel pueblecito de Nueva Inglaterra? ¿Se habría casado con ella?

¿Le habría reprochado a Cate el haber descarrilado el plan que tan meticulosamente había trazado para sí mismo?

Se le formó un nudo en la garganta. Ya nada de aquello importaba, porque ella había muerto. Dios, Cate había muerto y él había ido allí a conocer a su hija. Era todo tremendamente trágico. Y Archer se sentía incapaz de hacer frente a la situación antes de haberse tomado un café.

Aquella era la primera vez desde su llegada que se aventuraba a entrar en el centro del pueblo. Era… pintoresco, parecía sacado de una postal antigua. Pintoresco e increíblemente pequeño. La calle bordeada de árboles consistía en un puñado de tiendas y se extendía nada más que dos manzanas. Y eso era todo. La zona comercial enseguida se volvía residencial. Carecía de la energía vibrante de París. Sus esperanzas de hacerse con una taza de café decente iban mermando a toda velocidad.

El día era gélido, sobre todo a esa hora tan intempestiva de la mañana. El frío del invierno aún no había dado tregua y, pese a estar aún en la primera semana de marzo, todas las tiendas mostraban una corona de flores o tulipanes artificiales en el escaparate. Todas ellas lucían un cartel donde se anunciaba una inminente búsqueda de huevos de Pascua. Le resultaba todo excesivamente… almibarado para su gusto. ¿De verdad iba a vivir allí? Si parecía un anuncio publicitario del encanto de Nueva Inglaterra. No sabía si sería capaz de soportarlo. Prefería llevar una vida un poco más oscura que no se redujese a adornos florales y búsquedas de huevos de Pascua.

Los propietarios de los establecimientos estaban empezando a abrir sus puertas, y cada vez más gente iba llenando la calle, hasta entonces desierta. Y, a no ser que Archer se hubiese vuelto totalmente paranoico, estaba bastante seguro de que casi todos lo miraban.

Fantástico. Era justo lo que necesitaba. Pueblerinos cotillas metiendo las narices en sus asuntos, cuando lo único que deseaba era resolver las cosas con su hija y regresar a París, a su cocina, a su vida real. Aquella extraña calle, con su exagerada decoración primaveral y su curiosa población, no era para él. Ya echaba de menos el anonimato de la ciudad.

Pasó de largo una tienda de mascotas, ignorando los conejitos del escaparate, así como el amable saludo del propietario. No se detuvo en la floristería ni en la heladería. ¡En aquel lugar tenía que haber una maldita cafetería!

¡Allí, por fin! Más adelante distinguió un letrero: PUMPKIN SPICE CAFÉ. Frunció el ceño. Más valía que tuvieran algo más que cafés de temporada con montones de edulcorante. Cruzó la calle y reparó en el pub situado junto al café. Podría resultarle útil mientras estuviera allí.

La pizarra de la entrada del establecimiento anunciaba un nuevo smoothie de kale y bollos de limón y arándanos. Del interior emergía el rico aroma del café recién tostado y Archer notó que se le despertaba el cuerpo. Gracias a Dios. No podía conocer a su hija, ¡su hija! —aún no se acostumbraba a esa palabra—, estando medio dormido.

Echó mano al picaporte de la entrada, sin prestar mucha atención, dándole vueltas a esa palabra y a esa responsabilidad, y a si deseaba o no comerse un bollo, cuando de pronto la puerta del café se abrió y a punto estuvo de estampársele en la cara.

—Pero qué narices… —Sus palabras se vieron ahogadas por el grito de la mujer, como si fuera él quien hubiese salido de la cafetería sin mirar y sin pensar en los demás.

—¡Ay, no! —gritó ella, aunque ya era demasiado tarde.

La bandeja de smoothies que llevaba en las manos se catapultó hacia él, el cuerpo de ella chocó contra el suyo, su melena pelirroja se alborotó y Archer la sujetó por los brazos instintivamente para evitar que se cayera.

—¡Mierda! —se quejó la desconocida, contemplando el espacio entre ambos donde el smoothie le goteaba a Archer por la pechera de la camisa, mientras que ella lucía tan solo pequeñas salpicaduras verdes en la ropa.

Archer estuvo a punto de soltar un gruñido. ¡Maldita sea! No tenía tiempo para aquello. No tenía tiempo para volver a la absurda casita que había alquilado para cambiarse de ropa. No podía llegar tarde a conocer a su… a su… a su hija. No había contado con verse arrollado por un ciclón humano cargado de smoothies de kale.

Debió de escapársele el gruñido de todos modos, pues la mujer abrió mucho los ojos en señal de alarma y de inmediato se le sonrosaron las mejillas.

—Lo siento muchísimo —se excusó—. Iba con prisa porque llego tarde y no veía por dónde iba y…

—No pasa nada —le espetó él, aunque desde luego que pasaba.

Iba a presentarse a la reunión más importante de su vida con la camisa empapada de smoothie. Un padre manchado de smoothie no era la clase de padre que inspiraba confianza. Y estaba tratando de recuperar parte de su habitual seguridad en sí mismo.

—Claro que pasa. Deja que te ayude.

Fue entonces cuando Archer se dio cuenta de que seguía teniendo a la mujer sujeta por los brazos y se hallaba demasiado cerca de ella. Dejó caer las manos, dio un paso atrás y golpeó con la espalda la puerta ya cerrada del café.

—No necesito ayuda —le dijo él, desviando la mirada hacia el mostrador y la larga fila de clientes que hacían cola.

Probablemente ya ni siquiera le diese tiempo a tomarse el café. Conocería a su hija con la camisa manchada y dolor de cabeza por falta de cafeína. Perfecto. Sencillamente perfecto.

—Deja por lo menos que te limpie la peor parte.

La mujer había cogido un puñado de servilletas de la mesa más cercana y las apretó contra su pecho.

—De algo servirá. Empaparemos el exceso y así quizá con un poco de jabón en el baño o algo así… —Hablaba mientras se afanaba con las servilletas, una cháchara incesante que le resultó extrañamente tranquilizadora.

La presión de sus manos, moviéndose sobre su torso, y la suave curva de sus labios mientras hablaba le distrajeron lo suficiente para disipar su rabia. De hecho, se dio cuenta de que deseaba dejarse tocar. Deseaba seguir hablando con aquella mujer frenética. Deseaba preguntarle por qué llevaba tantas bebidas. ¿Para quiénes eran? Parecía vestida más para hacer deporte que para ir a la oficina, con unos leggings ajustados que se ceñían a la curva de sus muslos y una camiseta deportiva diminuta que dejaba ver una franja de piel en torno a su vientre, una piel manchada ahora con salpicaduras de smoothie. Una piel que probablemente debería dejar de mirar.

Dios, ¿qué narices le pasaba? Debía centrar todas sus energías en el encuentro con su hija, no en intentar ligar con una mujer, hermosa, todo había que decirlo, en el café del pueblo.

Archer suspiró, apartó la mirada de aquella peligrosa franja de piel y volvió a mirar su rostro preocupado. Sus labios dibujaban un puchero.

«Maldita sea, Archer. Tampoco te fijes en sus labios».

«¡Céntrate en lo que estás!».

—¡No os preocupéis por el suelo! —gritó una mujer desde detrás del mostrador, distrayéndole por un momento, lo que hizo que dejara de mirar a la desconocida y de martirizarse por ello—. ¡Joe ya va a por la fregona!

—Vale, gracias, Jeanie —respondió la mujer que seguía frotándole el pecho—. Siento mucho el estropicio. —Continuaba asaltando su cuerpo con las manos.

Se hallaba demasiado cerca. Alcanzaba a oler su champú. ¿De fresas? Ay, Dios. Tenía que marcharse cuanto antes.

—Estas cosas pasan —repuso Jeanie encogiéndose de hombros.

Una pareja mayor sorteó con cuidado el charco del suelo y a Archer.

—Tienes que ir más despacio, Iris, cielo.

—Ya lo sé, Estelle —contestó con un suspiro la pelirroja, Iris, al parecer. Se enderezó y por fin cejó en su empeño de limpiarle la camisa—. Tienes razón.

—Eres una buena chica —le dijo Estelle, luego le dio una palmadita a Iris en la mejilla.

El hombre canoso que la acompañaba dirigió a Archer una sonrisa divertida.

—¿Una mañana dura? —preguntó.

—Por momentos, sí.

—Confiemos en que la cosa mejore —comentó el anciano con una risotada.

—Venga, Henry —dijo Estelle, agarrando al hombre del brazo antes de dar un sorbo al smoothie que llevaba en la mano—. Parece que hoy voy a llegar a clase antes que Iris. Menos mal que me he comprado mi propia bebida. —Se rio mientras salían.

Iris se carcajeó también en respuesta, hasta que su mirada recaló en el rostro de Archer y, de inmediato, se puso seria.

—En fin, creo que no puedo arreglarlo. —Ambos se quedaron mirando la mancha verde brillante que ensuciaba su camisa blanca.

—Desde luego que no —confirmó él. Suspiró.

Aquello no servía de nada. Estaba totalmente aturdido antes del encuentro con su hija y lo último que necesitaba era andar babeando detrás de la monitora de yoga del pueblo, o lo que fuera.

—Lo siento mucho —se lamentó Iris con una mueca pesarosa—. ¿Y si te invito a la bebida? ¿Qué vas a tomar?

Archer volvió a mirar hacia la cola y a todas las personas que fingían no estar mirándolo con un sinfín de preguntas dibujadas en el rostro, aunque se les daba fatal disimular. Era demasiado pedir pasar por aquel pueblo sin llamar mucho la atención. Devolvió la mirada a Iris, a su ceño fruncido y a la mueca de arrepentimiento que se adivinaba en su boca. La sudadera de cremallera con capucha que llevaba puesta encima de la ropa de deporte se le había resbalado por un hombro y dejaba al descubierto más piel que no debería quedarse mirando.

Tenía que marcharse.

Aquel día no podría responder a las preguntas de nadie. Y tampoco podría quedarse más tiempo en presencia de aquella mujer que ya había puesto su día patas arriba.

—No tengo tiempo —respondió de mala gana, luego les dio la espalda a la tal Iris y su expresión de perplejidad y a la fila de entrometidos bebedores de café.

No había ido allí a hacer amigos. Había ido allí a arreglar las cosas con su hija. Aunque no estaba nada convencido de que estuviese en condiciones de arreglar nada.

 

 

—¡Monstruo! —La niña se fijó en el manchurrón verde de la pechera de su camisa, soltó un grito de pánico y corrió a esconderse detrás del sofá.

El primer encuentro con su hija empezaba tan bien como se había imaginado.

—No es un monstruo, mi amor. Es tu papá —dijo Paula, la madre de Cate, sonriendo con cariño hacia el lugar por donde había desaparecido la niña detrás del sofá.

Archer no había conocido a Paula hasta aquel momento, otra prueba más de que lo que había tenido con Cate fue algo fugaz y sin ataduras.

Paula respiraba con ayuda de una bombona de oxígeno y el tubo que le salía de la nariz dejaba claro que necesitaba ayuda con aquella niña. Con su hija. La niña a la que solo había podido ver un instante antes de que desapareciera.

—¿Y por qué le sale ese moco verde de dentro? —preguntó la pequeña, aún sin salir de su escondite.

Archer se miró la camisa. No se equivocaba. La mancha del smoothie se parecía sospechosamente al moco de un monstruo.

—Solo es… smoothie —le dijo, y Paula asintió.

—¿Lo has oído, Olive? Es una mancha de smoothie, nada más.

—No pienso salir —dijo Olive, su hija Olive.

—Vale, cariño. Pues quédate ahí de momento. —Paula sonrió a Archer—: Por favor, siéntese. Olive puede ser un poco tímida al principio.

—No soy tímida —respondió la vocecilla—. Es que no me gustan los monstruos.

—Lo siento muchísimo —se disculpó Archer con pesar, mirando a Paula—. Esta mañana he tenido un pequeño incidente con un smoothie de kale y no me ha dado tiempo a cambiarme.

—Claro, no se preocupe —respondió la anciana, aunque su propio rostro sonriente hubiese adquirido cierto gesto de preocupación—. Estoy segura de que todo saldrá bien.

Entonces Archer se dio cuenta. Aquello tenía que salir bien. Aquella mujer había perdido a su hija y ahora no se encontraba en condiciones de cuidar de su nieta.

No se trataba solo de él y de su vida, de sus propias necesidades egoístas.

Mierda.

Se aclaró la garganta:

—Desde luego. Claro que saldrá bien. Estoy seguro de que Olive y yo nos acostumbraremos el uno al otro en un santiamén.

A juzgar por la cara de Paula, no le impresionaba gran cosa el plan de Archer de «acostumbrarse» a su nieta, pero, francamente, en aquel momento era lo máximo que podía prometer. Ya solo pronunciar su nombre, Olive, suponía para él un gran paso. Lo había evitado hasta entonces, como si no decirlo en voz alta hiciera que el asunto no fuese real.

Pero sí que lo era. Ella era real. Y le tenía pánico.

Maldita mujer del café. Si no le hubiese tirado encima aquel mejunje verde, nada de eso habría ocurrido. Luego se había puesto a toquetearlo con las manos, como si aquellas endebles servilletas de papel fuesen a servir de algo. No era que siguiera pensando en las manos de Iris sobre su pecho (aunque tal vez pensara en ellas más tarde). En aquel momento, tenía problemas más importantes.

Y no tenía ni idea de qué hacer al respecto.

El principal era cómo lograr sacar a su hija de detrás del sofá.

Seguía escondida media hora después mientras su abuela y él charlaban de asuntos insustanciales y la abogada revisaba el papeleo.

—Qué bien, París —comentó Paula—. ¿Le gustaba vivir allí?

—Sí que me gusta, sí —admitió él, enfatizando el tiempo presente. No pensaba mudarse a aquel pueblo de forma permanente—. Me encanta.

Aun a pesar de declarar aquello, las palabras le sonaron falsas. ¿Cómo podía encantarle un lugar que apenas había experimentado? Su vida consistía en la cocina del Beau Rêve, donde trabajaba como jefe de cocina, algunos pocos bares que los empleados y él frecuentaban después del trabajo y su apartamento. ¿Le encantaba París, o le encantaba la idea de ser el mejor allí, en un lugar reverenciado por su cocina? Daba igual. París formaba parte del plan. Dream Harbor, desde luego, no.

Lo cierto era que no tenía idea de cómo saldrían las cosas ahora que Olive se había convertido en un factor a tener en cuenta, pero ya lo averiguaría. Quizá su vida se hubiera visto temporalmente desnortada por aquella situación, pero no sería algo permanente. Si todos los implicados decidían que Olive debería vivir con él, y aquello seguía pareciéndole algo muy hipotético, entonces la niña se iría con él.

Se negaba a pensar en el hecho de que ni siquiera hubiera logrado sacarla de detrás del sofá, mucho menos llevársela a vivir a Francia. Pero cada cosa a su tiempo.

—De acuerdo, señor Baer. —Kaori Kim, abogada encargada de la custodia, desvió la atención de los papeles y la centró en él—. Veo que ha alquilado una casa en el pueblo.

—Sí. Y Olive tendrá su propia habitación.

Había alquilado una casita de campo en una calle tranquila. Se había instalado, había deshecho las maletas y montado un dormitorio para una niña pequeña, cosa que no estaba en absoluto cualificado para hacer, de modo que se había limitado a comprar todas las cosas rosas que encontró. Una idea bastante cutre de lo que era un hogar, pero abrigaba la esperanza de que a Olive la hiciese sentir a gusto.

—¿Y qué me dice del trabajo? —preguntó la abogada.

El trabajo. A Archer le dio un vuelco el corazón. Claro, necesitaría un trabajo mientras estuviera allí. Y había buscado. Había pasado sus primeros días en el pueblo explorando las zonas cercanas en busca de algún puesto de cocinero, pero se había ido con las manos vacías. Su área de búsqueda era demasiado limitada, pero no sabía qué haría con Olive mientras trabajaba. No podía invertir demasiado tiempo en ir y volver del trabajo, y tampoco hacer horas extra. Así que, de momento, tendrían que quedarse en el pueblo. Habían acordado que la transición sería más fácil para Olive si se quedaba cerca de su abuela, de sus amigas y del colegio. Tenía sentido, aunque eso dejaba a Archer atrapado allí y sin muchas opciones laborales.

—¡Se me ocurre el sitio perfecto! —intervino Paula—. Gladys está buscando nuevo cocinero. —Lo miró entusiasmada.

—¿Nuevo cocinero? —repitió él en voz baja.

—¡Sí, para su cafetería! —A Paula se le iluminó el rostro como si aquella fuese la mejor idea del mundo.

—¿Una cafetería?

La anciana asintió.

—Estupendo —dijo la señorita Kim cerrando su carpeta—. Entonces, queda zanjado el acuerdo de custodia temporal. Señor Bauer, usted será el principal cuidador de Olive durante los próximos seis meses, y Paula Carpenter conservará sus derechos de visita. Cuando termine el periodo de prueba, volveremos a hablar y tomaremos una decisión basándonos en lo más beneficioso para la niña.

Archer se limitó a asentir, sin poder hacer mucho más. Sentía la cara dormida. ¿Cocinero en una cafetería? ¿Aquella era su vida ahora? Padre de provincias y cocinero en una cafetería. Le entraron náuseas. ¿Cómo demonios iba a conseguir su estrella Michelin trabajando en una cafetería?

Kaori se asomó por detrás del sofá.

—¿Le parece a usted bien, señorita Olive? Va a vivir con su papá durante un tiempo y él cuidará muy bien de usted. Todos nos aseguraremos de ello. —Con aquella frase amenazante, Kaori le lanzó a Archer una mirada severa que venía a decir que el pueblo entero estaría atento.

Como si no le hubiera quedado ya claro aquella mañana en el Pumpkin Spice Café.

No alcanzó a distinguir la respuesta de Olive, pero no debió de ser buena, porque Kaori dejó a un lado su semblante de abogada profesional y adoptó un gesto de amiga preocupada.

—Ya lo sé, cielo —susurró, inclinada por encima de los cojines del sofá—. Pero a veces hay que ser valiente.

Kaori y Paula tenían lágrimas en los ojos y, una vez más, Archer se sintió como un imbécil por preocuparse por su propia vida cuando ellas acababan de perder a un ser querido. Habían pasado tan solo un par de meses desde que Olive perdiera a su madre. Y ahora tenía que irse a vivir con él.

Archer se levantó del asiento y se arrodilló en el sofá junto a Kaori. Se asomó por encima del respaldo y encontró a Olive mirándolo con unos grandes ojos marrones. Iguales a los de Cate. El corazón le dio un vuelco.

—Hola, Olive.

La niña siguió mirándolo sin decir nada, pero al menos no giró la cabeza, lo cual ya era un avance.

Archer se aclaró la garganta:

—Sé que es un poco raro, y sé que acabamos de conocernos, pero vamos a intentarlo al menos, ¿vale?

La niña arrugó la frente.

—Creo que a tu madre le habría gustado que fuéramos… amigos —sugirió.

—Desde luego que sí —convino Kaori—. Yo conocía a tu mamá, y le habría encantado que pasaras algo de tiempo con tu papá.

«¿De verdad?», quiso preguntar Archer. Si fuera así, ¿por qué no le habría contado lo de Olive? Pero aquel no era un buen momento para preguntarlo. No cuando Olive lo miraba de aquella forma, como si estuviera perdida y asustada, y él no tenía ni idea de cómo ayudarla.

Sin embargo, Archer no se rendía. Y no fracasaba.

Si había logrado sobrevivir como aprendiz en algunas de las cocinas más exigentes del mundo, sin duda podría apañarse con una niña pequeña.

Le tendió la mano y, durante varios segundos tensos que se le hicieron eternos, Olive se quedó mirándola. Pero luego, al fin, colocó en ella su manita.

Era un comienzo.

Capítulo 2

 

 

 

 

 

Iris mojó un trozo de tortita en el denso sirope de arce de imitación que cubría su plato mientras hacía de nuevo los cálculos en su cabeza. Pero, por muchas vueltas que le diera, el resultado era siempre el mismo: no iba a poder pagar el alquiler. Otra vez. Y, si bien su casera se había mostrado increíblemente paciente respecto a los últimos tres retrasos en el pago, Iris estaba bastante segura de que no sería tan amable esta vez. Sobre todo porque el mes anterior le había dicho: «¡Iris, esta es la última vez! Necesito el dinero del alquiler». El mensaje estaba bastante claro. Iris estaría perdida si no lograba reunir el dinero del alquiler en los próximos dos días.

Suspiró y se quedó mirando a través del enorme escaparate de la cafetería situado junto a su mesa. Las gotas de lluvia que resbalaban por el cristal no contribuían a levantarle el ánimo. Gladys, una de sus mejores alumnas de yoga y propietaria del establecimiento, se sentó en el banco frente a ella.

—¿Por qué estás tan apagada hoy, cielo?

—Ya sabes, lo típico —respondió Iris encogiéndose de hombros—. No llego a fin de mes teniendo que trabajar en la actual economía de contratos temporales.

A la avanzada edad de veintiséis años, Iris tendría que buscarse uno de esos trabajos de los que todo el mundo hablaba. De esos que incluían planes de jubilación y sueldos. De esos en los que a una le pagaban con dólares y no con clases ilimitadas en la Asociación y con flores gratis todos los meses. Aunque había de reconocer que le encantaban las flores gratis.

Gladys frunció el ceño.

—Pero no te preocupes —la tranquilizó Iris con una sonrisa forzada—. Ya se me ocurrirá algo. Siempre se me ocurre. —Siempre se le ocurría.

Otro nuevo empleo, otro apartamento barato, otra compañera de piso cuestionable. Iris llevaba ya mucho tiempo viviendo por su cuenta. Desde que su madre se fuese a vivir a Florida con su último novio, Iris había estado prácticamente sola en Dream Harbor. Bueno, salvo por su prima, Rebecca, pero no podría volver a quedarse a dormir en el sofá de Bex. La mujer tenía tres gatos y tocaba la trompeta hasta bien entrada la noche. La situación no era compatible con tener compañera de piso. Iris no soportaba escucharla practicar sus piezas de jazz hasta la medianoche y después dormir como mínimo con dos gatos encima de la cara. No podría volver a hacerlo.

Un golpe, seguido de una retahíla de palabrotas procedentes de la cocina, la sacó de su ensimismamiento.

—¿Qué ha sido eso?

—El nuevo chef —le dijo Gladys con una sonrisa adusta.

—¿Un chef? ¿Para la… cafetería? —Iris contempló los desgastados bancos tapizados de las mesas y los viejos suelos de linóleo. Le encantaba la cafetería, aunque no era precisamente lo que una llamaría un lugar de alto copete.

—Estamos modernizando el local —explicó Gladys, que se enderezó en el asiento—. Y necesitamos una nueva carta.

Iris se metió en la boca el último trozo de tortita.

—No irás a quitar las tortitas a cualquier hora, ¿verdad?

—¡Ni hablar!

—Menos mal. —Sonrió a la mujer por encima de su taza de café malo.

—De hecho… —Gladys pareció tener una idea—, se me está ocurriendo una solución a tu problema.

—Bueno…, podría hacer algún turno de camarera…

—No me refiero a eso —contestó Gladys, descartando su sugerencia con un gesto de la mano. Al parecer, tras haber roto múltiples platos en cada turno y haberse comido su peso en tortitas, Iris no era la aspirante ideal para un puesto de camarera—. Se me ocurre una idea mejor —prosiguió—. ¿Y si trabajas de niñera?

Iris se echó hacia atrás en el banco y sacudió las manos frente a ella como si quisiera esquivar físicamente la sugerencia de Gladys.

—¿Niñera yo? Ni hablar.

—¿Por qué no? Tienes mucha energía y eres una profesora maravillosa. Se te daría genial.

—Se me da genial dar clases a adultos. Los adultos son capaces de mantener una comunicación humana de verdad. Los niños son otra cosa.

Gladys enarcó las cejas como si no se creyera la profunda desconfianza de Iris hacia los niños.

—Los niños sí son capaces de comunicarse —argumentó.

—Son impredecibles —respondió Iris sacudiendo la cabeza—, y me da la impresión de que siempre andan tramando algo. ¿Y por qué están siempre tan pegajosos?

Gladys se rio, meneando la cabeza:

—Los niños son personas sin más. No creo que una niña pequeña te suponga mucho problema.

¿Personas sin más? Personas pequeñas e incoherentes empeñadas en destruirlo todo. Iris había pasado gran parte de su infancia con adultos. Bueno, con adultos y con Bex, pero Bex y ella tenían casi la misma edad. Iris no tenía hermanos pequeños, tampoco primos pequeños. Nunca había hecho de canguro con los niños del vecindario. Y jamás había mostrado interés por los muñecos.

Su mejor amiga cuando era pequeña era la cariñosa vecina de arriba, Josie, quien por entonces tenía setenta años. Solía cuidar a Iris después de clase cuando su madre trabajaba, y ella la adoraba. Contaba unos cuentos fantásticos y preparaba unos espaguetis deliciosos. Incluso ahora, los domingos no le parecían domingos si no había una olla de salsa de tomate calentándose al fuego. Josie le había enseñado eso.

Los ancianos eran fuentes de conocimiento. Los niños pequeños eran… unos salvajes.

—¿Para quién trabajaría? —preguntó, aunque no tenía intención alguna de aceptar aquel trabajo absurdo, pero le había picado la curiosidad.

Gladys desvió la mirada hacia la cocina.

—Bueno…

Otro golpe y un grito.

—¡¿El hombre que está gritándoles ahora mismo a tus empleados tiene una niña pequeña?! —preguntó Iris con los ojos como platos.

—¿Te enteraste de lo de Cate Carpenter?

—Por supuesto.

Todo el mundo se había enterado. Fue una tragedia. Iris había ido al colegio con Cate, aunque nunca habían sido amigas íntimas. Aun así, siempre era terrible enterarse de que algo semejante le había sucedido a alguien tan joven, la clase de historia que te hacía cuestionarte qué estabas haciendo con tu vida.

—Bueno, según parece, han localizado al padre de la niña.

—¿Y el padre es el maniaco de tu cocina?

—No es un maniaco —repuso Gladys con un suspiro de exasperación—. Es un chef de fama internacional y está dándole un buen lavado de cara a mi restaurante.

—Mmm.

—Necesitaba un trabajo para mantener a su hija —explicó Gladys encogiéndose de hombros—. Y nosotros éramos los únicos que buscaban cocinero.

—Así que ahora tienes un chef…

—Un chef de fama internacional.

—¿Un chef de fama internacional haciendo tortitas?

—Va a renovar toda la carta —dijo Gladys con una sonrisa.

—¿Y qué opina Lionel al respecto? —A Iris le habría encantado estar presente cuando Gladys le contó a su marido que ahora la cafetería iba a dirigirla un chef sabelotodo y engreído.

La mirada de Gladys confirmó que la cosa había ido tal y como ella se imaginaba.

—Ya entrará en razón —contestó, y cruzó las manos sobre la mesa—. En fin, ¿qué te parece el trabajo?

—Gladys, me encantaría ayudar, en serio, pero no tengo ninguna cualificación para ser niñera.

—¡Qué tontería! Estás certificada para hacer la RCP, eres creativa, enérgica, divertida, responsable… —Gladys fue enumerando sus cualidades con los dedos—. Y, lo más importante, estás disponible.

—Ni hablar —insistió Iris sacudiendo la cabeza—. Lo siento.

—¿Qué otras opciones tienes?

—Pues seguramente… podría…

El gesto de Gladys se iba tornando petulante por momentos conforme Iris vacilaba.

—Ya se me ocurrirá algo. —Podría trabajar algunos turnos en Mac's, o tal vez Jeanie necesitase una barista en el Pumpkin Spice Café, o a lo mejor podía vender un riñón o algo.

Cualquier cosa menos pasarse el día con una niña pequeña. Kira ya había prometido volver a contratarla para las fiestas, así que solo tenía que aguantar otros ocho meses más. Pan comido.

—No digas tonterías. ¿Te he dicho que sería un puesto de interna?

—¿Te refieres a que no tendría que pagar alquiler?

—Exacto —confirmó Gladys con aquella sonrisa de suficiencia—. Nada de alquiler. Y la niña va al jardín de infancia. Ni siquiera estará en casa gran parte del día. Podrías seguir dando tus clases.

Los cálculos iban cambiando a toda velocidad. Si no tuviera que pagar alquiler y pudiera seguir impartiendo sus clases y además le pagaran por su trabajo como niñera, tal vez pudiera, por una vez en su vida, mejorar su situación económica. Quizá al fin lograra terminar el mes sin estrecheces.

Qué lista Gladys con sus buenas ideas.

—¿Y qué tendría que hacer?

—Pues me imagino que tendrías que prepararla para ir al cole y después recogerla. Por las tardes estarías al mando, antes de que vuelva a casa su padre, pero seguro que puedes hacerlo, Iris.

—¿Por qué insistes tanto?

El pueblo entero estaba lleno de metomentodos, entrometidos y cotillas bienintencionados que se morían por meterse en los asuntos de los demás, aunque por lo general Gladys no era de las que interferían. Tenía a su marido, a sus dos hijas, tantos nietos que Iris había perdido la cuenta y, además, aquella cafetería que dirigir. No le quedaba tiempo para inmiscuirse en vidas ajenas.

—Están pasando apuros y tú también —contestó Gladys más suave—. ¿Por qué no ayudaros mutuamente?

Iris estuvo a punto de decirle que ella no estaba pasando apuros, pero la mirada de Gladys le cerró la boca. Claro que estaba pasando apuros.

—Esa niñita ha perdido a su madre y el hombre de ahí dentro está haciéndolo lo mejor que puede…

Otro estruendo procedente de la cocina interrumpió las palabras de Gladys, pero su intención de tocarle la hiperdesarrollada fibra sensible a Iris surtió el mismo efecto. ¿Qué iba a decirle? ¿Que no quería ayudar a una pobre niña que había perdido a su madre? Eso sería terrible.

Eso, sumado a la amenaza de pasarse la noche oyendo a su prima practicar con la trompeta, la llevó a decir:

—Vale, de acuerdo. Lo haré.

—¡Fantástico! —exclamó, radiante, Gladys—. Se lo diré a Archer. Ay, aquí viene. —Desvió la mirada hacia la puerta de la cocina cuando esta se abrió de golpe.

Era él. El hombre más enfadado que Iris había visto jamás emergió del caos reinante en la cocina. Si acaso era posible fruncir el ceño empleando el cuerpo entero, eso era justo lo que estaba haciendo. Ni siquiera su distinguida chaquetilla blanca de chef lograba suavizar el brillo iracundo de sus ojos oscuros. El cabello rubio oscuro le bailaba sobre la frente como si hubiera estado tirándose de los pelos y finalmente se hubiera rendido. Tenía el entrecejo arrugado y su boca dibujaba una mueca de desaprobación que le cruzaba el rostro. Desprendía una tensión palpable. Era el mismo hombre que había dado impresión de querer asesinarla por bañarlo con smoothie de kale. Distaba mucho de la imagen del padre cariñoso.

—¡Archer! —exclamó Gladys, y su voz transmitió la alegría que le provocaba su triunfo—. ¡Te he encontrado a la niñera perfecta!

Archer desvió su tormentosa mirada hacia Iris.

Esta le dedicó a su hipotético jefe una leve sonrisa y un saludo con la mano.

Si acaso la reconoció del incidente con el smoothie, no dio muestras de ello.

—Envía tu currículum —gruñó, se dio la vuelta y volvió a entrar hecho una furia en la cocina.

¿Dónde acababa de meterse Iris?

Capítulo 3

 

 

 

 

 

Eran solo las seis menos cuarto cuando Archer se montó en su coche, situado en el aparcamiento de atrás. La cafetería abría temprano para servir desayunos y comidas, pero a las tres ya estaba cerrada. De modo que, incluso después de limpiar y asegurarse de que todo estuviese preparado para el día siguiente, regresaba a casa más temprano que en los últimos años.

Un signo más de lo alterada que estaba su vida desde que se había trasladado a aquel extraño pueblo. Antes, a esa hora, solía marcharse a trabajar, en lugar de volver a casa a compartir otra silenciosa cena con su hija.

Su hija.

Dios, seguía costándole pensar en ella en semejantes términos. ¿Sería eso terrible? ¿Debería haberse encariñado de ella de inmediato? No lo sabía. No sabía qué era normal y qué no. ¿Era habitual que la gente se enamorase al instante de sus recién nacidos chillones y con la cara enrojecida? Lo mismo sí. Tal vez debería haber sentido una especie de unión biológica con Olive, pero hasta el momento la situación había sido de lo más incómoda.

Resopló frustrado mientras conducía por la calle principal, pasando de largo todas aquellas tiendecitas con encanto. Gladys tenía razón. La cafetería necesitaba renovar su imagen si quería mantenerse a la altura de aquel pintoresco enclave.

Enfiló la calle bordeada de árboles donde había alquilado la casa. Jamás en su vida habría deseado vivir en una calle así. Jamás se habría imaginado regresando en coche a una casa con jardín y cerca de madera. A una casa con su familia.

Aquello era agradable para algunos, pero no para Archer.

Él estaba destinado a ser chef. A alta cocina para personas que la apreciaran. No a preparar tortitas en un pueblecito estadounidense.

Puaj. Apoyó la cabeza en el volante cuando se detuvo en el camino de acceso a la casa. Necesitaba unos minutos antes de meterse en aquella vida que no era la suya. En aquella casa que no era su hogar. Con aquella niña que era una desconocida.

Soltó un gemido.

El adulto era él.

Tenía que hacer las cosas bien por Olive.

Confiaba en que en algún momento empezara a dirigirle la palabra.

Sí, claro que lo haría. No había transcurrido ni siquiera una semana desde el traslado. Solo necesitaba un poco más de tiempo para acostumbrarse. Y él también. Se levantó del asiento del conductor y atravesó el jardín delantero en dirección a la puerta. Tuvo el absurdo impulso de llamar a aquella puerta que no le parecía la suya. Pero era la suya, al menos por el momento, así que entró.

—Señor Baer, ya está en casa. —Kimmy, la niñera, se levantó de un brinco del suelo, donde había estado jugando con Olive al Candy Land—. Nos vemos, peque. —Le revolvió el pelo a Olive antes de coger el bolso y reunirse con Archer junto a la puerta.

—Gracias, Kimmy.

—No hay de qué. Puede pagarme con el móvil.

—Claro, descuida.

—¿Me necesita mañana? Porque tengo ensayo del club de teatro. Me han dado la protagonista en El duque y yo. Me parece increíble.

Lo que a Archer le parecía increíble era que un instituto pudiera representar una novela de Bridgerton, pero esa era otra cuestión.

—Estoy en trámites de contratar a una niñera, así que no te necesitaremos tanto.

—Ah, genial. Nos vemos, Olive.

La niña vio salir a Kimmy, siguiendo con sus enormes ojos marrones los movimientos de la joven. La primera vez que Archer la vio, su similitud con Cate lo había sobresaltado. Era como una versión en miniatura de la mujer a la que una vez conoció, hacía media década. Cabello oscuro que enmarcaba su rostro redondeado y le llegaba justo por debajo de la barbilla, con un flequillo que le acariciaba la frente y unos ojos grandes que lo miraban y, de inmediato, parecían sacarle defectos. Aunque ese rasgo era exclusivo de Olive. A Cate había parecido gustarle todo de él en términos generales.

—Bueno… —dijo, adentrándose en el pequeño salón—. ¿Te apetece que juegue contigo? Eh…, al Candy Land, quiero decir. —Señaló torpemente el tablero del juego. —Olive parpadeó—. O podríamos hacer otra cosa. ¿Quieres que ponga una peli o algo? O podríamos colorear.

¿Colorear? No había tenido una cera de colores entre los dedos desde que tenía ocho años. Pero, llegado ese punto, haría casi cualquier cosa antes que quedarse mirándose el uno al otro. Desde aquel primer y desastroso encuentro, le daba la impresión de que Olive toleraba su presencia, de que no estaba en absoluto convencida de su capacidad para encarar aquella tarea. A él le pasaba lo mismo.

Olive sacudió la cabeza y se sentó en el sofá. Se tapó con su vieja manta raída. Su abuela le había explicado a Archer que era su mantita de cuando era un bebé y que bajo ninguna circunstancia debería guardarla o lavarla, y que, si alguna vez se perdía, ni Olive ni él volverían a pegar ojo. Pero sin presiones.

Olive se abrazó a su wómbat de peluche, cogió el mando a distancia y puso lo que más le gustaba ver en la tele: concursos de repostería.

Algo se le encendió a Archer dentro del pecho.

Tal vez sí fuera hija suya al fin y al cabo.

Llamaron a la puerta y eso le concedió algo que hacer, además de quedarse mirando a Olive. Fue a abrir, pensando que a Kimmy se le habría olvidado algo, pero resultó que no era ella. Debería haberlo imaginado.

—¡Hola, Archer! —En su puerta estaban Nancy, su mujer Linda, y Kaori, la abogada encargada de la custodia.

La primera vez que había sucedido aquello, se asustó al pensar que ya se había metido en algún tipo de lío; sin embargo, aquella era la tercera vez en cuatro días que esas tres mujeres se presentaban en su casa. Y, el único día que no aparecieron, Estelle, a quien había conocido brevemente en el Pumpkin Spice Café, y Gladys se habían pasado por allí «porque estaban por el barrio».

Archer había descubierto que Nancy era una maestra de educación infantil jubilada que, al parecer, se tomaba como una responsabilidad personal el bienestar de todos los niños del pueblo, incluidos sus antiguos alumnos. Linda parecía apuntarse a la visita principalmente para señalar los pocos avances que había hecho con respecto a Olive. Si a eso se sumaba la mujer responsable del caso de la custodia, formaban las tres un simpático comité de bienvenida.

En esa ocasión, Nancy llevaba en brazos un estofado de proporciones épicas. ¿A cuánta gente se creía que tenía que dar de comer?

—Os he traído algo de cena —explicó, plantándole la cazuela en los brazos.

Anteriormente, Archer había sido incapaz de convencerlas de que era chef profesional y tenía capacidad más que de sobra para preparar la cena, por eso esta vez se limitó a darle las gracias.

—¿Cómo está Olive? —Kaori miró hacia el interior de la casa.

—Está bien.

—Sigue sin dirigirte la palabra, ¿no? —conjeturó Linda, y se abrió paso para entrar.

—Ya lo hará —comentó Nancy, dándole una palmadita en el brazo mientras también se autoinvitaba a pasar a su casa.

Él no se resistió. Ya había descubierto que era mejor permitirles entrar, para demostrarles que Olive seguía con vida, y después se irían.

Suspiró y vio cómo las dos mujeres mayores se mostraban embobadas con Olive; se sintió absurdamente celoso de que la niña les sonriera y respondiera de inmediato cuando le preguntaron qué tal le había ido el día, sincerándose con ellas en cuanto la flanquearon en el sofá.

—Estamos de tu parte —le dijo Kaori a Archer.

—Sí —respondió él con un resoplido y una risa sarcástica—. Se ve a la legua que tenéis muchísima fe en mí. No ha habido un solo día desde que Olive se trasladó aquí en el que no haya venido alguien a ver cómo estaba.

Kaori se quedó mirándolo como si le faltaran neuronas.

—Por supuesto —sentenció—. Adoramos a esa niña y, francamente, no sabemos gran cosa sobre ti.

—Me parece justo.

—Pero, aparentemente, a Cate le pareciste bien, por eso voy a concederte el beneficio de la duda.

Archer apoyó la cabeza contra el marco de la puerta y sintió en el rostro el calor del sol de última hora.

—¿Le parecí bien?

—A decir verdad, jamás hablaba de ti.

—Vaya —contestó él con una mueca de pesar.

—Lo único que sí que dijo fue que pensaba que estabas destinado a cosas más importantes —respondió Kaori con un encogimiento de hombros—. No quería interponerse en tu camino. Olive era su sueño. No quería echar a perder el tuyo.

Vio las lágrimas en sus ojos cuando volvió a mirarla.

—Lo siento muchísimo —le dijo.

Kaori se sorbió la nariz y se frotó los ojos con el dorso de la mano.

—Era una persona maravillosa, Archer. Y Olive es maravillosa también.

—Lo sé —respondió él tras aclararse la garganta para disimular la emoción—. Lo estoy… intentando.

Kaori lo estudió con atención antes de darle una palmada en el hombro.

—Hace falta un pueblo para criar a un niño y nosotros somos ese pueblo. —Le sostuvo la mirada—. Y te estamos observando.

—Muy tranquilizador —comentó él secamente.

—Debería serlo —le aseguró Kaori con una sonrisa—. Miramos por el bien de Olive. Y también por el tuyo. Acepta la ayuda, Archer. Así será todo mucho más fácil. —Lo pasó de largo y recibió un gran abrazo por parte de Olive.

Archer cerró la puerta y se fue a la cocina a buscar un hueco entre los demás guisos del congelador en el que meter aquella última incorporación.

Aceptar ayuda no era precisamente su punto fuerte, pero, por Olive, lo intentaría. Aunque tampoco le quedaba mucha alternativa. Estaba bastante seguro de que aquellas mujeres podrían acabar con él si fuera necesario. Así que intentaría asegurarse de que no fuese necesario.

Encontró un hueco en el abarrotado congelador, metió allí el guiso y cerró la puerta.

Ya estaba. Había aceptado la ayuda.

Capítulo 4

 

 

 

 

 

Al día siguiente, Iris se presentó en casa de Archer a la hora exacta que él le había dicho. Diez minutos arriba o abajo. Pero, a juzgar por el odio con que la miró, cualquiera diría que llegaba una hora tarde.

—Llegas tarde —le dijo, cruzándose de brazos.

Él bloqueaba el umbral de la puerta como si tal vez aquella transgresión de diez minutos bastase para despedirla —o no contratarla— a la primera de cambio. Iris solo había accedido a acudir esa tarde para conocerlos a Olive y a él. Ni siquiera había accedido realmente a aceptar el trabajo todavía. No estaba tan desesperada como para irse a vivir con un hombre al que no conocía. Otra vez no, al menos. La última vez fue con un tío al que encontró en un anuncio en la cafetería. En teoría el tipo buscaba compañero de piso, pero lo que de verdad quería era robarle la ropa interior mientras ella estaba en el trabajo.

No andaba buscando otro ladrón de ropa interior.

—Lo siento, se ha alargado mi clase. —Apenas había tenido tiempo de quitarse el bañador y llegar hasta allí.

El pelo aún le goteaba por la espalda, recogido en una trenza mojada, y la brisa de principios de primavera le erizaba el vello de los brazos desnudos. Se le había olvidado la sudadera en el gimnasio. Otra vez.

Se pasó la trenza por encima del hombro y se la escurrió sobre el escalón de la entrada. Al levantar la mirada, Archer seguía mirándola con odio. A lo mejor seguía enfadado por lo del smoothie.

—A Olive hay que recogerla del colegio a las dos y media.

Iris le devolvió la mirada con el mismo odio.

—Bueno, si acepto el trabajo, cambiaré el horario de mi clase para adaptarlo al de Olive. —Levantó la barbilla y esperó. ¿Iba a dejarla entrar en casa o la entrevista al completo tendría lugar en el escalón de la entrada?

Archer se quedó mirándola a los ojos unos segundos más antes de desviar la mirada hacia la mancha de humedad que estaba dejándole el pelo en la camiseta, justo encima del pecho izquierdo. Iris habría pensado que era un pervertido hasta que lo vio fruncir los labios en clara señal de desaprobación. Al parecer, su uniforme de leggings, camiseta de tirantes y cabello permanentemente húmedo no cumplía con sus requisitos. En el café había ocurrido lo mismo. Le había parecido que se quedaba mirándola, luego ella se ofreció a pagarle la bebida; aun así, el tipo había salido huyendo.

Menos mal que no había sucedido nada más, teniendo en cuenta que estaba a punto de pasar a convertirse en su jefe. Tal vez.

Volvió a mirarla a la cara con dureza y reprobación. Dios, se lo imaginaba en una cocina gritándoles a sus pobres ayudantes como todos esos chefs a los que había visto en las películas. Exigiendo perfección. Exigiendo precisión. Un leve escalofrío le recorrió la piel al pensar qué sería complacer a un hombre como él.

Ignoró ese pensamiento totalmente inútil. Si esperaba perfección por su parte, le supondría una tremenda decepción. Iris era caótica, no estricta. Siempre llegaba tarde, salvo cuando daba clases (no les haría eso a sus alumnas). Tenía un larguísimo historial de pasatiempos a medio terminar y libros a medio leer. Era buena, pero no perfecta. Además, si mantenía su tendencia habitual, no conservaría aquel trabajo más de seis meses. Quizá debería marcharse y ahorrarles tiempo a ambos.

Sin embargo, Archer por fin dejó de evaluar su apariencia con la mirada y se hizo a un lado. Ella lo siguió con reticencia por un estrecho pasillo que daba directamente a un saloncito acogedor donde había una niña pequeña sentada en el sofá viendo lo que parecía ser un programa de repostería. Iris dejó las chanclas al lado de la puerta, junto con los demás zapatos. Vio un par de deportivas especialmente pequeñas que le provocaron un cosquilleo nervioso en la tripa. ¿Cómo iba a responsabilizarse de alguien tan pequeño?

Sin duda era una mala idea.

El padre era un imbécil. La niña era demasiado pequeña. Y a ella le faltaban demasiadas cualificaciones.

Tendría que arriesgarse a volver a vivir con Bex.

Abrió la boca para anunciar su decisión cuando vio cómo Archer observaba a su hija. Parecía completamente… perplejo. Como un hombre perdido en un laberinto sin tener ni idea de cómo salir. Parecía triste y un poco asustado. Parecía, sin duda, necesitado de ayuda.

La pilló mirándolo, por lo que enseguida volvió a subir la guardia y adoptó aquella actitud de jefe duro:

—Primero, hablemos en la cocina, luego conocerás a Olive.

—Sí, claro.

Olive ni siquiera apartó los ojos de la tele cuando pasaron junto a ella. La cocina y el salón eran, en esencia, una sola estancia con una pequeña isla entre medias. Iris se sentó en ella y Archer se quedó de pie mirándola, con las manos sobre la encimera. Tenía la camisa remangada, dejando ver sus antebrazos desnudos.

—¿No deberías tener una espátula o algo así tatuado en los brazos? —le preguntó ella.

—¿Que debería tener qué? —respondió él enarcando las cejas—. ¿Por qué razón?

—No sé —dijo Iris y se encogió de hombros—. ¿No es típico de los chefs? Tener muchos tatuajes de utensilios de cocina, carne y cosas así.

—¿Carne y cosas así? —Archer torció la boca, casi como si le hiciera gracia, pero se negara a demostrarlo.

—No finjas que no sabes de qué estoy hablando. El típico look de chico malo que llevan los chefs. A no ser que tengas los tatuajes en otra parte… —Le señaló el cuerpo y dejó la mano congelada en el aire al ver su mirada de horror.

Dios, ¿qué estaba diciendo?

—Ay…, perdón. Da igual.

—¿Y si hablamos del trabajo?

De nuevo Iris advirtió esa mueca casi divertida en los labios de Archer.

Asintió, aliviada de poder pensar en algo que no fuera si él era en efecto un chef chico malo y si tenía el ancho torso cubierto de tinta, o tal vez la espalda…

—¿Iris?

—¿Sí? —Parpadeó para volver a la realidad.

La realidad en la que Archer estaba haciéndole preguntas acerca de cómo cuidaría de su hija. La realidad que no tenía nada que ver con su cuerpo. Aunque a ella su cuerpo le daba igual. No era que siguiera pensando en el tacto de su torso firme bajo sus manos mientras le limpiaba el smoothie de la camisa. Su cuerpo era del todo irrelevante. Igual que su cara. Y esas manos grandes que seguían extendidas sobre la encimera delante de ella. Dios, qué dedos tan largos. Unos dedos capaces probablemente de toda clase de trucos…

Iris se aclaró entonces la garganta:

—Perdona, no te he escuchado.

Archer estaba mirándola de nuevo con la expresión habitual, como si le decepcionara incluso el hecho de haberla invitado a entrar. Debía de estar tan desesperado como ella. Tan desesperado como le había dicho Gladys, si ella era su mejor opción.