Caminos nuevos - Víctor Fowler Calzada - E-Book

Caminos nuevos E-Book

Víctor Fowler Calzada

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Beschreibung

Caminos nuevos nos invita a hacer un recorrido por diversos ámbitos de la cultura, el cine y la literatura. El libro comienza con una investigación, exhaustiva y apasionante, sobre el viaje de los maestros cubanos a Harvard en 1900. Otros trabajos ahondan en el conocimiento de obras imprescindibles del teatro y el cine cubanos (Eugenio Hernández Espinosa, Sara Gómez), así como en la producción de importantes poetas, como Ramón Fernández Larrea, José Kozer y Roberto Manzano, mientras que los escritos sobre Martin Robinson Delany y Miguel Collazo se detienen en el análisis de novelas. Los ensayos de Víctor Fowler se destacan por su aguda mirada crítica y el intenso diálogo con las obras y procesos estudiados, que le permiten arrojar luz sobre sus estratos de sentido menos evidentes. En este libro Fowler nos propone un conjunto de reflexiones tan penetrantes como novedosas sobre obras, autores y procesos culturales que marcaron nuestra historia y que, aun desde el pasado, no cesan de interrogarnos.

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Título

Quedan rigurosamente prohibidas, sin la autorización escrita de los titulares del Copyright, bajo la sanción establecida en las leyes, la reproducción parcial o total de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático, y la distribución de ejemplares de ella mediante alquiler o préstamo público. Si precisa obtener licencia de reproducción para algún fragmento en formato digital diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) o entre la web www.conlicencia.com EDHASA C/ Diputació, 262, 2º 1ª, 08007 Barcelona. Tel. 93 494 97 20 España.

CAMINOS NUEVOS

Víctor Fowler Calzada

© Víctor Fowler Calzada, 2023

© Sobre la presente edición:

Editorial Letras Cubanas, 2023

ISBN: 9789591025869

Tomado del libro impreso en 2019 - Edición y diagramación: Rinaldo Acosta Pérez-Castañeda / Dirección artística: Alfredo Montoto Sánchez / Diseño de cubierta: Suney Noriega Ruiz / Ilustración de cubierta: Álvaro Almaguer

E-Book -Edición-corrección, diagramación pdf interactivo y conversión a ePub: Sandra Rossi Brito / Diseño interior: Javier Toledo Prendes

Instituto Cubano del Libro / Editorial Letras Cubanas

Obispo 302, esquina a Aguiar, Habana Vieja.

La Habana, Cuba.

E-mail: [email protected]

www.letrascubanas.cult.cu

Índice de contenido
Título
Reseña del autor y la obra
1.
Una aventura en Harvard, 1900: Los maestros cubanos
The Lost Boy of Cuba
2.
En puntos de ruptura (el editorial)
Ni fincas ni cafetales: contornos para el cine de Sara Gómez
Los que no pueden hablar
3.
Batallas de imaginación: el momento interior de Miguel Collazo
La opción Larrea. Un ejercicio de fidelidad a la amistad-poesía
Cierto José Kozer
El neo-humanismo de Roberto Manzano

Reseña del autor y la obra

VÍCTOR FOWLER CALZADA. Ensayista, poeta y crítico. Trabajó en el Programa Nacional de Lectura de la Biblioteca Nacional y fue jefe de publicaciones de la Escuela Internacional de Cine y Televisión de San Antonio de los Baños, donde dirigió la revista digital Miradas. Es autor de los libros de ensayo La maldición. Una historia del placer como conquista (1998), Historias del cuerpo (2001) y Paseos corporales y de escritura (2013), entre otros. Sus libros de poesía incluyen El próximo que venga (1986), Estudios de cerámica griega (1991), El maquinista de Auschwitz (2005) y La ciencia de los instantes. También ha compilado varias antologías de poesía cubana.

Caminos nuevos nos invita a hacer un recorrido por diversos ámbitos de la cultura, el cine y la literatura. El libro comienza con una investigación, exhaustiva y apasionante, sobre el viaje de los maestros cubanos a Harvard en 1900. Otros trabajos ahondan en el conocimiento de obras imprescindibles del teatro y el cine cubanos (Eugenio Hernández Espinosa, Sara Gómez), así como en la producción de importantes poetas, como Ramón Fernández Larrea, José Kozer y Roberto Manzano, mientras que los escritos sobre Martin Robinson Delany y Miguel Collazo se detienen en el análisis de novelas. Los ensayos de Víctor Fowler se destacan por su aguda mirada crítica y el intenso diálogo con las obras y procesos estudiados, que le permiten arrojar luz sobre sus estratos de sentido menos evidentes. En este libro Fowler nos propone un conjunto de reflexiones tan penetrantes como novedosas sobre obras, autores y procesos culturales que marcaron nuestra historia y que, aun desde el pasado, no cesan de interrogarnos.

1.

Una aventura en Harvard, 1900: Los maestros cubanos

Un nuevo 4 de Julio…

El 4 de Julio de 1900, a todo lo largo y ancho de la nación americana, instituciones y ciudadanos celebraron, con fiestas y todo tipo de actos oficiales, el Día de la Independencia. En esa misma fecha, un gran grupo de más de 1 273 cubanos, rindió homenaje a la nación americana mediante la colocación de una ofrenda floral en el Cambridge Common, a escasos metros de la célebre Universidad de Harvard, al pie del olmo donde —según la tradición— el General George Washington comandó por vez primera las tropas del ejército con el cual aquellos que ya se sentían diferentes a la metrópoli iban a enfrentar a las armas inglesas. Tanto la fecha como el lugar no podían enseñar mayor simbolismo, pues allí, en esa acción militar, estaba uno de los momentos fundacionales de los Estados Unidos. Pero, si esto era así, ¿qué hacían esos 1 273 cubanos, lejos de su país, dando vítores a la independencia de la nación norteña y colocando, encima de la lápida conmemorativa, una corona de flores naturales con la siguiente inscripción impresa en una ancha banda de seda roja: «El Magisterio Cubano a la memoria de Washington». Según recordó, alrededor de un año más tarde, un maestro llamado Regino Boti: «… al regresar la manifestación, se entonó el que luego fue obligado en cualquier especie de fiesta: el himno Nacional Cubano». Ese día uno de los cubanos (no se conoce el nombre) improvisó y recitó el siguiente poema dedicado a Washington:

A JORGE WASHINGTON

América fue tu cuna

Y de muchos liberales

Cuyos nombres inmortales

Se conservan, por fortuna,

Y no habrá persona alguna

Que haya leído tu historia

Que no evoque tu memoria

De alegría el alma llena;

Que quien rompe una cadena,

Merecedor es de gloria.

El viaje de 1 273 maestros cubanos a la ciudad de Cambridge, E.U., lugar donde se encuentra la Universidad de Harvard, durante seis semanas en el verano de 1900 y para ser alumnos de un curso de verano especialmente diseñado para ellos, es uno de los momentos más espectaculares en toda la historia de las relaciones entre Cuba y los Estados Unidos. Para empezar, esa cantidad de maestros era la tercera parte de todos los que en esa fecha había en la Isla. Segundo, porque el viaje fue organizado gracias a una combinación de presupuestos cuyas principales fuentes fueron la suscripción popular y el apoyo del gobierno de los Estados Unidos (quien corrió con la enorme logística necesaria). Tercero, porque más del 90% de los maestros desconocía el idioma inglés, nunca antes habían salido del país y muchos ni siquiera habían salido de sus pueblos o entorno cercano. Cuarto, porque —y aquí es importante recordar que hablamos de algo que sucedió apenas terminado el siglo xix, en un medio cargado de costumbres y resabios propios del mundo colonial hispano— nada menos que dos terceras partes del conjunto era del sexo femenino.

Hablar de «la excursión de los maestros cubanos», como la llamaron en ese 1900 no pocos periódicos estadounidenses, demanda un análisis cuidadoso, respetuoso, profundo y amplio de las condiciones de época en las cuales esto sucede; una lectura que demore en sutilezas y explore las complejidades de un proceso donde lo cultural y lo político se entremezclan. El artículo «Work in Cuban Schools» (The New York Times, April 14, 1900, p. 9), publicado cuando todavía se realizaban los actos públicos para reunir, mediante donaciones, los fondos necesarios para el viaje) daba con el calificativo exacto para entender el acontecimiento: era una «excursión patriótica». El viaje fue un espacio donde confluyeron, coexistieron, dialogaron y se enfrentaron tanto las costumbres mayoritarias de dos países, así como las perspectivas políticas y los momentos históricos de cada uno de ellos. El momento exacto del final del siglo xix e inicio del xx es tanto el del fin del imperio español (con la pérdida, a manos de los Estados Unidos, de Cuba, Puerto Rico y las Filipinas), así como la primera gran salida al mundo de lo que pocas décadas más tarde se iba a conocer como el «imperialismo norteamericano». A la misma vez, ahora moviendo el juicio hacia lo cultural, ese final del siglo xix tomó cuerpo en una suerte de grieta dentro del sistema de valores, ideas, creencias, costumbres, tradiciones y otras prácticas culturales propias del espacio colonial hispano (que durante cuatro siglos había constituido el ambiente en el cual Cuba crece como país). Aquí lo mismo caben los cambios en el interior de la cultura política cubana que los inicios, en el país, del feminismo o la renovación conceptual que el modernismo le trajo a la literatura.

Mientras ello sucede, en paralelo, los Estados Unidos igualmente experimentan un monstruoso cambio, se constituyen en un imperio económico avasallador, con una población integrada por una amalgama de razas, con un territorio en el cual se encuentran contenidas las expresiones más agudas, contradictorias, dolorosas del capitalismo industrial; donde el impulso hacia la expansión imperial y el encono de las luchas clasistas coexisten con una profunda vocación democrática y altruista. Es así que, en el momento exacto de la visita, mientras el nacionalismo popular y de las élites cubanas se hace más intenso (en particular, a través del ideal compartido de ser nación independiente), no son pocos los que todavía discuten, en los Estados Unidos, si Cuba debe ser anexada a la nación norteña. En este contexto, la visita de esos maestros cubanos no es un acto simple o un hecho al azar, desconectado de todas estas tensiones mencionadas. No en vano, antes de volver a la Isla, terminarán siendo recibidos (el 18 de agosto) nada menos que por el Presidente Mc Kinley, pero no sin antes haber sido congratulados por los alcaldes de las ciudades de Cambridge, Philadelphia y Nueva York. Una simple ojeada a la significación simbólica de estas escenificaciones de «lo nacional» y «lo político» permiten adivinar la enormidad y tensión de las fuerzas en juego; repárese en que, si bien la prensa norteña concentró su atención en la insólita celebración del Día de la Independencia de los Estados Unidos que organizaron los cubanos, el día anterior (con mucho menos resonancia) estos habían festejado la toma de Santiago de Cuba, primera fecha memorable que recuerda la caída de la dominación española y el principio de la Evacuación. La combinación de estas dos fechas simbólicas por sí sola ilustra la complejidad del proyecto.

Aquel día 4 de Julio, en el que los 1 273 maestros cubanos colocan una ofrenda floral en homenaje a George Washington, los acompañan Charles Eliot y Alexis Frye, el presidente de la Universidad de Harvard y el organizador del viaje. Ambos, durante semanas de ese año 1900, armarán juntos el entramado del proyecto y estarán pendientes de cada uno de sus detalles. De ellos dos, el personaje propio de un relato de aventuras, el que va a vivir una relación más intensa con Cuba, es Frye. Alexis Everett Frye es graduado de Derecho en la Universidad de Harvard y persona con una intensa vocación altruista. Cuando llegó el momento de la llamada Guerra Hispano-Americana (1898), Eliot pidió a Frye que se quedara entrenando a los voluntarios que allí se ofrecían para ir a pelear; aunque los 600 entrenados por Frye finalmente no combatieron, 90 estudiantes participaron en los enfrentamientos y 10 dieron la vida luchando contra el ejército español y por la libertad de Cuba. Después de ello, Frye trató, sin resultado, de obtener designación para brindar servicio en Filipinas.

«Quiero servir a mi país y también a las Filipinas», escribe en carta del 31 de agosto de 1899.

Este deseo de ayudar a ambos países se alimenta de un complejo humanismo («nadie lamenta más que yo las muertes de los nativos y de nuestros soldados», escribe en la misma carta) según el cual su función personal quedaría inscrita en el siguiente postulado: «En otras palabras: Está decretado que la guerra continúe adelante hasta que nuestra bandera flote sobre una isla pacífica; quiero ayudar a traer esa paz. Quiero ir como soldado. Después, quiero dedicarme a la construcción de escuelas en la isla o islas. En ambas líneas, mi deber parece claro». Todavía el 6 de septiembre de 1899, en respuesta a la sugerencia de Eliot de pensar en la posibilidad de mejor obtener una designación para Cuba o Filipinas, responde:

… considero mi deber ir a las Filipinas: primero, para ayudar a traer la paz; segundo, para ayudar a conferirle a los nativos una de las grandes bendiciones de la paz bajo nuestra bandera,—escuelas gratuitas.

Pocos meses más tarde, en diciembre de 1899, gracias a gestión personal de Eliot ante Elihu Root, Secretario de Guerra de los Estados Unidos, quien también era graduado de Harvard, Frye es llamado por el Gral. John H. Brooke, el primer Gobernador Militar de Cuba durante los años de la Ocupación, para «asuntos relacionados con la educación»; por el relato que Frye hace a Eliot de sus primeros tres meses en Cuba, nos enteramos que esos asuntos eran la revisión de la ley de enseñanza (escrita y pensada por funcionarios cubanos), así como del programa de enseñanza. Con la energía de que siempre fue capaz, Frye se entregó al trabajo, hizo correcciones y tan satisfecho quedó Brooke que —tan solo a 16 días de llegar a la isla— es nombrado Superintendente de Instrucción Pública en Cuba. En términos fríos, es un funcionario de un ejército de ocupación y —además de la tarea pedagógica que le interesa— tiene una misión política que obedecer; no en vano, al despedirlo, Root le dice unas palabras que Frye recuerda una y otra vez: «Evite cualquier apariencia de estar tratando de imponer algo a los cubanos. Gánese a la gente».

Apenas unas semanas más tarde, el 6 de febrero de 1900, Frye le envía a Eliot una larga carta en la que, junto con detalles del estado de la instrucción pública en el país («… excepto permitir que las pocas viejas escuelas organizadas bajo el régimen español continúen, ninguna escuela pública ha sido abierta, ni siquiera una ley de escuelas ha sido firmada o desarrollado un programa de estudios») le avisa del nuevo plan que tiene para dar impulso a la creación en Cuba de un sistema educativo moderno: «Mr. Ernest Conant y yo estamos preparando un plan para llevar el próximo verano al menos 1 000 maestros cubanos a los Estados Unidos¸ mañana debemos presentarlo al Gral. Wood y luego tendré el placer de enviarlo también a usted».

Desde aproximadamente un año antes Ernest Lee Conant, quien había sido profesor de Historia en Harvard y que desde el fin de la guerra con España ejercía como abogado en La Habana, había tenido la idea de llevar unos 20-30 profesores cubanos a completar su formación en Harvard, aunque la abandonó al no concebir de qué modo incrementar la cifra de maestros más allá de esas pocas decenas; tendría que ocurrir el encuentro entre Conant y Frye para que —gracias a la posición de poder del último— resultara posible soñar con un aumento de la cantidad de maestros hasta convertir la idea en una causa atractiva para el pueblo estadounidense. Luego de presentar el proyecto a Wood y obtener su apoyo, Frye escribió a Eliot para saber si Harvard estaba dispuesta a ser la contraparte estadounidense del plan y la respuesta de Eliot fue una simple palabra: «Sí».

Poco tiempo antes, en septiembre de 1898, el pedagogo estadounidense G. K. Harroun había fundado la Cuban Educational Asociation of the United States of America (desaparecida en 1901) cuya razón de ser era, en palabras de la historiadora Marial Iglesias Utset: «… enviar jóvenes cubanos a estudiar en centros de educación superior y universidades en Norteamérica proporcionando a los educandos becas con libros y matrículas gratuitas». Según Iglesias, más de trescientas universidades aceptaron la invitación y decenas de jóvenes cubanos partieron hacia los Estados Unidos para realizar, en estas condiciones, sus estudios universitarios. Ahora, apenas par de años más tarde, desde posiciones e intereses diversos coincidían en la importancia del esfuerzo el altruista Frye, el presidente de la Universidad de Harvard y gran educador Eliot, el gobernador de Cuba, Leonard Wood y el Secretario de Guerra de los Estados Unidos, Elihu Root. Para este último primaba el interés político, tal y como enseña su carta del 8 de mayo de 1900 al Presidente Eliot: «… estamos tratando de ofrecer al pueblo cubano el más justo y favorable comienzo para que empiecen a gobernarse ellos mismos tan pronto como sea posible, y para ayudarlos a evitar las condiciones que han sujetado a Haití, Santo Domingo y las Repúblicas Centroamericanas a continuas revoluciones y desórdenes». (N/A, 1901, p. 345)

Para los más de mil maestros cubanos —de los cuales la enorme mayoría no solo nunca antes había viajado fuera de la Isla, sino que ni siquiera conocía La Habana— el simple contacto con los espacios nuevos que iban conociendo (ya fuese a través del patrimonio construido, la tecnología aplicada a la vida cotidiana, los modos de vestir o actuar las personas en el espacio público, la alimentación, etc.) no podía sino estimular comparaciones constantes. El comentario acerca de aspectos específicos de la vida en ambos países descansaba en la enorme diferencia entre los niveles de desarrollo de la sociedad norteamericana y los de un pequeño país, recién salido del estatus de colonia de España, metrópoli económicamente más atrasada que los Estados Unidos; de esta manera, las percepciones acerca del presente implicaban el sentido de la existencia vivida y modelaban las alternativas, aún abiertas, del futuro que tanto el país, como los individuos, tendrían que elegir. De ahí que muchos vieran el viaje —lo mismo gracias a la planificación de los políticos estadounidenses que gracias a la situación de contexto en que se producía— como una suerte de prueba adelantada de cuanto podía ocurrir con las relaciones entre los Estados Unidos y Cuba. Con este prisma, lo sucedido aquel 4 de julio de 1900 se presenta como una especie de escena primordial reveladora de las tensiones en interacción, un rompecabezas de la política, la Historia y la cultura; de ahí la importancia que entonces cobra el recuerdo de uno de los maestros que, en un mismo y breve texto, reproduce el momento exacto de su llegada al alojamiento donde pasaría las semanas: Cambridge Common. El texto, titulado «La bandera cubana», se encuentra en el volumen La Escuela de Veranopara los maestros cubanos, compilación que recoge 42 pequeños artículos sin firma, escritos por diecinueve de los maestros, y que fuera publicada (en increíble tiempo record de tres semanas) para ser entregada como regalo a los maestros al término de su estancia en la universidad:

… Al llegar a Cambridge y dirigiéndonos al alojamiento que se nos había designado nuestra vista tropezó con un objeto que nos conmovió y electrizó de tal modo que no fuimos dueños de contener nuestros sentimientos de regocijo y de gratitud al ver ondear enhiesta y elevada sobre el edificio de la Universidad, que ocupa el centro de los 53 edificios fabricados en el área del Colegio Harvard, nuestra bella y querida bandera tricolor. Lo que sentimos, lo comprenderán aquellos que se hayan encontrado en análoga situación, lo comprenderán nuestros valientes hermanos los Libertadores cuando recuerden el momento en que vagando por los campos de Cuba divisaban un campamento cobijado por tan gloriosa enseña.

Día tras día, durante las sesiones escolares, ha permanecido, esa bandera en el mismo lugar. También se ven colocadas en muchos establecimientos y casas particulares. Las maestras viajeras del Sedgwick desembarcaron en Boston adornados sus senos con ellas; y en los días 3 y 4 de Julio, que con motivo de las fiestas nacionales estuvo izada la bandera de nuestra amiga la Unión Americana, se suplió la ausencia con la distribución entre los niños y niñas de las escuelas reunidos en el parque llamado «Common» (municipal) de tres mil banderitas Cubanas que fueron llevadas en todos los actos cívicos celebrados durante los referidos, días 3 y 4 de Julio, el 1o recordando, el 125° aniversario de la toma del mando de las tropas insurgentes por Washington; y el 2o para conmemorar la Independencia de la Unión Americana: hecho que arraiga en los niños el entusiasmo por los «Cuban teachers» durante su permanencia en Cambridge. (N/A, 1900, pp. 8-9)

Si recordamos ahora que la analogía es una figura del discurso que muestra la semejanza entre cosas diferentes, entonces, tensando la nuestra hasta su sentido último, resultará que los maestros —conscientes del juego de fuerzas del cual son actores y parte en tierra extraña—, al prolongar y llevar con ellos la ideología del independentismo cubano, duplican el gesto de esos «hermanos libertadores», porque se establecen como entidad independiente.

Un héroe americano

La gran figura de toda esta aventura, con ribetes heroicos, va a ser Frye, un idealista cuyo deseo mayor es el de hacer el bien utilizando aquello que mejor conoce, la educación, y que en esta historia termina siendo un personaje de novela. En Cuba, bajo el manto de los gobernadores Brooke y Wood, va a emprender la increíble tarea de convertirse en el virtual fundador de la escuela pública cubana; pero también, teniendo en cuenta la oposición de los sectores de la intelectualidad y, sobre todo, los pedagogos del país que lo ven como un intruso, el empeño resulta una enorme batalla. Para imaginar lo dicho, alcanza con leer el párrafo donde Manuel Sanguily, por entonces Director del Instituto de Segunda Enseñanza de La Habana y un reconocido patriota cubano, se refiere el proyecto en la conferencia que, dedicada a José de la Luz y Caballero, uno de los más grandes educadores cubanos, pronunció en la velada que se celebró en la «Asociación de Maestros, Maestras y Amantes de la niñez cubana», el 22 de junio de 1900:

En vísperas de partir a tierra extraña los maestros de nuestras escuelas públicas en excursión de pocas semanas de la que desconozco los motivos y propósitos en tanto grado como dudo de la realidad de sus beneficios, si descontamos los naturales que ocasionará la contemplación de pueblos diversos y costosos monumentos,—el Círculo Pedagógico ha considerado necesario y oportuno evocar la dulce imagen de uno de los más grandes mentores de la juventud que el mundo haya producido jamás… (Revista Pedagógica Cubana, 1900 b, p. 30)

En términos estadísticos, en apenas tres meses, Frye crea las condiciones para que la cantidad de maestros, escuelas y estudiantes en el país sean multiplicados; según el artículo «Work in Cuban Schools» (The New York Times, April 14, 1900, p. 9), dedicado a reseñar una de las primeras presentaciones de Frye acerca del estado de la educación en Cuba: «… el 2 de enero menos de 10 000 estaban en la escuela, mientras que el 28 de febrero encontró 330 000. El año comenzó con alrededor de 200 maestros: los próximos dos meses encontraron que el número había aumentado hasta 3 300». Años más tarde, en el Informe de la Secretaría de Instrucción Pública al Gobernador Provisional de Cuba, Charles Magoon, el Secretario Interino de Instrucción Pública, Lincoln de Zayas, recordó que: «El sistema marchó tan bien, que en menos de ocho meses, el número de aulas aumentó, de trescientas doce a tres mil trescientas trece, y el número de alumnos, aumentó de una cifra hipotética que variaba entre mil quinientos y tres mil, á ciento cincuenta mil niños matriculados, de los cuales más de cien mil asistían a las escuelas diariamente»1.

Pero cuando Frye se convierte en un héroe de leyenda es cuando —como organizador principal del Curso de Verano— viaja en el Sedgwick junto con un grupo de maestras a los Estados Unidos y descubre con incomodidad que las maestras no han sido bien tratadas por J. W. McHarg, el capitán del barco, quien las había dejado al sol y rodeadas del equipaje mientras los camarotes eran acondicionados. Según lo contó entonces The Boston Globe (Wednesday, July 11, 1900, p. 12) McHarg, quien tenía fama de ser un oficial «habitualmente bravucón y descortés», discutió con Frye, que le reclamó un trato más delicado para el grupo de maestras, trató de agarrarlo por el cuello y —desconociendo que Frye había practicado boxeo— recibió, debajo de la oreja izquierda, la sorpresa de un puñetazo que lo obligó a retroceder. Para The Boston Sunday Globe, en la edición del 1º de julio de 1900, Frye era una suerte de «capitán virginiano del siglo xvii, trayendo un barco cargado de doncellas y damas hasta las costas de América». En un fascinante impulso romántico hacia la personalidad del héroe, el periodista escribió: «Las condiciones han cambiado, pero el principio es el mismo. Un hombre que puede comandar con éxito un barco cargado de doncellas es un hombre de fuerza».

Para dotar a la figura de una aureola mayor, Cambridge Chronicle, en su edición del sábado 18 de agosto (p. 4), publica la noticia sentimental según la cual —aunque no hay aún anuncio oficial, de modo que tal vez solo sea una conjetura— Mr. Frye se ha comprometido con la «Senorita Theresa Arrueborreno», una de las maestras cubanas. El día 20, esta vez desde The Washington Post (p. 2), en lo que parece una jugada de «control de daños» para atajar la indiscreción del Chronicle…, es publicado un artículo dedicado a la «Senorita Maria Teresa Arruebarrena, de Cárdenas» quien, según el periodista, es la más bella de las maestras cubanas y termina confesando que su amor la espera en Cuba. A pesar de esto, la edición del jueves 30 de agosto de La discusión da continuidad al asunto en la pequeñísima nota titulada «Un chisme», en la cual se dice: «Se susurra que una distinguida y hermosa maestrica de Cárdenas ha logrado inflamar, con los ardientes rayos de sus hechiceros ojos, el glacial corazón del honorable Mr. Frye. Se asegura que tan pronto descansen de las fatigas del viaje se celebrará la boda. Nuestra enhorabuena».

La historia personal de Frye hace de él un gran personaje romántico cuando, meses más tarde, envía a Teresa un breve mensaje en el que escribe: «Quisiera anexar una pequeña parte de Cuba. ¿Te casarías conmigo?». La respuesta de María Teresa, también jugando con las circunstancias políticas del momento, es: «No puedo ser anexada, pero con mucha alegría aceptaría un protectorado. Sí me casaré contigo». La boda tiene lugar el 1º de enero de 1901 y es una sonada celebración que reúne más de 1 000 personas. Muy poco tiempo después, las diferencias entre Frye y Wood, a propósito de los proyectos educacionales del primero, se tornan tan irreconciliables que Frye presenta su renuncia y el matrimonio viaja a los Estados Unidos, para terminar asentados en San Bernardino. Un artículo del año 1903, aparecido en Cambridge Chronicle, periódico cuyo machón lo anunciaba como la publicación «designada por la Ciudad de Cambridge como su medio oficial» (Saturday, December 10, 1903, p. 7) menciona la declaración de Frye ante el Comité de Asuntos Militares del Senado, hecha bajo juramento el día anterior: «… Alexis E. Frye, antiguo Superintendente de Instrucción Pública en Cuba quien, de acuerdo al sabueso del diario The Sun, solemnemente informó al comité que —de no haber sido por su persuasiva influencia con el Presidente Eliot— la visita de los maestros cubanos a Harvard hubiera sido arruinada por la perniciosa conducta del general Wood».

El viaje

Para seducirnos nos tienden ahora otra red, al parecer débil, pero es fuerte y temible: el viaje de los maestros cubanos a los Estados Unidos.

Regino Boti: Un viaje.

Quien ha escrito estas palabras es un joven maestro de la ciudad de Guantánamo, situada a 900 kilómetros de la ciudad de La Habana. Por ese entonces escribe ya poemas bajo la clara influencia del modernismo literario, basta con prestar atención a los alambicados lenguaje y sintaxis que utiliza, y en muy pocos años se va a convertir en uno de los grandes intelectuales de Cuba durante las primeras décadas del siglo xx. El nombre de este futuro renovador, sobre todo de la poesía, es Regino Boti, uno de los 1 273 maestros que hacen el viaje a Harvard y —lo más importante para nosotros— autor de varios artículos testimoniales, publicados en un casi invisible periódico local de aquellos tiempos, y de un relato o memoria de la experiencia que, bajo el título Maestros cubanos de visita en E.U., permaneció inédita poco más de un siglo hasta que fue recuperada por el nieto de su autor.

El artículo del cual ha sido tomada la cita se titula «Un viaje». Apareció originalmente en una pequeña publicación periódica llamada El Managüí (Año 2, Núm. 179, 6 junio 1900, Guantánamo, p. 2). En él se habla del viaje como si fuese una trampa, del proyecto como una maniobra de seducción y de los Estados Unidos como fuertes y temibles. En oposición a ello, en la memoria nombrada Maestros cubanos de visita en E.U. (firmada el 19 de marzo de 1901, poco más de medio año después del regreso a Cuba), aunque se mantiene la voluntad de independencia, el juicio es mucho más atemperado:

Para mí fue de capital interés sondear el ánimo de ellos con respecto a mi patria. Sus palabras me halagaban, pero no me seducían. Quería tener la convicción de que ellos eran sinceros en sus manifestaciones de afecto a Cuba y a nosotros los cubanos. Mis prejuicios fueron modificándose ante la evidencia. Ellos son muy libres —el pueblo— para que alberguen en su cerebro una idea de opresión para un pueblo que, como este, derrocó la soberbia tiranía española cuatro veces centenaria. Y como afirmo esto también digo que todos los ricachos, todo Washington —como pude ver más tarde— no aspiran más que a tender sobre nuestro cuello un nuevo dogal, el más indigno, el más inmundo: el de la anexión. Pero ese pueblo americano que con ingenuidad, en un sublime arranque, supo equipar los batallones de rough riders, sacando del seno del hogar a jóvenes imberbes, ricos y aprovechados, para que en nuestro suelo derramasen su sangre por nuestra libertad, ese pueblo, digo, es al presente tan afecto a nuestra causa como lo fue en los días más luctuosos de la guerra del 95, y si el gabinete de Washington no ha hecho una política cínica y sí solapada en lo referente a Cuba se debe a las exigencias de ese mismo pueblo que quiere tanto como nosotros la independencia de Cuba.

Un año antes, el primer número de la Revista Pedagógica Cubana (Órgano Oficial de la Asociación de Maestros, Maestras y Amantes de la Niñez Cubana) anunciaba una velada en honor de José de la Luz y Caballero, organizada por la Directiva de la Asociación de Maestros, para el día 22 de agosto de 1900, en la cual la oración conmemorativa «ha sido encomendada a nuestro eminente colaborador, el acendrado patriota y elocuente orador Manuel Sanguily» («La velada de Don Pepe», en: Revista Pedagógica, 1900, vol. 1, núm. 1, p. 21). Inmediatamente a continuación, otra pequeña nota (titulada «Excursión a Harvard») daba noticia de que ese mismo día 22 tendrían comienzo los embarques, desde diferentes puntos de la Isla, de los maestros participantes de los Cursos de Verano. Una tercera nota, melancólicamente titulada «A los que se alejan», terminaba con un formidable llamado nacionalista: «Séales grato el tiempo que han de vivir en la gran república vecina: pero no olviden nunca en medio de los esplendores y magnificencias que van a admirar. que han dejado aquí una Patria, hoy más necesitada, que nunca del cariño y el amor de todos sus hijos». (Ibíd.)

Poco más de un mes antes, el 11 de junio de 1900, el Presidente Eliot había tenido una intervención ante el Cambridge Congregational Club para explicar por qué la Universidad de Harvard brindaba tan sorpresivo apoyo al viaje, estancia, atenciones y estudio de casi la mitad de los docentes de las escuelas públicas de otro país. Para Eliot se trataba, primero que otra cosa, de «enseñarles cómo es la civilización estadounidense y cómo, a lo largo de varias generaciones, hemos establecido aquí las bases de nuestra cultura e instituciones libres». («Full Program Given by President Eliot», en: Cambridge Chronicle, Saturday, June 16, 1900, p. 9). En esta intervención, Eliot listó algunas de las materias que serían enseñadas y, en el momento de mencionar como materias de estudio «Historia de las colonias hispanas en Suramérica» e «Historia de los Estados Unidos», apuntó lo siguiente: «El objetivo de estas lecturas es mostrar cuán lento ha sido el desarrollo de las instituciones entre nosotros. Posiblemente los cubanos inferirán que tienen que tomar tiempo para crecer educacional y socialmente» (ibíd.). Más adelante (p. 16), ahora dando la impresión de que está citando ideas de Elihu Root, el Secretario de Guerra en el gabinete McKinley, señala Eliot que el viaje de los maestros es «un intento de hacer un bien directo y amplio efecto para un pueblo que necesita iluminación moral y mental, así como un conocimiento de qué cosa es realmente nuestra nación». La razón última la ofreció Eliot al compartir con la audiencia la respuesta que había ofrecido a un amigo que, argumentando que la Universidad se metía en cosas que no eran competencia de la institución, se había negado a contribuir con las donaciones para traer a los cubanos: «… los estatutos de la Universidad promueven la educación de los jóvenes estadounidenses, así como la de los indígenas americanos, y le mostré que la educación de jóvenes cubanos es un acto de generosidad igual al de educar a jóvenes nativos americanos». (Ibíd.) Para Mrs. Anne Gordon Gullick, quien fungiría como responsable de vida cotidiana para la parte femenina de la expedición, el sentido del proyecto era ofrecer a esas personas «una de la vida doméstica, la civilización, la libertad religiosa y la posición de la mujer en la casa, en la calle y desde todo punto de vista» (ibíd.). En su opinión esto sería suficiente para que los cubanos volvieran a la Isla imbuidos de un «descontento sagrado» capaz de arrancar de raíz los rasgos que ella interpretaba como «limitaciones» de la cultura hispana.

Comunidades en contacto

Lo que ese futuro vaya a ser dependerá, en no pequeño grado, de los ideales que consigamos impregnar en los maestros.

«The Cuban Teachers», Cambridge Chronicle, Saturday, May 26, 1900, p. 2

La edición del 7 de julio de 1900 del periódico The Cambridge Tribune contiene un pequeño texto titulado «Some Cuban Notes» (p. 2) que transmite a la perfección la carga de expectativas que rodeó la expedición, excursión, viaje y visita de los maestros cubanos. El periodista informa que la pregunta en boca de todos en la ciudad ese fin de semana fue «¿Cómo lucen?» y que existía al respecto todo tipo de ideas, lo mismo sobre la manera de vestir que sobre los hábitos generales de los visitantes; una de ellas podía ser el suponer que los cubanos desconocieran el alumbrado de gas y que se valdrían, en lugar de esto, de velas, aunque la joya mayor es la siguiente oración: «Ellos, además, quisieron poner mantequilla a sus panecillos, y muchas otras cosas como personas civilizadas». (p. 2) Semanas más tarde, la edición del sábado 28 de julio de Cambridge Chronicle contiene varios textos acerca de la estancia de los cubanos que todavía se refieren a expectativas. El primero, una simple nota dentro de la sección «The Chronicler», se refiere al experimento de contacto entre dos comunidades y culturas cuando señala que desde que los cubanos llegaron a la ciudad ha habido mucho menos que comentar que lo que muchos habían anticipado; según el artículo, lo mismo acerca de su vestimenta que sobre sus costumbres y por regla general, los cubanos no solo se mantienen a la moda, sino que hay algunos de ellos que sería difícil de creer que son «extranjeros a nuestro suelo» (p. 2). Un segundo, titulado «Hon. John E. Parry entertains», relata la recepción ofrecida a un grupo de 75 maestros en la residencia de John E. Parry (p. 2) quien, al pronunciar, a insistencia de los invitados, un breve discurso de bienvenida, no dejó de recordar que próximamente tendrían lugar en Cuba los trabajos para redactar la que sería la Constitución de la República. Según el articulista, cuando ello fue recordado, «los maestros aplaudieron con su entusiasmo característico». En la fiesta destacó la presencia de interpretaciones musicales, tanto de invitados estadounidenses como de los maestros cubanos, quienes, a modo de despedida, tocaron y cantaron el himno nacional de su país. Junto a lo anterior, el articulista resaltó la presencia entre los visitantes de Frank Agramonte, profesor de inglés en el Instituto de Santa Clara, y «sobrino del hombre que primero dijo, hace treinta años, “¡Viva Cuba libre!” y que murió con la muerte de un patriota». Un tercero, Busy Week for Cuban Teachers (p. 5), contiene las opiniones vertidas por Eliot y par de profesores del claustro harvardiano, acerca del rendimiento de los cubanos: «Nunca vi persona alguna que dé tantas pruebas de aplicación como la que muestran estos estudiantes», dijo el presidente Eliot antes de partir de Cambridge. El profesor Parker, del departamento de Sociología, al discutir el trabajo de los cubanos en su departamento, expresó: «La profundidad de las cuestiones que los cubanos han preguntado es simplemente asombrosa». Otro profesor, del laboratorio de Química, dijo que los cubanos «apenas pueden ser sacados del lugar. Entran desde que el sol levanta y no se van sino hasta la tarde. […] El interés que han mostrado es maravilloso»2.

No hay dudas de que el momento de mayor espectacularidad y masiva atención a la presencia de los cubanos en Cambridge tuvo lugar cuando el 3 de julio de 1900, recién llegado el grupo a la ciudad, The Boston Herald dedicó su página 7 a publicar, en idioma español y bajo el título «Boston da la bienvenida a las maestras y maestros cubanos», lo que denominaron los redactores: «información oportuna tocante a los puntos de interés en la ciudad y sus arrabales». Cambridge Chronicle contiene una pequeña nota según la cual un joven con un puesto de venta de limonada coloca el siguiente letrero en idioma español: «Limonada, 3 centato el vaso». A pesar del error ortográfico, los cubanos, de modo masivo, se convirtieron en sus clientes (julio 28, 1900, p. 2). Otro artículo menciona cómo un personaje popular de la ciudad, John el naranjero, llenó de letreros en español el carromato en el cual vendía naranjas, manzanas y plátanos. De hecho, el 31 de julio, en La Discusión, el periodista Eduardo Pulgarón escribe lo siguiente: «Y dicho sea de paso: nuestro Himno es la actualidad en Boston y en todo Massachussetts. Los periódicos lo han reproducido y todo el mundo, hasta los niños, lo canta en correcto español». Un poco más abajo, Pulgarón cuenta como «un yanqui muy listo en un sótano de Harvard Square» abre una fonda en cuyo frente —además de la correspondiente bandera— coloca el sorprendente anuncio: «Cubanos, aquí hay arroz blanco con tasajo de Vuelta Abajo y boniato frito a 35 centavos el plato». El 4 de agosto, una vez más el Cambridge Chronicle, da espacio a una pequeña nota en la que se habla del intérprete Lorenzo Sánchez, cubano del grupo que ha decidido no regresar a la Isla, sino poner en el propio Cambridge un negocio para vender tabacos y cigarrillos cubanos, pues —en su experiencia— desde que los americanos han probado los cigarrillos y tabacos que los maestros trajeron consigo ya no quieren otra cosa. (p. 4)

El 10 de agosto, reseñando la visita de un grupo de maestros a Clifton, «sitio de verano a más de 16 millas de Boston», el reportero del habanero Diario de la Marina bromeaba «pero si nosotros nos metemos el inglés, ellos se tragan el español» e inmediatamente reproducía el letrero con el cual —con numerosas faltas de ortografía y con mezcla de portugués, los habían esperado:

Convidamos á todos los Sñrs., maestros cubanos lo visitan nuestra tienda durante sua morada nesta ciudade.

[…]

Cuando visiten la iglesia nos darán plazer de visitaren nuestra tienda— Oold South Clothing Co. onde estamos vendendo ropa para hombres y muchachos a precios mui reduzidos.

A las maestras (llamadas «senoritas», en español), se les atribuyen ojos oscuros, fineza de gestos, cadencia al hablar. El Cambridge Chronicle, del día 14 de julio, contiene un artículo titulado «Cuban dances» en el cual se informa que los acontecimientos de esa tarde de baile fueron el danzón, la habanera y el zapateo. «Se mueven lentamente y con languidez, tal y como corresponde a todo ejercicio en un país caluroso; y con gracia y verdadera majestad, tal y como corresponde a la orgullosa sangre de la raza».

Otro artículo, titulado «El Presidente Eliot se opuso a permitir que los cubanos asistieran a una reunión de sobriedad» (Cambridge Chronicle, 14 de Julio de 1900, p. 5), es muestra de hasta qué punto llegaron las fricciones a propósito de la interpretación de la diferencia cubana. Cuando directivos de la organización Unity Temple of Honor, dedicada a la preservación de la sobriedad, cuya reunión tenía lugar los domingos a las 3 p.m., invitó a un grupo de maestros cubanos para que hablasen del estado de los problemas de alcoholismo y acerca de cómo la cuestión de la sobriedad estaba siendo valorada en la Isla, nada menos que el propio Presidente Eliot se opuso a conceder el permiso y para ello respondió: «No pienso que los maestros cubanos vayan a tener algún interés en lo que toca a la abstinencia total. Ellos no tienen tendencia a beber hasta el exceso y no pueden entenderlo en otros. El vicio contra el cual ustedes luchan no es practicado entre ellos. Nuestro pueblo tiene mucho que aprender de ellos en este asunto…». En la página siguiente de la misma edición del periódico, un brevísimo comentario, titulado «¿Cómo es esto? ¿Puede el Presidente Eliot estar equivocado acerca de la moral de los cubanos?», narra el caso de uno de los maestros que conoce a par de jóvenes estadounidenses, las invita a su hotel para compartir «liquid refreshments» y más tarde descubre que le fueron sustraídos dos pendientes de oro y 10 dólares. El hecho, una pequeña y poco importante historia dentro del conjunto de lo sucedido en aquellas seis semanas, sirve para ilustrar cómo las interpretaciones se enfrentaban.

Otro elemento de diferencia fue el hecho de que las muchachas se desplazaran acompañadas de chaperonas, solución encontrada para enfrentar a quienes criticaban el viaje con el argumento de que iba a ser peligroso para la reputación de las maestras, viajando y viviendo lejos de sus hogares, sin la vigilancia familiar. Según este sistema las maestras vivirían en grupos de no menos de veinte, al cuidado de chaperonas dedicadas a fiscalizar todo lo referente a la moral y las buenas costumbres. La obsesión de control llegaba al punto de que el 7 de julio (en la página 4, en Cambridge Chronicle) es publicado un artículo titulado «Reglas más estrictas para la conducta de los cubanos» donde se afirma que, pese a no ser costumbre entre los cubanos que mujeres y hombres paseen solos, vayan en excursión o que las muchachas reciban largas llamadas de hombres, «al arribar a Cambridge los visitantes parecen concluir que en América hay una libertad perfecta y que pueden hacer lo mismo que los estadounidenses. Confundiendo el grado de libertad permitida, han ido mucho más lejos que hasta donde se habrían atrevido a soñar los estadounidenses». Inmediatamente a la reunión quedaron prohibidos los paseos en las tardes, las llamadas en las mañanas, las visitas largas, fueron fijadas horas de recepción, se obligó a que los visitantes presentaran sus tarjetas de identificación e incluso se trató de prohibir que hombres y mujeres charlaran en las esquinas. En oposición a lo anterior, pocas semanas más tarde y en una de las varias entrevistas que concedió durante la estancia de los cubanos, Frye afirmaría que, si bien al inicio había sido un fuerte partidario del chaperonaje, terminó por entender que el único objetivo de las maestras era estudiar (Cambridge Chronicle, Saturday, July 28, 1900, p. 2). En lugar de ello, aparecieron aisladas peticiones para controlar la conducta de los varones quienes —mientras iban a buscar a sus compañeras— fumaban en la sala de las casas donde ellas se alojaban; les hacían llamadas telefónicas después de las 10 de la noche e incluso las invitaban a pasear después de esa hora.

Pero nada parece haber sido tan problemático, al mismo tiempo que silenciado y distorsionado, como la cuestión racial, aireada por los organizadores solo una vez de modo público y en términos tales que apenas admitía discusión. La ocasión fue la invitación que, para abordar el tema «The Cuban Expedition», Eliot recibiera del Cambridge Congregational Club y el texto donde ello está recogido es el artículo «Full Program Given by President Eliot» (publicado en The Cambridge Chronicle, June 16, 1900, p. 9) donde leemos lo siguiente:

Las personas están preocupadas acerca de la importación de ciertos pequeños animales dentro de sus casas y quieren saber si los cubanos son negros. Mr. Frye dice que los cubanos son de sangre española. El sentimiento acerca del negro es tan fuerte en Cuba como en Massachusetts. Mr. Frye ha encontrado alguna pequeña cantidad de sangre negra en 8 hombres y 2 mujeres de aquellos que vienen. Algunas personas han solicitado que sus casas sean usadas exclusivamente para este tipo.

A este respecto, la edición de The Lucha (A Cuban-American Paper With the News of the World) del 17 de julio de 1900, página en inglés del diario La Lucha, bajo el título «Teachers in Cuba», contiene un reportaje sobre la llegada de los maestros a Cambridge en el cual se dice: «En rasgos y colores ellos varían vívidamente, siendo algunos de la más pura sangre española; otros, sin embargo, parecen tener un considerable elemento africano o de indígena americano». Semejante ansiedad respecto a la cuestión de razas entre los cubanos se torna todavía más notable en el reportaje de Sylvester Baxter aparecido en la revista The Outlook (4 de agosto de 1900) con el título «The Cuban Teachers at Harvard University»; aquí, al escribir acerca de los prejuicios del público estadounidense respecto a los visitantes (por ejemplo: que iban a ser personas de bajo orden social o que las mujeres de seguro estarían fumando todo el tiempo), el texto rápidamente deriva hacia el prejuicio racial, tal y como enseñan los fragmentos siguientes:

El anfitrión puede aprender no poco de su invitado. Una cosa que despierta admiración general es el refinamiento universal de las maneras entre ellos y el encanto natural que marca su trato ordinario cotidiano. La democracia genuina se encuentra representada en un aspecto de esto. Siendo prácticamente un epítome del pueblo cubano, la expedición incluye todos los elementos étnicos de la Isla… […] No hay aquí, sin embargo, la más pequeña indicación de la existencia de una «línea de color». El sentido de la igualdad social parece ser universal. (pp. 777-778)

Pese a la brevedad del análisis, el artículo desarrolla una exposición impresionante de la problemática racial cubana en la cual, partiendo de lo que el historiador Alejandro de la Fuente llama «el mito de la fraternidad racial» (en su libro A Nation for All. Race, Inequality and Politics in Twentieth-Century Cuba), desplaza el foco hacia una inesperada lectura crítica del negro estadounidense. Para Baxter, quien no dudó en señalar que había entre los maestros no pocos que eran totalmente negros («there are not a few out-and-out negroes», p. 778), organizar el tiempo libre de estas personas en especial había sido un enorme problema si se tenía en cuenta «las actitudes sociales entre un pueblo tan racialmente prejuiciado como son los estadounidenses, incluso en Nueva Inglaterra» («The presence of the African element made the question of entertainment something of a delicate one, for there were some apprehensions as social attitude among a people so racially prejudiced as the Americans are, even in New England», p. 778). Pero lo que transformaba esta situación en algo espectacular era —como otro inesperado ejemplo de «la diferencia cubana»— el hecho de que los anfitriones se comportaban con perfecta delicadeza debido al «sutil refinamiento de maneras inherente al ambiente castellano, el cual los cubanos de raza africana comparten en común con los blancos» («… the subtile polish of manner inherent to Castilian environment, which Cubans of African race share in common with the whites», p. 778). Según Baxter, tal distinción en el habla y en los modales entraba en oposición con los pensamientos que surgían en cualquier estadounidense al tratar con los negros de la nación norteña («nuestros compañeros de color sombrío», escribe, quienes sí merecían las denominaciones ofensivas coon y darky. Al no tomar en cuenta la historia política del país, el articulista atribuye a los modales (y a la influencia, a fin de cuentas, de los blancos europeos) algo que proviene de la elevada autoestima de un grupo que había tenido participación decisiva en la lucha anticolonial contra España: «Otro elemento que contribuye es la falta de cualquier sentido de inferioridad social por parte de aquellos de raza africana. Esto hace imposible mostrar una actitud condescendiente» (p. 779).

Todavía un año más tarde la cuestión de raza entre los maestros cubanos que hicieron la excursión es motivo de debate, ahora en el artículo científico que el Dr. Dudley Allen Sargent (del Hemenway Gymnasium, de la Universidad de Harvard) publica en la revista Popular Science Monthly (Volumen 58, Marzo de 1901). Titulado «La estatura y el peso de los maestros cubanos, con comentarios acerca de su condición física comparada con la de los estadounidenses», el texto trabaja con una muestra de 973 sujetos (479 hombres y 494 mujeres) medidos y pesados en el gimnasio durante la primera semana de agosto de 1900. De un modo más que sorprendente, según los datos de los más diversos censos cubanos, el autor concluye que sólo el 2% de los varones desciende de padres con sangre mezclada (dentro de lo cual incluye a los negros) mientras que en ninguna de las mujeres halla trazas de dicha sangre. Junto con ello, por si hubiese alguna duda, el autor considera que: «Una complexión oscura es el resultado de vivir por largo tiempo en un clima tropical, y no es indicativo de inferioridad racial, como es tan frecuentemente asumido donde las razas blanca y negra se juntan». Como parte de la batalla acerca de los significados, sentidos y efectos de la visita, el artículo del Dr. Allen unifica el lenguaje del especialista con las concepciones deterministas para así ofrecer una contundente lección de racismo científico en la cual, al parecer, son tres las grandes causas del menor puntaje de los cubanos cuando —concluidas las pruebas— se les compara con una muestra de estadounidenses: los efectos del clima tropical; la corruptora influencia de una civilización decadente (la española) y perniciosos hábitos de vida que conducen a que, como promedio, cubanos y cubanas tengan menor estatura, peso y masa muscular. Para colmo, el Dr. Allen concluye con la apropiación de una voz «política» que expone caminos para que los cubanos, «deseosos de realizar sus grandes ideales y nobles aspiraciones», puedan dar cumplimiento a estos sueños.

¿Un esfuerzo inútil?

El 14 de julio en la sección de correspondencia de La Discusión apareció un texto no firmado en el cual el sentido entero del viaje de los maestros era puesto en duda al burlarse del mal trabajo de los intérpretes, del uso del proyector (stereotipcon) en las clases y de las excursiones obligatorias a lugares de importancia geográfica y establecimientos industriales que señalaba como inútiles. De hecho, la supuesta autora del texto, incluso llegaba a preguntar(se), en un trío de preguntas que en nada se refieren a la pedagogía y sí a la política: «¿Qué se proponen estos amigos? ¿A qué tanto trabajo como el que se han impuesto? ¿A qué tanto gasto como el que realizan?…».

La calidad de batalla simbólica que las palabras adquieren en contextos como estos, donde dos culturas, países y modelos políticos entran en contacto, se torna transparente cuando pensamos que una semana más tarde, el 21 de julio, una breve nota aparecida en Cambridge Chronicle (p. 4) con el título First Baptist Church reseña el oficio ofrecido a los maestros por el Reverendo A. J. Díaz quien «dijo que los cubanos se estaban formando la opinión de que los Americanos eran tan malos como los españoles y no más ansiosos de dar la libertad a Cuba, pero que esta cortesía hacia los maestros era altamente apreciada tanto por los maestros como por el pueblo cubano en general, y que ello haría mucho para corregir las impresiones anteriores». Como parte de los enfrentamientos discursivos a que nos referimos, es válido regresar al texto nombrado «Busy Week for Cuban Teachers» donde el Presidente Eliot, así como los profesores Parker y Torrey, se esforzaban por enseñar una suerte de imagen heroica del contingente de maestros cubanos. Pasados pocos días, el día 31 de julio el diario habanero La Discusión volvía a insistir en su visión negativa del Curso de Verano mediante un texto de Pulgarón para la sección «Impresiones de Harvard» (escrita el día 23 de julio); para el articulista: «poco o nada podremos llevar a Cuba, como no sea el recuerdo imperecedero de nuestra permanencia en esta bellísima, bondadosa, culta y hospitalaria Perla del Norte…».

Como respuesta a ello, el jueves 2 de agosto de 1900, el diario La Discusión publicaba, en la sección «Impresiones de Harvard» (obviamente dedicada al viaje de los maestros), una carta de la maestra Micaela de los Reyes Galindo, escrita el 22 de julio, quien mencionaba el recelo con el que no pocas «personas influyentes» de las élites cubanas habían recibido el viaje de los maestros. Para Reyes Galindo, quien decididamente aspiraba a la independencia de la isla, la ocasión —por el contrario— convocaba a: «Llevar uno a su patria los adelantos del vecino, cuando éste es grande, poderoso y universalmente respetado, y proporcionar de ese modo a sus compatriotas el talismán que ha servido de base a tanto engrandecimiento, es la obra más valiosa que puede realizarse. Esa es, pues, nuestra misión».

El 6 de agosto de 1900, Fernández Solares abrió fuego en contra del artículo anónimo, firmado por una supuesta maestra oculta detrás de las letras XX, que —con el título «Impresiones de Harvard. La primera clase y la primera excursión»— había aparecido en el ambiente frágil del contacto, donde cualquier detalle inarmónico alimentaba los debates sobre lo nacional; en palabras de Fernández Solares: «Nuestra educación, nuestra gratitud, y nuestro patriotismo exigen que los maestros cubanos quedemos a la altura de nuestra representación» (Diario de la Marina; 6 de agosto de 1900). A la semana siguiente, el 10 de agosto, en la quinta entrega de la serie de reportajes titulada «De la Habana a Cambridge», escribe Fernández Solares:

Aquí hemos leído en los periódicos de esa que habían salido para Cuba dieciséis maestros expulsados. Nada de eso es cierto.

No hubo expulsión alguna […].

Aquí reina gran disgusto por las correspondencias inconvenientes que se vienen publicando por la prensa cubana sin miramientos de ningún orden. No parece sino que ahí hay empeño en amontonar sobre nosotros y contra nosotros calumnias y hechos sin importancia, aumentados por la malicia y por la estupidez.

Parece que se mira poco a la patria cuando se trata de impresionar.

Un poco más adelante, a propósito de Frye, el artículo cuenta cómo, en un viaje desde Boston, un maestro cubano queda sin asiento y de qué forma, en cuanto Frye lo descubre, ofrece su asiento al maestro, lo toma por un brazo y lo obliga a sentarse. Junto con ello, hacia al final, el texto concluye con el relato de una de las excursiones geográficas que a diario hacían los maestros, en esta ocasión a Neponset, a unas cuatro leguas de Cambridge. En oposición al modo en que la prensa amarillista manipula y degrada la significación y resultados del viaje de los maestros, ambas anécdotas nos muestran un modelo de estadounidense y, por extensión, de relación entre los dos países, definidos por el respeto, la admiración a la causa cubana y una solidaridad verdadera:

Los dueños de estos terrenos, millonarios americanos y amigos del pueblo cubano, nos obsequiaron con refrescos en un kiosco de campaña, cerca del cual y sobre un asta altísima flameaba a los pálidos rayos del sol poniente la bandera de Martí y Maceo, la enseña tricolor y risueña de Cuba.

Dos años hacía que ondeaba allí por voluntad del magnate americano.

Después del refresco se cantó el himno nacional cubano y se dieron vivas.

Pocos días más tarde, mientras los maestros estaban siendo recibidos en la Casa Blanca por el Presidente McKinley (el 18 de agosto de 1900), en Cambridge Chronicle, bajo el neutral título «The Cuban Teachers» era publicado un artículo que terminaba afirmando lo siguiente respecto a lo que los redactores estimaban la verdadera ganancia del viaje:

La influencia de la visita no conocerá límites. En muchos sentidos, cada maestro cubano será un centro. Las historias de la vida, maneras y costumbres americanas serán contadas con éxito y cientos de veces en escuelas, en casas y en espacios públicos. […]

La influencia no terminará con este año, sino que continuará por una generación. Que ello va a promover la anexión, nadie finalmente puede dudarlo, y si tal cosa no llegara a ocurrir, la expedición de 1900 hará a los cubanos más parecidos a los estadounidenses que nunca antes. Fue una noble concepción bien ejecutada. (p. 2)

Son palabras de las que brota confianza, arrogancia, convencimiento de que el contacto entre dos grupos humanos procedentes de realidades tan distintas debe conducir (más bien, tendría que siempre hacerlo) a una lucha por dominar al que es considerado inferior. En los párrafos siguientes la idea es completamente perfilada en la nota titulada «Un buen ejemplo», en la cual, si bien Cuba es considerada el territorio más «atractivo» para los Estados Unidos de entre las nuevas posesiones (los restos del imperio español), el gobierno de la nación estadounidense merece elogio por haber «puesto en operación la maquinaria que le dará a Cuba un gobierno independiente», pues esto es «suficiente respuesta para la acusación de “imperialismo” hecha a la administración». Para los redactores, Cuba parece tener afinidad con los Estados Unidos, su destino es ser parte de esta nación, pero nunca por la fuerza, sino que deberá ir brotando del voto de los ciudadanos: «La anexión vendrá, a su tiempo, pero será enteramente voluntaria».

En el ámbito de las relaciones entre los Estados Unidos y Cuba es una variación de la vieja doctrina de «la fruta madura», formulada por John Quincy Adams en una carta del año 1823: «Hay leyes de gravitación física lo mismo que política y si una manzana, arrancada por la tempestad de su árbol nativo, no puede elegir sino el caer al suelo, Cuba, forzosamente separada de su propia conexión innatural con España, e incapaz de sostenerse a sí misma, solo puede gravitar hacia la Unión Norteamericana, la cual, por la misma ley de la naturaleza, no puede apartarla de su pecho». Para el historiador cubano Louis Perez Jr., en su libro Cuba Between Empires, 1878-1902: «Repetida y refinada a lo largo del siglo diecinueve, la noción de “gravitación política” se convirtió en el concepto central y más duradero de la política estadounidense hacia Cuba» (p. 59).

Pero si bien es cierto que la anterior es una tendencia, duradera y consistente, los cubanos —después de tres levantamientos armados a lo largo de treinta años— están recién salidos de casi cuatro siglos de colonialismo español. El primer alzamiento se extiende durante diez años (1868-1978), el segundo más o menos un año (1874), el tercero aproximadamente tres (1895-1898). En ese período se produce el fin de la esclavitud y el enfrentamiento alcanza niveles de crueldad y violencia estremecedores. En particular, en la última de las tres guerras la destrucción de la economía y el costo en vidas humanas es enorme cuando a la política de «la tea» (quema de las haciendas para los colaboradores con España), el gobernador español, Weyler, opone otra de tierra arrasada que agrega (para los colaboradores con las fuerzas independentistas) el traslado forzoso a campamentos de reclusión en las capitales de provincia. Esta política, conocida como la Reconcentración (1896), además de dañar muy profundamente la economía rural de la Isla, provocó la muerte (por hambre o enfermedad) de más de cien mil personas en pocos meses; de hecho, cuando en la nación estadounidense se comienza a conocer lo que está pasando, la barbarie de la Reconcentración moviliza la simpatía popular y el sentimiento altruista hacia Cuba. Poco tiempo después, cuando los Estados Unidos van a la guerra contra España, intervienen en Cuba, derrotan al ejército español y adquieren las obligaciones de la antigua metrópoli, están dadas las condiciones para que el deseo de ayuda a la pequeña Isla se transforme en una verdadera causa nacional. En este contexto, la llegada de los maestros cubanos a Harvard es ocasión propicia para todo tipo de manifestaciones de amistad y simpatía desde ambas partes; es así que cada minuto o gesto adquiere el tamaño o gravedad de un acontecimiento simbólico, como si cada detalle ínfimo fuese él mismo y algo más a la vez. Tal y como expresó el Alcalde Champlin, en discurso a los cubanos: «Les doy la bienvenida como individuos, como un grupo de maestros, y como representantes del gran cuerpo de los maestros en Cuba». Por cierto, fue ese mismo día en el cual el futuro poeta Boti escribió en sus notas de viaje: «Una de las pocas veces que mis manos se enrojecieron aplaudiendo fue cuando en el Sanders Theatre nos presentaron al general Edgar R. Champlin, Alcalde de Cambridge, el 21 de Julio de 1900». Para Champlin, cuyo saludo comenzó haciendo mención a la proximidad de la Constitución que los cubanos tendrían en los meses venideros, a los maestros correspondía ser un componente fundamental de la nación independiente; en sus palabras, si bien un país libre precisaba de estadistas, «una república significará poco, a menos que en las bases de todo no se encuentre un pueblo inteligente, educado y temeroso de Dios». Formar este pueblo, «instruir y guiar las mentes de la juventud de Cuba», es una responsabilidad más grande incluso que la del más sabio estadista que la isla pudiera producir. (Cambridge Chronicle, julio 28, 1900, p. 5)

Lo dicho hasta aquí nos permite ofrecer, a continuación, algunas breves muestras del nacionalismo de los maestros, tal y como se les encuentra en el libro de autógrafos en el cual estos expresaron sus sentimientos acerca del viaje y estancia harvardiana:

Los cubanos tenemos un profundo agradecimiento a los americanos, y será mucho mayor el día que nuestra Cuba sea independiente.

José de C. Palomino(Matanzas).

Los maestros cubanos guardarán en su corazón un imperecedero recuerdo y agradecimiento hacia el pueblo americano, y mayor será el día que gocemos felices bajo el cielo de la República de Cuba, libre e independiente.

Enrique Gutiérrez(Sagua la Grande).

Tengo fe en el pueblo de Washington y ella hace que abrigue en mi corazón sentimientos de gratitud inmensa. Creo que mi patria libre, independiente y soberana de sus destinos, será feliz si este pueblo cumple con sinceridad sus promesas de poner en nuestras manos la Patria que tanta sangre y lágrimas ha costado conquistar.

Marino Domínguez(Trinidad)