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Caricias muy íntimas Teresa Hill Para Lily Tanner los hombres atractivos eran como los dulces: deliciosos, irresistibles y peligrosamente adictivos. Como Nick Malone, su nuevo vecino, toda una tentación. Sin embargo, después de un matrimonio horrible, Lily no quería saber nada más de los hombres. Aunque no le quedó más remedio que ayudar a Nick cuando este se vio acosado por todas las mujeres del vecindario. El plan de Nick era muy simple: hacerse pasar por su pareja para contener a sus admiradoras. Una aventura maravillosa Susan crosby El empresario Noah Falcon era un hombre impresionante. Tricia McBride ya se había dado cuenta, aunque estaba muy ocupada cuidando de sus cuatro hijos; de hecho, la atracción que había surgido entre ellos cuando empezó a trabajar con él, chisporroteaba como el agua en el aceite hirviendo. Pero Tricia sabía que sus relaciones con Noah debían permanecer en un terreno estrictamente laboral. Sin embargo, cuatro niños intrigantes y encantadores tenían otros planes.
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Seitenzahl: 437
Veröffentlichungsjahr: 2020
Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.
www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47
Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2020 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
N.º 420 - abril 2020
© 2009 Teresa Hill
Caricias muy íntimas
Título original: Single Mom Seeks…
© 2008 Susan Bova Crosby
Una aventura maravillosa
Título original: The Single Dad’s Virgin Wife
Publicadas originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Estos títulos fueron publicados originalmente en español en 2009
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.
Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Julia y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 978-84-1348-372-6
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Créditos
Caricias muy íntimas
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Una aventura maravillosa
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Si te ha gustado este libro…
NO entiendo de qué va todo este lío —dijo Lily Tanner, intentando sujetarse el teléfono con el hombro mientras preparaba los sándwiches del almuerzo para que sus hijas se los llevaran al colegio.
—De eso mismo —dijo Marcy, su hermana mayor, al otro lado de la línea—. De tener un lío.
—No quiero saber nada de líos —respondió Lily, untando el pan con mantequilla de cacahuete y quitando los bordes de las rebanadas. Sus hijas odiaban la corteza del pan.
—¿Quién está armando lío? —preguntó Brittany, la más pequeña, de seis años.
—Nadie está armando lío —le aseguró Lily, mientras la pequeña se movía perezosamente por la cocina, sorbiendo su vaso de leche como si tuviera todo el tiempo del mundo antes de que llegase la señora Hamilton para llevarlas al colegio.
—Entiendo que no quieras líos ahora, después de lo que te ha hecho ese cerdo de Richard —dijo Marcy—. Pero al cabo de un tiempo, toda mujer necesita un pequeño lío.
—Oh, por amor de Dios. No quiero ningún lío —dijo Lily, intentando salvar la desmenuzada rebanada de pan.
—Has dicho que no había ningún lío —le recordó Brittany.
—¿Lío? ¿Qué lío? —preguntó Ginny, su hermana mayor, con la misma expresión de preocupación que llevaba mostrando varios días—. ¿Es papá? ¿Estás discutiendo con papá?
—No, tranquila. No pasa nada —le dijo Lily con una mueca de exasperación—. Tu tía Marcy y yo estamos hablando, y no estábamos discutiendo ni nada por el estilo. Sólo hablábamos de…
—Sí, por favor. Me muero de impaciencia por oírlo —dijo Marcy, riendo—. Dime de qué estábamos hablando.
—De dulces —dijo Lily. Fue lo primero que se le ocurrió.
Marcy soltó una estruendosa carcajada. Lily metió los sándwiches en las bolsas del almuerzo, mientras Ginny la miraba con expresión desconfiada. Pero afortunadamente, Brittany salvó la situación con el sincero optimismo y la inocencia propios de sus seis años.
—Me gustan los dulces.
—¿Lo ves? —dijo Lily, sonriendo—. A todo el mundo le gustan los dulces.
—Sí, es verdad —corroboró Marcy—. Y por eso, que me digas que puedes vivir sin…
—¡Marcy! —gritó Lily mientras empujaba a las niñas hacia la puerta de la calle.
—Espera —dijo Brittany, deteniéndose y tirando de los pantalones cortos de su madre—. ¿No tenemos dulces?
—No, cariño. Ahora no. Quizá esta noche. Vamos, la señora Hamilton llegará de un momento a otro. Me quedaré en la puerta hasta que aparezca.
Sacó a las niñas y saludó a Betsy Hamilton, quien ya estaba esperando con su coche. Entonces cerró la puerta y volvió a concentrarse en el teléfono.
—De verdad, Marcy… ¿Dulces?
—Eh, has sido tú quien ha usado esa palabra, no yo. Pero ahora que has acuñado un nuevo término, será nuestro código para siempre. Es perfecto.
—No necesitamos ningún código. No quiero hablar de ello. Estoy perfectamente —insistió Lily.
Al fin y al cabo, sólo se trataba de… dulces. Nada por lo que excitarse. No cuando tenía cientos de cosas pendientes y cuando estaba al límite de sus fuerzas y de sus nervios por las niñas y por Richard. ¿Quién tenía tiempo para los dulces?
—¿Tengo que recordarte que dentro de un año debo estar fuera de esta casa? Ni siquiera un año. Sólo tengo diez meses y medio para venderla y buscar otro sitio para las niñas y yo. Y para ello voy a tener que emplear todo mi tiempo y energías.
—Lo sé, lo sé.
—Y además, ¿dónde voy a encontrar un hombre por aquí? Ya sabes cómo es mi barrio. Todo el mundo está casado y con hijos. Y si por casualidad se produce algún divorcio, es la mujer quien se queda aquí con los niños, mientras que el marido infiel se muda a un nido de amor con su amante joven y guapa. Hasta que la esposa engañada se queda sin dinero y tiene que vender la casa, para que vuelva a ocuparla una pareja recién casada. Me puedo pasar meses sin ver a un hombre soltero que merezca la pena. Y aunque apareciera uno, no tendría ni tiempo para una cita. No puedo ni descansar para tomar un café —acabó el discurso con un profundo resoplido, cansada y consumida.
¿Sabía su hermana algo de su vida actual? Era muy triste y frustrante sentirse tan sola y vivir en unas circunstancias tan difíciles, sólo porque Richard hubiera conocido a una joven casi adolescente en un viaje de negocios a Baltimore.
—Oh, cariño… Lo siento —dijo Marcy. Lily podía oír de fondo a las hijas de su hermana—. No pretendía ponerte las cosas más difíciles. Sólo intentaba avisarte de que está muy bien vivir sin… dulces por un tiempo, pero luego… Sólo tienes treinta y cuatro años. Y todos tenemos necesidades cuando estamos solos.
—Yo no estoy sola —insistió Lily, retirando de la mesa los cuencos de cereales a medio comer, las migas de pan de los sándwiches y los vasos de leche que parecían multiplicarse como conejos por toda la casa—. Al menos no tanto como para necesitar… dulces. Un baño de espuma, tal vez. Alguien que me hiciera la cena de vez en cuando. Un buen libro y tiempo suficiente para leerlo sin interrupciones… Todo eso me vendría bien. Pero los dulces son…
En ese momento estaba metiendo las tazas en el lavavajillas, pero se quedó callada al erguirse y mirar por la ventana que había sobre el fregadero, con vistas a la casa vecina, que llevaba varias semanas desocupada.
Parecía que no iba a seguir desocupada, porque en el camino de entrada había un camión de mudanza, con sus grandes puertas traseras abiertas hacia el garaje, y un par de brazos musculosos y bronceados tendiéndole una mesa a alguien que quedaba oculto por los arbustos.
—¿Qué ocurre? —preguntó Marcy—. ¿Sigues ahí?
—Sigo aquí —respondió Lily, viendo cómo los brazos salían del camión, seguidos de un hombro recio y macizo. Y luego el otro.
Lily se quedó boquiabierta, incapaz de cerrar la boca. Unas piernas largas y poderosas, enfundadas en unos vaqueros desgastados que rodeaban una cintura esbelta. Y más arriba, unos abdominales perfectamente esculpidos en fibra y músculo y aquellos hombros anchos y fuertes.
—Oh —murmuró, soltando todo el aire de golpe.
—¿Qué te pasa? —preguntó Marcy—. ¿Estás bien?
Lily se sentía como si estuviera ardiendo por dentro.
Una ola de calor se propagó por todo su cuerpo desde la boca del estómago. Iba a tener como vecino a un hombre espectacular. Un glorioso espécimen masculino con una musculatura perfecta, la frente perlada de sudor, el torso desnudo… Y de repente, todo lo que su hermana había intentado explicarle sobre los deseos, la soledad y la diversión temporal adquirió un nuevo significado. Más intenso, más acuciante y más peligroso.
—Dulces… —exclamó, y dejó caer el teléfono.
Temía que la hubiera pillado observándolo desde la ventana, o que hubiera oído el ruido del teléfono contra el suelo de baldosas. No era probable, debido a la distancia y las paredes que se interponían entre ellos. Pero entonces él se giró y la miró directamente a través de la ventana, y Lily tragó saliva y cayó de rodillas, sintiéndose avergonzada, confundida y ardiendo por dentro.
Como si hubiera contraído una fiebre altísima en cuestión de segundos.
Se llevó la mano a la frente para comprobar si estaba caliente. Una madre podía saberlo sólo por el tacto, después de tratar tantas fiebres infantiles. Pero aquella vez no podía estar segura.
Aturdida, volvió a levantarse y miró con cuidado por la ventana. Sólo vio el camión abierto y unas cuantas cajas.
Ni rastro de él. Debía de ser uno de los transportistas de la mudanza, se dijo a sí misma mientras abría el armario de las medicinas en busca del termómetro. Los hombres de su barrio no tenían esos músculos tan prietos ni esa piel tan bronceada. Eran hombres de traje y corbata, apostados detrás de un escritorio, donde no podían desarrollar esa clase de musculatura.
Encontró el termómetro y se lo metió en la boca, y justo en ese instante sonó el teléfono.
La llamada debía de haberse cortado cuando el teléfono impactó contra el suelo, por lo que debía de ser su hermana llamando de nuevo. Lily no quería hablar con ella, pero Marcy no le daría la opción de ignorarla, porque seguiría llamándola hasta que Lily se rindiera. O peor aún, se montaría en el coche y conduciría los veinte minutos que las separaban para asegurarse de que Lily se encontraba bien.
Marcy se empeñaba en ser sobreprotectora desde que Richard se marchó.
—Vale, tú ganas —murmuró, y agarró el teléfono con el termómetro aún en la boca—. ¿Di’a?
—¿Qué ha pasado? —exigió saber Marcy.
—Lo sien’ o. Se me ca’ó el te’éfono —dijo lo mejor que pudo.
—¿Cómo?
—E’pe’a —el termómetro emitió un pitido y se lo sacó de la boca. No tenía fiebre. Qué extraño—. Me estaba tomando la temperatura. Sentí unos ardores y se me cayó el teléfono.
No había sido precisamente en ese orden, pero Marcy no necesitaba saber todos los detalles.
—¿Crees que tienes fiebre… sólo por hablar de dulces?
Lily puso los ojos en blanco. Las hijas de Marcy debían de estar aún con ella. No se marchaban a la escuela hasta quince minutos después que las hijas de Lily.
—No, no sólo por hablar de dulces. Sentía calor, eso es todo.
—Hay algo que no me estás contando —insistió Marcy.
—Hay mucho que no te cuento ni a ti ni a nadie —admitió Lily, inclinándose ligeramente hacia la izquierda para poder mirar otra vez por la ventana.
Y allí estaba… descargando una silla de cocina.
Lily no pudo evitar un suspiro.
—¡Lo sabía! —exclamó Marcy al oírla—. ¿Qué está pasando? ¿Tienes a un hombre ahí?
—No, no tengo a ningún hombre aquí ni quiero tenerlo. Acabo de librarme de uno que me dio suficientes problemas para toda una vida.
—Cariño, ya hemos hablado de eso. No vas a renunciar a los hombres de por vida. Ahora crees que sí, pero te aseguro que cambiarás de opinión. Simplemente, estás hibernando.
—¿Hibernando?
—Sí, pero no siempre será así. Un día aparecerá un hombre especial y despertarás de tu letargo para comenzar una vida muy… dulce.
—¿La tía Lily tiene una vida muy dulce? —oyó Lily que preguntaba la hija menor de Marcy, y se echó a reír.
—¿Qué es una vida dulce? —preguntó Stacy—. ¿Comer dulces todos los días?
—No —respondió Marcy.
—A mí me gusta el dulce. ¿Puedo tener una vida dulce?
—No. Nadie se pasa la vida entera comiendo dulces —insistió Marcy, antes de seguir hablando con su hermana—. La he hecho buena… Ahora se lo contará a las otras niñas de la escuela y estaré recibiendo llamadas de sus madres toda la semana. Todos los niños querrán una vida dulce, y sus madres querrán saber a qué estoy jugando, diciéndoles que pueden comer dulces todo el tiempo. ¿Cómo voy a explicar esto?
—Lo siento. Tengo que irme —dijo Lily, y oyó el gruñido de su hermana justo antes de colgar.
¿Una vida dulce?, pensó, riéndose.
Hacía mucho que no se reía. La perspectiva de estar sola en el mundo salvo por dos niñas pequeñas que dependían de ella para todo le quitaba todas las ganas de reír.
Aunque, a medida que pasaba el tiempo, se hacía menos duro. Estaba tocada, pero no hundida.
Volvió a asomarse por la ventana… y allí seguía él, con una caja de gran tamaño apoyada en el hombro y los músculos de su brazo brillando por el sudor.
Tenía que ser un transportista, se repitió. Alguien tan atractivo no viviría en la puerta de al lado.
La mañana era muy calurosa. Seguramente no tuvieran ninguna bebida fría en aquella casa, pues había estado vacía durante tres meses, desde que los Sander se marcharon a San Diego.
Sería todo un detalle ofrecerles algo para beber, y tal vez aparecieran los dueños de la casa. O si no, podría sonsacarles a los transportistas un poco de información sobre la nueva familia.
Sus hijas estaban ansiosas por tener más amigas con las que jugar. Lo primero que le preguntarían cuando llegaran del colegio sería si los nuevos vecinos tenían niñas de su edad, y una buena madre tenía que estar preparada para responder a las dudas de sus hijas, ¿no?
Abrió la nevera y pensó que podría ofrecerles… ¿Una jarra de té helado? Sí, tenía una jarra casi llena. ¿Algunas galletas? Abrió los armarios, pero no tenía ingredientes para hacer galletas.
En cambio, sí tenía lo que necesitaba para hacer dulces de azúcar…
Sólo estaba comportándose como una buena vecina, se repitió a sí misma mientras cruzaba el jardín con una jarra de té, cuatro vasos de plástico y una bandeja de dulce de azúcar recién hecho. Una buena vecina. Nada más y nada menos.
Llegó a la parte trasera del camión y oyó a alguien que maldecía en voz baja. Entonces miró en el interior y allí lo encontró. Tenía los ojos entornados y el hombro derecho presionado contra una caja que se había quedado atascada sobre otra y que se resistía a moverse.
De cerca, vio que sus facciones eran duras y angulosas. Sus ojos eran oscuros, casi negros, y centelleaban por el esfuerzo y la irritación del momento. Recia mandíbula. Pelo castaño oscuro, un poco largo. Y una amplia extensión de piel desnuda y bronceada.
Fueron esos músculos y esa piel lo que volvieron a alterarla.
Empezó a sentir calor por todo el cuerpo y pensó en refrescarse la frente con la jarra del té, que ya estaba goteando por efecto de la condensación.
Tendría que tomarse la temperatura otra vez cuando volviera a casa, para estar segura. Porque estaba claro que algo le ocurría.
—Hola. ¿Puedo ayudarla, señorita? —preguntó una voz profunda tras ella.
—¡Oh! —dio un respingo y casi se le cayó la jarra de té, pero el joven larguirucho y desgarbado que tenía ante ella la agarró a tiempo.
—¡Jake! —exclamó el hombre que tanto le estaba alterando las hormonas.
—Lo siento —se disculpó el chico—. No pretendía asustarla.
—Oh, no. No pasa nada. No te oí, eso es todo —«estaba demasiado ocupada comiéndome a tu padre con los ojos».
Qué vergüenza.
¿Sabía aquel muchacho cómo reaccionaban las mujeres ante su padre?
¿Y lo sabía su padre?
Lily deseó que se la tragara la tierra.
—¿Eso es para nosotros? —preguntó el chico, señalando la bandeja con los dulces de azúcar.
—¡Jake! —le gritó severamente su padre, alto y amenazador en el borde del camión.
Lily lo miró nerviosa y apartó rápidamente la mirada.
—Lo siento —volvió a disculparse el chico—. Es sólo que… Hace mucho calor y llevamos horas con esto. Tengo hambre.
—Tú siempre tienes hambre —lo acusó su padre en tono autoritario.
—Sí —corroboró Lily—. Tengo unos sobrinos de tu misma edad, y sé que los adolescentes siempre tienen hambre. Por eso pensé en venir a… presentarme.
—Dulces —apreció Jake cuando ella le ofreció la bandeja—. Jake Elliot. Y éste es mi tío, Nick Malone.
«Tío». No era su padre. ¿Se estaban mudando juntos? ¿O tal vez Nick estaba ayudando con la mudanza a Jake y su familia?
—Me llamo Lily Tanner, y vivo en la casa de al lado —asintió hacia su casa y levantó la jarra—. ¿Os apetece un poco de té?
—Oh, sí —dijo Jake, con la boca llena—. Eh, aún está caliente. ¿Lo acabas de hacer?
—Sí —respondió Lily.
—¡Fenomenal!
—Seguro que su intención era ofrecer los dulces para más tarde —señaló su tío—. Y antes de seguir comiendo, podrías darle las gracias.
—Gracias —murmuró Jake sin dejar de comer—. De verdad, señorita. Está delicioso.
—De nada —respondió ella. Le ofreció un vaso de plástico y se lo llenó de té.
Entonces se preparó para encarar al tío Nick, quien acababa de bajar de un salto del camión, aterrizando a una distancia demasiado corta para su propia tranquilidad.
Agarró una camiseta blanca del suelo del camión y se la puso rápidamente sobre la cabeza y el torso. La misteriosa fiebre de Lily tendría que haber desaparecido al ocultarse la visión de sus músculos. Pero no fue así.
Más bien al contrario. El calor aumentó ahora que lo tenía frente a ella, mirándola con aquellos penetrantes ojos oscuros.
—Lo siento —dijo él—. Le he dicho millones de veces que diga «por favor» y «gracias», pero no hay manera de metérselo en la cabeza.
—Lo imagino —aseveró ella—. Me pasa lo mismo con mis hijas.
—¿Tienes hijas? —preguntó Jake.
Lily le sonrió.
—Me temo que son demasiado jóvenes para ti.
—Sólo tengo quince años.
Parecía imposible que fuera tan joven, tan alto para su edad. Lo único infantil era su rostro.
—Parezco mayor, ya lo sé.
—Sí que lo pareces. Pero mis hijas sólo tienen nueve y seis años.
—Oh —murmuró él encogiéndose de hombros, como si no le diera importancia.
Lily estaba segura de que tendría admiradoras de sobra, igual que su tío.
—Tengo que ir adentro. Este sol me está asando —dijo Jake, girándose para marcharse—. Gracias otra vez, señora Tanner.
—De nada —dijo Lily, y de repente sintió que se quedaba sin palabras.
Nerviosa. Roja como un tomate. Ridícula.
Le ofreció un vaso al señor Macizo y Sudoroso, pensando que el sudor nunca le había parecido tan excitante.
—Gracias —dijo él, y agarró el vaso para que ella se lo llenara—. Ese mocoso se escapó con todos los dulces, ¿eh?
Lily sonrió, intentando no mostrarse demasiado coqueta. No estaba flirteando con él ni nada por el estilo.
—Eso parece. Deberías darse prisa o te quedarás sin nada. Si es como mis sobrinos, no tardará ni cinco minutos en comérselos todos.
—Muy propio de Jake —corroboró él, y echó la cabeza hacia atrás para tomar un largo trago de té—. Vaya… lo necesitaba.
—Puedes quedarte con la jarra —ofreció ella—. Pensé que tu nevera estaría vacía, y como hace tanto calor… me pareció una buena idea.
—Desde luego. Jake y yo te lo agradecemos mucho.
—Así que… ¿te mudas aquí? ¿O Jake y su familia? —esperó dar la imagen de una buena vecina y nada más, y que el rubor de su rostro no la estuviera delatando.
—Sólo Jake y yo —respondió él, adoptando una expresión mucho más severa—. Mi hermana y su marido murieron en un accidente de coche hace seis semanas. Tienen dos hijos gemelos estudiando en la Universidad de Virginia, y Jake es el menor. Aparte de sus hermanos, yo soy la única familia que les queda.
—Oh, lo siento mucho —dijo Lily, avergonzándose por haber estado admirando los músculos sudorosos de un hombre que acababa de perder a su hermana.
—Gracias. Aún está reciente, pero…
—Naturalmente. Siento haber preguntado…
—No, me alegra que lo hayas hecho y que me lo hayas preguntado a mí y no a él. Aún está muy afectado, y no sabe cómo responder.
—Lo entiendo. Mis hijas se sentían igual de perdidas cuando mi marido y yo nos divorciamos. Ya sé que no es lo mismo pero… odiaban que todo el mundo les preguntase por qué su padre ya no vivía con nosotras.
Él asintió en silencio, comprensivo. Era la clase de hombre que se cargaría con la pesada tarea de educar en solitario a un sobrino de quince años. Tal vez aquella expresión ceñuda sólo fuera el resultado de lo que había soportado durante las seis últimas semanas.
—Bueno, creo que debería dejar que volvieras al trabajo —dijo, tendiéndole la jarra—. Avísame si necesitas cualquier cosa. Casi siempre estoy en casa.
—Gracias otra vez. Has sido muy amable.
«Amable». Estupendo. Pensaba que era amable. Ojalá no supiera que lo había estado espiando como una adolescente enamorada, mientras él seguía llorando la muerte de su hermana y su cuñado y ocupándose de su pobre sobrino huérfano.
«¿Qué demonios te pasa?», se preguntó a sí misma, intentando ocultar su consternación tras una sonrisa forzada.
Él asintió hacia la casa.
—Voy a entrar a tomar unos pocos dulces.
Sí… pensó ella, despidiéndose con la cabeza.
Dulce.
JAKE estaba atiborrándose de dulces como si la vida le fuera en ello, cuando Nick entró finalmente en la cocina de su nueva casa. Se detuvo por un momento para tenderle el vaso vacío a Nick y que éste volviera a llenárselo de té antes de dejar la jarra en la encimera.
—Es muy guapa para ser madre —dijo—. Y sabe hacer unos dulces deliciosos.
—No lo sé. Aún no los he probado —repuso Nick, esperando no sonar demasiado arisco.
No tenía razón para estar huraño, pero se había convertido en una costumbre después de pasarse años gritándoles órdenes a los soldados. Sin embargo, se esforzaba al máximo para suavizar su temperamento con Jake y sus hermanos.
Jake le ofreció lo que quedaba de dulce y Nick probó un pedazo. Un sabor parecido al éxtasis explotó en su boca.
Estuvo a punto de soltar una palabra bastante ordinaria, pero se contuvo a tiempo. También tenía que refrenarse para no soltar palabrotas delante del chico.
—Está de muerte, ¿verdad? —dijo Jake—. ¿Qué crees que tendríamos que hacer para conseguir que nos hiciera la cena?
—Lo veo muy difícil. Es una madre soltera con dos niñas pequeñas —respondió Nick, saboreando el dulce en la boca—. No creo que tenga mucho tiempo libre.
—Aun así, estoy seguro de que lo haría por ti —insistió Jake, esperanzado—. ¿Viste la manera en que te miraba? Como si no le importara que fueras…
—¿Mayor? —preguntó Nick.
—Iba a decir «viejo» —dijo Jake con una sonrisa, alargando el brazo hacia el último trozo de dulce.
—Tócalo y eres hombre muerto —le advirtió Nick—. Ya has tomado bastantes.
—Sí, pero aún tengo hambre —se quejó el chico. Y eso que no eran ni las diez de la mañana.
Lily Tanner tenía razón. Los adolescentes eran como sacos sin fondo. Nick no se había percatado de ello durante la primera semana que siguió a la muerte de su hermana y su cuñado, pues los vecinos se habían encargado de llevarles comida. Pero a pesar de que las cantidades eran muy generosas, el voraz apetito de Jake y los gemelos acabó con las provisiones en un abrir y cerrar de ojos. Ni siquiera el dolor y la pena podían mitigar el hambre de un adolescente por mucho tiempo.
—Vamos a terminar de sacar las cosas del camión antes de que haga más calor, y luego buscaremos algo para comer —dijo Nick—. ¿Quién sabe? A lo mejor se presenta otra de las vecinas con el almuerzo. Intenta mostrarte apenado, debilucho y muerto de hambre.
—Eso está hecho —aseveró Jake, tomándose otro vaso de té antes de salir.
Nick dejó su vaso, se metió el último trozo de dulce en la boca y miró a su alrededor. La casa estaba vacía, salvo por las cajas y los muebles que aún no habían sido colocados. Por milésima vez, confió en estar haciendo lo correcto al instalarse en Virginia e intentar hacerse cargo del muchacho.
Y se preguntó en qué demonios había estado pensando su hermana al nombrarlo tutor del chico en su testamento.
Al mediodía habían sacado todas las cosas del camión. Movieron algunas cajas para tener un poco de espacio y se desplomaron en el sofá, que estaba temporalmente situado bajo un ventilador en el techo.
Nick estaba tan cansado que tuvo que dejar que fuera Jake quien lo moviera todo. El chico era muy fuerte, aunque Nick confiaba en que podría vencerlo si tuvieran que llegar a las manos. Por el aluvión de consejos que había recibido en las últimas semanas sobre la educación de los adolescentes, había llegado a pensar que todo se reducía a la cuestión de quién era el más fuerte. Aunque no se imaginaba a Jake tan rebelde como para desoír sus órdenes y hacer necesaria la fuerza física.
Pero ¿qué sabía Nick de los jóvenes? Prácticamente nada. Gracias a Dios, era un chico. Si hubiera tratado de una chica, no quería ni imaginarse cómo habría sido.
Aunque si su hermana hubiera tenido hijas, nunca las habría dejado a cargo de Nick.
—Me muero de hambre —dijo Jake, estirando sus largas piernas y apoyando la cabeza en el respaldo.
—Dime algo que no sepa —murmuró Nick, intentando recordar los locales de comida rápida que había visto de camino.
Entonces sonó el timbre de la puerta. Jake se incorporó con expresión esperanzada.
—¿Crees que serán más dulces?
—Creo que nos vendría bien algo más sustancioso, ¿no te parece?
—Sí, supongo —admitió Jake, y se levantó para abrir la puerta.
Nick lo agradeció, pues realmente se veía incapaz de moverse. Por nada del mundo querría volver a tener quince años, pero no le vendría mal aquel torrente de energía juvenil, especialmente en días como aquél.
Jake abrió la puerta y sonrió con entusiasmo. Debía de ser más comida. Nick se obligó a levantarse, intentando no poner una mueca de dolor. Al menos Jake no vería su muestra de debilidad, porque sólo tenía ojos para el estofado de pollo que portaba en sus manos.
Le dieron las gracias a la amable vecina por la comida y se dirigieron a la cocina para agarrar un tenedor cada uno y comer directamente de la cacerola. La madre de Jake estaría horrorizada por la falta de modales, pero al menos el chico estaba comiendo.
Acompañaron el estofado con el té helado de Lily Tanner, y Jake limpió la cacerola con la lengua, como si fuera un perro que llevara días sin comer.
—Creo que me va a gustar este barrio —dijo—. ¿Crees que se presentará alguien más con la cena?
—Ojalá —respondió Nick.
Lily tenía intención de trabajar un poco aquel día. Al volver a casa después de conocer a sus vecinos se había tomado la temperatura otra vez. No tenía fiebre, pero se sentía muy débil y temblorosa.
¿Estaría pillando algo? Sin duda. No podía haber otra explicación.
Se fue a trabajar al comedor, cuyas paredes estaban listas para el empapelado, la pintura y el friso de madera. Había sido decoradora de interiores antes de que nacieran las niñas, para luego convertirse en madre y ama de casa con una afición casi obsesiva por las reformas. Tres años antes, había convencido a Richard para vender la casa y comprar otra más grande que pudieran reformar a su gusto. Un año después, y tras mucho trabajo por parte de Lily, habían vendido la casa a un precio mucho mayor y habían comprado otra.
Aquélla era su cuarta casa. La habían comprado unas semanas antes de que Richard anunciara que iba a dejarla. El divorcio estipulaba que ella le debía la mitad de la cantidad que habían invertido en la casa, pero Lily tenía un año para terminar las reformas y poder venderla a buen pecio. Había trabajado muy duro para llegar a ese acuerdo, y contaba con los beneficios de la venta de la casa para comprar otra más pequeña para ella y sus hijas.
Por ello siempre estaba ocupada. Aún le faltaba mucho por hacer, pero el teléfono no dejaba de sonar. Parecía que todas las vecinas del barrio la habían visto hablar con aquel espléndido espécimen masculino, y ansiaban saber si efectivamente se había mudado a aquella casa, si aquel adolescente era su hijo, y si un hombre semejante podía estar soltero.
Lily tenía las respuestas a las tres preguntas, lo que la convertía en una mujer muy popular aquella mañana. Pero sus vecinas no perdieron tiempo en ponerse manos a la obra. Al mediodía, un desfile de mujeres marchaba hacia la casa, portando bandejas y cacerolas y luciendo sonrisas radiantes, ataviadas y maquilladas como si fueran a comer con una celebridad en vez de pasarse a saludar a un nuevo vecino.
—Descarada —murmuró Lily para sí misma, viendo a Jean Summer, que vivía tres casas más abajo, presentarse con un suéter de amplio escote que apenas ocultaba sus generosos pechos.
Sus nuevos vecinos disfrutarían mucho más con aquella impúdica imagen que con el pavo al curry de Jean, que Lily sabía por experiencia que estaba bastante seco.
Sissy Williams se presentó con su minúsculo conjunto de tenis, y prácticamente brincaba de entusiasmo mientras les ofrecía lo que parecía una tarta. A Jake le encantaría.
Pero la más descarada de todas fue sin duda Audrey Graham, que apareció con unos pantalones cortos de footing y un sujetador de lycra.
—Al menos podrías ponerte una camiseta —masculló Lily.
Ella al menos se había presentado con la ropa puesta y sin una gota de maquillaje. Se sentía muy superior a aquel pase de modelos caseras, que parecían competir entre ellas a ver quién mostraba más piel desnuda. Se preguntó si también sus vecinas habrían sentido los mismos calores que ella, porque Nick había vuelto a quitarse la camiseta para seguir descargando las cosas del camión. A Lily le hubiera resultado imposible no darse cuenta, ya que vivía en la casa de al lado.
Pero no lo estaba espiando ni nada por el estilo. Simplemente, al pasar junto a la ventana de la cocina, lo que hacía varias veces al día, echó un vistazo al exterior y vio a Nick, a Jake y al desfile de mujeres portadoras de comida y ligeras de ropa.
Nunca había presenciado un comportamiento semejante en sus vecinas. Al fin y al cabo, aquél era un vecindario muy decente y respetable.
Su hermana volvió a llamarla por teléfono, pero Lily se mostró muy poco comunicativa y no hubo más comentarios sobre los dulces. Las niñas volvieron del colegio, rebosantes de entusiasmo y energías, hasta que Lily les dio de comer y las acució a hacer los deberes. Entonces las invadió una repentina fatiga y se tiraron al suelo del salón para ver una película en el Disney Channel, hasta que su madre las hizo acostarse a las ocho y media.
Unos minutos más tarde, Lily estaba cargando el lavavajillas cuando vio a Jake dirigiéndose hacia la puerta de su cocina.
Se peinó rápidamente con las manos, se sacudió la camisa para asegurarse de que no tuviera polvo de las paredes del comedor, y abrió la puerta.
Jake se disponía a llamar con los nudillos. Parecía un cachorro gigante, con sus grandes orejas y pies y su espesa mata de pelo.
—Hola —lo saludó ella—. ¿Ya lo habéis metido todo en casa?
—Sí, señorita —respondió él, entrando en la cocina.
—Debes de estar muy cansado.
—Un poco —repuso, como si hiciera falta mucho más para cansar a un chico de su edad.
—¿Qué puedo hacer por ti?
—Bueno… tengo un problema y no sé qué hacer al respecto… Ha venido a vernos mucha gente, con montones de comida…
—Sí, me he fijado —admitió ella.
—Nada estaba tan bueno como tus dulces, pero no estaba mal. Mi tío me ha dicho que haga una lista con las cosas que nos han traído y quién lo ha hecho, para que podamos devolver los recipientes a cada una y darles las gracias. Y… bueno, he hecho una lista, pero… no del todo.
—Ah —dijo Lily, asintiendo—. Te entró hambre y te distrajiste.
—Sí. Y ahora no sé qué hacer. Tengo un montón de etiquetas con nombres, pero no sé a qué platos corresponden, aunque recuerdo el aspecto de algunas de las mujeres…
Como Audrey en sujetador… Lily estaba segura de que Jake no olvidaría una imagen como ésa.
—Creo que sabré relacionar casi todos los recipientes con las etiquetas —le dijo ella—. Preparamos las mismas recetas cuando cocinamos para los demás. Conozco las especialidades de todas.
El chico la miró tan agradecido que Lily sintió ganas de abrazarlo. Pobre. Debía de haber tenido un día agotador, además de las últimas seis semanas.
—Mis hijas ya están durmiendo…
—Puedo quedarme aquí, por si se despiertan —se ofreció él.
—Muy bien —aceptó ella—. No tardaré ni un minuto. ¿Está todo en la nevera?
—Sí, y las etiquetas y lo demás están en la encimera, junto a la nevera. He dejado abierta la puerta de la cocina, y mi tío ha ido a devolver el camión de alquiler, así que la casa está vacía.
—De acuerdo. Enseguida vuelvo.
Conocía la casa de la última pareja que vivió en ella. La cocina estaba frente a la suya, de modo que sólo tuvo que rodear los arbustos y entrar. Dentro se encontró todo como Jake le había dicho.
Sissy había llevado efectivamente una tarta de frutas glaseadas, demasiado elaborada para que la hubiera hecho ella misma. Sissy no se desenvolvía muy bien en la cocina, pero debería de haber sabido que a un chico adolescente no le interesaba la alta repostería.
El pavo de Jean parecía más sabroso de lo habitual. Fue fácil emparejar ese plato con la etiqueta de Jean. Media docena de emparejamientos después, sólo quedaba la etiqueta de Audrey y otra con una escritura horrible, propia de adolescentes. ¿Incluso las jóvenes alardeaban de sus dotes culinarias además de sus cuerpos? Los dos platos que quedaban eran una ensalada de pasta y un pollo asado. Con un cuerpo como el suyo, Audrey no debía de ser muy amiga de los hidratos de carbono. El pollo asado le correspondería seguramente a ella.
Por si acaso decidió preguntárselo a Jake, quien no debía de haber olvidado a Audrey y su minúsculo conjunto. Confiaba en que aquella voluptuosa imagen no le hubiera nublado la razón.
Agarró el recipiente del pollo para mostrárselo a Jake y abrió la puerta de la cocina. Y entonces se topó con Nick.
Tuvo que reaccionar con rapidez para impedir que se le cayera el pollo al suelo. Pero él parecía más preocupado por ella que por el pollo, porque mientras Lily agarraba la cacerola, él la sujetó por los brazos, rápido como un rayo.
Habría caído de espaldas de no ser por él.
—Lily… ¿Estás bien? —le preguntó, demasiado cerca de ella y con una expresión ligeramente divertida.
—Sí —susurró.
—Siento haberte asustado.
Sus manos la siguieron sujetando, provocándole un extraño hormigueo en los brazos. Una vez que se aseguró de que había recuperado el equilibrio, la soltó y dio un paso atrás.
—No. Ha sido culpa mía. No estaba mirando dónde pisaba —admitió ella. Tenía la voz trabada, le faltaba el aliento y lo único que podía ver eran unos hombros anchos y unos brazos musculosos.
Sentía el calor varonil que irradiaba aquel cuerpo.
Su reacción debía de ser normal, decidió. Después de todo, hacía años que no estaba tan cerca de un hombre, aparte de su ex marido.
Parpadeó unas cuantas veces y lo miró. Estaba confusa, avergonzada y… no estaba segura de qué más.
¿En qué había estado pensando? ¿Qué podía decir? Tenía la mente en blanco.
—No creo que seas la clase de mujer que se dedique a robar pollos asados de los vecinos… —dijo él.
—Oh, no, no —se apresuró ella a explicarse—. No estaba robando. Lo juro.
—No pensaba que lo estuvieras haciendo, Lily.
No. Seguramente pensaba que estaba loca.
—Jake no sabía a qué vecina correspondía cada plato, y yo me ofrecí a ayudarlo.
—Sí. Retiró las tapas con las etiquetas y se puso a comer directamente de los recipientes, antes de pensar siquiera en quién había traído cada plato.
—Parece un chico encantador. Ahora está en mi casa, por si acaso mis hijas se despiertan. Estoy segura de quién ha traído cada plato, salvo esto y otra cosa más —sostuvo en alto la cacerola del pollo.
—Recuerdo quién trajo esto —dijo Nick—. Una mujer con un conjunto… minúsculo. Pantalones cortos y una especie de sujetador.
—Audrey Graham —dijo ella, volviéndose hacia la cocina—. Le pondré su etiqueta a la cacerola y…
—¿Tiene la costumbre de presentarse en casa de los vecinos con esa ropa?
Lily se echó a reír. Pero entonces recordó que ella había sido la primera en ir a verlo aquella mañana, aunque no fuera tan provocativamente vestida como Audrey y las otras.
¿Qué opinión tendría Nick de ella? ¿Que era igual que las demás?
—Bueno… Audrey es… Digamos que se aficionó al deporte después de su divorcio —era lo más amable que se le ocurría—. Sale a correr todos los días, y hace tanto calor que…
Se dio la vuelta, después de haber etiquetado los platos, y vio a Nick apoyado en la encimera, como si no quisiera recibir respuesta para la gran cantidad de dudas que debían de invadirlo.
—Es un barrio muy acogedor, por lo que veo —comentó.
—Sí. Mucho.
—Nunca había vivido en un lugar como éste. No me esperaba una bienvenida semejante —dijo con cierta cautela, como si fuera un tema delicado—. ¿Siempre son así los recibimientos por aquí?
—Bueno… —pensó que debería advertirle. O darle las buenas noticias, dependiendo de cuál fuera su punto de vista—. No hay muchos hombres solteros en el barrio.
—Entiendo —dijo él, aunque parecía más confuso aún.
—Casi todo son parejas casadas y madres divorciadas —explicó ella.
Madres divorciadas y solitarias.
Madres con necesidades no satisfechas.
No como ella, naturalmente. Ella no necesitaba nada. Sólo un baño de espuma y un buen libro.
Y sin embargo allí estaba, frente a aquel vecino arrebatadoramente atractivo, volviendo a sentir aquella extraña fiebre que el termómetro se empeñaba en desmentir.
Lo miró con la expresión más inocente que pudo adoptar.
—¿Y todas las mujeres que han venido hoy son solteras? —preguntó él, como si aquella posibilidad le asustara un poco.
—No, no todas —respondió Lily, y entonces se dio cuenta de que estaba confesando haberse pasado todo el día espiando desde la ventana de su cocina.
No, un momento… Lo que había hecho era mirar las etiquetas de la comida que le habían llevado. Rezó porque aquélla fuera la interpretación de Nick, y no que hubiera estado espiándolo.
—Siempre les gusta dar la bienvenida a un nuevo vecino.
A un nuevo hombre, más bien, pero no lo dijo. Aunque él debía de saber lo que quería decir. Si lo que Lily había presenciado aquel día significaba algo, un hombre como él podría tener a una mujer distinta cada día de la semana.
¿Querría algo así? ¿Una mujer distinta cada día?
¿Sería esa clase de hombre?
¿Y qué pasaba con su sobrino? ¿Recibiría Nick a un sinfín de amantes en su casa con Jake allí?
—Bueno, Jake está muy contento —dijo él finalmente—. Por desgracia, a ninguno de los dos se nos da bien la cocina.
—Entonces tú también debes de estar contento con todas estas… atenciones —dijo, como si se refiriera a algo más que la comida.
Cada vez se sentía más confusa y avergonzada.
¿Acaso él no era consciente de su tremendo atractivo? Sobre todo sin camiseta… Allá adonde fuera debía de causar sensación entre las mujeres.
¿Existiría un mundo donde un físico como aquél no revolucionara las hormonas femeninas?
Parecía muy improbable. Aunque tampoco podía afirmarlo, pues su existencia se reducía a las fiestas de cumpleaños infantiles, las comidas de vecinos y el trabajo como voluntaria en la escuela de sus hijas. Pero no iba a preguntarle a Nick nada de eso. Seguramente la veía como a cualquiera de sus vecinas. No tan descarada como Audrey Graham, pero sí una más de ellas.
Y tal vez lo fuera.
—Será mejor que vuelva a casa —dijo, pasando junto a él e intentando no dar una imagen de huida.
—Gracias por todo —dijo Nick.
—De nada. Espero que os guste vivir aquí —no lo dijo por las mujeres, pensó, ruborizándose al pensar en lo que podría hacer él con todas esas mujeres—. Enviaré a Jake de vuelta.
CUATRO días más tarde, Nick esperaba en la puerta de su nueva casa. Aún no había amanecido y se había vestido para salir a correr, pero en vez de eso examinaba la calle desde la ventana, como si temiera que fueran a atacarlo con las primeras luces del alba, en uno de los barrios más tranquilos de la ciudad.
No temía a ningún ladrón, pero sí a una mujer con sujetador de lycra.
Dos días antes lo había seguido durante los ocho kilómetros de carrera, sin parar de hablar mientras trotaba a su lado, cuando lo único que Nick quería era despejar la mente de preocupaciones y ocuparse de respirar y de poner un pie delante de otro. Y por si eso fuera poco, lo había seguido hasta su casa y al interior de la misma.
Antes de que él pudiera percatarse de sus intenciones, la mujer se había adueñado de su cocina. Bueno, sí sabía cuáles eran sus intenciones, pero no que fuera a llevarlas a cabo en su propia cocina. Antes de que pudiera hacer nada había entrado Jake. El chico estaba medio dormido y tan hambriento como siempre, pero la imagen que lo esperaba en la cocina lo había despejado por completo. Algo que Nick no quería repetir.
Tampoco quería que nadie le estuviera hablando mientras corría. Y por eso vigilaba la calle desde la ventana, preguntándose si Audrey Graham estaría esperándolo allí fuera, a pesar de que él le había dicho, en un tono cortés pero tajante, que no estaba interesado.
—¿Qué haces? —le preguntó Jake detrás de él.
Nick dio un respingo y casi se le salió el corazón por la boca.
Demasiados años en el ejército, antes de entrar en el FBI.
Jake bostezó.
—Lo siento. Se me olvidó.
—Si sigues acercándote por detrás sin hacer ruido, acabaré rompiéndote el cuello antes de darme cuenta de que eres tú —le advirtió Nick.
—¿Podrías hacer eso? —le preguntó Jake en tono de admiración.
—En un santiamén —se jactó Nick, confiando en que el chico lo creyera y recordara la advertencia para la próxima vez. Ya había estado a punto de hacerle daño en una ocasión que lo sobresaltó.
—Lo siento, pensé que me habías oído —volvió Jake a disculparse mientras se encogía de hombros, como si la posibilidad de que le rompiera el cuello no significara gran cosa—. ¿Qué haces? ¿Has salido a correr?
—Aún no.
—Espera un momento… —dijo Jake, súbitamente interesado—. No estarás… ¿Hay alguien ahí fuera?
—¿Alguien? —repitió Nick.
—Ya sabes… Una mujer.
—No, no hay ninguna mujer ahí fuera.
—Porque si quieres acostarte con alguien, por mí no hay ningún problema. ¿Es esa Audrey? La que tiene esos melones gigantes… —levantó las manos y las sostuvo a medio metro del pecho—. ¿O la hija? Me gustaría conocerla.
—No, no es ella. No hay nadie, ya te lo dicho.
—Nadie que yo conozca, ¿eh?
—Nadie en absoluto. Además, yo no haría algo así…
Iba a decir «contigo en casa», pero le sonaba un poco hipócrita. ¿Acaso tenía que comportarse como un monje, sólo porque estuviera soltero y a cargo del muchacho? ¿Un muchacho en plena adolescencia y con las hormonas desatadas?
No creía que tuviera que ser un monje, pero ¿qué sabía él sobre la vida sexual de los padres solteros? No mucho, la verdad. Nunca había tenido una relación seria con una madre soltera… Ni con ninguna otra. Las relaciones estables no eran lo suyo.
—Entonces, ¿vas a estar sin hacerlo hasta que yo cumpla los dieciocho? —preguntó Jake, como si no pudiera creerlo—. Me parecía que eras más enrollado con esas cosas… Ya sabes, que traerías mujeres a casa, y que yo traería a mis chicas…
Nick lo miró a los ojos.
—¿Tus chicas? ¿En plural?
—Bueno, no exactamente… No en estos momentos.
—¿Una? ¿Tienes a una chica a la que piensas meter en tu habitación? ¿Con quince años?
—Bueno… puede.
—Pues quítate esa idea de la cabeza, porque eso no va a pasar —declaró Nick rotundamente.
—Pero… yo creía que…
—Estabas equivocado.
Jake se marchó gruñendo y farfullando a la cocina. Sin duda estaba otra vez hambriento, pues hacía más de seis horas que había comido. Nick lo había encontrado en la cocina a medianoche, devorando un cuenco gigantesco de cereales. Y ahora volvía a tener hambre.
Nick no podía meter a una mujer en aquella casa, por mucho que lo deseara. Jake siempre estaba hambriento y podía sorprenderlos en la cocina. Y además estaba pensando en llevar chicas a casa.
—¡Jesús! —exclamó—. ¿Qué voy a hacer con todo esto?
Ni siquiera podía salir a correr, porque cuando abrió la puerta atisbó a Audrey acechando detrás de un árbol.
Cerró con un portazo y se preguntó si podría esperar a que se fuera. ¿Aquella mujer no tenía que trabajar o cuidar a sus hijos? ¿No tenía otra cosa mejor que hacer que acosarlo?
Tendría que encontrar la manera de evitarla, ya fuera cambiando el horario para salir a correr o convenciéndola de que no estaba interesado. Pero la segunda opción se presentaba muy difícil, pues aquella mujer no debía de estar acostumbrada a que los hombres la rechazaran.
—Maldita sea.
Más tarde, estaba cortando el césped del jardín cuando Lily aparcó en el camino de entrada y se bajó del vehículo, sin rastro de sus niñas.
Él la saludó con la mano y siguió cortando el césped. Quería acabar con la tarea antes de que hiciera más calor. Pero entonces vio cómo ella abría el maletero del coche y empezaba a sacar listones de madera. Rápidamente apagó la cortadora y fue a ayudarla.
—Espera —dijo, agarrando un listón que se había caído al suelo—. Déjame que te ayude.
—Oh —se dio la vuelta hacia él, pero aún no había acabado de sacar la madera del coche, y Nick tuvo que moverse con rapidez para impedir que se le cayera todo al suelo.
—Lo siento. No quería asustarte —dijo, preguntándose si Lily se asustaba con facilidad o si era un poco torpe.
—No me has asustado. Es que… olvidé que estaba sosteniendo todo esto y… bueno, ya sabes.
—Ya lo tengo. Deja que lo lleve por ti —dijo él, secándose el sudor de la frente con el antebrazo.
—De acuerdo. Gracias.
Sacó las llaves y se dirigió hacia la puerta de la cocina. Hizo pasar a Nick y lo llevó al comedor, cuyas paredes estaban recién pintadas de un suave color dorado, listas para el friso de madera.
—Puedes dejarlo donde quieras —le dijo.
Nick apiló los listones en un rincón.
—¿Estás haciendo tú sola todo el trabajo?
—Sí. Me gusta. Antes era decoradora de interiores, pero descubrí que me gustaba tomar las decisiones por mí misma, mucho más que seguir las instrucciones de otra persona. Además, disfruto haciendo el trabajo yo sola. Así que, después de que mis hijas nacieran, empecé a reformar casas y a venderlas después.
Nick paseó la mirada por la habitación en obras y por la cocina, ya acabada.
—Haces un trabajo excelente, Lily.
—Gracias. ¿Cómo estás? ¿Y Jake?
—Jake… tan bien como se podría esperar, creo. Pero ¿qué sé yo? ¿Cómo crees tú que es?
—Encantador. Listo. Ansioso por complacer… Se ofreció a cortar mi césped a cambio de otra remesa de dulces.
—Oh, lo siento…
—No, es genial. Yo estaba harta de cortar el césped, sobre todo en esta época del año. Prefiero hacer dulces y pasteles y que otro se ocupe del césped en mi lugar.
—¿Estás segura?
—Completamente —entró en la cocina y sacó un par de vasos del armario—. ¿Te apetece beber algo? Parece que llevas un rato soportando el calor.
—Agua. Gracias.
Ella le tendió el vaso y él lo vació de un solo trago. Ella lo estuvo observando mientras bebía, como si él la hiciera sentirse incómoda o insegura. Pero entonces sonrió y volvió a llenarle el vaso.
—Así que, si a ti te parece bien, haré un trato con Jake… Comida a cambio del césped.
—Me parece estupendo. Pero no dejes que se aproveche de ti ni de tu tiempo.
Ella se encogió de hombros y esbozó una sonrisa nerviosa.
—Me gusta cocinar, y empleo el mismo tiempo en preparar algo para cinco personas que para mí y las niñas. ¿Cuál es su comida favorita?
—No tengo ni idea —admitió él. Una cosa más que ignoraba de los jóvenes en general, y de aquel chico en particular—. Hasta ahora no he encontrado nada que no le guste. Recuerdo que una vez estaba en casa de mi hermana, hace un año más o menos, y ella había hecho un asado. Jake se zampó un montón de platos a rebosar. Una hora después entré en la cocina a por algo de beber y me lo encontré comiéndose los restos, fríos, supongo, en la misma cacerola. El chico no tiene modales en lo que se refiere a la comida, y su apetito es insaciable, incluso después de haber comido —sacudió la cabeza, entre consternado y maravillado.
—Muy bien —dijo Lily—. Un asado, entonces. ¿Algo más?
Nick vaciló. Necesitaba hablar con alguien, pero… ¿con Lily? No la conocía tanto, y por muy abiertas que fueran las mujeres actuales sobre su sexualidad, no creía que Lily fuera una de ellas. Parecía dulce y un poco tímida, y Jake había supuesto que no llevaba mucho tiempo divorciada. No podía preguntarle cómo era su vida sexual teniendo a dos niñas en casa.
—Me gustaría ayudar, si fuera posible —dijo ella, toda dulzura y amabilidad.
Nick frunció el ceño. Quizá pudiera averiguar un poco más sobre Audrey Graham para conseguir evitarla.
—Bueno… —dudó—. No sé cómo decirte esto. No quiero que te sientas incómoda, pero…
Lily pensó que iba a morirse de vergüenza. Nick sabía que había estado espiándolo y quería hablarle de eso… Emitió un débil e involuntario gemido, pero él debió de oírlo, porque la agarró del brazo y la miró con preocupación.
—¿Lily? ¿Estás bien?
—Sí —mintió.
—¿Estás segura?
—Sí. Sigue. ¿Qué ibas a decirme?
—Audrey Graham —dijo él, como si le costara pronunciar el nombre.
—¡Oh! ¿Audrey? —repitió Lily con una sonrisa, tan aliviada que podría haberse puesto de rodillas y darle gracias a Dios.
Había estado convencida de que él sabía cómo había estado comiéndoselo con los ojos mientras descargaba el camión y mientras trabajaba en el jardín, y agradeció que aún no hiciera tanto calor y que siguiera con la camiseta puesta.
No podría soportar ver aquel torso desnudo en su cocina.
—Sí. Audrey. Me dijiste que salía a correr todos los días.
—Sí —corroboró ella. ¿Querría verla? Porque aquella mujer no perdía la oportunidad para exhibirse, y sus conjuntos eran cada vez más provocativos. Debía de haberse comprado ropa nueva después de la mudanza de Nick.
Alguien le había dicho que Nick y Audrey habían corrido juntos el día anterior, y que después Audrey había seguido a Nick al interior de su casa. Pero la gente decía muchas cosas, y Lily tenía por principio no creerse todo lo que oía.
—¿Sabes por dónde suele correr? ¿Qué distancia y qué ruta? —preguntó Nick. Parecía muy incómodo con la pregunta.
—La verdad es que no. Yo nunca salgo a correr. A veces la veo pasar por delante de casa.
Con más frecuencia ahora que Nick se había mudado… ¿Significaba eso que Nick no había corrido con ella y que los rumores eran falsos?