Romance a la luz de la luna - Teresa Hill - E-Book
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Romance a la luz de la luna E-Book

Teresa Hill

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Beschreibung

¿Yo os declaro marido y… exmujer? El juez de familia Ashe Thomas lo había visto todo, pero la petición de la terapeuta y consejera Lilah Ryan de que oficiase una ceremonia de divorcio, como cura para mujeres que no habían superado el trauma, era lo más absurdo que había oído en toda su vida. De hecho, el divorcio era lo último que Ashe tenía en mente cada vez que Lilah entraba en una habitación. Era demasiado sexy, demasiado inteligente, demasiado todo para un hombre como él. Si a eso se le añadía un trío de excéntricas ancianas decididas a emparejarlos… en fin, el honorable juez no tenía escapatoria.

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Seitenzahl: 190

Veröffentlichungsjahr: 2013

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Editados por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

© 2012 Teresa Hill. Todos los derechos reservados.

ROMANCE A LA LUZ DE LA LUNA, N.º 1966 - Enero 2013

Título original: Matchmaking by Moonlight

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.

Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.

® Harlequin, logotipo Harlequin y Julia son marcas registradas por Harlequin Books S.A.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

I.S.B.N.: 978-84-687-2621-2

Editor responsable: Luis Pugni

Conversión ebook: MT Color & Diseño

www.mtcolor.es

Capítulo 1

Ashe había sido advertido: las ancianas a las que iba a ver eran algo excéntricas, no siempre razonables, pero estaban supuestamente cuerdas.

Era lo de «supuestamente cuerdas» lo que hacía que el juez Thomas Ashford, Ashe para los amigos, estuviese preocupado.

¿Por qué incluiría su viejo amigo y colega Wyatt Gray el «supuestamente cuerdas» en esa descripción a menos que pensara que alguien podría cuestionar la cordura de las venerables ancianas?

Wyatt prácticamente lo había retado a hacerlo y él sabía que a Ashe le resultaba imposible rehusar un reto. De modo que, casi sin darse cuenta, había prometido hacerle un impreciso favor a las ancianas, algo que ver con una ceremonia que querían realizar.

La puerta de la antigua casa de piedra se abrió y la primera impresión que recibió al ver al trío de ancianas no consiguió mitigar sus miedos.

Ashe rara vez había sido inspeccionado de manera tan franca por una mujer de más de setenta años y mucho menos por tres. Una parecía admirar sus hombros, la del medio le sonreía y la tercera parecía a punto de tocar sus bíceps para comprobar si hacía ejercicio a menudo. Aunque no era capaz de imaginar por qué podría importarle aquello a ella.

Se sentía como una especie rara del zoo, siendo observado por tres pares de ojos.

¿Qué pensaban hacerle?

—Bienvenido a mi casa, señor Ashford. Soy Eleanor Barrington Holmes —se presentó la señora que estaba en el centro, ofreciéndole su mano—. Sospecho que nos habrán presentado antes, pero puede que yo no lo recuerde. Creo que conoce a mi ahijado, Tate Darnley.

—¿Del comité de desarrollo para el centro de la ciudad? Sí, claro. Está haciendo un trabajo estupendo —dijo Ashe—. Encantado de conocerla, señora Barrington. Sé que hace un gran trabajo por la comunidad.

—Hago lo que puedo, joven. Permítame presentarle a mis amigas: Kathleen Gray, la viuda del tío de Wyatt, y su prima Gladdy Carlton.

—Encantado —asintió Ashe.

—Yo soy la abuela política de Wyatt —dijo la que miraba sus hombros.

—Un chico estupendo y un marido encantador para nuestra Jane —añadió la que parecía a punto de pellizcarlo.

Ashe tuvo que disimular una sonrisa. ¿Wyatt Gray un marido encantador? Eso era mucho decir sobre uno de los abogados matrimonialistas más famosos del estado; un hombre tan cínico sobre el matrimonio que la idea de que se hubiera casado le resultaba increíble.

Pero, por lo que había oído, eso era lo que Wyatt había hecho y parecía absolutamente feliz. Lo cual era aún más raro.

—Wyatt me dijo que necesitaban oficiar algún tipo de ceremonia...

Eleanor sonrió tomándolo del brazo.

—Sí, eso es exactamente lo que necesitamos. ¿Por qué no vamos al patio a tomar un té?

Ashe dejó que lo llevasen hasta un patio en la parte trasera de la casa, donde lo sentaron frente a una mesa de hierro forjado. Una de las señoras le sirvió una taza de té mientras otra colocaba una bandeja de dulces frente a él.

—Nuestra querida Amy, la mujer de Tate, ha hecho galletas de jengibre esta mañana —dijo Eleanor.

Ashe había notado que olía de maravilla en la casa y le parecía recordar que Tate Darnley había abierto una pastelería recientemente.

—Muy rica —comentó, después de probar una.

—Amy las hace para todos nuestros eventos —dijo Eleanor—. Bodas, banquetes, subastas, almuerzos e incluso clases.

De modo que al menos estaría bien alimentado mientras las escuchaba, pensó Ashe.

—Wyatt nos ha contado que usted divorcia a la gente —dijo Kathleen.

¿Una de ellas necesitaba un divorcio? Siempre le sorprendía que la gente de cierta edad decidiera divorciarse, pero en su trabajo había descubierto que ocurría a menudo.

Unos días antes había tenido a una pareja en su sala que iba a divorciarse después de cuarenta y cuatro años casados. ¿Cuarenta y cuatro años? ¿Cómo habían podido soportarse durante tanto tiempo y, de repente, decidir que no querían saber nada el uno del otro? ¿O había sido un matrimonio insoportable hasta el último año, la última semana, tal vez el último día?

Ashe no lo entendía.

—Resolver divorcios es parte de mis obligaciones como juez de familia —respondió—. ¿Alguna de ustedes quiere divorciarse?

—No, nosotras no estamos casadas. Es para una serie de clases que estamos preparando...

—Wyatt nos dijo que usted nos ayudaría —la interrumpió Kathleen.

—Podría ser —asintió Ashe, sabiendo que no debía aceptar hasta que supiera qué pretendían—. ¿Pero qué es lo que quieren exactamente?

—Una ceremonia —respondió Eleanor.

—Una ceremonia de divorcio —añadió Kathleen.

Ashe miró de unas a otras, desconcertado.

—En realidad, no hay ninguna ceremonia.

—Pero podría hacerla, ¿no? Si casa a la gente, también puede «descasarla». Y eso es lo que queremos.

Ashe estaba empezando a preocuparse por lo de «supuestamente cuerdas».

—Las cosas no se hacen así, señoras. ¿Por qué no me dicen exactamente lo que quieren?

—Una ceremonia de divorcio —repitió Kathleen—. ¿No podía inventar una?

—O podríamos inventarla nosotras —dijo Eleanor—. Yo he estado divorciada y lo recuerdo todo sobre mi divorcio.

—Yo soy viuda —le explicó Kathleen.

—Y yo nunca he estado casada —añadió Gladdy.

Ashe tomó otra galleta y la masticó lentamente, intentando encontrar paciencia.

—¿Por qué necesitan una ceremonia de divorcio?

—Para las clases —respondió Eleanor, como si tuviera todo el sentido del mundo.

Él sonrió. Eran simpáticas, pero tal vez no estaban muy cuerdas del todo.

—¿Y qué tipo de clase requiere una ceremonia de divorcio?

—Una para gente que está divorciada —respondió Kathleen.

«Ah, claro». ¿Por qué había tenido que preguntar?

—¿Entonces organizan clases para gente divorciada?

—Sí —respondió Eleanor.

Ashe sacudió la cabeza.

—Pero si la gente que va a esas clases ya está divorciada, ¿para qué necesitan una ceremonia?

Kathleen frunció el ceño.

—Sería mejor que se lo explicase Lilah. Suena mejor cuando lo hace ella.

¿Lilah? Wyatt no le había dicho que hubiese una cuarta anciana y se preguntó si aquello sonaría más sensato si se lo explicaba otra persona. No, seguro que no, pensó.

—Muy bien. ¿Dónde está Lilah?

—Llegará en cualquier momento —respondió Eleanor.

Fue entonces cuando Ashe levantó la mirada y vio... lo que parecía una mujer medio desnuda corriendo por el jardín.

—¡Ah, vaya! —exclamó Kathleen—. Yo esperaba que hubiesen terminado antes de que usted llegase.

—Creo que ha llegado un poco temprano —dijo Eleanor.

—Aunque a mí siempre me han gustado los hombres puntuales —intervino Gladdy, sonriéndole de una forma casi descarada.

Ashe empezaba a preocuparse. Una de ellas estaba flirteando con él y había otra medio desnuda... esperaba que no fuese la que tenía que explicarle el asunto de la ceremonia.

—Señoras, no sé qué les ha contado Wyatt, pero el año que viene hay elecciones y yo tengo que mantener mi puesto.

Eleanor debería entenderlo porque, aparte de su trabajo en organizaciones benéficas, llevaba algún tiempo recaudando dinero para varios miembros de la judicatura.

—No sé si yo soy la persona adecuada para este trabajo. Me gustaría ayudarlas, pero alguien en mi posición tiene que mantener cierta propiedad...

—Eso no suena muy divertido —dijo Gladdy, con una sonrisa en los labios.

—Gladdy, por favor —la reprendió Eleanor.

Ella se encogió de hombros, aunque no parecía lamentar el comentario.

¿De verdad estaba flirteando con él? ¿Con un hombre al que doblaba la edad? Ashe temía que así fuera.

—Tampoco yo creo que sea muy divertido, pero así es —admitió—. Así que, si me perdonan, tengo que...

—No puede irse aún —lo interrumpió Eleanor, tomándolo del brazo—. Aún no conoce a Lilah.

Ashe tenía miedo de conocerla. ¿Y si estaba tan loca como las otras tres?

—Llegará enseguida y se lo explicará todo —dijo Kathleen.

Ashe querría preguntar en qué andaba ocupada Lilah, aunque no estaba seguro de querer saberlo porque acababa de ver a una mujer desnuda al fondo del jardín con un largo velo de novia. Otra mujer iba tras ella, fotografiándola. Ashe vio entonces a una tercera persona, un hombre, sujetando un enorme foco. ¿Se trataba de una sesión fotográfica?

Era la única explicación sensata que se le ocurría. Lo que estaba viendo era una sesión de fotos. ¿Pero qué tenía que ver una ceremonia de divorcio con una sesión de fotos y una novia medio desnuda?

Daba igual, no podía ser bueno para un juez que pronto tendría que presentarse a las elecciones.

La gente quería que sus jueces estuvieran por encima de todo reproche, que fuesen personas respetables y serias que mostraban buen juicio en todos los aspectos de su vida.

Ashe se volvió para mirar a las ancianas y casi podría jurar que las tres intentaban poner cara de inocente.

—No es lo que cree —le aseguró Eleanor.

—La verdad es que no sé qué creer.

—Y seguro que hace mucho tiempo que ninguna mujer le da una sorpresa —dijo Gladdy—. Todos necesitamos que nos den una sorpresa de vez en cuando.

No, a él no, pensó Ashe. A él le gustaba su vida tal y como era.

—Perfecto, lo tenemos. Es exactamente lo que queríamos —Lilah Ryan bajó la cámara, dejando escapar un suspiro de satisfacción. Había sido una fotógrafa aficionada desde el instituto y durante el primer año de universidad, pero luego había dejado esa afición por cosas más prácticas... hasta que entendió que ser tan práctica significaba perder gran parte de sí misma en el proceso—. Gracias por vuestra paciencia, chicos.

Ben, el novio de la modelo, que sujetaba el foco, se pasó una mano por la cara en un gesto de cansancio.

—Solo hemos tardado dos veces más de lo que yo esperaba.

—Pero ha quedado perfecto —dijo Lilah, volviéndose hacia la modelo—. Muchas gracias, Zoe, lo has hecho muy bien. Vas a salir guapísima, te lo prometo. Y los carteles estarán por toda la ciudad.

Zoe, alta y delgada, se puso el albornoz que Ben le ofrecía.

—No creo que vayan a dejarte ponerlos por toda la ciudad.

—Seguro que sí —dijo Lilah, aparentemente segura de sí misma.

La imagen sería provocativa y de buen gusto y todos se preguntarían qué pasaba en sus clases, que era precisamente lo que ella quería.

Lilah se había prometido a sí misma hacer todo lo que quisiera a partir de aquel momento. Nada de esperar, nada de centrar su vida en otra persona. Lo había hecho durante demasiado tiempo.

Entre los tres, recogieron el equipo y se dirigieron a la casa. Era un sitio precioso, perfecto para una boda. Y también perfecto para las clases que ella impartía.

Lilah se despidió y fue a buscar a Eleanor Barrington, que era tía de una prima de su madre. Eleanor decía conocer a la persona perfecta para oficiar la ceremonia de divorcio que ella tenía en mente y, supuestamente, iba a pasar por la finca esa tarde.

Todo estaba saliendo mejor de lo que había esperado. Aquella finca era el sitio perfecto para sus clases, tenía varias alumnas y en unos días tendría también una imagen provocativa para usar como material promocional. Que alguien oficiase la ceremonia sería la guinda del pastel.

Algunas personas podrían pensar que una ceremonia de divorcio era una bobada. O que una serie de clases y ejercicios de grupo para ayudar a olvidar una relación que había fracasado no servirían de nada.

A ella le daba igual. Lilah sabía que sí era efectivo porque lo había aprendido en carne propia lidiando con su divorcio. Trabajar como consejera de mujeres que no podían superar el divorcio no era la carrera que había imaginado, pero estaba encantada de hacerlo porque siendo terapeuta había visto demasiada gente angustiada e incapaz de rehacer su vida. Era frustrante y la había hecho pensar que no podía ayudar a nadie, pero en aquel momento sentía que estaba ayudando de verdad y que, sencillamente, había nacido para hacer aquello.

Canturreando alegremente para sí misma, entró en el patio y se encontró con Eleanor y sus dos mejores amigas, Kathleen y Gladdy. Y con un hombre.

Un hombre guapísimo.

Aunque daba igual el aspecto que tuviese. Después de todo, una mujer solo podía estar prendada de un hombre durante un tiempo limitado porque tarde o temprano abría la boca para decir algo ofensivo, machista o aburrido. El aspecto físico no significaba nada en cuanto los conocías a fondo.

Pero aquel era más atractivo que la mayoría, debía admitirlo. Elegante, con un estupendo traje de chaqueta sobre un cuerpo más estupendo aún. Era alto, de hombros anchos, tal vez un poquito arrogante, pero tenía un bonito pelo oscuro y ondulado y unos preciosos ojos castaños.

—Lilah, cariño —la llamó Eleanor—. He encontrado al hombre perfecto para ti.

—¿Qué? —Lilah dio un paso atrás.

—Para la ceremonia de divorcio, cariño. Es el juez Thomas Ashford —lo presentó Eleanor—. Señoría, le presentó a mi prima, Lilah Ryan.

—Encantado.

—¿Un juez? No sabía que fuéramos a tener un juez de verdad.

—Hemos pensado que le daría un aire de autenticidad a la ceremonia —le explicó Eleanor—. Él y el nieto político de Kathleen, Wyatt, estudiaron juntos en Penn.

—Ah, muy bien —murmuró Lilah, pensando que el juez no parecía nada convencido—. ¿Eleanor le ha contado lo que necesitamos?

Él pareció vacilar, mirando de unas a otras.

—Por encima.

—Siempre suena mucho mejor cuando lo cuentas tú —dijo Eleanor.

Podría sonar un poco absurdo, pero ella creía en sus teorías. Además, el matrimonio era un ritual. ¿Por qué era tan raro usar también un ritual para conmemorar un divorcio?

—Se trata de una serie de clases para mujeres qué están pasando por un divorcio. Bueno, la mayoría ya están divorciadas, pero aún no han podido superar la ruptura de su relación.

—Y la ceremonia es...

—Una forma de ayudarlas a seguir adelante con sus vidas —lo interrumpió Lilah—. Es muy sencilla, nada complicado. Una ceremonia para conmemorar la ocasión. ¿Qué más puedo decir?

—Solo una cosa —el juez frunció el ceño—. ¿Todas esas mujeres van a estar desnudas?

—¿Desnudas? —repitió ella.

—Ha visto tu sesión de fotos —dijo Eleanor.

—Ah, eso.

No era la primera impresión que hubiese querido dar a alguien interesado en saber lo que hacía, pero estaban al fondo del jardín y si él estaba en el patio no podía haber visto mucho. Además, en televisión y en las revistas la gente salía desnuda todo el tiempo.

¿Cómo podía un hombre tan guapo y tan joven tener tantos prejuicios? A la mayoría de ellos les encantaban las mujeres desnudas, particularmente alguien como Zoe, una modelo joven y guapa. ¿Qué podía haber mejor que eso?

Lilah enarcó una ceja.

—¿Tiene algún problema con la desnudez?

El juez parpadeó, sorprendido.

—No, claro que no.

—Esta finca no es un sitio para nudistas ni nada de eso.

—Me alegra saberlo.

Lilah no sabía si estaba siendo condescendiente o de verdad era un alivio para él saber que la gente no se quitaría la ropa. Pero, por alguna razón, le gustaría saberlo y, después de tantos años conteniéndose, a veces le gustaba decir lo que pensaba sin preocuparse por la reacción de los demás.

—No es una regla ni nada parecido, pero no es lo que pretendemos.

—Entonces, está diciendo...

—No creo que nadie vaya a desnudarse —lo interrumpió ella—. A menos que alguien quiera hacerlo, claro.

Tras ella, Lilah escuchó las risitas de Kathleen y Gladdy. El juez, sin embargo, apretó los dientes, haciendo que Lilah se fijase en su mandíbula, que a aquella hora del día tenía sombra de barba. Y debía admitir que eso resultaba muy atractivo en un hombre.

Seguramente, la gente no solía tomarle el pelo a un juez y dudaba que alguno lo hubiese intentando con Thomas Ashford. Una pena. Tenía la impresión de que le hacía falta relajarse un poco.

Casi podía escuchar a la antigua Lilah diciendo: «deja de jugar con el juez, no lo está pasando bien». Pero si iba a ser tan seco, no lo quería al lado de sus alumnas.

Lilah cruzó los brazos y lo miró, con una sonrisa en los labios.

—¿Entonces tiene un problema con las mujeres desnudas?

Él le devolvió una sonrisa condescendiente.

—En público, sí. Me temo que mi trabajo exige que lo impida.

—Una pena.

—Para ya, Lilah. Le estás tomando el pelo —la reconvino Eleanor—. Estoy segura de que si pensaras tener gente desnuda en la finca me lo habrías dicho antes.

—Lo siento —se disculpó ella, intentando parecer contrita y sin conseguirlo—. No quería asustarlo —añadió, mirándolo a los ojos.

Él sonrió entonces como si la entendiera, como si le hubiera pillado el truco. Luego se inclinó un poco hacia delante y le dijo en voz baja:

—Creo que te gusta mucho hacer que los demás se sientan incómodos.

Su aliento la hizo sentir un cosquilleo en el cuello que bajó por el brazo y siguió por el resto de su cuerpo, asustándola un poco.

Y el juez lo sabía, maldito fuera. Lo había hecho a propósito para que se sintiera incómodo y él se la había devuelto. ¿Significaba eso que estaban en paz?

—A veces digo cosas inapropiadas, lo siento. Y le aseguro que todo el mundo llevará la ropa puesta —Lilah no pudo evitar una última provocación—. Salvo tal vez cuando se destruye el vestido.

—¿Van a destruir vestidos? —exclamó él.

Parecía genuinamente sorprendido, pero Lilah no lo lamentaba. Había sido aburrida y correcta durante demasiado tiempo.

—Vestidos de novia —le explicó—. Como parte del taller de trabajo, las mujeres llevan sus vestidos de novia y hacen lo que quieren con ellos: rasgarlos, quemarlos, rodar por la hierba, tirarse al arroyo que está detrás de la finca...

—¿Con los vestidos puestos? —preguntó Eleanor.

—Sí —respondió Lilah—. Queremos que se sientan liberadas y que sean creativas en el proceso de destrucción. Es terapéutico.

—Ya, claro —murmuró el juez.

—En serio —insistió ella—. Aunque supongo que habrá quien destruya el vestido por completo y acabe... sin llevar nada. Pero si eso es un problema para usted...

—Espera, Lilah —la interrumpió Eleanor—. Apenas habéis tenido oportunidad de charlar y estoy segura de que el juez Ashford quiere entender el concepto de tus clases.

—Por supuesto —dijo él.

—Lilah está intentando ayudar a esas mujeres —siguió Eleanor—. Y ha sido una buena terapeuta durante años. Además, tiene un título en Filosofía.

—En realidad, tengo un Master y estoy trabajando en mi tesis de doctorado. Las clases son parte de la investigación —dijo ella, aunque no era algo que mencionase a menudo.

Llevaba casi una década trabajando en su tesis cuando su entonces marido decidió buscar el puesto de rector de una universidad. Como consecuencia, se habían mudado tres veces de ciudad y ella tuvo que olvidar sus propios sueños y ambiciones por un hombre que, al final, ni siquiera pudo serle fiel. Qué error había cometido.

—Lilah, cariño, ¿no has dicho que tenías que estar en alguno sitio a las seis? —le recordó Eleanor.

—Sí, es verdad —respondió ella. No podía seguir jugando con el juez—. Tengo una reunión con el impresor que va a hacer los carteles para mis clases.

—El juez y tú deberías quedar más tarde para charlar. Debes responder a todas sus preguntas y darle la oportunidad de tomar una decisión. Tal vez podríais cenar juntos —Eleanor sonreía como si estuviera tramando algo—. ¿No os parece bien una cena? ¿Un almuerzo entonces? Tal vez tomar un café. Lilah, cariño, dale tu tarjeta y que él te dé la suya.

Ashe y Lilah hicieron el intercambio, el juez con expresión escéptica.

—Ella lo llamará, señor Ashford —le prometió Eleanor, tomándolo del brazo—. Lo acompaño a la puerta. Nos alegramos tanto de que haya podido venir. Un hombre como usted debe estar muy ocupado y sé que Wyatt...

Lilah se quedó mirándolos antes de volverse hacia sus dos cómplices, Kathleen y Gladdy, las dos hilarantes ancianas que parecían haber vivido sus vidas a tope. Y también ellas parecían estar tramando algo.

De todas formas, solos eran tres ancianas encantadoras. ¿Qué podían tramar?

Capítulo 2

Ashe fue directamente de la extraña reunión en la finca Barrington al bufete de su amigo y colega Wyatt Gray.

—Esto es una broma, ¿no? —le espetó.

Wyatt puso cara de inocente, algo que no había sido desde el colegio.

—No sé de qué estás hablando.

—El favor que me pediste —Ashe lo fulminó con la mirada—. Es una broma, una pequeña venganza. Tiene que serlo.

—¿Por qué iba a querer vengarme de ti? —le preguntó Wyatt.

—No tengo ni idea.

Hubo un tiempo en el que a los dos les gustaba gastarse bromas pesadas y hacérselo pasar mal el uno al otro. Como cuando Ashe le robó del maletín las notas para uno de sus casos. Wyatt no se había dado cuenta hasta que estuvo delante del juez Whittaker, intentando hacer su argumentación... y su expresión de angustia no había tenido precio.

O cuando metió unas braguitas rojas en su maletín unos días más tarde y Wyatt lo abrió delante del mismo juez, uno de los más severos. Pero eso había sido años antes y Wyatt jamás pudo demostrar que él era el responsable. Además, ya no eran unos críos con la carrera recién terminada, ya no hacían esas cosas.

¿O sí?

—Imagino que has ido a casa de Eleanor —dijo Wyatt—. Ya te advertí que podía ser un poco...

—¿Excéntrica?

—A veces.

—Tu familia política es mucho más que excéntrica —dijo Ashe.

—Son un grupo interesante de mujeres, pero no son peligrosas ni nada parecido. Tienen casi ochenta años...

—¿Ochenta?

—Suelen mentir sobre su edad, pero no tienen ningún problema mental...

—¿Y la que daba saltos desnuda por el jardín?

Wyatt abrió los ojos como platos.

—¿Eleanor estaba desnuda en el jardín?

—No, ella no.

—¿Kathleen? ¿Gladdy? ¿Hay una octogenaria desnuda en la finca de Eleanor?

—No, era joven, de unos veintitantos años.

—¿Y estaba desnuda?

—Llevaba un velo de novia, pero aparte de eso estaba desnuda.

—¿Eleanor ha dejado que alguien se case desnudo en su finca? —Wyatt soltó una carcajada.