Cartas para Claudia - Jorge Bucay - E-Book

Cartas para Claudia E-Book

Jorge Bucay

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Beschreibung

Esta nueva edición, revisada y ampliada, incluye un nuevo prólogo del autor y una nueva "carta para Claudia", 25 años después. En esta correspondencia imaginaria, Claudia, una amiga muy querida por el autor, es la destinataria de un correo revelador que despejará muchas de sus dudas sobre el autoconocimiento, el amor, la belleza de la vida y los secretos de la psicología. El libro se ha convertido ya en todo un clásico de la autoayuda.

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Seitenzahl: 210

Veröffentlichungsjahr: 2022

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Portadilla

Legales

Agradecimientos

Prólogo

Prólogo del autor

Prefacio

Introducción

Carta 1

Carta 2

Carta 3

Carta 4

Carta 5

Carta 6

Carta 7

Carta 8

Carta 9

Carta 10

Carta 11

Carta 12

Carta 13

Carta 14

Carta 15

Carta 16

Carta 17

Carta 18

Carta 19

Carta 20

Carta 21

Carta 22

Carta 23

Carta 24

Carta 25

Carta 26

Carta 27

Carta 28

Carta 29

Carta 30

Carta 31

Carta 32

Carta 33

Carta 34

Carta 35

Carta 36

Carta 37

Carta 38

Carta 39

Carta 40

Carta 41

Carta 42

Carta 43

Carta 44

Carta 45

Carta 46

Carta 47

Carta 48

Carta 49

Carta 50

Carta 51

Carta 52

Carta 53

Carta 54

Carta 55

Carta 56

Carta 57

Epílogo

Jorge Bucay

Cartas para Claudia

Bucay, Jorge

Cartas para Claudia / Jorge Bucay ; coordinado por Mónica Piacentini ; dirigido por Tomás Lambré. - 1a ed. - Buenos Aires : Del Nuevo Extremo, 2013.

E-Book.

ISBN 978-987-609-392-7

1. Psicología. 2. Superación Personal. I. Piacentini, Mónica, coord. II. Lambré, Tomás, dir.

CDD 158.1

© Jorge Bucay, 1986

© de esta edición: Editorial del Nuevo Extremo S.A., 2009

A. J. Carranza 1852 (C1414COV) Buenos Aires, Argentina

Tel/Fax: (54-11) 4773-3228

e-mail: [email protected]

www.delnuevoextremo.com

Fecha de catalogación: 23/04/2013

Reservados todos los derechos. Ninguna parte de esta publicación puede ser reproducida, almacenada o transmitida por ningún medio sin permiso del editor. Hecho el depósito que marca la ley 11.723

Inscripción ley 11.723 en trámite

ISBN edición digital (ePub): 978-987-609-392-7

A mi hijo Demián

Yo hago lo mío y tú haces lo tuyo.

No estoy en este mundo para llenar tus expectativas

y tú no estás en este mundo para llenar las mías.

Tú eres tú y yo soy yo.

Y si por casualidad nos encontramos, es hermoso.

Si no, no puede remediarse.

FRITZ PERLS

Agradecimientos

ESTE libro nunca hubiera llegado a tus manos sin la colaboración de todas, repito, de todas las personas que he conocido en mi vida. Cada una de ellas ha dejado cosas suyas en mí, que de alguna manera aparecen en cada frase, en cada palabra, en cada letra de estas cartas.

Quiero dar las gracias, en especial, a mis pacientes de entonces, los verdaderos responsables de la existencia de este libro.

Todo lo que sigue ha sido aprendido de ellos, para ellos y por ellos...

GRACIAS

Prólogo

No me resulta fácil escribir sobre este libro de Jorge Bucay. No soy crítica literaria sino escritora, y me parece muy mediocre limitarme al tecnicismo literario; y muy vanidoso adelantarles mi opinión sobre la obra. Es mejor que lean lo que ha escrito Jorge. Sé que lo único valedero es expresar que, para mí, el libro de Jorge es Jorge. Elijo entonces escribir sobre lo que “es” y sobre lo que “sé”.

Lo primero que me surge es una pregunta: ¿Conozco a Jorge?

No, aunque sí conozco cosas de Jorge. ¿Puede alguien conocer a otro? No, ni siquiera es importante. Sólo puedo ir conociéndome a mí misma. Tampoco es importante. Es conveniente. Es. Y ahí entra Jorge.

Cuando Jorge, después de varias “vueltas”, me dijo que quería aprender conmigo (hace de esto muchos años o, tal vez mejor, muchas vidas), sentí que lo veía en su futuro, o sea en su hoy.

Y comenzamos nuestro camino en el hospital. Lo extraño es que ni él ni yo teníamos mucho que ver con hospitales (o tal vez sí, en aquel momento).

En el camino que recorrimos juntos, sé que me conocí más y mejor. Y así, conociéndome, surgió la magia de “saberlo” a Jorge. Conocerlo dejó, entonces, de tener validez. Cada vez que nos encontramos (y digo en-con-tramos), es otro Jorge: uno que no conozco pero sí “sé”.

No puedo limitar a Jorge: ni a su nombre ni a un cúmulo de palabras que, de todas maneras, no alcanzarían, porque las sensaciones y la sabiduría de algo, al menos yo, no las sé escribir. Tal vez lo único que sé es que escribir sobre Jorge está relacionado con el amor.

Juntos hemos recorrido los más insólitos caminos del amor o, mejor dicho, del A-M-O-R. Desde las formas más perversas hasta las más tiernas. Siempre creando. También nada.>

... Por momentos fuimos Jorge y July, y por momentos fuimos Jorge con July. Por momentos Jorgejuly y por momentos Jorge-July. Aun en nuestros silencios o en nuestras distancias, nos sabemos.

No quedó emoción, sensación o afecto que no hayamos vivido. Sólo los que conocen el AMOR sabrán de qué hablo, y aquellos que en su vida sólo llegaron a aprender algunas técnicas de coito, dejarán volar sus mundanas y mediocres fantasías gastando inútilmente tanta energía mental. Sin embargo, prefiero otorgarles el derecho a la duda.

Jorge fue para mí más que un hijo, porque además lo elegí. Y digo “fue” porque ahora, ahora es independiente. Me hace feliz verlo andar por sí mismo y, a la vez, me encuentro con el sentimiento opuesto y encontrado y simultáneo de la nostalgia que me provoca que el hijo ya no sea hijo. Creo que lo vivo más como mi trascendencia, en parte resuelta, enriquecida por las contradicciones y el acuerdo de los desacuerdos entre él y yo.

Una vez más quiero pedirle a Jorge que sepa disculpar que yo haya nacido antes que él. Jorge siempre puso mucha bronca en ello (y yo también) y, aunque hoy ya no tiene peso, siento que le sirvió.

Creo que nuestra historia compartida se apoyó más en lo delirante de la locura creativa que en la mediocre lucidez de la cordura. Sin embargo, de ambas cosas (pues las tenemos) disfrutamos con intensidad.

No entiendo qué quiere decir “tener talento”. Sé que Jorge lo tiene. Este libro es un desafío que -afortunadamente para nosotros- se permitió para testimoniar su propio crecimiento creativo, empezando por apoyarse en una imaginaria tercera persona, hasta llegar a comprometerse plena y profundamente (como se compromete Jorge) con su profundo “sí mismo”.

Ahora sí, si me permiten, una sugerencia a los lectores: lean este libro dos veces al menos. La primera, como se lee todo libro: es decir, de principio a fin. Luego reléanlo deteniéndose en profundizar las ideas, sensaciones y conceptos que Jorge expresa a través de las palabras escritas. Sé que más que un libro, de Jorge Bucay, este libro es un conjunto de mensajes para muchos; porque ésta es otra de las formas de comunicación que tiene Jorge. A él, como a mí, como a otros, no le alcanzan las formas comunes de expresión y entonces nos salimos de plano (como dicen los pintores) para encontrarnos en el andar de la vida haciendo caminos, infinitas formas de comunicar y dar lo que tenemos.

Así es Jorge.

Así es su libro...

DOCTORA ZULEMA LEONOR SASLAVSKY

Prólogo del autor

QUERIDO lector:

Ignoro qué te lleva a leer este libro: si el título, el aburrimiento, la curiosidad, una actitud autocastigadora..., vaya a saber. De todas maneras, quiero decirte desde ahora que este libro no fue escrito para vos, este libro fue escrito para mí mismo. El motivo por el cual ha llegado a estar entre tus manos es que algunas personas, a las que con seguridad no conocés y nunca conocerás, han creído, después de leer el manuscrito -allá por 1986-, que podría serte útil. Y aquí está.

Habitan estas páginas mucho más que tres años de mi vida.

Durante estos veinte años, estas cartas se han hecho muy importantes para mí y te confieso que me gustaría mucho que disfrutaras de este libro, que te sirviera y, sobre todo, que algo te pase cuando lo leas...

Anidado en ese deseo, quiero pedirte que transites con lentitud lo que digo, que mastiques cada frase, que la desmenuces agresivamente, que tomes lo que te sirva y, por último, por favor, que descartes el resto.

Quizás, como alguna vez dijo George Bernard Shaw, termines juzgando que “este es un libro bueno y original, sólo que lo que tiene de bueno no es original y lo que tiene de original no es bueno”.

Si pese a todo esto decidís seguir leyendo, entonces ya sos parte de este libro y tu opinión me importa.

JORGE BUCAY

Prefacio

EN ESTA edición de Cartas para Claudia me he dado unos cuantos lujos. El primero y más importante es el de no corregir todos aquellos conceptos que, vertidos cuando se escribió el original, ya no comparto.

El segundo lujo es agregar a esta edición algunas cosas que no dije, no pensé o no sabía en aquel entonces.

El tercer lujo es el de aparecer en esta edición que está en tus manos, lector, y que tiene una calidad muy diferente de aquella primera que, con recursos de mi bolsillo (y de algunos seres queridos), edité en 1986.

Finalmente, me doy el lujo de agradecerte, queridísimo lector, los cientos de cartas que he recibido respondiendo a mi invitación del prólogo. He disfrutado, letra a letra, de cada una de ellas. He disfrutado de las críticas y, para qué negarlo, he disfrutado de los halagos. En aquel entonces suponía que era una locura esperar que alguien respondiera, y mi emoción fue tan grande al recibir el primer sobre que, después de leer la carta, tuve la fantasía de viajar hasta la casa del impertinente lector, cuyo nombre nunca olvido (Joaquín Foldot), para agradecerle haberme escrito. Hoy, una veintena de años después, y diez libros escritos, recibo novecientas cartas por mes y llegan a mi casilla cerca de doscientos cincuenta mails por semana, de todas partes del mundo. Ya no puedo contestar todo lo que recibo, aunque nunca olvido, en honor a Joaquín, leer cada mail y cada carta que me mandan.

En retribución, quiero compartir con vos un texto cortito y significativo. Inspirado en la declaración de autoestima de Virginia Satir, para mí es lo mejor que he conseguido escribir en toda mi vida. Es mi manera de definir el amor entre dos amigos, el amor entre hermanos, el amor entre padres e hijos, el amor en una pareja, el amor...

Quiero que me oigas sin juzgarme.

Quiero que opines sin aconsejarme.

Quiero que confíes en mí sin exigirme.

Quiero que me ayudes sin intentar decidir por mí.

Quiero que me cuides sin anularme.

Quiero que me mires sin proyectar tus cosas en mí.

Quiero que me abraces sin asfixiarme.

Quiero que me animes sin empujarme.

Quiero que me sostengas sin hacerte cargo de mí.

Quiero que me protejas sin mentiras.

Quiero que te acerques sin invadirme.

Quiero que conozcas las cosas mías que más te disgusten.

Quiero que las aceptes y no pretendas cambiarlas.

Quiero que sepas que hoy contás conmigo...

Sin condiciones.

JORGE BUCAY

Introducción

EN 1923, Georg Groddeck, antes de tener profundo contacto con la teoría freudiana, publicó El libro del Ello.

El libro estaba escrito en forma de cartas que, supuestamente, un psicoterapeuta enviaba a una amiga. Este terapeuta imaginario se llamaba, en el libro de Groddeck, Patrick Troll.

Medio siglo después, casi por casualidad, me topé yo mismo con Groddeck, con Troll y con El libro del Ello. He leído ese libro decenas de veces y siempre encuentro algo bueno, algo nuevo, algo que me sirve; y siempre obtengo placer en releerlo.

Hace unos años, durante una de mis incursiones fascinantes en El libro del Ello, se me ocurrió fantasear... ¿Qué libro escribiría Groddeck en la década del ochenta si planeara hablar de psicología? ¿Serían sus conceptos tan psicoanalíticos?

En mi fantasía, contesté que no.

Y seguí...

Georg Groddeck ha muerto y Patrick Troll murió con él.

¿Qué cartas escribiría hoy un terapeuta a una ex paciente? ¿Cómo pensaría un hipotético descendiente de aquel imaginario protagonista de El libro del Ello?

Arrastrado por mis ganas de encontrarme con ese libro inexistente, una noche de noviembre de 1982 me senté ante un cuaderno y, sin pensar demasiado -porque nunca conseguí hacerlo muy bien-, me puse a escribir la primera carta de aquel libro fantaseado.

Podría repetir hoy los primeros esquemas internos de aquella noche:

“...Imagino que soy un descendiente de Georg Groddeck (¿acaso, de alguna manera, no lo soy?). O, mejor, un descendiente de Patrick Troll, aquel maravilloso terapeuta de El libro del Ello... Imagino que escribo a una antigua paciente, ahora una gran amiga... Ella se ha ido. Está lejos. Aun así, yo la recuerdo vívidamente... Se llama Claudia, como mi hija... Quizás más que eso... Quizás esta Claudia sea en realidad la Claudia que será mi hija dentro de pocos años... Claudia: cierro los ojos y te veo...”.

Cuando terminé de escribir aquella primera carta, encendí un cigarrillo y la leí, tratando de olvidar que era mía.

Muchas veces desde entonces me he vuelto a preguntar si lo era.

Carta 1

CLAUDIA:

Cierro los ojos y te veo. Con tu misma mirada escrutadora, tu pícara sonrisa, tu rostro inteligente y hermoso. ¡Qué agradable recibir tu carta! ¿Cuánto hace que te fuiste del país? ¿Dos años, tres? A veces me parecen siglos; y otras, tengo la sensación de que fue ayer cuando te vi subir al avión, rumbo a una nueva etapa de tu vida...

¿Te acordás? Aquel día, en nuestra despedida, te regalé El libro del Ello. En la primera página te escribí: “La salud consiste solamente en darse cuenta de que lo que es, es”.

¿Por qué asociaste ese regalo con un parentesco? Como de costumbre, tu capacidad asociativa y tu intuición funcionan a las mil maravillas. Siempre creí que ese “conocimiento” que tenés de las cosas es uno de tus más encantadores dones.

Y bien... es cierto. Aquel Patrick Troll que firmaba las cartas del libro era mi bisabuelo paterno.

Mientras escribo esto aparece ante mí la imagen de mi bisabuelo. Envidio su talento, su brillantez, su originalidad y, sobre todo, su capacidad creativa.

Es maravilloso leer sus cartas y darse cuenta de que todo aquello fue escrito prácticamente sin tener conocimiento de las teorías freudianas respecto de la estructura de la personalidad, el inconsciente o el psicoanálisis mismo.

Para su época, mi bisabuelo era un precursor, un agente de cambio. Sus apreciaciones -indudablemente psicoanalíticas, aunque él no lo supiese o se empeñara en negarlo- eran, en aquel momento, otro de los símbolos de la transición entre la era victoriana y el comienzo de la era industrial.

Lo revolucionario de la teoría psicoanalítica fue de tal magnitud que, aun hoy en día, muchos de mis colegas siguen creyendo válidas, a pie juntillas, aquellas apreciaciones básicas, y consideran intocables aquellos conceptos terapéuticos, muchas veces arcaicos.

¡Qué petulante! Me siento como si estuviera cometiendo una herejía.

Yo, con mis treinta y tres años y dándome el lujo de criticar a “mis mayores”...

Bueno, ¿y por qué no? Después de todo, si este mismo razonamiento hubiera frenado a Freud, a Groddeck o a Troll, no hubiésemos tenido acceso a su sabiduría.

Vamos, ¡adelante! Que si bien es dudoso que haya en esto que digo alguna sabiduría, no es menos dudoso creer que yo podría frenarme “para no cometer herejías...”.

Lo concreto es que, poco a poco, en mi corta vida profesional me he dado cuenta de lo anticuado de todo el funcionamiento de sus teorías. El psicoanálisis me parece un motor Ford 39 puesto a impulsar una carrocería del automóvil más moderno del siglo XXI. Es cierto que es un excelente motor, y que con una pequeña adaptación podría impulsar ese coche, pero no es menos cierto que no siempre será lo mejor, que difícilmente será lo más efectivo y que nunca será lo más rápido.

Y que conste que no por eso deberíamos permitirnos olvidar que sobre ese motor se desarrollaron todos los demás. Repito: todos los demás.

Como de costumbre, ninguna postura absoluta me resulta útil para transmitirte lo que quiero.

No me gustaría que creyeras que soy alguien que busca equilibrio. Una especie de equilibrista de ideas. ¡No! El equilibrio es estatismo, es igualdad, es indiferenciación, es muerte. No hay ser humano más equilibrado con su medio ambiente físico-químico que un cadáver.

Más bien me declaro amante de la armonía, enemigo de lo absoluto y enamorado de la posibilidad de que A y anti-A coexistan interdependientes.

¿Recordás el símbolo del Yin y el Yang?

El círculo representa la totalidad, la completud, el todo.

Desde una mirada estática, este todo no es ni negro ni blanco.

Hace falta el negro y el blanco (los opuestos) para integrar un todo. Y lo que es más interesante: mirando el antiquísimo símbolo, notamos que ni todo lo blanco es blanco (porque contiene un punto negro) ni todo lo negro es negro (pues contiene un punto blanco).

Cerrá los ojos, Claudia, y sumergite conmigo en un delirio (hace tanto que no deliramos juntos...). Si a esta visión estática le añadimos movimiento y la contemplamos en forma dinámica, podremos imaginar que el punto blanco en lo negro y el punto negro en lo blanco se agrandan de a poco, despacio, ocupando cada vez más el lugar del color opuesto.

Llegará un momento en que todo lo que era blanco será negro y viceversa; pero ese momento será también un instante porque, al siguiente, un punto negro nacerá en lo que ahora es blanco y un punto blanco en el mismísimo centro de lo que era totalmente negro.

Nada es absoluto... Nada es permanente... (ni siquiera esta frase).

Después de todo, no hay luz sin oscuridad, no hay valor sin miedo, no hay cerca sin lejos: nada existe sin su opuesto.

Ya me siento como cuando nos encontrábamos en el consultorio, dejando correr mi ser, siendo ahora. Sin ocuparme de ser coherente o comprensible o ninguna otra cosa. Simple-mente siendo.

¿Sabés? A veces, cuando consigo esto: dejarme ser, me conecto con una sensación de plenitud, de paz y de amor que amplía mi conciencia hasta trascender de mí.

Lo que me abre esta puerta es el no condicionamiento, es el no pensar, es el no prever...

Y ahora me doy cuenta de que es el no. Es decir, la nada, el vacío fértil. El único lugar desde donde puedo recibir todo, porque tengo espacio para todo.

Krishnamurti escribe: “Una taza sólo sirve cuando está vacía”.

Nunca te conté la enorme sensación de confusión que sentí la primera vez que leí esto. No conseguía entender qué significaba.

(Cuántas veces me he perdido en la búsqueda del significado, tratando de encontrarlo a través del intelecto, de mi parte computarizada:

¡Boing! ¡Bing! ¡Strup! -¡Qué horror!).

Entonces, la salida fue —como otras veces— sentirme taza.

Imaginarme a mí mismo siendo una taza. Una taza llena. Siempre llena, que no se vaciara nunca...

Llena de leche, pensé... La leche es algo útil, nutritivo, importante, vital. ¿De qué otra cosa podía imaginarme lleno yo, en mi joven omnipotencia?

Me imaginé llevando, “magnánimo”, mi contenido adonde fuera más útil. Pero, ¡qué triste sorpresa! No podía darlo sin vaciarme y, si lo hacía, dejaba de ser una taza llena...

Y hubo todavía otro darme cuenta que me hizo sentir peor: yo, sin poder vaciarme, sólo podía servir para aquella leche, caliente o fría, recién ordeñada o podrida...

¡No! No era aquello lo que quería para mí.

No es eso lo que quiero ahora para mí.

Quiero vaciarme...

Para poder llenarme...

Para no estar nunca lleno...

Para ser la esencia de mí mismo...

Para vivir...

Ojalá puedas seguir mi delirio cuando leas esta carta... Aunque, después de todo, quizás no sea importante. Quizás, más que decirte, me digo; y vos seas sólo una excusa, la más hermosa excusa para dejarme ser en este momento, aquí y con vos.

Carta 2

¡PARECE que seguís creyendo que los porqué sirven para algo!

Bueno, en realidad, para algo sirven:

– Para dar explicaciones.

– Para justificarme.

– Para no responsabilizarme de mis cosas.

– Para esconderme detrás de las palabras.

– Para excusarme.

– Para evitar mi sentir.

– Para relativizar mi presente a mi pasado.

– Para no vivir aquí y ahora.

¡Qué diferencia encuentro entre el casi siempre sospechoso “¿por qué?” y las preguntas más constructivas: ¿cómo?, ¿qué?, ¿cuándo? o ¿para qué?!

A veces, pienso que el por qué se ha vuelto un vicio para el psicoanálisis, que en su eterno retornar al pasado termina pareciéndose demasiado a la arqueología. Una gran construcción teórica, muchas veces fantasiosa, basada en suposiciones y en “hallazgos” que alimentan tales suposiciones.

-¿Cómo “suposiciones”? ¡La historia es una realidad! Yo no nací esta mañana, y mi conducta es el resultado de muchos hechos del pasado. América y todo lo que contiene no se materializó de la nada; existe aun antes de ser descubierta en 1492.

-Bueno. Demostrame que existió realmente 1492.

-Te podría mostrar libros que datan de entonces...

-¿Sería una prueba fehaciente?

-Bueno... prueba, prueba, no. Me podrías decir que no sabés cuándo fueron escritos esos libros.

-Así es. Pero vengamos más cerca, ¿qué podrías hacer para demostrar que existió el mundo hace cien años?

—Te puedo mostrar fotos, recortes de diarios, ropas...

-¿Lo mismo que harías si tuvieras que demostrar tu existencia?

—Lo mismo, aunque para eso tengo mis recuerdos.

-Bien. Intentá pensar el mundo tal como lo conocés; el mundo con todo lo que contiene, incluyendo ruinas, fotografías, libros e incluso tu propio recuerdo... Este mundo que lo incluye todo es real, es aquí y es ahora. ¿Podríamos acaso de-mostrar certeramente, sin lugar para la más mínima duda, que este mundo no fue creado hace cinco minutos?

-La pregunta me confunde. Demostrar, creo que no. ¡Pero todavía tengo mis recuerdos!

-En primer lugar, tus recuerdos podrían ser falsos recuerdos, podrían haber sido inducidos de manera artificial. Algunos biólogos están trabajando hoy en el traspaso de memoria de un ser vivo a otro. Se sabe desde hace décadas que una sencilla operación de neurocirugía (la estereotaxia) podría eliminar el recuerdo de partes enteras de la memoria de cualquiera de no-sotros. Es decir que, en última instancia, nuestro pasado es una suposición, una fantasía, una explicación de cómo los hechos llegaron a ser los actuales.

Nietzsche cuenta que la memoria y el orgullo discutían: la memoria sostenía que así había sucedido; y el orgullo, que no podía haber sucedido así. Se miraron... ¡Y la memoria se dio por vencida!

Además, tus recuerdos son aquí y ahora. No allí y entonces.

El recuerdo es útil, es cierto. A veces es útil.

Pero no lo es cuando apoyo mi vida en él.

Cuando dependo de él.

Cuando digo: “A mí me lo enseñaron así...”.

“Siempre lo hice así...”.

“En mi casa era así...”.

Un ejemplo de Thomas Harris:

ACTO PRIMERO

(En casa de la pareja).

(La esposa ha cocinado un hermoso jamón al horno para su marido, por primera vez -por primera vez el jamón, no el marido...-).

Él (lo prueba). -Está exquisito. ¿Para qué le cortaste la punta?

Ella. -El jamón al horno se hace así.

Él. —Eso no es cierto. Yo he comido otros jamones asados y enteros.

Ella. —Puede ser, pero con la punta cortada se cocina mejor.

Él. -¡Es ridículo! ¿Por qué?

Ella (duda). -Mi mamá me lo enseñó así...

Él. -¡Vamos a casa de tu mamá!

ACTO SEGUNDO

(En casa de la madre de Ella).

Ella. -Mamá, ¿cómo se hace el jamón al horno?

Madre. —Se adoba, se le corta la punta y se mete en el horno.

Ella (a Él). -¡¿Viste?!

Él. -Señora, ¿y por qué le corta la punta?

Madre (duda). -Bueno... El adobo, la cocción... ¡Mi madre me lo enseñó así!

Él. -¡Vamos a casa de la abuela!

ACTO TERCERO

(En casa de la abuela de Ella).

Ella. -Abuela, ¿cómo se hace el jamón al horno?

Abuela. —Lo adobo bien, lo dejo reposar tres horas, le corto la punta y lo cocino a horno lento.

Madre (a Él). -¡¿Viste?!

Ella (a Él). -¡¿Viste?!

Él (porfiado). -Abuela, ¿para qué le corta la punta?

Abuela. -Hombre, ¡le corto la punta para que pueda entrar en el horno! Mi horno es tan chico...

(Cae el telón)

El ejemplo es, para mí, gráfico y concluyente.

Ahora el problema cambia: ¿cómo diferencio el recuerdo útil de la estupidez? ¿Cómo separo el aprendizaje y la experiencia, del prejuicio (etimológicamente: juicio-previo)?

Quizás éste sea el más trascendente de los desafíos para quienes intentamos vivir nuestras vidas en conexión con el aquí y ahora.

Me doy cuenta de que sólo puedo aportarte algunos elementos:

1. La experiencia es vivida en forma global, por toda la persona (holísticamente, como diría Fritz Perls). El prejuicio es sólo intelectual.

2. La experiencia puede ser cuestionada en forma permanente, sin conflictos. El prejuicio es concluyente, no admite revisiones.

3. La experiencia me contacta con el episodio que vivo. El prejuicio es evitador.

4. En resumen: la experiencia enriquece mi campo sensible, mi sentir, mi vivenciar, mi imaginar... El prejuicio me achica, me encapsula.

El prejuicio es, en una palabra, un condicionamiento.

Volvamos al principio. Si la idea de salud incluye la de libertad, no podemos hablar de terapia sin pensar en nuestros condicionamientos culturales, educativos, sociales.

No dudo de que la intención de casi todos los terapeutas sea desacondicionar la conducta, pero encuentro que algunos colegas solo consiguen cambiar algunos condicionamientos enfermos por otros “más sanos”, sin dejar de ser condicionamientos.