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Una mujer atormentada por sus demonios, la bestia que viajó por el universo para encontrarla, y el mundo que esperaba su regreso…
Una mujer atormentada por sus demonios, la bestia que viajó por el universo para encontrarla y el mundo que esperó a su regreso...
En el momento en que bajé del avión en esta remota ciudad de Alaska, entré directamente en una pesadilla cuando me secuestran.
Con los ojos vendados y abandonada en el bosque, tengo veinte minutos para correr lo más lejos posible antes de que los hombres sean liberados para su cacería anual de apareamiento.
Pero ¿me rescatará a tiempo el apuesto sheriff? ¿O es él el monstruo del que necesito ser rescatada?
Cazada es una historia de oso cambiaformas de Historias del Reino, una colección de fantasía oscura paranormal.
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Seitenzahl: 271
Veröffentlichungsjahr: 2024
Jessica White
Cazada
Traducido por Lorena De La Rosa Carmona
Publicado por Tektime
© 2024 - Jessica White
Copyright © 2024 por Jessica White
Todos los derechos reservados.
Ninguna parte de este libro puede ser reproducida en ninguna forma sin el permiso del editor, excepto según lo permitido por la ley de derechos de autor de los Estados Unidos.
Un especial agradecimiento a Germancreative y Decelis por toda su ayuda con esta serie.
Historias del Reino es una colección muy, muy oscura. No las leas si no estás en condiciones de soportar los eventos que les sucederán a los personajes principales.
Esta serie es una obra de ficción basada en la vida de individuos mágicos, no son humanos y no deben ser juzgados por normas humanas. Son una especie completamente diferente, animales, de otro mundo con sus propias comunidades, moral, valores y tradiciones.
Si tienes alguna sensibilidad ante insultos, violencia de pareja, acoso, roles de género, agresión sexual o alguna otra cosa, probablemente deberías dar marcha atrás ahora. Esta historia no es para ti.
Pero si puedes leer sobre todo eso, ¡disfruta! Me alegra que estés en esta aventura conmigo.
Voli
El tintineo de sus estúpidas botas de vaquero se hizo cada vez más fuerte, hasta que una pila de papeles cayó frente a mí, pero esta vez pude sentir que algo era diferente en el contenido de esos expedientes.
—Quizá encuentres un buen premio esta vez, Voli. —Ambos tacones aterrizaron sobre mi escritorio cuando Tucker se recostó en la silla que había frente a mí y se subió la gorra lo suficiente como para que su cabello pelirrojo asomara por la parte inferior—. ¿Está ahí?
Ya llevaba décadas, mirando listas con nombres y fotografías, y casi había perdido la esperanza de encontrarla. Pero cuando sentí la electricidad entre mis dedos, en el momento en que se cernían sobre la pila, como aquella noche en la que la reclamé, se me dibujó la primera sonrisa que cruzaba mi rostro en siglos.
—Sí.
Renacer exactamente como uno dejó el mundo era algo peculiar para los de nuestra especie. Sin embargo, cuando llegué a la última página y a la última participante, no había cambiado nada. Seguía siendo perfecta, con su ardiente cabello castaño y los ojos verdes más dulces que jamás me habían honrado con su mirada.
Por el rabillo del ojo, vi a mi hermano entrar por la puerta.
—Está aquí.
Se suponía que debía ser la culminación del hombre. Sin embargo, ahí estaba yo, con lágrimas cayendo por mi espesa barba rubia, como un crío.
—Ha vuelto a mí.
Ambos se inclinaron sobre el lateral de mi escritorio y Joseph hizo girar los papeles bajo la punta de mis dedos. El borde de la impresión se curvó por el aire que salió de su nariz cuando le sonrió, apartándose el pálido cabello rubio de la frente.
—Por los dioses. —Los pelos de su barba se curvaron sobre su hombro cuando gritó por la puerta—: Amber. Ven, corre.
La puerta se cerró detrás la mujer y, cuando se encontró cara a cara con la lista en la mano de Joseph, se quedó de piedra. En el otro escritorio de mi oficina estaba el ordenador que, las pocas veces que se usaba, era para verificar los antecedentes.
—¿Cómo se llama ahora? —preguntó, acercando la silla, haciéndola rodar.
Con su coleta pelirroja balanceándose de un lado a otro sobre sus hombros, pulsó algunas teclas del teclado para reactivarlo, a la vez que Joseph me arrancaba el papel de las manos.
—Rowena Shipton. Beans Cove, Pensilvania.
Ninguna de esas mujeres merecía respirar el mismo aire que mi amada, así que la aparté de la lista. Doblé cada esquina hasta que lo único que quedó fue mi reina y, finalmente, le besé la cara después de todos estos años.
—Pronto, mi amor.
—Oh, no… —Sus pálidos dedos se doblaron hacia nosotros cuando Amber nos llamó la atención— Mirad esto. —La punta de su dedo subrayaba cada oración—. Acosada por un antiguo paciente. Orden de protección. Secuestrada. Apuñalada.
Ella era tal vez la única persona que podría anhelar estar en su presencia tanto como yo, la voz de Amber vaciló mientras resollaba y se secaba el rostro.
—Ambos padres murieron en un asesinato y suicidio. Su hermano... —cada hecho era más horrible que el anterior, y sus palmas se acercaron a la pantalla cuando empujó con su bota la silla hacia atrás—. No tiene a nadie.
Me guardé su foto en mi bolsillo, junto a mi pecho, y cogí las llaves de mi cajón.
—No puedo esperar hasta otoño. Volaré esta noche.
Con la punta de su zapato, Tucker se balanceó en su silla y cruzó las manos sobre su barriga.
—Me temo que eso no va a ser posible.
Mi silla se estrelló contra la pared cuando cogí la chaqueta del respaldo.
—Intenta detenerme.
El ala de su sombrero se movió de un lado a otro a la vez que señalaba el teléfono.
—Puedes llamar a sus jefes si quieres escucharlo por ti mismo. Está asignada en algún lugar, y no darán más información. —Cogió el resto de la lista de mi escritorio y la enrolló sobre sí misma, meticulosamente—. Dijeron que le transmitirían la oferta y que, por lo general, dice que sí, así que solo estamos esperando la confirmación de que ha aceptado.
Las puntas de mis dedos temblaban tanto que notaba las pulsaciones en mi piel al pasarlas por mi cabello. —No puedo dejar que venga aquí. —Me limpié la boca con la mano, pero era un desierto y ya no podía ni tragar—. No puedo hacerla correr de nuevo. No me lo perdonará jamás.
Deteniéndome en la puerta, la mano de Joseph se posó en mi pecho.
—Hay reglas. —Sus dos manos se interpusieron entre nosotros—. No podemos romper las tradiciones de este territorio. El Consejo no lo tolerará. Aquí no somos nadie. —Sus ojos se dirigieron al hombre de la camiseta de camuflaje que estaba comiendo pipas—. Pero nos aseguraremos de que el sheriff llegue a conocerla primero, ¿verdad?
Tucker levantó todos los dedos y se encogió de hombros.
—Claro. Ya sabes cómo hacemos las cosas. Mientras puedas tener tus manos quietecitas, no habrá problemas.
Joseph rodeó mi cara con sendas manos, acercó su frente a la mía y miró fugazmente hacia la foto que sobresalía de mi bolsillo.
—Todo esto está a punto de terminar. —El escozor se apoderó de mis ojos y los cerré con fuerza mientras él me atraía hacia su hombro—. Doscientos años, Voli. Otros dos meses no son nada.
Tan cercana a mi corazón como siempre, eché un vistazo hacia abajo y encontré su rostro sonriente mirándome fijamente. Pero, en el fondo de mi alma, donde la había mantenido a salvo conmigo todo este tiempo, sabía que la espera sería la parte fácil.
Porque tenía muchos errores por los que responder con respecto a mi compañera.
Derechos de autor
Advertencia de contenido
La lista
Hermosa enfermera
Te encuentro
Buen augurio
Un juego de cartas
Pecados
¿Soy hombre?
Mía
Humo
Ya está olvidado
Sueños
El arroyo
Oso Yogui
Buena suerte
Por el desagüe
Esposas
La última persona a la que acudiría
Bonita noche para un paseo
Las reglas
La persecución
La cuenta atrás
Atrapada
La hoguera
Lo que siempre he querido
Mi casa
La choza
Indefenso
Todos esperamos
La ducha
El cuento de hadas
El corcel blanco
A mi lado
El último… algo
El altar
Al otro lado de la puerta
La reina ha vuelto
Sigo siendo capaz de matar
El sabor de la libertad
Hasta el cuello
Ninguna corona de oro
Una lección
Los viajeros
Esa boca llena de odio
Ojos negros
Te quedarás muerto
Volver a casa
Junto a la chimenea
La plaza
Rowena
Desearía no haber tomado ese Valium antes de subir al avión esta mañana.
El suave y amarillento resplandor del techo zumbaba en mis oídos, y la forma en que el apacible pulso estremecía mis ojos, hacía que todo pareciera un poco más oscuro. Los chasquidos de las juntas del transportador de equipaje metálico, bloqueándose una y otra vez, me recordaron el tic-tac de un reloj haciendo la cuenta atrás, como si fuera un hipnotizador tratando de adormecerme.
Aunque solo quería cerrar un poco los ojos por un momento, el mundo entero se apagó y me perdí en la negrura neblinosa.
En aquel lugar frío y vacío en mi cabeza, un destello arrojó luz sobre el lienzo como un rayo. Una oleada de electricidad atravesó todo el cuerpo en un instante, haciéndome recobrar la conciencia.
Sus llamadas de atención me absorbieron desde la tranquilidad del sueño, y soñé que me caía del árbol más alto del bosque hasta que le descubrí por el rabillo del ojo cuando se entreabrieron mis pestañas.
Como si me lanzara su penetrante mirada, su presencia en este mundo era intensa. Aunque no quisiera encontrarlo, su gravedad me atraía hacia él de todas formas hasta que nuestras miradas se encontraban. De repente, me encontraba flotando en unas aguas azul pálido al mismo tiempo que sus gélidos ojos entrecerrados me dirigían una mirada. Esperando algún tipo de respuesta, su rostro se acercó hasta que su nariz tocó la mía.
Con decepción, me miró de una forma que suavizó su dura expresión, y señaló con la cabeza mi maleta de cuero marrón.
—¿Es tuya?
Hablaba con un fuerte acento, que intuí que era ruso, pero incluso si hubiera entendido las palabras que salían de su boca, no podría haber respondido. Su belleza me había dejado de piedra.
Su cabello rubio y largo de la parte de arriba de su cabeza estaba echado hacia atrás, y los lados estaban rapados, como los vikingos guerreros que salen en la tele. Unos suaves bigotes rizados perfilaban su mandíbula cuadrada, y mis dedos empezaron a sentir el deseo de enredarse en su barba.
Aunque llevaba una chaqueta que lo cubría, sus enormes pectorales estiraban la camiseta azul oscuro, empujándome con cada respiración. El olor a vainilla y almizcle empapó mi cara cuando se inclinó hacia mí, y mis dedos de los pies se encogieron en mis zapatos para evitar que me alejara flotando.
—Te he preguntado algo, ‘Ravena’.
La forma en que masacró mi nombre con esa pronunciación, hizo que mi aturdimiento se desvaneciera finalmente, al mismo tiempo que lograba hacer que un lado de mi cara se torciera en una sonrisa.
—Sí, señor. Claro que sí.
Mientras se inclinaba ante mí, sus ojos no se apartaron de los míos. Aunque pensaba que estaba a punto de besarme, no pude apartarme ni un milímetro. Como un imán, estaba unida a él.
Mi maleta se sacudió de la cinta transportadora y su nariz se arrugó un poco por el esfuerzo. Y cuando se elevó para cernirse sobre mí, su cabeza se inclinó hacia otro lado.
—Sígueme.
La palabra “Sheriff” bordada con letras doradas en su espalda parecía parpadear en mi cara de colocada como un letrero de neón para que me serenara. En realidad, quería ver su arma en la funda de cuero marrón. Pero la forma en que su cuerpo, perfectamente esculpido, se movía en sus ajustados vaqueros azules hizo que un escalofrío me envolviera, como si unas manos heladas masajearan mis pechos.
Su mano se deslizó por su pelo y un fuerte suspiro salió de su pecho al tiempo que sus brazos se echaban hacia atrás. Sus ojos encapuchados me miraron por encima del hombro, y la tela que lo cubría se estremeció cuando percibí su respiración entrecortada.
—Sido vuelo largo, ¿verdad?
El suave bajo de su voz atenazó mis articulaciones e hizo vibrar mi columna vertebral con tanta fuerza que apenas tuve coordinación para poner un pie delante del otro.
Un ardor se apoderó de mi cara y, seguramente, me puse como un tomate mientras me abanicaba la piel y obligaba a mis ojos a dirigirse a cualquier parte menos directamente a él, como ellos querían.
—Sí, muy largo.
Con su espalda, mantuvo la puerta de cristal abierta, pero cuando la atravesé, su mano se posó sobre mi hombro para evitar que siguiera adelante. No estoy segura si se dio cuenta de cómo me estremecía bajo la palma de su mano, pero no pude controlarme. Y cuando su dulce aliento cruzó mi rostro, cerré los ojos y esperé que no parara nunca.
—Te llevo por comida ahora.
Cada vez que me tocaba, absorbía cada ápice de fuerza de mi cuerpo, como un vampiro, y me dejó sin voluntad para levantar mi mano e indicarle que no quería.
—No, no tengo mucha hambre. Pero si puedes conseguirme una taza de café, sería estupendo.
Un viejo Ford bronco negro como el que conducía mi padre estaba aparcado en el primer espacio del aparcamiento de gravilla, él se apresuró a abrirme la puerta.
—Gracias.
En lo que intentaba quitarse la chaqueta delante de la puerta, eché un vistazo por el retrovisor lateral y me maldije por no haber tenido la decencia de maquillarme un poco.
Cuando su brazo se deslizó entre nosotros para echar su abrigo en el asiento trasero, su cálido aroma especiado me mareó, y me abaniqué la cara para aliviar la ola de calor que rugía a través de mí.
—Por alguna razón, pensé que en Alaska haría más frío.
El viejo motor todavía ronroneaba como nuevo cuando lo arrancó, y su robusto brazo se extendió alrededor del reposacabezas de mi asiento mientras daba marcha atrás.
—Es septiembre. De momento solo frío por la noche.
Pero, cuando volvió a pasar su mano, sus dedos se deslizaron por mi coleta y me acariciaron la nuca, y todo mi cuerpo se estremeció.
—Claro. —Pequeñas gotas de sudor empezaron a brotar en mi frente, así que me saqué los hombros del jersey—. Perdona, se me ha olvidado tu nombre.
Las gafas de sol marrones se apoyaron en sus orejas, y sus labios se curvaron como los de una estrella de rock cuando se las puso de nuevo en su sitio.
—Volodar Medvedev. —El coletero que recogía mi pelo se soltó, y él se movió en su asiento y levantó la nariz para respirar hondo—. Puedes llamarme Voli.
Sus manos pasaron una sobre la otra al girar hacia el área de descanso.
—Lo haré, gracias —respondí, peinándome con los dedos.
Al poner el freno de mano, todo el vehículo se sacudió y su ceja rubia pálida se elevó sobre el borde de sus gafas.
—¿Tienes apodo?
La comisura de mis labios se curvó cuando le negué con la cabeza.
—Nada que suene tan bien como Voli.
A través del tinte de sus gafas, sus ojos me escrutaron toda la cara.
—Entonces te llamo Moya.
Cómo si tuviera algún recuerdo que no pudiera localizar, cuando susurré el nombre para mí misma, asentí.
—Está bien, creo que me gusta. ¿Qué significa?
Abrió su puerta, y me pareció haber visto un atisbo de sonrisa en su impasible rostro, cuando su hombro se giró hacia mí.
—Significa hermosa enfermera.
Rowena
Una enorme mano, recubierta de suave vello pálido y brillante a la luz del sol, engulló mi antebrazo cuando alcancé la manija de la puerta.
—Espérame. Déjame echar gasolina primero.
Por el retrovisor lateral, le vi frotándose la frente y sacudiendo la barbilla hacia el cielo mientras se apoyaba en el hueco de la rueda trasera de la camioneta. Y como siempre me pasaba cuando se trataba de él, supuse que el estrés que tenía era por mí, y se me heló todo el cuerpo.
Sin embargo, cuando mi puerta se abrió, él extendió la palma de su mano y me recibió con su sonrisa aniñada.
—Ven, Moya. —Su mano descansó sobre mi espalda a medida que me escoltaba a través del aparcamiento de gravilla—. Hace poco, mujer de aquí desapareció cerca y fue encontrada en río a unos quince kilómetros de distancia. —La punta de su dedo recorrió todos los camiones a lo largo de la hilera—. Pensamos que es conductor de camión.
Cuando tiró del picaporte, la puerta de la tienda tintineó, y su mano me agarró con fuerza la muñeca conforme me guiaba a través de la multitud de hombres que esperaban sus pedidos del cocinero de frituras.
Cada vez que me tocaba, me encontraba en el sublime espacio entre la nada y el orgasmo más alucinante jamás conocido. Sin aliento, acalorada, floja e ignorante del mundo que me rodeaba, apenas tenía fuerzas para moverme. Y al llegar a la barra de la cafetería, tuve que agarrarme al mostrador para estabilizarme cuando me soltó.
Lo suficiente como para sacarme del trance en el que me tenía sumida, el amargo aroma del café recién hecho me despertó para que lo encontrara mirándome como si entendiera exactamente por lo que estaba pasando.
Cuando me reí de lo idiota que era y parpadeé, me mordí el labio y recé para que no fuera capaz de leer la mente.
—Perdona, no pretendía mirarte de forma tan inquietante nada más conocernos. Creo que todavía tengo un poco de jet-lag.
Sin siquiera preguntarme qué quería, vertió leche y azúcar en un vaso a mi gusto y eligió el tostado más fuerte para rematarlo todo. Y fue entonces cuando una sensación de vértigo me removió el estómago al darme cuenta de que podría ser uno de ellos.
En un día normal, soy un elefante en una cacharrería, así que arranqué un montón de servilletas del servilletero para el estropicio que iba a liar en su vehículo.
—¿Todo el que llega a la ciudad tiene una escolta policial, o es que te ha tocado la pajita corta?
Levantó la tapa del cubo y se lamió la mezcla del pulgar antes de tirar la cuchara a la basura.
—Quería ser primero en conocerte. —Le subió la banda de papel y colocó el vaso en mis manos como si manejara una bomba nuclear—. Cuidado, está muy caliente. —Su dedo se interpuso entre nosotros e hizo un recorrido por toda la comida que nos rodeaba—. ¿Algo más? Todavía queda largo viaje.
—No, estoy bien, gracias —le respondí, a la vez que soplaba sobre mi bebida y le negaba con la cabeza con los labios fruncidos.
Sus ojos oscilaron de mi boca a mis ojos varias veces, y curvó los dedos para invitarme a que fuera con él.
El sol del mediodía lo bañó a través del cristal que había a lo largo de la parte delantera de la tienda, y una luz dorada iluminó el camino hacia él. Cansados de la carretera, los camioneros nos miraron fijamente, y me pregunté por qué sus ojos inexpresivos no se percataban, al igual que yo, de que él brillaba.
Ya estaba guardando la tarjeta en su billetera cuando me dirigí al mostrador, y al poner mi mano en su antebrazo, jadeó.
—No tienes por qué hacer eso, Voli.
Un fuerte suspiro recorrió sus labios antes de que su mano me apartara de él y su cabeza se inclinara hacia la puerta.
—No pasa nada. Vamos.
El viento soplando a nuestro alrededor y la charla en la radio de su trabajo era todo lo que teníamos que escuchar, así que saqué el teléfono de mi mochila.
—Supongo que no os llega nada de cobertura, ¿verdad?
Su pulgar golpeaba el volante y su barbilla se movía hacia adelante y hacia atrás.
—No. Solo plaza del pueblo tiene internet.
—Fantástico. —Me acurruqué en mi suéter a la vez que me volvía a mirarle—. Entonces, ¿qué haces para divertirte?
El camino era recto y largo en el horizonte, y después de revisar una vez más que no vinieran coches, se inclinó tan cerca que saboreé el sabor de su aliento caliente en mi lengua.
—Hacer un largo viaje en coche al aeropuerto por Moya.
Sus labios rosados perfectos estaban a solo una pulgada de los míos, y asentí a la vez que apartaba la mirada.
—Suena como lo que hacíamos para entretenernos en casa también. —Los árboles eran un borrón de rojo, verde y naranja, y los señalé con el dedo a través de mi ventana antes de abrigarme más con el jersey—. De hecho, esto es exactamente como en casa. No sé muy bien por qué pensé que Alaska sería diferente.
—Eso bueno. —Su codo apareció a mi lado mientras se inclinaba hacia adelante y buscaba algo detrás suya con la mano. La chaqueta negra me rozó el brazo cuando me la tendió—. No tendrás morriña.
—Gracias.
El abrigo me engulló y me embriagué con su olor. Como estaba ocupado reajustando los controles de temperatura, aproveché para oler los puños en busca de más.
A decir verdad, no tenía un hogar al que echar de menos. Para evitar la casa vacía en la que crecí, fui de un lugar a otro sin parar y gané más dinero del que podría gastar estos últimos dos años.
—No, definitivamente no sentiré nostalgia.
Ahora mi vida consistía solamente en tomar pastillas para tranquilizarme. Aun así, él anulaba todas las sustancias con las que abusaba de mi cuerpo. El placer y el dolor se filtraban por los lugares en mi piel donde él colocaba sus manos.
Por primera vez en años, algo se agitó en mí. Mis dedos se morían de ganas por tocarlo, y se movían entre nosotros antes de tocar su redondeado bíceps.
—¿Y tú? ¿Tienes…? —La forma desesperada en la que todavía le estaba frotando el brazo, me hizo hacer una pausa antes de apartar la mano e inclinarme hacia atrás—. ¿Familia aquí?
A pesar de que no vi ningún anillo en su dedo, ese hombre era demasiado guapo para estar solo en este mundo. Así que cuando negó con la cabeza, mi corazón se aceleró.
—Solo algunos amigos.
Sin nada más que hacer en ese momento, mi mejilla se apoyó en el respaldo del viejo asiento de cuero mientras estudiaba su rostro.
—Bueno, es una pena. Yo también vengo de un pueblo pequeño, y sé lo difícil que es encontrar a tu gente cuando todos los guais ya han elegido sus equipos.
El sol de la tarde brillaba estroboscópicamente sobre su cuerpo a través del bosque que atravesábamos, y, cuando me miró, juro que sus ojos brillaban dorados a través de sus gafas.
—Finalmente te encuentro, Moya.
Rowena
Una posada construida con troncos de secuoya se elevaba sobre mi cabeza cuando me bajé del coche en el aparcamiento de gravilla al tiempo que los últimos rayos de luz solar traspasaban las borrosas copas de los árboles.
La puerta de la camioneta se cerró de golpe a mis espaldas, y solo medio segundo después, tenía mi codo en la palma de su mano.
—Por aquí.
Una puerta de cristal oscura se abrió de un tirón, y me deslicé por debajo de su brazo mientras esperaba que pasara. Pero en cuanto entré, colocó su mano en mi espalda y me empujó hacia las escaleras.
—¿No necesito registrarme?
A través de la chaqueta, en la espalda, sentí como unos suaves golpecitos de sus dedos me empujaban hacia el primer escalón.
—Ya tengo llave. Es habitación dos-dos.
La sensación de hormigueo que había sentido desde el momento en que abrí los ojos ante él se tornó intensa y punzante de inmediato, haciendo que todas las alarmas de mi cuerpo se activaran rápidamente.
Y cuando metió la llave en la cerradura de la puerta, una punzada de auténtico pánico me recorrió de la cabeza a los pies, haciendo que me estremeciera.
En el momento en que su pie cruzó el umbral de mi habitación, todo mi cuerpo se paralizó. Aunque me rodeaba el aire más limpio que existía, me costó respirar cuando se volvió para mirarme y movió el dedo hacia la puerta.
—Es hora de cenar.
—Creo que ya le he molestado lo suficiente hoy, sheriff. Ya puedo arreglármelas yo sola —le contesté tajantemente, sin apartar la vista de la maleta a sus pies, donde guardaba mi alijo de pastillas.
La punta de su barbilla se inclinó hacia mí y, como si hubiese sentido mi miedo, su voz se suavizó para calmarme.
—He despejado todo el día para pasar contigo. Tómate tu tiempo. Espero fuera.
Nada más cerrarse la puerta detrás de él, me desplomé junto a mi mochila, y mis dedos cogieron torpemente la cremallera y lucharon hasta abrirla.
—Está bien, veamos. —En mi cabeza, conté los tapones de todas las botellas—. Muy bien. Tranquilízate; hay suficiente para diez semanas, incluso si ese tío rarito se pasa por aquí todos los días.
Mi pelo castaño golpeó la suave piel de su chaqueta al deshacerme de los enredos. A cada pasada, percibía su olor, y cuando me acercaba la chaqueta a la nariz en busca de otra dosis de él, mi corazón recuperaba su ritmo normal.
La mujer de ojos verdes en el espejo ahora solo era una desconocida para mí, y le negué con la cabeza como advertencia.
—No caigas en su juego; es un pervertido.
Cuando abrí la puerta, me encontré cara a cara con él apoyado en la pared de enfrente, como sospechaba que estaría. Tiré de la chaqueta y giré el hombro para quitármela, pero sus dedos se levantaron para detenerme.
—No preocupes. Devuélvela más tarde.
La fea alfombra, que una vez fue de un tono rojo, era como un mar de sangre vieja y desgastada, y me relamí los labios secos tratando de no mirar hacia abajo.
—Puede que te cueste creerlo, pero mi hermano, que en paz descanse, era el sheriff de la pequeña ciudad en la que crecí. —Un escalofrío me puso los vellos de punta cuando noté que me estaba devorando con la mirada mientras me seguía—. Prácticamente recién salido del instituto, ya era policía. Pasó casi quince años ganándose el respeto suficiente para ser elegido para un puesto como ese en su propia ciudad natal, donde todo el mundo ya le apreciaba y confiaba en él.
En cuanto llegamos a la puerta busqué en la barra, que se estaba llenando rápidamente, un lugar para sentarme.
—Así que, ¿cómo es que un joven ruso se convierte en el Alto Sheriff de una ciudad llena de obreros estadounidenses con los que no tiene ninguna conexión? —Unos ojos helados me quemaron la piel y encogí el hombro para quitarme esa sensación de encima—. Sólo me lo preguntaba.
Una mano me cubrió el brazo y tiró de mí hasta que sus labios estuvieron contra mi oreja.
—Yo siempre gano. —De soslayo vi un dedo dirigiéndose hacia el fondo del bar—. Última mesa.
Cada rostro que pasamos bajó la mirada pareciendo que se inclinaba por nosotros, a excepción de esa rubia chillona que se sentó a nuestra mesa y juntó sus manos.
—Madre mía. ¿Row? No me dijeron que tú también ibas a trabajar aquí. —El enorme antebrazo tatuado que descansaba a su lado se sacudió bajo su mano cuando lo zarandeó—. Joey, esta es Rowena Shipton. Es la mejor enfermera con la que he tenido la suerte de trabajar.
Me deslicé por el asiento de cuero verde y le dediqué una fugaz sonrisa al hombre, casi idéntico al sheriff, que estaba frente a mí.
—¿Qué tal?
Sobre la mesa, entre nosotros, Erin me agarró los dedos e hizo rebotar nuestras manos.
—Row, éste es Joseph Andrews.
Otro par de ojos azul cristalino se quedaron fijos en Voli mientras se sentaba a mi lado y, como si esperara la orden del Sheriff para hacerlo, los ojos de Joey se desviaron hacia mí por un instante antes de sonreír a su cerveza.
—Encantado de conocerte por fin.
Por un momento, los ojos marrones de Erin se abrieron de par en par antes de hacer un gesto al hombre que estaba demasiado cerca de mí.
—Bueno, ¿qué opinas de este lugar?
—Pues... —Su muslo me rozó cuando juntó su pie con el mío, y yo inflé mis mejillas y me puse a mirar por la ventana—. Está bien, supongo. Sin embargo, todos estos lugares son prácticamente iguales, ¿no?
Antes del desafortunado ataque que había sufrido, Erin y yo habíamos trabajado juntas a menudo. Ella quería, por encima de todo, que yo encontrara la felicidad, y su grueso labio inferior me respondió con un mohín que no comprendía los intentos de Voli por acercarse.
—Bueno, vas a encajar muy bien aquí. Confía en mí. Todo el mundo es muy amable, y el pequeño hospital apenas tiene pacientes. Será el dinero más fácil que hayas ganado.
Como pequeños caballos corriendo por la mesa, las uñas de Erin tamborilearon la superficie cuando la camarera se acercó a nosotros. En el momento en que Voli ordenó por mí, puse los ojos en blanco y Erin intervino antes de que mi bocaza soltara algo de lo que me arrepentiría.
—¿Sigues echando el tarot? Porque necesito que me lean las cartas.
En el reflejo, la cabeza de Voli se volvió de repente para mirarme, y yo asentí antes de apartar la mirada. —Cuando me apetece.
Sus ojos rebotaron entre los dos hombres.
—Tiene mucho talento. Todo lo que me dijo la última vez se hizo realidad; lo juro.
El puente de su nariz rozó mi sien cuando Voli se inclinó hacia mí.
—¿Qué te dijeron cartas sobre esta ciudad?
Creo en pocas cosas, pero confío en mis propios instintos, y me gritaron que huyera de este hombre.
—Dijeron que debería tener cuidado con los temibles y viejos osos rusos.
Dos de sus dedos se introdujeron en la chaqueta que llevaba y tiraron de la costura.
—Es un consejo terrible. —Una arruga se dibujó en sus labios mientras su barbilla se mecía hacia delante y hacia atrás, tan cerca que la vibración de su piel contra mí me hizo gimotear—. Un oso muy protector con lo que le pertenece. Si alguien intenta hacerte daño, él... —Los bordes de sus fosas nasales se arrugaron y sus dientes blancos y perfectos me chasquearon—, lo destrozará.
Cuando sus ojos se posaron en mi boca, su lengua deslizó por su labio superior y retrocedió.
—Es un buen augurio. Significa que estás a salvo aquí.
Rowena
La vieja cerradura de latón se abrió debajo de mi palma, y al ver que no tenía intención de marcharse, me planté entre Voli y la puerta para impedir que entrara, como me había percatado de que quería.
—Casi lo olvido. —El suave acolchado negro de su chaqueta me bajó por los brazos, pero un cúmulo de calor se apoderó del centro de mi espalda en el momento en que sus dedos empezaron a moverse hacia abajo sobre mi camisa. Poco a poco, como si estuviera desenvolviendo un regalo de cumpleaños, el abrigo se despegó de mi cuerpo. Inmóvil, se quedó a mis espaldas y respiró sobre mi cuello hasta que me alejé de él—. Gracias de nuevo por todo.
Como una crepitante chimenea en pleno invierno, irradiaba calidez. Los paneles de madera se agrietaron bajo su espalda cuando se apoyó contra la pared para mirarme. Mis ojos pesados casi se cerraron ante la comodidad con la que trató de cubrirme, sin embargo, luché contra su afecto con todas mis fuerzas.
—Mi oficina está al otro lado de plaza y número sobre mesa si me necesitas. —Dos de sus dedos se acercaron a mi barbilla y la elevaron hasta que lo miré—. Lo que sea, llama cualquier momento.
Le asentí fugazmente, le dediqué una sonrisa para librarme de su mano y retrocedí a la seguridad de mi habitación hablándole a través de la puerta que se cerraba rápidamente.
—Lo haré, gracias.
Durante lo que me parecieron minutos, esperó al otro lado de la puerta de madera, pero, tan pronto como el sonido de sus pasos se desvaneció por el pasillo, una serie de rápidos golpes llamaron a mi puerta.
—Row, soy yo.
En cuanto abrí la cerradura, Erin se apresuró a entrar y, usando su cuerpo, cerró la puerta detrás suya. Y cuando me encontré con sus grandes ojos sonriéndome, sacudí la cabeza.
—Esta gente están todos más locos que una cabra. Este sitio es como estar en los putos Límites de la realidad, pero con barbas tupidas y leñadores.
Los muelles del colchón barato rebotaron contra el somier cuando se dejó caer bocabajo sobre mi cama.