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Vigilada es una historia erótica de fantasía sobre almas gemelas protagonizada por vampiros de la colección de fantasía oscura: Historias del Reino.
Una mujer que busca un poco de emoción en su vida, el hombre que vigila cada paso que da y un antiguo secreto esperando a ser revelado... Ida es mía, pero ella aún no lo sabe. La he estado vigilando y esperando durante doscientos años. Y ahora, finalmente está a mi alcance. La he despojado del inútil de su marido infiel. La he hecho más rica de lo que nunca habría soñado. Hoy reclamo lo que es mio. Soy el vigilante y ella es mi compañera. Vigilada es una historia erótica de fantasía sobre almas gemelas protagonizada por vampiros de la colección de fantasía oscura: Historias del Reino.
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Seitenzahl: 184
Veröffentlichungsjahr: 2025
Jessica White
Vigilada
Traducido por Lorena De La Rosa Carmona
Publicado por Tektime
www.tektime.it
Derechos de autor
Copyright © 2022 por Jessica White
Todos los derechos reservados.
Ninguna parte de este libro puede ser reproducida en ninguna forma sin el permiso del editor o el autor, exceptuando lo permitido por la ley de derechos de autor de los Estados Unidos.
¡Gracias a Decelis, Germancreative y Artscandare por toda vuestra ayuda para hacer que esta serie cobre vida!
El rastro
Karl
El sofocante humo de su cigarro atravesó la distancia entre nosotros en forma de nube, y aparté aquel aire viciado al tiempo que él empujaba el sobre amarillo hacia mí.
—Cuando le venga bien, naturalmente, señor Varon. —Sus ojos grises destellantes como acero pulido atravesaron el muro de polución con aroma a vainilla que había expulsado por la nariz a la vez que se estrechaban hacia mí—. No hay necesidad de apresurarse en eliminar este objetivo en concreto.
El borde de mi pulgar se deslizó por el centro de mi lengua, y hundí mi uña por debajo de la solapa del paquete para echar un vistazo a la última alimaña que el gigantesco brujo de pelo blanco necesitaba que exterminara.
Al igual que las páginas de un libro pasando ante mis ojos, repasé en mi mente la lista actual de objetivos de mis dioses solicitando permiso. Un rostro entre aquella cantidad de almas desafortunadas, el hombre para el que Billy deseaba contratar mis servicios, me devolvió la mirada.
—No será ningún problema. —Volví a dejar caer la fotografía dentro y le hice un gesto con la cabeza—. Me pondré de inmediato con ese asunto.
Mi enorme y viejo amigo copió cada movimiento que hacía mientras me levantaba de mi asiento hasta que su mano cruzó su escritorio para formalizar el trato.
—Estoy deseando volver a hacer negocios contigo, Karl. —Extendida sobre toda mi espalda, su mano me empujó por su oficina hacia la salida—. Bienvenido a Savannah, por cierto. —Ese apestoso pitillo se le metió entre los dientes en lo que su mano, con un amplio gesto, me mostraba todo lo que estaba bajo su dominio—. Por favor, siéntete como en casa.
Unas partículas difusas de polvo flotaban en la tenue luz que se filtraba a través de las oscuras cortinas del vestíbulo, cerrando el paso al mundo humano que se precipitaba fuera de estos muros encantados de la Orden.
—Por supuesto que sí, gracias. —La manija de la puerta desapareció en su puño, y tan pronto como la pesada madera rompió su sello para abrirse, una fuerza arrolladora me golpeó el pecho.
Aunque mi frío corazón había latido con constancia durante siglos, su ritmo luchaba por mantener un pulso adecuado al tiempo que respiraba con dificultad en busca de aire para calmar las palpitaciones.
El viento, perfumado en su delicado jazmín, me envolvió. Al instante, volví a mi recuerdo más preciado del día en que la vi por primera vez. Mi amada de pelo ardiente.
Todo el mundo se detuvo cuando me di cuenta de quién me esperaba en algún lugar de esta ciudad, y la vocecita en mi cabeza gritó que me pusiera en marcha.
Despidiéndome con la mano sobre mi hombro, crucé el umbral hacia la cálida noche de primavera para cazar a la criatura más bella que jamás haya existido sobre la faz de la Tierra. La brisa que cruzaba mi rostro llevaba su esencia y me invitaba a estar a su lado, como era mi destino.
—Cuando haya terminado el trabajo, volveré. No te preocupes.
Viejas calles empedradas bordeaban el camino hacia el aroma de flores estivales, que cada vez se hacía más intenso, asfixiándome. Los tensos músculos de mi garganta se estremecieron con más fuerza cuando intenté ahogar el zumbido de mis oídos. Un calor como la lava fundida me recorrió las venas cuando doblé la esquina de la calle hasta que un cosquilleo me invadió por completo, ordenando a mis pies que no avanzaran más.
Mis pies se tambalearon al borde de ese acantilado en el que un hombre se da cuenta de que su vida cambiará para siempre, hasta que la mano del destino me empujó. Estuviera o no preparado para ella. Después de todos estos años preguntándome qué le había pasado, estaba justo al otro lado del antiguo escaparate ondulado de la librería.
—Ida.
En el pequeño mostrador frente a mí, deslizó sus dedos a través de su flequillo mientras pasaba a la siguiente página del libro con el que estaba desperdiciando el tiempo.
Al igual que el día en que nos reunimos hacía tantos años, tan pronto como sintió que estaba en la acera, sus penetrantes ojos verdes se fijaron en mí.
En mi cabeza había imaginado nuestro reencuentro miles de veces. Sin embargo, ninguna de ellas me lo había imaginado así.
La manija de hierro fundido chasqueó cuando pulsé el pestillo con el pulgar hasta que el resplandor de la alianza dorada en su dedo anular destelló deteniéndome en seco. Por la devastación que había en su rostro cuando envolvió su mano alrededor de la otra para ocultar su vergüenza, comprendí que sabía perfectamente quién estaba delante de ella.
Sin embargo, no permitiría que este fuera nuestro comienzo.
La poca magia que fluía a través de mí se multiplicó con solo su aroma, avivando las llamas de mi alma. Mis dedos reunieron todo su poder cuando los apreté contra el cristal que nos separaba, y me despedí de ella por el momento.
—Todavía no, meine Liebe.
Aquellas suaves cejas oscuras se juntaron haciendo que su frente se arrugara cuando la bombilla en su cabeza se apagó de nuevo. Le subió un nervioso rubor por las mejillas cuando me dedicó una rápida sonrisa y volvió a su lectura. La tristeza llenó mi pecho de nuevo conforme retrocedía y presionaba mis dedos contra mis labios.
—Pronto.
Todos los habitantes de la ciudad eran un borrón en los bordes de mi visión a medida que corría calle abajo, y aparté la puerta de la Orden para encontrarme a Billy revisando su último cargamento de vino. Una ceja demasiado gruesa se arqueó hacia mí.
—Eres muy eficiente. ¿No?
Mi palma cubrió el dolor en mi interior mientras mi otra mano apuntaba hacia el mundo cruel.
—Por favor, cuéntame todo sobre Ida Markle.
Se sacudió ambas manos para limpiarse del polvo de su valiosa colección de tintos a la vez que me fulminaba con los ojos entrecerrados.
—¿Ida Markle? —El hombro derecho de su larga y sedosa túnica blanca se sacudió hacia mí y el lateral de su boca se crispó—. ¿Tendría que sonarme ese nombre de algo?
Un siseo atravesó mis dientes al tiempo que la puerta se cerraba para sumirnos a los dos en la oscuridad.
—La hija de Sybil. —Posiblemente la bruja más poderosa de este mundo no se encontraba ni a tres metros de nosotros, pero no pretendía mantenerme alejado de lo que me pertenecía ni un momento más. La daga que descansaba sobre mi espalda se interpuso entre nosotros, y lo miré desde el otro extremo de la hoja—. No hagas como si no supieras perfectamente a quién me refiero.
Aquella enorme nariz en su rostro se ensanchó cuando suspiró.
—¿Estás aquí para matarla?
Me quedé sin aliento, gruñí ante aquel repentino distanciamiento y negué con la cabeza.
—Claro que no. —Mi dedo se levantó de mi cuchillo, agitándolo hacia él—. Pero debes contarme todo lo que ha pasado desde que llegó aquí. Con todo lujo de detalles.
Aunque estas brujas fueran de las más traicioneras, yo era aún más mortal. Y cuando se dio cuenta de que no me iría sin las respuestas que buscaba, inclinó la oreja hacia la puerta de su oficina.
—Está bien, pero yo no te he dicho nada de esto.
Mi nuevo vecino
Ida
Una sucesión de pitidos me llegó desde el temporizador del horno, y una ráfaga de vapor me hizo retroceder cuando se abrió la puerta.
—No me puedo creer que haya estado aquí todo este tiempo, y yo me entere ahora.
Entendía mejor que nadie lo difícil que puede ser mudarse a un país diferente, y esperaba que mi regalito le ayudara a adaptarse mejor a esta nueva forma de vida.
—Debe pensar que somos unos maleducados. —Mi misterioso vecino llevaba ya una semana viviendo a nuestro lado, y a mi marido no se le había ocurrido comentármelo hasta esta mañana, mientras le preparaba el desayuno—. ¿Y encima has dicho que también es alemán?
Como cada mañana durante los últimos diez años, Marty se fue hasta la página de deportes del periódico y deslizó su dedo a través del asa de su taza de café.
—No. Lo que he dicho es que el agente inmobiliario me dijo que había venido desde Alemania por negocios. —Soltó un largo soplido sobre el líquido humeante con la frente arrugada—. Creo que dijo que se llamaba señor Varon.
La bandeja de magdalenas se posó sobre la hornilla para enfriarse, y mi mente volvió a vagar a través de los inconexos recuerdos de mi infancia.
—¿Varon? —Tenía imágenes borrosas que estaban justo fuera de mi alcance, y por más que parpadeaba, no se aclaraban para revelar la verdad—. ¿Por qué me suena tanto ese nombre?
En voz baja, se rio de mí al tiempo que doblaba el papel y apartaba el café para que lo recogiera.
—Porque los dos sois de la misma zona de Europa. Es normal que te resulta familiar.
La cesta llena de dulces que acababa de preparar para dar la bienvenida a este extraño se deslizó hacia mí, y puse dos de las magdalenas, aún sin enfriar, en la parte superior.
—Bueno, supongo que será eso. —Mis palmas me picaban para advertirme de que mi día solo acababa de empezar y se estaba poniendo interesante, y las froté una contra la otra, entrecerrando los ojos hacia él—. ¿No te parece raro que otro alemán se mude también a este pequeño barrio? ¿Y encima, justo al lado?
Todavía vestido con su bata de rizo negra, se encogió de hombros.
—Tampoco es tan extraño, tú y tu madre también vinisteis a Estados Unidos. —La silla crujió al inclinarse hacia atrás para mirar la hora en el microondas—. ¿No deberías irte ya mismo a trabajar?
Sequé mis manos con un paño de cocina conforme me inclinaba para besarle la cabeza.
—Sí, iré justo después de dejar esta cesta en su puerta. —Mi brazo le rodeó el cuello cuando le acaricié la mejilla—. ¿Hoy también trabajas desde casa?
Después de todos estos años, no debería de afectarme tanto cómo se alejaba de mí al intentar mostrarle afecto. Sin embargo, la presión en mi pecho aumentaba cada vez que lo hacía. Todo mi ser ansiaba recibir una caricia desconocida que la aliviara, y este hombre nunca satisfacía esa necesidad.
—Ajá... Así que no me llames cada hora para molestarme.
Los bordes de madera se clavaron en mi piel cuando me enganché el mango de la cesta en el antebrazo.
—Lo intentaré. —La irritación en su voz se hacía más fácil de detectar cada año que pasaba, y ni siquiera me hizo caso al detenerme en la puerta principal para darle un beso—. Que tengas un buen día.
Cuando abrí la puerta, lo escuché murmurar para sí mismo:
—Oh, no te preocupes. Lo tendré.
Como el limón recién exprimido y la lavanda cortada directamente de las ventanas en las que las cultivaba, el aire se volvía más espeso a cada paso que daba hacia la pequeña y ordenada casita de piedra y madera.
Todas las palabras que recordaba en mi lengua materna se desempolvaron en mi mente a medida que las iba susurrando para mis adentros para practicar qué decir cuando llamara a la puerta.
Los segundos de silencio se convirtieron en minutos. Aun así, no recibí respuesta, y retrocedí un poco para comprobar si su coche estaba aparcado fuera. Por encima de mi cabeza escuché un chasquido, y al mirar pude ver que había una cámara en la esquina del porche cuando la lucecita azul parpadeó. Quien fuera que me espiara, pudo ver mi mano al saludar.
—Willkommen a Savannah, Herr Varon.
Alcé un poco y sacudí suavemente el paquete de mimbre en mi puño para mostrarle lo que le estaba dejando.
—Ich lasse das hier für Sie. —Nos esperaba otro día cálido en el extremo sur, y los mosquitos casi invisibles ya empezaban a revolotear en el aire húmedo.
El dorso de mi mano golpeó a los insectos para espantarlos, y me arrodillé en la puerta para arremeter el paño sobre la comida. Los zumbidos de la cámara moviéndose sobre mí me pusieron la piel de gallina, y le ofrecí al hombre del otro lado una sonrisa nerviosa mientras le deseaba un día maravilloso.
—Hab einen schönen Tag.
Desde que mi madre falleció hacía años, no había pronunciado ni una palabra en mi lengua materna a nadie. Sin embargo, esta conversación unilateral con un hombre al que nunca había visto me resultaba muy familiar. Pero, por mucho que repasara las imágenes en mi mente, no sabía por qué.
Tan pronto como la punta de mi sandalia salió de su porche, una ráfaga de aire sopló a través de mi pelo al cerrarse la puerta detrás de mí. La punta de mi barbilla rozó mi hombro cuando volví la mirada hacia atrás para ver que la cesta ya no estaba. A pesar de todo, la sensación de que me seguían persistió en lo que curvaba los labios y abría los ojos de par en par.
—Ah, pues muy bien.
Una parte de mí se había llevado un chasco por no haber llegado a encontrarme cara a cara con este hombre misterioso. Qué vida tan ordinaria la mía.
Sin embargo, cuando tiré de la maneta de la puerta de mi coche, levanté la vista hacia dos brillantes esferas de luz dorada que me devolvían la mirada, y aquella vocecita en mi cabeza me dijo que mi vida nunca volvería a ser la misma.
El vigilante
Karl
Llevaba doscientos años esperando a mi amada, tanto para que este animal me la robara.
Cada imagen en la que clicaba había una mujer diferente en sus brazos, y no era ni la mitad de hermosa que mi amada.
Inclinado sobre la mesa de mi cocina mientras revisaba las últimas noticias en mi portátil, capté a Ida con el viento que soplaba desde la ventana para aplacar ese deseo de tocarla que me invadía.
Sólo la veía a través de las persianas y las cámaras de mi casa, pero su olor me perseguía por dondequiera que fuese. Su aroma era el único recuerdo que tenía de ella desde el día en que su madre me la arrebató.
Como el funcionamiento de los relojes de nuestra casa en la montaña, partía precisamente a mediodía casi todos los días de la semana. De modo que aquí estaba, viéndola correr hacia su coche, ajena a la traición de su hombre. Sin embargo, hoy todo iba a cambiar para ella.
Justo a tiempo para ver cómo su melena carmesí desaparecía al doblar la esquina de la calle de al lado, cerré la puerta tras de mí.
No era la fortaleza de piedra de nuestra tierra natal en el Bosque Negro, pero esta casita me permitía verla a menudo. El mismo día que me mudé, pude ver un incesante desfile de mujeres entrando y saliendo en cuanto ella se iba a trabajar. Y ese era el tipo de pecado que estaba esperando.
Esta pequeña comunidad en la que vivían era tranquila y segura, y el pestillo no me dio problemas cuando abrí la puerta roja de su casa. Los silbidos resonaron en el aire, perfumado en su esencia, hasta que al cerrarse la puerta se apresuró a ahuyentarla de nuevo antes de que llegara su próxima conquista.
—¿Has olvidado algo?
El sofá de cuero marrón resbaladizo se aplastó bajo mi peso, y deslicé mis manos a lo largo del respaldo del asiento y lo esperé.
Su hedor, impregnado en la colonia en la que se había empapado para sus zorras, espantó lo único que me había mantenido cuerdo estos últimos dieciocho años cuando por fin me encontré cara a cara con el cerdo de su marido.
Como un ciervo a punto de ser aplastado por los neumáticos de un camión, se quedó inmóvil en la entrada del pasillo cuando me encontró allí sentado. Hice un ademán con la mano hacia el sillón a juego que tenía en frente.
—Por favor, Sr. Garrison. Siéntese. —Como había hecho todos los días desde que la había encontrado, aún me quedaba un largo día por delante para espiarla—. No tardaremos mucho.
La forma en que temblaba conforme se cernía al borde de su asiento hizo que ardiera de rabia por el hecho de que ella hubiera elegido a ese hombre. Un cobarde patético. Débil. Cuando percibí el olor de su miedo al echarse el pelo rubio hacia atrás con sus dedos temblorosos, el movimiento de mi labio torciéndose de asco me hizo cosquillas en la cara. Aquellos malvados ojos azules brillaban con lágrimas mientras su cabeza se inclinaba hacia toda la basura inútil con la que apaciguaba a mi compañera.
—Coge lo que quieras y lárgate de aquí.
Todavía me quedaban restos entre los dientes de los pasteles de limón y frambuesa que había dejado en mi puerta antes de irse, y batallé con la lengua contra una muela para saborearla una vez más.
—Sí. Tengo la intención de coger lo que es mío. —Uno de mis dedos se apartó del cojín a la vez que arrugaba mi frente—. Pero primero, quiero que comprendas por qué te está pasando esto.
Aunque no podía soportar la idea de verla de pie junto a él con su vestido de novia, aparté los ojos hacia la estantería donde estaba.
—Dime, ¿por qué necesitas follarte a todas esas otras mujeres cuando tienes el amor de alguien como Ida? —Mi dedo se curvó hacia atrás para señalarme—. Explícamelo para que lo entienda.
Cuando sus ojos se dirigieron hacia la puerta principal, le agité mi dedo.
—Créeme cuando te digo que no hay manera de que escapes de esta situación. Así que responde a la pregunta, por favor.
Comenzó a sonar un gruñido en su garganta mientras su boca seca luchaba por encontrar suficiente saliva para tragarse la amargura de las mentiras que estaba a punto de soltarme.
—No tengo ni idea de lo que estás hablando.
Mi mano se interpuso entre nosotros, y levanté un dedo con cada nombre.
—Carolyn, Michelle, Danica, Carrie...
Para evitar que leyera su larga lista de depravación, me levantó la palma de la mano.
—Ya basta. ¿Qué quieres? —Sus cejas se alzaron hasta sus entradas—. ¿Eh? ¿Dinero?
El cuero barato se aplastó debajo de mi cadera cuando me incliné hacia adelante y junté mis manos. Para que su estúpido cerebro pudiera comprender la razón de que estuviera allí, hablé lentamente.
—Respóndeme, ya.
—¿Por qué los hombres engañan a sus esposas? —Encogió un hombro—. Pues porque puedo, y ella es demasiado estúpida para descubrirlo.
La audacia de este hombre, al insultarla, hizo que me ardiera tanto la sangre que tuve que aflojarme el cuello de la camisa para recuperar el aliento.
—Está bien, Sr. Garrison. Veo que es demasiado infantil para razonar con usted. —Mi barbilla se alzó hasta la mesa auxiliar a su lado—. Marque el nueve, uno, uno, luego vuelva a ponerlo sobre la mesa.
El extremo de su pulgar desbloqueó el teléfono, y me dedicó una media sonrisa.
—¿Vas a hacerme confesar a la policía el haber engañado a mi mujer?
Negué con la cabeza mientras veía cómo soltaba su teléfono.
—Que va, para nada. —Presioné mi espalda contra el sofá, saqué la manta de debajo de la cabeza y me la llevé a la nariz—. Es solo que no quiero que vuelva a casa del trabajo esta noche y te encuentre muerto.
Esa mirada en sus ojos justo antes de que la luz se apagara para siempre. Vivo por y para ese instante. Como el glorioso amanecer de un nuevo día después de la noche más oscura y gélida, este era el mejor regalo que podía hacerle.
El juicio de los impíos. El castigador. El verdugo. Llámame como quieras, soy la muerte, y siempre estoy vigilando.
Fotos
Ida
La pila de fotografías que documentaban el engaño de Marty estaba sobre en el escritorio de caoba de mi padrastro. Todo el peso del mundo pareció abandonar su cuerpo en un largo suspiro al dejarse caer en su silla de cuero marrón frente a mí y rebuscar en el cajón superior.
—Llegaron el día del funeral, y he estado, —sus manos batallaron con una pitillera dorada y blanca hasta que sacó un cigarro—, intentando decidir si merecía la pena o no el mostrártelas.
Los parpadeos de la llama anaranjada iluminaron su bigote blanco al tiempo que me entrecerraba los ojos a través de la nube de humo que expulsaba.
—Pero no soporto que sigas llorando por ese cerdo hijo de puta después de lo que hizo.
Por la marca de tiempo en el borde inferior derecho de la foto, comprendí que toda mi vida había sido una mentira. Más de diez años de matrimonio por el desagüe. Comencé a escuchar un pulso en mis oídos cuando dejé caer la foto y me acomodé de nuevo en el asiento.
—En cuanto me iba a trabajar, llevaba a estas mujeres a mi casa.
El cuenco de caramelos que siempre tenía en la esquina de su escritorio era lo único en lo que podía concentrarme, a pesar de lo mucho que los odiaba. Cuando se inclinó y juntó los dedos, la severidad de su voz desapareció.
—¿En qué estás pensando ahora mismo, florecilla?