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Una princesa guerrera enviada a una misión imposible, el príncipe que decide que vale la pena salvarla y el mal que destrozará su mundo... Para castigarme por nacer con el don de la visión, mi padre me ordenó invadir el reino del oso, sabiendo que nunca volvería. El bosque helado se llevó a cada uno de mis hombres y dejándome a mí aferrándome a la vida. Aun así, el príncipe Joseph me acogió, permitiéndome vivir entre su gente para permitirme empezar de cero. Cuando el desaparecido rey vuelve de su misión de salvar el mundo del mal, Joseph le honra mediante un rito ancestral... la persecución del cortejo. Ahora, como ciudadana de esta tierra retrógrada, estoy forzada a correr con otras mujeres solteras. Con veinte minutos de ventaja para alejarme todo lo posible antes de que suelten a todos los hombres, puedo saborear mi libertad más allá del horizonte. Pero en cuanto pongo un pie fuera de la frontera, una fuerza surgida de la nada me tira al suelo. Unos ojos dorados, como el sol que asoma por esas montañas, me mira fijamente, y el Poderoso me reclama. Reclamada es un libro de Historias del Reino, una colección de relatos oscuros de fantasía romántica paranormal.
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Seitenzahl: 298
Veröffentlichungsjahr: 2024
Reclamada
Jessica White
Copyright © 2022 por Jessica White
Todos los derechos reservados.
Ninguna parte de este libro puede ser reproducida en ninguna forma sin el permiso del editor, excepto según lo permitido por la ley de derechos de autor de los Estados Unidos.
Gracias a Decelis y Artscandare por su ayuda con esta novela.
Traducido por Lorena De La Rosa Carmona
En esta historia, el rey oso es un hombre anciano de la región del mundo que sigue el modelo de Rusia. Como tal, su lengua materna es una que ya no se habla. Entonces, de vez en cuando encontrarás que se salta palabras. Esto es intencional y no un error gramatical.
Historias del Reino es una saga de fantasía oscura.
Esta serie es una obra de ficción basada en la vida de individuos mágicos, no son humanos. Son una especie completamente diferente, animales, de otro mundo con sus propias comunidades, moral, valores y tradiciones.
Si tienes alguna sensibilidad ante insultos, violencia de pareja, acoso, roles de género, tabúes sexuales, ideales patriarcales o alguna otra cosa, esta historia probablemente no sea para ti.
Pero si puedes leer sobre todo eso, ¡disfruta! Me alegra que estés en esta aventura conmigo.
El estruendo atronador de los cascos de nuestros caballos resonaba por el bosque al son de nuestro cabalgar hacia los últimos estertores de luz solar. Las altas y sofocantes llanuras, decoradas con las últimas briznas de hierba del verano, que había al otro lado de la línea de árboles se abrieron para que, por fin, pudiéramos cabalgar a toda velocidad.
Habían pasado demasiados años desde que Su Majestad nos había convocado a mí y mis hombres para que volviéramos del puesto de las afueras al que nos había desterrado hacía tanto tiempo, y nuestros corazones anhelaban volver con nuestras familias. Así que, cuando llegó el emisario de mi padre hacía cuatro días, nos pusimos en marcha inmediatamente hacia el palacio de las Tierras del Oeste.
Aun así, si este maldito don mío me hubiera advertido de mi lamentable autodestrucción, que aguardaba a mi regreso, habría ignorado la llamada y me hubiera quedado felizmente ignorante de que el verdadero amor se encontraba en las cálidas playas de mi tierra natal.
Los últimos y cálidos rayos de sol desaparecieron del cielo, alertándonos de que la muralla que rodeaba la ciudad permanecería cerrada hasta la mañana siguiente. Pero conseguimos cruzar el puente de piedra al mismo tiempo que las cadenas empezaban a moverse para bajar las puertas.
No habíamos parado para descansar ni comer durante todo el viaje, así que el aroma que desprendía el festín de esa noche hizo que se me retorcieran las tripas.
Sin embargo, fue otro olor el que, al sentirlo, me hizo salivar.
Además del olor a cochinillo asado y el dulce y cálido aroma del pan con mantequilla recién hecho que venía directamente del horno del panadero, algo familiar y aterrador se suspendía en el aire. Aunque no lo terminaba de reconocer, al inhalar de nuevo, cada nervio de mi cuerpo, largo tiempo olvidado, volvió a estremecerse con la ancestral fuerza de la magia.
Esperando en la herrería, mi hermano, al que no había visto desde que padre me destinó al puesto del extremo sur, se despedía de las jóvenes doncellas con las que se entretenía, mientras que el mozo de cuadras inclinaba su cabeza saludándome.
—Bienvenida a casa, Su Alteza —me dijo, al mismo tiempo que cogía con fuerza el arnés para mantener al viejo caballo de guerra firme conforme me despegaba de la silla y me bajaba de mi corcel—. Pensé que no volvería nunca.
Ahora, una cabeza más alto que yo, el niño de mis recuerdos, escondido tras su cara cubierta de pelo, sonrió mientras le pellizcaba la mejilla.
—¿Tanto hace que me marché que este niño ya es un hombre?
Por detrás de sus hombros aparecieron las manos y la barba rubia y desaliñada de mi hermano, que, con una sacudida, rescató al chico de mi pellizco.
—Has pasado tanto tiempo fuera que el chico se convirtió en padre el invierno anterior —dijo Eason, luciendo la armadura de cuero que le encargué antes de que se fuera en su última aventura y alzando la barbilla a la vez que se cruzaba de brazos—. ¿No es así, Silas?
Ese mozo de cuadra de pelo blanco, que cuidaba de mi caballo desde el día en que descubrió que era lo suficientemente fuerte como para empuñar un martillo zapatero, me dedicó una sonrisa de oreja a oreja.
—Y tanto —respondió Silas, y con una mano sucia a la que le faltaba la mitad del dedo índice señaló a su rodilla—. Ya está así de alto. Hace apenas unos días dio sus primeros pasos.
Cuando Eason me puso la mano para instarme a ir al castillo, me quité los guantes de montar y se los estampé en el pecho a Silas.
—Bueno, ven a buscarme en la cena para que pueda ver a ese muchacho. No puedo esperar a conocerlo a él y a la parienta.
—Tengo a tus criadas esperándote en los baños —me hizo saber Eason, cuando, al darme un beso en la frente, arrugó la nariz ante mi hedor después de media semana a caballo.
Aunque nuestro padre pretendía avergonzarme con su castigo, cada vez que estos niños guerreros regresábamos a casa, nos volvíamos un poco más legendarios. Saludé a cada uno de los rostros asombrados de la gente del pueblo, que se apartaban para que pasáramos a la vez que susurraban y se aferraban al pecho, con una inclinación de cabeza al pasar junto a ellos.
—Muchas gracias —le dije. Era un príncipe viajero, había pasado menos tiempo en nuestras tierras ancestrales que yo, había nacido con un espíritu errante—. ¿Tienes alguna idea de por qué nos han convocado de vuelta? —le pregunté después de darle un toque con el codo.
Eason me sonrió a la par el viento hondeaba su pelo, clareado por el sol. Hizo un gesto con el brazo para que pasara las puertas primero.
—Está claro que es porque el rey se muere de ganas por estar con sus hijos favoritos —cuando me reí de él, se giró rápidamente, empezó a andar delante de mí y levantó el hombro—. Además, los diplomáticos del rey oso están aquí para negociar un tratado, y Su Majestad desea mostrar la verdadera fuerza de los ejércitos occidentales para que el tratado no fracase.
Una vez en el vestíbulo, puso su mano sobre su corazón y me hizo una reverencia a medida que retrocedía hacia la sala de mapas.
—Así que, ponte tu vestido más bonito, querida hermana, porque esta noche tenemos que bailar y lamer unos cuantos culos.
La alfombra roja chirriaba bajo mis botas conforme me apresuraba a desatar la espada de mi espalda, y la agradable y almizclada esencia que me sedujo cuando entré en la ciudad se hizo más fuerte. Poco a poco, fui aminorando el paso hasta que me asomé y descubrí que el extraño también estaba mirándome atónito.
Aquel torrente de magia en mi sangre, que me había abandonado en la infancia, se reavivó robándome el aliento. Me quedé paralizada por su fuerte acento extranjero y su gélida mirada azul cuando inclinó la cabeza.
—Buenas noches, mi señora —me saludó.
Llevando mi cota de malla y ropajes de cuero desgastados y con el escudo y la espada de oficial en mi espalda, estaba bastante claro para cualquiera con dos dedos de frente que no era una de las hermosas doncellas del reino.
Echando un vistazo a mi mugriento uniforme, solté una gran carcajada a la vez que alzaba las manos.
—Buenas noches para vos también, mi señor —respondí, con una inclinación de cabeza.
—¿Es una oficial? —me preguntó, llevándose ambas manos a la espalda, y entornando los ojos cuando vio el emblema de mi pecho al acercarse.
Levanté mi dedo hacia él, apartándome para mirar hacia la matrona, que demandaba mi presencia en la puerta del baño.
—Sí, señora. Enseguida estoy con vos —le comuniqué a la matrona. Volví a mirarlo para encontrarlo estudiando mi rostro, e interpuse la mano entre nosotros para detenerlo—. Soy Moya. Alta comandante de las fuerzas del Sur de Su Majestad.
Las mujeres soldados eran algo inusual fuera de las tierras de mi padre, por lo que su boca se abrió por un instante justo antes de inclinarse para besar mi mano.
—Es un gran honor conocerla.
Desenlazando mis dedos de los suyos, incliné la cabeza para ver la fina túnica de seda azul que llevaba.
Entre mi gente, tales exhibiciones de ostentoso lujo serían motivo para colgar a alguien. Asentí, a la vez que sacudía la punta de mi dedo contra la borla dorada que colgaba de su hombro.
—Y vos debéis ser uno de los enviados del rey Volodar, ¿cierto?
—Soy el leal sirviente del Poderoso, así es —me respondió, mientras se apartaba el ondulado y pálido mechón de cabello rubio de su ojo y las comisuras de sus labios se elevaban. Puso su mano en el pecho y me miró—. Y el vuestro, por supuesto. Pero me complacería que me llamara Joey.
Volvieron a llamarme desde el otro lado del vestíbulo, así que le asentí a medida que me alejaba.
—Lo haré. Gracias. Espero que disfrute de su estancia —haciendo una L con el pulgar y el índice, lo señalé y le guiñé un ojo—, Joey.
Una bota de cuero se clavó en la alfombra carmesí que cubría el pasillo, y un pie descalzo recorrió el frío bosque en mi mente mientras el mundo a mi alrededor se estremecía. Parecía que Joey estaba impregnado en su propia magia antigua, y su voz en mi cabeza ordenaba a mis dones que pusieran fin al letargo en el que habían hibernado durante tanto tiempo.
En la niebla humeante que se cernió ante mis ojos, el rugido del animal que atormentaba mis pesadillas de la infancia hizo que me estremeciera. Siempre el mismo enorme oso blanco sentado en su trono de luz cuando abría la puerta de la cabaña. Como si estuviera caminando a mi lado a través de la ilusión, escuché los pensamientos más íntimos de Joey en el instante en que probaba nuestra conexión.
«Su reino le espera, sestra Moya.»
Sin nadie que me acicalara en las costas del sur que había protegido estos últimos quince años, no recordaba la última vez que me había puesto un vestido señorial.
Aun así, mi padre seguía opinando que cuando los diplomáticos de países extranjeros se presentaban, teníamos que igualar la ostentación de su nación, por grotesca que fuera.
Mis manos rodearon el poste de la cama de caoba para estabilizarme al mismo tiempo que las criadas ataban mi corsé.
—No puedo creer que me obliguen a usar este aparato de tortura —espeté, intentando recobrar el aliento. Un tirón final expulsó todo el aire de mis pulmones, haciéndome gritar cuando mis pechos se salieron por la parte superior de mi ropa interior—. Mis tetas no caben en esta cosa.
Sin previo aviso, el atuendo que la vieja había escogió para mí cayó sobre mi cabeza.
—No es mi culpa que esta sea la moda ahora —replicó ella, agitando ese material rígido por mi cuerpo. Me coloqué bien el vestido en las caderas mientras ella recogía los ganchos para cerrar la espalda y se inclinaba para mirarme en el espejo—. Todas las damas respetadas de los otros reinos los llevan. Así que, durante el tiempo que estén aquí, tendrá que sonreír y soportarlo.
Desde que tuve la edad suficiente para desobedecer, había estado jugando a hacer que le saliera humo por las orejas.
—¿Cuándo me he portado bien o he sido una dama, señora?
Una fuerte cachetada resonó en mi culo y me señaló con el dedo y los ojos entrecerrados.
—Ni una grosería más. Aunque sea una princesa, la pondré sobre mi rodilla y le daré con una vara en el trasero —me advirtió la vieja.
La tela iridiscente del vestido verde resaltaba el rojo en mi cabello castaño y, al mismo tiempo que ella alisaba los lados hacia atrás, yo me aplaqué un poco los pelos rebeldes que tenía en las entradas.
—No estoy nada cómoda. ¿No tiene nada más que no sea tan revelador? Se supone que soy una dignataria, y no hay nada digno en esto.
—Es demasiado robusta para los otros vestidos que hay en el estante de la costurera —envolvió con sus dedos mi bíceps, esculpido por estar toda la vida blandiendo una espada, y lo apretó. Dejó caer mi pelo por los hombros a medida que se subía a su taburete para trabajar las trenzas laterales a través de la corona que había puesto en mi cabeza—. Además, el verde le viene muy bien. Le resalta los ojos.
—Tranquila. A nadie le van a importar mis ojos esta noche —le repliqué, volviéndome a meter los pechos en el vestido y sacudiendo el escote para que se quedaran ahí. Tan pronto como enderecé mis hombros, esas bolsas de agua se volvieron a salir del vestido—. No con estas cosas rebotando sobre la mesa cada vez que me acerque a coger el vino —resoplé, sacudiéndolas hacia ella. Me puse unos tacones que me apretaban y que tenían altas posibilidades de matarme—. Deséeme suerte esta noche para morderme la lengua y no perder los estribos frente a estos norteños retrógrados.
Empezó a rociarme colonia hasta que salí corriendo de allí.
—Compórtese. Hay tierras mucho peores a las que su padre puede exiliarla. ¡Recuérdelo! —me gritó desde la puerta.
Pasé del pasillo forrado en los viejos y descoloridos tapices de mis antepasados al vestíbulo mientras intentaba sonreír y transformarme en la dama respetable que mi madre esperaba que fuera.
Me convertí en la versión correcta de mí justo cuando entré en el comedor, y le dediqué una sonrisa a Eason, que se encontraba en la chimenea y doblaba los dedos para que me uniera a él.
—¿No eres una auténtica belleza? —me chinchó, con una sonrisita. Me abrazó por el costado, al mismo tiempo que inclinaba su cabeza y me presentaba a Joey—. Déjame presentarte a...
Con un gesto, el príncipe de barba rizada lo silenció y se inclinó agarrando mis dedos.
—Sí, nos conocimos hace unas horas —admitió, antes de besar mi mano con sus gruesos y suaves labios—. Me alegra contar con su presencia de nuevo, Alta comandante.
Mis rodillas se inclinaron hacia el hombre-oso con respeto.
—Mi hermana, la princesa Moya. Protectora de la Puerta Occidental —me presentó Eason, llevándose la mano al pecho.
—Sí —empezó a decir, asintiendo, a la par que su mirada me recorría centímetro a centímetro—. Debería haber adivinado que un espíritu tan maravilloso sería de sangre real —con un suspiro, se clavó el dedo en el corazón—. Esta noche su belleza me quita el aliento, Su Alteza.
Di una patada para ver el vestido que se escondía bajo la montaña de mi escote y conseguí ver todo el oro ornamentado que bajaba por el centro y que podría haber alimentado a toda una familia durante un año.
—Si vos así lo cree... Si le soy sincera, creo que este atuendo es ridículo —le dije, hundiendo mi dedo en su hombro para apartarlo—. No puedo creer que las mujeres en su reino decidan vestirse de esta manera todos los días.
Frotándose los bigotes sucios que le cubrían la cara, Eason apartó la mano y se aclaró la garganta.
—Y, por supuesto, este es el príncipe Joseph, heredero del trono del Reino de los Osos. Hermano de Su Majestad, el Rey Volodar, el Poderoso y defensor de todo el Reino del Norte —dijo, apartándome la mano.
Era común que me avergonzara de cosas que yo misma decía.
—Lo siento —empecé a decir, sacudiendo la cabeza, intentando librarme de mi estupidez y dirigiéndole una sonrisa a Joey—, le ruego me perdone. Por favor, acepte mis disculpas por ser tan informal. No quise faltaros al respeto ni a vos, ni a vuestra gente.
Negó lentamente con la cabeza y levantó su mano.
—No tiene que disculparse. No hay necesidad de tal etiqueta entre nosotros. Por favor, siéntase libre de ser lo que nuestros dioses la hicieron.
Eason y yo soltamos una carcajada.
—Tenga cuidado con las palabras que dice, Su Alteza. Hay una razón por la que esta soldado patrulla las tierras muertas —le respondí, frunciendo los labios.
La multitud alrededor de la mesa del rey se dispersó cuando los cocineros sacaron la comida.
—Después de ustedes —dijo Eason, tendiéndonos su mano.
Sin querer nada más que desaparecer en el mar de caras que abarrotaban la habitación, puse los ojos en blanco ante mi terrible suerte cuando Joey puso su enorme mano en mi codo y me arrastró con él.
—Espero tener el honor de sentarme con vos.
No todos los días llegaba a nuestro reino un príncipe guapo de una tierra lejana. Las miradas de todas las jóvenes que me envidiaban, me atravesaron como una flecha a medida que cruzábamos la habitación, cogidos del brazo.
—Me temo que no sería buena compañía para alguien como vos —le informé, levantando la barbilla hacia la gente del pueblo—. Estoy segura de que cualquiera de estas bellas damas estaría encantada de entretenerle esta noche si así lo quisiera.
—Por favor, Moya, insisto en que me acompañe —me rogó Joey en la mesa del rey, poniendo su mano sobre mi espalda y acercándome al asiento junto al suyo—. Mi corazón está decidido a pasar esta noche con vos —soltó lo suficientemente alto como para que todos lo escucharan, con su mano sobre su pecho y sonriéndome.
Aunque Eason me dedicó una sonrisa traviesa, cuando eché un vistazo a las caras de la gente al otro lado de la mesa, la siniestra curvatura en los labios de mi padre hizo que se me erizara cada vello del cuerpo.
Cuando sus ojos se posaron en la mano de Joey sobre mí, la ventaja que esperaba brilló en ellos. Y entonces comprendí que estábamos a punto de empezar una guerra que no podíamos ganar.
Más allá de las llamas danzantes del foso metálico al fondo de las escaleras, donde a los soldados les gustaba reunirse en las noches de brisa, Joey entró desde el comedor.
Otra copa de hidromiel para embotar mis sentidos cubrió mi rostro a la vez que me agachaba para esconderme de él, todo lo que este trozo de tela que llevaba me permitiera pasar desapercibida para los hombres.
Sin embargo, un oso no es una criatura de la que uno pueda esconderse, y cuando aparté la copa de vino de mis labios, se le iluminó la cara al ver que nuestras miradas se habían cruzado.
—Maldita sea —aunque estaba molesta forcé una sonrisa apretando los labios y reajusté mis pechos de nuevo en el vestido cuando se sentó a mi lado—. ¿Se ha cansado de bailar? —le pregunté. Había estado durante toda la noche lanzándole a las mujeres más extraordinarias que pude encontrar, pero no mordió el anzuelo con ninguna. —Por muy encantadoras que sean las mujeres de su reino, Su Majestad no me envió aquí a bailar con nadie más que con vos.
—No me interesa la política de tierras extranjeras, si es eso lo que ha venido a discutir conmigo —admití, arqueando una ceja conforme me inclinaba para ofrecerle una bebida.
Todo a nuestro alrededor se volvió borroso cuando el vino empezó a hacer efecto, me choqué contra su hombro mientras él se frotaba las manos y sonreía.
—En este momento, nada me importa una mierda, de hecho, solo quiero emborracharme —solté, frotando mis brazos con las manos para quitarme la piel de gallina. Él se acercó un poco más poniendo la mano detrás mía, en la escalera.
—Sí, lo veo. Entonces, le haré compañía mientras lo hace.
—Como puede ver, estoy hasta las cejas de compañía masculina en todo momento —dije, resoplando y, después de ver que su brazo me rodeaba, señalando con mi dedo a todas las personas que nos rodeaban. Me aparté el mechón de pelo rebelde que se había escapado de la corona y agité el dorso de mi mano hacia él—. Así que ya puede volver con sus admiradoras.
Sus ojos claros se pusieron a rebuscar la luna llena en el cielo estrellado, cuando la encontró hizo un gesto hacia ella.
—Estoy donde el Destino me ordenó estar en este preciso momento, sestra Moya. Ambos lo estamos —me dijo.
Habiendo sido casi abandonada por mi familia cuando era niña, la antigua religión de la que hablaba me hizo arrugar la nariz a la vez que me frotaba el martilleo que sentía en la frente.
—Sí, bueno, a veces, esos dioses nuestros pueden ser unos gilipollas bastante crueles, ¿no cree?
Sonrió y al hacerlo sopló una ráfaga de aire procedente de su nariz sobre mi piel. Le devolví la sonrisa hasta que sus palabras me alcanzaron poco a poco.
—¿Sestra? —me preguntó.
Mi lengua se llevó la última pizca de dulzura de mis labios al recordar mi visión.
—Sí, me ha llamado así antes. ¿Qué significa?
Tan rápido como una araña, sus dedos corrieron por mi brazo hasta mi hombro.
—Hermana. En nuestro idioma, sestra Moya significa mi hermana.
—Es bastante inquietante escucharle decir eso mientras me mira las tetas —le gruñí, alejándolo de mí. Las perversiones de los hombres nunca dejaban de sorprenderme.
—Mierda —solté, cuando, desde el otro lado del patio, y sin siquiera mirar, pude notar cómo mi padre estaba ya maquinando su próximo movimiento y observándonos. Retorcí entre mis dedos la fina tela de los pantalones de Joey a la altura de la rodilla—. Escuche —le dije, saliendo de la celda que había formado con sus brazos, puse mi mano entre nosotros, para que mi padre viera que me distanciaba—. Déjeme darle un consejo, de corazón —mis ojos se abrieron de par en par cuando incliné la cabeza hacia el mirador donde nos estaban espiando—. No sé exactamente qué pretende con toda esta atención que me está brindando, pero no le llevará a ningún lado que valga la pena.
Dirigió su mirada a mi padre por un momento, al mismo tiempo que yo señalaba a los hombres que nos rodeaban.
—Pregunte a cualquiera de estos soldados, y le asegurarán que mi padre me odia —ni una pizca de preocupación cruzó su rostro, así que me incliné para acercarme más y que me entendiera—. Me desprecia. Por eso me mantiene escondida en las áridas costas donde no crecen ni las rocas y solo me permite regresar cuando desea mostrar a hombres importantes como vos lo vasto que es su ejército.
Sin embargo, solo lo envolvió una suave aura de cariño y preocupación, no había consuelo para mí en este gigante mimoso que posaba su mano sobre la mía.
—Puedo ver que tiene un alma honrada, así que no deberíamos hablar más —le dije, soltando un suspiro y, luchando por mantener mis partes femeninas en mi camisa, retorcí la espalda para levantarme el escote.
Joey se levantó de su asiento para agarrarme el brazo y sujetarme a medida que me tambaleaba, y, aunque pegué tirones para liberarme, él no me soltó.
—Déjeme en paz, por favor.
Me llevó corriendo hacia la seguridad de los altos arbustos que nos ocultaban de mi padre, Joey ofreció a todos con los que nos topamos en el camino su mejor sonrisa y una inclinación de cabeza como si fuéramos solo dos amantes escapando para tener un momento privado.
—Mis disculpas, Su Alteza, pero sabe que no puedo hacer lo que me pide.
En el otro extremo del patio circular, me liberó de su agarre y yo me alejé de él.
—El rey es un hombre despreciable, y sabe que nos tenemos aprecio. Créame cuando le digo que tiene la intención de castigarnos a los dos por ello.
—Lo sé —asintió Joey—, y no eso no me asusta —dijo, sujetándome los dedos. Puse los ojos en blanco y él ahuecó mis mejillas en sus palmas hasta que lo miré—. Y cuando me marche mañana, vendrá conmigo.
Solté una carcajada en su cara.
—No sea ridículo. No me voy a ninguna parte. No podría, aunque quisiera —le dije, alejándome de él. Nunca había puesto un pie al otro lado de la frontera de mi hogar.
Joey me abrazó de costado para ocultar nuestra conversación de los guardias de mi padre, sostuvo mi cabeza contra su mejilla a medida que pasábamos la puerta trasera.
—Está destinada a cosas más grandes que morir en un campo de batalla por un hombre que no haría lo mismo por vos.
—No puede importarme menos mi padre —le dije, alejándolo de mí tan pronto como llegamos a la siguiente hilera de vegetación. El tacón del molesto zapato que llevaba se rompió cuando estampé el pie en el suelo—. Pero ésta es mi tierra natal. Mi gente y yo moriríamos por cualquiera de ellos —envenenada por la misma mano que fue destinada a criarme, las palabras de Padre se grabaron en mi lengua. Me sentía impotente ante su traición—. Esta es la vida que vivimos como líderes. Nuestro deber. Nuestra razón de existir. ¿No es así?
Por la forma en que su boca se torcía, parecía saber mejor que nadie a lo que me refería.
Aun así, me negó con la cabeza mientras yo subía las escaleras, renqueando para escapar de él.
—Sé lo que su rey quiere de mí —como las páginas de un libro que pasan rápidamente ante mis ojos, el futuro se presentaba ante mí—, pero no hay nada que pueda hacer por él o por cualquier otra persona para cambiar lo que va a suceder. Lo siento.
A cada paso que avanzaba, me alejaba más de su toque de vainilla y almizcle, mis visiones se desvanecían, hasta que no quedaron más que las cálidas costas que anhelaba.
En cuanto atravesé el umbral de mi habitación, cerré la puerta detrás de mí. Pero ese rugido que rompió todos los muros que había levantado ya no podía ser silenciado, no importaba lo fuerte que me presionara los oídos con las palmas de mis manos.
La bata de seda blanca se adhería a mi piel en el aire helado, y los cristales de hielo centelleantes que recubrían el suelo del bosque se me clavaban en las plantas de los pies mientras me arrastraba hacia mi perdición.
A la vez que los copos de nieve caían a mi alrededor, suaves columnas de humo subían por la chimenea de la desvencijada choza con techo de paja que había en medio de la nada, y el aire me hacía unas cosquillas en la garganta para despertarme entre tosidos de nuevo.
Las contraventanas se estrellaron contra la pared mientras la severa mirada de la matrona me seguía, avanzando hacia el siguiente ventanal.
—El rey solicita su presencia urgentemente.
Restregando mis manos por la cabeza a la par que bostezaba, vi a la sirviente más joven sacar mi vestido del armario a través de mi visión borrosa.
—¿Alguna idea de en qué tipo de trampa me estoy metiendo esta vez? —les pregunté.
Abrieron las cortinas situadas más al este, y el cielo rojo sangre de la mañana se extendió por el horizonte, ondulado por el frío matutino que quemaba el suelo. Como un faro ardiente para advertirme de que, lo que me esperaba al otro lado del castillo, sería el final de todo lo bueno.
—Da igual —dije, a la par que deslizaba el trasero hasta el borde del colchón, hundiendo las manos en la suave ropa de cama. Aparté las mantas que me tapaban, y me quité las gomas de mis trenzas para dejar que se deshicieran en el instante que, detrás de mí, se apresuraban a hacer mi cama.
—Se reunió con el príncipe oso al amanecer, y la están esperando en la sala del trono —me informó la matrona, arrancándome la bata en cuanto me puse de pie.
Tiraron de la sencilla bata de algodón que usé para acostarme la noche anterior cuando llegó a mis pies, entonces la sirvienta en entrenamiento arrugó el único vestido de mi armario para que me metiera en él.
—Maldita sea. Sabía que esto pasaría —maldije, mientras sus dedos cerraban el vestido por atrás, giré mi barbilla para hablarle por el espejo que había a mi lado—. Supongo que no habrá oído nada de esa conversación privada. ¿No? —le pregunté. Pero me volvió la cara y evitó mirarme, haciéndome suspirar—. Por supuesto —me quejé. Sacudió mi pelo al tiempo que me acercaba al espejo, agarré el primer licor que encontré en mi aparador y lo abrí—. Que los Dioses se apiaden de mí.
Al sorber el amargo brebaje, entrecerré los ojos y una cortina blanca de escarcha barrió el cristal de tocador. Poco a poco, volvió a desvanecerse, y ese enorme oso blanco de mis pesadillas se acercó a mí hasta que la criada me sacó de mis premoniciones.
—Dese prisa, Moya.
Aferrándome a ese último trago de whisky hasta llegar al vestíbulo, me aplaqué el pelo, que caía por mis hombros, esperando a que el guardia se inclinara y llamara a la puerta de Padre.
Un destello de diversión se vislumbró en los arrugados ojos verdes del viejo bastardo, mientras doblaba los dedos hacia la palma de su mano y apartaba la vista de la ventana frente a la que se encontraban él y Joey.
—Gracias por acompañarnos.
—Mis disculpas, Su Majestad —le dije, inclinando las rodillas ante él y bajando la cabeza—. Organizó una velada tan encantadora anoche que me temo que he necesitado unas horas de más para recuperarme.
Padre me miró con el ceño fruncido conforme se inclinaba sobre su escritorio para garabatear su nombre sobre ese tratado sin valor que no tenía intención de honrar.
—El príncipe Joseph te ha reclamado como su compañera legítima y tiene la intención de que regreses con él al reino del oso cuando marche durante la mañana —me dijo, haciendo que casi me ahogara con mi propia saliva. Luché por recuperar el aliento tosiendo y abanicándome la cara en tanto que él apartaba su silla de la mesa—. Y tenía curiosidad por conocer tu opinión al respecto, ya que siempre te has opuesto tanto a que te casaran con alguien.
Estaba armado con suficiente arsenal para aniquilarme cien veces, la arruga de la nariz del rey Fildur me retó a desafiarle.
—Yo, por supuesto, le he asegurado que nunca me interpondría entre compañeros predestinados como vosotros. Pero le has prestado juramento al mando de Alta comandante, y estaba seguro de que no querrías renunciar a su cargo. Sin embargo, insistió en recibir esta información de tu boca —dijo Padre, con un destello de alegría en los ojos ante la idea de verme sufrir mientras inclinaba el cuello hacia un lado—. Y como mujer de este reino con tus propias opiniones y motivaciones, dejaré que esos asuntos los resuelvas con tu conciencia.
La vida de cada hombre bajo mi autoridad pendía de un hilo. No conocía para nada a Joey ni a ese rey oso. Sin embargo, había visto los rincones más oscuros del oscuro corazón de mi padre.
Solo una opción mantendría con vida a mis soldados para que lucharan contra el verdadero enemigo que se cernía sobre nosotros, o eso esperaba.
—Mi padre es sabio y conoce los deseos de mi corazón —empecé a decir. Cada segundo que pasaba con el príncipe, mis poderes parecían multiplicarse, y busqué sus dedos para sentirlo por última vez—. Con todo el respeto, debo rechazar su propuesta —le hice saber.
Él dejo salir un fuerte suspiro por su nariz y cerró sus ojos. Giré la cabeza para mirarlo.
—Mi espada es mi verdadera compañera, y no puedo pertenecer a nadie más —afirmé, y me giré para mirar por encima del hombro hacia mi padre—. Si le place al rey —empecé a decir, luego solté los dedos de Joey, ignorando la manera con la que intentaba aferrarse a mí y me llevé la mano al pecho—, me gustaría retirarme al sur con su ejército al final de la semana, como estaba planeado.
Convencido de que había roto mi corazón en un millón de pedazos, Padre sonrió y levantó los dedos hacia la puerta.
—Puedes retirarte con el más profundo agradecimiento y simpatía de tu nación, hija.
Después de adentrarme apenas unos metros en el pasillo, Joey me agarró del brazo y me alejó corriendo.
—¿Por qué ha hecho eso?
El arco de piedra que conducía al patio pasó por encima de nuestras cabezas a medida que me llevaba de vuelta a los arbustos y yo luchaba por liberarme.
—¿Qué coño le pasa? Ya le he dicho que no.
—No puedo regresar a mi hogar sin vos. Es impensable —me dijo, con dos de sus dedos dándose golpecitos en el pecho, y negando con la cabeza hacia mí.
A diferencia de mi hermano, el impulso de vagar por este mundo nunca me había invadido.
—No voy a ir al reino del oso. ¿Está loco? —le dije, devolviéndole el gesto con la mano mientras sonreía. Masajeándose el dolor en el centro de su frente, Joey se estrujó la cara con las manos conforme yo me sentaba junto a él en el banco—. ¿Acaso su rey Volodar me va a nombrar caballero? —le pregunté a Joey, que se arrodilló frente a mí y agarró el asiento a ambos lados de mis piernas para atraparme a la vez que yo soltaba una risita y volvía la cabeza hacia otro lado—. ¿Me dará mi propio escuadrón de osos? —volví a insistir. Mis ojos se movieron bruscamente al mismo tiempo que le chasqueaba los dedos—. Ya lo sé. En lugar de mi caballo, cargaré de cabeza a la batalla a lomos del mismísimo Volodar el Poderoso.
Sus manos cubrieron las mías en mi regazo, y él asintió.
—Tendrá todo el ejército de Su Majestad a su alcance, sestra Moya —prometió él. Se le saltaban las lágrimas, como si me estuviera ofreciendo todas las riquezas del mundo mientras me mostraba sus perfectos dientes—. Será la madre de...
Le puse los dedos en los labios para detenerlo en el instante que acercó mi nariz a la suya.
—De nada. Porque no voy a ninguna parte —lo aparté de un empujón y él imitó todos mis movimientos hasta que quedamos uno frente al otro—. Soy defensora del Oeste, y mi juramento para con mi pueblo no es menos firme que el de su rey al Norte —me alejé de él, recogiéndome los bajos de mi falda con las manos—. Ha sido un placer conocerle. Que su camino a casa sea breve.
Ya estaba a mis espaldas cuando llegué al borde de las escaleras, su aliento caliente me humedeció el cuello.
—Pues, el Poderoso vendrá a por vos dentro de dos meses. Y le aseguro que no habrá nadie que se interponga en su camino. Ni los mismos dioses.
El cielo rojo se volvió más carmesí a medida que avanzaba el día, proyectando una sombra sobre nosotros mientras contemplaba la batalla que se desarrollaba en mi interior. Pero la guerra que intuía en el horizonte no sería en absoluto lo que esperaba.
—Entonces, espero encontrarme con el rey Volodar en el campo de batalla.
Todavía estaba guardando mi ropa en la bolsa cuando sus nudillos golpearon el marco de la puerta, levanté la vista y vi a Eason.
—¿A dónde vas ahora? —me preguntó, metiendo medio cuerpo en la habitación y encogiéndose de hombros al mismo tiempo que volvía a asomarse al pasillo para mirar a la joven que pasaba junto a él.