Cerrado por fútbol - Eduardo Galeano - E-Book

Cerrado por fútbol E-Book

Eduardo Galeano

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Beschreibung

"Cuando el Mundial comenzó, en la puerta de mi casa colgué un cartel que decía: Cerrado por fútbol. Cuando lo descolgué, un mes después, yo había jugado sesenta y cuatro partidos, cerveza en mano, sin moverme de mi sillón preferido. Esa proeza me dejó frito, los músculos dolidos, la garganta rota; pero ya estoy sintiendo nostalgia." "Desde chico quise ser jugador de fútbol. Y fui el mejor de los mejores, pero sólo en sueños, mientras dormía. Al despertar, no bien caminaba un par de pasos y pateaba una piedrita en la vereda, ya confirmaba que el fútbol no era lo mío. Estaba visto: yo no tenía más remedio que probar algún otro oficio. Intenté varios, sin suerte, hasta que por fin empecé a escribir." Este libro reúne todos los textos que Galeano escribió sobre fútbol, la mayoría dispersos en su obra publicada, pero también varios inéditos y verdaderos hallazgos, como la crónica en la que, con sólo 23 años, llama "traidor" al Che Guevara en persona por haber adquirido en Cuba la pasión por el béisbol. Las páginas proponen un recorrido por la historial del fútbol, desde la época en que un jugador recibía una vaca por cada gol hasta el tiempo de los jugadores multimillonarios agobiados por el éxito, pasando por el relato de los diez futbolistas que se pintaron la cara de negro en solidaridad de su compañero discriminado por la hinchada; también hablan de Maradona, "el hombre que no podía vivir sin la fama que no lo dejaba vivir", y de Zidane, que en su último partido embistió a un rival y se retiró expulsado de un mundial mediocre. Eduardo Galeano creía que el fútbol expresaba "emociones colectivas" esas que generan "fiesta compartida o compartido naufragio, y existen sin dar explicaciones ni pedir disculpas". De esas pasiones habla Cerrado por fútbol.

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Índice

Nota del editor

Historia de un mendigo

por Ezequiel Fernández Moores

Cerrado por fútbol

Por qué escribo, El parto, Maradona, El gol del siglo, La magia imperdonable, Leo, Cóndores, Mano de obra, El lector, El sombrerero, Y otro, Los cuentos cuentan/1, Los derechos civiles en el fútbol, Exorcismo, Yo confieso, Maracaná, Una ceremonia de exorcismo, Mi querido enemigo, Obdulio, El atleta ejemplar, Coronación, Agradezco el milagro, El Más Allá, El encapuchado, El arquero, Verano del 42, Días y noches de amor y de guerra/1, Días y noches de amor y de guerra/2, Días y noches de amor y de guerra/3, La garra charrúa, La primera jueza, Atletos y atletas, Campeonas, La guerra contra las guerras, Revolución en el fútbol, Sírvame otra Copa, por favor, El ídolo descalzo, La pelota como instrumento, Papá va al estadio, Los cuentos cuentan/2, Los cuentos cuentan/3, Show business, El juego de pelota, Fundación del samba, Rendición de París, Última voluntad, Insolencia, Pelé/1, Pelé/2, Garrincha, Pelé y los suburbios de Pelé, Fotos: El escorpión, Fotos: Puños alzados al cielo, Alí, Otro caso de amnesia, Peligro en las calles, Solo de él, Todos somos tú, La consagración del goleador, El baúl de los perdedores, Día de los desaparecidos, ¡Milagro!, El partido más triste de la historia, Se prohíbe el juego de los indios de Chile, El fútbol, Polvo de arroz, Esopo, Che/1, Che/2, La última cabriola del aviador Barrientos, Dos turbulentos partidos, La llamada “guerra del fútbol”, Ocho, Nombres, Precios, Patas arriba, La cancha global, En fútbol, como en política, el miedo no paga, Se venden piernas, De fútbol somos, El Mundial del 98, El Mundial 2002, La guerra o la fiesta, El Mundial 2006, El Mundial de Zidane, El Mundial 2010, El Mundial 2014

El fútbol, la única religión sin ateos

El fútbol es el espejo del mundo, El fútbol y los intelectuales de izquierda, Por Manolo y por el placer de jugar, El fútbol, entre la pasión y el negocio

Créditos de los textos

bibliotecaeduardo galeano

EDUARDO GALEANO

CERRADO POR FÚTBOL

siglo xxi editores, méxicoCERRO DEL AGUA 248, ROMERO DE TERREROS, 04310 MÉXICO, DFwww.sigloxxieditores.com.mx

siglo xxi editores, argentinaGUATEMALA 4824, C1425BUP, BUENOS AIRES, ARGENTINAwww.sigloxxieditores.com.ar

anthroposLEPANT 241, 243 08013 BARCELONA, ESPAÑAwww.anthropos-editorial.com

Galeano, Eduardo

Cerrado por fútbol / Eduardo Galeano.- 1a ed.- Ciudad de México: Siglo XXI Editores, 2017. 232 p.; 14 x 21 cm.- (Biblioteca Eduardo Galeano)

E-ISBN 978-607-03-0887-1

1. Fútbol. 2. Entrevistas. 3. Relatos Personales. I. Título. CDD A863

© Fideicomiso Eduardo Galeano

© 2017, Siglo Veintiuno Editores Argentina S.A.

Diseño de colección: Tholön Kunst

Adaptación de portada: Eugenia Lardiés

Ilustración de portada: Rep

E-ISBN 978-607-03-0887-1

Nota del editor

Trabajar en un nuevo libro de Eduardo Galeano sin él presente es una tarea compleja y hasta extraña, ya que era un apasionado de la artesanía de la edición y pensaba cada detalle de sus obras, desde el título hasta el texto de contratapa, pasando por el diseño de interiores, con viñetas y recuadros elegidos página a página.

Por ello se hace doblemente necesario explicitar los criterios editoriales que se adoptaron. Primero, por qué este libro. Es público y notorio que el fútbol era una de las grandes pasiones de Galeano y eso lo llevó a escribir, desde muy joven y hasta su muerte, sobre el tema. En 1995, luego de años de lectura sistemática, acumulación de historias e investigación, publicó ese volumen maravilloso que es El fútbol a sol y sombra. Pero antes y después produjo una cantidad enorme de textos que hablaban del fútbol y que en buena medida fueron publicados en sus distintos libros o que, dispersos en viejos diarios y revistas, son prácticamente inhallables. Como paso inicial, releímos su obra atentos a ese material y descubrimos un corpus sólido, por momentos conmovedor y siempre entretenido, que refleja bien la mirada y la relación que Galeano tenía con el fútbol. El hecho de que esos textos estuvieran intercalados en sus libros u olvidados en publicaciones periódicas impedía que sus lectores “futboleros” pudieran acceder a ellos, de modo que el primer motor de este volumen fue llegar a ellos con escritos, en buena medida, “desconocidos”.

A la hora de tomar decisiones editoriales optamos, siempre que fue posible, por respetar el estilo de trabajo de Galeano, eludiendo recursos que le eran ajenos (como las notas al pie o las frases solemnes) y recuperando expresiones y modismos muy suyos. Así, el título del volumen (Cerrado por fútbol), el de las secciones internas o el de algún texto sin titular en su versión original reproducen palabras del propio Galeano, que muchos lectores reconocerán. El título del libro, por ejemplo, refiere a una situación entrañable: al comienzo de cada Mundial y durante todo el mes, él colgaba en la puerta de su casa un cartelito con esa advertencia, hecho a mano y recubierto con plástico transparente para protegerlo de la lluvia. Como siempre le gustó incorporar viñetas, en vez de encargar nuevos diseños replicamos algunos de los originales que él había seleccionado para El fútbol a sol y sombra.

Sobre el contenido, incluimos todos los textos que se ocupan del tema publicados en sus libros; también sumamos las adendas que escribía después de cada Mundial y que se integraban a las nuevas ediciones de El fútbol a sol y sombra, ya que consideramos que sólo los lectores que compraron este libro después de 2015 pudieron acceder a ellas. Guiados por la convicción que Galeano tenía de que el “fútbol es el espejo del mundo y de la realidad”, nos permitimos la licencia de incorporar algunas historias donde éste aparece más como metáfora que como protagonista; lo mismo vale para varias historias que hablan del deporte en general o de alguna disciplina específica.

Sobre la organización del volumen, optamos por disponer dos partes: la primera comprende el grueso de las historias sobre personajes y acontecimientos del fútbol, públicos o íntimos; la segunda, más breve, incluye textos en primera persona (una entrevista, algunos discursos en ocasión de recibir reconocimientos) en los cuales Galeano expone su visión del deporte que más amó, en lo que constituye de algún modo una sistematización de su mirada, tan crítica como apasionada.

Sobre el equipo: a la hora de emprender cualquier tipo de proyecto, Galeano siempre se rodeaba de amigos y gente de mucha confianza. Y en este aspecto también quisimos honrar su memoria. Helena Villagra, su compañera durante cuarenta años, fue la primera que siguió y apoyó este proyecto. Asistió a las distintas etapas y su intervención fue indispensable y decisiva al momento de pensar la estructura interna, la mejor forma de resolver las dudas que se nos presentaban y la ubicación de cada uno de los textos, ya que los libros de Galeano siempre tienen una lógica interna no necesariamente evidente para el lector.

Ezequiel Fernández Moores, un amigo con quien Eduardo compartió su mirada sobre el fútbol y sobre la política del fútbol, pero también proyectos y entusiasmos, fue fundamental a la hora de hacer una primera lectura del material en bruto; sus comentarios resultaron valiosísimos, pero más lo fue el hallazgo de un discurso de Galeano que tenía guardado en un cajón. Él se lo había mandado hacía más de veinte años para que lo leyera y le diera su opinión y, afortunadamente, Ezequiel tuvo el buen tino de guardarlo ya que, de otro modo, se hubiera perdido para siempre. Estuvo en sus manos, además, escribir la presentación con que abre el volumen, en la que traza un perfil genial del Galeano futbolero, convocando sus propios recuerdos y también testimonios especiales de amigos de Eduardo, como Chico Buarque, Joan Manuel Serrat, Jorge Valdano o Ángel Ruocco.

Daniel Weinberg, viejo amigo de Galeano, gran lector y hombre con alma de editor, colaboró en distintas instancias y nos reveló la existencia de la entrevista imperdible que le hizo la revista El Gráfico, cuyos responsables tuvieron la enorme amabilidad de autorizarnos para que la incluyéramos aquí. Un joven mexicano de apellido Cortázar, Román Cortázar, ha dedicado muchos años de su vida a investigar la obra de Galeano y ha realizado un trabajo de archivo fenomenal. Gracias a él, el lector encontrará algunos artículos publicados en Brecha, de otra manera inaccesibles. Página/12, desde su creación, fue el diario de Eduardo, y el lugar donde publicó algunas crónicas que, escritas al calor de los mundiales, integran también este volumen. Miguel Rep, desde su tira diaria en la contratapa, es parte indisoluble del mismo universo. Le propusimos ilustrar la tapa y aceptó sin dudar un minuto. A los pocos días ya teníamos listo el hermoso dibujo de cubierta. Tengo la fortuna de trabajar desde hace diez años con una brillante colega, Ana Galdeano. Juntos nos sumergimos en este complejo proyecto y sin ella nada hubiera sido lo mismo.

Por último, un agradecimiento especial al doctor Eduardo de Freitas, que es la persona encargada de administrar todo lo relativo a la obra de Galeano. Apenas vimos que teníamos un libro entre manos, le escribimos para contarle y pedirle su opinión. De inmediato nos respondió que la idea le parecía magnífica y que avanzáramos con el trabajo. Va un agradecimiento especial para él por la confianza que deposita en nosotros.

CARLOS E. DÍAZ

Historia de un mendigo

por Ezequiel Fernández Moores

Dicen que Nelson Rodrigues, cronista inolvidable de México 70, seguía contando como nadie, aun casi ciego, las jugadas más bellas del fútbol de Brasil. Describía un bosque formidable y no le importaba si, a veces, equivocaba el lugar de un árbol, si una rama había cruzado o no la línea de gol o si el colibrí se adelantaba al picaflor. Odiaba a “los idiotas de la objetividad”. “El peor ciego —decía Rodrigues— es el que sólo ve la pelota”. Alguien le mostraba que la televisión contradecía su imaginación. “El video —le respondía Nelson— es cosa de burros”. Eduardo Galeano fue Nelson Rodrigues esa tarde de 2013 cuando trabajábamos sobre la historia de los mundiales de la FIFA para la Televisión Pública argentina. Era el turno de su mundial favorito, la mítica Copa de 1950, el Maracanazo que Galeano, con nueve años de edad, siguió a través del relato radial de Carlos Solé. Y del que luego escribió algunas de sus mejores historias futboleras.

Repetía Eduardo aquella tarde, con esas palabras eternamente bellas, la historia de Moacir Barbosa, el arquero maldito de Brasil. Maldito porque descuidó su palo en el gol fatal de Alcides Ghiggia y dejó mudas a más de doscientas mil almas en un Maracaná que había celebrado antes de tiempo. Barbosa era la historia del condenado de por vida. Acusado eterno porque “ese hombre —como le dijo una madre a su hijo cuando cruzó al arquero por la calle— hizo llorar a doscientos millones de brasileños”. Un título de diario al día siguiente de su fallecimiento, el 7 de abril de 2000, fue uno de los mejores que leí siempre: “La segunda muerte de Barbosa”. Galeano me decía que el cuento se lo había hecho el propio Barbosa: que él mismo había partido con un hacha los postes también malditos del Maracaná, que era empleado del estadio y se los dieron cuando llegaron los nuevos arcos de hierro. Y que los quemó para hacer un asado con sus vecinos del barrio Ramos, en Leopoldina, zona norte de Río de Janeiro. Sin embargo —escribió Galeano en El fútbol a sol y sombra—, “el exorcismo no salvó a Barbosa de la maldición”.

Esa tarde de 2013, como bien me hubiese dicho Nelson Rodrigues, yo me convertí en un “idiota de la objetividad”. Le conté a Eduardo que un historiador brasileño me había enviado fotos y más documentación para decirme que al menos algunos postes del Maracaná no habían sido quemados como dijo Barbosa, sino que estaban en el museo de la Casa de Cultura de Muzambinho, un municipio de Minas Gerais. Que habían llegado al pueblo en camiones a fines de los sesenta, que amenazaron pudrirse en una canchita rural y entonces los preservaron en el museo. Barbosa contó una historia distinta, no sólo a Galeano sino también a sus biógrafos, Roberto Muylaert y Bruno de Freitas. Pudo haber sido que Barbosa, me dicen en Brasil, lo contara así para que no lo molestaran más, para decirnos que, para él, el Maracanazo ya era cenizas. Puede que Eduardo tuviera razón. Aceptar la historia del asado, por más que fuera una astilla del Maracaná, era mantenerse fiel a su admirado Obdulio Varela, el “Negro Jefe”, el histórico capitán que tras la victoria del 50 dejó a los dirigentes hipócritas de su país y se fue a beber con el dolorido pueblo brasileño. Siempre más cerca de los Barbosa. Los dos. Obdulio y Eduardo.

Que el Mundial de 1950 era el favorito de Galeano me lo confirma Chico Buarque de Hollanda. “Querido Ezequiel, estuve pensando en Galeano y en nuestras charlas futboleras, pero sólo me viene a la memoria una cuestión que poco tiene de agradable: el Maracanazo de 1950. Para mi disgusto, nuestro Eduardo insistía en recordar la proeza de Obdulio Varela y compañía”. Chico suele responder escueto y poético. Una vez le pregunté si eran ciertas algunas leyendas que contaba Ruy Castro en su formidable biografía de Mané Garrincha (Estrela Solitária. Um brasileiro chamado Garrincha), sobre tardes de alcohol y saudade que, según el escritor, el artista compartió en Roma con el propio Mané a fines de los sesenta. “No leí lo que escribió Ruy Castro, pero debe ser cierto”, me respondió Chico. El músico era amigo de Eduardo desde los tiempos de la revista Crisis, cuando Galeano le publicó un poema que le habían prohibido en Brasil (“Aparta de mí ese cáliz”). Muchos años después, Galeano llegaba a Río para presentar uno de sus libros. “El célebre escritor uruguayo, gran hincha de Fluminense”, lo presentaba el diario. El dato (falso) había sido picardía de Chico, gran hincha él de Fluminense, y consciente de que su amigo Galeano era justamente de Flamengo, la contra.

Retomo con Obdulio porque es el primer nombre que me cita también Joan Manuel Serrat. La foto del Negro Jefe en una pared —dice Serrat— es uno de los recuerdos de la última visita que le hizo a Eduardo en su casa de Malvín, en la calle Dalmiro Costa, un mes y medio antes de la muerte. Eduardo, me dice Serrat, “amaba el fútbol como a sí mismo, como amaba la vida”. Serrat, que compartió con Galeano treinta años de amistad y amor por el Barcelona, sabía que, durante los mundiales, Eduardo vivía “días sagrados” de encierro y que, si quería comentarle algo del partido, sólo podía llamarlo en el entretiempo, como hacía el gran fotógrafo brasileño Sebastião Salgado. Yo mismo osé escribirle apenas horas antes del inicio del Mundial de Sudáfrica 2010. “Te respondo escribiendo con los muñones, porque me he comido las uñas, los dedos y las manos”. Galeano cerraba por mundial. “En horario balompédico no atendía”. Vivía cada partido “a salvo de la involuntaria desviación de los hechos, la atrofia de la realidad y el eclipse total de la razón”. “Más que mirar los partidos, los vigilaba”. Lo escribió Serrat en un texto que me reenvía y que publicó tras la muerte de su amigo. A Serrat le gustaba el amor de Galeano por el buen fútbol más allá de los colores. Porque Eduardo, recuerda Serrat, siempre se ponía del lado del débil, del “ídolo caído” y del “arquero diez veces vencido”. Y más le gustaba aún cuando Galeano, en medio de tanto partido malo, se declaraba “mendigo del buen fútbol” y pedía “una linda jugadita por amor de Dios”.

Galeano, como recuerda Helena Villagra, su mujer, podía enajenarse con un grito de gol hasta matar de un infarto a la cotorra Margarita (lo que en España llaman “periquita”), que odiaba su jaula y solía andar suelta por la biblioteca. Esto sucedió en pleno exilio catalán en Calella, desde donde siguió el Mundial 78 cuando Sudamérica era una bota militar.

Y podía escribir también El fútbol a sol y sombra. “Nunca en menos espacio se han contado historias tan sabrosas”, como definió el libro Santiago Segurola, formidable periodista español. El fútbol a sol y sombra marcó a muchos más, desde Jorge Valdano hasta el inglés David Goldblatt. “Con Galeano —me dice Valdano desde Madrid— nos hemos querido mucho a la distancia porque tuvimos pocos encuentros. Estábamos como imantados, pero con pocas oportunidades de vernos. Nos llamábamos, nos mandábamos mensajes a través de amigos”. Galeano admiró al Valdano escritor, pero antes al Valdano jugador y al Valdano DT. “Jugando como hoy, hay permiso para perder”, dijo una vez a sus jugadores el Valdano DT. A Galeano le encantó. Por eso lo llamó cuando empezó a escribir El fútbol a sol y sombra. “Me pidió precisiones sobre algunos episodios del fútbol español que encontré en archivos. Nos escribíamos vía fax. Recuerdo el gol de [Ferenc] Puskas. Al parecer, Puskas tiró un tiro libre y lo clavó en el ángulo. El árbitro lo hizo repetir y Puskas lo volvió a clavar en el mismo ángulo”. Valdano me dice que con Galeano le pasó “lo mismo que con Osvaldo Soriano. Cuando se fueron, me entró, como dice Sabina, nostalgia por lo que nunca jamás sucedió”.

Goldblatt es, a mi gusto, el mejor sociólogo que tiene hoy la pelota. Recorrió el mundo para contar orígenes e historias del fútbol en cada país para una especie de Guía Pirelli del balón que publicó en Inglaterra. Escribió libros sobre la codicia de los millonarios que se adueñaron del fútbol británico y publicó un “Manifiesto de fútbol para todos”. Es un texto que les recuerda a los magnates yanquis, oligarcas rusos, jeques árabes y nuevos chinos, a esa “pequeña élite que secuestra los beneficios de la globalización”, que los clubes ingleses que ellos compraron tienen una deuda de lealtad con una comunidad que los antecede. Porque el fútbol, dice Goldblatt, “es un lugar raro y precioso, parte de nuestra cultura común, una herencia fabulosa de más de cien años de juego, un repositorio de identidades poderosas y solidaridades, un complejo juego de rituales colectivos y conversaciones públicas en un mundo profundamente individualista, atomizado y dividido, un lugar en el que nos mezclamos socialmente, que trata de nosotros, no de yo”. Lo cito porque ese manifiesto le encantó también a Galeano.

Más le gustó a Goldblatt cuando le pedí que me recordara por qué El fútbol a sol y sombra fue el libro que lo convenció a él de escribir sobre la pelota. “Reconozco la gran escritura apenas la leo porque me deja pasmado”, dice David. Siente que él sí recogió “el guante” que Galeano “arroja con elegancia” sobre “el vacío asombroso” de la historia oficial que “ignora al fútbol”, incluso en países en los que “ha sido y sigue siendo un signo primordial de identidad colectiva”. Como a Serrat, a Goldblatt también le gustó aquello de “mendigo del buen fútbol”. “Comprendí que yo también lo soy, pero sobre todo de sentido y de mito, de historias y de maravillas, no sólo las que ocurren en la cancha, sino entre la multitud que estuvo allí para presenciarlas, las historias de los que acompañan el juego. La escritura de Galeano —dice Goldblatt— tiene todo esto y nosotros, su multitud de lectores, lo aclamamos a los gritos durante un largo rato, con tanto amor y admiración como a un jugador que marca un gol”.

Galeano fue a la cancha desde bebé. De muy pibe, y a la fuerza, aprendió a hacer pis en la tribuna. De niño advirtió también que podía emocionarse no sólo con su amado Nacional. Que también lo emocionaba alguna jugada magistral de Juan Alberto Schiaffino o Federico Abadie, cracks de Peñarol, rival clásico. Entre 1973 y 1976, viviendo en la Argentina, fue varias veces al Viejo Gasómetro a ver al San Lorenzo de su amigo Osvaldo Soriano. Sufrió vértigo en la Bombonera. Fue a la cancha hasta en los Estados Unidos, en pleno Mundial de 1994, el del doping de Maradona (“jugó, venció, meó, perdió”). Y se emocionó con el Athletic de Bilbao de Marcelo Bielsa y sus hinchas, pese a la derrota que presenció en el Vicente Calderón contra su amado Barsa de Pep Guardiola, en la final de la Copa del Rey 2012. “Perdieron, pero ganaron un hincha”, confesó con la bufanda del equipo vasco. La experiencia más insólita fue cuando regresó al Uruguay otra vez democrático de 1985 y volvió al Centenario con su viejo amigo Ángel Ruocco. Solían ir juntos, más hijos y nietos, para ver a la Celeste. O a la tribuna Olímpica para ver a Nacional. “En el afán por disfrutar un lindo partido —me cuenta Ruocco—, un día fuimos a una final del torneo local entre Defensor Sporting y Peñarol. Nos equivocamos al sacar las entradas y nos metimos, sin querer, en la tribuna América, ocupada exclusivamente por hinchas de Peñarol. Cuando nos dimos cuenta ya era tarde para cambiarnos y nos dispusimos a capear un probable temporal”.

El inicio fue calmo. En la tribuna, me dice Ruocco, o no había lectores de Galeano o nadie que supiera que Eduardo era hincha de Nacional. O no había barras y había sólo gente piadosa. “El problema es que cuando había un gol o una buena jugada de Peñarol, quedarse quietos y sin abrir la boca era una invitación al desastre. Acordamos entonces con Eduardo que, en esos casos, íbamos a levantarnos como los demás. Lo hicimos varias veces y él con un circunspecto y brevísimo simulacro de aplauso, intentando camuflarnos como hinchas de Peñarol”. Gol y victoria de Defensor. Galeano y Ruocco, me dice Ángel, permanecieron “bien sentaditos y mudos”. Cerraron la jornada a las risas en un boliche cercano. Se habían conocido como militantes del Partido Socialista Uruguayo, en las publicaciones que circulaban a fines de los cincuenta. Se hicieron amigos cuando en 1962 Eduardo fue primero editorialista y luego director del diario Época (“el más joven en ese cargo en la historia del periodismo uruguayo”) y Ángel, jefe de Deportes. Allí comenzaron a ir juntos al Centenario. Clausurado Época, compartieron redacción en Marcha, donde a las discusiones futboleras se sumaba el director Carlos Quijano, “maestro inolvidable para quienes trabajaron con él, como Eduardo —me dice Ruocco— subrayaba a menudo”.

El exilio los cruzó luego en España, Cuba, Alemania o Italia. Política, buena comida y periodismo. Y fútbol, claro. Diego Maradona era uno de sus temas favoritos cada vez que pisaba Italia. En medio de ravioles que exigía bien calientes, Eduardo hablaba “del Dios sucio”, es decir, “el más humano de los dioses”. Asumía las contradicciones y caídas de Maradona. Lo admiraba porque valoraba el sur de Italia y porque adhería a Fidel y al Che y disparaba contra Bush y Havelange. Le agradecía también a Diego por haber demostrado que “la fantasía puede ser eficaz”. “Gracias por entenderme”, le devolvió Maradona cuando murió. Eduardo seguía hablando de Diego mientras comía porchetta, una pulpa de cerdo bien adobada sobre un pan casero, plato al paso usual en Roma, donde visitaba también a Gianni Minà, otro buen defensor de Maradona en Italia. Fue con él al Olímpico a ver un Roma-Inter, semifinal de Copa Italia. Sabía de memoria la formación del Inter de Helenio Herrera. En el Mundial de 1982, celebró la final que Italia le ganó a Alemania cenando en una trattoria llena de tanos en Cataluña, vivando todos juntos la alegría de Sandro Pertini, que entonces era presidente de Italia y había sido un referente emblemático de la resistencia al régimen fascista.

Eduardo amaba también el buen tinto y la cerveza, tal vez en honor al apellido paterno Hughes, que Galeano, recuerda Ruocco, trasformaba en “Jius” cuando firmaba sus dibujos. En un hipotético ranking de preferencias, por supuesto, lideraba Uruguay. Eduardo agradeció al Maestro Óscar Tabárez por conducir a una selección que frenó “un período vergonzoso, el de la divinización y la demagogia de la violencia, esa idea de que al fútbol uruguayo había que salvarlo a las patadas”. De que la garra charrúa, en lugar de “dignidad”, podía ser “deslealtad”.

Después de la Celeste, me cuenta Ruocco, Eduardo ubicaba a la Albiceleste, la selección argentina. También estaban el Brasil de México 70 (“soy mulato ideológico”) y el Barcelona y Messi. “¿No viste esos hijos de puta cómo eliminaron al Barcelona?”, recibió una tarde Galeano a Ángel Cappa en la librería El Ateneo de Buenos Aires, en abril de 2010. Estaba indignado con el catenaccio del Inter de José Mourinho, que así había pasado a la final de la Champions. “A Eduardo —me dice Cappa— le gustaba y disfrutaba mucho del buen fútbol y se indignaba cuando un equipo ganaba jugando a no jugar”. Galeano recibió feliz el premio Manuel Vázquez Montalbán que le dio el Barcelona en 2010 y que dedicó al presidente del club que fue fusilado por el franquismo. Pero la de Galeano, ya lo dijimos, era una pasión “sin talibanismos”, aunque sí con desesperación por el buen juego. “La verdad —le confesó una vez a Ruocco tras una derrota amarga de la Celeste— es que ver jugar tan horrorosamente mal a Uruguay incita al suicidio, a tirarme desde el Palacio Salvio, pero el problema es que si nos suicidamos todos somos tan pocos que el país quedaría vacío”.

El fútbol, me dice Ruocco, acompañó a Eduardo hasta poco antes de la muerte. “Cuando el final ya era inevitable, el fútbol fue uno de los escapes ante una realidad cuyo desenlace él conocía perfectamente y asumía con coraje. Dos o tres veces por semana allí estuvimos en su casa para ver partidos por televisión y comentarlos. En esas horas el fútbol fue para él un bálsamo. Fugaz, pero bálsamo al fin”. Gonzalo Fernández, eminente penalista uruguayo, lo visitó semanas antes de la muerte. Le habló de su parentesco con un exjugador de Nacional. Bastó la mención para que Eduardo le recitara la biografía completa del jugador y todos los clubes en los que había estado. El fútbol, bien sabía Eduardo, podía ser “veneno” en manos de los Havelange. Pero “remedio” en los pies de Maradona o de Messi. Un veranito de 2011 en Piriápolis, en medio de canciones de Zitarrosa y discusiones de política y de la vida, Messi aparecía siempre en la boca de Eduardo. “Nunca vi algo así”, me decía. Por eso se rió como un pibe cuando meses después el preparador físico Fernando Signorini, en plena cena que compartimos una noche en Palermo, en Il Gran Caruso, le llevó una camiseta de la selección argentina dedicada por Messi: “Para Eduardo con afecto”. No la soltó en toda la noche.