Chantaje o seducción - Lindsay Armstrong - E-Book
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Chantaje o seducción E-Book

LINDSAY ARMSTRONG

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Beschreibung

Aurora siempre le había confiado sus más íntimos secretos a sus diarios, y ahora, por un terrible error, estaban en posesión de Luke Kirwan. Y solo se los devolvería con la condición de que accediese a tener una cita con él. Pero una cita condujo a la otra, y Aurora se dio cuenta de que no quería que terminase aquel delicioso chantaje. Sin embargo, Luke había dejado bien claro que el matrimonio no era lo suyo. A lo mejor tenía que darle un poco de su misma medicina, y si él quería estar con ella, tendría que ser con una condición...

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Seitenzahl: 195

Veröffentlichungsjahr: 2016

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Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

© 2001 Lindsay Armstrong

© 2016 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Chantaje o seducción, n.º 1290 - agosto 2016

Título original: A Question of Marriage

Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.

Publicada en español en 2002

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

I.S.B.N.: 978-84-687-8721-3

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

Portadilla

Créditos

Índice

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

POR amor de Dios, Luke! –exclamó Jack Barnard en voz baja mientras veía marcharse, derecha como un palo, a la mujer más combativa que había visto en toda su vida–. ¿Por qué demonios sigue trabajando para ti esa… esa arpía? ¡Acercarse a ti es más difícil que intentar hablar con la reina de Inglaterra!

Luke Kirwan sonreía al tiempo que miraba los mensajes que le acababa de entregar su secretaria.

–¿Te refieres a la señorita Hillier? –preguntó haciéndose el despistado–. Créeme, Jack, se le da muy bien… mantener a mis alumnas a raya.

El gesto de enfado desapareció del rostro de Jack Barnard, que soltó una sonora carcajada.

–¿No me digas que siguen molestándote? Creo que para mí eso no supondría ningún problema: grupos de dulces muchachitas deseando meterse en tu cama. Claro que –se quedó pensando un instante–, teniendo a la maravillosa Leonie Murdoch en tu vida, no creo que tú lo necesites. ¿Es eso lo que te pasa? –preguntó señalando la casa y el jardín que los rodeaba.

Luke Kirwan se acarició el mentón pensativo echando un vistazo a la casa a la que se había mudado hacía poco tiempo. Era un edificio de dos plantas, situado en lo alto de la colina de Manly Hill, a las afueras de la ciudad de Brisbane. Desde la terraza en la que estaba sentado tomando una cerveza junto a su viejo amigo Jack Barnard, que también era su abogado, tenían una maravillosa panorámica de la bahía de Moreton.

–Puede ser –dijo considerando la respuesta–. O puede que no. Cuando compré esta casa, lo hice como una inversión, fue luego cuando se me ocurrió que a lo mejor no era mala idea vivir aquí.

Jack Barnard observó a su amigo. Era difícil encontrar a alguien con menos aspecto de profesor de Física que él; de hecho, había sido uno de los más jóvenes cuando consiguió la cátedra universitaria. Se alejaba tanto como uno podía imaginar de la típica imagen del profesor despistado. Era alto, fuerte y de pelo oscuro, también tenía unos ojos grandes y oscuros que lo hacían parecer arrogante sin serlo realmente… aunque, sin duda alguna, a veces podía serlo.

A todo eso había que unir una inagotable energía y una avispada inteligencia, el conjunto hacían de él un auténtico imán para las mujeres. Barnard reflexionó algo contrariado sobre el hecho de que él sí parecía un profesor: era miope y tremendamente despistado.

Notó que en los ojos de su amigo había una ligera expresión de descontento. Cualquiera habría pensado que, a esas alturas, Luke y Leonie ya habrían formalizado su situación; llevaban juntos unos cuantos años y lo cierto era que hacían una pareja estupenda. De hecho, cuando Jack oyó hablar a Luke sobre aquella casa dio por hecho que estaba a punto de suceder, sin embargo ya no estaba tan seguro de ello.

–¿Te importa que te diga que pasas muy poco tiempo en casa? –preguntó Jack antes de añadir con delicadeza–: ¿Ha pasado algo entre Leonie y tú?

Luke Kirwan se quedó con la mirada perdida en el paisaje de la bahía y después miró a su amigo con un gesto burlón.

–Jack, lo que tenga que ser será.

–Es decir, que me ocupe de mis propios asuntos, ¿no?

–En una palabra, sí.

Una semana más tarde, Aurora Templeton se esforzaba por dejar de temblar. Sí, era cierto que estaba entrando a la fuerza en una casa ajena, pero era solo para recuperar algo que le pertenecía. Por tanto no estaba robando. No le había quedado más remedio que entrar allí, ya que no había podido encontrar el modo de recuperar lo que era suyo.

Había pasado toda la semana considerando todas las circunstancias, ya no era momento para echarse atrás. Pero el hecho era que aquello resultaba mucho más duro para sus nervios de lo que ella había previsto. A pesar de que no hacía tanto tiempo que había vivido en aquella preciosa casa, le resultaba imposible no sentirse intimidada por la posibilidad de que la descubrieran en una situación que podía hacer pensar a cualquiera que estaba robando.

Además, era una noche muy oscura y tormentosa, como de película de miedo. Todos esos motivos la forzaban a querer acabar con ello cuanto antes. Se acercó a la puerta y abrió sin hacer ruido con la llave que todavía conservaba. Tenía la total seguridad de que no había nadie en la casa. El nuevo propietario estaba de viaje y sabía que no había instalado ninguna alarma, entre otras cosas porque en aquella casa no era necesario; tenía puertas sólidas y las ventanas estaban protegidas por unas fuertes rejas de estilo español. Sin una llave, aquella casa era casi inexpugnable.

En completo silencio, atravesó la cocina y llegó al recibidor sin necesidad de encender la linterna que llevaba en la mano, solo tuvo que acostumbrar los ojos a la oscuridad y enseguida le vinieron a la memoria los años de adolescencia. La puerta de la cocina era en aquel entonces su forma preferida de entrar en casa cuando llegaba después de su hora.

De todas maneras, encendió la linterna por si el nuevo dueño había colocado algún mueble en el medio, pero vio que el camino que llevaba hasta la escalera seguía estando despejado. Fue entonces cuando un leve ruido la dejó helada. Se quedó allí, inmóvil durante unos segundos, el corazón estaba a punto de salírsele del pecho.

Nunca llegaría a entender el motivo por el cual no gritó al notar que algo peludo le rozaba las piernas. Aquel enorme gato se sentó a su lado sin dejar de ronronear.

Respiró aliviada y se agachó a acariciarlo antes de volver a iluminar el camino para dirigirse hacia la escalera por la que comenzó a subir. Iba escalón por escalón hasta que llegó al quinto, que se saltó siguiendo la costumbre, porque aquel peldaño siempre había crujido. Estaba tan concentrada en los escalones, que no prestó atención a lo que la esperaba en lo alto de la escalera y, al encontrarse de repente rodeada por unos fuertes brazos, lanzó un grito de auténtico terror.

–¡Deje de gritar señorita! –dijo una voz masculina con total tranquilidad. Pero no pudo continuar hablando porque ella se revolvió entre sus brazos, saltó al pasamanos de la escalera, por el cual se deslizó hasta llegar al piso de abajo, y salió corriendo por la puerta de la cocina, que volvió a cerrar con la llave que había dejado puesta. No dejó de correr hasta que hubo saltado la valla del jardín.

Había tomado la precaución de aparcar el coche a dos manzanas, en el camino hacia allí, el cielo encapotado comenzó a descargar una densa lluvia.

–¡Gracias, gracias! –exclamó mirando al cielo–. Una buena tormenta en el momento justo para borrar mis huellas.

–Y, como ya decían los titulares de los periódicos locales: se calcula que la tormenta que golpeó anoche con fuerza la zona sur de Brisbane ha ocasionado unas pérdidas de casi un millón de dólares en diferentes hogares… Aurora Templeton para las Noticias de la Bahía.

Aurora se quitó los auriculares y vio que el director de su programa le hacía una señal de aprobación, así que se puso en pie y salió tranquilamente del estudio. Las noticias de la mañana y, con ello, su turno de trabajo habían terminado; lo cual agradecía enormemente. No era únicamente que estuviera agotada, además, lo que había hecho la noche anterior la hacía temer una posible venganza, que estaba comenzando a obsesionarla. No dejaba de mirar a su alrededor y esperaba que en cualquier momento una mano cayera sobre su hombro. La aterrorizaba imaginarse a sí misma dando la noticia de un informe policial relacionado con su propia fechoría. Afortunadamente, eso no había ocurrido hasta el momento, pero podía pasar al día siguiente.

«¿Por qué nunca puedo pararme a pensar las cosas? Es algo que no llego a comprender», se recriminó a sí misma de camino a casa.

Su nueva casa del barrio Manly de Brisbane era bonita y muy acogedora, o lo sería cuando consiguiera ordenar todas las cajas que seguía habiendo por medio. Manly era un zona residencial al este de Brisbane, al sur del río y orientada hacía la bahía, lo que le proporcionaba una agradable brisa marina y unas vistas maravillosas.

Cuando llegó a Brisbane después de seis meses en el extranjero, no tenía la menor idea de que, en su ausencia, su padre había decidido vender el hogar familiar y comprarse un yate para navegar por el mundo él solo.

Su madre había muerto cuando ella tenía seis años, así que la habían criado su padre, cuando no estaba trabajando en alta mar y ella no estaba en el internado, y la señora Bunnings, una dulce ama de llaves a la que ella llamaba Bunny. Pero también había pasado mucho tiempo viajando por el mundo con su padre. A sus veinticinco años, tenía una licenciatura en arte, hablaba a la perfección varios idiomas y era una mujer cosmopolita capaz de cuidar de sí misma sin problema alguno, y que acababa de empezar su carrera como locutora de radio.

Toda esa educación no había conseguido despojarla de una cierta tendencia a comportarse de forma temeraria. Eso era exactamente lo que estaba reprochándose mientras se preparaba un café al llegar de trabajar a la mañana siguiente de colarse en casa del profesor Luke Kirwan.

Bueno, no todo era culpa suya. Ella no era la responsable de que su padre hubiera decidido de repente vender la casa sin avisarla siquiera, ni de que se hubiera marchado solo unos días después de que ella llegara, sin darle tiempo a acordarse de sus diarios.

Se llevó el café al salón y allí se acurrucó en el sillón, inmersa en pensamientos del pasado.

Siempre había sido una escritora compulsiva, una cronista empedernida. No era algo que se le notara nada más mirarla a la cara pero, teniendo en cuenta que había perdido a su madre siendo aún muy joven y que pasaba largos periodos separada de su padre, se entendía la necesidad que aquella hija única había sentido de tener un salvavidas, que era en lo que se habían convertido todos esos diarios; unos compañeros inseparables que jamás la abandonaban.

Cuando, a los doce años, descubrió un hueco en la chimenea de su dormitorio, que nunca se encendía, se dio cuenta de que aquel era el escondite perfecto. Allí había guardado siempre sus diarios y, cuando se marchó al extranjero, lo hizo convencida de que dejaba a salvo todos sus sueños y pensamientos más secretos. No se había vuelto a acordar de ellos hasta que llamó a Bunny para decirle que ya estaba de vuelta y para comentar el lío que había ocasionado la inesperada decisión de Ambrose Templeton.

Bunny se había alegrado al saber que había regresado y al poder contarle que iba a seguir trabajando para el nuevo propietario de la casa, limpiando tres días a la semana. Fue entonces cuando a Aurora le había venido a la cabeza la imagen de aquel ladrillo suelto de la chimenea y se había quedado boquiabierta, sin saber qué hacer…

No había tardado demasiado en darse cuenta de que, si llamaba al nuevo inquilino y le hablaba de escondites secretos y diarios, sería muy tentador para él, como para cualquiera, el resistir la curiosidad de leerlos… Solo pensar en esa posibilidad le daba escalofríos.

Por tanto lo que hizo fue llamar para intentar concertar una cita con Luke Kirwan, del que ya había averiguado que era profesor de Física en la universidad. Pondría cualquier excusa para poder reunirse con él en su casa y, una vez allí, se lo explicaría todo y le pediría que la dejase subir a su habitación para recuperar los diarios ella misma.

El problema surgió cuando Aurora descubrió que el profesor Kirwan nunca contestaba personalmente a sus llamadas cuando estaba en casa. La encargada de tal menester era una secretaria tremendamente eficiente que trabajaba muchísimas horas al día, el resto del tiempo había un contestador automático.

Aquella secretaria, que, según le había contado Bunny, era una especie de dragón que siempre estaba vigilándola, no tenía el menor interés en concertarle una cita con Luke Kirwan; decía que estaba demasiado ocupado, y que lo único que podía hacer era contarle a ella su caso.

Después de dudarlo durante algún tiempo, Aurora le explicó que era la hija del antiguo dueño, que había estado fuera cuando su padre había vendido la casa y que le gustaría pasarse por allí para comprobar que no se había dejado nada.

–Le puedo asegurar que no –respondió la señorita Dragón Hillier con extrema frialdad–. Yo misma inspeccioné la casa de arriba abajo y puede estar segura de que aquí no hay nada suyo. Buenos días –dijo y acto seguido colgó el teléfono.

Aurora había hecho lo mismo respirando con furia. Enseguida se obligó a calmarse y a trazar un plan alternativo. ¡Claro! Sencillamente iría allí fuera de las horas de oficina y encontraría al profesor sin la presencia del dragón protector. Pero, después de cinco intentos, llegó a la conclusión de que el señor Kirwan era demasiado escurridizo; fue entonces cuando le empezó a rondar la cabeza otra idea.

–¿Qué aspecto tiene? –le había preguntado a Bunny por teléfono. En un primer momento se le ocurrió la posibilidad de pedirle a Bunny que recuperara ella sus diarios, pero la descartó inmediatamente porque no quería que se arriesgara a perder su empleo, especialmente con la señorita Hillier siempre a sus espaldas. Sin embargo, unas cuantas preguntas no podían hacerle ningún daño.

–No lo sé, nunca lo he visto, solo he tratado con el dragón, fue ella la que me contrató por recomendación de tu padre –le contestó Bunny–. Cuando yo llego a trabajar, él ya se ha ido y, por lo que yo sé, no aparece por casa en todo el día. Solo llevo trabajando para él un par de semanas, pero tengo la sensación de que es un desastre. El dragón es tremendamente exigente y estoy segura de que es porque él le ha dicho que lo sea.

–¿Ha hecho algún cambio en la casa? –preguntó Aurora dubitativa–. ¿Tiene mujer o…?

–No, es soltero. La verdad es que no comprendo para qué quiere una casa tan grande, ni siquiera tiene perro, solo hay un gato. En cuanto a los cambios, no ha hecho ninguno, pero he oído a la señorita Hillier hablar de que quiere cerrar las chimeneas de los dormitorios, esas que tu padre decía que no merecía la pena encender con un clima como el de Brisbane.

Aurora estuvo a punto de caerse redonda.

–Ya –respondió intentando ocultar su sorpresa.

–¿Estás bien, cariño? –le preguntó Bunny, pero continuó hablando sin esperar a que ella respondiera–. La verdad es que debo admitir que la casa está preciosa, la ha decorado con muchas antigüedades que enseguida se llenan de polvo. Lo normal sería que al menos tuviera un perro para guardar todo aquello, especialmente con todo el tiempo que pasa la casa vacía. Por ejemplo, he oído que el fin de semana próximo se va a Perth, sale el viernes y no vuelve hasta el lunes por la mañana, y ni siquiera han cambiado las cerraduras, como suele hacer cualquier nuevo inquilino. En realidad, es bastante difícil entrar en esta vieja casa.

–Sí –asintió Aurora pensando en otra cosa. Dejó que Bunny siguiera explicándole cosas un par de minutos más antes de terminar la conversación. Después estuvo desempaquetando algunas de las cajas que la antigua ama de llaves había preparado con toda su ropa y otras pertenencias; entre ellas encontró una llave de la puerta trasera de la casa, que guardaba escondida en un pequeño compartimento de una de sus maletas…

Volvió al presente con un suspiro. Quizás no habría llegado a hacerlo si la siguiente vez que llamó, la señorita Hillier no le hubiera dicho en tono cortante que el señor Kirwan estaba más ocupado que nunca y que por favor dejara de molestarlos. Además, algo en el tono de aquella mujer tan desagradable le dio la sensación a Aurora de que le estaba insinuando que debería estar avergonzada por su comportamiento; y fue esa insinuación la que hizo que sus ánimos se calentaran aún más y se decidiera a actuar por sí misma.

Se preguntaba qué debía hacer. ¿Habrían asociado el profesor y su secretaria sus visitas con la intromisión en la casa? ¿Debía ir allí y confesarlo todo?

Justo en el momento en el que Aurora se estaba planteando aquella posibilidad sonó el teléfono. Era Bunny con muchas noticias que darle. Por mucho que le costara creerlo, habían robado en casa del profesor. Lo que había ocurrido era que el señor Kirwan había regresado de Perth antes de lo previsto debido a un virus que lo había dejado muy débil e incapaz de continuar con su viaje; así que, al llegar a casa, se había ido directamente a la cama y no se había despertado hasta eso de medianoche, cuando se levantó a beber agua. Algo atontado por la fiebre, había salido al pasillo y, antes de dar con el interruptor de la luz, había notado una débil luz que venía del piso de abajo; totalmente sorprendido vio cómo la persona que llevaba esa luz se dirigía hacia él. Como no se sentía con fuerzas para plantarle cara al ladrón, lo único que hizo fue quedarse allí paralizado hasta que aquella misteriosa figura se había echado literalmente entre sus brazos y, en un forcejeo, lo había tirado al suelo.

–¡No me digas! –comentó Aurora sin demasiado entusiasmo–. ¿Está… está bien? ¿Le han robado algo? –se obligó a añadir.

–No, no le han robado nada, pero seguro que fue porque sorprendió al ladrón. Sigue en la cama pero por el virus que ha pillado. Además –continuó Bunny con una risilla–, resulta que al llegar a casa se encontraba tan mal, que se dejó la puerta entreabierta y eso, según la policía, era como una invitación para cualquier ladrón.

–¡Qué… extraño!

–¡Ya se sabe lo que dicen de los profesores despistados! –bromeó Bunny.

–Y… ¿qué va a hacer la policía?

–Bueno, cariño, parece ser que ha habido unos cuantos robos en la zona, ya sospechaban de una banda y todo parece indicar que han sido ellos. Lo malo es que no parecían muy optimistas ante la probabilidad de detenerlos. La tormenta rompió tres ventanas y dejó el jardín hecho un desastre, lo que hace muy difícil encontrar alguna prueba.

Aurora respiró aliviada mientras Bunny seguía contándole con alegría que le habían dado el día libre. Cuando por fin colgó, pensó en la suerte que había tenido de haber podido escapar; y prometió no volver a hacer semejante tontería en toda su vida. Pero seguía estando el problema de los diarios…

Tardó una semana en decidir que lo único que podía hacer era ir a ver al profesor y contárselo todo, y resignarse a que o él o la señorita Hillier los leyeran antes de devolvérselos, o bien resignarse a perderlos para siempre tras un muro de ladrillos. Eso si el albañil que iba a hacer la obra no los encontraba.

De repente apareció algo como caído del cielo. Neil Baker, el director de su programa, le preguntó si quería ir con él a la fiesta de inauguración de una casa. Había conocido a Neil en el extranjero y juntos se habían reído de las coincidencias de la vida cuando coincidieron en la radio, pero nunca había habido nada romántico entre ellos.

–No te habrás quedado sin novia, ¿no? –le preguntó Aurora bromeando. Neil sonrió y tuvo que confesar que era eso exactamente lo que ocurría, y le habían dicho que llevara acompañante a la fiesta, en la cual iba a estar también su ex novia.

–De acuerdo, me hago a la idea –se rio Aurora–. ¿Dónde y cuándo?

–En la nueva casa de Luke Kirwan, sé que es en la colina. ¿Lo conoces?

Aurora tuvo que ponerse a toser para ocultar la sorpresa inicial.

–No, supongo que tú sí, ¿verdad?

–Sí, fui con él a la universidad. ¿Quieres venir? Es el viernes por la noche, yo me encargo del regalo.

–Yo… de acuerdo.

Lo importante era no parecer una ladrona, pensó Aurora mientras echaba un vistazo a su armario tratando de decidir qué se iba a poner.

Claro que sería mejor si se pusiera enferma de pronto y pudiera poner una excusa para no ir a la fiesta, pero…

Sacudió la melena larga y rubia y se llevó la mano a los labios. ¿Quién se creían que eran ese profesor y su fiera secretaria? Ellos no habían sido amables en absoluto y, si creían que podían asustarla tan fácilmente, estaban muy equivocados. Iba a ir a aquella fiesta y, si se le presentaba la más mínima oportunidad, recuperaría sus diarios.

Eligió un conjunto que se había comprado en España, era una falda larga de vuelo, con flores rosas sobre un fondo oscuro y una blusa blanca. Se puso una gardenia rosa de mentira en el pelo y observó el resultado en el espejo.

Su rostro era casi de muchacho, pero la melena y los maravillosos ojos verdes, que resaltaban aún más con el maquillaje, le daban un aspecto femenino y sensual. Medía apenas un metro sesenta, tenía un cuerpo delicado y con muy buena figura.

Sonrió al ver la imagen que le devolvía el espejo, al tiempo que se remangaba la falda y alzaba los brazos, como si estuviera bailando flamenco. Le encantaba aquel conjunto y siempre había creído que le quedaba muy bien, era una especie de celebración de su femineidad.

Bajó los brazos de pronto y pensó que quizás no era esa la idea que le convenía que Kirwan tuviera de ella. A lo mejor debía vestirse de un modo más recatado. Pero justo en ese momento se oyó el timbre de la puerta, ya no tenía tiempo para cambiar de opinión.

–¡Guau! –Neil Baker la miró impresionado–. Estás despampanante, Aurora.

–Gracias –dijo ella entrando en el coche y colocando el bolso en el suelo. Ocupaba un poco más de lo normal porque había metido una bolsa, un trozo de cuerda, así como un pintalabios, un cepillo y un pañuelo–. Cuéntame algo más sobre tu amigo.

–Es un tipo muy inteligente, y muy buena persona. Corría el rumor de que una chica llamada Leonie y él estaban a punto de casarse. A lo mejor resulta que van a anunciar el compromiso por sorpresa en la fiesta. La verdad es que, si no es así, no entiendo para qué necesita una casa tan grande. Su familia tiene mucho dinero… ¡Ya estamos aquí!