CIAU - Carlos Hernán - E-Book

CIAU E-Book

Carlos Hernán

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Beschreibung

En el mundo hay dos cosas que no se pueden ocultar: el amor y el dinero. Es difícil imaginar la vida sin la libertad de expresar tus emociones y afectos. Enamorarte y pasarte ocultando en cada momento en una ciudad donde literalmente nadie imaginaría que esto sucede es algo que pocas veces creerían que pasa en el mundo de hoy. Para Ian todo marchaba normal hasta que un día descubre algo inesperado que le cambia la vida por completo. A raíz de aquel evento, se desarrollan situaciones que si bien lo llevan a vivir momentos inesperados, también descubre que no todo es lo que parece y que guardar secretos es mejor para sobrevivir en un mundo donde las etiquetas y clases sociales están a flor de piel.

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© Derechos de edición reservados.

Letrame Editorial.

www.Letrame.com

[email protected]

© Carlos Hernán

Diseño de edición: Letrame Editorial.

Maquetación: Juan Muñoz

Diseño de portada: Rubén García

Supervisión de corrección: Ana Castañeda

ISBN: 978-84-1114-816-0

Ninguna parte de esta publicación, incluido el diseño de cubierta, puede ser reproducida, almacenada o transmitida de manera alguna ni por ningún medio, ya sea electrónico, químico, mecánico, óptico, de grabación, en Internet o de fotocopia, sin permiso previo del editor o del autor.

Letrame Editorial no tiene por qué estar de acuerdo con las opiniones del autor o con el texto de la publicación, recordando siempre que la obra que tiene en sus manos puede ser una novela de ficción o un ensayo en el que el autor haga valoraciones personales y subjetivas.

«Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com; 91 702 19 70 / 93 272 04 47)».

.

…haberme enamorado de ti.

Un día maravilloso

Todo inicia en Cancún: playas hermosas, arena blanca y un rico calorcito. El sol, ni hablar. Era una mañana como cualquier otra, parecía ser un excelente día de trabajo, uno de esos en el que, al parecer, todo te saldrá a la perfección. «¡Era el día perfecto!», pensaba Ian al tiempo que esbozaba una excelente sonrisa. No podía creerlo, ya que últimamente había estado ocupado capacitando al nuevo personal que recursos humanos había contratado, pues aquel fin de semana tenía que seleccionar a los mejores y asignarles la ciudad que le correspondía a cada uno. No era tarea fácil, así que, en base a su experiencia se dirigió a la sala de capacitación inmediatamente. Al entrar, todos lo estaban esperando, por lo que se vio en la necesidad de ofrecer una disculpa al haber llegado unos minutos tarde. Luego los felicitó porque la prueba de campo había sido un éxito. Terminar aquello fue más rápido de lo que esperaba y, sin más, se dirigió a su oficina porque tenía actividades pendientes de realizar.

Caminando a su oficina, Ian pensaba que su jornada no podría estar mejor, era mediodía y pronto sería la hora de la comida. Ian sabía que Gris, una amiga y compañera de trabajo, al igual que él, había estado muy ocupada las últimas semanas; pues ella era la responsable de que él estuviera tan ocupado. Ian no podía esperar más, tenía que invitarla a comer y contarle lo bien que le había ido hasta ese momento. Caminó y caminó a su oficina, sabía que algo bueno estaba por suceder. Sentía una gran emoción, algo que nunca antes le había pasado. Pues no era para menos, todo iba viento en popa; o sea, de maravilla.

— ¡Buenas tardes! —saludó Ian a todos con una voz suave y una sonrisa.

Pues se quedó sorprendido al entrar y ver el número de candidatos que esperaban a ser atendidos, más aún porque era sábado. Pero había algo más, algo que hacía especial aquel momento. No era Ian y no eran las personas que aguardaban en la recepción. Era… una vocecita que le decía a Ian al oído.

—¡Voltea! ¡Voltea!

«Y ¿por qué no? ¿Acaso tiene algo de malo mirar a los lados?», pensó Ian y, dicho esto, volteó. Y, sí, allí estaba aquella persona con una linda y hermosa sonrisa, se veía tan bien que Ian no tenía palabras para describirla en aquel momento. Era la persona más bella que jamás había visto: su cuerpo, su cara, sus ojos, su cabello y esos labios rojos que pedían a gritos un beso. Todo parecía perfecto, no podría estar mejor. Este sin duda, sí era uno de sus mejores días. Luego se dirigió a la oficina de su amiga Gris llevándose de la recepción una gran sorpresa.

—¡No!, ¡no lo puedo creer! —dijo Ian emocionado al entrar a la oficina de Gris.

—¿Qué pasa? —preguntó Gris asombrada—. ¿Está todo bien?

—Sí —respondió Ian.

—Entonces, ¿qué es lo que no puedes creer? —volvió a preguntar Gris, sospechando que algo estaba a punto de contarle.

—¿A qué no sabes lo que acabo de ver allá afuera?

—No, ni idea.

—Acabo de ver a la persona más hermosa que jamás hayas visto, está ¡mmm! Imagínate.

—Te gustó —afirmó Gris sin dudarlo un segundo—. ¡Vamos! Dime, ¿quién es?

Gris, desde luego, quería saber qué era lo que tenía a Ian así o, mejor aún, quién.

—¡No! Ya lo sabrás cuando le hagas la entrevista —dijo Ian—. Pero… quién sabe si se quede, aunque, a decir verdad, se ve que es una persona muy preparada. Bueno, cambiando de tema, vine a invitarte a comer.

—¿Y eso? —cuestionó Gris.

—Pues… ya ves que hace tiempo que no comemos juntos y quiero invitarte. Es más, creo que ya es tiempo de ponernos al día de todo lo que pasa a nuestro alrededor. ¿Qué te parece? ¿Aceptas?

—¡Sí! —aceptó Gris sonriendo.

—De acuerdo, nos vemos a las dos —dijo Ian confirmando la cita, salió de la oficina con una sonrisa y no pudo evitar voltear la mirada hacia atrás. Sonrió nuevamente y les deseó suerte a todos.

Camino a su oficina, Ian no podía evitar pensar en lo que había pasado. La imagen de aquella belleza tan inigualable se había quedado grabada en su cabeza. Era lo mejor que había visto, estaba tal como siempre lo había imaginado.

«¿Será cierto o es un sueño?», se preguntó.

Ian no podía creer que había tenido frente a sus ojos a la persona que podría ser su…

«¡No! ¿Cómo crees? Ni pensarlo. Jamás se fijaría en alguien como yo», dijo Ian. «Pero ¿por qué?; si soy una persona guapa, sexy y atractiva. ¡Qué más puedo pedir!», luego se apresuró a su oficina.

Al llegar, Ian envió los correos que tenía pendientes, revisó su bandeja de entrada, pero no encontró ninguna novedad. Todo estaba bien. Era su mejor día, así que aprovechó el tiempo para organizar sus actividades para la siguiente semana, pues tenía que capacitar a un nuevo equipo de trabajo.

«¿Estará ahí?», se preguntó Ian una y otra vez.

De pronto… sonó el teléfono. Era Gris, que le preguntaba si ya estaba listo para que se fueran a comer.

—Sí, nos vemos en cinco minutos —respondió Ian.

Al llegar al restaurant, Gris miró fijamente a Ian y le dijo susurrándole al oído.

—A ti te gustó alguien, y creo saber quién es.

—¡Ah, sí! igual es genial tener un restaurant cerca de la oficina, ¿no crees? —exclamó Ian ignorando las palabras de Gris.

—Sí, claro —contestó Gris sonriendo, y con la mirada le invitó a que no le cambiara el tema de conversación—. ¡Te gustó!, ¡creo que te puedo ayudar!

—Y… ¿cómo? —cuestionó Ian.

—Eso es un secreto y lo sabrás a su tiempo. Pero déjame decirte que hasta yo pondría la cara de estúpida que tienes ahora. No es para menos, realmente tiene todo lo que alguien puede pedir —afirmó Gris.

Ambos sonrieron y disfrutaron de sus deliciosos platillos, que acompañaron con chistes y bromas.

—¡Se nos terminó el tiempo! —exclamó Gris, y regresaron a la oficina.

Aquella tarde, Ian y Gris se la pasaron de maravilla. La comida estuvo muy deliciosa, el ambiente y la jornada laboral de lo mejor. Todos eran felices. Aquel día se respiró dicha y felicidad, todo parecía un cuento de hadas. Realmente para Ian fue uno de sus mejores días. Sin mencionar aquella mirada tierna que provocó en él una sensación y un sentimiento que no podía explicarse.

—Hoy, sin duda… ¡fue un gran día! —exclamó Ian cuando entró a su apartamento.

Luego de recostarse y reposar un rato, Ian se fue de fiesta con unos compañeros de la oficina. Estaba tan emocionado que se divirtió a lo máximo. Los antros estaban totalmente llenos, tanto así que no había espacio ni para un alfiler. El ambiente, ni que decir. Toda la noche fue fantástica, se divirtió como nunca lo había hecho. Pero tanta diversión no le impidió que pensara en aquellos ojos hermosos que había visto sorpresivamente la mañana de aquel día. Ojos hermosos que le robaron un suspiro inexplicablemente.

El resultado de la velada no se hizo esperar y el domingo por la mañana Ian se sintió muy cansado. Hacía tiempo que no salía y se divertía de igual manera, por lo que decidió no levantarse de la cama y quedarse dormido gran parte del día. Aquel fin de semana fue extremadamente maravilloso para él.

El cumpleaños olvidado

Al día siguiente…

—¡Hola! ¡Buenos días! —saludó Ian a todos con una sonrisa cuando se dirigía a su oficina.

La sonrisa no podía faltar, era indispensable para su trabajo. Ian caminaba tan feliz y sonriente a su oficina, cuando, de pronto…

—¡Felicidades! —exclamaron sus compañeros a coro cuando este entró a su oficina.

—Oh, ¡no! ¡Qué estúpido soy! —dijo Ian, al encontrar a sus colegas reunidos, ver un pastel sobre su escritorio y recordar que era su cumpleaños—. ¿Cómo pude olvidarlo?

Ian estaba tan emocionado aquel fin de semana que pasó por alto que era su cumpleaños. Este agradeció a todos mientras cantaban las mañanitas. Entre abrazos y felicitaciones dieron las diez de la mañana y un grupo aguardaba para ser capacitado, así que, limpiaron todo y el festejado se dirigió a la sala de capacitación lo más rápido que pudo.

—¡Buenos días! —saludó Ian sonriendo.

—¡Buenos días! —saludaron todos, con gran entusiasmo.

—Primero, quiero felicitarlos por formar parte de nuestro equipo de trabajo. Deben saber que nuestra compañía tiene oficinas en todo el país, por lo que algunos tendrán que viajar a otras ciudades. La técnica es la siguiente —Ian les explicó y luego continuó—: Una vez aclaradas todas las dudas, debo recalcar que el último día de capacitación será un día de campo, por lo que tienen que estar preparados. Para ser honesto con ustedes, no tienen de qué preocuparse, ya que esa es mi especialidad —aseguró, luego se presentó—. Mucho gusto, soy el Lic. Ian Aguirrel, capacitador y organizador de personal a nivel nacional de esta empresa; pero no se dejen sorprender por las apariencias —afirmó, al mirar las caras de sorpresa de los presentes—, pues realmente están en lo cierto, tengo menos edad que la mayoría de los que hoy se encuentran reunidos en esta sala. Pero… olvídense de todo lo anterior, no quiero que me vean como el Lic. Ian Aguirrel, sino como el entrenador o la persona que les ayudará a ser los mejores en esta empresa y, así, obtener el crecimiento laboral que, sin duda alguna, están buscando. ¿Estamos de acuerdo? —cuestionó Ian.

—¡Sí! —respondieron los presentes.

Aquel día fue el inicio de una nueva aventura con ese equipo de trabajo. Por la tarde, unos compañeros y él se organizaron para festejar su cumpleaños en un antro de la zona hotelera. Todos acordaron reunirse a las nueve de la noche en la glorieta llamada El ceviche. Gris quedó en ir por Ian a su apartamento para que se fueran juntos. Este la esperó, se vistió y juntos salieron rumbo a la diversión. En el trayecto, Gris volteó la mirada hacia Ian y le dijo.

—¿Viste lo que te mandé hoy para capacitar?

—A decir verdad, al menos que estuviera ciego, no me habría dado cuenta —respondió este atendiendo la insinuación de que alguien del grupo podría gustarle.

—Pues te diré que tienes el camino libre para hacer lo que quieras. No tiene compromiso y es muy alegre. Es más, harían bonita pareja, se verían muy bien juntos —afirmó Gris mientras ponía cara de enamorada.

—Sí, claro. Si tú lo dices… —expresó Ian con una sonrisa sarcástica y dieron por terminada su conversación.

Aquella noche la pasaron súper, fue el mejor cumpleaños que había celebrado Ian con sus cuates. Bailaron, cantaron, se divirtieron como nunca lo habían hecho. En fin, hicieron de todo. No podían quejarse, sin duda alguna, aquella noche, fue una gran noche.

A la mañana siguiente, Ian no quería ni levantarse, pero ni hablar, había un grupo que tenía que ser capacitado. Era su responsabilidad y nadie mejor que él podía hacerlo.

Los días pasaban, pronto sería el fin de semana e Ian tendría que hacer el último día la prueba de campo. Aquella semana se la estaba pasando supergenial con su nuevo equipo de trabajo. Eran muy inteligentes, creativos y dinámicos. Sin duda alguna, cualquiera de ellos tenía la capacidad para desempeñar cualquier actividad que se les asignara. Desde luego, cada uno estaba contratado para diferentes áreas. Igual te estarás preguntando… ¿Diferentes áreas? Y ¿todos juntos?

—Sí, es correcto. No hay nada más importante para una empresa que su factor humano. Este debe ser el más preparado y mejor capacitado para sus áreas, tomando en cuenta que deben contar con el valor del humanismo para poder entablar buenas relaciones de negocio con los clientes y colegas —explica Ian.

—¡Hola! —saludó Gris al entrar a la oficina de Ian—. ¿Cómo has estado?

—Bien, gracias —respondió Ian—. ¿Qué, no se nota?

—Sí, claro —repuso Gris, luego le pidió que le contara cómo le iba con su nueva conquista.

—¿Conquista? —expresó Ian con asombro.

—¿A poco no te gusta? —le dijo Gris.

—Sí, claro que me gusta. ¿A quién no? —afirmó Ian.

—Entonces… ¿Qué esperas? —cuestionó Gris—. No me digas que tienes miedo a que te diga que no.

—No, no es eso. Lo que pasa es que…

—Es que nada —dijo Gris—. De hecho, quería contarte algo que me susurró un pajarito. Sé de muy buena fuente que es una persona soltera y que no tiene compromiso. También es muy cariñosa, tierna y guapa, muy guapa.

—Eso sí —afirmó Ian.

—Y por las miradas que te tira —agregó Gris—, no creo que le seas indiferente.

—¡Miradas! —exclamó Ian levantándose de su silla y riendo a carcajadas.

—Sí, claro. Los he visto en la sala de capacitación —añadió Gris en voz baja.

Después de unos minutos de conversación, a Ian le entró la curiosidad de saber por qué Gris conocía y sabía tanto de la persona en cuestión.

«¿Le gustará? —se preguntó—. No, no creo. Si no, no me diría que le gusto. Entonces… ¿qué pasa? Ya sé, se lo preguntaré», pensó Ian para luego preguntarle a Gris.

—Oye, Gris, ya que andamos con declaraciones y muy metiditos en eso del amor, dime algo.

—Sí, lo que quieras —respondió ella.

—Dime… ¿cómo conoces y por qué sabes tanto de esta persona?

—Eh… cómo te explico —dijo Gris titubeando.

—No te pongas nerviosa —aclaró Ian para calmar a Gris—. Solo quiero saber. ¡Vamos! Dime.

Debido a la insistencia de Ian por saber, Gris contestó.

—¿Te acuerdas del secreto que te dije en el restaurant?

Ian recordó y luego respondió.

—Sí, si me acuerdo. Y ¿qué tiene que ver? ¡No me digas que lo conoces! —exclamó, este emocionado.

—No, bueno… sí, pero no directamente.

—Explícate —exigió Ian a Gris.

Gris le pidió a Ian que se sentara para poderle explicar. Él se sentó y Gris empezó el relato.

—Mauro es amigo de un amigo, lo conozco desde hace dos años aproximadamente o quizás un poco más. No recuerdo con exactitud. Es un chavo bien joven y muy saludable, llega al gimnasio, es muy romántico, detallista y cariñoso. No es como otros a los que solo les gusta andar de aquí para allá con uno y otro. Él es todo un caballero. En el tiempo que lo conozco solo lo he visto con una pareja y para mi suerte fue el día que terminaron.

—¿Qué más sabes? —cuestionó Ian.

Gris continuó.

—Sé que sus papás viajan mucho por razones de negocios y casi no se la pasan en Cancún. Él es el hijo mayor de dos, su hermana estudia en la universidad y es una lindísima persona. Eso sí, sus papás son todo lo contrario —aclaró Gris a Ian.

Aquella tarde, al llegar Ian a su apartamento, este se dio un buen baño y se acostó en la sala. Luego se puso a pensar que, si Gris lo conocía, tal vez ella podría organizar una salida con él y poder conocerlo un poco más.

—¡Sí, eso es! —exclamó Ian acostado en su sofá.

Ian sabía que Gris no se negaría, pero tenía que esperar un poco más para que todo saliera bien.