Cinco noches de febrero - Eduard Márquez - E-Book

Cinco noches de febrero E-Book

Eduard Márquez

0,0

Beschreibung

Lars Belden, el protagonista de esta historia, es incapaz de asimilar la noticia de la muerte de Sela, una antigua amante suya. Por eso decide entrar en su piso e intentar reconstruir la vida de la mujer, para así descubrir la verdad tras su fallecimiento. En el transcurso de cinco noches, el protagonista conocerá una Sela totalmente desconocida, obsesionada en conservar cualquier testigo en forma de vídeos, cartas, diarios o fotografías. En esta novela, el autor nos habla del peso de la culpa y de los límites de la obsesión amorosa con una prosa austera y contundente, pero a la vez precisa y delicada. Márquez adentra al lector en un mundo de sombras y sentimientos inquietante y claustrofóbico.

Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:

Android
iOS
von Legimi
zertifizierten E-Readern
Kindle™-E-Readern
(für ausgewählte Pakete)

Seitenzahl: 110

Veröffentlichungsjahr: 2023

Das E-Book (TTS) können Sie hören im Abo „Legimi Premium” in Legimi-Apps auf:

Android
iOS
Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



Eduard Márquez

Cinco noches de febrero

Traducción de Ramón Minguillón

Saga

Cinco noches de febrero

 

Original title: Cinc nits de febrer

 

Original language: Catalan

 

Copyright ©2002, 2024 Eduard Márquez and SAGA Egmont

 

All rights reserved

 

ISBN: 9788728026991

 

1st ebook edition

Format: EPUB 3.0

 

No part of this publication may be reproduced, stored in a retrieval system, or transmitted, in any form or by any means without the prior written permission of the publisher, nor, be otherwise circulated in any form of binding or cover other than in which it is published and without a similar condition being imposed on the subsequent purchaser.

 

www.sagaegmont.com

Saga is a subsidiary of Egmont. Egmont is Denmark’s largest media company and fully owned by the Egmont Foundation, which donates almost 13,4 million euros annually to children in difficult circumstances.

A Maru

«Lo que da verdadero sentido al encuentro es la búsqueda.»

José Saramago

«No hay memoria suficiente para recuperar el pasado y hacer que sea preciso, exacto.»

Richard Ford

I

«No tendría que haber venido.» El pensamiento inmoviliza a Lars Belden con la espalda pegada a la puerta.

La lluvia golpea furiosa la claraboya del patio de luces. Resuena. Desfigura la frágil convicción del silencio.

Lars Belden deja que los ojos se acostumbren a la penumbra. Recuerda perfectamente la disposición de las habitaciones y de los muebles, pero teme tropezar con algún objeto nuevo o cambiado de sitio.

El recibidor es el mismo. El perchero repleto. La mesa hecha con el pie de una máquina de coser Singer. La fotografía aérea, en blanco y negro, de la Île de la Cité.

Lars Belden espera. Atento a los sonidos —el rumor de una radio, de una cisterna, de una puerta al cerrarse— para mitigar el peso del temor. Piensa que no habría sabido qué decir si alguien le hubiera sorprendido con la llave en la cerradura. «De todas las posibilidades, no he caído en la más probable.» Se lo dice con pesar y respira hondo para deshacer un nudo de plomo en la garganta, pero no le sirve de nada. Lo intenta desde que ha decidido entrar en casa de Sela Huber. Ahora se arrepiente. Teme no poder controlar la situación.

Frío. Sombras.

El agua desciende. Gotea. Se desliza sin prisa.

La sensación de haberse dejado arrastrar por una especie de sentimentalismo enfermizo le incomoda. Después de tanto tiempo, el dolor por la muerte de Sela Huber tendría que haberse limitado a una punzada de desconcierto, tal vez capaz de trastornarle durante unas horas, quizá días, pero no de hacerle llegar hasta aquí.

Ha leído la esquela una y otra vez para dar con la forma de desmentirla. «Puede que no sea la misma Sela Huber.» Se lo ha repetido mientras los ojos empañados por las lágrimas recorrían la página del periódico buscando un lugar donde aferrarse para pasar de largo y seguir como si la orla negra con el nombre de Sela Huber no hubiera existido nunca. Pero, en pocos segundos, un torbellino de recuerdos ha alterado el frágil pulso de la nostalgia. Los años apuntalados para protegerse de una ausencia incomprensible han cedido bajo el peso de la aflicción.

Las llaves, dentro del puño cerrado, le lastiman la palma de la mano. «Para que no tengas que esperar en la calle si algún día llegas antes que yo.» Sela Huber no había querido ir más allá de una trama de citas. Rehuía hablar de vivir juntos, y lo más parecido a la convivencia había sido una serie imprevisible de noches y de fines de semana. Tras la separación, como si de ello dependiera el desciframiento de un misterio, Lars Belden había conservado las llaves. De vez en cuando, le tranquilizaba saber que podía utilizarlas como vínculo con uno de los períodos más intensos de su vida.

Lars Belden entra en la sala que da a la calle. Se acerca a los postigos y los abre.

La luz de sodio de las farolas, deshilachada por la lluvia, llena la estancia de un frío imperioso. Sólo una ventana iluminada al otro lado de la calle. La acera desierta, centelleante.

Ha venido a pie para darse tiempo y apaciguar la contradicción que le atenaza desde que ha leído la esquela. «Lo mejor sería que hubiera cambiado de piso o que la llave no entrase en la cerradura. De hecho, es lo más probable.» Pero el nombre en el buzón, solo bajo el plástico amarillento, y el clic del pestillo al ceder le han empujado a seguir.

El recuerdo encaja con los objetos que llenan la sala. Los estantes repletos de libros, las dos butacas, el sofá, la alfombra, el cuadro encima de la cómoda.

Lars Belden se sienta en una de las butacas y deja vagar los ojos.

Poco a poco, el ruido esporádico de los coches y el murmullo persistente del agua se imponen y dominan la topografía del silencio.

Siempre había creído que el azar acabaría propiciando algún encuentro con Sela Huber —había esbozado todos los detalles: el lugar, las palabras, los gestos—, pero los años no habían satisfecho sus expectativas. Lo que nunca se habría imaginado es que, bajo la calma destartalada del tiempo vivido sin ella, Sela Huber pudiese pervivir con tanta fuerza. Tras leer la esquela, el afán por recuperar el fragmento de memoria que le corresponde ha emergido con un desasosiego omnívoro. La idea de entrar en casa de Sela Huber se ha impuesto por pura lógica, casi como el último eslabón de un destino ineludible. No tanto para obtener explicaciones o respuestas como para reencontrar el espacio de muchos momentos compartidos y revivir sensaciones que el olvido ha empezado a desdibujar.

La luz anaranjada de la calle falsea los colores del sofá. Ve a Sela Huber sentada con los ojos enrojecidos por el llanto. Hacía días que la notaba extraña. Había intentado hablar con ella, pero le había respondido con la mirada abstraída de los instantes en que no había más remedio que claudicar y dejarla sola. Lo había aprendido a fuerza de topar con su hermetismo displicente. Y, sin embargo, sin saber por qué, Lars Belden había insistido. Como entonces, mientras espera, puede oír las ramas del plátano palpando la barandilla del balcón. Sela Huber había tardado en responderle.

—No sé si podemos seguir.

—¿Si podemos?

—Si puedo, si puedo seguir.

—¿Por qué?

—No lo sé.

—Supongo que no sabes cómo decírmelo. Es eso, ¿no?

—Quizá sí, pero lo que no quiero es hacerte daño.

—¿Cómo?

Y Sela Huber había empezado a llorar. Como tantas otras veces, Lars Belden había tenido la sensación de no haber llegado a ninguna parte, de no haber dado con las palabras adecuadas para entenderse. Pero la convicción de no querer que todo lo que nunca había podido averiguar pudiera volvérsele en contra neutralizó las ganas de marcharse. La había consolado sin ganas y habían hecho el amor con el desasosiego que impone el ansia de perdón o de olvido. Sela Huber, adormilada, se había acurrucado entre sus brazos, indefensa. Lars Belden la ve desnuda, con el rostro plácido, y puede sentir la misma turbación de siempre. Con la perspectiva que otorga la distancia o la visión de conjunto, percibe que el desconcierto de aquella noche abarca toda la relación con Sela Huber. La había conocido y se había enamorado de ella, pero, aun estando seguro como nunca de sus sentimientos, le era difícil quererla sin sentirse fuera de lugar. Algo le resultaba excesivamente distante e inaccesible.

Las gotas deforman las últimas hojas del invierno.

Viento.

Durante meses sólo habían hablado por teléfono. La editorial que iba a publicar la traducción del libro de Sela Huber le dio su número para que pudiera consultarle algunas dudas. Tras la tercera o la cuarta llamada, el libro se convirtió en un pretexto. Sobre todo para Lars Belden. El deseo de saber más cosas de ella le desazonaba, pero Sela Huber mantenía una distancia nerviosa. Se mostraba cauta, intranquila, a veces impaciente por colgar. Poco a poco, como si hubiera entrado en resonancia con las intenciones de Lars Belden, su desconfianza inicial se transformó en algo parecido a la complicidad. Sin embargo, cuando Lars Belden le hablaba de verse, Sela Huber llenaba la línea telefónica de silencios demasiado explícitos, casi dolorosos.

La lluvia oscurece la fachada del otro lado de la calle. Un mapamundi de regueros y cenefas deforma el esgrafiado.

Una sombra en la única ventana iluminada.

Alguien sube por la escalera. Las suelas mojadas rechinan.

Lars Belden se levanta y vuelve al recibidor. Observa por la mirilla.

El hombre pasa de largo. El paraguas deja un rastro de gotas. «Más gotas. Lágrimas. Los ojos de Sela. No quiero hacerte daño. ¿Cómo?»

La bombilla del rellano se apaga.

Frío.

Lars Belden entra en el dormitorio de Sela Huber y enciende la luz.

La cama sin hacer, la aguja del despertador marcando la hora de levantarse, la puerta a medio abrir del armario, la ropa tendida, empapada tras los cristales de la galería, intensifican la sensación de rutina. Como si Sela Huber fuese a entrar de un momento a otro.

Lars Belden hojea el libro de la mesilla de noche. El punto, abandonado en medio de un capítulo, ya no sirve de nada. Lars Belden sabe que Sela Huber tenía un sistema para marcar la página en que dejaba la lectura, derecha o izquierda, según el punto saliera por arriba o por abajo del libro, pero ya no se acuerda. Como de tantas otras cosas. El olvido le ha confiado tan sólo los restos dispersos de un naufragio. Sin pistas para juntarlos y conseguir un todo coherente.

Gestos. Silencios. Frases dichas sin calcular el efecto que puedan tener en cualquier momento posterior. «Seguro que los ojos dejan señales sobre la superficie de las cosas.» Sela Huber hablaba a menudo del rastro de los ojos. Le gustaba pensar que los objetos, los paisajes, las personas atesoran las miradas de la gente. «Ojalá fuera así. Porque ahora podría saber dónde te has detenido y podría seguir leyendo como si estuvieras aquí, echada a mi lado con los ojos cerrados, escuchando con todo tu cuerpo. Como sólo tú sabías hacerlo.»

Pero Lars Belden no encuentra el rastro de los ojos de Sela Huber. Y el punto tampoco le sirve de nada. Cuando trata de devolverlo a su sitio, es incapaz de saber de dónde lo ha sacado.

La vida de Sela Huber estaba repleta de convenciones. Espacios, objetos, orden, horarios. Todo tenía algo de ceremonia, como si, siguiendo una pauta premeditada, quisiera establecer vínculos ineludibles entre lo que estaba haciendo y determinadas sensaciones. La misma música durante todo un fin de semana en la montaña —en el coche durante el trayecto de ida y vuelta, en el walkman durante las largas caminatas—. El mismo menú para desayunar, comer y cenar. La misma ropa durante los dos días. El mismo perfume —que no volvía a ponerse ninguna otra vez—. Lars Belden nunca había sacado nada en claro de sus intentos por encontrar una explicación. Sela Huber se negaba a hablar de eso.

La habitación. El pijama bajo la almohada. Lars Belden se acuesta en la cama y lo huele. El olor apenas ha cambiado. Le empaña los ojos. Le arrastra dentro de una constelación de recuerdos sometida a la imprevisible cadencia del azar.

El agua desciende. Gotea. Se desliza por las junturas ennegrecidas de las baldosas. Se pierde. Como los erosionados meandros de la memoria, como los bastidores del pasado del que no podían hablar nunca.

Sela Huber sólo mostraba el escenario, la superficie, lo que Lars Belden, llegado el caso, habría podido averiguar hablando con familiares o amigos. Nunca le dejaba ir más allá. «No recuerdo con quién estaba.» «No sé quién me acompañaba.» «Puede que hubiese alguien, pero hace tanto tiempo que... No lo sé.» A veces, salían a escena sus padres o alguna amiga, pero casi siempre se presentaba sola.

Frío.

Lars Belden se tapa con el edredón.

—¿Por qué insistes?

—Porque querría saberlo todo de ti.

—¿Y de qué iba a servirte?

—De nada, es verdad, pero en eso consiste la amistad, o el amor... Además, tú sabes más de mí que yo de ti.

—Eso no tiene nada que ver... Eres tú quien lo ha querido así. Yo no te he pedido nunca nada.

Sela Huber le mira sin verle. Los mismos ojos de siempre, inflexibles. Un muro.

El viento agita el plástico que protege la ropa de algún tendedero.

Sela Huber nunca quería hablar de los hombres con los que había tenido alguna relación. Pero entonces su reticencia era distinta. Más imperiosa. Y, cuando Lars Belden insistía, no reaccionaba como en otras situaciones. Una mezcla de miedo, dolor y pena lo impregnaba todo. La voz, los ojos. Y el efecto duraba mucho, se quedaba flotando como una amenaza indefinible.

Lars Belden sabía que lo mejor que podía hacer era desaparecer y esperar que ella le llamara. Días o semanas más tarde. Sin explicaciones ni disculpas, como si no hubiera pasado nada.

Pero, a pesar de la existencia de muchas zonas donde era imposible confluir y que hacían muy difícil quererla, Lars Belden nunca había conocido a nadie como ella. Ni antes ni después. A nadie. Quizá había sido igual de intenso, pero más prosaico, sin misterio, empañado por la desoladora sensación de vacío de lo que es demasiado previsible.