Ciudadanos, electores, representantes - Marta Fernández Peña - E-Book

Ciudadanos, electores, representantes E-Book

Marta Fernández Peña

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Beschreibung

Este libro ofrece un análisis de la construcción de la ciudadanía y la representación política en Perú y Ecuador durante la segunda mitad del siglo XIX, concretamente en torno a la década de 1860. La configuración y el funcionamiento del Parlamento son el punto de referencia fundamental en esta investigación, en la que resulta crucial el análisis del discurso, especialmente del parlamentario. Los representantes de este fueron los encargados de elaborar, debatir y promulgar todo tipo de textos legislativos que sentarían las bases del juego político. Además, fueron los responsables de diseñar el sistema electoral del que saldrían electos los propios congresistas. En este proceso era fundamental el desarrollo de los debates parlamentarios, especialmente aquellos que configuraban los contornos de la inclusión y la exclusión política. A partir de aquí, las élites políticas e intelectuales peruanas y ecuatorianas definieron las diferentes categorías políticas -ciudadanos, electores y representantes-, que dan título a esta obra. Para acceder a cada una de estas, los propios parlamentarios tuvieron que delimitar una serie de requisitos en los que entraban en juego aspectos como el territorio, el género o la raza, elementos que se cruzan en esta investigación. Además, los casos de estudio señalados se insertan en un contexto geográfico más amplio, utilizando para ello una metodología comparativa y un enfoque transnacional que permite abarcar varios niveles espaciales: el ámbito andino, el contexto iberoamericano y el espacio atlántico.

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Seitenzahl: 890

Veröffentlichungsjahr: 2020

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CIUDADANOS, ELECTORES,REPRESENTANTES

DISCURSOS DE INCLUSIÓNY EXCLUSIÓN POLÍTICASEN PERÚ Y ECUADOR (1860-1870)

HISTÒRIA / 191

DIRECCIÓN

Mónica Bolufer Peruga (Universitat de València)

Francisco Gimeno Blay (Universitat de València)

M.ª Cruz Romeo Mateo (Universitat de València)

CONSEJO EDITORIAL

Pedro Barceló (Universität Postdam)

Peter Burke (University of Cambridge)

Guglielmo Cavallo (Università della Sapienza, Roma)

Roger Chartier (EHESS)

Rosa Congost (Universitat de Girona)

Mercedes García Arenal (CSIC)

Sabina Loriga (EHESS)

Antonella Romano (CNRS)

Adeline Rucquoi (EHESS)

Jean-Claude Schmitt (EHESS)

Françoise Thébaud (Université d’Avignon)

CIUDADANOS, ELECTORES,REPRESENTANTES

DISCURSOS DE INCLUSIÓNY EXCLUSIÓN POLÍTICASEN PERÚ Y ECUADOR (1860-1870)

Marta Fernández Peña

UNIVERSITAT DE VALÈNCIA

Esta publicación no puede ser reproducida, ni total ni parcialmente,ni registrada en, o transmitida por, un sistema de recuperación de información,en ninguna forma ni por ningún medio, ya sea fotomecánico, fotoquímico,electrónico, por fotocopia o por cualquier otro, sin el permiso previo de la editorial.

 

 

© Marta Fernández Peña, 2020

© De esta edición: Universitat de València, 2020

Publicacions de la Universitat de València

http://puv.uv.es

[email protected]

Ilustración de la cubierta:

Medalla conmemorativa de la promulgación de la Constitución de 1860.

Colección de numismática Guillermo Wiese.

Museo Pedro de Osma, Lima (Perú)

Coordinación editorial: Amparo Jesús-María Romero

Maquetación: Inmaculada Mesa

Corrección: Communico-Letras y Píxeles, S. L.

ISBN: 978-84-9134-627-2

Edición digital

ÍNDICE

INTRODUCCIÓN

PARTE PRIMERAESTRUCTURAS BÁSICAS PARA EL JUEGO POLÍTICO:ECONOMÍA, SOCIEDAD, TERRITORIO, LEGISLACIÓN

I. UNA APROXIMACIÓN A LA SITUACIÓN POLÍTICA, SOCIAL, ECONÓMICA Y TERRITORIAL DE PERÚ Y ECUADOR A MEDIADOS DEL SIGLO XIX

La evolución del sistema liberal a mediados del siglo XIX

El auge económico y el surgimiento de la burguesía comercial

Estructura territorial y diferenciación regional

II. EL PARLAMENTO: COMPOSICIÓN Y REGLAMENTO

Composición de las asambleas constituyentes en Ecuador y en Perú durante la década de 1860

El funcionamiento interno de las cámaras legislativas

III. EL MARCO LEGISLATIVO NACIONAL ENTRE 1860-1870: CONSTITUCIONES Y SISTEMAS ELECTORALES

La Constitución como fundamento básico del sistema político

¿Diferentes sistemas electorales para diferentes sociedades?

Corrupción y fraude electorales

PARTE SEGUNDACONSTRUYENDO EL LIBERALISMO:PRINCIPIOS DE INCLUSIÓN Y EXCLUSIÓN

IV. EL PRINCIPIO DE REPRESENTACIÓN

Liberalismo y representación

¿Representantes territoriales o representantes de la nación?

La representación nacional frente a otras instituciones: tensiones entre el poder legislativo y ejecutivo

V. EL PRINCIPIO DE LIBERTAD Y SUS LÍMITES

Las libertades individuales básicas

Libertades de prensa, asociación y petición

La instrucción pública, ¿un derecho?

La ausencia de libertad religiosa

VI. EL PRINCIPIO DE IGUALDAD

Nacionales frente a extranjeros

¿Ciudadanía restringida o ciudadanía inclusiva? Diferentes concepciones de la ciudadanía en Perú y en Ecuador

VII. EL PRINCIPIO DE ELECCIÓN: CRITERIOS DE INCLUSIÓN Y EXCLUSIÓN ANTE EL SUFRAGIO

Alfabetización

Industria, oficio o profesión

Propiedad o renta

Vecindad

VIII. EL PRINCIPIO DE DISTINCIÓN EN LA REPRESENTACIÓN PARLAMENTARIA: LOS ELEGIBLES

El representante prudente y sabio

El representante patriota

El representante conocedor del territorio

El representante rico

Los requisitos no escritos: el representante capaz, trabajador y honrado

Sobre incompatibilidades y dietas

IX. EL PRINCIPIO DE EXCLUSIÓN: LOS MÁRGENES DE LA CIUDADANÍA POLÍTICA

Los desarraigados

Los dependientes

Los incapaces

PARTE TERCERAPERÚ Y ECUADOR EN EL CONTEXTO INTERNACIONAL:TENSIONES FRONTERIZAS, PROYECTOS COMUNESY CIRCULACIÓN DE IDEAS

X. EL MARCO POLÍTICO-TERRITORIAL AMERICANO: ENTRE LOS CONFLICTOS LIMÍTROFES Y EL PANAMERICANISMO

Definición de fronteras y conflictos limítrofes entre Perú y Ecuador

La amenaza española como fomento del panamericanismo: relaciones latinoamericanas con el «viejo imperio»

Relaciones panamericanas: América Latina frente al «nuevo imperio»

XI. TRANSFERENCIAS CULTURALES E INFLUENCIAS IDEOLÓGICAS ENTRE EUROPA Y AMÉRICA: EL ESPACIO ATLÁNTICO

La búsqueda de modelos internacionales de representación política

La tradición gaditana y el modelo español

Una mirada al norte del continente: Estados Unidos, entre la libertad y la esclavitud

La evolución de la influencia francesa: de la Revolución francesa al Segundo Imperio

La defensa de lo propio: el liberalismo iberoamericano

CONCLUSIONES

FUENTES Y BIBLIOGRAFÍA

A) Fuentes

B) Bibliografía

INTRODUCCIÓN

La irrupción del liberalismo en el mundo europeo y americano desde los últimos años del siglo XVIII y, fundamentalmente, los primeros del XIX trajo consigo transformaciones en todos los niveles de la vida social. Las ideas de libertad, igualdad y propiedad comenzaron a inundar los discursos políticos y tomaron la forma de nuevas encarnaciones institucionales. La elaboración de constituciones, la separación de poderes, la configuración de cámaras parlamentarias o la celebración de elecciones fueron entonces elementos que empezaron a ocupar el quehacer de las élites políticas liberales, como parte consustancial de una imagen ideal de la modernidad política. En este desarrollo, la definición de la ciudadanía y del electorado ocupó un lugar relevante, así como la conexión de estas categorías con la representación política como práctica y como discurso. América Latina no fue ajena a este proceso. Desde que las nuevas repúblicas latinoamericanas obtuvieron la independencia, la vida política se inscribió en este marco liberal y comenzó el diseño de sus sistemas parlamentarios.

Este libro examina cómo se construyeron los conceptos de «ciudadanía» y de «representación» en relación con diferentes criterios de inclusión y de exclusión. Evidentemente, también se presta atención al elemento mediante el que se producía la conexión entre ambas categorías y, por tanto, a través del cual se otorgaba legitimidad al nuevo sistema político: la elección. En definitiva, trato de acercarme a los diferentes actores históricos que intervinieron en el juego político del momento –electores y elegibles–, pero también reflexiono acerca de la marginación –o al menos, limitación– política de amplios grupos de población.

Este texto procede de una investigación –mi tesis doctoral– en la que se ha analizado la construcción de los modelos de representación parlamentaria que se implantaron en Perú y en Ecuador a partir de la década de 1860, dentro del contexto de los regímenes liberales del siglo XIX y desde una perspectiva comparada y transnacional. El vacío historiográfico en torno al análisis de la representación política durante la segunda mitad del siglo XIX en ambos países, desde la perspectiva metodológica de la historia cultural de la política y de la historia transnacional, fue una de las razones que me impulsó a iniciar esta investigación. Ciertamente, otros estudios se han aproximado, desde diferentes enfoques, al gobierno parlamentario y a la legislación electoral decimonónica en Perú. Sin embargo, la historiografía que ha estudiado este periodo se ha centrado sobre todo en el análisis de los procesos electorales, prestando menos atención a los discursos y al efecto de la cultura política en la construcción de los modelos de representación. Para el caso de Ecuador, el vacío historiográfico en este sentido es aún más significativo. La historiografía ecuatoriana, más preocupada por el proceso de creación del Estado nación y el nacionalismo ecuatoriano, así como por la personalidad de Gabriel García Moreno, prácticamente ha relegado a un segundo plano el análisis sobre la construcción de la representación parlamentaria y la definición de la ciudadanía. En ambos casos, solo algunos pocos historiadores marcan algunas excepciones en este sentido, siendo precisamente de este bagaje historiográfico del que he partido en mi trabajo. Para Perú, me refiero a las investigaciones de Gabriella Chiaramonti, Natalia Sobrevilla, Cristóbal Aljovín, Ulrich Mücke, Alicia del Águila o Marta Irurozqui, entre otros. Para el caso ecuatoriano, hay que mencionar especialmente a Ana Buriano, Juan Maiguashca o Federica Morelli. Por tanto, la decisión de centrar la investigación en los casos de Perú y Ecuador vino avalada, en primer lugar, por motivos historiográficos, debido a la escasez de estudios al respecto que existían para ambos países. A ello se unía otro motivo: el hecho de que ambos países sean fronterizos y compartan un mismo escenario geográfico, con valores culturales y costumbres sociales compartidas, ya que me parecía muy provechoso analizar dos casos nacionales desde una perspectiva comparada y transnacional, deteniéndome en los elementos comunes y en las diferencias que presentaron a la hora de consolidar su sistema de representación parlamentaria.

No obstante, a pesar de que la investigación se centra en Perú y Ecuador, uno de sus objetivos fundamentales ha sido poner estos casos concretos en relación con otras realidades americanas y europeas, interesándome por los procesos de transferencias culturales, aunque sin perder de vista la especificidad de cada comunidad. Por ello, quiero subrayar la importancia del abordaje comparativo que tiene este trabajo, que no se centra en el análisis de las culturas políticas liberales en un solo país –o dos–, sino que los incluye en la órbita de las continuas transferencias culturales e ideológicas que tuvieron lugar entre Europa y América, en un ejercicio de retroalimentación abierto y múltiple. En este sentido, me interesa observar las aportaciones peruanas y ecuatorianas –y de forma más genérica, latinoamericanas– al fenómeno de la construcción y consolidación de los sistemas políticos liberales representativos durante el siglo XIX.

De este modo, se atiende a los procesos de transferencia y circulación política, ideológica y cultural que tuvieron lugar entre Europa y América a lo largo de la segunda mitad del siglo XIX, en una etapa en la que se habían desvanecido los antiguos lazos entre ambos continentes en condiciones de colonialismo, pero en un momento en el que las relaciones entre los territorios que tenían como punto intermedio el océano Atlántico continuaban, incluso revitalizadas.

En concreto, esta obra se centra de forma específica en la década de 1860, fecha en la que tanto en Perú como en Ecuador se advierten transformaciones fundamentales en los ámbitos político, social y económico. Así, son características principales de este periodo la mayor estabilidad política, un liberalismo que se iba moderando con respecto a etapas anteriores más radicales –hasta hacerse en algunos casos incluso notoriamente conservador, como en la etapa del garcianismo ecuatoriano–, el desarrollo económico –y acelerado– sobre la base de la explotación de determinados productos como el guano o el cacao, y el crecimiento de una élite socioeconómica burguesa que trazó los cánones culturales en los que se basó la definición de la identidad nacional. Especialmente relevantes resultaban las propuestas legislativas del momento, sobre todo la promulgación de nuevos textos constitucionales a lo largo de la década señalada: la Constitución de 1860 en Perú –la más longeva de la centuria– y las constituciones de 1861 y de 1869 en Ecuador –que plantearon importantes innovaciones en el proceso de construcción de la ciudadanía y la representación política–.

No obstante, considero necesario prestar atención al devenir histórico de ambos países en los años precedentes y posteriores. Por ello, en realidad se ha tenido que abrir este eje temporal en sus dos extremos: al menos hacia 1854 en el caso de Perú –cuando tuvo lugar la Revolución Liberal y la segunda llegada al poder de Ramón Castilla– y hacia 1875 en lo que se refiere a Ecuador –cuando se produjo el asesinato de García Moreno y, con él, el final de la etapa política del conservadurismo–.

En lo que respecta a los enfoques metodológicos utilizados, esta investigación se concibe, en primer lugar, dentro del marco teórico y metodológico de una tendencia historiográfica que ha sido denominada como historia cultural de la política, nacida del encuentro entre la historia política y la historia cultural a partir de los años noventa del siglo XX. Es este un enfoque que otorga relevancia no solo a los acontecimientos políticos en sí mismos, sino a los discursos, las imágenes y las representaciones que los actores históricos elaboraron sobre estos. Por ello, debo mencionar que en este libro me acojo al concepto de lo político más que de la política, cuya distinción quedó expuesta de forma clarificadora en las palabras que pronunció Pierre Rosanvallon al inaugurar la cátedra de Historia Moderna y Contemporánea de lo político en el Collège de France en marzo de 2002:

Referirse a lo político y no a la política es hablar del poder y de la ley, del Estado y de la nación, de la igualdad y de la justicia, de la identidad y de la diferencia, de la ciudadanía y de la civilidad, en suma, de todo aquello que constituye a la polis más allá del campo inmediato de la competencia partidaria por el ejercicio del poder, de la acción gubernamental del día a día y de la vida ordinaria de las instituciones.1

Dentro de esta corriente historiográfica, en los últimos años ha ocupado un lugar fundamental el concepto de «cultura política», introducido por Almond y Verba en su origen, pero profundamente reformulado y adaptado historiográficamente por autores como Berstein o Sirinelli.2 Si bien este es un término caracterizado por la polisemia, algunos historiadores se han aventurado a dar ciertas definiciones sobre este. Así, por ejemplo, María Sierra lo ha definido como una «cartografía mental» que «permite interpretar el sistema político bajo el que se vive y encontrar sentido a la acción política, para la que consecuentemente predispone (o inhibe)».3 En cualquier caso, todos los investigadores interesados por este enfoque confiesan la dificultad de llegar a una definición consensuada y global del concepto; pero, a la vez, insisten en la utilidad que la noción de «cultura política» tiene para el historiador como herramienta de trabajo.

Desde estas perspectivas, la investigación que aquí se presenta trata de relacionar el estudio de los sistemas electorales y los textos constitucionales con los procesos de construcción de la ciudadanía y del poder político que tuvieron lugar en Perú y en Ecuador durante la segunda mitad del siglo XIX. Por tanto, este estudio presta especial atención a las cuestiones discursivas y simbólicas, a los imaginarios políticos y sociales que sustentaron las prácticas políticas llevadas a cabo. Pero pretende hacerlo de forma contextualizada, teniendo siempre en cuenta los marcos legales e institucionales, las coordenadas económico-sociales, las luchas por el poder, etc., de cada momento. En concreto, esta investigación se centra en el análisis sobre la legislación promulgada y los debates a los que dio lugar, y presenta una reflexión sobre las interpretaciones y reelaboraciones discursivas que hicieron las élites políticas a partir de los principios teóricos del liberalismo.

En este sentido, me interesan, entre otros, conceptos como representación, ciudadanía, inclusión, exclusión, libertad o igualdad, y sobre todo qué significados tenían para las personas que los utilizaban en el momento en el que los expresaron. Me acojo, por tanto, a una metodología de análisis del discurso, partiendo del convencimiento, planteado por historiadores como Reinhart Koselleck, de que el lenguaje no solo refleja la realidad, sino que también la construye.4 Por ello, este libro fija su atención en la definición de conceptos políticos claves para entender la imagen del liberalismo que las élites políticas e intelectuales peruanas y ecuatorianas de la segunda mitad del siglo XIX contribuyeron a crear a través de sus discursos. En concreto, en estas páginas reflexiono sobre los significados y la relación entre dos conceptos fundamentales: poder político y ciudadanía, y sobre cómo se configuró esta conexión a través de la idea de la representación parlamentaria, un vínculo en el que resultaban fundamentales los procesos electorales.

En último lugar, dado que uno de mis objetivos es insertar el estudio de los casos concretos de Perú y Ecuador en contextos culturales más amplios, esta investigación utiliza una metodología de análisis comparativo y transnacional. Este enfoque fue inaugurado por Espagne y Werner en la década de los ochenta del siglo XX, autores que pusieron el acento en las transferencias culturales como objeto de estudio histórico.5 A partir de entonces, esta corriente ha ido evolucionando hasta dar lugar a diferentes tendencias: historia global, cruzada, compartida, conectada o de redes, que, bajo diferentes acepciones, han permitido avanzar en un camino abierto inicialmente por la historia comparada.6 Como plantea Michel Bertrand, la historia conectada presenta una tensión entre lo macro y lo micro, ya que para analizar el marco global hay que descender hasta las historias locales e individuales de los actores que componen las redes.7 En este sentido, en mi investigación trato de combinar la mirada transnacional, que ofrece elementos comunes dentro de una realidad extensa y heterogénea, con las particularidades que presentan los estudios de casos concretos nacionales, e incluso con las especificidades que nos encontramos si descendemos hacia contextos geográficos, políticos y culturales más concretos –regionales o locales–.

Desde estas perspectivas, este libro se inserta en un marco internacional en varios niveles. En primer lugar, parte de una comparación entre los casos nacionales de Perú y de Ecuador, dentro de un contexto andino. De esta forma, se presta atención a las relaciones –divergentes o convergentes– que presentaron en torno a varios ejes: política internacional, relaciones fronterizas, trasvases culturales, imaginarios compartidos, proyectos comunes o acuerdos económicos, políticos o geoestratégicos. En segundo lugar, se amplía este marco espacial para enmarcar el análisis de las culturas políticas liberales y sus rasgos compartidos en todo el espacio iberoamericano, es decir, un contexto geográfico y cultural que comprende América Latina y la península ibérica. Entiendo que el espacio iberoamericano conformaba en la segunda mitad del siglo XIX un marco espacial de conjunto, en el que se repetían patrones culturales, en el que se desarrollaron procesos políticos parecidos, en el que circulaban ideas compartidas y en el que se movieron los actores históricos traspasando las fronteras nacionales e incluso continentales. Dentro de este contexto, me interesa especialmente contemplar los procesos de trasvases culturales e ideológicos que se produjeron entre España, Perú y Ecuador, así como los rasgos comunes que definían este espacio. En tercer lugar, se utiliza la más extensa noción de espacio atlántico para incluir el estudio de las transferencias culturales entre Perú y Ecuador y otras realidades, tanto europeas como, especialmente, el caso de Estados Unidos. En este último nivel, pretendo analizar las prácticas políticas y discursos compartidos que conectaron los modelos de representación liberal de distintos territorios a través de los viajes y encuentros de políticos e intelectuales. Para ello me acojo al enfoque de historia atlántica, si bien propongo alargar su utilidad hasta la segunda mitad del siglo XIX pues, como ha señalado James E. Sanders, los debates sobre ciudadanía, soberanía y derechos inaugurados en la época de las revoluciones continuaron, incluso intensificados, durante toda la centuria, así como comparto la necesidad de tener presente en el concepto de mundo atlántico las aportaciones iberoamericanas.8

Para llevar a cabo este trabajo he recurrido a un amplio y diverso corpus documental procedente de Europa y América. En primer lugar, he estudiado la legislación promulgada durante los años 1860-1870 (constituciones, leyes electorales, códigos civiles y penales, leyes de instrucción pública, leyes económicas nacionales y acuerdos comerciales internacionales, etc.) y, especialmente, los debates parlamentarios en los que se discutió cada uno de sus puntos. Estos registros ofrecen una información muy importante para el estudio de la definición de la ciudadanía y la representación política, el desarrollo de los procesos electorales o la evolución de las relaciones internacionales. En segundo lugar, me interesa conocer la opinión pública y la opinión intelectual sobre dichos procesos, un aspecto que queda cubierto mediante la consulta de prensa histórica, propaganda política (folletos y pasquines), literatura y otros textos coetáneos. En tercer lugar, para la aproximación al análisis biográfico de los artífices del sistema político se ha recurrido a diversa documentación de tipo privado –entre la que cabe destacar la correspondencia personal–, así como documentación pública referente a individuos concretos. En este sentido, también ha resultado fundamental la información proporcionada por diferentes bases de datos digitales.

Me gustaría subrayar el peso que han tenido algunas fuentes documentales concretas para la elaboración de este libro, especialmente dos de las mencionadas: los diarios de las sesiones parlamentarias (denominados Diarios de Debates en Perú y Actas de Sesiones en Ecuador) y la prensa del momento. De hecho, se puede calificar los diarios de sesiones como la fuente primaria principal de esta investigación y quiero, por tanto, resaltar su utilidad. Considero que se trata de un recurso muy valioso, pues en ellos es posible apreciar tres dimensiones discursivas que nos aproximan a los tres niveles de análisis planteados en este trabajo. Por un lado, permite analizar los debates parlamentarios suscitados en torno a la legislación que sería posteriormente aprobada y publicada y, mediante ellos, el respaldo y las objeciones con los que contó o las modificaciones que se hicieron en diferentes puntos desde su planteamiento hasta su redacción final. También se puede tener acceso a través de esta fuente a algunas propuestas de leyes que no llegaron a promulgarse, pero cuyo planteamiento y discusión resultan muy esclarecedores en cuanto a las diversas sensibilidades políticas de las que se componía el Parlamento. Por otro lado, un segundo objeto de análisis a cuyo primer acercamiento se puede acceder a través de esta fuente es el de los sujetos que expresaron o se posicionaron en relación con los discursos esgrimidos en las cámaras, mostrando con ello sus propias convicciones ideológicas u otras circunstancias personales. En este sentido, la perspectiva biográfica puede ayudarnos a definir si los discursos vertidos en el Parlamento por ciertos individuos tuvieron realmente repercusión entre sus pares o no. Y, por último, utilizando como herramienta metodológica el análisis del discurso, esta fuente nos aproxima a la comprensión de los significados que los conceptos tenían en la elaboración de los imaginarios colectivos.

Además, los diarios de sesiones permiten al historiador aproximarse al ambiente que se vivió en el Parlamento a lo largo de determinados debates. No obstante, en este punto cabría preguntarse: ¿hasta qué punto concuerda el documento escrito al que tiene acceso el investigador con lo que realmente se dijo en las cámaras parlamentarias? Evidentemente, no se puede confirmar de forma empírica lo que allí sucedía, pero las reproducciones de las sesiones parlamentarias ofrecen algunas pistas que pueden ser utilizadas en este análisis. Así, en esta investigación se ha prestado especial atención a ciertas palabras que a menudo aparecen entre paréntesis en los diarios de sesiones junto a los discursos de los oradores, y que dan una impresión más compleja y verosímil de lo ocurrido. En este sentido, la aparición de incisos como «aplausos», «silbidos», «murmullos» o «risas» ponen de manifiesto el efecto que determinados discursos tuvieron en los parlamentarios sentados en la Cámara, mientras que especificaciones del tipo «interrumpiendo», «gritando» o «riendo» ponen el acento en la intencionalidad de los individuos que intervinieron en los debates o incluso en sus estados de ánimo. No hay que olvidar, en este punto, que los debates parlamentarios tenían un componente de teatralidad política, por lo que en ocasiones el uso de la mentira, la sobreactuación, la exageración, la provocación, la ironía, la sorna, la burla o la excesiva adulación dirigida a parlamentarios concretos o a la totalidad del Congreso formaba parte del juego político.9

A pesar de la gran utilidad que concedo a los diarios de sesiones para el desarrollo de esta investigación, y junto a las posibles limitaciones que conllevan y a las que me he referido, tengo que señalar también algunos de los problemas que he encontrado en torno al acceso a estos. Debo admitir que, pese a haber acudido a numerosos archivos y bibliotecas, no siempre ha sido posible localizar en ellos los ejemplares de las sesiones parlamentarias de toda la década objeto de mi estudio. De este modo, la Biblioteca del Congreso de la República de Lima no alberga las sesiones de 1866 y 1867; mientras que en el Archivo de la Función Legislativa de Quito no se encuentran los debates de 1862, 1866 y 1870. Estas ausencias, no obstante, se han podido solventar mediante la consulta de otro tipo de fuentes, como la prensa, en la que a menudo aparecían las transcripciones completas de las sesiones parlamentarias.

Por tanto, la prensa ha resultado ser una fuente complementaria idónea para colmar algunas de las lagunas planteadas por los diarios de sesiones. Sin embargo, también en la utilización de este material hay que hacer algunas precisiones, como por ejemplo la pertinencia de tener en cuenta la orientación editorial de los periódicos. En este sentido, resulta significativo el caso de El Peruano, periódico oficial del Gobierno de Perú, y cuya publicación trisemanal –lunes, miércoles y viernes–, por tanto, dependía del Consejo de Ministros, según una ley del 14 de noviembre de 1856. Así, esta publicación debía incluir «las leyes y resoluciones del Congreso, los decretos y resoluciones del Gobierno, los tratados públicos, las comunicaciones diplomáticas que sea necesario publicar y, en general, todos los actos gubernativos», así como «el despacho diario de los Tribunales».10 En este sentido, he encontrado en este periódico una buena fuente de información sobre todo asunto que emanara de los poderes públicos. Por su parte, el periódico oficial del Gobierno ecuatoriano de García Moreno –que estuvo en el poder durante la mayor parte del tiempo que he estudiado– era El Nacional, que se publicaba una vez por semana, «con ocasionales interrupciones e irregularidades», y contenía avisos y correspondencia oficiales, nuevas leyes y decretos, las decisiones del tribunal de cuentas y algunos editoriales.11

Dada la imposibilidad de consultar toda la prensa peruana y ecuatoriana que circuló a lo largo de la década, me ha parecido interesante, sin embargo, seleccionar algunas de las publicaciones en función de ciertos criterios. En el caso de Perú, opté por una consulta en profundidad y en extensión –a lo largo de toda la década de 1860– de dos de los diarios más relevantes del momento: El Peruano, como periódico oficial del Gobierno y, por tanto, como medio de traslación de sus convicciones políticas a la opinión pública, y El Comercio, debido a la impronta que este rotativo tenía –y aún tiene– en la sociedad peruana –al menos, entre los grupos sociales que sabían leer en aquel momento, que como veremos representaban un pequeño porcentaje de la población total– y sobre todo a la reproducción de muchas de las sesiones parlamentarias que se pueden encontrar entre sus páginas.12 En lo que respecta a Ecuador, decidí obtener una muestra de algunas de las noticias más relevantes aparecidas en la prensa durante la década de los sesenta entre la multiplicidad de títulos que se ubicaban en la Hemeroteca de la Biblioteca Ecuatoriana Aurelio Espinosa Pólit y en el Archivo Histórico del Ministerio de Cultura.

En último lugar, expondré brevemente la estructura de este libro, el cual consta de tres partes fundamentales, que han sido divididas en función de criterios temáticos y no cronológicos. La primera de ellas, titulada «Estructuras básicas para el juego político: economía, sociedad, territorio, legislación», presenta una aproximación al contexto, definiendo aquellas coordenadas básicas en las que se desarrolló el sistema político que se analizará posteriormente. Así, a través de tres capítulos, en esta primera parte se examinan algunas de las características fundamentales de la historia peruana y ecuatoriana durante la segunda mitad del siglo XIX, que condicionarían el sistema representativo en proceso de instalación en cada uno de los países a lo largo de la década de 1860: los cambios gubernativos y los principales conflictos desatados, el desarrollo económico y su efecto sobre la sociedad, la estructura territorial y administrativa, el marco legislativo que actuó como referencia –formado fundamentalmente por la promulgación de constituciones y leyes electorales– y la composición de las diferentes asambleas constituyentes que se sucedieron en el periodo. Como se apreciará a lo largo del libro, parto del convencimiento de que los aspectos económicos, sociales y territoriales influirían de manera importante en la definición de la nación que se hizo a lo largo del siglo XIX, y por tanto, también en la configuración del sistema representativo que se implantó en estos países.

A continuación, un segundo apartado, titulado «Construyendo el liberalismo: principios de inclusión y exclusión», ocupa la parte más amplia de la investigación. Es precisamente en estas páginas donde se abordan los objetivos principales de mi análisis y, por tanto, en las que se manifiestan también los principales resultados. A través de seis capítulos, se reflexiona sobre las interpretaciones y reelaboraciones que llevaron a cabo las élites políticas peruanas y ecuatorianas en torno a los principios teóricos del liberalismo y su combinación con las necesidades sociopolíticas, construyendo un binomio de inclusión y exclusión que daría lugar a diferentes plasmaciones políticas –institucionales, legislativas o electorales–. El análisis del discurso, por tanto, cobrará un protagonismo especial en estos capítulos. La segunda parte comienza reflexionando sobre aspectos básicos de los sistemas liberales: el principio de representación –como nuevo mecanismo legitimador del poder– y los conceptos de libertad e igualdad. A partir de aquí, la investigación se centra en las diferentes categorías políticas que se crearon para clasificar a los individuos –y que dan título a este libro–: ciudadanos, electores y representantes. Un último capítulo, además, recoge un análisis sobre aquellos grupos marginados del juego político y los discursos justificativos que se dieron por parte de las élites políticas creadoras de esta dinámica de exclusión.

Por último, dos capítulos cierran el libro y conforman el bloque final, titulado «Perú y Ecuador en el contexto internacional: tensiones fronterizas, proyectos comunes y circulación de ideas». Como ya se ha comentado, parto de la idea de que los sistemas representativos implantados en Perú y en Ecuador a lo largo de la década de 1860 no se construyeron en solitario, sino que se encontraban inmersos en un contexto más amplio. Por ello, en esta tercera parte se fija la atención en los procesos de transferencias culturales e ideológicas, en los proyectos políticos conjuntos y en los conflictos internacionales principales que tuvieron lugar en cada uno de los contextos objeto de este estudio –el espacio andino, el espacio iberoamericano y el espacio atlántico–, especialmente en la influencia que estos procesos tuvieron en la configuración definitiva de los sistemas liberales implantados en Perú y en Ecuador. En esta última parte, por tanto, resulta fundamental la perspectiva metodológica que propone la historia de las transferencias culturales.

Para finalizar, debo hacer algunas indicaciones sobre determinados aspectos formales que se han tenido en cuenta a la hora de reproducir buena parte de la información extraída de las fuentes consultadas. Así, tengo que señalar que las citas literales han sido transcritas según la norma ortográfica actual con el objetivo de facilitar la lectura, si bien se ha respetado el resalte original de ciertas palabras a través del uso de cursivas o mayúsculas. Asimismo, las citas en inglés han sido traducidas al castellano por la autora.

1 Pierre Rosanvallon: Por una historia conceptual de lo político, Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica, 2003, p. 20.

2 Gabriel Abraham Almond y Sidney Verba: «An Approach to Political Culture», en Gabriel Abraham Almond y Sidney Verba: The Civic Culture: Political Attitudes and Democracy in Five Nations, Princeton University Press, 1963; Serge Berstein: «La cultura política», en Jean Pierre Rioux y Jean François Sirinelli: Para una historia cultural, México, Taurus, 1999, pp. 389-405; Jean François Sirinelli: «L’histoire politique et culturelle», en Jean Claude Ruano Borbalan (coord.): L’histoire aujourd’hiu. Nouveaux objets de recherche. Courants et débats. Le métier d’historien, Auxerre, Éditions Sciences Humaines, 1999, pp. 157-164.

3 María Sierra: «La cultura política en el estudio del liberalismo y sus conceptos de representación», en Manuel Pérez Ledesma y María Sierra (eds.): Culturas políticas: teoría e historia, Zaragoza, Institución Fernando el Católico, 2010, pp. 233-261, esp. pp. 233-234.

4 Reinhart Koselleck, Otto Brunner y Werner Conze (eds.): Geschichtliche Grundbegriffe. Historisches Lexikon zur Politische-sozialen Sprache in Deutschland, Stuttgart, Klett-Cotta, 1972-1992.

5 Michaël Werner y Michel Espagne: «La construction d’une référence culturelle allemande en France: genèse et histoire (1750-1914)», Annales. Économies, Sociétés, Civilisations 42-4, 1987, pp. 969-992.

6 Algunos trabajos de referencia sobre estas líneas metodológicas son Michaël Werner y Bénédicte Zimmermann: «Penser l’histoire croisée: entre empirie et réflexivité», Annales. Histoire, Sciences Sociales 58, 2003, pp. 7-36; Sebastian Conrad, Andreas Eckert y Ulrike Freitag (coords.): Globalgeschichte: Theorien, Ansätze, Themen, Frankfurt, 2007; Laurent Testot: Histoire global. Un nouveau regard sur le monde, Auxerre, Sciences Humaines Éditions, 2008; Romain Bertrand: «Historia global, historias conectadas, ¿un giro historiográfico?», Prohistoria: historia, políticas de la historia 24, 2015, pp. 3-20.

7 Michel Bertrand señala la relevancia de los actores históricos que hacen posible la circulación de ideas y pone el foco especialmente en las redes sociales –familiares, de amistad, de negocio, etc.– que construyen. Michel Bertrand: «A propósito de la historia global: una reflexión historiográfica entre el Viejo y el Nuevo Mundo», en Conferencia Inaugural del programa de Doctorado en Historia, Universidad de Sevilla, 21/10/2015. Para más información sobre el estudio de las redes de sociabilidad, véanse algunas obras de este autor: Michel Bertrand y Claire Lemercier: «Introducción: ¿en qué punto se encuentra el análisis de redes en Historia?», Redes: Revista hispana para el análisis de redes sociales 21, 2011, pp. 1-12; Michel Bertrand: «De la familia a la red de sociabilidad», Revista Digital de la Escuela de Historia 4-6, 2012, pp. 47-80.

8 James E. Sanders: «Atlantic Republicanism in Nineteenth-Century Colombia: Spanish America’s Challenge to the Contours of Atlantic History», Journal of World History 20, 2009, pp. 131-150, esp. p. 132.

9 Agradezco en este punto las reflexiones suscitadas en el simposio «El poder en escena: debates parlamentarios en Latinoamérica, 1810-1910», en Congreso Internacional deAHILA. En los márgenes de la historia tradicional. Nuevas miradas de América Latina desde el sigloXXI, celebrado en Valencia en septiembre de 2017, en el que intervinieron, entre otros, historiadores como Eduardo Posada Carbó, Gabriella Chiaramonti, Natalia Sobrevilla o Diego Molina.

10El Peruano, «Aviso Oficial», 3/01/1863.

11 Daba buena cuenta de ello el estadounidense Friedrich Hassaurek, que residió en Ecuador durante algunos años de la década de 1860. Friedrich Hassaurek: Four Years Among the Spanish-Americans, Londres, Sampson Low, Son and Marstron, 1868, p. 286.

12 Especialmente relevante ha sido la consulta del periódico El Comercio para cubrir el vacío que presentaba la Biblioteca del Congreso de la República en torno a los años 1866-1867, los cuales suponen un periodo de tiempo de gran relevancia en la historia política de Perú.

PARTE PRIMERA

ESTRUCTURAS BÁSICAS PARA EL JUEGO POLÍTICO:ECONOMÍA, SOCIEDAD, TERRITORIO, LEGISLACIÓN

I. UNA APROXIMACIÓN A LA SITUACIÓN POLÍTICA, SOCIAL, ECONÓMICA Y TERRITORIAL DE PERÚ Y ECUADOR A MEDIADOS DEL SIGLO XIX

Mi análisis sobre la construcción de la representación parlamentaria en Perú y en Ecuador se emplaza en la década de 1860, un periodo en el que en ambos países tuvieron lugar una serie de transformaciones en el ámbito político, social y económico que repercutirían también en el marco legislativo que se empezaba a dibujar en esta época. El sistema representativo pasaba entonces por una etapa de consolidación y desarrollo. Desde el punto de vista político, nos situamos en el comienzo de un periodo de mayor estabilidad, donde los elementos civiles adquirieron protagonismo sobre los aspectos militares. Aunque algunos de los principales líderes políticos del momento –como el peruano Ramón Castilla– procedían del estamento militar, lo cierto es que gobernaron a través de sistemas representativos en los que la Constitución era el pilar fundamental, y no mediante juntas militares. Como afirma Irurozqui, «el hecho de que una trayectoria profesional armada favoreciese a inicios de la República el desempeño de cargos de autoridad o que hubiera militares ocupando cargos de gobierno no equivalía ni a dominación militar ni a gobierno militar».1 A pesar de ello, en países como Perú el civilismo no se asentaría en el poder hasta la llegada a la presidencia de la república de Manuel Pardo en 1872.2 Por otro lado, ambas naciones experimentaron un boom económico, al calor de la explotación de determinados productos –fundamentalmente, el guano en Perú y el cacao en Ecuador–, que ayudaría a colocar sus economías en el mercado internacional. Este auge estaba directamente relacionado con el surgimiento de unas élites comerciales y financieras que empezarían a ocupar un lugar preponderante en la estructura social, y que se irían diferenciando del resto de población en sus estilos de vida. Por último, la diversidad social y económica que caracterizaba a ambos países andinos tenía una estrecha relación con los aspectos geográficos. Así, desde la segunda mitad del siglo XIX se fue acentuando también una separación entre la población de las grandes ciudades situadas fundamentalmente en la costa y aquella que habitaba las zonas rurales del interior.

En este capítulo, por tanto, voy a realizar un repaso de los aspectos característicos de Perú y de Ecuador en materia política, económica, social y territorial durante la segunda mitad del siglo XIX. Para llevarlo a cabo, se ha utilizado principalmente un corpus bibliográfico especializado en la historia peruana y ecuatoriana del momento, presentando así un estado de la cuestión historiográfica sobre el tema. No obstante, también se incluyen algunas referencias documentales propias, como ciertos pasquines políticos que circularon en la época e informaban sobre la situación política, artículos de prensa contemporánea, ensayos decimonónicos, correspondencia privada o algunas intervenciones parlamentarias. En definitiva, en estas páginas se trata de presentar el marco general en el que se implantó y desarrolló el sistema político liberal representativo que pretendo analizar en capítulos posteriores.

LA EVOLUCIÓN DEL SISTEMA LIBERAL A MEDIADOS DEL SIGLO XIX

Como he comentado, en ambos países, hacia la fecha de 1860-1861 se inició un periodo político diferente al que se había desarrollado anteriormente. En este momento, el sistema liberal representativo implantado desde la independencia de las repúblicas se fue consolidando a través del desarrollo de una legislación que resultó ser la de mayor vigencia de la centuria –al menos, en el caso de Perú–, y que implantó los pilares básicos sobre los que se sustentaría el sistema político en la segunda mitad del siglo XIX. Medidas como la manumisión de los esclavos, la abolición del tributo indígena, la mejora de la educación pública o la amplitud de la libertad de prensa otorgaron el calificativo de «liberales» a los sistemas políticos instalados en estas fechas. No obstante, como se verá en las siguientes líneas, los elementos conservadores gozaron de un gran protagonismo en la mayor parte de la década de los sesenta tanto en Perú como en Ecuador.3

En lo que respecta a Perú, a partir de la segunda mitad del siglo XIX se dio paso a un sistema representativo liberal no democrático caracterizado por una mayor estabilidad política. Esto marcaba el comienzo de un nuevo periodo, que se diferenciaba de la etapa anterior, definida por la preeminencia del caudillismo y por las frecuentes guerras civiles. En gran medida, esta nueva etapa estuvo protagonizada por un individuo, Ramón Castilla, que gobernó Perú entre 1844-1851 y 1854-1862. A pesar de su formación militar, Castilla poseía un profundo ideario republicano. Sus principios se basaban en el valor de la Constitución y de las leyes. Así, su deseo era acabar con las guerras civiles que asolaban el país en los años cuarenta, y conseguir la estabilidad política. De hecho, por primera vez desde la independencia, a partir de su mandato comenzaría un régimen político estable conocido como «Pax Andina».4 No obstante, también se trataba de un individuo pragmático, que pensaba que la consecución de dicho objetivo solo era posible mediante la creación de un ejército nacional fuerte y cohesionado. En su opinión, mientras se lograba la paz en Perú, el país debía ser regido por una junta de militares. En este sentido, confluían en la persona de Ramón Castilla su experiencia militar y sus principios republicanos y constitucionales.

Todo esto le llevó a participar el 20 de mayo de 1843 en la Revolución Constitucionalista que se desató contra Manuel Ignacio Vivanco, al lado de su amigo y también militar Domingo Nieto. Durante este conflicto Castilla pudo demostrar sus habilidades como estratega militar y como político. Finalmente, los constitucionalistas triunfarían en la batalla de San Antonio (Arequipa). Resulta significativo que la victoria llegase precisamente en este lugar, pues uno de los objetivos de Castilla era integrar las provincias periféricas en el Estado nacional. Procedente de Tarapacá, Castilla sentía una profunda desconfianza por las élites limeñas y su política. A su parecer, era precisamente en la capital donde nacía la desunión del país. Así, una vez que hubo triunfado en Arequipa, donde asumió el mando, su próximo objetivo era la ciudad de Lima. Finalmente, los constitucionalistas vencerían en Carmen Alto el 22 de junio de 1844. Vivanco huyó a Ecuador, mientras que Castilla asumía el cargo de presidente de la república.5 Se iniciaría así su primer gobierno, que duraría hasta 1851, y sería retomado posteriormente entre 1854 y 1862.

En 1854 Ramón Castilla sustituyó a José Rufino Echenique como presidente de la República peruana tras el triunfo de su «revolución liberal». Como ha señalado Víctor Peralta, habitualmente la historiografía ha considerado este suceso como liberal porque en él participaron intelectuales liberales como Manuel Toribio Ureta, Pedro y José Gálvez o Domingo Elías. Además, se ha puesto el acento en la consecución de medidas avanzadas como la abolición del tributo indígena o la supresión de la esclavitud, ambos acontecimientos fechados en 1854.6 De hecho, esta revolución liberal pretendía llevar a cabo las promesas que se venían realizando desde la independencia del país en 1821: «manumitir a los esclavos, abolir las “castas”, y “liberar” a los indios del tributo».7 No obstante, algunos historiadores, como el mencionado Peralta, cuestionan el liberalismo de Castilla y de sus seguidores, y consideran que la denominada «Revolución Liberal» se trató más bien de una «guerra civil»:

[...] el llamado ejército libertador liderado por el general Ramón Castilla apeló con éxito al principio liberal en la medida en que ello fue también acompañado de cooptaciones formales e informales de múltiples fuerzas e instituciones sociales y regionales que poco o nada tenían que ver con lo ideológico.8

Comenzaba así el segundo mandato de Castilla, durante el cual, en 1856, se redactó un texto constitucional de tendencia liberal que, sin embargo, no convenció al presidente, pues reducía el poder ejecutivo a favor del legislativo, cumpliendo así el principio liberal de limitar el presidencialismo. De hecho, la promulgación de esta Constitución, así como otras actuaciones de tendencia liberal que tuvieron lugar durante su segundo gobierno, produjeron el descontento entre los sectores de población más conservadores que habían apoyado a Castilla durante el conflicto, produciéndose diversos levantamientos contra el presidente en algunas provincias como Arequipa o Moquegua.9 Los años 1857 y 1858 se caracterizaron especialmente por «la coacción y la violencia en varias poblaciones de la República», e incluso algunos documentos llegan a hablar de guerra civil.10 Todo ello, sin embargo, terminaría con un nuevo triunfo de Castilla.

En este contexto, en 1857 Castilla disolvió la Asamblea y convocó elecciones para formar un nuevo Congreso que redactara una Constitución más conservadora, alejándose desde este momento de los liberales y refugiándose en el ejército.11 En 1858 se convocaron nuevas elecciones al Congreso, que dieron lugar a una Asamblea de corte conservador.12 El nuevo Congreso, una vez instalado, realizaría algunas reformas de gran relevancia para el país, siendo la más importante de todas ellas la elaboración de un nuevo sistema normativo que se mantendría sin grandes variaciones hasta finales del siglo XIX lo que le convierte en el marco normativo más estable de todo el Perú decimonónico. Así, del trabajo realizado por el Congreso de 1860 surgieron la Constitución de 1860 y la Ley Electoral de 1861. La Constitución de 1860, que seguía el modelo de la Constitución de Estados Unidos de América, ha sido calificada por la historiografía como un texto profundamente conservador –es decir, se adscribía a la corriente más moderada del liberalismo–. En palabras de Graham H. Stuart, «el elemento conservador, aunque estaba dispuesto a aceptar algunos de los principios liberales de la Constitución de 1856, estaba decidido a hacer de la nueva ley orgánica un instrumento seguro para el gobierno».13

A partir de las elecciones de 1862, Castilla sería sustituido como presidente de la república por Miguel de San Román. El 23 de octubre de 1862 Castilla se despedía de los peruanos con un discurso que comenzaba con las siguientes palabras: «Desciendo del alto puesto que vuestra libre voluntad me designó, con la conciencia tranquila y con la frente limpia de las feas manchas que deja tras sí el crimen».14 Por su parte, el Gobierno de San Román duraría poco, pues falleció en abril de 1863. El encargado de sucederle fue Juan Antonio Pezet, hasta entonces vicepresidente de la República. Este tuvo que hacer frente al problema surgido con España a raíz de la ocupación de las islas Chincha por parte de la flota española. En este contexto, el 2 de noviembre de 1865, Mariano Ignacio Prado encabezaba una insurrección que acabaría con el Gobierno de Pezet. Entre los que criticaron la actuación de Pezet ante la invasión española se encontraba el propio Castilla. Finalmente, tras el combate del Callao del 2 de mayo de 1866 terminaría el conflicto contra España.

Una vez que se hubo conseguido la pacificación exterior, se procedió a la convocatoria de elecciones para elegir un nuevo Congreso, el cual debía redactar un nuevo texto constitucional que sustituyera al de 1860. Se promulgaría así, el 29 de agosto de 1867, una Constitución de tendencia liberal que, sin embargo, solo tendría vigencia durante unos pocos meses. Según José Pareja, «la Constitución de 1867 es en gran parte copia de la Carta de 1856, pero mucho más avanzada, extremada y radical [...]», puesto que, entre otras modificaciones, se recuperaba el sufragio popular directo para los ciudadanos en ejercicio mayores de veintiún años.15 Sin embargo, el Gobierno de Prado consiguió establecer un fuerte control de los procesos electorales «a través de los gobernadores (funcionarios del gobierno) y en la identificación de los sufragantes mediante boletas de contribuyentes». Además, César Gamboa asegura que «la elección simultánea de un presidente constitucional y una Asamblea Constituyente fue duramente criticada en su momento».16 Finalmente, el carácter extremadamente liberal de esta Constitución –junto con la propuesta de medidas consideradas radicales, como la libertad de cultos, por parte de algunos miembros del Parlamento– hizo que no fuera bien acogida por la mayor parte de la sociedad, siendo derogada y sustituida por la Constitución de 1860 el 6 de enero de 1868. El carácter moderado del texto de 1860, que evitaba los extremos políticos y las tendencias excesivamente radicales, aunque incluía algunas influencias liberales de la Constitución de 1856, lo convirtió en un documento más satisfactorio para los legisladores peruanos de la época.17

Sin embargo, el principal baluarte de la Constitución de 1860, Ramón Castilla, no pudo ver restablecido este marco normativo, pues había fallecido el 30 de mayo de 1867. Sus restos fueron despedidos con honores fúnebres por la sociedad peruana y, en especial, por los altos cargos militares y políticos.18 Por tanto, a partir de la muerte de Castilla y de la vuelta a la vigencia de la Constitución de 1860 –que no sería derogada ya hasta 1920–considero que quedaría cerrado el eje temporal de análisis de este trabajo. A partir de 1868, ocuparía el puesto de encargado del poder ejecutivo Pedro Díez Canseco, hasta que la celebración de nuevas elecciones presidenciales otorgaron el poder a José Balta, que ejercería su mandato hasta que fuera asesinado en 1872.19

A la mayor estabilidad política que se podía observar en la vida política peruana desde 1860 se unía una tendencia que se venía desarrollando desde la década de los cincuenta: una mayor consolidación de los partidos políticos, a diferencia de momentos anteriores en los que las tendencias políticas se agrupaban mediante simples clubes o asociaciones de intereses.20 Aunque la tendencia no culminaría hasta la creación del Partido Civil en 1871, en las décadas de 1850-1860 comenzaba a aparecer un embrión del posterior sistema de partidos. En este sentido, ocupaba un papel relevante la aparición del Club Progresista en las elecciones de 1850, la primera formación política que presentó un candidato civil a las elecciones –Domingo Elías–, tratando así de abrir un periodo claramente diferenciado del anterior predominio militar.21 A lo largo de la década de los cincuenta, pero fundamentalmente en la de los sesenta, las formaciones políticas comenzaron a aparecer con una mayor complejidad en sus estructuras. Ya no eran simples facciones asociadas a un caudillo que utilizaba la política como forma de legitimación de su poder, sino que empezaron a surgir estructuras jerarquizadas que presentaban programas políticos y que utilizaban mecanismos de propaganda política como la prensa, los folletos y pasquines, etc. Además, comenzaron a utilizar un lenguaje heredado de los ilustrados que propagaron el liberalismo en Europa, basado en la defensa de determinados derechos y libertades como pilares de sus principios teóricos. No obstante, como ya se ha mencionado, habría que esperar al año 1871 para encontrar la primera formación política que se denominaba con la categoría bien definida de «partido político»: el Partido Civil.22

Si en Perú Ramón Castilla representaba el inicio del «verdadero período republicano»,23 en Ecuador existía también un nombre propio vinculado al nacimiento de la nación: Gabriel García Moreno, principal exponente del conservadurismo ecuatoriano, elegido presidente de la República entre 1861-1865 y 1869-1875. La etapa garciana representa uno de los momentos más relevantes de la historia ecuatoriana, pues en ella se produjo la consolidación de un modelo político de liberalismo conservador con una fuerte preeminencia de la religión católica –denominado por la historiografía ecuatoriana más reciente como el periodo de la «modernidad católica»– a la vez que el desarrollo del estado nacional ecuatoriano.24

Tradicionalmente, el proyecto político de García Moreno ha sido caracterizado por la historiografía como un proyecto contradictorio que no consiguió triunfar.25 No obstante, en las últimas décadas estas tesis han sido revisadas por historiadores como Juan Maiguashca o Ana Buriano. En palabras de Buriano, el ideal político de García Moreno era «el progreso ordenado y la libertad controlada de la nación regida por la moral cristiana». Esta autora señala también que lejos del inmovilismo tradicionalmente asociado al periodo conservador ecuatoriano, la política de García Moreno se caracterizó por «promover cambios e innovaciones» así como por fomentar la construcción de una nación.26 En la misma línea se sitúa Maiguashca, quien destaca la relevancia de la política de García Moreno en la formación de un Estado nacional ecuatoriano en las primeras décadas del siglo XIX, rechazando así las hipótesis tradicionales que situaban los orígenes del Estado moderno en Ecuador a finales de siglo. Para este autor, en 1861 daba comienzo una época de cambios en todos los ámbitos: «mientras el cambio social que inició García Moreno se encaminó a fundar una sociedad civil basada en el mérito, el cambio político-ideológico que propuso tuvo como meta la creación de una comunidad imaginaria en el interior de un Estado soberano».27

Desde su creación como Estado independiente en 1830, Ecuador había sido gobernado por individuos conservadores pertenecientes a la escuela francesa: Juan José Flores (1830-1834 y 1839-1845) y Vicente Rocafuerte (1834-1839).28 No obstante, en marzo de 1845 estalló la Revolución de Marzo, que enfrentó a los partidarios del entonces presidente Juan José Flores contra los rebeldes «marcistas» liderados por José María Urbina. A partir de 1845, la escuela americana conseguiría hacerse con el poder, sucediéndose los gobiernos de Vicente Ramón Roca (1845-1849), Manuel de Ascásubi (como encargado entre 1849-1850), José María Urbina (1851-1856) y Francisco Robles (1856-1859). Tras la guerra civil (o «crisis nacional») de 1859-1860 –en la que el poder político quedó dividido entre Cuenca, Loja y Quito–, finalmente los garcianistas conseguirían retomar el poder a partir de la conquista de Guayaquil –donde había resistido el general Guillermo Franco, apoyado por el presidente peruano Ramón Castilla– el 24 de septiembre de 1860, fecha clave en el imaginario de los conservadores ecuatorianos.29

Tras este desenlace, García Moreno empezaba a ser considerado el valedor de la reunificación nacional. Así, en algunos impresos que circularon en aquel momento se podía leer que por su «mediación redentora el hermano de la Costa y el hermano de la Sierra están bajo la Línea Equinoccial».30 García Moreno era el pacificador de Ecuador, como se ponía de manifiesto en otro panfleto:

Ha pasado una revolución como pasa un huracán sobre la tierra, revolviendo, mudando, conmoviendo todo lo que ha encontrado en su camino. Concluida su obra, ha desaparecido para el pueblo, que ya no ve su sombra aterradora, sino las estatuas de la Paz que recorren triunfantes las plazas de la República [...].31

Por ello, García Moreno aparecería como el candidato idóneo para hacerse cargo de la presidencia desde 1861.

Gabriel García Moreno había viajado por Europa en dos ocasiones antes de llegar al poder en Ecuador, lo que le permitió entrar en contacto con los sistemas políticos instalados en Inglaterra, Francia o Alemania. Como apunta Luis Robalino, esto supuso un gran aprendizaje para el futuro presidente ecuatoriano, ya que la Europa de 1850 era todo un espectáculo:

[...] acababan de ser dominadas las varias revoluciones del año trágico de 1848, muy especialmente en Francia, Alemania, Italia, Austria y los Principados Danubianos. En la primera de estas naciones, la formación de una clase obrera [...] permitió la Revolución de 1848 a nombre del sufragio universal; la constitución de la Segunda república y la tentativa, en las jornadas sangrientas de Junio, de un trastorno social. El socialismo naciente, colectivista con Saint Simon, Fourier y Louis Blanc, o anarquista con Proudhon, trataba de implantarse en Francia.32

Su segundo viaje europeo, en 1855, se centró especialmente en Francia, donde se hallaba en apogeo el Imperio de Luis Napoleón Bonaparte. García Moreno era un gran admirador de la política de Napoleón III –no en vano se adscribiría a la escuela francesa, como se verá en el próximo capítulo–, y «veía que en el Ecuador, más que en Francia, la necesidad de una autoridad fuerte se hacía sentir con premura». El ecuatoriano comparaba la Revolución francesa de 1848 con la revolución que había protagonizado Urbina en Ecuador unos años antes, y se convencía de que «así como Napoleón III había ahogado la Revolución de 1848, él ahogaría, y más fácilmente, el espíritu revolucionario en el Ecuador aplastando a todos los Urbinistas que tratasen de despertarlo».33 Además, en Francia tuvo la oportunidad de conocer su sistema educativo, que le inspiraría para proponer uno propio en el Congreso de 1857 y posteriormente llevarlo a cabo durante su etapa presidencial. También admiraba el trabajo ornamental que Napoleón III había desarrollado en París –«He encontrado inmensas mejoras debidas a Luis Napoleón quien, a pesar de la guerra, hace continuar mil obras de ornamento o de utilidad, como calles y palacios magníficos, ferrocarriles nuevos, etc.»–,34 elemento que también trataría de imitar una vez llegara al poder en Ecuador. El interés por la construcción de obras públicas –caminos, carreteras, líneas férreas, hospitales, orfanatos, cementerios, etc.–, especialmente durante su segundo mandato, hizo que el historiador Pareja Diezcanseco dijese de él que «más que un estadista, García Moreno es un constructor, un gran maestro de obras».35

Durante su primera legislatura, regida por la Constitución de 1861, se llevó a cabo la promulgación de un compendio legislativo importante, que sentó las bases del sistema liberal que se empezaba a consolidar durante la década de los sesenta: entre otras, la Ley de Régimen Municipal de 1861, las leyes electorales de 1861 y de 1863 o la Ley Orgánica de Instrucción Pública de 1863. A este primer mandato también correspondía la firma del Concordato con la Santa Sede, llevado a cabo en Roma el 26 de septiembre de 1862 y ratificado en Quito el 17 de abril de 1863.36 El objetivo de dicho Concordato, además de asegurar la religión católica como la única posible en el país, prohibiendo otros cultos, era el de establecer algunas de las prerrogativas de los eclesiásticos y el papel de la religión en la República de Ecuador. En este sentido, a través de este documento se implantaron cuestiones como la presencia de la doctrina católica en la educación –«la instrucción de la juventud en las universidades, colegios, facultades, escuelas públicas y privadas, será en todo conforme a la doctrina de la religión católica»–; la censura con respecto a los «libros contrarios a la religión y a las buenas costumbres»; la continuidad del cobro de diezmos; o el derecho de la Santa Sede a erigir nuevas diócesis en el territorio ecuatoriano. Asimismo, durante este primer mandato de García Moreno tuvieron lugar importantes actuaciones en materia de política exterior, destacando la asistencia de Ecuador al Congreso Americano celebrado en Lima en 1864, con el objetivo de definir las fronteras entre los países latinoamericanos.37

Entre 1865 y 1869 –un periodo conocido por la historiografía ecuatoriana como «Interregno»– se sucedieron en la presidencia de Ecuador una serie de individuos –todos los cuales contaron con el apoyo de García Moreno siempre y cuando siguieran sus directrices–, que gobernaron durante plazos muy cortos: Rafael Carvajal (1865), Jerónimo Carrión (1865-1867), Pedro José de Arteta y Calisto (1867-1868) y Javier Espinosa (1868-1869). A pesar de que todos ellos siguieron con el programa político inaugurado en 1861, Ana Buriano señala que en esta etapa también podían encontrarse algunos aires de renovación: la amplitud de la libertad de prensa, la concesión de amnistías políticas, el apego a la legalidad o la búsqueda del centro ideológico fueron elementos característicos de los gobiernos que se sucedieron en estos años.38

A partir del 29 de julio de 1869 se iniciaba el segundo mandato de García Moreno. Este periodo estaría regido por la Constitución de 1869 (conocida como la «Carta Negra»), en la que se reforzaba el elemento católico que caracterizaba la ideología de García Moreno, y por la ley de elecciones promulgada en el mismo año. Este segundo mandato estaría caracterizado por una progresiva centralización política, una mayor amplitud de las atribuciones del poder ejecutivo, una limitación de las libertades individuales y una enorme restricción del derecho a la ciudadanía, que quedaba limitado a los individuos que, entre otras cuestiones, profesaran la religión católica.39 Además, en esta segunda legislatura tuvo lugar una importante obra educativa, así como una considerable atención a la construcción de infraestructuras, a la que hemos hecho referencia anteriormente.

El periodo garciano concluiría el 6 de agosto de 1875 con el asesinato del presidente al entrar en el Palacio de Gobierno (Palacio de Carondelet), a manos de Faustino Rayo, un colombiano que años antes había sido el hombre de confianza de García Moreno. Pareja Diezcanseco explicaba de la siguiente forma cómo tuvo lugar el asesinato:

Cerca de las dos de la tarde del 6 de agosto de 1875, después de haber orado en la Catedral y de visitar la casa de su familia política, enderezó García Moreno sus pasos al Palacio. Acababa de subir las escaleras del atrio, cuando Faustino Rayo le atacó de un machetazo entre el cuello y la espalda. Manuel Cornejo le descerrajó un balazo en un hombro. Otro golpe de Rayo le rompió el brazo izquierdo por el codo y otro le despedazó la mano derecha. Su edecán fue sujeto de los brazos por los complotados. Pudo García Moreno correr hacia la puerta de Palacio, donde lo detuvo Andrade con un balazo. Volvióse dando voces. Vacilante, dio traspiés hasta caer de lo alto a la plaza. Bajó las escaleras Rayo, y alcanzó a la víctima, cuya cabeza macheteó como un poseído. Allí murió García Moreno con dieciocho heridas en el cuerpo.40

Si bien es cierto que Rayo fue la mano ejecutora, las investigaciones posteriores determinaron que el asesinato realmente procedía de una conspiración ideada por un grupo de dirigentes «jóvenes, cultos y liberales», en la que participaron numerosos individuos –incluso algunos miembros de su gobierno, como el general y ministro de Relaciones Exteriores Francisco Javier Salazar–.41 Estos «conspiradores» entendieron su actuación «no como asesinato, sino como revolución», frente al férreo control político y social que estaba llevando a cabo el gobierno de García Moreno.42 De hecho, Roberto Andrade, uno de los participantes en el complot, afirmaba años después, tratando de justificar su acción, que «el machete de Rayo no es otro que la antorcha de la libertad empuñada por todos los hombres justos de la tierra». Por ello, veía la necesidad de publicar su libro, Seis de Agosto, o sea muerte de García Moreno, cuyo primer capítulo tenía el siguiente objetivo:

Como para justificar una muerte a mano armada es necesario dar a conocer la vida del muerto, pongo por primer capítulo de esta obra un esbozo de los atentados de ese tirano espantable y los esfuerzos del pueblo ecuatoriano por quitarle la vida desde que se persuadió de su crueldad. Así la civilización verá que era indispensable matarlo, y dirá que los conspiradores fuimos soldados de la Libertad y profundos amigos de los hombres.43

El asesinato de García Moreno no resultaba extraño, pues a lo largo de todo su gobierno se habían sucedido constantes rebeliones contra su autoridad. Así, por ejemplo, el New York Times del 26 de enero de 1862 informaba de que había sido sofocada una revuelta en Perucho –el pueblo más pequeño del distrito de Quito–, la cual quedaba justificada de la siguiente manera: «La tiranía de Don García Moreno y el General Flores se hace sentir en las poblaciones más pequeñas y en los asuntos más insignificantes».44 De hecho, el propio García Moreno informaba a principios de 1870 a su amigo Manuel Andrade Marín, en una correspondencia privada, de un intento de asesinato hacia su persona que había fracasado: «Todos los rojos de la República han sabido que yo iba a ser asesinado, como lo prueban las noticias que los liberales hicieron circular en Loja».45