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La "Colección de relatos de Uji" constituye una de las más importantes recopilaciones medievales de cuentos de Japón. Sus historias, de carácter moral o edificante, pero ricas en humor y descripciones de costumbres, representan una mordaz mirada crítica y el escarnio a la ambivalencia ética de diferentes figuras religiosas.
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Seitenzahl: 382
Veröffentlichungsjahr: 2024
Colección de relatosde Uji
(Antología del Uji shūi monogatari)
Edición de Efraín Villamor HerreroTraducción de Efraín Villamor Herrero
大好きな健太へ心を込めて
A mi querido Kenta,ponle corazón
ChU
Chāndogya Upaniṣad
Mhb
Mahābhārata
RV
ṚgVeda
Sddhmp
Saddharma Puṇḍarīka Sūtra
DAI
Uji dainagon monogatari
『宇治大納言物語』
HOS
Hosshinshū
『発心集』
JIK
Jikkinshō/Jikkunshō
『十訓抄』
KOH
Kohon setsuwa shū
『古本説話集』
KOK
Kokon chomon jū
『古今著聞集』
KOS
Kojidan
KON
Konjakumonogatarishū
『今昔物語集』
SAN
Sanbōe
『三宝絵』
SHA
Shasekishū
『沙石集』
SEN
Senjūshō
『撰集抄』
THK
Taiheiki
『太平記』
TSU
Tsurezuregusa
『徒然草』
UCH
Uchigikishū
『打聞集』
UJI
Uji shūi monogatari
『宇治拾遺物語』
(ch.)
chino
lat.
latín
(jp.)
japonés
(sk.)
sánscrito
Los estudios relacionados con Asia Oriental y la pasión por la cultura japonesa están en continuo crecimiento. La distancia, física o temporal, no afecta en absoluto a aquellos que se sienten atraídos por la literatura. Leer en japonés puede convertirse en una tarea ardua, más todavía si se trata de sus clásicos. Aun así, en los últimos años, el ingente interés ha propiciado que se publiquen cada vez más obras representativas traducidas al español. El estudio de la literatura japonesa nos permite zambullirnos en su rico y prolífico contexto histórico y, además, nos ayuda a observar la manera de interpretar el mundo de los japoneses. Su forma de pensar en ocasiones nos extraña y, a la vez, probablemente por ello, nos fascina. La literatura japonesa, muy en detrimento de sus seguidores más esencialistas, construye su legado cultural e histórico en constante referencia y bajo la influencia del pensamiento importado desde el continente. Tradiciones religiosas tan importantes en Asia como el confucianismo o el taoísmo tenderán puentes entre los diferentes territorios históricos, aunque sin duda alguna, y aunque podría parecernos difícil de cuantificar, el vehículo canalizador del pensamiento continental que se transmitió hasta la parte más oriental de Asia fue el budismo. De hecho, las costumbres y creencias de las diferentes épocas estarán supeditados principalmente a la transmisión y desarrollo del budismo, la religión más influyente de Asia Oriental.
La literatura japonesa se remonta, como poco, al siglo VII de nuestra era. Bajo el régimen imperial se instituyeron los cimientos de la estructura gubernamental del Estado japonés. Los primeros escritos budistas en chino clásico transmitieron hasta las islas japonesas el pensamiento de la antigua India junto con el inmenso bagaje cultural que se le añadió gráficamente al traducirlo en sinogramas. Desde sus albores, especialmente durante los períodos antiguo y medieval, la literatura japonesa se nutrirá del pensamiento budista hasta resultar prácticamente inseparable de él. A grandes rasgos podemos clasificar la historia de la literatura japonesa en cuatro amplios períodos: (1) Antiguo (Jōdai, 上代)1, (2) Heian (Chūko, 中古), (3) Medieval (Chūsei, 中世) y (4) Contemporáneo (Kinsei, 近世).
No hay un criterio que convenza a los académicos con respecto al inicio exacto de esta franja histórica. Aun así, se piensa que da comienzo de forma sincrónica con el recién establecido régimen imperial japonés. La literatura, desde esta época, se desarrollará gracias a la burocracia y los intereses políticos. La necesidad de comunicarse con territorios continentales fomentó el uso y adopción oficial de la escritura en sinogramas, dado que, hasta entonces, el lenguaje japonés no contaba con un método de escritura definido. Los monjes burócratas encargados de la diplomacia del Estado, eran los responsables de estudiar las letras llegadas desde el continente, y mediante las cuales la familia imperial japonesa pretendió posicionarse como potencia de Asia Oriental.
La literatura japonesa se consolidará no solo como vehículo diplomático, sino también para dejar constancia del poder nacional a las generaciones venideras, en el período Nara (710-794). En esta época se crearon diferentes mitos, de entre los que destacará la idea de «Japón» como nación unificada bajo un mismo régimen imperial. Los más respetados literatos de dicha época, en su mayoría monjes budistas, los conocieron y desarrollaron. Sus prácticas, normalmente relacionadas con los intereses gubernamentales de la casa imperial, eran patrocinadas por el Estado. En esta era se transcribirán diferentes escrituras y se compondrán las primeras glosas japonesas de textos budistas, y es que, como hemos dicho, la literatura japonesa estará desde sus albores intrínsecamente ligada al budismo —especialmente a las palabras que se utilizaron en su difusión desde el continente—. Aunque no podemos entrar en excesivos detalles aquí, mencionaremos que, incluso en los primeros tratados japoneses, reclamados sustancialmente como narrativa mitológica ‘sintoísta’, se puede observar que su discurso fue en realidad adaptado a partir de diferentes conceptos y grafías tomados de escrituras budistas en chino clásico2.
Durante este período, la cultura llegada del continente desempeñará un papel fundamental en el desarrollo histórico. La implantación oficial de la escritura en sinogramas, homologada a la idiosincrasia comunicativa de los pobladores japoneses, dará lugar a la creación de su adaptación fonética en caracteres chinos (jp. man’ yōgana, 万葉仮名). También en esta era se dejará por vez primera constancia escrita de los primeros textos japoneses oficiales, como lo prueban el Kojiki (古事記, 712), el Nihonshoki (日本書紀, 720) y otras crónicas históricas, así como la característica colección poética Manyōshū (万葉集), la cual implementará la transliteración fonética de palabras japonesas en caracteres chinos. De las obras que se compusieron en esta era, destacaremos las dos primeras por su implicación política e identitaria. El Nihonshoki se apropia del estilo tradicional de la historiografía china, utilizando una mayor rigidez gramatical, por lo que se cree que su composición tuviera como fin la exaltación del régimen japonés de los territorios chinos con los que el gobierno imperial tenía establecidos lazos comerciales. Básicamente podemos decir que sus leyendas fueron compuestas para legitimar el mito del linaje imperial japonés. El Kojiki, en cambio, fue redactado con un estilo más asequible, motivo por el que se piensa que fue compuesto con la intención de ser leído en territorio nipón.
El período Heian de la literatura japonesa coincide con el período histórico de la era Heian (平安時代, 794-1185). La escritura en chino clásico será perfeccionada durante esta era con gran pulso por parte de las altas esferas y los eruditos japoneses. La primera colección poética constituida bajo edicto imperial, el Kokinwakashū (古今和歌集, 905) pondrá la poesía japonesa (jp. waka, 和歌) a la altura de las grandes obras poéticas transmitidas en chino. Los documentos oficiales de esta época continuarán escribiéndose en kanbun (漢文), estilo japonés desarrollado para el uso del chino clásico. No obstante, el auge cultural de la aristocracia, característico de la Era Heian, propiciará que se redacten diferentes obras literarias según la nueva moda de escritura entre los nobles: el estilizado y artístico silabario hiragana (平仮名). Durante este período, la cultura japonesa llamada kokufū (国風) florecerá principalmente en torno a la aristocracia de la capital imperial, establecida entonces en Kioto. En esta era aumentarán también los tratados escritos en kana (仮名), y la literatura japonesa verá su máximo esplendor, caracterizado por el gusto de las clases nobles por la profusión y admiración literarias. Tras siglos de absorción del pensamiento llegado del continente, la cultura de la Era Heian se define como una transición cultural en la que las clases nobles y la cultivación de la escritura desempeñarán un papel fundamental a la hora de plasmar las ideas y sucesos acontecidos.
Se considera la Era Heian la época dorada de las artes y literatura japonesas. En este período, la corte imperial patrocinará diferentes colecciones poéticas y la aristocracia desarrollará un gran interés por lo artístico, así que no es de extrañar que los principales artífices de la literatura Heian fueran nobles y monjes budistas. El Diario de Tosa (土佐日記), de Ki-no-Tsurayuki, así como el Makura no Sōshi (枕草子, circa 990), de Sei Shōnagon, o el Genji monogatari (源氏物語, s. XI), escrito por Murasaki Shikibu, constituirán algunas de las piezas más representativas de la literatura japonesa clásica. Las famas y rivalidades de autoras japonesas como Sei Shōnagon y Murasaki Shikibu se disputarán los lectores en una era que estará fuertemente marcada por la literatura poética, además de por colecciones que hablan sobre los entresijos amorosos de diversos personajes de la corte imperial. Asimismo, el género fantástico (jp. setsuwa3 説話), relacionado con los relatos budistas de carácter divulgativo, se transmitirá gracias a su popularidad en la tradición oral. Por su parte, en la colección del Konjakumonogatarishū (今昔物語集4, s. XII), la obra más extensa de la literatura japonesa, se incluirán relatos, que recordarán diferentes historias de la antigua India, China y Japón.
Este período comprende las eras Kamakura (鎌倉時代, 1185-1333), Muromachi (室町時代, 1336-1568) y Azuchi-Momoyama (安土桃山時代, 1573-1600), en las que el poder administrativo y la hegemonía social pasarán al cargo de la clase guerrera samurái. La literatura de esta era consolidará el prototipo de la lengua japonesa en una forma aproximada a la que conocemos en la actualidad, formándose el registro literario que aúna la escritura en sinogramas junto con los silabarios japoneses, denominado wakankonkōbun (和漢混淆文). En esta época, las incesantes guerras darán paso a la narrativa bélica (Heike monogatari, 平家物語, 1371), además de a famosos ensayos como los escritos por Kamo-no-Chōmei (Hōjōki, 方丈記, 1212) y Yoshida Kenkō (Tsurezuregusa, 徒然草, 1331). Artes clásicas tales como el Sarugaku (猿楽), el teatro nō (能楽) y la literatura fantástica (setsuwa, 説話)—como decimos, asociada principalmente a la divulgación catequética de historias budistas—, así como diarios de célebres autores, pasaran a la historia tras componerse en este período.
Durante la Era Edo (1603-1868), las antiguas monografías ilustradas (otogi-zōshi, お伽草子) (el origen del manga) derivaron en la creación de diferentes tratados y obras narrativas que incluían imágenes para amenizar sus historias. El arte de lo efímero y los grabados ukiyo (浮世) pasaron a formar parte de la vida diaria del pueblo. Además, la paz propició que se fomentarán las artes clásicas, de modo que, en esta época, los comerciantes y el pueblo llano tendrán un papel principal en el desarrollo cultural y literario japonés. El teatro kabuki (歌舞伎), el teatro (de marionetas) bunraku (文楽; formalmente conocido como Jōruri, 浄瑠璃), además de la poesía haiku (también haikai, 俳諧) de Matsuo Bashō (松尾芭蕉), serán algunos de los grandes acontecimientos culturales que caracterizarán esta época.
Tras la Restauración Meiji (1869-1889), la cultura japonesa se abrió oficialmente a Occidente. Los avances tecnológicos y la Revolución Industrial marcaron la transformación de la nueva nación japonesa, unificada bajo la identidad nacional que representaba la figura divinizada del emperador. La introducción de (y el contacto con) la literatura europea y la influencia americana en ciertos literatos japoneses determinarán la literatura contemporánea de Japón, la cual se cree influyó potencialmente en la literatura moderna de China y Corea. Autores de la talla de Natsume Sōseki, Ryūnosuke Akutagawa o Mori Ōgai, entre otros, marcarán la corriente del pensamiento moderno japonés. De esta época, el autor siente una gran empatía y afecto por la sensibilidad y poesía de Kaneko Misuzu (Villamor, 2021a), pues, además de nuestra más sincera admiración por la belleza plasmada en sus versos, creemos que su delicadeza poética no es sino el reflejo de su profunda bondad.
La Colección que aquí presentamos traducida por primera vez al español, el Uji shūi monogatari (en adelante UJI), es un texto clásico de la literatura medieval japonesa ultimado probablemente a principios del siglo XIII. Recopila una antología de ciento noventa y siete relatos, en general historias de gran reconocimiento popular entonces. Debido a su origen en la transmisión oral japonesa, consideramos que la Colección refleja el fascinante paradigma sociohistórico del medievo japonés, en especial del período Kamakura (1185-1392), cuando el surgimiento de la hegemonía samurái había dado lugar a grandes cambios sociales. La consecuente reforma llevada a cabo además por el sector budista en dicho período implicó la propagación de numerosas creencias religiosas e historias de origen budista entre la vox populi. Las ideas, esperanzas y vicisitudes de aquellas gentes se ven reflejadas con gran dinamismo en el UJI, un texto que se caracteriza por la sátira social y el tono humorístico, al parecer temas de constante interés entonces. Sus pasajes y curiosas tramas nos permiten observar la tendencia, obvia, no solamente de infundir ciertos valores éticos mediante moralejas, sino, además, la mordaz visión y el entusiasmo de sus ávidos lectores (si no oyentes en origen) ante una narrativa tan soez que, en ocasiones, pudiera distar de lo que nos esperaríamos de un pueblo que suele celebrarse por su sensibilidad emocional y delicada estética. De todo esto se infiere que, probablemente, su primer propósito fuera entretener a su público, aunque no podemos aclararlo con certeza. Su composición no refleja estilismo y delicadeza, sino que destaca por un estilo ameno que denota el claro interés de las clases populares por lo lierario como actividad lúdica. El contraste, y, por tanto, variedad de su narrativa es más que plausible. Historias con desenlaces sorprendentes, narrativa fantástica y relatos que exponen aspectos reseñados desde el punto de vista ético forman una compleja amalgama de las preocupaciones e intereses sociales de los japoneses de aquella época, así como de historias que fascinaron a las anteriores generaciones. Las consecuencias kármicas de las acciones de diferentes personajes sus curiosos destinos, así como la veneración a diversas deidades, devuelven un fiel reflejo de la sociedad de entonces, especialmente por su tono pícaro, que nos la muestra de una manera espontánea, sin los tapujos que pudieran resultar de la intención de otros textos de carácter divulgativo religioso. Su título hace referencia a historias (jp. monogatari, 物語) de transmisión oral, recopiladas (jp. shūi, 拾遺) en Uji (宇治) (actual población a las afueras de Kioto), mientras que su narrativa explora todo tipo de acontecimientos por los que distintos personajes de distinta índole social protagonizan variopintos sucesos: desde emperadores y samuráis a monjes, animales y numerosos seres fantasmagóricos propios de la amalgama folclórica japonesa.
En el mundo hay un texto llamado Uji dainagon monogatari (宇治大納言物語)5. El título de dainagon6 se refiere al señor Takakuni7. Este es uno de los nietos de don Nishinomiya8. Al hacerse mayor, pidió ser relegado de sus tareas administrativas, de modo que para librarse del calor, de mayo a agosto, pasaba sus días recluido en un lugar llamado Nansenbō, en los montes del sur, en el almacén donde se guardaban las escrituras budistas del templo Byōdō-in.
Allí se hacía llamar a sí mismo con el apodo de Ujidanagon. Llevaba el pelo recogido al estilo samurái y vestía de forma cómoda. Allí, recostado sobre una esterilla y abanicándose fastuosamente con un gran paipái, mandó reunir a todos aquellos que conocía, sin importar su estatus social, para que le contaran todo tipo de relatos antiguos. Mientras tanto, él los transcribía en un librito, tumbado en el fondo de sus aposentos, según se los iban narrando. Hay relatos de la antigua India, de tierras chinas y de diferentes feudos japoneses también. Además, contiene una gran diversidad narrativa, desde grandes proezas hasta historias graciosas y horripilantes, miserias, fechorías, cuentos inventados e incluso fábulas narradas con un gran ingenio.
La gente lo lee por diversión. Está compuesto por catorce tomos. El original estaba, según dicen, en manos de Shijū Toshisada9. Después no se sabe qué sucedió con él. Posteriormente, otras personas redactaron más relatos, de modo que estos aumentaron. Incluso hay algunos posteriores al Ujidanagon monogatari. De ese modo, fueron encontrándose nuevas transcripciones. Las historias transcritas por el dainagon se conocen como Uji shūi monogatari. El texto se llama así debido a que probablemente compila por escrito aquellos relatos que se habían perdido del Ujidanagon monogatari y otros posteriores. El nombre hace posiblemente referencia a Uji (宇治), o puede que se refiera al título nobiliario de Shijū en ideogramas chinos, ya que este se escribe precisamente como shūi. Puede que aludieran al cargo poniéndolo como el título del libro [ilegible], pero se desconoce. [ilegible], no se sabe con claridad.
Los escenarios que se narran en el UJI se basan en la antigua geopolítica del pueblo japonés. El mundo era desglosado entonces en tres grandes territorios (sangoku-sekai, 三国世界)10: la antigua India (Tenjiku, 天竺), la designación genérica para hacer referencia a diversos reinos chinos (Shindan, 震旦) y el archipiélago japonés (Honchō, 本朝). De los ciento noventa y siete relatos que componen el UJI (al menos en la versión que ha perdurado hasta nuestros días) más de ciento treinta transcurren en Heiankyō (平安京) (actual Kioto)11, la antigua capital imperial. Su composición se sitúa en la Era Kamakura, período en el que el poder político fue tomado por la clase guerrera samurái. No obstante, el hecho de que la gran mayoría de sus historias aludan a sucesos relacionados con la anterior capital, Kioto, nos obliga a reflexionar acerca de la importancia histórica y la influencia en la literatura de esta ciudad, que seguía siendo el epicentro político-social del archipiélago.
Para el momento del medievo japonés en el que fue compuesto el UJI, la literatura japonesa que ahora identificamos como «clásica» ya había florecido gracias al creciente interés que suscitaba entre los nobles12. En Kioto, la señorial capital imperial, en pleno apogeo de la cultura aristócrata, había surgido el ya mencionado setsuwa (説話). Como hemos visto, esta variedad de la literatura japonesa medieval se caracteriza por su predilección por la narración de relatos fantásticos, y, aunque también reúne narraciones seglares, principalmente era utilizado como medio de divulgación de enseñanzas budistas13. La lectura del UJI puede ser disfrutada de diversas maneras, como sucede con cualquier otra colección literaria; no obstante, debido a su antigüedad y características particulares, creemos que muchas de las historias que se relatan en él atestiguan mucho más de lo que su tono desenfadado pudiera dar a entender. Sus cuentos exponen de forma grácil y ligera las inquietudes sociales y la mirada mordaz de sus gentes. Más allá de la excelencia en las artes y el cultivo literario que pudiera entreverse en otras obras japonesas coetáneas, en el UJI podemos observar desde diferentes ángulos sociales que sus historias no pretenden narrar las proezas de guerreros ni exaltar de manera elitista las figuras de los dignatarios. Su diversidad narrativa refleja excepcionalmente, creemos, los pensamientos (y también cuchicheos) que estuvieron de boca en boca, como mínimo, en dicha época. El UJI nos permite observar la realidad social de entonces desde muy diversos ángulos, ya que sus historias no parecen decantarse por una temática en concreto, sino que su variedad nos insta a valorar positivamente la posibilidad de que su selección fuera improvisada. Por todo esto, creemos que uno de los grandes alicientes que reporta la lectura de esta singular obra reside precisamente en que la versatilidad de sus historias confiere veracidad a la Colección como reflejo de una narrativa que causaba sensación.
A diferencia de otros relatos medievales, el UJI presenta una visión característicamente crítica del excesivo empoderamiento de distintas figuras monásticas, así como una aproximación satírica con respecto a la fe ciega en ciertas prácticas religiosas que se ponen en entredicho. Además de esta mirada crítica, ciertos relatos nos muestran también las creencias y esperanzas del pueblo llano de ser bendecido tanto en este mundo como en los venideros, aunque sin duda alguna lo que más destaca en su composición es su particular tono humorístico, el cual, estamos seguros, sorprenderá a más de un lector. Su narrativa no solamente pretende entretener a la aristocracia, sino que alude a numerosos mitos y leyendas de carácter fantástico asentados entonces en el imaginario social y recibidos por el pueblo con estupor, temblores y una gran curiosidad. Mediante la literatura, la divulgación de ciertas enseñanzas budistas adquirió una mayor repercusión mediática, preservándose en el tiempo gracias a su afianzamiento entre aquellos que las conocieron y transmitieron. Los autores de los relatos medievales japoneses eran muy conscientes de la capacidad de la literatura para rubricar una idea como (pre)establecida (no olvidemos que el relato religioso, y cualquier otro tipo de ejercicio de escritura, siempre que el contenido sea desconocido para el lector, suele fundamentarse así). En ellos, el discurso aleccionador de los monjes, así como los relatos que sufragan su prestigio, nos muestran diferentes sucesos prodigiosos, algunos inesperadamente curiosos, además de hilarantes consecuencias kármicas, entre las que la mirada crítica de la sociedad ante la ambivalencia ética de ciertos personajes, normalmente monjes budistas de infundada moral, es ciertamente reseñable14. Esta crítica a la figura de diferentes monjes se entrelaza en el UJI con otros relatos de claro propósito catequético budista, dando como resultado una gran variedad de historias, muchas de ellas fascinantes. Sus moralejas inducen al lector a la reflexión basándose en el pensamiento ético resultante de la asimilación cultural de las enseñanzas budistas. Esto es palpable en el UJI, ya que muchas de sus historias toman como premisa ideas indias, como el renacimiento o la retribución kármica, entre otras15. Sus historias, divididas originalmente en quince volúmenes, se catalogan en los tres siguientes grandes tipos16: (1) relatos de carácter budista (historias de monjes transgresores, monjes reputados, personas que comienzan a creer en el budismo e historias de renacimientos en el cielo); (2) relatos seglares (historias cómicas, cuentos de animales, ladrones y relaciones amorosas); (3) cuentos populares (historias propias del folclore japonés, indio, etc.).
En cuanto a la recopilación17 de los relatos del UJI, hay tres puntos clave a los que prestar atención. Primero, la selección de los relatos, segundo, su distribución, y tercero, el discurso y la forma en la que son narrados18. Muchas de sus narraciones están estructuradas sucesivamente según su temática, es decir, que los relatos están dispuestos intencionadamente de manera consecutiva. Además, la similitud del lenguaje empleado en la narración es notable, lo cual certifica su origen antológico desde la transmisión oral japonesa. Por ello, el UJI comparte muchas historias con diferentes obras literarias medievales anteriores a su composición19. Algunos de los relatos homólogos más característicos pueden ser identificados en otros textos clásicos japoneses como el Jikkinshō (『十訓抄』) (JIK)20 y el Uchigikishū (『打聞集』) (UCH). Además, es destacable que el UJI comparta veinte relatos con el Kohon setsuwa shū (『古本説話集』) (KOH) y el Kojidan (『古事歓談』) (KOJ), aunque de todos ellos el texto con el que mayor parentesco se ha encontrado es sin duda el Konjakumonogatarishū (KON), emparentado con el UJI en más de ochenta relatos21. Debido a su gran similitud, de hecho, se cree que el extraviado Uji dainagon monogatari (DAI) sería el libro matriz del KON y el UJI.
Las analogías de los relatos compilados en el UJI se dividen en las siguientes categorías:
1) Relatos compartidos únicamente con el KON.
2) Relatos que cuentan con una raíz común en el DAI.
3) Relatos de fuente desconocida, comunes a otros textos medievales.
4) Relatos exclusivos que no se han identificado en ningún otro texto22.
El KON recoge una gran cantidad de historias de origen continental, las cuales se introdujeron desde diferentes traducciones de la literatura budista en chino clásico. Entre ellas destacan los relatos hagiográficos transmitidos desde la India como narrativa biográfica del Buda Gautama23, y en especial las fábulas del género jātaka de su quinto volumen. Algunas de las más significativas de estas fueron adaptadas también en el UJI24, aunque en su transmisión desde la India hasta el Japón medieval perdieron la figura icónica del bodhisattva personaje al que la tradición budista india atribuyó las vidas pasadas del Buda Gautama25.
El UJI es un texto medieval que figura como ejemplo en numerosos libros de texto japoneses. En los libros de lengua y literatura (kokugo-bungaku, 国語文学) es común que aparezcan ejemplos de fragmentos seleccionados del UJI como parte del estudio de los clásicos (koten-bungaku, 古典文学). No en vano, la accesibilidad y legibilidad del UJI —siempre y cuando nos refiramos a fuentes que hayan transcrito la escabrosa escritura descompuesta (kuzushiji, 崩し字) de la que surgieron los fonogramas japoneses— en comparación con otras obras del género clásico lo hacen el texto idóneo para adiestrarse en la idiosincrasia gramatical de la literatura japonesa antigua.
Sin embargo, el UJI es una obra prácticamente desconocida en el mundo académico occidental. Con la excepción de Mills (1963, 1970), no conocemos ninguna otra traducción en una lengua de Occidente, por lo que la que ofrecemos aquí es la primera traducción al castellano. Aunque resumida, Mills (1963) es la primera traducción completa de los relatos del UJI al inglés, mientras que Mills (1970) constituye una edición revisada y más pormenorizada. Por su parte, Yoshida (1985) realiza un breve análisis de la realidad social del Japón del s. XIII plasmada en el UJI. Además de estos trabajos, el UJI ha sido objeto de análisis en estudios previos, especialmente dentro del campo de la literatura clásica japonesa y de la filología. De entre los estudios conducidos por investigadores japoneses, destaca Takahashi y Masuko (2018a, 2018b) como la versión más actualizada y revisada de los diferentes manuscritos antiguos y fuentes primarias de los que hay constancia. Además, esta fuente permite cotejar la transcripción junto con una traducción secundaria y un detallado recorrido por el léxico empleado, además de una revisión bibliográfica de las fuentes chinas y los relatos homólogos que el UJI comparte con otras obras literarias del medievo japonés. Por otro lado, Kobayashi y Masuko (1996) supone además una fuente de gran valor referencial, ya que cuenta con tablas comparativas esenciales entre sus anexos. En estas, además, se desarrolla la extensa temática argumental de cada una de las historias del UJI, así como un análisis comparativo de las similitudes léxicas, incluso parafraseadas en ocasiones, de algunos de los principales apartados de sus relatos.
Sin apartarnos del campo de la filología y la literatura clásica japonesas, diversos estudios han contribuido a esclarecer puntos claves concernientes a su recopilación. En primer lugar, destaca la falta de un criterio resolutivo que nos indique cuándo fue caligrafiado. La fecha exacta en la que se redactó es inexacta; sin embargo, los historiadores concuerdan en afirmar que el texto debió compilarse a lo largo del s. XIII, concretamente en algún momento del período comprendido entre los años 1212-124226. En su prólogo se dan ciertas sugerencias sobre el antólogo, pero se duda de la credibilidad histórica del dato, ya que parece que este texto fue añadido con posterioridad27. Por el contrario, otros estudios han reseñado la similitud léxica del prólogo con el cuerpo del UJI, llegando a razonar que se trata de un rasgo distintivo del desconocido compilador de la obra, motivo por el que han concluido que podría haberse tratado de la misma persona28. Aunque hay diversas hipótesis al respecto, ninguna parece resolutiva29, por lo que nosotros mantendremos la incógnita en torno a este asunto.
La influencia de la transmisión oral en algunas de las historias recopiladas en el UJI es constatada por el hecho de que se pueden encontrar entre ellas historias muy antiguas del folclore japonés. Investigaciones previas han esclarecido el origen popular de algunas (jp. mukashibanashi, 昔話), así como su matriz narrativa (jp. wakei, 話型)30. Entre estas historias, los sueños constituyen uno de los recursos narrativos más recurrentes. A través de ellos, la narración viaja por el subconsciente de sus protagonistas, que se convierten en espectadores lúcidos de los viajes oníricos con los que el lector se habrá de identificar. En estas historias se narran las extrañas vivencias experimentadas por los personajes dentro de sus propios sueños, como si estos estuvieran dominados por una fuerza mística y conectada con sucesos descritos más allá de las raíces de sus subconscientes. Este aspecto narratológico se ha identificado como un rasgo común de ese tipo de relatos del UJI, en los que los sueños son tratados como la línea divisoria entre este mundo y otras realidades paralelas. De este modo se describen historias que conectan a sus personajes con variopintos fenómenos paranormales31, los cuales, dada su abundancia en el contexto folclórico japonés, demuestran haber estado muy presentes en la vida cotidiana, además de su acogida en el imaginario social de la época, ya que eran interpretados como experiencias estremecedoramente vívidas y no como mera narrativa fantástica.
Por otro lado, la gran cantidad de relatos seglares presentes en el UJI supone uno de sus rasgos más significativos, más aún si tenemos en cuenta la popularidad que había adquirido ya para entonces la narrativa literaria de divulgación budista32. De hecho, se suele afirmar que una de las características principales del UJI recae precisamente en este fenómeno de descontextualización budista de los relatos33. Siguiendo con esta línea argumental, diversos estudios han confirmado la mayor cantidad de historias de temática secular34 en el UJI, así como la presencia de relatos que satirizan, e incluso llegan a ridiculizar la credulidad y el comportamiento de monjes transgresores35. De hecho, al zambullirse en la variopinta temática que nos presentan los relatos del UJI, el lector rápidamente puede percatarse de la sorna con la que se destapan los disfraces de distintos personajes36. Este detalle ha sido considerado otro de los aspectos más característicos de esta colección37, pues atestigua la intención humorística de muchas de sus historias con sus numerosas hipérboles e intrincados argumentos.
Sin embargo, y a pesar de todo lo reseñado, tampoco puede obviarse la importancia en el UJI del pensamiento religioso, pues este cumple un papel fundamental en sus historias y entramados, que no pueden comprenderse debidamente (así como sucediera entonces) sin reflexionar acerca de las diferentes creencias religiosas, principalmente budistas, que aparecen en él. Tanto que nos parece muy difícil interpretar el contexto social o entender las moralejas de sus historias sin tener en cuenta el rico pensamiento religioso del Japón medieval.
A continuación exponemos brevemente los aspectos clave del contexto sociohistórico de la Era Kamakura, haciendo especial hincapié en la realidad social y el paradigma religioso japonés, para lo que, en primer lugar, nos fijaremos en el impacto que tuvo en este texto la prolífica cosmología budista. Finalmente abordaremos el panteón de deidades indias que, con la divulgación del budismo, pasó a formar parte de la rica cultura medieval japonesa.
El cambio de paradigma que supuso el alzamiento hegemónico de la clase guerrera samurái terminó con las esperanzas de supremacía de la familia imperial. A pesar de ello, y como hemos visto ya, la Colección de relatos de Uji supone una prueba fiel de la relevancia histórica que mantuvo la segunda capital imperial, Kioto, en la cual transcurren ciento treinta de sus relatos. La relación entre la aristocracia (jp. kuge, 公家) y la casa imperial es ampliamente retratada a lo largo del UJI, y el respeto que se muestra por la posición del emperador resulta más que evidente (Kobayashi et al., 2007: 315).
El apasionado romanticismo que suscita la figura del samurái hoy en día (especialmente en Occidente) dista de las descripciones que de estos se hace en los textos medievales, en los cuales no siempre se los presenta como seres honorables y serviciales. Entonces, claro, aún no se había explotado su figura como reclamo comercial, ni tampoco como marca identitaria de una nación unificada. La belicosidad histórica de los clanes samuráis atestigua el intenso afán por el poder de muchos de ellos. Aunque no merece la pena entrar en demasiados detalles, la falta de decoro de muchos de estos soldados —a menudo también mencionados como guerreros (jp. bushi, 武士)—, mercenarios tremendamente adiestrados, era temida por el pueblo llano, y en ocasiones por los nobles, quienes, a pesar de contratarlos en un principio como guardaespaldas, vieron tensionarse su relación con ellos hasta un punto que marcó el declive de la aristocracia y dio pie a la imposición armada del poder.
Esto no quiere decir, claro está, que ninguno cumpliera con un código moral, sino que la hidalguía, en un guiño a san Francisco Javier, les llegó tardíamente, pues se consolidó en la medida en que, en posteriores períodos de paz, se fraguó el arquetipo canónico del guerrero japonés, precisamente cuando estos ya no solo se ganaban la vida siendo sanguinarios. Así, debemos establecer una clara diferenciación discursiva —la cual, además, nos da indicios de cómo interpretar el contexto social del UJI—: por un lado, algunos relatos del KON describen a poderosos hombres de la guerra, terratenientes de latifundio (jp. zuryō, 受領), con un estupor y admiración singulares que no pueden ser encontrados en diarios ni escritos de la corte imperial (Komine y Fujizawa 1999: 42-43); no obstante, por el contrario, la tendencia narrativa mayoritaria es la que los presenta abiertamente como personajes sedientos de poder, capaces de hurtar y aprovecharse de su fuerza armamentística llevando a cabo cualquier tipo de felonía en pro de su propio beneficio. Ciertos relatos los describen intencionadamente como usurpadores38 de la cultura y los bienes de las zonas más rurales39. Por ejemplo, en el JIK40 9-2 se describe al afamado samurái Minamoto-no-Yoshimitsu (義光, 1045-1127) como un guerrero que no duda en asesinar a sus adversarios en venganza por haber robado sus tierras, a la vez que se alaba su honorabilidad por atender a la deuda moral (jp. ongi, 恩義) para con su señor, ligada, suponemos, a la concesión de estas mismas propiedades. La ambivalencia con la que son descritos los samuráis en la literatura medieval japonesa fluctúa entre la admiración por su pundonor y la animadversión del pueblo llano hacia la clase guerrera (Kobayashi et al., 2007: 316). Nos parece fascinante que en ocasiones también se describa su comportamiento como el resultado de su mal karma, pues esto revela que, para ese momento, el mensaje ético budista ya había calado en la idiosincrasia japonesa más allá de la parafernalia litúrgica y la pomposidad del discurso fantástico-mitológico que tanto abunda en la literatura. Probablemente, esto tenga mucho que ver con la reforma religiosa llevada a cabo a lo largo de la Era Kamakura, durante la cual ciertas enseñanzas budistas fueron patrocinadas por monjes casi siempre itinerantes que antepusieron su posible beneficio para el pueblo a la opacidad y el elitismo religiosos con los que hasta entonces las había preservado el poder de la casa imperial.
La bendición de las deidades obtenida como retribución a su veneración fue divulgada durante siglos por diferentes narradores. Los monjes budistas japoneses, autores de muchos relatos medievales, no fueron una excepción, pues se valían de dicho discurso a su favor —y, como se inscribe en el UJI, algunos de ellos abusaban de su elevado estatus—. A lo largo de esta antología se encontrarán diferentes apelativos para desprestigiar y burlarse de este tipo de monjes, los cuales son descritos como transgresores de los valores y preceptos monásticos41. Aunque debemos puntualizar que los monjes budistas no siempre son descritos con saña en el UJI. De hecho, muchos de sus textos muestran gran respeto por monjes que cuentan con una alta reputación social, es decir, aquellos que son dignos de ser recordados como venerables, lo cual probablemente refleja la perspectiva de aquellos que no estaban involucrados en el sector monástico. Los monjes dignos de ser honrados son descritos como hijiri (聖), seijin (聖人) y shōnin (上人)42; en el UJI el término hijiri43 se utiliza para referirse genéricamente a la figura de un monje respetable, en ocasiones sin aludir a ningún personaje histórico en concreto, sino a su prototipo ideal. Este apelativo se emplea para ensalzar la figura del monje ermitaño como ideal ascético, pues estos renunciaban a su estatus para dedicarse a la práctica religosa44. Como hemos dicho, los principales artífices de la divulgación de las enseñanzas budistas en territorio japonés fueron este tipo de monjes errantes, que en el UJI suelen ser considerados personajes de gran santidad a los que se les atribuyen importantes prodigios45. Otro de los textos medievales en los que se critica abiertamente la figura de los monjes budistas es el Shasekishū (SHA)46. En este texto se ataca explícitamente la falta de ilustración de los monjes, poniéndose especial énfasis en aquellos que, según se narra, mostraban un comportamiento muy impropio de lo que se esperaba de ellos. En este sentido, debemos tener en consideración que el autor del SHA es un monje, además de que esta colección se clasifica dentro del género divulgativo budista. Por ello consideramos que el hecho de que se critique de dicha forma irónica la falta de introspección de ciertos monjes, llegando incluso a decirse que una bestia podría alcanzar un mayor desarrollo espiritual, resulta realmente reseñable (Takahashi y Masuko, 2018b: 121-122).
Como se ha dicho ya, sin embargo, en el UJI muchos de los numerosos monjes que aparecen son tratados con respeto. En las historias de la Colección se utilizan numerosos títulos para referirse a ellos, normalmente asociados a los rangos que el gobierno imperial les asignaba y en virtud de los cuales ostentaban cargos públicos. Como burócratas con jurisprudencia a nivel estatal se encuentran los monjes de primer rango (jp. sōjō, 僧正), segundo rango (jp. sōzu 僧都) y tercero (jp. risshi, 律師). Los monjes funcionarios sōjō y risshi estaban asimismo estratificados en tres niveles jerárquicos, de inferior a superior: gon (権), shō (正) y dai (大), mientras que los sōzu contaban con una distribución aún más pormenorizada. En este sentido, es importante tener en cuenta que en la antigua India los monjes habían renunciado a cualquier tipo de pertenencia excepto a las que los preceptos monásticos permitían. Los renunciantes confeccionaban sus túnicas (sk. kāṣāya; jp. kesa, 袈裟) remedándolas a partir de harapos, a veces incluso recogidos de cuerpos inertes (sk. pāṃsukūla; jp. funzōe, 糞掃衣). Esta prenda contaba con un alto valor simbólico, pues representaba el desapego por las cosas materiales. Sin embargo, esto no fue así en los reinos chinos y en territorio japonés, donde, debido a la participación activa de los monjes —como funcionarios estatales— en las esferas de poder, la jerarquización fue señalada mediante la clasificación por colores de los hábitos.
Sobre el desarrollo histórico del budismo en territorio japonés remitimos a las síntesis previas en las que el autor ha colaborado47. Aquí resumiremos brevemente diciendo que el budismo fue adoptado por la familia imperial japonesa a mediados del s. VI a fin de posicionarse como potencia económica y así promocionar su diplomacia entre los antiguos reinos del continente. Para ello se requería comunicarse en chino clásico, lengua que precisamente llegó a dominar la alta alcurnia japonesa gracias a que se aceptó el budismo como la religión estatal. Los viajes de ciertos monjes de gran ilustración, becados como parte de las misiones diplomáticas a los reinos chinos, sirvieron para que estos profundizaran en el estudio del budismo, además de fortalecer lazos comerciales. Las relaciones internacionales sirvieron a su vez para acelerar el paso desde el continente de nuevas ideas religiosas supervisadas por monjes japoneses de gran prestigio. Hasta la Era Kamakura, el budismo había sido custodiado solemnemente como el poder arcano que protegía los intereses de la familia imperial. Ritualizado, formaba parte de la política estatal, y los monjes, más que renunciantes alejados del entorno social, ejercían sus cargos oficiales avivando una religión reservada para proteger el statu quo. Los creyentes laicos, fuera cual fuera su condición social, retribuían con donaciones (en principio, altruistas) la solemnizada liturgia budista, que desde sus albores en territorio japonés fue considerada el rostro de un poder ancestral capaz de unificar grandes reinos. Así fueron infundidas la reciprocidad y la fe para con las deidades. Fue en este contexto que exponemos de manera resumida en el que surgieron las ramas budistas instauradas en la Era Kamakura, que se desligaron de la opacidad y el elitismo religiosos propios de la Era Nara, simplificando sus enseñanzas para transmitirlas al pueblo llano, lo cual no implica que la transferencia de méritos entre las deidades y este mundo fuera desechada por completo, sino universalizada. Con ello, el folclore literario y numerosas deidades indias que se habían transmitido como guardianas del poder arcano budista arraigaron entre las masas. Las deidades indias adquirieron una gran popularidad en el medievo japonés, pues, debido a su ancestralidad, fueron asimiladas como deidades protectoras. La amalgama narrativa del UJI atestigua la fe que se depositaba en ellas como parte de las creencias mahāyānicas que tanto se extendieron entonces.
De entre las muchas deidades48 budistas que se citan en la literatura medieval japonesa, una de las principales, dada la ferviente devoción que suscitaba, es la figura del Buda Amitābha, en japonés Amida (阿弥陀仏) (UJI 6, 43, 133, 169). Las cuantiosas alusiones que podemos encontrar a este buda en textos japoneses no son más que el reflejo de la gran difusión alcanzada por las ramas del budismo de la Tierra Pura49 (浄土教), divulgación que llegó precisamente a su punto álgido en la Era Kamakura. Las vertientes budistas de la Tierra Pura, aunque con algunas diferencias superficiales, centran su mensaje en la recitación del nenbutsu. Este mantra obtuvo una popularidad inusitada debido principalmente a la esperanza que otorgaba poner fe en que, con solamente recitarlo, se lograba la salvación, idea que proviene de la práctica meditativa india que busca conectar con una determinada figura espiritual mediante su contemplación mental (sk. buddhānusmṛti). Las ideas y esperanzas místicas en relación con este buda aparecen en una gran cantidad de relatos del UJI (UJI 16, 55, 73, 102, 133, 191, 193). El paraíso de Amida (sk. budakṣetra), conocido como Sukhāvatī (jp. Gokuraku Jōdo, 極楽浄土)50, es el estrato celestial idílico en el que se dice pasan a morar ad infinitum sus fieles. Diferentes relatos del UJI expresan dicha fe, aunque en ocasiones sea para destapar los entresijos morales de ciertos monjes, criticados con gran sarcasmo precisamente mediante su enseñanza más aceptada. La idea de que la Tierra Pura se encuentra en el oeste, allá donde la luz no conoce el alba, al igual que otras creencias que enraizaron en el paradigma religioso japonés, proviene del sustrato mitológico resultante del contacto del budismo con el pensamiento de la antigua Babilonia a su paso por Asia Central. Esto marcó el desarrollo histórico del Mahāyāna, e influyó notablemente en la forma de pensar en el futuro de sus seguidores.
La escatología, el pensamiento apocalíptico que rubrica la victoria total y el resurgimiento del bien por encima del mal, es una de las ideas más importantes en la historia de las religiones. Su patente, aunque muchos no querrían reconocerlo, pertenece a los pensadores de la antigua Babilonia y, junto con la certidumbre de la llegada del mesías, representa una de sus ideas más icónicas y antiguas, que influirán tanto en el judaísmo, el cristianismo y el hinduismo como en el budismo.
El culto al Buda del futuro, Maitreya, proviene de la fusión de diferentes creencias arcanas originarias del zoroastrismo, la religión politeísta de la antigua Babilonia (Kajiyama, 2021: 117). Tanto el Buda Amitābha51 como el buda que representa al origen del universo en el budismo esotérico (también tántrico), Mahāvairocana (jp. Dainichi, 大日), son descritos con un rasgo común que los caracteriza: se dice que son seres de infinita luz. El hecho de que se adscriba la luz a las fuerzas del bien, que nos salvarán en el momento adecuado, y de que en el budismo la oscuridad represente a la propia ignorancia —la batalla celestial en el budismo fue instaurada como metáfora para describir la lucha interna por la libertad— es resultado del prolífico y continuo intercambio de ideas y de las influencias mutuas de diferentes pueblos a lo largo de la Ruta de la Seda. El guerrero lumínico más poderoso de la mitología babilónica, Ahura Mazda, fue profetizado como aquel que derrocará para siempre a la oscuridad. Esto derivó en el relato del mesías como salvador venidero del universo. Además, el hecho, para nosotros aquí anecdótico, de que se esculpan figuras religiosas tanto cristianas como budistas con un halo de luz nos habla de la riqueza cultural compartida que surgió del contacto entre griegos, babilonios, monjes budistas indios y muchos otros pueblos durante la transmisión del budismo por Asia meridional. A su paso por Asia Central se fundó asimismo dentro del contexto budista la creencia en que el un mesías regresará para salvarnos en el momento adecuado. El pensamiento escatológico ya se había consolidado entre los budistas, que lo materializaron en el concepto del Ocaso del Dharma (sk. saddharma vipralopa, 正法滅尽). El viaje del budismo hacia el oeste resultó en la promesa del rescate futuro por parte del mesías, la cual se asentó como una de las creencias más importantes del pensamiento del Mahāyāna en su difusión por Asia Oriental. Estas creencias se extendieron hasta el final de la Ruta de la Seda, llegando también a ser muy populares en Zipango. Según los cálculos budistas, en el año 1052 (de la Era Heian japonesa) habría comenzado la era del Ocaso del Dharma. Numerosos yacimientos arqueológicos en territorio japonés demuestran la popularización de las creencias de la Tierra Pura, así como la creación de figuras y escrituras que hacen referencia a la salvación al final de los tiempos por parte de Maitreya. En territorio japonés el culto a esta deidad se extenderá entre los ss. VI-VII en paralelo a la divulgación de su figura como el último salvador. En la iconografía budista japonesa se acostumbra a representarlo en una postura pensativa, con la que se trata de mostrar su preocupación por salvar a aquellos que le esperan.
Además de la devoción por estos budas, otras historias del UJI traslucen la veneración de las Tres Joyas como respuesta a la búsqueda de salvación de ciertos personajes52. En ocasiones se describe la fe de algunos de ellos por su capacidad virtuosa para conectar con lo inefable. La retribución para con esta devoción se describe como un poder místico, notable en otros relatos antiguos en los que se hace mención al poder protector de las Tres Joyas como si de una deidad misma se tratara. En el UJI tales creencias también pueden ser contrastadas (UJI 170, 172). El culto al budismo mismo como ente protector es respaldado por la narrativa de algunas historias del UJI en que se dice que ciertos monjes alcanzan gran opulencia debido a la fe que depositan en esta religión (仏法), además de a su intensa devoción por diferentes efigies de la simbología budista (Takahashi y Masuko, 2018b: 504-505). Esta extendida iconografía contará con figuras de distinta celebridad, entre las cuales determinados bodhisattva pasarán a convertirse en las deidades de mayor reclamo. El pueblo comenzó a preferirlas debido a que los milagros que se les adscribieron infundían una ilusión aún más tentadora: la de lograr recompensas en este mundo. Tal fue su prestigio que algunas de ellas incluso eclipsaron al Buda Gautama.
En el medievo japonés el ideal del salvador pasó a ser representado por diferentes figuras entre las que destacan los bodhisattva53. Por el gran número de referencias que hay a ellos, podemos afirmar que los que mayor impacto, y por ello veneración, despertaron en territorio japonés fueron Avalokiteśvara (jp. Kannon, 観音菩薩)54 (Takahashi y Masuko, 2018b: 65) y Kṣitigarbha (jp. Jizō, 地蔵菩薩). Además de estos, en el UJI también se menciona a los bodhisattva Mañjuśrī (jp. Monju, 文殊菩薩) y Samantabhadra (jp. Fugen, 普賢菩薩). Por otro lado, y a pesar de que las referencias al budismo esotérico en el UJI son relativamente escasas, algunas de sus historias constatan el culto a Acalāgra Vidyārāja55
