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Los estudios sobre mujeres han experimentado un desarrollo importante en España en las últimas décadas. "Mujeres, dones, mulleres, emakumeaf" reúne aquí trabajos de autoría variada que muestran la innovación teórica y metodológica de que hoy goza la historiografía sobre mujeres y género en nuestro país, y la diversidad geográfica, generacional y temática de líneas de investigación y enfoques que se hallan en curso.
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Seitenzahl: 893
Veröffentlichungsjahr: 2019
Teresa María Ortega López, Ana Aguado Higón y Elena Hernández Sandoica (eds.)
MUJERES, DONES, MULLERES, EMAKUMEAK
ESTUDIOS SOBRE LA HISTORIA DE LAS MUJERES Y DEL GÉNERO
PRÓLOGO
PARTE ILAS MUJERES Y EL PROCESO DE MODERNIZACIÓN
Capítulo primero. AMOR CORTÉS, RELACIONES DE GÉNERO Y ORDEN SOCIAL EN LAS PRIMERAS DÉCADAS DEL SIGLO XX
Amor cortés
Isolda
Tristán
Matrimonio
Capítulo 2. CAMBIOS URBANOS Y FEMINISMO CATALÁN: UNA RECONSIDERACIÓN
Transformación urbana y radicalización individual en Gracia
La Via Laietana y la definición conservadora en años convulsos
Como colofón, cerca de Montjuïc y al otro extremo de la ciudad
Capítulo 3. MARÍA CAMBRILS: IDENTIDAD FEMINISTA Y CULTURA SOCIALISTA
Cultura obrera y feminismo
«¡Despierta, mujer, despierta!»: la escritura feminista de María Cambrils
Las alternativas: el feminismo, el socialismo
Consideraciones finales
Capítulo 4. DISCURSOS DE GÉNERO Y ESTADOS DE OPINIÓN EN LA GESTACIÓN Y APROBACIÓN DE LA LEY DE DIVORCIO EN ESPAÑA DE 1932
Introducción
La situación jurídica de la mujer en el matrimonio: discriminación y reforma
¿Es posible una ley de divorcio en España?
Estados de opinión en el proceso parlamentario de la aprobación de la ley de divorcio de 2 de marzo de 1932
Conclusiones
Capítulo 5. UNIÓN REPUBLICANA FEMENINA: UNA ESCUELA DE FORMACIÓN CÍVICA (1931-1933)
Introducción
Formación cívica y política
Ley del divorcio y elecciones de 1933
Rupturas y continuidades respecto a los roles femeninos tradicionales
A modo de conclusión
Capítulo 6. GRANADA Y LAS GRANADINAS ANTE EL VOTO Y EN LAS URNAS (1931-1933)
Mujeres, derecho electoral y Segunda República
Las granadinas ante las urnas
Reflexión final
PARTE IIINCLUSIÓN Y EXCLUSIÓN
Capítulo 7. FLORA, MARGARITA Y OTRAS GUIRNALDAS DE LA HISTORIA
Nociones de historia de España en Flora
Las Enciclopedias
Las Guirnaldas de la Historia
Cuando las grandes mujeres eran niñas
Epílogo
Capítulo 8. LAS MUJERES EN LA GUERRA CIVIL ESPAÑOLA: SUJETO, ACCIÓN Y REPRESENTACIÓN
La historia de las mujeres: una forma de hacer historia
Rojas: nuevas miradas sobre las mujeres republicanas en la Guerra Civil
Mujeres, género y franquismo: entre la Guerra Civil y la posguerra
La Sección Femenina de Falange: ¿un modo diferente de ser mujer?
Capítulo 9. ¿QUÉ VIOLENCIA PUDO DETENER ESA ILUSIÓN? MAESTRAS CATALANAS EXCLUIDAS EN 1940
La República de las maestras
El proceso depurador
La biopolítica sexista
La represión contra el catalanismo
Una escuela para el Nuevo Estado
Notas para una perspectiva de género
Epílogo
Capítulo 10. RELEYENDOROJASDE MARY NASH A TRAVÉS DE LAS VIDAS DE ROSA ESTRUCH Y PILAR SOLER
Introducción
Una relectura de Rojas a partir de dos experiencias femeninas de militancia comunista en la Guerra Civil
Rosa Estruch Espinós (1915-1978): comunista y alcaldesa en la Guerra Civil
Pilar Soler (1914-2006): comunista y militante de Mujeres Antifascistas
A modo de conclusión
PARTE IIIFEMINISMO, ANTIFASCISMO Y TRANSGRESIÓN
Capítulo 11. EL CORTO NOVIAZGO ENTRE ANTIFASCISMO Y FEMINISMO: DEL RASSEMBLEMENT MONDIAL DES FEMMES (1934) A LA FEDERACIÓN DEMOCRÁTICA INTERNACIONAL DE MUJERES (1945)
Los orígenes de una movilización femenina antifascista
Acordes y desacuerdos entre feminismo y antifascismo
España, piedra de toque del antifascismo
Hacia la Guerra Fría: la fragilidad de las alianzas y la ruptura de 1946
Capítulo 12. EL FEMINISMO REPUBLICANO EN LA GUERRA CIVIL: LA AGRUPACIÓN DE MUJERES ANTIFASCISTAS Y EL MATERNALISMO CÍVICO
Las mujeres republicanas y los derechos femeninos en el primer cuarto del siglo XX
La Agrupación de Mujeres Antifascistas (AMA): maternalismo cívico y liderazgo femenino
A modo de reflexión
Capítulo 13. DONES EN TRANSICIÓ:EL FEMINISMO COMO ACONTECIMIENTO EMOCIONAL
Emociones, política y subjetividad feminista (Mercedes Arbaiza)
«El malestar que no tiene nombre»: el giro al cuerpo
Los grupos de autoconciencia: «Porque sentimos, somos»
La politización de la ira: el antagonismo y el feminismo radical
Conclusiones
Capítulo 14. GÉNERO, TRANSGRESIÓN Y MILITANCIA EN LA IZQUIERDA RADICAL DE LOS AÑOS SETENTA
Transgresión política: revolución y democracia
Transgresión de edad: familias y cuerpos
Transgresión de clase: movimiento obrero y proletarización
Transgresión de género: igualdad y resistencias
Conclusiones y cuestiones abiertas
PARTE IVRELACIONES DE GÉNERO Y MUJERES: TRAYECTO Y DESAFÍOS DE UN NUEVO SUJETO HISTORIOGRÁFICO
Capítulo 15. GENEALOGÍAS FEMENINAS EN LA ARQUITECTURA GRIEGA HELENÍSTICA
Mujeres, memoria y arquitectura
Madres e hijas
Genealogías simbólicas
Nexos entre memorias arquitectónicas de mujeres
Reflexiones finales
Capítulo 16. MASCULINIDADES EN PUGNA: GÉNERO, RAZA Y NACIÓN EN CUBA, 1878-1898
El proyecto martiano de hombre nuevo: hombre sin raza, hombre sin cuerpo
Cuerpo a cuerpo: el «germen africano» como frontera
El movimiento negro en busca de una masculinidad respetable
Sexualidades bajo control: un requisito del pacto de fraternidad
El hogar familiar como metáfora de la nación patriarcal
Capítulo 17. MUJER Y ESPACIO PÚBLICO EN LA RUSIA DE LOS SÓVIETS
Paradojas de Octubre
La democratización de la igualdad
Capítulo 18. MARY NASH, TRAS LAS HUELLAS DEL FEMINISMO HISTÓRICO
Mary Nash, renovar la historia y vivir el compromiso feminista
Preguntas para el futuro de la historia de género
Capítulo 19. HISTORIA E HISTORIOGRAFÍA DE LAS MUJERES: REFLEXIONES Y APORTACIONES DESDE LA REVISTAARENAL
La creación de Arenal: consolidación y legitimación de la Historia de las Mujeres en España
Un nuevo bagaje conceptual y metodológico
Arenal, temáticas y enfoques en Historia de las Mujeres
Todo tiempo histórico es tiempo de las mujeres. Y el tiempo de las mujeres es tiempo histórico
Aspiraciones y retos: el papel de una revista de Historia de las Mujeres
Capítulo 20. LAS OTRAS:MUJERES CAMPESINAS EN LA HISTORIA CONTEMPORÁNEA DE ESPAÑA
Introducción
Las mujeres rurales-agrarias en la democracia reciente de España
Las mujeres rurales en los comienzos del siglo XX español
BIBLIOGRAFÍA
HAN CONTRIBUIDO EN ESTE VOLUMEN
CRÉDITOS
Para una mujer, leer como una mujer no es repetir una identidad o una experiencia ya dada, sino representar un papel que construye con referencia a su identidad como mujer, que también ha sido construida...
JONATHAN CULLER, Sobre la deconstrucción,Madrid, Cátedra,1992, pág. 61
En las tres o cuatro últimas décadas han sido muchos los cambios introducidos en la escritura de la historia; algunos de ellos ciertamente nuevos, inesperados y sorprendentes para la mayoría, en tanto que otros, sin serlo tanto, confunden su apariencia con vistosa novedad. Con la expansión de límites que el término política ha ido experimentando en el seno de las teorías feministas mediante el empleo del concepto de género y sus derivados o complementarios, y no en menor medida, por el influjo poderoso del filósofo Michel Foucault y el impacto del giro lingüístico y el deconstruccionismo combinados —un impacto quizá exagerado por críticos e intérpretes, pero sin duda nunca desdeñable y siempre retador—, lo cierto es que un panorama intensamente nuevo de estudios históricos ha llegado hasta aquí y se despliega ante nosotros de continuo.
Es visible el éxito del aparato teórico e instrumental que acompaña a términos como representación y discurso, incorporados desde la lingüística, la semiótica y la semiología en los «giros» más impactantes de los últimos tiempos, el corporal y el visual, que a su vez se refugian bajo el paraguas amplio del giro subjetivo. Son cambios que están lejos de recubrir el campo entero de la historiografía —inevitablemente ligado a su tradición dominante, la política—, pero que lo han abierto a espacios y a producciones diferentes, con códigos y lenguajes propios de las ciencias sociales, de inspiración hermenéutica predominante. Enfoques que no siempre van a ser compatibles entre sí y que, por tanto, devienen en construcciones fragmentarias y evidencian la coexistencia de diferentes miradas, pero cuyas novedades de análisis suelen llenar las narraciones de sugerentes perspectivas críticas, cuando no, al mismo tiempo, de emoción. Una emoción que, en parte, facilita la adhesión de públicos más amplios; públicos con que hoy cuenta la parte más dinámica de la historiografía, y en ella, a ritmo rápido, los estudios sobre mujeres y masculinidad.
Con su abanico de interpretaciones y temáticas, ensayadas día a día y cada vez más amplias (entre la historia del trabajo y la educación, por un lado, y los procesos de subjetivación, por otro), la historia de las mujeres y del género ha ido enriqueciendo y dando cuerpo a aquellas realidades del pasado que, hasta no hace mucho, permanecían eludidas u ocultas. Realidades cotidianas y de vida material, procesos conflictivos de dominio, de jerarquización social y de poder, formas de construirse el sujeto-mujer y, en definitiva, trayectorias vitales que salen a la luz atravesadas por las complejas relaciones que articulan el sexo con el género, inscritas y contextualizadas en su momento histórico y, a la vez, enraizadas de manera consciente en nuestras preocupaciones de presente.
En esa revisión crítica, en este proceso de autorreflexión por parte de historiadoras mujeres, la historia del género —entendido, al modo de Joan W. Scott, como construcción cultural de la diferencia sexual— ha sido un referente fundamental. Un ámbito teórico y metodológico desde el que se ha posibilitado la reformulación de nociones básicas en la investigación histórica contemporánea como son los discursos, los lenguajes, las experiencias y las identidades. La historia de las mujeres y del género resulta hoy imprescindible para analizar la diversidad de las prácticas, discursos, representaciones y agencias o actuaciones desarrolladas por mujeres y hombres en el espacio público-político. Así, no se trata solo de mostrar la presencia de las mujeres en él, aunque ello importa también, sino sobre todo de analizar detenidamente los cambiantes —y a menudo radicalmente diferentes— contextos históricos en los que las mujeres adquirieron identidad como sujetos y fueron desarrollando sus discursos y prácticas.
La historia de las mujeres y del género es muy consciente de las limitaciones que, para nuestro oficio, se contienen y derivan de las fuentes —por lo demás, algo común a toda investigación—, así como del inevitable sesgo ideológico de toda interpretación sociocientífica. Y procura suplirlos con un creciente esfuerzo de búsqueda, de exactitud y de teorización. Todo aquello a lo que desde la naturaleza de nuestra disciplina podemos acceder está presente hoy en la historiografía sobre mujeres. Mediante aplicaciones distintas de metodologías específicas que, en lo más fructífero, nos llegan en inglés; con los recursos propios de una historia social que un día aspiró a convertirse en hegemónica y que, lejos de haberse agotado, continúa su camino renovada por la inyección potente de lo cultural; y, sobre todo, con resultados que van llenando espacios que antes estaban yermos, sabemos a esta hora que a ese espacio público propio del varón al que parecería referirse en exclusiva el antiguo concepto de política —aquel que no entendía lo personal e íntimo como político también—habrían accedido en realidad, a pesar de las dificultades innegables que en ese esfuerzo experimentarían, bastantes más mujeres de aquellas que se registran, se incluyen o recuerdan en los grandes relatos.
Nunca, o muy pocas veces, les habría sido fácil y sin espinas a esas mujeres tal acceso a la acción exterior, prolongar su presencia más allá de los muros del hogar o el convento; sistemáticamente habrían sido muchos, encadenados y persistentes, los obstáculos que deberían remontar en sus intentos, y muy frecuentes los impedimentos objetivos. Y siempre, o casi siempre, el rastro coetáneo de su acción sería enseguida borrado de la memoria histórica oficial, del registro de hechos memorables y, en general, quedaría hurtado a esa ejemplaridad que les fue concedida, desde la antigüedad, a las biografías de notables. Muchas veces, en fin, la actuación de obra y de pensamiento de aquellas mujeres sería en su propio tiempo incomprendida o negada, cuando no condenada y estigmatizada, maldita. Aquellas vidas desaparecerían y, con ellas, la huella de actuación de unos seres humanos —de inteligencia y méritos iguales muchas veces al varón— más allá del reducto doméstico, de los objetos materiales propios de la vida privada o de la memoria familiar. Una memoria que sería además limitada, liviana y frágil por su misma naturaleza, imprevisible en cuanto a su duración y resistencia, al fin y al cabo, efímera. Si el hecho de rescatar la memoria de un varón anulado u oculto por el triunfo absoluto de ideas y políticas contrarias a las suyas cuesta un esfuerzo extraordinario las más de las veces, en el caso de las mujeres ese esfuerzo se muestra —no es posible negarlo— considerablemente superior. Y ni siquiera sería necesario que el olvido se diese en marcos autoritarios: se ocupa de ello, casi insensiblemente y como si se tratase de un hecho natural, el patriarcado.
Losacercamientos de las ciencias sociales al sujeto mujer, incorporando en abundancia testimonios orales y personales desde hace más de medio siglo —estrategia nacida en la sociología cualitativa y en la antropología, y adoptada algo más tarde por la historiografía—, han democratizado extensamente los estudios sobre mujeres, al tiempo que les han ido confiriendo densidad. Asimismo, de la crítica literaria hemos adoptado en la profesión maneras de abordar la construcción subjetiva femenina sobre todo mediante la escritura o la lectura, incorporando también la exploración de las autobiografías y documentos personales como fuente y herramienta a la vez. Apenas exploramos desde la historia de las mujeres hecha en España, en cambio, aspectos psicológicos o sexuales de la personalidad. Pero, en cualquier caso, junto a los estudios que valoran el peso del trabajo de las mujeres en el campo o en la ciudad, y junto a los que responden a preguntas difíciles sobre su identidad colectiva en la esfera pública, se percibe con claridad el interés, evidente en el ejercicio de la biografía, por la vida y sensibilidad de unas mujeres que dejaron registro escrito de sus propias vivencias y experiencias vitales. Con el punto de mira contrastante de los estudios sobre masculinidad, obligados desde la perspectiva de las relaciones de género, la mirada de las mujeres sobre su propia vida y la de los demás ha encontrado finalmente un espacio.
La experiencia de las mujeres es, con todo, claramente plural, y nunca puede considerarse uniforme: ni siquiera la maternidad es compartida por todas, como tampoco son compartidas la clase, la etnia, la ideología o las creencias, y mucho menos la edad. Diferencias de perspectiva que han sido interpretadas por las diversas corrientes del feminismo de muy distintas formas. Por encima de ellas, muchas autoras establecen no obstante denominadores comunes solidarios que anudan los lazos de una circunstancia biológica —haber nacido de sexo femenino—, pero que tienen articulación social y emocional, así la «sororidad» y la amistad entre mujeres. A través de lo que en inglés gusta de denominarse «escritura de vida» mejor que biografía, una parte importante de los estudios sobre mujeres, cada día más también en España, se ocupan de reconstruir aquella herencia experiencial, compuesta de palabra y de acción, de formas de resistencia o de sufrimiento que aparecen como elementos significativos del género y de las relaciones de género, pero también exploran los ejercicios de empoderamiento femenino, suspendidos en el fluir del tiempo.
Desde esta perspectiva, llegamos a entender que, a lo largo de la historia, con unos márgenes de autonomía variables —muy pequeños a veces—, las mujeres pueden llegar a transformar las prácticas sociales que, por lo común, vienen regidas por los patrones dominantes de masculinidad y son conformadas social y culturalmente de acuerdo con ellos; y que esa transformación la logran negociando y elaborando, al mismo tiempo, otras prácticas propias, imaginándolas y desenvolviéndolas dentro de esos márgenes, más o menos amplios, de autonomía personal. Y es que las formas de acción política posibles —y para la mayoría de los analistas existentes— se ven hoy como plurales y diversas, toda vez que no es ya solo la presencia pública de las mujeres lo que se busca rescatar, sino también otras formas más privadas e íntimas de acción y subjetivación. En más de una ocasión se ha convenido en que una de las mayores aportaciones del feminismo a la vida intelectual contemporánea reside en su capacidad de dar sentido a lo que, hasta ahí, parecía no tenerlo, Y, por darle significado a procesos históricos y a vidas muy diversas de hombre y de mujer, los estudios sobre mujeres han sido comparados alguna vez a la fotografía, con su fuerza para iluminar esos contextos amplios, difíciles de fijar con toda precisión, pero condicionantes en la interpretación de ese objeto situado en el foco que, ahora también desde la historiografía, se pretende abarcar.
En definitiva, desde la utilidad metodológica de estos referentes, la historia de las mujeres y del género ha venido dando cuenta de la diversidad histórica de las identidades de género construidas social y culturalmente, así como de los diferentes contextos en los que las mujeres y los hombres han actuado. Y ha sido esta perspectiva metodológica la que ha producido una mayor y más compleja reflexión sobre los nuevos significados de la historia social y cultural, en relación con una mirada más verídica y global de la historia. Hoy en día es manifiesta la importancia de estas cuestiones en la historiografía española e internacional.
* * *
Muchas de estas ideas, como muestra de las realizaciones y los logros que ofrecen hoy nuestros estudios sobre las mujeres, podrán seguirse en los trabajos que hemos reunido aquí y que enseguida presentaremos someramente. La intención de ofrecer este conjunto variado de ensayos partió del deseo, compartido por la totalidad de quienes los suscriben, de mostrar reconocimiento a una de las historiadoras más representativas del esfuerzo de producción e institucionalización de la historia de las mujeres en nuestro país, Mary Nash, nacida en Irlanda y en la actualidad catedrática emérita de Historia Contemporánea en la Universitat de Barcelona, después de muchos años de docencia en ella. Es autora de referencias múltiples de alcance internacional e imprescindibles en nuestro quehacer, y a ella va dedicado este volumen de estudios, cuyo punto de arranque se sitúa en el día 25 de mayo de 2017, cuando un conjunto de historiadoras e historiadores de distintas universidades, reunidos en el Centro de Documentación Científica de la Universidad de Granada, tributaba homenaje al magisterio de Mary Nash con motivo de su septuagésimo aniversario.
La vinculación académica y afectiva con la Universidad de Granada de la doctora Nash desde el curso 1984-1985 ha sido, y sigue siendo, duradera y fructífera, acompañando y completando en su entorno su inaugural tarea de institucionalización universitaria en Cataluña. A través de distintas instancias e instituciones decisivas para la implantación y consolidación de la historia de las mujeres en España, Mary Nash ha influido, directa o indirectamente, en muchas de nuestras historiadoras —y más recientemente también historiadores— del ámbito peninsular. En 1982 fundó en Barcelona el Centro de Investigación Histórica de la Mujer, como espacio de encuentro interdisciplinar e internacionalizado; en 1991 fue fundadora, junto con Reyna Pastor y Gloria Nielfa entre otras profesionales, de la reconocida internacionalmente Asociación Española de Investigación de Historia de las Mujeres (AEIHM), un órgano de coordinación y promoción de los distintos foros de investigación sobre historia de las mujeres que después ella misma presidió; y en 1997 fundó el Grupo de Investigación Consolidado sobre Multiculturalismo y Género en el ámbito del Departamento de Història Contemporània de la UB. Entre otras de sus muchas actividades académicas, mencionaremos solamente la fundación y codirección de Arenal. Revista de Historia de las Mujeres, llevada hasta hoy junto con la historiadora Cándida Martínez. Por ello, y por su nutrida obra científica, Mary Nash ejemplifica la trayectoria colectiva de una historiografía, la española, que iba a tardar en darle voz a las mujeres, pero en la que ya han logrado un importante espacio propio.
Nacida en la ciudad irlandesa de Limerick en enero de 1947, Mary Nash se graduaba en Historia veinte años después en el University College de Cork. Viajó a Italia en 1967 con una beca de posgrado para el Instituto Universitario de Estudios Europeos de Turín, dispuesta a repensar la dinámica histórica en su conjunto. Vendría a Barcelona un año más tarde, en 1968, cargada de entusiasmo y utopías, pero sobre todo pertrechada de «un puñado» de buenos libros de historia y feminismo. Barcelona se convirtió inmediatamente en su ciudad de adopción, y bajo la dirección del profesor Emili Giralt comenzó en la UB su primera investigación, ya novedosa, sobre los años treinta, la Segunda República, el movimiento obrero de entreguerras y la Guerra Civil. En su interpretación del periodo, basada en el género, se contenían nuevas respuestas. El que Nash fuera una de las primeras mujeres historiadoras en poner el foco sobre la mujer —muy pocas todavía iban a hacerlo en los primeros setenta del siglo XX— procedía de su vinculación al feminismo bajo el impacto de Simone de Beauvoir, como ella misma cuenta en Mujeres en el mundo: historia, retos y movimientos, así como de la influencia de otras teóricas a las que iría dando albergue en sus estanterías seguramente: Betty Friedan, Juliet Mitchell, Sheila Rowbotham, Zillah Eisenstein, Christine Delphy, Kate Millett, Germaine Greer, Shulamith Firestone, Angela Davis, Valerie Solanas, Luce Irigaray, Julia Kristeva, Carla Lonzi, Adrienne Rich, Alice Schwarzer, Susan Brownmiller, María Isabel Barreno, María Teresa Horta, Maria Velho da Costa...
Su tesis doctoral, titulada La mujer en las organizaciones políticas de izquierda en España, 1931-1939, defendida en 1977, fue publicada en 1981 bajo el título Mujer y movimiento obrero en España, 1931-1939, dando paso a una perspectiva original que abría brecha en el casi impenetrable androcentrismo científico imperante. En el contexto de cambio y novedad historiográficos de fines de la década de 1970 y comienzos de los años ochenta, en el alumbramiento de una historia social que aparecía como «nueva historia», se sitúa el comienzo de la dilatada carrera investigadora y docente de Mary Nash. Ella fue la responsable de que se tradujera al castellano, en 1990, el famoso artículo de Joan Scott sobre el concepto de género, que había sido publicado en inglés en 1986, y tanto su tesis doctoral como los libros que la siguieron son magníficas muestras de la «nueva historia» que comenzaba azarosamente a abrirse camino en nuestro país, y que empezaba a dejar su huella en las aulas universitarias y en la investigación. Puede decirse, sin riesgo a exagerar, que Mary Nash insufló pronto aire fresco a la historiografía española, ofreciendo moldes historiográficos con enfoques teóricos y estrategias de método diferentes, para una revisión de la historia reciente que comenzaba a dar sus frutos.
Pionera en nuestro país de los estudios de género, su labor se ha visto respaldada por la dirección de un amplio número de proyectos de investigación nacionales e internacionales financiados, y por múltiples publicaciones en castellano, catalán, inglés, francés, italiano y portugués, que incluyen alrededor de treinta libros y más de un centenar de artículos. Entre sus monografías destacan Rojas: las mujeres republicanas en la Guerra Civil (que apareció en 1999 y fue reeditada en 2016) y Mujeres en el mundo, con una segunda edición en 2012, revisada y ampliada. Mary Nash sigue siendo hoy en día un referente de innovación en el terreno de la historia, con sus trabajos más recientes sobre la alteridad y las mujeres inmigrantes realizados en el seno del Grupo de Investigación sobre Multiculturalismo y Género de la Universidad de Barcelona que ella misma dirige. Situando en el centro de la investigación las representaciones culturales, las identidades e imaginarios colectivos y las construcciones discursivas, visibles a través de conglomerados de ideas, tradiciones y discursos políticos, de lenguajes y actitudes mentales, de símbolos, de ritos y de mitos, elementos todos ellos que —según la propia Nash escribe— superan las convencionales explicaciones dualistas y mecanicistas y contribuyen a modelar las prácticas sociales cotidianas y sus actitudes de inclusión o exclusión de colectivos y sujetos históricos, han aparecido textos como Alteridad cultural y género en la recepción mediática de la inmigración (2011), editado junto con A. Vives; Immigració, diversitat i gènere (2007); Inmigrantes en nuestro espejo: inmigración y discurso periodístico en la prensa española (2007), y Los retos de la diversidad, editado junto con N. Benach y R. Tello en 2005.
Mencionaremos ya solo otros cuantos entre sus últimos libros. En solitario, un innovador texto, Dones en Transició. De la resistència política a la legitimitat feminista: les dones en la Barcelona de la Transició (2007), y Treballadores: un segle de treball femení a Catalunya (1900-2000), publicado en 2010, además de los libros colectivos Feminidades y masculinidades: arquetipos y prácticas de género (2014), Represión, resistencias, memoria: las mujeres bajo la dictadura franquista (2013), Desvelando la Historia: fuentes históricas coloniales y postcoloniales en clave de género (2013) y Ciudadanas y protagonistas históricas: mujeres republicanas en la II República y la Guerra Civil (Congreso de los Diputados, 2009). Junto con Gemma Torres, como editoras ambas y en 2009, otros títulos son: Los límites de la diferencia: alteridad cultural, género y prácticas sociales, y Feminismos en la Transición; y junto con M. Ll. Penelas, Dones: els camins de la llibertat (2008). Algunas de esas iniciativas y esos títulos se han convertido ya en hitos de la reciente investigación histórica en nuestro país.
Las lectoras y los lectores tienen de este modo en sus manos un conjunto de estudios elaborados en reconocimiento a una obra científica concreta, la muy brillante y ejemplar de la historiadora Mary Nash, que esperamos resulten de amplio interés en el marco de la historia del género y de las mujeres, además de contribuir a iluminar o revisar planteamientos de orden general en la historiografía española contemporaneísta. Cada una de estas contribuciones lleva en sí misma un afecto singular y muy especial hacia la profesora Nash y su obra científica.
* * *
Los veinte textos que contiene el libro los hemos organizado en cuatro partes aunando el criterio cronológico al criterio temático. El resultado es un índice que recorre distintos momentos históricos y diversas líneas de investigación, cada una con sus problemáticas propias, pero vinculadas todas ellas a la historia de las mujeres y del género. Así, los capítulos contenidos en la primera parte del libro, «Las mujeres y el proceso de modernización», se sitúan cronológicamente en el periodo comprendido entre el cambio de siglo —finales del siglo XIX e inicios del siglo XX— hasta la Segunda República. José Javier Díaz Freire, Susanna Tavera y Ana Aguado nos muestran cómo en ese tiempo nuestro país vivió, y de una manera acelerada, toda una serie de cambios significativos derivados del proceso de transformación económica y desarrollo industrial que aconteció, paralelamente, en buena parte de Europa. Las mujeres fueron envueltas en las nuevas propuestas y cambios políticos que hicieron más favorable su incorporación al ámbito de lo público, tanto social como laboral y académicamente. En las principales ciudades del país aparecieron nuevos modelos y estilos de vida, los de las «mujeres modernas» que estudiaban, trabajaban, hacían deporte, se incorporaban a la vida política y seguían la moda.
Se experimentó, pues, en los primeros treinta años de aquella centuria un progresivo avance para las mujeres que replanteó el orden social y el orden de género existente en España. Se amplió la presencia y la visibilidad de las mujeres en los espacios públicos. Y el asociacionismo femenino emergente y la aparición de figuras femeninas clave del momento actuaron como una vía para impulsar aquellos progresos canalizados a través de feminismos diversos y de espacios de sociabilidad concretos y específicos. La llegada de la Segunda República en 1931 tuvo una significación profunda para las mujeres españolas, como puede seguirse en los trabajos de Rosario Ruiz Franco, Luz Sanfeliu y Rosa M.ª Capel, que transcendió el terreno de lo estrictamente público para adentrarse en lo íntimo de las experiencias cotidianas, debido a la incorporación de las demandas feministas a la praxis política.
La Guerra Civil de 1936 —como cualquier otro enfrentamiento bélico prolongado— y el franquismo entrañaron una transformación radical en la vida de las españolas que iba a desembocar en una involución, algo que queda expresado por los capítulos que conforman la segunda parte del libro, «Inclusión y exclusión». Por un lado, el conflicto avivó la participación activa de las mujeres: afiliándose a los partidos, incorporándose a filas como milicianas, o trabajando en la retaguardia como enfermeras, cuidadoras o educadoras. Así nos lo muestran Ángela Cenarro y Vicenta Verdugo. Por otro lado, el término del conflicto y la instauración de la dictadura franquista derivó, como queda ejemplificado por Montserrat Duch, en una represión atroz complementada con una política de género que comportó —tal y como muestra Pilar Ballarín— distintas formas de subordinación y exclusión de las mujeres. En la fase de posguerra y hasta prácticamente su final, el franquismo significó un retroceso en libertades y derechos, una llamada a las mujeres a recluirse en los espacios privados, a la invisibilidad y a la dedicación casi exclusiva al esposo y la prole. Todo ello potenciado por un discurso y estereotipo de género difundido desde la Iglesia católica y por las mujeres de la Sección Femenina de Falange.
Aunque en ocasiones se ha señalado que este modelo franquista de madre-esposa como mujer callada, modesta, obediente, católica, casta y pudorosa fue asumido con pasividad y sin cuestionamiento por la mayoría de las mujeres españolas, lo cierto es que, desde el principio, fue objeto de notables contestaciones. Y lo hizo, tal y como atestiguan los capítulos de la tercera parte del libro, «Feminismo, antifascismo y transgresión», desde el ámbito de la militancia política por parte de las mujeres republicanas y antifascistas —es el caso de las investigaciones de Mercedes Yusta y María Dolores Ramos—, pero también desde el terreno de las experiencias personales, como afirman los textos de Mercedes Arbaiza y Mónica Moreno. Las mujeres se fueron rebelando cada vez con mayor intensidad contra la política y el discurso de género sostenido por el régimen, transgrediendo valores y costumbres cotidianas, organizándose y planteando sus reivindicaciones, primero de forma velada y clandestina, y ya manifiestamente abierta al final de la dictadura, tanto a través de organizaciones feministas específicas como de las organizaciones políticas de izquierda.
Finalmente, la cuarta parte del libro, «Relaciones de género y mujeres: trayecto y desafíos de un nuevo sujeto historiográfico», incorpora específicamente algunos aspectos historiográficos y temáticos referidos a perspectivas metodológicas y nuevos sujetos posibilitados por las reflexiones teóricas producidas desde la historia del género y de las mujeres. De forma general todo el libro, pero de forma particular los capítulos de María Dolores Mirón, Pilar Pérez-Fuentes, Cándida Martínez, Elena Hernández Sandoica, Miren Llona y Nerea Aresti, y Teresa María Ortega, muestran la necesidad de revisar y analizar desde nuevas propuestas viejos temas, y también la de abrir otros nuevos, para encontrar en todos ellos nuevas interpretaciones que, con seguridad, habrán de contribuir al entendimiento y comprensión de la sociedad y las realidades actuales.
TERESA MARÍA ORTEGA LÓPEZANA AGUADO HIGÓNELENA HERNÁNDEZ SANDOICA
JOSÉ JAVIER DÍAZ FREIRE
El Museo Británico guarda entre sus tesoros un estuche de marfil tallado en París en 1320 que recoge en su tapa diversas escenas de la vida cortesana de la Alta Edad Media2. Son cuatro viñetas separadas por los herrajes del cofre: en la primera, Cupido lanza una flecha de amor a un caballero que se encuentra a los pies de un castillo; en las dos centrales, que componen una única escena, ese caballero combate con otro a caballo, ante la atenta mirada de sendas damas y sus acompañantes; y en la última, el caballero aparece postrado ante una de las damas después de haber ascendido la escalera del amor. Tomadas en su conjunto representan de forma admirable los temas característicos del amor cortés [1]. Los mismos motivos que aparecen en el debate que sobre el orden de género se verifica en España desde finales del siglo XIX hasta la Guerra Civil. Hitos del mismo son: la publicación de Tristana de Galdós en 1892; el debate animado por Ortega en la Revista de Occidente a mediados de los años 20, o la publicación en 1934 de El hermano Juan de Unamuno. The Allegory of Love de C. S. Lewis de 1936 y, sobre todo, L’Amour et l’Occident de Denis de Rougemont de 1938 muestran que se trata de un debate europeo, algunos de cuyos ecos se prolongan hasta bien entrados los años 50. El amor cortés es el vehículo de ese debate; sus tópicos proporcionan el código del diálogo entre las diferentes posiciones y su análisis permite conocer mejor la masculinidad y la feminidad modernas, las relaciones que se establecen entre ambas y la importancia que tienen en la construcción de la sociedad contemporánea. Por eso el amor cortés es el objeto de este ensayo.
1. Cofre con escenas de amor cortés. Francia, 1330-1350. Walter’s Art Museum.
Es el amor entre Tristán e Isolda, Lanzarote y Ginebra, Abelardo y Eloísa, Petrarca y Laura, y Dante y Beatriz. En la Edad Media la índole particular de sus relaciones se conocía como fin’ amor, amor refinado, pero la mayoría de los especialistas coinciden en aceptar el término propuesto por Gaston Paris en 1883, lo que, si se repara en la fecha, ya indica que el mismo concepto de amour courtois y el contenido que se le adhiere pertenecen al debate que se inicia entonces. En aquel momento el amor cortés se entendía como una construcción originaria del sur de Francia en el siglo XII y que de allí se extiende al resto del continente, pero esta visión ha sido contestada desde entonces en diversas ocasiones como eurocéntrica. Tampoco habrá unanimidad entre los especialistas a la hora de caracterizarlo o explicar su origen. A efectos del presente artículo, lo más urgente es identificar sus principales componentes; los resume De Rougemont cuando afirma que: «las “leyes de Amor”» son «Mesura, Servicio, Proeza, Larga Espera, Castidad, Secreto y Gracia», y que «dichas virtudes conducen a la Alegría que es signo y garantía de Vray Amor (Verdadero Amor)»3; las encuentra por primera vez en la poesía provenzal para observarlas después en el romance bretón y sobre todo en Lanzarote, Tristán e Isolda y todo el ciclo artúrico. La enumeración que propone es congruente con la de Lewis, que la limita, no obstante, a cuatro componentes: Humildad, Cortesía, Adulterio y Religión del Amor4, y con la que proponen, más recientemente, otros autores5. Cabe, empero, sintetizarla todavía más, reproduciendo la viñetas ya descritas o aludiendo a su rasgo más característico: el sometimiento del hombre a la mujer. En efecto, como señala De Rougemont, la «ley superior del donoi», del amor cortés, es la relación de vasallaje que se establece entre el caballero y su dama, por la que «el hombre será el sirviente de la mujer»6. Coincidía así con Ortega, quien constataba que «el hombre se complace en considerar a la mujer como algo superior a él. Se le rinde culto»7.
Son numerosos los autores que se complacen en constatar la ruptura que en la tradición amorosa de Occidente implica la aparición del amor cortés. Podría incluso decirse que se recrean en su carácter inventado. Lo hace un historiador contemporáneo, quien señala que «los amantes corteses inventaron una forma particular de amor»8 —algo que no desentona entre el coro de voces actual que defiende el carácter histórico de las emociones—, pero es que esa misma constatación, o casi la misma, podemos hallarla en una de las obras clásicas sobre la materia: Boase, en su The Origin and Meaning of Courtly Love, de 1977, ya afirmaba que el amor cortés era «un estilo de expresión capaz de generar su propia emoción»9. Los autores contemporáneos al debate, que estamos glosando, no lo hacen con esa contundencia, pero todos parecen conscientes de que se trata de una forma nueva de amor. Esta certeza sobre el carácter construido del amor cortés la obtienen de la comparación con el mundo clásico: «La antigüedad no conoció nada parecido al amor de Tristán e Isolda», constata De Rougemont10.
Asimilan el amor con un género literario: lo hace Ortega y años más tarde De Rougemont, quien pudo verse influido por el primero en este punto; dice Ortega que el amor evoluciona como «un género literario» y el autor suizo lo corrobora vinculando sus cambios a «sus metamorfosis literarias»11. Al hacer el amor dependiente de su expresión literaria están estableciendo, además, una línea de continuidad entre el amor cortés y el de su tiempo, que nombran como amor romántico o, siguiendo a Stendhal, como amor pasión. Esa continuidad le permitió a Zambrano afirmar que la historia de Tristán e Isolda representaba «el mito del amor occidental por excelencia»12, lo que implicaba que sus personajes y tramas continuaban operando, una conclusión que De Rougemont se apresura a extraer cuando afirma, refiriéndose al Tristán, que «sus leyes son aún las nuestras» y que eso le otorgaba «poder sobre nuestros sueños»13; refiriéndose a la actualidad, la escritora feminista Vivian Gornick constataba en The End of the Novel of Love que esa fuerza dramática había ya periclitado, una conclusión quizás apresurada, pues, todavía a finales de los años 90, Žižek podía afirmar que «la lógica del amor cortés aún define los parámetros en que los sexos se relacionan uno con otro»14.
Dada esa importancia atribuida al amor cortés, no es de extrañar que cuando, desde finales del siglo XIX y sobre todo en el periodo de entreguerras, se constate una alteración de las relaciones de género, el debate en torno a esta se organice utilizando el código del amor cortés. Una primera caracterización del mismo puede hacerse contraponiendo las posiciones respectivas de Ortega y De Rougemont. Para este último, el problema —que él cifraba en la crisis del matrimonio burgués— se debía «al triunfo» de lo que definía como «pasión profanada», esto es, «la degradación del mito cortés» en mera «intensidad emocionada»15. O lo que es lo mismo, se debía a la pérdida de los componentes místico-religiosos del amor cortés y su conversión en simple pasión amorosa. No lo contemplaba así Ortega, quien detectaba la aparición de un «nuevo amor» distinto del «amor romántico» y que implicaba su desaparición: «la nueva moda amorosa [...] —decía— más bien parece la negación del amor»16. Era una crisis motivada por modificaciones en la cultura que Ortega observaba incluso en la «moda hoy triunfante de llamarse de “tú” las personas» y que se expresaba también en la tendencia a la democratización de la sociedad y a la igualación entre los sexos, lo que implicaba cambios en la cultura del amor17. Ortega dedica todo un trabajo, Amor en Stendhal, a negar el amor romántico, al considerarlo «una secreción típica del europeo siglo XIX» que se caracteriza por su «idealismo y pesimismo», precisamente los dos rasgos con los que su filosofía quería romper18.
La crítica de Chacel al amor cortés venía de su rechazo a las ideas de diferencia y complementariedad entre los sexos19. En su opinión, el problema estribaba en que, dados los cambios experimentados por la mujer, «el hombre no quiere pasar por el trance de amar a otra individualidad categóricamente idéntica a la suya20.
Zambrano, aunque compartía muchas de las ideas expresadas por Chacel —el rechazo a las ideas de diferencia y complementariedad y la denuncia de la actitud masculina—, reivindicó, a través del personaje de Eloísa, la agencia femenina21. Es decir, a través de uno de los personajes que representaban el amor cortés. El resto de los intervinientes en el debate también hablarán sobre el amor cortés pero sin aludirlo tan directamente, en parte, porque su vehículo no será el ensayo, sino la creación literaria. Podría así decirse que reescriben el mito de Tristán e Isolda y que al hacerlo intentan recrear la emoción amorosa al tiempo que reflexionan sobre ella y sobre el conjunto de la sociedad.
Esto es muy evidente en la novela que abre el ciclo —Tristana—, pero aun así Galdós no se recata en darnos pistas que lo confirman: el narrador, hablando de la protagonista, dice que «debía el nombre de Tristana a la pasión por aquel arte caballeresco y noble»22; algo que ya habrían adivinado los lectores cultivados de la época, habida cuenta de la popularidad de la ópera de Wagner Tristán e Isolda, de 1859. Pero es que Galdós lo reitera haciendo que la protagonista se identifique como Francesa o Beatriz, afirmando ser «Beatricita», o dándole los rasgos de Isolda; como cuando alude a sus blancas manos23. Que haya elegido fundir en uno los dos personajes principales del amor caballeresco ya anuncia que su posición no puede ubicarse en la simple aceptación o no del amor romántico24. Unamuno sí rechaza el amor romántico de origen cortés, pero por razones muy distintas de las de Ortega. En su relato «El amor que asalta», de 1912, los amantes protagonistas «mueren del corazón», es decir, mueren de la propia felicidad amorosa25. La pasión tampoco es muy positiva en su reescritura de Fedra, pero donde realmente se encara con el amor cortés es en su drama La princesa doña Lambra, donde alude directamente a los términos del mito; por eso ubica la acción en torno a la «estatua yacente» de una princesa del siglo XII, que, según dice la inscripción, «finó por casar». La intención de Unamuno, que denomina la obra «farsa en un acto», es clara cuando uno de los personajes comenta que «esa inscripción me huele a apócrifa. ¡La lengua no puede ser del siglo doce...! Si la entiende cualquiera»26. Unamuno viene a decir que los motivos del amor cortés son falsos. Pero para calibrar mejor su posición, la de los otros autores y los términos de todo el debate se hace necesario analizar más en profundidad su desarrollo refiriéndolo al tratamiento de los protagonistas y al lugar que el matrimonio ocupa en su relación amorosa.
Isolda, en todas sus encarnaciones y nombres, representa la construcción de la feminidad por el discurso del amor cortés. Como tal, no puede darse por finalizada a finales del siglo XII o con su conversión en Beatriz por Dante en el siglo XIV, sino que ha de contemplarse como un campo de conflicto entre posiciones antagónicas sobre la diferencia de género. Si su contenido se hubiera mantenido estable desde el origen del mito, Isolda podría ser considerada una de las primeras feministas, pues su personaje implica una reordenación de las relaciones de género a favor de las mujeres, como ya constataba Ortega, quien además atribuía la iniciativa a las propias mujeres: «en el siglo XII las altas damas de Provenza y Borgoña tienen la audacia sorprendente de afirmar frente al Estado de los guerreros y frente a la Iglesia de los clérigos, el valor específico de la pura feminidad»27. Ortega tan solo estaba reconociendo la importancia en la gestación del amor cortés de las cortes de amor y la inspiración femenina de los más importantes romances, que ya fue señalada por el propio Chrétien de Troyes; a la sazón, el escritor más representativo del género cortés. «La cortezía es ante todo —insistía Ortega— el régimen de vida que va inspirado por el entusiasmo hacia la mujer»28. En efecto, el acontecimiento más importante al que da lugar es la aparición de la figura de la dama, porque ella representaba la nueva feminidad; y, se verá más tarde, implicaba una nueva masculinidad. Se trata, por tanto, de un nuevo orden de género de inspiración femenina que suponía una importante ruptura respecto del pensamiento vigente hasta entonces.
Isolda representa una nueva consideración de las mujeres que es fácilmente rastreable en los documentos de la época, y no solo en los de carácter literario que componen el corpus del amor cortes29. Está también presente en los textos que regulaban la práctica de la caballería30. Así, en el reglamento de la orden más antigua de Europa, la Orden de la Banda, fundada por Alfonso XI de Castilla en 1330, se dice que el caballero «nunca faga ni diga ningunt derravio contra ninguna dueña, ni contra ninguna doncella»31; recogía casi el mismo mandato que ya estableciera Ramón Llull en su Libro de la orden de caballería, de 1275, donde rechaza como propio de los caballeros «engañar y forzar a las viudas y a las demás mujeres»32. Pero, es que, además, en el preámbulo del mismo texto, y donde resume las cualidades de los caballeros, señala como la segunda más importante —después de guardar lealtad a su Señor— la de «amar verdaderamente a quien oviere de amar, especialmente aquella en quien pusiere su corazón»33. Amar, cortésmente se entiende, era una condición de la caballerosidad, desde el mismo inicio de la identidad caballeresca. Que este respeto a las mujeres se practicase realmente o que se limitara solo a las damas de la alta sociedad ha sido objeto de debate entre los especialistas. Pero en nuestra opinión el debate así planteado es un tanto ocioso, porque no puede ser resuelto taxativamente, se trata de un espacio de contestación, donde se manifiesta el conflicto de género, pero eso no obsta para que haya ejercido una influencia favorable sobre las mujeres.
Ortega daba cuenta de esa nueva consideración de la mujer y, aunque la admitía como necesaria históricamente, estaba muy lejos de aceptarla: «era preciso ciertamente descubrir la emoción espiritual hacia la mujer, que antes no existía —reconoce, y añadía—: Pero después de haber ascendido hasta ella hace falta reintegrarla al cuerpo»34. No explica ese descenso de la mujer, que formaba obviamente parte de su proyecto de reconstrucción del orden de género, pero, de ser efectivo, hubiera debido afectar a los dos rasgos característicos de la dama: su idealización, que le daba un carácter único y la diferenciaba, por tanto, del resto de las mujeres, y el servicio por parte de los hombres que, en función de esa idealización, le era debido. El debate de las primeras décadas del siglo XX se puede organizar en torno a ambos rasgos, aunque en muchas ocasiones su separación sea tan solo una realidad analítica.
Unamuno, que rechazaba tanto la masculinidad como la feminidad de su tiempo, dedicó un considerable esfuerzo a cuestionar el Frauendienst, el servicio de amor. Lo prueba el hecho de que lo abordara en su novela Tulio Montalbán y Julio Macedo, de 1920, y que rehiciera la obra como drama en 1926, estrenándose en 1930 con el título de Sombras de sueño. La novela se ocupa concienzudamente de ubicarse en los parámetros del amor cortés. Es como si Unamuno quisiera, como ya lo había hecho antes Galdós, señalar el código que ponía en cuestión. Por eso, presenta a la protagonista Elvira enamorada de Tulio, a quien define como un héroe de filiación cortés, al compararlo con el «rey Arturo», con «don Sebastián de Portugal» —cuya leyenda guarda similitudes con la del soberano inglés— y con Simón Bolívar, que supondría la reelaboración romántica del mito35. Al igual que todos ellos, Tulio protagonizó «una sucesión de heroicos hechos de armas» que pueden considerarse como servicio amoroso porque fueron realizados en ofrenda a su dama: «Tulio Montalbán —según su biografía— llevó siempre sobre su pecho, como un escapulario, un retrato de Elvira y la primera y casi última carta de amor que le escribiera; como era el nombre de Elvira el que invocaba al entrar en los combates»36. Los dos personajes femeninos se llaman Elvira y los dos masculinos, aunque con distintos nombres, son la misma persona porque representan concepciones diferentes de la misma feminidad y masculinidad.
El hilo de la trama presenta a Elvira enamorada de Tulio, solo a través de la lectura de su biografía y aun creyéndole muerto: «Elvira Solórzano —se dice en la novela— había, en efecto, llegado a prendarse perdidamente de aquel legendario Tulio Montalbán»37. Unamuno cree que una construcción semejante de la feminidad aboca a las mujeres a la espera infructuosa de un príncipe que nunca llega. Y a que, si acaso llega, no sean capaces de reconocerlo: en la novela, cuando Elvira conoce a Tulio, que no había muerto, bajo el seudónimo de Julio, es incapaz de identificarlo. Pero cuando este le revela su propia identidad es el propio Tulio quien no acepta su amor. Aquí se encuentra el núcleo de todo el argumento. No la acepta porque ella está enamorada de él en cuanto protagonista de un servicio de amor, y Tulio, en su nueva identidad de Julio, rechaza precisamente el servicio amoroso. «Me encontré —le dice— con el de ese libro fatal». Se produce un conflicto entre ambos en el que este le reprocha que de aceptar su amor le habría «arrastrado otra vez a la historia», precisamente lo que él había tratado de evitar fingiendo su muerte38. El padre confirma la importancia de este extremo cuando, en la resolución de la novela que entraña el suicidio de Tulio, le dice a Elvira que esa es la causa de la muerte.
La importancia que el servicio de amor, de origen cortés, tiene en la concepción romántica del mismo la reconocía explícitamente Zambrano: «querer a una mujer románticamente ha sido depositar ante ella el fruto del esfuerzo heroico y también del trabajo diario»39. Y también Galdós, que hacía decir a Tristana, dirigiéndose a Horacio: «te quiero grande hombre»40. De ahí la insistencia de Unamuno, que la consideraba incompatible con su particular concepción igualitaria de los géneros. En la reescritura de la novela como drama incide todavía más en la idea de que la concepción amorosa de Elvira es fruto de una enajenación causada por los libros: «le trae como loca esa historia de Tulio Montalbán»41, pero que desemboca en el mismo conflicto; el rechazo de Julio Macedo a esa exigencia femenina: «¿historia? ¿Para qué? ¡Basta el hogar! El hogar y la historia están reñidos entre sí»42. Se resume así la propuesta de Unamuno, que veía la solución al problema de género en la construcción de una nueva feminidad y una nueva masculinidad vinculadas no por el amor, sino por el matrimonio. En este sentido, la propuesta de Unamuno es la más radical, porque plantea eliminar el amor cortés en su totalidad, a favor de su antítesis, el matrimonio.
Elvira está perfilada en el drama con un aspecto que no aparece en la novela: la enajenación de Elvira por la lectura de los libros de caballerías hace que su padre se dirija a ella con el apelativo de «Quijotesa»43. Y que ella misma reivindique esa identidad: «acaso salga yo un día, no a caballo, pero sí en un velero, en un corcel de mar, en un clavileño marino, vela al viento del destino, a correr mares, a desfacer entuertos de hombres»44. Parece reconocer en el modelo de feminidad del amor cortés un rasgo de subjetivación de las mujeres que les permitiría aspirar a la libertad de los hombres. Se trataría de un contenido opuesto a la espera a la que son condenadas las mujeres —que denuncia y que también estaba presente en La princesa doña Lambra—, pero Unamuno no lo desarrolla. Quien sí analiza el amor definido en términos corteses como espacio para la subjetivación de las mujeres es Galdós en Tristana; puede decirse incluso que ese es el aspecto más destacado de la trama. Cuando Tristana y Horacio se enamoran —y lo hacen convencionalmente a través de una mirada, es decir, del mutuo reconocimiento—, la joven se transforma: «el amor —explica de forma inequívoca Galdós— había encendido nuevos focos de luz en su inteligencia, llenándole de ideas el cerebro»45. Ella misma se sorprende al descubrir sus muchas aptitudes, sobre todo para las lenguas, el arte y la música: «me admiro de encontrarme que sé las cosas cuando intento saberlas»; «cuánto sabo», reconoce en una expresión humorística46. Lo que la lleva a empoderarse —«soy un prodigio», dice de sí misma, una «fenómena»—, y a cuestionar el orden de género citando a Macbeth: «cuando [Macbeth] grita al cielo con toda su alma unsex me here —explica—, me hace estremecer y despierta no sé qué terribles emociones en lo más profundo de mi alma»47. Esta evolución provoca recelos en su novio, que no se recata en preferirla más doméstica, algo que ella rechaza espetándole: «déjame suelta, no me amarres»48.
El amor no conduce a Tristana ni hacia la domesticidad ni hacia el matrimonio, sino hacia la subjetivación, por eso extraña la incomprensión de Pardo Bazán cuando calificaba —en una crítica contemporánea a la obra— el argumento amoroso como contrario al propósito decididamente emancipatorio de la novela. Para Pardo Bazán, la intriga amorosa esteriliza el «proceso liberador y redentor» de Tristana, pero la novela apunta en un sentido totalmente contrario49. Tristana tan solo se resigna a la domesticidad —y al final, incluso al matrimonio— después de la amputación de su pierna: «por efecto de una metamorfosis verificada en su alma después de la mutilación de su pierna —explica el autor—, lo que antes desdeñó era ya para ella como risueña perspectiva de un mundo nuevo»50. Esa circunstancia de su enfermedad había anulado previamente los efectos del amor: «su ingenio superior —constata el narrador— sufría un eclipse total»51. Aunque el significado de la amputación pueda vincularse con la condición general de las mujeres en el siglo XIX, que Galdós define como «destino», lo cierto es que coincide con la ausencia y el distanciamiento de Horacio y con el progresivo eclipse de un amor que, en los términos planteados, Galdós parece considerar inalcanzable52.
Zambrano, en un texto que, aunque de 1945, puede integrarse perfectamente en el debate y que dedica a la figura de Eloísa, defiende también el carácter subjetivador del amor. Para Zambrano, Eloísa consiguió «existir a la manera masculina, con figura y vida propias. Y —explica— como tal existencia, se la debe al amor»53. Se refiere a la Eloísa que conocemos a través de las cartas que cruzó con Abelardo y que hacen de ella otra de las encarnaciones de Isolda. En efecto, el amor entre Abelardo y Eloísa de finales del siglo XII constituye la primera expresión histórica del amor cortés, por eso Zambrano, para comprender la posición de las mujeres dentro de ese universo simbólico y las consecuencias que tiene para su realización como mujeres, aborda un análisis de la dama que no olvida ninguno de los temas que han devenido en tópicos. Afirma, por ejemplo, que «el amor de la dama sostiene la voluntad metafísica del varón» —lo que desplazaría el servicio de amor desde la mujer hacia el hombre—, o que «la mujer es solo un símbolo del querer masculino»54, lo que privaría a la figura de la dama de cualquier plus de género.
Todo ello parece coincidir con el análisis que, ya en los sesenta, realizó Lacan en uno de sus seminarios y que ha reproducido más modernamente Žižek. Efectivamente, para Lacan, lo que denomina «ideología del amor cortés», al transformar a la mujer en «función simbólica», la convierte en una proyección del varón, con un carácter «fundamentalmente narcisista»55. Žižek abunda en ello advirtiendo contra dos trampas: la de aceptar la «dama como objeto sublime», cuando no es sino «el otro» y una proyección «narcisista del hombre», y contra la «inaccesibilidad» de la dama, por la «imposibilidad inherente de alcanzar el objeto»56. Lacan considera el amor cortés como una expresión distorsionada del deseo erótico del varón, Žižek dice que es la expresión de la relación «masoquista» de los hombres con las mujeres. Esto le permite invertir la relación de poder entre el caballero y la dama y afirmar que es aquel «quien realmente está al mando y controla la actividad de la mujer»57. Para explicar que las mujeres desaparezcan del análisis y que toda la agencia se concentre en los hombres, a pesar de la abrumadora presencia femenina en toda la escena del amor cortés, Lacan dice que el amor cortés es una anamorfosis, es decir, una «creación sublimada» del deseo erótico masculino. También encontraba «el artificio de la construcción cortés complicando inclusive las relaciones entre el hombre y la función de la mujer»58. Todo ello no obsta para que Žižek le defienda expresamente de obviar a las mujeres en sus análisis con la pregunta retórica de «¿no es a fin de cuentas “mujer” el nombre de una distorsión o una inflexión del discurso masculino?»59.
El error de ambos consiste precisamente —y como es evidente— en obviar la mirada femenina: el punto de vista de género, ocluido por la presencia abrumadora en su pensamiento del psicoanálisis; Žižek traza en su estudio «la economía libidinal del amor cortés»60. No le ocurre lo mismo a Zambrano. Por supuesto constata que, en la dama, «la mujer queda encerrada por el hombre dentro de una imagen sagrada»61. Pero sabe reconocer la contradicción de género dentro de cualquier espacio de la relación entre hombres y mujeres; y lo son todos. Por eso dice que Eloísa «se escapó de la cárcel de la objetividad», precisamente, utilizando una «posibilidad que estaba encerrada en la “imagen sagrada”»62. Y es la de juntar a la condición de amada, propia de la dama, la de amante; como puede observarse en su correspondencia, Eloísa se afirma gracias a su condición de amante. El proceso lo explica muy bien, paradójicamente, Žižek: «el objeto de amor se torna en sujeto en el momento en el que responde al llamado del amor»63.
Quizás ahí, en la dimensión subjetivadora de la idealización de la dama y en el servicio que le es debido, radique la fidelidad de las mujeres al amor cortés desde su formulación en el siglo XII hasta la actualidad. Se aprecia en la persistencia en el amor de Eloísa, que lo afirma frente a todas las desgracias, incluso la de haber tenido que retirarse a un convento: «fue tu amor —le dice a Abelardo—, no el de Dios el que me mandó tomar el hábito religioso»64. Aparece también en los personajes de la escritora del siglo XVII María de Zayas, como en la Jacinta de su primera novela, quien, a pesar de todas las tribulaciones por las que pasa a costa de los hombres, afirma taxativa: «Soy fénix de amor [...]. Hice elección de amar y con ella acabaré»65. Y volvemos a encontrarlo en la Elvira de Espronceda, cuando el autor la describe como «ángel puro de amor que amor inspira»66. Si el amor tiene un contenido de género favorable a las mujeres, ello explicaría por qué los donjuanes simulan el amor pero nunca lo sienten —el mismo Espronceda definía al suyo «fingido amador que la mentía»67 y Zayas se quejaba de los «hombres engañosos»68—, y por qué la figura del amante, definido como Tristán, ha sido controvertida para la cultura masculina desde su misma formulación.
Los hombres eran conscientes de que las convenciones del amor cortés suponían un desplazamiento de las prerrogativas de género desde los hombres hacia las mujeres. Sabían que suponía una redefinición de la feminidad y la masculinidad y se mostraban reacios a aceptarla. Lo hacían —si acaso— porque el amor cortés era el eje nuclear de la cortesía y esta les proporcionaba «distinción» y, por tanto, aceptación social69. El amor cortés proponía una redefinición de la masculinidad que afectaba a los tres ejes principales que la componen: el acceso sexual al cuerpo de las mujeres, el acceso no sexual al cuerpo de los otros hombres, y el que estos dos aspectos principales se verificaran ante un público de hombres. Repárese de nuevo en las viñetas que abren este texto, contienen otra masculinidad. En ella el acceso al cuerpo de las mujeres ya no define la masculinidad, ya no se trata de conquistar el mayor número de mujeres posible, sino de permanecer fiel a una sola que se afirma como única y a la que se le debe devoción; además, este vínculo, aunque no excluye lo sexual —aparece entre Tristán e Isolda («aquello que ansían los enamorados lo hacían juntos a menudo»)70 y entre Ginebra y Lanzarote—, tampoco lo afirma como su fin principal y puede, incluso, conducir a una relación casta, como la de Dante y Beatriz. El objetivo del amante no es el cuerpo de la amada, sino su amor entendido como único e insustituible; por eso los amantes cuando ensalzan la belleza de su damas reafirman su individualidad. La sumisión del caballero a la dama aparece en la última viñeta, por eso lo representa arrodillado, aunque en otras obras la dama incluso le sujeta con un lazo por el cuello71.
La idealización y el servicio amoroso propios del amor cortés buscaban la reciprocidad amorosa. El premio que los caballeros esperaban de las pruebas que realizaban era el amor de su dama, que se expresaba de formas diversas, desde un gesto a la relación íntima. Pero, sin embargo, muchas se mostraban reacias a otorgarlo. La crueldad de la dama —la belle dame sans merçi— está presente en toda la literatura cortés y es el tópico más frecuente en los cancioneros medievales españoles72; en el Cancionero geral de García Resende, de 1516, varios poetas portugueses se pronuncian a favor de una venganza violenta contra las mujeres que rechacen sus ofrecimientos73
