Coloquio de los centauros - Antonio García Montalbán - E-Book

Coloquio de los centauros E-Book

Antonio García Montalbán

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Beschreibung

Entre la belleza y lo sublime hay un espacio del que brota lo maravilloso, fenómeno arborescente que despliega sus flores fascinantes en el escenario de nuestra conciencia y forma parte de las corrientes movedizas y diversas de la existencia. Permanecemos expectantes a la espera de acontecimientos que nos conmuevan, que lleguen hasta nosotros como 'accidentes'. Mientras esperamos ese alineamiento extraordinario entre el objeto maravilloso y nuestra disposición anímica, el discurso estético se erige en espacio natural para la fascinación. Admirable, irracional, exaltación del espíritu, esencia o exceso, por su carácter 'ilusorio' ha sido relegado en el pensamiento sistemático a los ámbitos perceptivos de la naturaleza y las artes, pero los trasciende. Este libro explora nuestra cultura y traza una historia, no tanto lineal como 'poiética', de tendencias o modelos de representación.

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Seitenzahl: 344

Veröffentlichungsjahr: 2019

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Coloquio de los centauros

Lo maravilloso en las poéticas

y el pensamiento estético

Antonio García Montalbán

Coloquio de los centauros

Lo maravilloso en las poéticasy el pensamiento estético

Prólogo de Romà de la Calle

PUV

42

Estètica & Crítica

Anacleto Ferrer, director

Romà de la Calle, director fundador

Esta publicación no puede ser reproducida, ni total ni parcialmente,ni registrada en, o transmitida por, un sistema de recuperación de información,en ninguna forma ni por ningún medio, ya sea fotomecánico, foto químico, electrónico,por fotocopia o por cualquier otro, sin el per miso previo de la editorial.

© Antonio García Montalbán, 2019© Del prólogo: Romà de la Calle, 2019© De esta edición: Universitat de València, 2019

Coordinación editorial: Maite SimónDiseño del interior: Inmaculada MesaFotocomposición y maquetación: Celso Hernández de la FigueraDiseño de la cubierta:Celso Hernández de la Figuera y Maite Simón

ISBN: 978-84-9134-470-4

Índice

NOTAS PARA UN PRÓLOGO, Entre la memoria compartida y un proyecto sin fin, Romà de la Calle

INTRODUCCIÓN

1. DONDE DOTRINA Y DELEYTE CONVIENE. APROXIMACIONES A LAS POÉTICAS

Antigua y medieval

Renacentista y Barroca

Racionalista e ilustrada

De la poética de la imaginación a la razón poética

2. SINGULARIDAD DE LA CONTRIBUCIÓN ARTEAGUIANA

3. DONDE ESTAS COSAS DEVIENEN FRUTO DE LA LIBERTAD HUMANA. DE LA EMOCIÓN A LA CATEGORÍA ESTÉTICA

4. DONDE LO MARAVILLOSO QUIERE SER CULTO A LO INSÓLITO Y LO CONSIGUE

5. DONDE SE TRATA DE ESE PODER MISTERIOSO QUE TODOS SIENTEN Y QUE NINGÚN FILÓSOFO EXPLICA. UNA LECTURA DIONISÍACA DE LO MARAVILLOSO

¿Ansia vital o metafísica del artista?

Del hechizo poético

6. PROFUNDA ES LA MADRIGUERA DEL CONEJO. LO MARAVILLOSO Y LAS VOCES DE LA MODERNIDAD

Donde se dilucida si la cosa es vaca o leño

Donde se habla de otras búsquedas filosóficas y se acaba en el cine

BIBLIOGRAFÍA

Notas para un prólogo

Entre la memoria compartida

y un proyecto sin fin

Romà de la Calle

Cuando respondo positivamente a ese pautado rito de redactar un prólogo, y tras haberme enfrascado en el estudio del contenido del correspondiente libro, me siento a menudo protagonista de una doble analogía. O bien tiendo a identificarme con aquella figura histórica del aposentador de cine, pertrechado con su linterna, para hacer mía la explícita misión de señalar al lector ese lugar conveniente desde donde abordar tanto el puntual seguimiento hermenéutico, como la contextualización de la obra en cuestión, o bien me inclino por asumir el papel de ese explorador invisible (secreto, tal vez), que habiendo acompañado virtualmente al autor en su aventura, aunque solo sea a posteriori, avanza un escueto mapa de la ruta transitada, para, quizá, facilitar las derivas pertinentes que sin duda aguardan al interesado lector. Nada fáciles ninguno de estos papeles, el de aposentador y/o el de explorador, que en última instancia se corresponden con las paralelas tareas que hemos hecho nuestras al aceptar tal pautada encomienda.

La verdad es que, más allá o acá de esos roles en todo caso complementarios, cabe confesar que las habituales actividades docentes e investigadoras, desempeñadas por quien esto escribe durante casi medio siglo en el complejo tatami universitario, junto a las de gestión sociocultural, confluentes con las anteriores, han sido elementos imprescindibles que nos han ido configurando ad hoc, para mejor preparar, seguir y respaldar a los especialistas de posteriores oleadas generacionales en la asunción de su obligada herencia, alentando sus propias aportaciones y logros. Tal es el caso que nos ocupa.

Será justo comenzar enmarcando el complejo dominio interdisciplinar en el que se mueve la presente investigación histórica, siempre sostenida por abundantes e imprescindibles apoyaturas teóricas. Digamos, de entrada, que hablamos de la Estética como disciplina filosófica implantada en el XVIII, necesitada, desde un principio, tanto de una búsqueda de sus raíces históricas, de cara a su exigible justificación, como de demostrar su propia versatilidad y eficacia en relación con su naturaleza transdisciplinar. Proceso que la consolidaría como disciplina y le abriría un prometedor futuro. Nacida como auténtica «tierra de nadie», pero convertida pronto en eficiente y plural catalizador de posibilidades interrelacionales, la reflexión estética se lanzó de inmediato a explorar con avidez los dominios artísticos más dispares, mutando decididamente en ambiciosa Teoría de las artes, enhebrando las claves operativas de sus respectivas poéticas y las divergentes metodologías de sus correspondientes lenguajes. De este modo, el eje conceptual Estética, Crítica y Poética devino espacio de mayores resonancias, no solo en el marco de la teoría, sino también, y sobre todo, en el modulable y diverso panorama de las prácticas artísticas, iluminando resolutivamente el ilustrado Sistema de las Artes.

En realidad, la Ilustración europea sintió la compulsiva necesidad de dar coherencia –aportando una cierta ordenación explicativa y normalizadora– al histórico cajón de sastre que había sido, por lo común, la suma heterogénea de la sensibilidad y del sentimiento, del gusto y del placer artístico, de la imaginación y de la compulsiva experiencia resultante. De este modo, todas las miradas se centraron en la prometedora Aesthetica, recién alumbrada en el ambicioso marco filosófico alemán, y que pronto adquiriría una estratégica presencia en la socorrida baraja de las categorías estéticas, propiciada, especial e inicialmente, desde la cartografía anglosajona. Precisamente es aquí donde, al hilo de estas breves líneas en torno al Setecientos, conviene entroncar la convergente aventura que cataliza los orígenes de este Coloquio de los centauros que nos aguarda.

El profesor García Montalbán pertenece al decidido conjunto de estudiosos que, hace unos años, optaron por cursar el Máster de Estética y Creatividad Musical, activado con entusiasmo desde el Instituto de Creatividad e Innovaciones Educativas de la Universidad de Valencia. En ese contexto, a fuer de sincero, se ha de recordar cómo nuestro autor pronto nos hizo partícipes de la orientación de sus intereses: con decisión marcó la figura de Esteban de Arteaga (1747-1799), una de la más interesantes y aun así, en algunos aspectos, entonces poco conocida en el rico universo del pensamiento del siglo XVIII, que era uno de los campos de mi especialidad como catedrático de filosofía centrado en el área de Estética & Teoría del Arte. Sus investigaciones sobre la destacada obra de Arteaga Le Rivoluzioni del Teatro Musicale Italiano dalla sua origine fino al presente (1783) fueron dando sus primeros pasos. Pocos meses después, la seriedad, coherencia y relevancia de los primeros resultados obtenidos me sorprendieron, al extremo que le propuse editar aquellos resultados en la colección «Biblioteca» –que por entonces personalmente dirigía en el MuVIM–, dedicada precisamente al marco de la Ilustración europea. Así, en el año 2009 apareció el volumen Lo maravilloso en el Siglo de las Luces. L’Encyclopédie y Esteban de Arteaga.

Quienes hemos debido armonizar docencia e investigación a lo largo de nuestros tramos vitales sabemos lo complejo, difícil y dilatado que puede ser el coronamiento de tantos esfuerzos conducentes a la tesis doctoral. También en este caso, del que fuimos además partícipes en la tarea de codirección de aquella investigación, para la que contamos con la inestimable colaboración del profesor y destacado musicólogo Álvaro Zaldívar. Así, con un denso trasfondo de años de trabajo, en mayo de 2015 fue leída la tesis en la Facultat de Filosofia de la Universitat de València, obteniendo la máxima calificación. El tema concreto: Septentrionalidad y medievalidad en el paradigma arteaguiano de lo maravilloso. Una lectura de las reflexiones de Esteban de Arteaga en Le Rivolucioni del Teatro Musicale Italiano.

Necesario es apuntar, en ese sentido, que la preparación histórica, teórica, práctica y contextual, requeridas para el estudio del tema de la categoría estética de lo maravilloso, nos pareció siempre sumamente compleja por su natural diversidad, riqueza, sutilidad y capacidad evolutiva; por las variables exigencias, ritmo de los propios recursos, del quehacer artístico y criterios del gusto, cambiantes al socaire de sus contextos diacrónicos. En consecuencia, nuestro autor se había visto impelido a rastrear tanto las raíces históricas como las ramificaciones hacia la modernidad de lo maravilloso. Arteaga se había convertido estratégicamente, en relación con una bien trazada metodología, en el punto de partida/mojón referencial capaz de catalizar el antes, como influencia determinante, y el después, como palanca de transformación fundamental del entramado categorial. Algo básico, sin duda, respecto al eje ya mencionado de la Estética, la Crítica y la Poética, como dominios plenamente imbricados a través de los cuales ejercen, a su vez, sus funciones las diferentes categorías estéticas.

De este modo, el seguimiento pleno y obsesivamente minucioso de «lo maravilloso» se convirtió, se ha convertido, no solo en la clave programática de una investigación sostenida e inacabable, sino también en una escalonada producción arborescente de publicaciones, de las cuales, al menos, estamos obligados a dar puntual y contextualizada cuenta, aunque solo fuera por deformación profesional.

Fruto, en efecto, de aquella tesis, fueron dos publicaciones inmediatas y diferenciadas, cada una de las cuales recogía –con exigente fuerza didáctica y cuidada eficiencia de cara al lector– dos aspectos diferenciales del trabajo. Uno centrado, como monografía en torno a la cuestión, en las directas aportaciones de Arteaga: El paradigma arteaguiano de lo maravilloso (2015), y otro, proyectado para subrayar y poner en valor el papel y la influencia del propio Arteaga en las derivas históricas del tema: Discursos de lo maravilloso. Esteban de Arteaga y los fundamentos de la ficción historicista romántica (2015b). Como puede imaginarse, pocas veces el directo rendimiento de una tesis, como núcleo destacado y genuino de investigación, ha posibilitado, ejemplarmente, tantos frutos globales, al margen, claro está, de la elaboración, paralela y complementaria, de otros numerosos artículos en revistas y colaboraciones diversas en diferentes collected papers. En esta línea de cuestiones, un par de años después, de nuevo Antonio García Montalbán nos hizo saber que estaba a punto de finalizar nuevos trabajos en torno a la investigación nuclear de la categoría de lo maravilloso. Coloquio de los centauros. Lo maravilloso en las poéticas y el pensamiento estético (2019) es uno de ellos.

Esta obra es el resultado de un proceso investigador en el que se contempla lo maravilloso, básicamente, desde una perspectiva filosófica. Sin embargo, lo que comenzó siendo una indagación de orden genuinamente estético terminó por expandirse paulatinamente a otros ámbitos y, como no podía ser de otra manera, hubo de resolverse en el seguimiento del devenir de la categoría de lo maravilloso en la historia del pensamiento occidental.

Como el propio autor apunta en la introducción, lo maravilloso se mueve en esa zona difusa entre la idealidad, la naturaleza y la cultura, circunstancia que ha dificultado su acomodo entre las múltiples cuestiones de las que ha venido ocupándose el pensamiento sistemático. Este, orientado hacia esa estrella polar que es la verdad, en cuanto esfuerzo racional por adecuar y conformar la idea con la cosa percibida, difícilmente podía prestar atención a algo que es, de por sí, de carácter ilusorio e intuitivo y carece, además, de atributos morales específicos. La situación era, pues, que lo maravilloso, más allá de la literatura, constituía todo un campo diversificado aún por explorar.

Coloquio de los centauros es, en realidad, el cuarto libro en el que Antonio García Montalbán aborda, incansable, la cuestión de lo maravilloso. Los tres anteriores lo hacen desde una perspectiva entre diacrónica y fenoménica; en este, más reciente, los temas se desarrollan específicamente desde el devenir, que marca de forma estricta el desarrollo del pensamiento filosófico como parte de un proceso encadenado. Después de todo, la filosofía es, básicamente, de naturaleza histórica.

Coloquio de los centauros, el ensayo que hoy prologamos, no deja de ser un desafío. A pesar de recorrer, en principio, una zona de sombras en el pensamiento occidental, rastrea de forma ejemplar la idea de lo maravilloso en ese pensamiento y propone seriadamente seis aproximaciones que muestran su desplazamiento desde una literatura crítica, de orden poético primero y estético después, hasta una estética militante y reivindicativa, donde va a tomar, de hecho, un papel fundamental en la creación artística, aunque poniendo el acento, de manera preceptiva, en lo insólito y lo extraño. Se adentra también en la dimensión dionisíaca de la que lo maravilloso, de algún modo, nunca carece, dejándose atrapar por el hechizo poético. Y por último, como no podía ser menos, aborda con audacia las voces de la modernidad. Sin menoscabo de los otros capítulos precedentes, y más allá de la singularidad del dedicado a la aportación del jesuita expulso Esteban de Arteaga, es este último capítulo –el que se ocupa de lo maravilloso en el pensamiento contemporáneo– el que posiblemente constituya la exploración más novedosa y la aportación más original y enjundiosa de este libro. Como señala, con razón, el propio autor en el arranque de esta parte de la investigación, este bien podría haberse titulado «del anhelo romántico a las fronteras de la conciencia» o «entrando de lleno en el remolino». Tampoco es de extrañar, conociendo sus apetencias de irresistible funámbulo. En todo caso, las voces que vamos a escuchar en sus páginas son no solo las del pasado, también nos llegan las del presente, fragmentario por naturaleza, donde nos oímos en ellas, donde puede percibirse nuestra perplejidad y la incertidumbre que caracteriza nuestro tiempo.

A decir verdad, cuando uno concluye la lectura de este Coloquio de los centauros no puede dejar de tener la sensación de haber hecho un largo viaje lleno de acontecimientos y de rostros que pasan, como cuando uno podía asomarse a las ventanillas de los trenes. Más allá de su lenguaje plástico y riguroso, desde un punto de vista estructural y estilístico el libro resulta indiscutiblemente dinámico y atractivo. La razón, a mi juicio, es que en esta ocasión lo maravilloso pasa por sus páginas como una suerte de personaje, con rostros diferentes y escenografías que mutan. Los acontecimientos se suceden. El tiempo en su plural estructura lo transforma todo y se vuelve en sí mismo interesante con el devenir de sus carismas narratológicos. El dilatado pasado, como respaldo a tergo, da en complejo presente e inquietante futuro.

Coloquio de los centauros es, en definitiva, una obra de contrastada solvencia, medida riqueza literaria y amplia bibliografía, que constituye una notable contribución al conocimiento de nuestras pulsiones como individuos y como sociedad. Razones, sin duda, suficientes por las que ha sido aprobada por el pertinente comité de selección, y consabidos informes externos, para su edición por el Servei de Publicacions de la Universitat de València. Coyuntura de la que necesariamente hemos de congratularnos. Dice Aristóteles en el comienzo de su Ética: «Busca el arquero con la mirada un blanco para sus flechas». Esa mirada es la del autor de este libro.

Fac sapias et liber eris. Solo el saber nos hace libres.

València, primavera de 2019.

Introducción

Cuando Baumgarten empezó a darle forma a una scientia cognitionis sensitivae, gnoseologia inferior no encontró un lugar para lo maravilloso. Su viva presencia en el lenguaje cotidiano y en las artes no había sido argumento suficiente para incorporar esta idea tan antigua como las sirenas al pensamiento sistemático. El momento de gestación de esa disciplina nueva que era la Estética fue desaprovechado. Las razones de esa ausencia en el saber ver en las bellas artes son diversas, aunque básicamente han de señalarse dos. Una, la proximidad de su campo semántico con el de otros conceptos de enorme prestigio y larga tradición, como lo bello o lo sublime. La otra, esa suerte de degradación que se asocia a lo emocional y subjetivo.1 Y mientras aquellos conceptos, lo bello y lo sublime, venían a monopolizar el desarrollo de ideas morales, lo maravilloso quedaba relegado, en este sentido estético, a los ámbitos perceptivos de la naturaleza y el arte. Reducido a esa suerte de poesía de lo inverosímil, se le hurtó toda posibilidad de extraer conocimiento trascendente alguno. Aun así, y pese a tanto silencio y marginalidad, puede ciertamente articularse un sugestivo corpus teórico de lo maravilloso a través de las aportaciones directas o indirectas de algunos textos o de la conceptualización de aquellos espacios que algunos autores han ido dejando vacíos. Se trata, en efecto, de reflexiones enjundiosas, hechas especialmente desde el ámbito de la Estética, aunque no el único, como se verá al final.

Lo maravilloso forma parte de las corrientes movedizas y diversas de la existencia. Se mueve entre la idealidad y esa zona difusa entre naturaleza y cultura. Su carácter ilusorio no le resta potencialidades efectivas en el amplísimo marco que va desde el puro entretenimiento a la experiencia trascendente. «Una ilusión sobre sí misma y una ilusión sobre el mundo».2 Implica, en general, una visión festiva de los sentidos, de las emociones, de la vida, porque si no, deviene en otra cosa. Su naturaleza es accidental. Sus giros, inesperados. Su carácter, el de un encuentro fortuito. Tiene de estímulo, de impulso de nuevos significados, de nuevas ideas y nuevas creaciones. Hay en él, muchas veces, un culto a lo novedoso, y cuando es fruto de nuestros esfuerzos, de estrategias de seducción, de fascinación, de creatividad, de manipulación. Considerado desde el punto de vista narrativo de nuestras vidas y a diferencia de otros acontecimientos emocionales, su presencia no hace tanto «avanzar la acción» o provocar desenlaces, como generar paralelismos y enlaces. Lo maravilloso es una suerte de aforismo factual que ilumina la existencia. «Un buen aforismo es un relámpago en las tinieblas», dirá Ramón Eder en La vida ondulante (2012). Su condición íntima y social, si bien lo liga a un determinado contexto cultural, en lo fundamental presenta rasgos de universalidad. Más manifiesta todavía si consideramos que, en ocasiones, el fenómeno de lo maravilloso adquiere una dimensión sobrehumana que nos conecta con fuerzas primitivas, telúricas, con experiencias físicas de nuestros sentidos que habíamos olvidado.

Los objetos maravillosos son infinitos, pero sus cualidades de seducción y fascinación están más directamente relacionadas con la predisposición sensitiva del sujeto que lo percibe, que con el objeto en sí. Así pues, no se trata tanto de hallar elementos comunes dentro de esa multiplicidad de objetos, como de identificar patrones, modelos o paradigmas perceptivos en los sujetos. Estos modelos, en cuanto producto cultural y aunque mantienen rasgos comunes prácticamente inalterados a lo largo del tiempo, experimentan, no obstante, pequeños cambios de orden formal y simbólico en lo que resulta una suerte de selección natural, de Paradigmenkampf, como consecuencia de nuevas circunstancias y nuevos imaginarios resultantes del devenir histórico.

Desde mi encuentro hace unos años con Esteban de Arteaga y sus «Riflessioni sul maraviglioso», en Le Rivoluzioni del Teatro Musicale Italiano (1783), he tratado de darle forma al concepto. Para ello, a pesar de ser una expresión tan común, hube de indagar en su significación, no solo en la casuística de sus manifestaciones, en su naturaleza profunda y no en sus contingencias. Después de todo, como acertadamente señalara Christian Metz «un concepte se signifie, une chose s’exprime» (1971: 82).

Si en Elementos para una teoría de lo maravilloso abordo la cuestión desde una perspectiva fenomenológica, en Coloquio de los centauros lo hago desde un punto de vista teórico conceptual. Pero sin duda su título necesita ser explicado. Podría pensarse que es deudor de un comentario epistolar de Nietzsche a su amigo el helenista Erwin Rohde: «Cuando llegue el tiempo, quiero hablar con toda la franqueza de que sea capaz. Ciencia, arte y filosofía crecen ahora tan juntos dentro de mí que en todo caso pariré centauros».3 Aunque, subyaciendo un fondo común, el título responde a un registro muy distinto. Como habrá adivinado el lector, está tomado del poema homónimo incluido en las Prosas profanas de Rubén Darío, la más musical y sensual de sus obras, también la más hermética. Octavio Paz (1964: 10) dice a propósito de ella que «a veces recuerda una tienda de anticuarios repleta de objetos art nouveau, con todos sus esplendores y rarezas de gusto dudoso (y que hoy empieza a gustarnos tanto)». Para añadir poco después: «No todo lo que contiene ese libro es cacharro de coleccionista. Aparte de varios poemas perfectos y de muchos fragmentos inolvidables, hay en Prosas profanas una gracia y una vitalidad que todavía nos arrebatan». «Coloquio de los centauros» se reveló como el enunciado más adecuado por cuanto sugería. Como título, sus dos términos se adecuaban a lo que quería ser este libro, al tiempo que, con economía de medios, establecía su tono. Lo concebía como una animada reunión de personajes ilustrados, donde sus opiniones, de un modo u otro, tenían como horizonte la cuestión de lo maravilloso. La primera parte del título se ajustaba, por tanto, a su fin. La segunda, claro está, no podía dejar de tener un carácter simbólico. El mismo Darío (1985: 455) se describió a sí mismo como «un semi-centauro, / de semblante avieso y duro, / que remedo a Minotauro / y me copio de Epicuro». Cierto que en los centauros hay una triple naturaleza, animal, humana y divina y que la naturaleza de nuestros autores, pese a sus capacidades, no deja de ser unidimensional. Pero bien puede decirse que los adornan algunos de los atributos de aquellos seres míticos, pues «escuchan sus orejas los ecos más sutiles» y «sus ojos atraviesan las intrincadas hojas», afanándose, como el viejo maestro Quirón, en desvelar los enigmas de la naturaleza (del arte). Ellos, como los centauros, tienen también algo de visionarios.

En cierto modo este libro breviario es una historia teórica de lo maravilloso, no tanto lineal como de modelos narrativos o tendencias. Ofrece seis aproximaciones a la cuestión, poniendo cada una de ellas el énfasis en un determinado aspecto. Comienza al modo aquiniano, «ex ipsorum actuum qualitate», tratando de inferir desde las poéticas lo maravilloso y su naturaleza estética a través de las acciones de las que es causa y origen. Da cuenta de la singularidad de las Riflessioni sul maraviglioso de Esteban de Arteaga, el primer texto que intenta profundizar en la cuestión e indaga sobre la historicidad de su fenomenología, su naturaleza emotiva y su dimensión estética. Sitúa lo maravilloso en un espacio de reflexión estética patrimonializado por lo bello y lo sublime. Trata de aquellos discursos estéticos que hacen de lo maravilloso un elemento central, subrayando la carga subversiva que supuestamente encierra. Otorgan a lo insólito una capacidad transformadora de la realidad, y tratan de desenmascarar el orden cotidiano, de despertar el espíritu crítico de los individuos, llevados a la perplejidad a través del contraste de imágenes y el uso de un lenguaje onírico. Aborda esa, en la feliz expresión nietzschiana, llamada «metafísica del artista» que surge de la fuerza mistérica también conocida como energía, furia creadora, naturaleza demoníaca, dionisíaco, duende, sonidos negros. Un raro suceso vivencial, un fenómeno que se da en algunos individuos escogidos, artistas o no, y que, cuando esto ocurre, exaltados, llegados a una situación límite, parecen adentrarse en el territorio de la clarividencia, terminando por transportar, en ocasiones, a otros individuos al reino de las verdades profundas, a esos paisajes de naturaleza espiritual que hacen inútiles los códigos de comunicación ordinarios y donde la intuición puede más que la razón. Por último, se rastrea la presencia de lo maravilloso en el pensamiento sistemático de la modernidad, donde la reflexión estética parece perder peso específico en favor de una multidisciplinareidad significativa y acorde con el sentido de los tiempos.

Seis maneras de aproximarnos a lo maravilloso desde el punto de vista de los teóricos, que no dejan de constituir un escalón intermedio entre nuestro yo y el mundo, entre la lógica material y la profunda necesidad de vivir fascinados.

1. Con todo, Francesco Milizia (1823: 22) define la Estética como «ciencia de los sentimientos», pero es revelador su juicio al tratar estas cuestiones según los principios de Sulzer y de Mengs: «no abraza los del tacto, del paladar, ni del olfato, los cuales al paso que obran en nosotros con mayor fuerza, son demasiado groseros y no convienen a las bellas artes, porque no mejoran nuestra razón; al contrario el paraíso de Mahoma sería el verdadero parnaso, y los perfumadores y cocineros serían los principales artistas. Es verdad que también son apreciables estas profesiones, [...] pero no va[n] sino indirectamente al entendimiento. Las bellas artes son para el oído y para la vista en las que, si bien causan impresiones menos fuertes, son sin embargo más estendidas [sic], más multiplicadas y confinan cuasi con el entendimiento puro» («Escultura: Reflecciones [sic]», § 27).

2. Aunque referido a la mentalidad primitiva, las palabras de Godelier (1974: 372) son extrapolables a la universalidad de la experiencia emotiva de lo maravilloso. Para este se trata de «una ilusión sobre sí misma porque el pensamiento dota a las idealidades que espontáneamente genera de una existencia fuera del hombre e independientemente de él, con lo cual se extraña de sí mismo en sus propias imágenes del mundo, y una ilusión sobre el mundo, al que puebla de seres imaginarios análogos al hombre, que pueden responder a sus plegarias atendiéndolas o rechazándolas». Para los nexos entre el mundo social y el mundo subjetivo véase también Habermas (1992, I: 73 y ss.).

3. Febrero de 1870. Cito de la introducción de Andrés Sánchez Pascual en Nietzsche (2004: 12).

1

Dondedotrina y deleyte conviene Aproximaciones a las poéticas

La cuestión de lo maravilloso, pese a no haber sido desarrollada de forma sistemática, cuenta con importantes aportaciones. Algunas poniendo el acento en su naturaleza emotiva. Otras, las más, indagando en su naturaleza poética o detallando determinadas preceptivas para lograr sus efectos.

Desde el punto de vista de las emociones, y aunque se han logrado notables avances en neurobiología, psicología y las ciencias cognitivas, en los que no vamos a entrar, a nadie escapa la dificultad que encierra tan huidizo objeto de estudio. Sigue siendo evidente que solo desde las artes parece posible adentrarse en el ámbito de las emociones e intentar romper los límites de su comunicación, y que la ciencia y la filosofía no terminan de traspasar el umbral de esa región de nuestra existencia, por lo que seguimos moviéndonos en sus márgenes. Así, en gran medida, las exploraciones se reducen a la descripción de reacciones psicofísicas, a cuantificaciones y taxonomías. Rozamos sus contornos, es cierto, pero seguimos teniendo conciencia de que no acabamos de aprehender su naturaleza. Ciencia y filosofía aspiran a mostrar la forma lógica de la realidad, pero la de los sentimientos es especialmente escurridiza y desafía sus discursos, sin duda porque esa realidad está dentro de nosotros mismos, porque el objeto de estudio somos nosotros, porque las emociones son un hecho inseparable de nuestra propia constitución como individuos. Tal vez por eso, el complejo universo de lo emotivo, de los sentimientos, afectos o pasiones del alma, ha quedado tradicionalmente en los márgenes de la filosofía occidental. Como es natural ha habido preguntas: qué es el amor, el odio, la ira, la envidia, la vergüenza, etc., pero no se han formulado, ni dado respuestas, que se articularan en un discurso sistemático del tipo: ¿es posible conocer?, ¿existe la verdad?, ¿es identificable lo deducible con lo verdadero? o ¿el hombre es lo que hace?, ¿es el arte algo espiritual?, y el largo etcétera que jalona la historia del pensamiento. Hubo que esperar a que se suscitara el problema de la existencia, a mediados del pasado siglo, para que se diera un salto cualitativo. Hasta entonces, los enfoques y las formas de clasificación no habían sido muy distintos de los que plantearan Aristóteles, Tomás de Aquino, Juan Luis Vives, Descartes o Spinoza.

Diversos textos de Aristóteles se ocupan del universo emotivo, especialmente Retórica y Ética a Nicómaco. En su teoría, las pasiones son respuestas a una acción. Son provocadas: acción-reacción; aunque, en último término, siempre parece subyacer el deseo como motor. En el caso del amor y de la amistad –en Aristóteles solo hay una diferencia de grado, no de cualidad– se desea para el otro, el objeto amado, lo mismo que para uno y se produce un proceso de identificación: «el amigo es otro yo» (Ética a Nicómaco, IX, 9 y Retórica, II, 4). La ira es el resultado de la obstaculización de un deseo: «ellos se encolerizan, en efecto, cuando sienten pesar, porque el que siente pesar es que desea alguna cosa. Y por tanto, se le pone algún obstáculo, ya sea directamente, ya sea indirectamente» (Retórica, II, 2).

En Juan Luis Vives, a quien no sin motivo algunos han llamado padre de la psicología moderna, por sus aportaciones acerca de las pasiones humanas en el Libro tercero de su De anima et vita (1538), se señala que la naturaleza ha dotado a los individuos de pasiones o afectos y que estas nos llevan al bien o al mal, no sin advertir sobre la subjetividad del juicio:

Llamo aquí bien y mal no tanto aquello que lo sea realmente, como aquello que cada cual juzga que lo es para sí, pues es competencia del juicio qué consideramos que es el bien o el mal, y es muy grande el error de las opiniones en torno a estas cosas porque son muchas y muy densas las tinieblas en nuestro juicio, aunque en esta parte tenemos también insertadas por naturaleza algunas semillas de la verdad [...] como procedentes de aquellos dos dones de Dios en el sentido de que es un bien la conservación de sí mismo y vivir felizmente.1

Equipara el mundo de las emociones con los movimientos del mar y crea una imagen plástica realmente sugestiva, aunque no aporte nada nuevo sobre la naturaleza de aquellas:

Así como los movimientos del mar se deben, ya a un viento suave, ya a otro más fuerte y, por último, a un vehemente que en horrenda tempestad levanta hasta su fondo mismo con la arena y los peces, sucede en estas agitaciones anímicas que son algunas de ellas ligeras, que podíamos llamar comienzos del movimiento, otras más potentes y otras que quebrantan toda el alma y la expulsan del lugar de la razón y del asiento del juicio (Vives 2008: 142).2

En diversas ocasiones a lo largo de estas páginas se hace referencia a la teoría de las pasiones de Descartes, probablemente la reflexión más influyente de cuantos autores se han ocupado de las emociones. El dualismo cartesiano entiende que sensaciones y sentimientos son la respuesta a objetos provocadores, y que las primeras son al cuerpo lo que los sentimientos (pasiones) son al espíritu. El interés por la existencia del objeto, deseado o perjudicial, dará en amor u odio. Aunque en el deseo entre un objeto de bien y la aversión de un mal no distingue diferencia, solo el impulso de aproximación, esperanza, amor, alegría o, por el contrario, de odio, amor, tristeza. En cuanto a lo maravilloso, la emoción más significativa de la reflexión cartesiana es la admiración. Representación mental de un objeto raro o extraordinario como resultado de una sorpresa del alma, y parte sustantiva de lo maravilloso que una y otra vez saldrá a nuestro encuentro en este libro.

Spinoza viene siendo considerado como el precursor de Freud en cuanto a su planteamiento de la cuestión de las pasiones, afecciones o sentimientos.3 En él, lo mental, el alma, «implica la existencia actual del cuerpo» (Ética, III, prop. XI). Spinoza (2005) se plantea aspectos tan modernos como la distorsión del sentido de la realidad por el sentimiento; la racionalización como forma de autosalvación del individuo; el deseo de destrucción del objeto en el odio; la dinámica del duelo o teoría de la pérdida del objeto amado; los dinamismos de defensa (ambivalencia, narcisismo, etc.). Nuestra búsqueda aquí se enriquece con la idea de afección (sentimiento) como modificador del estado del sujeto. El individuo solo es modificado por aquello que le afecta, pero no solo el objeto, sino cualquier otra cosa que nos lo recuerde, no solo objetos externos, sino representaciones. Lo que provoca el afecto no es el objeto, sino la imagen del objeto. «El hombre es afectado por un cosa pretérita o futura con el mismo afecto de alegría o tristeza que por la imagen de una cosa presente» (Ética, III, prop. XVIII). Esto es, la percepción del objeto es la de la imagen que el individuo se forma de él, no el objeto mismo. En línea con lo que ya observara Juan Luis Vives: «Sed non semper ad affectum excitandum opus est iudicio illo quod ex rationum collatione de rebús statuit; illud sufficit, et est frequentius, quod imaginationis movetur visis» (Vives, 1992: 579).4 Y la conocida conclusión de Valle Inclán (1987: 232) en la Lámpara maravillosa: «nada es como es, sino como se recuerda».

Spinoza, que dedica uno de los cinco libros de su Ética a la psicología y la erige en instrumento indispensable para la redención (Yovel, 1995: 355), propone tres sentimientos básicos: la alegría, la tristeza y el deseo. Serán sus combinaciones las que darán, en expresión de Castilla del Pino (2000: 284), «singularidad a la arquitectura pasional de cada ser humano». Para Spinoza «el deseo es la esencia misma del hombre en cuanto es concebida como determinada a obrar algo por una afección cualquiera dada en ella» (Ética, IV, «Definiciones de los afectos»). Pero si en esta breve síntesis se ha de subrayar una idea fundamental de la aportación de Spinoza, esa es la idea de «modelo», una construcción mental del sujeto. Lo que Castilla del Pino (ibíd.) define como «construcción axiológica de la realidad». El modelo previamente formado es lo que nos lleva a juzgar entre perfecto e imperfecto, entre bueno y malo. En todo caso, los modelos no indican nada positivo en las cosas consideradas en sí mismas, «son modos de pensar o nociones que formamos porque comparamos las cosas unas con otras», y sobre la subjetividad de los valores añadirá: «Pues una sola y misma cosa puede ser al mismo tiempo buena y mala, y también indiferente. Por ejemplo, la música es buena para el melancólico, mala para el afligido; para el sordo, en cambio, no es ni buena ni mala» (Ética, IV. Prefacio de «De la servidumbre del hombre o de la fuerza de las pasiones»).

En Pascal el poder de la imaginación es inapelable a tenor de lo que escribe en sus Pensées (1670). Deja allí, a merced de su pánico, al mayor de los filósofos, quien, «... sur une planche plus large qu’il ne faut, s’il y a au-dessous un précipice, quoique sa raison le convainque de sa sûreté, son imagination prévaudra. Plusieurs n’en sauraient soutenir la pensée sans pâlir et suer».5 Pero es en su Discours sur les passions de l’amour (1652-53) donde mejor se expresan las coordenadas de la tesis que sostiene sobre el mundo de las emociones. Ya en la apertura de su ensayo puede leerse:

El hombre ha nacido para pensar y no puede dejar de hacerlo; así que nunca está sin hacerlo; pero los pensamientos puros que lo harían dichoso, de poderlos sustentar siempre, le fatigan y le abaten. Es una vida uniforme a la cual no puede acomodarse; le son necesarias mudanzas y acciones; requiere, en fin pasiones que le agiten de cuando en cuando, de las que siente en su corazón fuentes tan vivas y tan profundas.6

Idea también presente en Arteaga en sus reflexiones sobre lo maravilloso:

Sebbene sia fuor d’ogni dubio, che fra le potenze interne dell’uomo alcuna ve ne ha portata naturalmente verso il vero, e che in esso unicamente riposi non potendo abbracciar il falso quando è conosciuto per tale; è fuor di dubbio parimenti, che fra esse potenza medesime alcun’altra si ritrova, la quale senza poter sermarsi tra u cancelli del vero, si divaga pei Mondi ideali da lei creati, e si compiace de’ suoi errori più sorse di quello che farebbe della verità stessa (RIV, vol., I: 269).7

Pero, en el mapa de las emociones que dibuja Pascal, todavía han de señalarse dos puntos cardinales que orientan la vida anímica de los individuos: «Las pasiones más convenientes al hombre, y que encierran muchas otras –escribe–, son el amor y la ambición: casi no tienen parentesco entre sí, a pesar de que a menudo se les relaciona; pero una debilita a la otra y recíprocamente, por no decir que se destruyen» (Pascal, 2003: 8). Así lo ilustran los modelos paradigmáticos y míticos del amor-pasión que sobrevuelan la literatura europea desde el siglo XII, Tristán e Isolda, Abelardo y Eloísa, Romeo y Julieta, Tancredo y Clorinda..., caracterizados por exaltados amores recíprocos, donde la sublimación de ese amor no está tanto en la felicidad y el placer, como en el sufrimiento enamorado, en esa felicidad «en medio de los más ásperos tormentos», que dirá Eugenio Trías (2006: 32), y que se expresa en un lenguaje dialéctico, si no místico. «Mi alegría es mi desgracia», «el dulce tormento», «locura llamada amor es la máxima cordura», «vivo sin vivir en mi y... muero porque no muero». Como puede verse, la voluntad del enamorado queda anulada por la pasión que le domina, pero el sujeto pasional deviene en sujeto estético. Su locura enamorada construye mundos extraordinarios, imágenes poéticas que trascienden su concreta experiencia vital, ya de por sí singular, e inducen la admiratio en el oyente, espectador o lector, sujeto maravillado, la percepción de una vivencia maravillosa donde él solo conoce la cotidianeidad de lo ordinario. Lo maravilloso no tiene gradación, se da o no se da. La realidad, como la conciencia, pone límites. Las pasiones los rompen.

Desde el punto de vista de la construcción discursiva de lo maravilloso, en las siguientes páginas ofrezco una sucinta aproximación a esos precedentes, agrupando autores y textos de referencia en tres periodos. El primero, claro está, que corresponde a los inicios de estas poéticas, al extenso periodo antiguo y medieval. El segundo, referido al inquieto pensamiento humanista y barroco. El tercer periodo, centrado en la poética racionalista e ilustrada.

En no pocas ocasiones se ha venido dando una notable confusión entre poética y preceptiva, que conviene no pasar por alto en esta búsqueda conceptual de lo maravilloso. La primera se ocupa de los principios de orden ontológico: origen de la obra, mimesis, finalidad. La segunda de los elementos constructivos y su articulación: reglas, tipos de verso, caracteres. Las poéticas reflexionan sobre la naturaleza misma de la obra. Las preceptivas compendian reglas, clasifican, dan avisos, prohibiciones, y constituyen el grueso de la producción crítica de todas las épocas. «Arte Poética es un hábito, o facultad del entendimiento, que endereza y rige al poeta, y le da reglas y avisos para componer versos con facilidad», escribe en su Arte poética española Juan Díaz Rengifo (1606, fol. I). No obstante, como quiera que, en este encuentro de voces teóricas de lo maravilloso, nos interesamos por su naturaleza más que por las inabarcables formas de concreción y su sintaxis, esta indagación se pretende ontológica, poética, y no preceptiva. Las siguientes páginas son, pues, una modesta aproximación a esas poéticas.8

POÉTICA ANTIGUA Y MEDIEVAL:ARISTÓTELES, HORACIO, TOMÁS DE AQUINO

Como es conocido, el referente teórico más antiguo ha de buscarse en la Poética de Aristóteles. Texto tenido por incompleto, a tenor de lo anunciado en su capítulo I, y del que faltaría la parte dedicada a la comedia y a las «cosas de reír». Así pues, sus observaciones sobre lo maravilloso solo pueden ser parciales, aunque fundamentarán todo el pensamiento posterior.

Lo maravilloso en Aristóteles se integra en el ámbito de la poesía, al respecto apunta: «Es preciso, ciertamente, incorporar a la tragedia lo maravilloso; pero lo irracional, que es la causa más importante de lo maravilloso, tiene más cabida en la epopeya, porque no se ve al que actúa» (Poética, 1460a). Pasaje que hemos de interpretar como un llamamiento a la verdad artística o artificio narrativo por el que se omiten muchos detalles que de otra manera pudieran parecer ridículos y, sobre todo, restar eficacia a lo narrado. Añade más adelante que «lo maravilloso es agradable, y prueba de ello es que todos, al contar algo, añaden por su cuenta, pensando agradar» (ibíd.). Y en ese sentido, dirá de Homero que fue también «el gran maestro de los demás poetas en decir cosas falsas como es debido» (ibíd.).

En cuanto a la admiración como componente de lo maravilloso, es de señalar que en Platón (Teeteto, 155d) y Aristóteles (Metafísica, 982b, 12),9 tiene consideración de principio del filosofar, más que de conmoción emotiva. La admiración es el motor del conocimiento, el admirarnos de algo, y no tanto el admirar algo. El primer caso es un acicate para nuestra inteligencia. El segundo, nos subyuga y perturba.10

Lo maravilloso en Aristóteles es visto como una suerte de lo «imposible», pero un imposible explicado «en orden a la poesía o a lo que es mejor, o a la opinión común» (Poética, 1461b). De hecho, afirma el Estagirita: «es preferible lo imposible convincente a lo posible increíble» (ibíd.). Esto es, lo «imposible» puede depender de una percepción individual, pero también de una percepción social, colectiva. Y sugiere, en todo caso, que debe explicarse lo irracional: «así, y porque alguna vez no es irracional; pues es verosímil que también sucedan cosas al margen de lo verosímil» (ibíd.).

El otro gran referente de la Antigüedad, Horacio, que a lo largo de su Ars poética insiste en su máxima de unir lo agradable con lo útil (qui miscuit utile dulci), no hace mención expresa de lo maravilloso, aunque sí alude a la necesidad de que las invenciones no se alejen de la verosimilitud: «Lo que se inventa para deleitar debe ser verosímil: no pretenda la fábula que se crea cuanto ella quiera» (Horacio, 2008: 403). Después de todo, defiende entre los recursos del poeta algo que pone límites a la experiencia de lo maravilloso: la sensatez. «La sensatez es principio y fuente del bien escribir» (ibíd.: 402).

Santo Tomás, ciertamente no escribió una poética, pero su comentario a la Metafísica