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Durante los últimos años se ha puesto de manifiesto un profundo vacío ético en el ámbito económico y financiero. Entre ganar dinero sucio y rechazarlo por motivos éticos, muchos han preferido mancharse las manos. El caníbal es insaciable. El peso de la ley contribuye al orden pero, ¿hay otros mecanismos en el interior del hombre que le impidan corromperse? El autor presenta la ética como la mejor dieta ante una crisis económica estimulada por el egoísmo.
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Veröffentlichungsjahr: 2015
MARTIN SCHLAG
CÓMO PONER A DIETA
AL CANÍBAL
Ética para salir de la crisis económica
EDICIONES RIALP, S. A.
MADRID
© 2015 by MARTIN SCHLAG
© 2015 by EDICIONES RIALP, S. A.
Alcalá 290 - 28027 Madrid
(www.rialp.com)
Realización ePub: produccioneditorial.com
ISBN: 978-84-321-4488-2
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ÍNDICE
PORTADA
PORTADA INTERIOR
CRÉDITOS
1. LA CRISIS ANTROPOLÓGICA Y LA RESPUESTA DEL HUMANISMO CRISTIANO
1. Introducción terminológica
2. ¿Cómo hemos entrado en la crisis?
a) Una genealogía de destrucción cultural
b) Renovación de una teología moral de la libertad
3. La nueva evangelización como proceso de transformación cultural cristiana
a) Valores, verdad y entender
La verdad práctica de la dignidad humana
Verdad práctica y libertad
b) Prácticas, bien, juzgar
La enseñanza de las virtudes en la universidad
El bien común y las virtudes individuales
La epistemología económica y las virtudes individuales
c) Instituciones, belleza, actuar
2. LA PROPUESTA DE LA DOCTRINA SOCIAL DE LA IGLESIA
1. La impronta de la Doctrina Social de la Iglesia en la labor académica
2. El «status quaestionis» de la doctrina social católica
a) Parte general
«La Doctrina Social de la Iglesia ha nacido para reivindicar esa “carta de ciudadanía” de la religión cristiana» (Caritas in veritate, 56)
«Hoy es preciso afirmar que la cuestión social se ha convertido radicalmente en una cuestión antropológica» (Caritas in veritate, n. 75).
«Esta es la vía institucional —también política, podríamos decir— de la caridad» (Caritas in veritate, n. 7).
b) Parte específica: Las tres consideraciones sobre la economía
«No crean a Max Weber»
La economía «debe ser articulada e institucionalizada éticamente» (Caritas in veritate, n. 36): superar la fragmentación metodológica típica de la economía moderna
«La caridad es la vía maestra de la Doctrina Social de la Iglesia» (Caritas in veritate, n. 2)
3. JUSTICIA: LA VIRTUD DE LOS PODEROSOS
1. La justicia convierte el mero poder en autoridad
2. La sabiduría de los siglos
3. ¿Qué es la justicia?
4. EL AMOR A LOS POBRES. EL PROYECTO DE TRANSFORMACIÓN CULTURAL EN EL PAPA FRANCISCO
1. ¿Cuál es la intención del Papa cuando habla de pobreza? ¿Está contra la economía?
2. Las palabras del Papa Francisco a los líderes de la economía
3. La pobreza y la inclusión de los pobres en la economía
a) La pobreza tiene una dimensión subjetiva y una dimensión objetiva
b) Una pobreza laical
CONCLUSIÓN
1.
LA CRISIS ANTROPOLÓGICA Y LA RESPUESTA DEL HUMANISMO CRISTIANO
«Houston, tenemos un problema». Hoy muchos hablamos como la tripulación del Apollo 13. Casi se diría que nos expresamos como técnicos de la NASA que quieren encontrar una solución a un asteroide llamado «CRISIS». Para algunos la crisis ya ha adquirido la categoría de planeta, capaz de eclipsar al sol a juzgar por sus dimensiones y por la espesa oscuridad que origina en la vida de tantos jóvenes y familias enteras, que piden ayuda a Cáritas para comer. Hace tiempo leí que un grupo de astrónomos había «sorprendido» a un agujero negro engullendo una estrella. El universo fagocitando el propio universo... La crisis es como un gran agujero negro que se origina en la sociedad y se alimenta de sus propias estructuras. Es el gran caníbal que, después de deglutir, produce una gran llamarada, una radiación de nueva energía. Al caníbal hay que ponerle a régimen: no basta que aprenda a comer con tenedor y cuchillo sobre un plato, ¡debe cambiar definitivamente la dieta! Hay muchos caníbales: son todos aquellos —empresarios y políticos, actores individuales y colectivos, acciones y estructuras— que se aprovechan de modo parasitario del sistema. Comportarse como un parásito quiere decir que esas personas o grupos sacan provecho y ganancia, y a la vez y en el mismo acto, destruyen el sistema en el que viven.
Pero, ¿cómo se originan estos núcleos galácticos, cómo ha nacido la bestia famélica de la crisis? Son muchas las explicaciones acerca de sus causas.
Algunos afirman que es una crisis de origen exclusivamente económico, una avería puntual de una maquinaria que bastaría reparar para que el mecanismo volviese a funcionar. Sin embargo, cada vez son más los que ven la necesidad de ir más allá del recambio de una pieza, y reivindican un cambio de paradigma, una transformación de los engranajes internos de la estructura.
La crisis económica es en realidad una crisis antropológica y cultural. Lo que se ha roto aquí, el verdadero crack que se ha producido es el de los valores que siempre han cimentado la sociedad. ¿Acaso alguien prescribiría una crema rejuvenecedora a un paciente con infección? A continuación ofreceré algunas claves que ayuden a entender por qué las medidas curativas de tipo exclusivamente directivo —una vuelta al «Business as usual»— son insuficientes e inadecuadas para regenerar un sistema que padece una anemia en sus valores.
En primer lugar, la deuda pública y privada constituye un problema no solo económico sino moral. Ya en la Antigüedad, a aquellos que no eran capaces de devolver los préstamos, se les obligaba a servir a su acreedor o —incluso peor— a entregarle sus hijos en servidumbre. La fuerte relación entre deuda y esclavitud es una constante en la historia. La frase «El que toma prestado, siervo es del que le presta» no es de Abraham Lincoln ni de ningún otro liberal económico contemporáneo. Procede del libro de los Proverbios (Prov22,7), pero ningún gurú de las finanzas en la actualidad podría resumir mejor el valor universal de no endeudarse «imprudentemente». Una cosa es el préstamo destinado a la inversión y otra muy distinta el dinero prestado que no genera riqueza, «estéril», «infructífero», que cubre agujeros y acaba convirtiéndose en un nudo que estrangula. Con este segundo tipo de préstamo uno piensa haber aplazado la catástrofe, pero en realidad está cavando a sus pies un hoyo más profundo en pobreza y desesperación.
Algunos países occidentales han acumulado deudas ingentes de más del 100% del producto nacional bruto. Pero no apuntemos con el dedo a la usura de las identidades financieras ni a la mala gestión de muchos gobiernos. Cierra la puerta de tu casa y mira qué pasa dentro. ¿Cómo ha sido gestionada la economía personal y familiar?: probablemente sin un presupuesto, sin priorizar gastos, sin ahorro y excediéndonos en las deudas. ¿Acaso no ha habido un uso indiscriminado de tarjetas de crédito y de préstamos? Para salir de la crisis económica hace falta mucha autocrítica y mucha humildad. Solo así sabremos escuchar, y podremos entonces cambiar los hábitos que han puesto en riesgo todo plan de futuro. Ante esta situación generalizada de anarquía de responsabilidades, los gobiernos no solo se muestran incapaces de disminuir la deuda sino que esta continúa aumentando. En el libro La Historia Interminable, Michael Ende nos habla del reino de «Fantasía». El mundo se encuentra amenazado por la «Nada», que va destruyendo todo a su paso dejando solo vacío. Esta progresa como la espiral del «déficit spending». Lo único que pueda salvar la tierra de fantasía y a su emperatriz es un niño humano, que le dé un nombre. Pero al pequeño le falta valor porque el cometido implica buscar la verdadera voluntad. ¿Nos falta a nosotros ese compromiso para detener a la Nada?
En segundo lugar, la economía financiera ya no está en el lugar que ocupaba, exclusivamente al servicio de la economía real. Se ha convertido en un negocio que crea una riqueza virtual y falsa. Se trata de un mercado necesario que facilita capital a quien lo necesita, pero, en algunos sectores, se ha convertido en un juego de casino. En este sentido, sí se puede afirmar que la crisis ha servido para repensar el modo de actuar financiero. Los bancos y reguladores están comenzando a hablar de una «cultura bancaria» y se han multiplicado los libros que proponen un cambio[1].
En tercer lugar, no podemos hablar de crisis económica sin referirnos a la crisis demográfica y al envite de la civilización de la muerte: en los países de la vieja Europa la población no crece, o incluso tiene una cifra decreciente. La conexión entre crecimiento económico y demográfico no es ni evidente ni automática. Podríamos decir que una nación que no crece es como una familia sin hijos. Los ingresos ciertamente se dividen entre menos personas, pero ¿no es el mañana de los propios hijos lo que nos estimula a trabajar, a expandir los negocios, a ahorrar? Los jóvenes representan la esperanza de un pueblo, también en sentido económico. ¿Cuál puede ser el porvenir de una cultura que premia el aumento de los bienes y penaliza el nacimiento de un niño? En palabras del Cardenal Schönborn, nuestras civilizaciones occidentales han dicho que no a su propio futuro tres veces: mediante el aborto, la contracepción y el matrimonio gay.
Los aspectos morales y culturales son cruciales para la salud del sistema económico. Tal y como describe Michael Novak, el capitalismo democrático es un todo que consta de tres partes separadas pero conectadas entre sí: una economía de mercado, una organización política liberal y democrática, y un sistema moral-cultural pluralista. De estos tres sistemas o esferas de la vida (cada una con sus instituciones propias) el sistema moral es el que debe instruir a los individuos en los caminos de la libertad y la virtud. Y es precisamente esta base moral la que más está fallando.
Espero que estas líneas logren despertar el interés del lector y le permitan profundizar en algunos aspectos de suma importancia, también para la vida cristiana. Pobreza, enfermedad, paro, desigualdad y otras realidades sociales presentan a diario nuevos desafíos[2]. Y por ello, precisamente, ahora más que nunca se nos brinda la posibilidad de ganar el reino de los cielos prometido para los que dan de comer al hambriento, de beber al sediento, de vestir al desnudo (cfr. Mt25, 31-46). El mandamiento nuevo «Amaos unos a otros como yo os he amado» (Jn13, 34) es una llamada a la acción, a convertirnos en agentes activos que operan en la sociedad: «Os aseguro que todo lo que hagáis en favor del más pequeño de mis hermanos, a mí me lo habéis hecho» (Mt25,40). A través de nuestras obras opera la misericordia de Cristo en la sociedad. ¡Somos sus manos!
Muchos se cuestionan cómo hacer compatible su asentimiento positivo a la Revelación y al Magisterio con una reflexión inteligente, seria y fundada —y por lo tanto atrayente— sobre el actual debate político, cultural y social. Ojalá este libro les ofrezca algo de luz y una mayor solidez en la argumentación.
El intelectual católico no crea un mundo aparte, donde protegerse de la atmósfera exterior. Al contrario, tiene el deber de hacer razonable para sus contemporáneos, tal vez no creyentes, el mensaje de salvación. Dios, a través de su auto-comunicación, nos ha enseñado como hacerlo. En la Encarnación descubrimos que las palabras y los hechos se llaman entre sí y confirman de ese modo su propia autenticidad. La ética que trataremos en este libro no es una construcción hecha a medida para los cristianos: es la verdad de todo hombre, y se realiza en nuestro vivir cotidiano.
1. Introducción terminológica
La ética individual y la ética social están conectadas pero no son idénticas. Ambas se distinguen por el sujeto de la acción y por sus fines. En la ética individual el sujeto es la persona física; en la ética social, la sociedad. El fin de la ética individual es la felicidad; en la ética social es el bien común temporal, que se concreta en paz, libertad y justicia. Esos tres valores constituyen la tríada de la modernidad, recogida también en la Declaración del Concilio Vaticano II sobre la libertad religiosa Dignitatis humanae.
Sujeto
Fin
Ética individual
Individuo
Felicidad
Ética social
Sociedad
Bien común temporal
Durante muchos siglos se ha concebido la ética social como una ética de la virtud individual, dentro de un marco preestablecido por Dios o por la tradición. Las estructuras sociales configuraban la sociedad de manera monolítica y estática: no se ponía en duda la monarquía, o los demás estamentos de la sociedad. En ese contexto se escribieron los specula virtutum: libros de deberes que servían como un espejo para el rey, para el príncipe, para el comerciante, para el obispo, etc. En ellos, cada estamento encontraba los deberes que había que cumplir y los vicios que debía evitar. Sin embargo, no se ponían en duda o en tela de juicio el sistema y las estructuras sociales como tales. Es decir, no se tocaba el marco dentro del cual esos deberes se aplicaban.
Desde el siglo XIX somos conscientes de que también podemos cambiar las estructuras. En consecuencia, como somos capaces de cambiar las estructuras sociales, también somos responsables de ellas. No basta ya limitarse a reflexionar sobre los deberes individuales en un marco normativo determinado, sino que se requiere una reflexión sobre ese mismo marco: las estructuras, tal como están, ¿son buenas y justificadas, o, al contrario, deben ser modificadas? Hoy en día se concibe la ética social sobre todo como una ética social estructural. Eso tiene sus peligros. Podría crearse la falsa impresión de que la sociedad es modificable de modo arbitrario, mediante una «ingeniería social» que la conforme según unas ideas políticas que no tengan en cuenta los constantes antropológicos de la libertad, de la verdad, etc. Sobre todo Friedrich August Hayek ha insistido mucho en la espontaneidad con que nace la sociedad[3]. Por eso hoy en día es importante recordar que las virtudes son necesarias porque son los hábitos que constituyen el florecer natural de las personas. Las estructuras son importantes, pero también las virtudes.
Otra distinción preliminar que parece importante es aquella entre la doctrina social de la Iglesia y la ética social católica. El concepto de doctrina social de la Iglesia se refiere a las encíclicas y a los textos magisteriales publicados por los Pastores de la Iglesia (el Papa, y también las conferencias episcopales). La ética social católica, en cambio, es mucho más amplia: abarca todo lo ya dicho sobre ética social, pero no solo a la luz de la razón sino también de la fe. Sería una limitación reducir la tarea de la ética social católica a comentar textos magisteriales, que suelen tener el carácter de una respuesta a una situación concreta y no una exposición orgánica. En inglés se distinguen catholic social teaching, que sería la doctrina social católica, de catholic social thought, que en español sería el pensamiento social católico o también la teología moral social: una reflexión sobre la ética social desde el punto de vista de la fe. Trataré de hacer exactamente eso: reflexionar sobre la ética social estructural católica, partiendo de las encíclicas sociales. En este intento nos guiaremos por dos claves metodológicas proporcionadas por el mismo magisterio social. La primera proviene de la Constitución pastoral del Concilio Vaticano II Gaudium et spes «sobre la Iglesia en el mundo actual». En su primera nota a pie de página, parte integrante del texto conciliar, el mismo Concilio advierte que ese documento contiene elementos permanentes, como su doctrina sobre el hombre, y otros contingentes, que se refieren a circunstancias históricas mudables. Es decir, la doctrina social contiene elementes definitivos (la dignidad del hombre, la solidaridad, la subsidiaridad, por ejemplo) y otros cambiables (algunas de las aplicaciones concretas a circunstancias históricas). En realidad, esos últimos deberían ser escasos, porque el magisterio recuerda con frecuencia que su tarea no es ofrecer «soluciones técnicas»[4], sino dejar la aplicación concreta de los principios en manos de los distintos agentes sociales. Sin embargo, no es fácil para los Pastores callar ante situaciones socialmente tensas, como la crisis económica actual: darían la impresión de silencio, de abandono de sus fieles en sus apremiantes problemas sociales. Cuando el magisterio da directrices concretas en cuestiones económicas, los católicos las acogen con agradecimiento y con humildad, ejerciendo siempre su libertad, su competencia profesional y su responsabilidad civil para alcanzar los fines (expresión de los elementos definitivos y permanentes) mediante aquellos medios que estimen oportunos. Obviamente, si el magisterio excluye un cierto medio por considerarlo contrario a «los derechos fundamentales de la persona o a la salvación de las almas»[5], tal decisión vincula al católico en conciencia. Pero, en la práctica, raras veces sucede esto. Lo dicho hasta ahora concuerda con la segunda clave metodológica: la distinción gnoseológica, hecha por Pablo VI, entre «principios de reflexión, normas de juicio y directrices de acción»[6]. Como expresa la misma palabra, «principio» se refiere a una primera idea, madre y origen de otras. Es un punto de partida. En ese sentido, en la ética social católica, se refiere a las verdades de fe sobre Dios, el hombre, la creación, la moral, etc. Una norma ocupa un lugar intermedio entre el principio y la acción concreta. Presupone una concreción, pero posee un carácter general. En cambio, una directriz de acción es una elección concreta en una situación determinada. Los principios corresponden al nivel más alto de la reflexión teológica y filosófica, a lo que el Concilio Vaticano II ha llamado los elementos permanentes. Constituyen las grandes verdades inmutables de la antropología cristiana en su dimensión social. Las normas sociales requieren necesariamente la mediación de una filosofía. El evangelio no es un programa político, económico o social, aplicable de manera inmediata. Eso sería una especie de «fideísmo social», donde toda la verdad estaría contenida únicamente en la revelación, sin que la razón jugase otro papel que la simple comprensión de lo revelado. Un cristiano necesita una razón formada rectamente, y por tanto una filosofía política y una filosofía económico-social correcta. No basta citar la Biblia para ser un buen político o economista... Es más: los entusiasmos religiosos, por bien motivados que estén, sin conocimientos sólidos, resultan extremadamente peligrosos. Finalmente, las directrices de acción presuponen conocer los hechos concretos, y para ello se necesita la ciencia empírica. Sin ella, tampoco se haría una buena ética social. Sin haber comprendido bien los hechos políticos, económicos, sociales, etc., la moral se convierte en un «moralismo». Un cristiano que pretende desenvolverse con acierto y vivir su fe en la vida social, debe moverse «con desenvoltura» en los tres niveles: tener una buena formación teológica sobre los principios, unas profundas convicciones filosóficas sobre su materia, y ciencia y experiencia en su actuar. En otras palabras necesita sabiduría (se refiere a la primera causa de lo creado), prudencia (la recta razón del actuar) y arte (las técnicas imprescindibles). El magisterio ayuda en los tres niveles, aunque de modo decreciente.