Como princesa de cuento - Teresa Carpenter - E-Book
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Como princesa de cuento E-Book

TERESA CARPENTER

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Beschreibung

Hombre y soldado se enfrentan mientras el deseo batalla contra el deber… El entregado soldado Xavier LeDuc, que había jurado servir a la familia real de Pasadonia, nunca había tenido problemas para anteponer el deber al deseo… hasta que conoció a la preciosa Amanda Carn. Era dulce, seductora y le resultaba demasiado familiar. ¿Podía ser la hija del príncipe? Seguro que esas cosas solo sucedían en los cuentos de hadas… Si se demostraba que pertenecía a la realeza, entonces Xavier tendría que mantener las distancias, pero había recibido órdenes de protegerla hasta que la verdad se descubriera. Mantenerla a salvo era su misión y, ¿dónde podía estar más a salvo que en sus brazos?

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Seitenzahl: 180

Veröffentlichungsjahr: 2014

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Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

© 2013 Teresa Carpenter

© 2014 Harlequin Ibérica, S.A.

Como una princesa de cuento, n.º 2546 - mayo 2014

Título original: The Making of a Princess

Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Jazmín y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

I.S.B.N.: 978-84-687-4327-1

Editor responsable: Luis Pugni

Conversión ebook: MT Color & Diseño

Prólogo

Campamento Princesa

Amanda Carn se puso la mochila y agarró el asa de su maleta de ruedas. Lentamente y con renuencia, siguió a sus nuevas amigas desde la cabaña que habían compartido durante las dos últimas semanas. Se lo había pasado como nunca en el Campamento de Princesas y no estaba preparada para que terminara.

–Vamos, Amanda –le dijo Michelle, una niña vestida como la Bella Durmiente–. Si no llegamos pronto al té, no podremos sentarnos juntas.

–No tengo hambre.

–Bueno, pues yo estoy hambrienta –respondió Elle, preciosa caracterizada como Bella. Miró a Michelle y ambas agarraron a Amanda de un brazo cada una.

–Os voy a echar de menos, chicas –susurró intentando que no sonora a lloriqueo.

–Y yo voy a echar de menos los bizcochos –dijo Elle–. Deprisa.

–Aún no hemos terminado, tonta –le dijo Michelle–. Tenemos el té y luego la ceremonia de clausura. Aún nos queda mucho tiempo.

–No quiero que nuestro último día sea triste. Tenemos que prometer que volveremos el año que viene –Elle levantó la mano con el dedo meñique alzado–. Jurad que haréis todo lo posible por volver.

Inmediatamente, Michelle enganchó su dedo meñique con el de Elle.

–En cuanto llegue a casa, empezaré a convencer a mi padre. Me lo debe por no haber venido al Día de los Padres.

Amanda cerró el puño a la vez que la tristeza se convertía en despecho.

–Habría sido mejor si mis abuelos no hubieran venido al Día de los Padres. Mi abuela ya ha dicho que el campamento no es el lugar de etiqueta y decoro que dice ser porque claramente es una fábrica de fantasía y frivolidad.

Sus amigas la miraron atónitas.

–¿Quieres decir que no le gusta el campamento porque nos dejan jugar a las princesas a la vez que nos enseñan buenos modales? –preguntó Elle.

Amanda asintió.

–Dudo que pueda convencerla para que me deje volver.

–¿Por eso solo se quedaron una hora el Día de los Padres? –preguntó Michelle.

–No. Tenían otro compromiso. La abuela tenía que hacer de anfitriona en una ceremonia para un profesor de la universidad.

–¿Y no podía haberlo hecho otra noche? –preguntó Michelle agarrándole la mano. Ella también sabía lo que era verse desplazada por el deber.

–No importa. Me habría puesto nerviosa si se hubieran quedado a ver el concurso de talentos.

–¿Te daba miedo que a tu abuela no le gustara? –apuntó Michelle.

Amanda se encogió de hombros; sentía que sería desleal asentir, por mucho que fuera verdad. ¡Deseaba volver al año siguiente! Sus abuelos, profesores de universidad, eran muy protectores con ella y la vida en un campus universitario era muy contenida y estructurada, sin mucho que ofrecerle a una niña de diez años. No quería perder a sus amigas y por eso las miró, levantó la mano y entrelazó el meñique con el de ellas.

–Prometo estar en contacto y hacer todo lo posible por volver el próximo año.

Capítulo 1

Quince años después

Xavier Marcel LeDuc, comandante de la Guardia Real de la República de Pasadonia, estaba listo para marcharse a casa. Había estado fuera seis meses, viajando con las joyas de la corona en un tour norteamericano que había empezado en Nueva York y que terminaría ahí, en San Francisco.

Esa noche se celebraba el estreno de la exposición para la élite social y los miembros del museo y donadores destacados. No se trataba de una multitud de alto riesgo, precisamente, pero él, oficial al mando de la seguridad de las joyas de la corona, siempre estaba en guardia.

La vio en cuanto entró en la sala; fue como un golpe de aire fresco en una multitud de elegancia perfumada. Joven y con clase, lo único que adornaba su atuendo negro eran su piel clara y cremosa y la vibrante mata de pelo rojizo que le caía justo por encima de su precioso trasero. Era encantadora y, además, tenía algo que le resultaba familiar.

Cuando la mujer y la atractiva rubia que la acompañaba llegaron al retrato de la princesa Vivienne, se quedó totalmente paralizado y se le erizó el pelo de la nuca.

Después de indicarle a uno de sus hombres que ocupara su puesto, se acercó a ellas.

–¡Oh, oh! ¡Mira cómo brilla la tiara! ¡Ya está! Acabo de decidir que en mi boda llevaré una. ¿Crees que podrías pedir prestada esta para mí?

–¡Shh! –Amanda agarró del brazo a Michelle y la alejó de la delicada muestra de diamantes–. No trabajo para el museo, así que no, no puedo pedirlas prestadas para ti. Y ahora, compórtate.

–Supongo que podría robarla.

–Dios mío.

–Relájate, solo estoy de broma. Intento que te calmes un poco. Se te ve más estirada que a tu abuela.

–Para, y deja de hablar sobre pedir prestadas o robar joyas de la corona. Eso no me va a relajar. Hay seguridad por todas partes. El museo para el que sí trabajo no vería nada bien que me echaran de este.

–¿Es la seguridad lo que te tiene tan nerviosa?

–No, no estamos haciendo nada malo, pero me siento observada. Supongo que será porque los vigilantes están extremadamente alerta.

–Vamos a echar un vistazo, ¿vale? –Michelle fue hacia una de las tres vitrinas situadas en el centro de la sala. En esa se exhibía un precioso vestido de gala de finales del siglo XIX complementado por un collar, unos pendientes y una tiara de rubíes.

Como mujeres que eran, las joyas fueron lo primero en lo que se fijaron, pero el elaborado vestido también captó la atención de Amanda.

–¿Te imaginas bailar con una prenda tan pesada?

–No podría –respondió Michelle sacudiendo la cabeza–. Tendría que haber sido una cortesana.

–¡Ja! –Amanda apretó los labios para contener una carcajada; ese viejo hábito era difícil de olvidar incluso después de llevar casi seis meses alejada de la rigidez de su abuela–. Voy a decirle a Nate que has dicho eso.

Su amiga dirigió su artera mirada verde hacia ella.

–A Nate le encanta la cortesana que llevo dentro.

–Seguro que sí –Amanda le dio un golpecito con el hombro a su mejor amiga–. Cuánto me alegro por ti. Está claro que estáis enamorados. Te ha venido muy bien.

–¡Es el mejor! Y encima viene con canijo incluido.

A su amiga, la cínica más grande que Amanda conocía, se le iluminó la cara al hablar de su prometido y del pequeño que tenía bajo tutela. Verla le hizo sentir alegría por ella, pero también cierta soledad.

Sus dos mejores amigas habían encontrado a sus Príncipes Encantadores y les deseaba que fueran felices para siempre, pero eso también hacía que anhelara tener el suyo, alguien con quien poder ser ella misma, que creyera en ella sin límites, que la amara a pesar de sus defectos.

¿A pesar de sus defectos? ¡Vaya! Tenía que dejar de hacer caso a su abuela. Quería lo que no había tenido nunca, una relación que le aportara calidez y afecto. Deseaba un hombre en quien poder confiar, un hombre que, por encima de todo, fuera sincero con ella.

–Ahí está –le dijo Michelle–. El hombre que te acecha.

–¿Dónde? –Amanda alzó la mirada y se topó con los ojos marrones de un hombre moreno. Tenía una pose militar y se encontraba en un extremo de la sala con los brazos cruzados y la mirada clavada en ella.

Ella sonrió y él enarcó una ceja.

Amanda desvió la mirada y tiró de Michelle hacia la muestra de retratos reales.

–Mmm, muy sexy –observó Michelle–. Y está claro que se está fijando en ti.

–Es el jefe de seguridad de Pasadonia.

–¿Cómo lo sabes?

–Lo he visto en las noticias de la mañana cuando han hablado de la inauguración.

–Es guapo, aunque demasiado serio. Como si se le fueran a partir las mejillas con una sonrisa.

–No mires.

Amanda se detuvo frente al retrato de una mujer que llevaba una corona de tres puntas y una joya alrededor del cuello. La placa decía: Princesa Vivienne, 1760-1822.

–Está trabajando –por alguna razón se sintió obligada a defenderlo–, y encima hay ciertas personas a las que les gusta bromear con robar tiaras.

Michelle sonrió.

–Seguro que eso lo dejaría pasmado.

–Pues la verdad es que sí.

La profunda voz masculina con un ligero acento que oyeron por detrás hizo que Amanda diera un respingo. Michelle estaba de lo más tranquila y, sonriendo, se giró hacia el hombre.

–No se puede exponer todas estas joyas tan brillantes y no esperar que una chica las quiera.

–Son bienvenidas a admirar todo lo que deseen –dijo él agachando ligeramente la cabeza–. Sin embargo, debo insistir en que no hagan nada que me deje pasmado.

Amanda sonrió agradecida por su sentido del humor.

–Oh, es divertido –Michelle le dio un codazo a Amanda–. Sexy y divertido, deberías decirle hola.

–Hola. Soy Amanda Carn.

–Señorita Carn –se inclinó ante su mano, casi besándole los dedos–. Un placer. Xavier Marcel LeDuc a su servicio.

–Perdone a mi amiga, monsieur. Tiene un sentido del humor distorsionado, pero no pretende hacerle daño a nadie.

El comandante asintió hacia el retrato expuesto tras ella.

–Su parecido con la princesa Vivienne es lo que me ha atraído hasta aquí. ¿No tendrá, por casualidad, familia en Pasadonia?

–¡Oh, Dios mío! –exclamó Michelle–. Amanda, te pareces muchísimo a la princesa del cuadro.

–¿Qué? –automáticamente, Amanda giró la cabeza hacia el retrato.

La mujer del cuadro parecía tener unos cuarenta años. Llevaba recogida su brillante melena rojiza y la corona hacía que su largo cuello pareciera muy frágil. Una tez cremosa y unos sombríos ojos azules la dotaban de un aire de elegancia. Poseía una belleza delicada, mucho más de lo que Amanda pudiera aspirar a tener. Sí, su color de pelo y de piel era similar, pero ahí quedaba todo, e incluso la melena rubia rojiza de Amanda y sus ojos azules plateados se parecían a los de la mujer, aunque eran como una versión inferior de los de la princesa.

–Oh, no –Amanda lo negó automáticamente. Porque, en realidad, lo máximo que se había acercado a la realeza había sido jugando a ser princesa en el campamento tantos años atrás. Aunque, por otro lado, tampoco conocía a todos sus antepasados–. No, que yo sepa.

–El parecido es bastante notable.

–Oh, por favor. Ella es muy bella.

–Sí –asintió él con gesto regio y sin apartar ni por un instante su mirada ámbar de su rostro–. Bellísima.

–Oh –Amanda se sonrojó. Esos apremiantes ojos marrones la tomaron cautiva, parecieron sumergirse en su alma para buscar todos sus secretos, que estaba dispuesta a compartir. El codo de Michelle se hundió en sus costillas recordándole que dijera algo–. Eh… gracias.

–Lo que ha querido decir es si te apetecería tomarte un café con ella.

–Oh, yo… –¿Por qué no? Nunca encontraría a su Príncipe Encantador siendo tímida–. Sí, eso es lo que quería decir.

Él sonrió, no con la boca sino con esos increíbles ojos.

–Me encantaría, pero mi deber me exige que permanezca aquí.

–Por supuesto –su negativa hizo que el calor se precipitara hacia sus mejillas–. Está trabajando.

–¿Podemos posponerlo? ¿Tal vez para mañana por la mañana?

–Sería un placer quedar con usted por la mañana. A dos manzanas de aquí hay una cafetería que está bastante bien.

Él inclinó la cabeza y concretaron la hora.

–Señoritas, ¿puedo sacarles una fotografía con el retrato de Vivienne? Es para tener un recuerdo de nuestro encuentro.

–Por supuesto –Michelle no le dio a Amanda la oportunidad de responder. La agarró del brazo y sonrió a Xavier mientras él levantaba el teléfono y les tomaba la foto. Después, el hombre inclinó la cabeza y se disculpó para volver a su trabajo.

–Tienes una cita con un tío bueno extranjero –dijo Michelle entre risas cuando él se alejó–. ¡Qué orgullosa estoy de ti!

–Es solo un café –Amanda le quitó importancia a la cita porque no quería ilusionarse demasiado, aunque el corazón le palpitaba frenéticamente y le sudaban las manos.

–Es una cita con un hombre sexy y sofisticado. Y a mí no me engañas. Por dentro estás dando saltos de alegría.

Amanda sacudió la cabeza, aunque finalmente cedió.

–Totalmente. Y lo más probable es que sea un gran error. La exposición solo estará aquí seis semanas.

–Exacto. No hay tiempo para involucrarse emocionalmente, pero sí que hay mucho tiempo para divertirse. Y, si tienes suerte, tal vez puedas celebrar tu libertad con un tío bueno en tu nuevo apartamento.

–Eso lo ha dicho la cortesana que llevas dentro.

Michelle se rio.

–Tienes razón –posó la mirada en el retrato de Vivienne–. ¿Seguro que no estás emparentada con nadie de Pasadonia?

–No por parte de mi madre. Son noruegos.

–¿Y tu padre? No sabes de dónde era. Tal vez era de Pasadonia.

–Michelle, no estamos hablando de una persona cualquiera –dijo Amanda señalando el cuadro–. ¡Hablamos de la familia real!

–Lo sé. Estupendo, ¿eh?

–Sí, vale. Así que soy la hija perdida del príncipe de Pasadonia.

No pudo evitar reírse porque precisamente se trataba de una de sus mayores fantasías de infancia. Le había encantado jugar a las princesas y a menudo había fingido que un príncipe la rescataba de su solitaria existencia y la llevaba hasta su hermoso castillo.

Su madre había muerto por complicaciones surgidas tras el parto y la habían criado sus abuelos. Siempre habían dicho que no querían saber quién era su padre, que su madre nunca les había revelado su identidad.

–Eh, a lo mejor tu madre lo conoció cuando él estaba viajando por Estados Unidos, o tal vez fue ella la que viajó a Europa.

–Si lo hizo, me estoy enterando ahora. Apenas hablan de ella. La abuela se muestra muy reservada cuando pregunto por ella, así que hace tiempo que dejé de preguntar.

Michelle pronunció una palabra poco halagüeña dirigida a su abuela y abrazó a su amiga.

–Lo siento, pero no me cae bien desde que se negó a que volvieras al Campamento de Princesas. Además, entiendo lo que es vivir en una atmósfera asfixiante. Sabes que Elle y yo te queremos.

–Sí, lo sé –abrazó fuerte a su amiga aunque desde que había nacido le habían enseñado que no debía dar muestras de afecto en público–. Yo también os quiero, pero ya basta de tanta tontería. ¡Tengo una cita con un extranjero que está como un tren!

–¡Sí! ¿Y qué vas a ponerte?

–¡Ah, no! No pienso obsesionarme con lo que voy a ponerme mañana.

–No sé cómo puedes estar tan tranquila ante una decisión tan importante. Las impresiones importan.

–Iré bien, no tengo nada con lo que no vaya a causar una buena impresión.

–Es verdad. Y ahora que estás viviendo sola, tenemos que hacer algo al respecto.

–¿Señor? –el oficial Bonnet se situó al lado de Xavier en respuesta a sus órdenes.

–¿Ves a la chica de pelo rojizo que se marcha con la rubia? Quiero que la sigas. Quiero saber adónde va, qué hace y dónde vive.

–Sí, señor –Bonnet se giró para marcharse.

–Bonnet –Xavier detuvo al hombre–. No dejes que te vea.

–Señor –respondió Bonnet asintiendo y yendo tras las mujeres.

Xavier observó cómo Amanda se movía con postura erguida y elegante; no era difícil imaginarla como un miembro de la realeza. De pronto, ella se giró hacia atrás y lo vio. Lo saludó.

Xavier inclinó la cabeza a modo de saludo y, un momento después, la joven se había marchado seguida por un discreto Bonnet.

–Soy LeDuc. Tengo que hablar con el príncipe.

Capítulo 2

Amanda estaba sentada fuera bajo el frío aire de la mañana. La primavera florecía a su alrededor y unos vibrantes colores procedentes de las macetas y los enrejados salpicaban la calle de arriba abajo. Le encantaba ese lugar en lo alto de la colina con vistas al océano. Le encantaba estar sentada al aire fresco.

Y aun así no podía dejar de juguetear con el volante de la manga de su vestido. Se estaba acordando de Michelle por haberla hecho sentirse insegura con la elección de la ropa. El suave minivestido gris con tres hileras de volantes en el dobladillo a juego con unas botas de tacón negro y una bufanda morada era el look perfecto para una ociosa mañana de domingo.

Así que, tal vez, después de todo, no era la elección de la ropa lo que la tenía nerviosa. Tal vez era el hecho de que el macizo con el que había quedado llegara tarde.

Se había probado cinco conjuntos antes de decidirse por el vestido gris. Ninguno le había hecho gracia, y eso no era propio de ella, ni la indecisión ni las complicaciones. Tenía un cuerpo alto y esbelto al que la ropa le sentaba genial, y un sentido del estilo y la elegancia que su abuela, obsesionada con el decoro y el buen gusto, le había inculcado.

–Amanda –la profunda voz hizo que su nombre sonara como una caricia. Alzó la mirada y allí se encontró a Xavier, contra el sol de la mañana y sus anchos hombros cubiertos por una elegante chaqueta de traje.

–Xavier –dijo con la voz entrecortada. «Cálmate, chica. Ningún hombre respeta a una mujer facilona».

–Buenos días –le agarró la mano y se inclinó ante ella antes de tomar asiento.

Ese tipo de modales del Viejo Mundo eran los que la conquistaban. La había conquistado.

–Por favor, disculpa mi tardanza. He recibido una llamada de casa en el último momento.

–Lo entiendo. Debe de ser complicado estar tantos meses lejos.

–Sí –se detuvo para dirigirse a una camarera y pedirle un café y un pastel de hojaldre–. Pero soy soldado y es un puesto de prestigio. Me siento honrado de servir a mi país.

–¿Soldado? Creía que eras personal de seguridad.

–Soy oficial de la garde royale à la Couronne, como lo fueron mi padre y su padre antes que él, y así durante seis generaciones.

–Guardia personal de la corona. Impresionante. La exposición es maravillosa y la presentación ha sido un gran éxito. Debes de sentirte orgulloso de que te confíen los tesoros de tu país. Tu príncipe debe de tener una gran fe en ti.

Él se quedó en silencio por un momento y a ella le preocupó haberlo insultado, pero, entonces, Xavier se inclinó hacia delante antes de agarrarle la mano y juguetear con sus dedos.

–Exactamente. Aunque mucha gente lo ha considerado como una misión de lo más humilde.

–No creo que puedan darte nunca una misión de poca importancia.

Él sonrió, en esa ocasión, tanto con los ojos como con la boca.

–Un soldado se ocupa de asuntos grandes y pequeños porque todo es necesario para cumplir con la misión. De todas las generaciones de mi familia, yo soy el que ha llegado a comandante siendo más pequeño.

–¿Y eso es un cumplido?

–Sí. Mi padre está orgulloso de mí, aunque mi abuelo está algo molesto.

Ella se rio.

–Y tú estás contento con ambas reacciones.

Xavier se encogió de hombros, pero una pequeña sonrisa le curvó la comisura de los labios.

–Durante seis generaciones, un hijo por parte de la familia de mi padre se ha unido a la Guardia Republicana. Mi familia está orgullosa del servicio ejemplar que le ha prestado a la corona. Es muy importante que demuestre grandes habilidades para honrar la fe que el príncipe tiene en mí y en mi familia.

–Vaya. ¿Y qué harías si no fueras soldado?

–Ingeniero, tal vez, porque siempre me ha gustado saber cómo funcionan las cosas. Sin embargo, nunca dudé esto. Para mí es un deber y un privilegio servir al príncipe. Pero ahora hablemos de ti. ¿A qué te dedicas, Amanda Carn?

–Soy conservadora del Museo Infantil de Arte y Ciencias. Acabo de celebrar mi primer aniversario allí.

–Felicidades –chocó el vaso de zumo de Amanda con su taza.

–¡Un guardia real! –exclamó ella de pronto–. Es perfecto. Durante todo este mes estamos haciendo presentaciones de profesiones. ¿Te ofrecerías a venir y hablar a los niños sobre tu trabajo?

–¿Cuándo dais esas charlas?

–Los martes a las cuatro de la tarde. Por favor, dime que pensarás en ello.

–Consultaré mi agenda. Bueno, entonces te gustan los niños. ¿Tienes hijos?

–No, pero soy tía honoraria. Michelle, a la que conociste anoche, se va a casar con un hombre que tiene un hijo.

–Es muy valiente al unirse a una familia ya formada.

–Es curioso, porque yo creo que más bien es afortunada –y con ese comentario habían sacado a relucir otra de sus fantasías, la de tener una gran familia feliz–. Puedo decirte que está enamoradísima.

–Pues en ese caso, en efecto, es afortunada.

–¿Y tú tienes hijos?

–No. Nunca me he casado.