Jefe por contrato - Teresa Carpenter - E-Book
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Jefe por contrato E-Book

TERESA CARPENTER

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Beschreibung

Resistiéndose a Don Inaccesible… El dueño de los estudios Obsidian, Garrett Black, estaba herido tanto por dentro como por fuera, pero con el festival de cine de Hollywood Hills a punto de celebrarse, no podía distraerse. Y menos aún con alguien tan tentador como la coordinadora de eventos Tori Randall… Tori estaba harta de la actitud distante y taciturna de Garrett. ¿Qué más daba que fuera espectacularmente guapo? Fuera o no su jefe, ella jamás arriesgaría de nuevo su corazón por un hombre encerrado en sí mismo. En cualquier otra circunstancia, habría salido corriendo en dirección opuesta… ¿Por qué, entonces, insistía en quedarse?

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Seitenzahl: 182

Veröffentlichungsjahr: 2016

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Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

© 2014 Teresa Carpenter

© 2016 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Jefe por contrato, n.º 2602 - septiembre 2016

Título original: Her Boss by Arrangement

Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Jazmín y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

I.S.B.N.: 978-84-687-8659-9

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

Portadilla

Créditos

Índice

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

–APARCAMIENTO. Código azul –Tori Randall oyó por el pinganillo la petición de asistencia del aparcacoches. Para un evento como aquel solían contar con tres, pero uno de los habituales estaba de baja por enfermedad. También faltaba un cocinero. La gripe estaba causando estragos.

–Voy –respondió. Y cruzó la mirada con su hermana gemela, que estaba en la puerta de acceso a la terraza. Lauren inclinó la cabeza levemente, indicando que lo había oído.

–¿Notas la química que hay entre esos dos? –Tori señaló al coordinador de especialistas y a la ayudante de producción, que charlaban en una esquina–. Yo diría que están despertando al amor.

Lauren miró a la pareja y Tori supo que también ella percibía que estaban hechos el uno para el otro. Era un talento que compartían.

–Nada de jugar a casamentera –le advirtió Lauren–. Quedamos en centrarnos en el trabajo.

–Nosotras no hacemos de casamenteras –protestó Tori–. Solo presentamos a gente que puede formar una buena pareja. Y estos no nos necesitan.

–Se ve que no.

–El buffet se ha renovado y vuelven a circular los aperitivos –notificó Tori a Lauren. Era su primera gran fiesta para uno de los grandes directores de cine de Hollywood, Ray Donovan. Y todo debía salir a la perfección–. Los postres saldrán en media hora. Voy a tomar un poco el aire.

–Estate atenta a la llegada de Garrett Black –dijo Lauren.

–¿Todavía confías en que venga? Yo que tú me daría por vencida.

El nuevo dueño de los estudios Obsidian era el hombre del momento. Todo el mundo quería tenerlo de invitado, pero él se mostraba esquivo. Tenía fama de insociable.

La empresa de Tori y Lauren, By Arrangement, había conseguido un codiciado contrato con Obsidian para organizar las fiestas del festival de Hollywood Hills, y Lauren confiaba en tener la oportunidad de conocer al gran jefe personalmente.

–Todavía es pronto. Mi fuente dice que va a venir. Donovan y él son muy amigos.

–Está bien. Mantendré los ojos abiertos –dijo Tori.

Aunque las fuentes de Lauren solían ser certeras, dudaba que en aquella ocasión lo fueran. Tras sufrir un accidente en el que su padre había muerto y tras el que se había convertido en el dueño de uno de los cinco principales estudios de Hollywood, Garrett había dirigido el negocio desde su casa de Santa Bárbara. Hasta hacía un mes cuando, según los rumores, aparecía a diario en las oficinas.

Tori salió al exterior y respiró el aire salado de Malibú. En el acceso estaban aparcados coches de alta gama y todo parecía en calma. Bajó las escaleras hacia el puesto de aparcacoches.

–¿Qué pasa, Matt? –se frotó los brazos desnudos. La brisa marina era deliciosa, pero algo fresca a principios de noviembre.

–Lo siento, jefa. Necesito ir al servicio y John está llevando un coche hasta la iglesia –el camino de acceso y el garaje podían acoger un gran número de coches, pero los que no cabían debían conducirse hasta el aparcamiento de una iglesia, bajando la colina.

Matt había estado enfermo la semana anterior y estaba un poco pálido.

–¿Te encuentras bien?

–Sí, pero necesito descansar un momento.

Tori asintió.

–Tranquilo. Yo te cubro –dijo, temblando de frío.

–Gracias. Esto está muy tranquilo, así que puede que no tengas que atender a nadie –Matt se quitó la chaqueta y se la pasó–. Toma. No tardaré –añadió, y corrió hacia la entrada de servicio.

Tori se puso la chaqueta, que no le quedaba excesivamente grande porque Matt era más bien menudo. Se cruzó de brazos y se balanceó sobre sus tacones de ocho centímetros, pensando que en el futuro dejaría que los aparcacoches tuvieran taburetes. Habría dado cualquier cosa por sentarse unos minutos.

Asegurándose de que estaba sola, se quitó los zapatos. Lauren insistía en que usaran aquellos instrumentos de tortura en las fiestas, pero eso era porque ella era capaz de llevar tacones durante horas sin que le molestaran.

Tori flexionó los dedos. Le encantaba estar descalza y sentir el frío suelo bajo los pies.

El ruido de un poderoso motor atravesó la noche y un Maserati Spider apareció en el camino de acceso. En cuanto se detuvo ante la puerta, Tori se olvidó de los zapatos y tuvo que asirse las manos para no frotárselas ante la tentadora perspectiva de conducir aquella belleza.

–Gracias, señor –estaba tan concentrada en el coche que no se fijó en el conductor hasta que este rehusó darle las llaves. Al alzar la mirada se encontró con unos ojos gris pálido que la miraban con enfado.

Aunque le resultó familiar, Tori no fue capaz de ponerle nombre. Llevaba un traje negro que le quedaba grande y no parecía de humor para asistir a una fiesta. Apretaba los dientes y tenía las facciones en tensión.

De lo que estaba segura era de que no era un don nadie, o no conduciría ese coche. Era bastante más alto que ella, lo que le recordó que se había quitado los zapatos; pero aun con ellos, que la elevaban a un metro setenta y cinco, la habría superado por mucho.

Tori le dedicó una espléndida sonrisa confiando en que no notara que estaba descalza y tiró de las llaves.

–Cuidaré de su vehículo, señor.

Él la inspeccionó de arriba abajo.

–¿Qué coche conduce? –preguntó con voz áspera.

–Un Mustang 500GT.

–Vaya –dijo él, sin soltar las llaves–. ¿No hay un aparcacoches masculino?

–Está en el servicio –le informó Tori, pasando por alto la descortesía.

–Sé amable –le advirtió Lauren en el oído.

El hombre apretó los labios en un rictus.

–Apárquelo cerca –ordenó como si adivinara que, por el placer de conducirlo, Tori lo habría llevado hasta el aparcamiento más alejado–. No tardaré en irme.

Dejó las llaves en la palma de la mano de Tori y esta tuvo que reprimir el impulso de saltar de alegría.

–Señorita –Tori miró hacia el hombre. Estaba a mitad de la escalera, con sus zapatos en la mano–, preferiría que llevara esto puesto.

–Por supuesto –Tori subió los peldaños precipitadamente, tomó los zapatos, los dejó en el suelo y desconecto el pinganillo–. Gracias. Si no le importa, preferiría que esto quedara entre nosotros.

–¿Teme perder su trabajo? –dijo él con un sarcasmo que indicaba lo poco que le importaba. A aquella distancia, dejó a Tori sin aliento. Tenía unas facciones perfectas, con una mandíbula firme y una frente despejada. Era extremadamente masculino y más bello que guapo.

–Algo peor: un sermón –Tori perdió el equilibrio. Al ver que el hombre le ofrecía su brazo como apoyo, lo aceptó con una mirada de agradecimiento que él recibió impertérrito.

Los músculos que sintió bajo la mano despertaron en ella una automática respuesta femenina que la irritó. Se negaba a sentirse atraída por un cretino. Y en cuanto se puso los zapatos, le soltó el brazo. Echándose hacia atrás la coleta rubia, encendió el pinganillo.

–Disfrute de la fiesta, señor –le dedicó una nueva sonrisa y fue hacia el coche a la vez que estiraba la chaqueta de Matt.

En el coche, ajustó el asiento. Olía deliciosamente a cuero, aceite de linaza y a una colonia ácida que debía de pertenecer a Don Grosero. Arrancó el motor y este rugió como un león. Se mordió los labios y, reprimiendo el impulso de llevarlo finalmente hasta la iglesia, lo aparcó en un hueco vacío en el garaje como si con ello cumpliera una penitencia por haberse descalzado.

Cuando llegó a la entrada, Matt y John estaban en su puesto. Tori le dio a Matt la chaqueta y las llaves del Maserati, indicándole dónde lo había aparcado, y entró.

Lauren la estaba esperando.

–Te has desconectado. ¿Qué ha pasado?

–¿De verdad? –Tori dio un golpecito en el pinganillo–. Habrá sido una interferencia –miró a su alrededor, pero no vio al taciturno invitado–. ¿Has visto entrar a un tipo alto con un traje holgado?

–No. No deberías mentir, Tori, se te da fatal –Lauren la observó entornando sus ojos de color miel, idénticos a los de ella–. Dime que no te has quitado los zapatos.

–No me he quitado los zapatos.

Lauren puso los brazos en jarras.

–Ya hemos hablado de este tema.

–Y seguiremos hablando de ello si me haces usar estos tacones.

–Es poco profesional.

–Estaba sola.

–Con el hombre del traje grande.

–Que conduce un Maserati –Tori no pudo disimular su entusiasmo–. Lauren, es lo más maravilloso que he conducido. Por unos minutos he perdido la cabeza –admitió.

Lauren la llevó por el pasillo hacia la cocina.

–Supongo que ya le habrás enviado un mensaje a papá.

–Puede que le haya mandado una fotografía.

–Tori, esta es una fiesta importante. No podemos cometer errores.

–Relájate, Lauren –dos camareros pasaron con unos deliciosos dulces–. Ahí van los postres. Ya sabes que en cuanto instale la mesa de los dulces, todo irá de maravilla –confiando en evitarse más reprimendas, Tori se giró hacia la cocina.

–Black conduce un Maserati.

–¿Qué? –preguntó Tori, alarmada.

–Garrett Black conduce un Maserati –repitió Lauren.

–Vaya –balbuceó Tori. En cuanto oyó el nombre supo que era él. Si no lo había reconocido inmediatamente era porque se había cortado el pelo y había adelgazado, lo que explicaba la holgura del traje–. Quizá sea mejor que nos lo presenten en otra ocasión.

–Garrett, qué alegría verte –Ray Donovan se separó de un pequeño grupo que se hallaba cerca de la terraza y fue al encuentro de Garrett. Se estrecharon la mano y Ray tiró de él para darle un fuerte abrazo.

–Me has amenazado con retirar tu próxima película si no venía –comentó Garrett, separándose en cuanto pudo. Prefería mantener una mayor distancia física–. No me has dejado alternativa.

Ray se rio.

–Has hecho bien. Vayamos a por algo de comer –dijo, conduciéndolo hacia una mesa cubierta por distintos platos con bocados de un aspecto delicioso.

–No tengo hambre.

–Tienes que comer. Estás delgado. Prueba esto: es lo mejor que he tomado en mucho tiempo. Las albóndigas envueltas en beicon están deliciosas.

–¿Te extraña que haya adelgazado? Te recuerdo que he tenido una fractura de mandíbula –además de la pierna izquierda y de una clavícula destrozadas. Debido a que un coche había embestido el lateral del suyo. Él había sobrevivido. Su padre, no.

–Has adelgazado un montón –dijo Ray–. Ese traje te está enorme.

Garrett miró hacia abajo.

–¿Y?

–Que ahora eres el director del estudio y que debes presentar tu mejor aspecto. Toma –Ray le pasó un plato con una selección de comida–. Vayamos arriba y me cuentas qué estás haciendo. ¡Mira! –una ayudante pasó con un plato en el que llevaba unos pasteles de chocolate–. Diane, sé un amor y dale ese plato a mi amigo, por favor.

–Claro, señor Donovan –la chica le tendió el plato a Garrett con una sonrisa.

Ray tomó a Garrett del brazo y lo llevó por una escalera de caracol a un altillo desde el que se veía la planta baja. Una pared acristalada proporcionaba durante el día una vista espectacular del mar. En aquel momento se veían parejas bailando en el patio.

Garrett se sentó en un sillón de cuero blanco y dejó el plato en una mesa de cristal negro. Probó uno de los aperitivos y tuvo que admitir que era lo mejor que había comido desde el accidente. Tomó otro.

–¿Qué tal tienes la pierna? –preguntó Ray.

–Mejor. El fisioterapeuta dice que está al noventa por ciento.

–¡Qué bien! –Ray fue hacia el bar–. La última vez que te visité en el hospital iban a ponerte un clavo.

–Varios. Han tenido que reconstruir completamente el muslo y la rodilla –cuatro operaciones lo habían mantenido ingresado intermitentemente durante ocho meses. Solo los dos últimos había empezado a sentir que mejoraba–. Puedes llamarme Robo-director.

–Robo-CEO. Ahora eres el dueño de los estudios.

–Nunca pensé que sucedería –Garrett aceptó un whisky, le dio un sorbo y lo dejó. Iba a conducir y estaba tomando analgésicos. No estaba dispuesto a correr el menor riesgo–. De hecho, todavía estoy haciéndome a la idea.

–¿De verdad? Solías hablar de lo que harías cuando tomaras las riendas –Ray se sentó en un puf a su lado.

–Hasta que mi padre y yo nos peleamos. Te lo conté.

–Lo recuerdo. Insistió en hacerte director creativo y luego rectificaba todas tus decisiones.

–Le advertí que dejara de hacerlo, pero como no lo conseguí, decidí dimitir. Se vengó despidiéndome del estudio.

–No me lo habías contado.

–La verdad es que no era una noticia que quisiera compartir –como no le había contado a su amigo que la reputación del estudio estaba en declive–. Como te puedes imaginar, pensé que me habría excluido del testamento.

Pero se había equivocado. O quizá su padre no había encontrado el momento de cambiar el testamento en los últimos seis años. Seguía sin saber por qué lo había invitado a cenar el Día de Acción de Gracias. En cualquier caso, Garrett tenía trabajo que hacer si quería que el estudio recuperara su antigua gloria. En el mundo del cine los rumores circulaban a toda velocidad largas distancias, lo que explicaba la pérdida de contratos. No quería que nadie supiera que un declive continuado podía poner en riesgo la continuidad de los estudios Obsidian.

–Eres hijo único –señaló Ray–. Tu familia ha sido dueña del estudio durante noventa años. Está claro que la sangre pudo más que el rencor.

–Puede ser.

Cualquiera que fuera la razón, el caso era que Garrett era el dueño, y que no pensaba fracasar.

Buscando una distracción, giró el sillón para observar a la gente de la planta baja a la vez que alargaba la mano distraídamente hacia otra albóndiga. Al instante, vio la coleta rubia de su irritante aparcacoches. Estaba en la puerta de la sala, hablando con otra mujer.

Se había quitado la chaqueta y llevaba un vestido negro atado al cuello que le llegaba justo por encima de la rodilla. Aunque no se le pegaba al cuerpo, permitía intuir su figura de una manera más sutil que muchos de los llamativos vestidos que lucían las demás mujeres.

Garrett parpadeó. Frunció el ceño y parpadeó de nuevo. Solo había probado la copa y aun así veía doble. No, había dos de ellas. La segunda llevaba un escote redondo y la coleta recogida en la nuca.

–¿Quién es el dúo dinámico? –preguntó. Ray se giró para ver a quién se refería.

–Ah –dijo. Y sus ojos azules se iluminaron–. Son Lauren y Tori Randall, mis coordinadoras de eventos. Se ocuparon del estreno de Pequeñas brujas hace unos meses.

Garrett enarcó una ceja. Incluso convaleciendo en el hospital le habían llegado noticias del éxito de la fiesta.

–La película fue un fracaso –continuó Ray–, pero la gente sigue hablando de la fiesta. Así que, cuando tuve que organizar una privada, las llamé. Su empresa se llama By Arrangement.

Garrett pensó que el nombre le resultaba familiar. Las mujeres se separaron. Su aparcacoches fue hacia la cocina y la otra en dirección contraria. Apartó la mirada. Ya le había dedicado demasiado tiempo a aquella mujer.

Clavó la mirada en Ray.

–¿Cuándo vas a terminar con mi casa? –se la había alquilado para filmar la película en la que estaba trabajando, Las puertas del abismo, mientras él se instalaba en la casa solariega familiar, junto al estudio–. Estoy cansado de estar en esa polvorienta mansión.

–Falta poco. Quizá un mes.

–¡Eso es un montón, Ray! Además, sé que te has pasado del presupuesto.

–Sí, por culpa de los efectos especiales. Un mes más y otros dos millones deberían permitirme acabar –el director sacudió la cabeza–. El plató es un circo. Jenna Vick, la protagonista, acaba de prometerse y su novio pasa a visitarla constantemente. Y el coordinador de efectos especiales ha llevado a sus hijos porque su canguro está enferma.

–Esos problemas no pueden afectar al estudio. Se supone que debes terminar en mi casa en dos semanas. Hay otra filmación programada y, si no pueden empezar, el estudio tendrá que pagar una fianza.

Ray se encogió de hombros.

–Añádela al presupuesto.

Garrett sacudió la cabeza. Esa actitud era la que estaba perjudicando la reputación del estudio.

–Ray, te quiero como a un hermano, pero los días de los presupuestos abiertos han acabado junto con mi padre. Tienes dos semanas y un millón. Voy a cerrar el plató para cualquiera que no forme parte de la película. Tienes que poner orden y terminar.

Tori se metió un cacahuete cubierto de miel en la boca e inspeccionó la mesa de los dulces. Estaba perfecta. En cuanto se retiró, los invitados acudieron a probarlos. Mientras se alejaba, oyó sus exclamaciones de placer. A pesar de su embarazoso encuentro con Black, consideraba aquella noche como un éxito. Había recibido numerosos cumplidos por la comida y entregado su tarjeta al menos a tres posibles clientes.

Al acordarse de Black fue hacia la puerta de la sala, desde la que podía ver la puerta principal. Matt le había dado el ticket correspondiente al Maserati para que se lo entregara a su dueño. Y como si acabara de invocarlo, este apareció entre la gente y se dirigió hacia ella. Tori logró esbozar una sonrisa.

–Señor Black, ¿puedo ayudarle en algo?

Él alzó una ceja al ver que lo llamaba por su nombre. Miró hacia la mesa que rodeaba la gente y luego observó la copa de Martini que Tori llevaba en la mano, llena de dulces.

–Con esto me basta –se la quitó y vació la mitad en su mano–. Gracias.

Sorprendida por que fuera tan goloso y ofendida por su brusquedad, Tori le advirtió:

–Cuidado, soy una fanática de los cacahuetes, espero que no sea alérgico.

–No. ¿Ha disfrutado conduciendo mi coche, señorita Randall?

–Ha sido el mejor momento de la noche –Tori se tensó al oír su nombre, preguntándose si era una mala o una buena señal–. Por cierto, había olvidado darle esto –con una sonrisa avergonzada, metió los dedos en el escote.

Él tomó el papel y miró hacia su busto. Sus ojos se encendieron antes de que volviera la mirada al rostro de Tori.

–Lo siento –dijo ella, encogiéndose de hombros–. No tengo bolsillos.

–No hace falta que se disculpe –él pasó el pulgar por el ticket–. Puede que lo guarde como recuerdo.

¿Qué quería decir con eso? ¿Estaba coqueteando con ella? ¿Qué habría pensado Lauren? En cuanto a ella, no podía negar que le resultaba atractivo, pero su actitud reservada y taciturna lo colocaba aún más fuera de los límites que el hecho de que fuera un cliente.

Por otro lado, tenía aquel fabuloso coche…

–Si necesita un conductor, me ofrezco de voluntaria.

–¿Le parece que estoy borracho, señorita Randall?

¡Había vuelto a ofenderlo!

–No. Pero eso no me impide soñar.

–Muy graciosa.

Ella se encogió de hombros y él le quitó el último dulce.

–No le importa, ¿verdad? –preguntó con arrogancia.

–Por supuesto que no –definitivamente, era un idiota–. Pero, si quiere, puedo conseguirle una copa.

–No. Me basta con la suya.

¿Estaba practicando para ganar un premio a la grosería o era así por naturaleza? En cualquier caso, nadie lo describiría como encantador. De hecho, Tori no recordaba que ese adjetivo hubiera aparecido jamás junto a su nombre. Trabajador, brillante, taciturno eran los comentarios habituales cuando se hablaba de él como director. Mirando sus ojos claros, Tori tuvo la certeza de que lo describían bien.

Como invitado, necesitaba unas cuantas lecciones de comportamiento.

–Buenas noches, señorita Randall –Black pasó de largo hacia la puerta.

–Conduzca con cuidado –dijo Tori a su espalda, más preocupada por su coche que por él.

Capítulo 2

EL MARTES por la tarde, Tori estaba terminando el menú de una fiesta de cumpleaños cuando sonó el timbre que indicaba que alguien había entrado en la oficina.

–Ya voy –dijo a la vez que guardaba el documento.

Por la sombra que se proyectaba en el cristal opaco, dedujo que se trataba de un hombre.

Tanteó con los pies para encontrar sus zapatos, pero acabó alejándolos aún más de una patada y tuvo que agacharse para recogerlos. Alegrándose de llevar vaqueros negros, que eran siempre un poco más elegantes que los azules, fue a recibir a su visitante.

–Bienvenido… ¡Usted! –Tori se quedó muda al ver a Garrett Black, alto e imponente, en medio de la sala de muestras–. ¿Qué hace aquí? –al darse cuenta de lo desagradable que había sonado, Tori rectificó–: Quiero decir, señor Black, ¿puedo ayudarle en algo?