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Robarte un beso La niñera Katrina Vicente, encargada del cuidado del huérfano heredero del trono de Kardana, se encontró con una tarea aún más difícil: trabajar junto al tío del niño, el atractivo príncipe regente Julian. Desesperada por mantener a salvo los secretos de su pasado, tener una relación con un príncipe era lo último que Katrina buscaba. Pero resultaba difícil eludir la química entre ellos, sobre todo después de aquel beso robado. ¿Estaría a punto de vivir un maravilloso cuento de hadas? Jefe por contrato El dueño de los estudios Obsidian, Garrett Black, estaba herido tanto por dentro como por fuera, pero con el festival de cine de Hollywood Hills a punto de celebrarse, no podía distraerse. Y menos aún con alguien tan tentador como la coordinadora de eventos Tori Randall. Tori estaba harta de la actitud distante y taciturna de Garrett. ¿Qué más daba que fuera espectacularmente guapo? Fuera o no su jefe, ella jamás arriesgaría de nuevo su corazón por un hombre encerrado en sí mismo. En cualquier otra circunstancia, habría salido corriendo en dirección opuesta. ¿Por qué, entonces, insistía en quedarse?
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Seitenzahl: 381
Veröffentlichungsjahr: 2021
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Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2021 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
N.º 526 - mayo 2021
© 2014 Teresa Carpenter
Robarte un beso
Título original: Stolen Kiss From a Prince
© 2014 Teresa Carpenter
Jefe por contrato
Título original: Her Boss by Arrangement
Publicadas originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Estos títulos fueron publicados originalmente en español en 2016
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta
edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Jazmín y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiale s, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 978-84-1375-428-4
Créditos
Índice
Robarte un beso
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Jefe por contrato
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Si te ha gustado este libro…
SIGUE perdido el avión del príncipe Donal en medio del peor temporal del siglo. Hoy el mundo reza mientras la tormenta Allie se agudiza, complicando las labores de búsqueda y rescate del avión en el que viajaban Donal y Helene Ettenburl, príncipes de Kardana. La pareja real había abandonado el principado de Pasadonia junto con otras personalidades para pasar el fin de semana en los Alpes franceses. Cuando el avión despegó de Pasadonia, las previsiones no auguraban que el frente frío que asolaba con lluvia y nieve la mayor parte de Europa fuera a convertirse en una tormenta de hielo. El número de muertos se cuenta por cientos y continúa aumentando mientras los cortes de suministros dejan a cientos de miles de personas sin electricidad. A última hora de la mañana del sábado, se recibió una llamada de socorro del avión real y desde entonces no ha vuelto a haber contacto. Las autoridades francesas cuentan con cuerpos de élite dispuestos para actuar en cuanto las condiciones meteorológicas lo permitan. El príncipe Julian Ettenburl se ha reunido con las autoridades francesas y con los equipos de rescate en una escala de su viaje hacia Pasadonia para recoger a su sobrino, el hijo de la pareja real de treinta y dos meses, Samson Alexander Ettenburl, a quien habían dejado en el palacio real de Pasadonia. En el avión, además de Donal y Helene Ettenburl, viajaban…
* * *
Julian apagó la pantalla de un golpe seco con el pulgar y se guardó el teléfono en el bolsillo del pantalón. Sabía muy bien cuál era el motivo de estar en Pasadonia y que en las labores de rescate participaban no solo los mejores equipos de Francia, sino los de Kardana también. Había facilitado los mejores medios disponibles para encontrar a su hermano y futuro rey de Kardana.
La noticia del accidente a punto había estado de matar a su padre, en estado débil por un ataque al corazón que había sufrido seis meses antes. Julian tenía que reunir a su familia y volver a casa enseguida. Y eso incluía a su hermano, perdido en alguna ladera de aquella montaña. De momento, había ido a recoger a su pequeño sobrino.
El viaje en tren había sido interminable, pero le había permitido participar en la organización de la búsqueda. Aunque el príncipe Jean Claude había invitado a Julian a quedarse en el palacio hasta que la tormenta remitiera, había preferido hacer el viaje de regreso. Confiaba en que el personal tuviera listo a Samson para su marcha.
Llegó a la habitación del bebé y fue saludado con una reverencia por el aya, una agradable mujer rechoncha, de sonrisa serena y aspecto maternal.
–Alteza, quisiera transmitiros mi deseo de que vuestro hermano y todos los que iban con él en el avión aparezcan pronto sanos y salvos.
–Gracias. ¿Podría ver a mi sobrino?
–Desde luego, pero el señorito Samson está durmiendo. No me gustaría despertarlo, teniendo en cuenta lo intranquilo que ha estado desde la ausencia de sus padres. Os recomiendo que le dejéis seguir durmiendo.
–Gracias, aya.
Julian inclinó la cabeza en agradecimiento a su advertencia. La débil luz del sol se filtraba por las muchas ventanas. El suelo de mármol estaba cubierto de coloridas alfombras, mientras que de las paredes colgaban pinturas de fantasías. El mobiliario blanco daba un aspecto impecable a la estancia. Junto al aya, había tres asistentes. No le cabía ninguna duda de que Samson había recibido el mejor de los cuidados en aquellas habitaciones.
–Es mi deseo volver a Kardana cuanto antes. Por favor, recoja las cosas del príncipe y dispóngalo para el viaje. Y dígale a la niñera que venga a verme.
Le sorprendía no ver por allí a Tessa, la niñera de Samson. Siempre estaba merodeando, observándolo. Era muy buena amiga de Helene y a Julian siempre le había parecido más una asistente que una especialista en cuidados infantiles.
–Es mejor para él que vuelva a casa –le dijo la mujer que tenía ante él–. Es bueno que esté con personas conocidas. Aun así, está bastante cansado y probablemente estará muy inquieto si lo despertáis ahora. ¿No podéis esperar un poco? Quizá hasta después de que hayáis cenado.
–Por desgracia, no dispongo de tiempo. Por favor, lléveme con mi sobrino.
–Por supuesto.
El aya suspiró y le señaló la puerta que había detrás de él y que llevaba a otra habitación. Dentro, las cortinas estaban echadas y la luz apagada. Samson dormía en una cama con forma de coche de carreras. Al acercarse Julian, Samson se agitó entre sueños y frunció el ceño.
Observándolo, Julian se sintió incapaz de cuidarlo. La idea de que tuviera que hacerse responsable de aquel niño destinado a ser rey lo aterrorizaba. Estaba soltero porque quería. Le gustaba la vida discreta que llevaba en un segundo plano y era un buen ministro de Hacienda.
–Julian, ami. Cuánto lo siento. Dime que tienes buenas noticias de Donal y Helene.
La princesa Bernadette, una regia mujer rubia, entró en la habitación. Se acercó a él y lo envolvió en un cálido abrazo antes de besarlo en ambas mejillas.
Él sacudió la cabeza y se volvió hacia la delgada mujer rubia que entró detrás de la princesa.
–No hay ninguna novedad. El tiempo dificulta las labores de búsqueda. Ha salido una expedición, pero avanzan lentamente y las comunicaciones no son buenas.
–Al menos es algo –dijo la princesa apretándole las manos entre las suyas–. Quiero que sepas que los tenemos presentes en nuestras oraciones.
Él inclinó la cabeza a modo de agradecimiento.
–Entenderás que estoy ansioso por volver a Francia para supervisar las operaciones de rescate.
–Por supuesto –dijo ella, y miró a Samson–. La pobre criatura se da cuenta de que está pasando algo. Ha estado muy intranquilo. Se alegrará de verte. Necesita estar con la familia.
–Gracias por cuidar de Samson. Ha sido un alivio saber que estaba en buenas manos. Pero ahora, tenemos que tomar un tren –dijo Julian, y señaló con la cabeza hacia la cama–. Tessa.
La niñera se acercó a la cuna y se inclinó para tomar al niño. Samson se despertó sobresaltado. Miró a Tessa, luego a Julian y soltó un grito.
Un grito agudo despertó a Katrina Vicente. Se incorporó en la cama y enseguida todos sus pensamientos fueron para Sammy. El pequeño no llevaba bien la ausencia de sus padres y rechazaba a su niñera. La muy boba, y Katrina no solía usar esa palabra a la ligera, le había dicho al pequeño que sus padres no iban a volver. Evidentemente, se había puesto histérico.
Tessa se había dado cuenta enseguida de su error y había intentado explicarle que sus padres se habían perdido y que todo el mundo los andaba buscando, pero el niño de casi tres años no llegaba a comprender lo que estaba pasando. Lo único que sabía era que quería estar con sus padres. Era lo suficientemente listo como para entender que cuando estaba con Tessa era porque su madre no había vuelto todavía.
Al oír sus gritos, se levantó dispuesta a enfrentarse con el hombre de pelo oscuro que se había atrevido a despertar al pequeño.
–Mon Dieu. Será mejor que haya una buena razón para despertar al niño o le cortaré la cabeza a alguien –dijo, y lanzó una mirada de reprobación hacia el aya, que se ocultaba tras la imponente silueta del hombre.
–Katina –la llamó Sammy girándose hacia su voz y echándole los brazos.
–¿Quién es usted?
El hombre dio un paso atrás y se giró, de tal forma que Sammy quedó fuera de su alcance. Luego, se quedó mirándola. El profundo timbre de su voz resonó a pesar de los gritos de Sammy, mientras el niño se agitaba con fuerza entre sus brazos.
–Soy la que ha conseguido dormirlo.
Le había costado mucho tranquilizarlo. El pobre estaba fuera de sí y apenas comía y dormía.
Cuando Katrina había empezado su turno a primera hora del día anterior, el pequeño estaba en pleno berrinche. Como niñera de los hijos del príncipe Jean Claude y de la princesa Bernadette, se había convertido en una experta en aquellas situaciones. Lo había rodeado con sus brazos y le había cantado suavemente. El niño había gritado y se había retorcido, pero lo había sujetado con fuerza, meciéndolo y cantándole mientras lloraba. Por fin se había dormido un par de horas, devolviendo un poco de tranquilidad al palacio.
Desde ese momento, Katrina se había quedado a su cuidado. Había conseguido calmarlo y que comiera un poco, pero, cada vez que se dormía, se despertaba a los pocos minutos, gritando. El doctor Lambert había diagnosticado que se trataba de pesadillas.
Y justo cuando por fin estaba descansando, aquel hombre lo había despertado.
–Me lo llevo a casa –anunció el hombre.
Impertérrita, invadió el espacio personal del hombre para llegar hasta el niño. Trató de hacerse con Sammy, pero enseguida se dio cuenta de que no tenía la misma fuerza que el desconocido.
–Está bien, pequeño –dijo acariciando el pelo rubio de Sammy–. Tranquilo, ya está Katrina aquí.
–¡Mamá! –exclamó Sammy a la vez que se echaba para atrás en los brazos del hombre.
Aquel brusco movimiento la pilló desprevenida y no pudo evitar que el pequeño chocara su cabeza contra la de ella. Sintió un fuerte dolor en la sien y unas motas negras fueron haciéndose cada vez mayores, amenazándola con sumirla en la oscuridad. Se tambaleó y notó que la sujetaban por la cintura. Poco a poco recobró la visión y vio que tenía a Sammy en brazos y que ella estaba entre los del desconocido. Sintió que se le doblaban las piernas, pero no temió caerse. De fondo, resonaron unas voces.
–¡Katrina!
–¡Dios mío!
–Hay que llamar al médico.
Sammy se aferró a ella y apoyó la cabecita en su pecho. Su llanto se convirtió en gritos. Desorientada, parpadeó y se encontró ante unos intensos ojos de color ámbar.
–La tengo.
Sintió su cálido aliento en el cuello antes de que la llevara hasta el diván en el que había estado durmiendo hasta pocos minutos antes.
–Siéntese. Tenemos que ver cómo está su cabeza.
–Primero Sammy –insistió ella.
Se sintió aliviada por no estar de pie, a la vez que decepcionada por no contar con la seguridad de sus brazos. Era evidente que el golpe había afectado a su manera de pensar.
El doctor Lambert llegó en cuestión de minutos. La luz se reflejaba en su calva, y unas pobladas cejas blancas enmarcaban su expresiva mirada.
–¿Cómo está nuestro hombrecito esta noche? Tengo entendido que durmió algo antes de que le diera el golpe. Voy a examinarla a usted también.
–Estoy bien, pero Sammy tiene un chichón en la parte de atrás de la cabeza –dijo ella lanzando una dura mirada al príncipe Julian, a quien por fin había reconocido–. Y sí, durmió un par de horas antes de que lo molestaran.
–Vamos a ver si se ha hecho daño.
El médico había acudido cada día a ver a Sammy, así que no intentó apartar al pequeño del regazo de ella. En vez de eso, habló con suavidad al niño, explicándole lo que estaba haciendo y por qué. Palpó su cabeza, examinó sus ojos y oyó su corazón. Cuando acabó de reconocer al niño, hizo lo mismo con Katrina, de nuevo sin apartar a Sammy.
–¿Ha perdido el conocimiento? –preguntó dirigiendo una luz a su ojo izquierdo.
–No.
Katrina se esforzó en mantener su atención en el médico y no en el inquietante hombre alto que, de pie y de brazos cruzados, veía por el rabillo del ojo.
–A punto ha estado –matizó una voz profunda.
El comentario le hizo recordar la sensación de sus fuertes brazos rodeándola. La había sujetado contra su cuerpo, fuerte y cálido. El recuerdo hizo que la sangre corriera más deprisa por sus venas, provocándole palpitaciones que aumentaban su dolor de cabeza.
No le importaba la idea de pasar la noche en la enfermería. Con un poco de suerte, el médico descartaría que aquellas pulsaciones aceleradas se debieran al golpe.
No, aquello era consecuencia de su brillante idea de decirle al príncipe de Kardana que le cortaría la cabeza si despertaba a su sobrino. En aquel momento, lo había reprendido con todas sus ganas. Sammy necesitaba descansar, pero también necesitaba a su familia. Desde que Tessa le informara de que sus padres habían desaparecido, Katrina había seguido el ejemplo del doctor de hablarle al niño y explicarle lo que había pasado y lo que se estaba haciendo para encontrar a sus padres. Eso parecía calmarlo. Aunque tuviera un vocabulario limitado, lo entendía prácticamente todo.
No dejaba de repetirle que su familia iría a recogerlo y que todo saldría bien. Estaría con personas que lo querían, que se preocupaban por él y que harían todo lo posible para que sus padres volvieran.
Por desgracia, Julian Ettenburl no encajaba en aquella estampa. No podía describírsele como atento y cariñoso, sino como una persona fría, contenida e impaciente. Su estoicismo no permitía adivinar lo que sentía, ni tampoco sus finos rasgos ni sus inteligentes ojos marrones. Su hermano era considerado más guapo, al ser rubio y atractivo. Miembro del ejército real, se le tenía por un hombre de acción, acostumbrado a estar al mando. El mundo lo veía como todo un príncipe azul.
Julian era moreno, con rasgos bien definidos. Su actitud era más comedida, una muestra más de su rechazo a acaparar el protagonismo. Para Katrina, el hermano menor era más atractivo aunque menos fascinante. No le cabía ninguna duda de que haría valer todo su poder e influencia para encontrar a su hermano.
–Ambos tienen una pequeña contusión –dijo el doctor echándose hacia atrás sin dejar de observar a Sammy y a Katrina–. Los dos están muy cansados. Les recomiendo un mínimo de veinticuatro horas de descanso.
–¿Puede viajar, doctor? –preguntó Julian, irguiéndose–. El niño puede dormir en el tren.
Katrina se enfadó al oír la pregunta. Sammy se agitó en sus brazos y ella lo acarició suavemente, antes de cubrirle la oreja con una mano mientras seguía acariciándole el pelo con la otra.
–Alteza, comprendo vuestra prisa por volver a Francia y buscar a vuestro hermano, pero el niño está traumatizado. Sabe que sus padres no van a volver.
Sus ojos marrones se encontraron con los de ella. Por la expresión de su mirada, era evidente a quién culpaba. Tragó saliva y se negó a apartar la mirada.
–Sammy está alterado –continuó el doctor–. Los empleados se han esforzado al máximo, sobre todo Katrina, pero el pequeño apenas ha comido y dormido desde que nos enteramos de la noticia. Teniendo en cuenta el golpe que se ha dado en la cabeza, dudo mucho que pueda descansar en el tren debidamente.
–Julian –intervino Bernadette acercándose al príncipe–, tenemos habitaciones preparadas para ti. ¿Por qué no pasas aquí la noche y vemos mañana cómo se levanta Sammy? El primer tren sale a las ocho.
No era necesario mencionar que, si las condiciones meteorológicas persistían, el viaje no sería posible. No hacía falta ser un genio para imaginárselo, y era bien sabido que Julian Ettenburl era muy inteligente. Aun así, habiendo pasado tan solo minutos en su presencia, Katrina se había dado cuenta de que no era una persona sociable. ¿Por qué había tenido que ser él el que fuera a recoger a Sammy?
–Nos quedaremos a pasar la noche –accedió, demostrando cierto sentido común–. Aunque me gustaría tener a Samson a mi lado.
–Por supuesto –dijo Bernadette, dirigiendo una mirada esperanzada a Katrina–. Tu suite tiene dos habitaciones. Pediré que lleven una cuna a la segunda.
–Gracias, eres muy amable.
–Espero que nos acompañes durante la cena. Jean Claude ha estado siguiendo de cerca las operaciones de rescate. Sé que querrá hablar contigo.
–Y yo con él. De hecho, ahora me doy cuenta de que estoy hambriento.
–Entonces, vayamos a cenar –dijo Bernadette tomándolo del brazo y encaminándose hacia la puerta–. Nuestro chef te va a impresionar. Quizá prefieras asearte antes.
–No, está bien –respondió él y dirigiéndose a Tessa, añadió–: Por favor, pida que instalen a Samson en mis aposentos. Preferiría que usted se hiciera cargo de su cuidado –añadió, dirigiendo una mirada crítica a Katrina.
Tessa hizo una reverencia con la cabeza en señal de aquiescencia.
–Desde luego, Alteza.
Ante aquel comentario de reprobación, Katrina sintió que le ardían las mejillas. Se alegró de ver salir de la habitación a aquel insoportable arrogante con la princesa Bernadette.
Se le llenaron los ojos de lágrimas. Tenía que ser el cansancio. No solía dejarse llevar por las emociones. Estaba acostumbrada a tratar con la realeza y trabajaba en un palacio, en donde la arrogancia y los privilegios estaban a la orden del día. Hacía tiempo que había aprendido a no dejar que eso le afectara.
El doctor Lambert la ayudó a levantarse.
–Querida, tiene que irse a la cama. Sea razonable. Por suerte, vive en el palacio. Con esa contusión, necesitará que alguien la vigile durante la noche.
Nada le gustaría más que seguir las indicaciones del médico e irse a su habitación, pero en los últimos días Sammy le había robado el corazón. Le había devuelto la vida. No podría dormir hasta que supiera que estaba bien.
–¿Y Sammy? –preguntó Tessa–. ¿Tendré que despertarle durante la noche?
–Sí, despiértelo y compruebe sus pupilas. Si ve algún cambio o si empieza a vomitar, llámeme.
Tessa asintió y extendió los brazos para tomar a Sammy, que dormía en brazos de Katrina. El pequeño se despertó sobresaltado y esquivó a su niñera. Katrina lo acunó contra su pecho. Él se acurrucó y volvió a cerrar los ojos.
–Llevaré a Sammy a la habitación del príncipe y así me aseguraré de que se quede tranquilo.
Tessa le cortó el paso y la miró por encima del hombro.
–Lo llevaré yo.
A Katrina no se le había pasado por alto cómo la otra mujer había permanecido callada cuando el príncipe la había culpado a ella de falta de sensibilidad por contarle a Sammy que sus padres habían desaparecido. En opinión de Katrina, en aquel momento seguía demostrando el poco sentido común que tenía.
–Me parece que no –dijo rodeando a la mujer.
–Su Alteza ha dejado bien claro que quiere que sea yo la que se ocupe y lleve a Sammy a su habitación.
–Mira, estoy cansada para soportar rabietas solo porque quieras impresionar al príncipe. Ni siquiera está en su habitación. Deja que acueste a Sammy. Las dos sabemos que es más probable que se duerma si soy yo la que lo acuesta.
–Sammy es mi responsabilidad –siguió protestando Tessa.
–Y en un momento te lo entregaré y me iré a la cama. Piénsalo bien. ¿Qué prefieres, que el príncipe Julian encuentre al niño durmiendo o llorando sin parar?
Tessa no respondió al desafío de Katrina porque ambas sabían que tenía razón y se limitó a seguir al ujier que las acompañó hasta la habitación del príncipe Julian.
Daba igual que se enfadara. A Katrina lo único que le preocupaba era Sammy. Le dolía la cabeza y empezaban a arderle los brazos, pero cada vez que miraba aquel rostro inocente y llenó de churretes de lágrimas, sacaba fuerzas. Al final, llegaron a la suite antes de que lo hiciera la cuna y Katrina se sentó en una butaca tapizada en seda azul.
La estancia, un alarde de ostentosa elegancia arcaica en azules y dorados, le recordaba a Katrina por qué le gustaba tanto el palacio. Se respiraba tradición y longevidad entre los muros de aquella residencia. Recordaba haber ido allí siendo una niña, con su padre, y haber pensado que era el lugar más maravilloso del mundo. Se lo había pasado tan bien con los demás niños de la guardería que le había dicho a su padre que algún día volvería para quedarse a vivir.
Hacía tres años que se había mudado allí. Nunca se había imaginado que fuera en aquellas angustiosas circunstancias.
Pero había trabajado mucho y el año anterior se había ganado un puesto en la guardería. Disfrutaba con los niños, especialmente con los gemelos, Devin y Marco. Debido a que era cinturón negro de kárate solían asignarla su cuidado. Los pequeños de tres años eran unos niños traviesos y revoltosos, pero tan inteligentes y cariñosos que era imposible enfadarse con ellos.
Katrina dio una rápida cabezada y se sobresaltó al encontrarse a Tessa ante ella. Parpadeó y vio a través de la puerta entreabierta que habían llevado la cuna.
Perfecto. Lo último que deseaba era encontrarse de nuevo con aquel príncipe obstinado.
JULIAN cortó distraídamente un trozo de pan, incapaz de concentrarse en la deliciosa comida preparada por el chef del palacio. No podía dejar de recordar el momento en el que su sobrino se había apartado de él con un grito de angustia. Se le partía el corazón. Su padre y él eran los familiares más cercanos del niño. Samson debería desear estar a su lado y no buscar consuelo en los brazos de una extraña, a pesar de que fueran unos brazos suaves y cálidos o de que la extraña que lo protegía tuviera unos brillantes ojos violetas y una bonita melena rizada.
Aquella mujer que apenas le llegaba al hombro, había estado dispuesta a arrancarle la cabeza por interrumpir el sueño de Samson, probablemente por un sentimiento de culpabilidad.
Se sintió furioso ante la idea de que una entrometida le hubiera causado a Samson un trauma innecesario por contarle que sus padres no volverían. Aunque resultara ser cierto, eso debería haberlo hecho él una vez que el niño hubiera estado de regreso con su familia. Antes, habría hablado con un profesional para saber la mejor manera de afrontar la situación sin provocar en Samson el dolor que estaba sufriendo en aquel momento.
–Amigo mío, deberías comer algo –le dijo Jean Claude, príncipe de Pasadonia–. Los próximos días van a ser duros. Necesitas tener fuerzas.
–La comida está deliciosa. Siento no tener apetito.
Le gustaba disfrutar de una buena comida, pero la preocupación le impedía deleitarse con aquella variedad de platos. Aun así, agradecía las atenciones de aquella pareja. Además, le habían proporcionado a Samson un ambiente tranquilo en el ajetreo de los dos últimos días. Al menos físicamente, porque era evidente que necesitaban niñeras mejor preparadas.
Sintió un roce en su mano y alzó la vista para encontrarse con la mirada compasiva de Bernadette.
–Sé que tienes muchas cosas en la cabeza. No puedo ni imaginarme lo que debes de sentir.
–Es difícil –convino él.
No sabía si apartar la mano o dejarla donde estaba hasta que ella la retirase. Agradecía la muestra de consuelo, pero se sentía incómodo. Aquellas situaciones eran la razón por la que prefería evitar las relaciones sociales.
–Puedes contar con nosotros para lo que quieras –intervino Jean Claude–. No dejamos de rezar por Donal y Helene, pero sé que te estás preparando para lo peor. Si hay algo que pueda hacer para ayudar, solo tienes que pedírmelo.
–Me conoces muy bien, amigo mío.
Se habían conocido cuando Julian tenía catorce años y había acudido a Pasadonia con su familia para presenciar la coronación del nuevo gobernante, el príncipe Jean Claude Antoine Carrere. A lo largo de los años, su relación se había hecho más estrecha y Julian consideraba a Jean Claude uno de sus mejores amigos y consejeros. El hecho de que fuera un líder respetado en todo el mundo no hacía más que aumentar el valor de su ofrecimiento.
–Tengo muchas cosas que hacer, pero lo cierto es que solo puedo pensar en encontrar a Donal.
–Es comprensible –asintió Jean Claude–. Los expertos me mantienen al tanto sobre las condiciones meteorológicas y en cuanto haya algún cambio, te informaré.
–Te lo agradezco. Estoy deseando que se reanuden las operaciones de rescate.
–Sí, es una lástima que el estado de Sammy te vaya a retrasar en tus planes. Es de admirar que antepongas sus necesidades. Está echando mucho de menos a sus padres.
Irritado, Julian apretó los dientes.
–Es terrible que le hayan contado lo del accidente.
–No ha sido intencionado –le aseguró Bernadette–. Tessa…
–Disculpadme, Alteza –interrumpió el asistente de Jean Claude apareciendo a su lado con unos papeles en la mano–. La previsión meteorológica. Y ha recibido la llamada que estaba esperando.
–Enseguida voy –dijo él, y leyó el informe antes de dárselo a Julian–. No hay cambios. Tengo que atender esa llamada. Nos veremos antes de que te vayas mañana. Bernadette.
La princesa se levantó y rodeó la mesa. Se detuvo junto a Julian y lo besó en la mejilla.
–Quédate y termina de comer. Un ujier te acompañará a tu habitación.
–No te preocupes por mí.
Ella suspiró.
–Sí, me preocupo. Buenas noches, mon ami. Si quieres que te dé el aire fresco, sal al patio. Hay periodistas por todas partes.
Los príncipes salieron de la habitación de la mano. Formaban una pareja muy unida, preparada para hacer frente a cualquier asunto que pudiera surgir.
Por un momento, Julian envidió a su amigo. A pesar de ser una persona solitaria, en aquel momento le gustaría contar con alguien con quien hablar. Debido al frágil estado de salud de su padre, Julian no podía compartir con él sus preocupaciones, y no era apropiado discutir con terceros asuntos de familia.
Sin más apetito, siguió al ujier hasta su habitación. Cuando se abrió la puerta del ascensor, los gritos de Samson le anunciaron que había llegado a su destino.
Se acercó presuroso y esperó a que el ujier abriera la puerta. Dentro, encontró a Tessa paseando a Samson, ambos llorando. Julian se acercó y se detuvo a su lado, sin saber qué hacer.
–¿Cuál es el problema? –preguntó.
–El doctor me dio instrucciones para que lo despertara y comprobara sus pupilas. Pero no consigue dormirse otra vez. No deja de llorar y nada de lo que he hecho ha servido para calmarlo.
–Katina –dijo entre sollozos el niño.
–No deja de llamarla –confesó Tessa, dirigiéndole una mirada suplicante.
Julian apretó la mandíbula. Aquella mujer había causado aquel problema y no estaba dispuesto a acudir a ella para que lo ayudara. Trató de tomar al niño en brazos, decidido a distraerlo.
–¡No! –gritó Samson, y le dio un manotazo–. Katina.
Se negaba a permitir que aquella mujer continuara en la vida de su sobrino. Ella era la razón por la que el niño estaba sufriendo tanto. Pero aquello no era una rabieta. El niño buscaba consuelo de la única persona con la que se sentía a gusto. ¿Cómo iba a negárselo? No podía.
Llamó a un ujier para informarse sobre Katrina y, por suerte, resultó que tenía habitación en el palacio. Enseguida llegó ante su puerta. No estaba seguro de cómo dirigirse a ella. En medio de toda aquella confusión, no habían sido debidamente presentados.
Una doncella abrió.
–Alteza –dijo la mujer haciendo una reverencia.
–Necesito ver a Katrina –anunció entrando en la habitación.
–Está durmiendo –contestó la joven–. Estoy siguiendo las instrucciones del doctor. Hace media hora la desperté y estaba bien.
–No estoy aquí para hablar de la contusión.
A través de la puerta abierta vio la cabeza pelirroja. La luz del recibidor iluminaba la cama y a la preciosa mujer que estaba en ella. Sus largas pestañas destacaban sobre la palidez de sus mejillas. Unas sombras oscuras bajo sus ojos atentaban contra la perfección de sus rasgos. De repente, no le parecía correcto pedirle nada más. Pero por Samson, debía hacerlo.
–Siento tener que molestarla, pero necesito que Katrina venga conmigo. Mi sobrino la necesita.
–Vaya –dijo la mujer, contrariada–. Iré a despertarla.
Entró en la alcoba y cerró la puerta.
Julian paseó por el pequeño recibidor, deseando estar en cualquier otro sitio.
La gente lo consideraba frío, y quizá tuvieran razón, si preferir la calma y el orden eran consideradas características de una persona fría. Necesitaba de ambas para hacer el trabajo que hacía. Velar por el patrimonio del país, tanto desde el punto de vista económico como desde el de la seguridad, requería una cabeza fría y un objetivo concreto. Tenía buena visión global y solía tener preparados planes de contingencia, lo que le permitía adelantarse a las situaciones.
Algunos decían que era algo mágico, otros decían cosas peores, como que tenía poderes paranormales. No le importaba. Así era como funcionaba su cabeza. Disfrutaba aprendiendo y su mente absorbía conocimientos como una esponja. A veces él mismo se sorprendía de todo lo que sabía.
Por otro lado, la gente era un misterio para él, al igual que la tendencia a mostrar sus emociones.
Con treinta y dos años y soltero, ocupaba el tercer puesto en la línea de sucesión. Aunque su padre seguía transmitiéndole su deseo de que encontrara a una mujer y formara una familia, la presión se había suavizado después de que Donal se casara con Helene y naciera Samson.
Aun así, Julian era un hombre como los demás y tenía las mismas necesidades. Por su posición, tenía que ser discreto, lo que conseguía teniendo un buen número de amigas que lo acompañaban a los muchos actos a los que se veía obligado a asistir por su título. Al no tener un único foco de atención, ninguna mujer, ni ningún periodista, se hacían falsas expectativas.
Suponía que su fama de hombre frío impedía que lo consideraran un playboy. Aquella mujer, Katrina, hacía peligrar la indiferencia por la que era conocido. En aquella situación, la atracción que sentía por su belleza lo enfurecía aún más, así como la inteligencia que se adivinaba en sus ojos violetas. Parecía demasiado lista como para haber cometido aquel error. ¿En qué estaría pensando?
La puerta se abrió y Katrina apareció descalza en el salón. Llevaba una bata blanca que le rozaba la punta de los dedos de los pies. Debajo llevaba un camisón de encaje blanco con escote en pico. Su mirada se posó en las curvas de su pecho, que se adivinaban bajo el escote. Era tan pálida que apenas había diferencia entre su piel y su camisón blanco.
–¿Sammy está bien? –preguntó con voz adormilada, frunciendo el ceño con preocupación–. ¿Habéis llamado al doctor?
–El golpe no es el problema –le aseguró él con brusquedad–. Tessa lo ha despertado según lo indicado, pero no consigue que vuelva a dormirse.
Ella asintió resignada. Julian no había percibido ninguna señal de debilidad cuando le había hecho frente en la habitación del niño, tan solo un fuerte sentimiento protector. En ese momento veía lo menuda que era. Apenas debía de llegar al metro sesenta, a diferencia de sus casi dos metros. Llevaba la melena recogida en una trenza que le caía hasta media espalda y, sin maquillaje, la blancura de su piel contrastaba con el intenso color rojo de su pelo.
–¿Vamos? –preguntó con paso vacilante.
Él apretó los dientes, tentado de mandarla de vuelta a la cama y, más aún, de acompañarla. Apartó aquel pensamiento tan poco apropiado, molesto con su libido por despertarse en un momento en el que toda su atención debería estar puesta en la familia de su hermano. Las necesidades de Samson eran lo primero.
–¿Dónde están sus zapatos? –preguntó, centrándose en detalles prácticos.
Ella se detuvo y frunció el ceño, como si le costara pensar. Eso le hizo recordar al príncipe que ella también se había llevado un golpe en la cabeza.
–Iré a buscarlos –la doncella desapareció y volvió al instante con unas zapatillas que Katrina se puso.
–¿Preferiríais que me vistiera? –preguntó frotándose la frente.
–No –contestó él pensando en Samson–. Vamos.
La siguió y se sorprendió al ver que la doncella también salía al pasillo.
–Está bien, Anna –le dijo Katrina a la doncella–. Gracias por cuidar de mí. Puedes irte.
–Pero tengo que cumplir las instrucciones del doctor –protestó la joven.
–¿Qué instrucciones son esas? Me aseguraré de que alguien la vigile el resto de la noche.
Anna, molesta con aquel cambio imprevisto, pero incapaz de discutir su autoridad, resumió las instrucciones del doctor.
–Hay que despertarla cada pocas horas y hacerle algunas preguntas para asegurarse de que está bien. Si no lo está o hay algo extraño en sus pupilas, hay que llamar al doctor inmediatamente.
Mientras la mujer hablaba, Julian miró los ojos de Katrina para comprobar sus pupilas y se perdió en sus profundidades. Volvió a girarse hacia la doncella y asintió a las instrucciones que le daba, antes de despedirse. Katrina se puso en marcha, precediéndole.
Su comportamiento le hizo fruncir el ceño. El protocolo exigía que fuera ella la que lo siguiera. Suspiró y decidió darle un respiro; después de todo, se había dado un golpe. Aun así, no se le pasó por alto que conociera el camino. Probablemente había sido ella la que había metido a su sobrino en la cama. Eso no le parecía bien. Le había encargado a Tessa que llevara al niño a sus aposentos y había dejado bien claro que quería que fuera ella la que se ocupara de su cuidado.
–Señorita… –comenzó sin recordar su nombre y se apresuró a acortar la distancia que los separaba–. Quiero dejar una cosa bien clara. Le agradezco su ayuda con Samson, pero eso no significa que vaya a permitir interferencias en mis decisiones respecto a su cuidado.
–Por supuesto –respondió ella, y apretó el botón para llamar al ascensor.
–¿Se está burlando de mí?
–No –dijo ella, y entró en el ascensor–. Sé que queréis lo mejor para él. En caso contrario, no estaría aquí –añadió con una lánguida sonrisa.
Katrina se fue a un rincón de la cabina, tiró de los bordes de la bata y se ajustó el cinturón.
–Excelente –dijo él al abrirse las puertas del ascensor–, espero que lo haya entendido –continuó haciéndole un gesto con la mano para que saliera del ascensor.
Recorrieron el resto de la distancia en silencio, lo cual hizo que los gritos de Samson se oyeran mientras se acercaban a la puerta de la suite de Julian. Dentro, había lágrimas en las mejillas de Tessa y de Samson.
–No puedo soportarlo más –declaró Tessa colocando a Samson en los brazos de Katrina antes de salir corriendo.
Katrina no lo dudó y enseguida abrazó al niño y empezó a hablarle.
–Hola, pequeño, no pasa nada, ya estoy aquí. ¿Te duele la cabeza? –preguntó dándole un beso en los rizos–. A mí también.
Aunque siguió llorando, no había ninguna duda de que Samson prefería a la pelirroja. Enseguida se aferró al delgado cuerpo de Katrina. La escena resultaba dolorosa y Julian se acercó a la chimenea para encender el fuego. Aquella iba a ser una larga noche.
Katrina continuó arrullando a Sammy hasta que el llanto cesó y se quedó sentado en su regazo. Luego, le secó las mejillas con su bata. La pobre criatura tenía un duro camino por delante. A pesar de su carácter optimista, Julian sabía que las probabilidades de encontrar a sus padres vivos eran escasas, aunque no había perdido la esperanza y seguía rezando para que ocurriera un milagro.
–¿Mamá? ¿Papá? –preguntó Samson.
–Todavía no sabemos nada de ellos –contestó Katrina.
–Quero con mamá –dijo el niño con los ojos llenos de lágrimas.
–Lo sé, pequeño. Ella también quiere estar contigo. Mira –dijo acercándose a la chimenea–, el tío Julian ha venido a buscarte. Va a llevarte a donde están buscando a tus papás y luego te llevará a casa –concluyó.
–Tío Julian.
El niño se quedó mirando unos segundos a su tío antes de extenderle los brazos en señal de que quería ir con él. Julian abrió los ojos como platos cuando le puso al pequeño en los brazos y carraspeó, sin saber muy bien qué hacer con el niño.
–Le vendrá bien –susurró ella.
Aunque no quería estropear el momento, se mantuvo lo suficientemente cerca como para percibir su fragancia masculina y el olor del champú infantil. Aquella era la primera vez que Sammy se había ido voluntariamente con otra persona que no fuera ella. Era una buena señal.
–¿Mamá? ¿Papá? –le preguntó a su tío.
Julian palideció. Katrina comprendía su dolor. Se le partía el corazón cada vez que le tenía que decir a Sammy que sus padres todavía no volvían a casa.
La mirada de Julian se clavó en ella. Katrina se encogió de hombros y se cruzó de brazos.
–Hablad con él. Es muy despierto. Entiende más de lo que parece.
Julian la miró con escepticismo antes de fijar su atención en Sammy.
–Samson, los mejores rescatadores del mundo están buscándolos. Yo también estoy deseando verlos.
Sammy derramó unas lágrimas más. Luego, alargó las manos, tomó las orejas de Julian y apoyó la frente en la de su tío. Julian se dejó llevar por la emoción, y apretó tanto a Sammy que él se retorció. Se giró y lanzó los brazos hacia Katrina. No le agradaba tener que separarlos, pero al mirar a Julian, parecía aliviado de entregarle a Sammy. Confiando en que el niño se durmiera, lo llevó hasta la habitación donde se había dispuesto su cuna. El pequeño empezó a llorar.
–No toi cansado.
En vez de obligarlo, dio un paso atrás, topándose con la fortaleza de un cuerpo masculino. Se dio la vuelta a la vez que él la tomaba de la cintura y, de repente, se encontró en los brazos del príncipe. Levantó la mirada hasta encontrarse con sus ojos. Sí, no había ninguna duda de que aquel era el hermano más guapo.
–Lo siento.
Se sobresaltó y trató de dar un paso atrás. Pero él la sujetó con fuerza mientras con su ardiente mirada la recorría desde el escote, pasando por el cuello y los labios, hasta los ojos. Katrina intentó mostrarse indiferente a pesar de que le recorrió la espalda un estremecimiento y se le aceleró el pulso. No era el momento ni el lugar. Él también debió de pensarlo porque apartó las manos y dio un paso atrás.
Katrina dejó escapar un suspiro de alivio y pasó a su lado para pasear por la habitación. Julian se acercó a la chimenea para avivar el fuego.
Empezaban a dolerle los brazos de la fatiga, así que se sentó en el sofá y acomodó a Sammy a su lado. Lo que realmente buscaba era el contacto físico.
Recordó una de sus historias favoritas y empezó a contarle un cuento sobre un tren llamado Thomas, mientras acariciaba su pelo rubio. Después de todo lo que había pasado, esperaba que no tardara mucho en quedarse dormido.
Aunque Julian fuera brusco y grosero, tenía que reconocerle el mérito de haber antepuesto las necesidades de Sammy a las suyas. Sabía que hubiera preferido dejar Pasadonia sin volver a verla, incluso sin que el pequeño la viera. Aun así, había ido a buscarla en vez de dejar que Sammy llorase hasta la extenuación.
Contuvo un bostezo, se obligó a mantener los ojos abiertos y continuó con el relato.
Quizá hubiera una parte sensible oculta en aquel príncipe frío.
JULIAN se golpeaba suavemente el labio inferior mientras los observaba durmiendo en el sofá. Samson estaba hecho un ovillo en los brazos de Katrina. Era la primera vez que lo veía tan tranquilo desde que había llegado al palacio.
Tessa le había fallado. Contaba con ella para ayudarlo en el viaje de regreso a casa. Esperaba que se hubiera recuperado por la mañana. Si necesitaba pruebas de lo mal preparado que estaba para ocuparse de su sobrino, las había tenido esa noche. A Samson le había faltado tiempo para apartarse de él.
Julian había querido estrangular a Katrina cuando había empezado a hablarle al niño de Donal y Helene. Aun así, cuando Samson le había hecho una pregunta directa, no había podido mentirle. Darle falsas esperanzas no tenía ningún sentido más que posponer el dolor. Era mejor que estuviera preparado para lo peor y se llevara una alegría si se producía el milagro, aunque habría sido mejor que no le hubieran hablado del accidente.
Julian miró a la mujer responsable de parte del sufrimiento de Samson. Su regazo proporcionaba al pequeño un confortable lugar de descanso, pero Katrina estaba escorada a la derecha, con la cabeza de tal forma que seguramente tendría una contractura en el cuello por la mañana. Pero era imposible conseguir con éxito llevarlos a los dos a la cama sin despertarlos.
Suspiró y se acercó al sofá. Si fuera el canalla que todos pensaban, dejaría a la mujer y al niño abandonados a su suerte. Pero no era tan desalmado. Se colocó en el rincón y atrajo a la mujer y al niño a sus brazos.
–Vaya –dijo ella sorprendiéndole al abrir los ojos y mirarlo–. Creo que voy a irme a la cama –afirmó con voz ronca.
Él se quedó esperando, pero, en vez de apartarse, Katrina se acurrucó contra él y sujetó con fuerza a Samson.
–Hueles bien –murmuró.
¿Él? Era ella la que olía tan bien como para comérsela. Debería haber cenado más. Quizá así no se sentiría tan tentado. Cerró los ojos e intentó imaginarse que estaba en su casa, en la cama. Trató de recordar el asunto que lo ocupaba antes de que el avión cayera y su vida cambiara. Ninguno de los remedios funcionó. El delicado aroma a manzanas y las suaves curvas de la mujer que tenía acurrucada en los brazos hicieron que su cuerpo volviera a la vida. Ignoró aquella reacción tan inapropiada. Estaba exhausta y dolorida, y había aceptado ocuparse de su cuidado. Hasta ahí llegaba su relación.
–Eres tan cálido…
Él sacudió la cabeza, con una media sonrisa en los labios.
–A dormir –dijo acariciándole el pelo.
Y cerrando los ojos, siguió su propio consejo.
En mitad de la noche, algo inquietó a Katrina. Se retorció y balbuceó algo. Hacía mucho tiempo desde la última vez que se había despertado en brazos de Rodrigo. Había echado de menos aquel contacto, la sensación de sus fuertes brazos abrazándola, la calidez de su cercanía, su aliento en la mejilla…
Abrió los ojos y se encontró con una habitación a oscuras, a excepción de los rescoldos del fuego. Suspiró y volvió a acurrucarse, abrazándolo mientras se volvía a dejar llevar por el sueño. Olía muy bien. Frunció el ceño. Algo no iba bien, pero le costaba pensar. Él se movió debajo de ella y de repente cayó en la cuenta de que ese movimiento era lo que la había despertado.
Sí, lo único mejor que dormir en sus brazos era despertarse en ellos. Sintió una punzada de dolor después de aquel pensamiento. Por suerte, no duró. Era preferible concentrarse en aquel hombre. Sin abrir los ojos, ladeó la cabeza y lo besó.
Él se quedó completamente quieto. Su cuerpo pasó de estar relajado a tenso. Ella sonrió, abrió la boca y tocó con la lengua sus labios, buscando más. El hombre aceptó su invitación, entregándose a una intensa danza de lenguas. Al instante supo que aquel no era Rodrigo.
No, aquel no era Rodrigo. Todo en él le parecía perfecto. Una oleada de calor la invadió y se dejó llevar por sus exigencias, rindiéndose mientras lo rodeaba con los brazos y se entregaba a una pasión que nunca antes había conocido. A la espera de más, lo atrajo hacia ella.
El beso se hizo más intenso y Julian deslizó los dedos por su pelo, sujetándola mientras le acariciaba con el pulgar la sien.
Katrina le mordisqueó el labio inferior. Deseaba sentir aquellas manos recorriendo sus curvas y que se encendiera un verdadero fuego entre ellos. Se estrechó contra él para demostrárselo y de pronto se oyó un crujido.
De repente lo recordó todo: el accidente, el niño, el hombre… No, no, no. Había dejado que un hombre la tocara. Mejor dicho, se había estado besuqueando con un príncipe.
–Mon Dieu, lo siento.