Como tú eres - Joan Elliott Pickart - E-Book
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Como tú eres E-Book

Joan Elliott Pickart

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Beschreibung

Seducir a Carolyn. Carolyn era una especialista en adopciones que había perdido la esperanza de llegar a tener un hijo. Era consciente de que había algo que la distanciaba de los demás y hacía que le fuera muy difícil tener futuro con cualquier hombre. Pero entonces conoció a Ryan Sharpe... Aquel arquitecto era tremendamente sexy y masculino, era irresistible. Como miembro de la familia McAllister, Ryan parecía tenerlo todo en la vida, incluyendo unas cuantas mujeres bellas. Pero la manera en la que la perseguía y... la besaba hacían pensar a Carolyn que la quería solo a ella. ¿Seguiría pensando igual cuando descubriera su secreto?

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Seitenzahl: 216

Veröffentlichungsjahr: 2018

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Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2002 Joan Elliott Pickart

© 2018 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Como tú eres, n.º 211 - agosto 2018

Título original: Tall, Dark and Irresistible

Publicada originalmente por Silhouette® Books.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

 

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Dreamstime.com

 

I.S.B.N.: 978-84-9188-885-7

Índice

 

Portadilla

Créditos

Índice

Prólogo

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Epílogo

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Prólogo

 

Estoy aquí, como tú querías —dijo Ryan Sharpe.

Sonrió al sentarse en el sofá de piel del estudio de Robert MacAllister. Su abuelo estaba sentado en un sillón gemelo enfrente. Las llamas chisporroteantes del hogar separaban a los dos hombres.

—Es un honor que me consideres uno de tus nietos en esta misión secreta de darnos a cada uno un regalo especial.

—Sabes que te he considerado nieto mío desde que Ted y Hannah te adoptaron en Corea cuando tenías seis meses —repuso Robert—. La familia Sharpe siempre ha formado parte del clan de los MacAllister.

Contempló al joven un momento en silencio.

—Estoy muy orgulloso de ti, Ryan. Has trabajado mucho y eres un miembro valioso del equipo de Arquitectos MacAllister —soltó una risita—. Y al igual que todos los demás que han recibido ya el regalo, llegas temprano a la cita.

El joven soltó una carcajada.

—Como sabes —prosiguió el abuelo—, tú decides si quieres contarle a alguien lo que te daré esta tarde. La decisión es tuya.

Ryan asintió.

Robert frunció el ceño y observó un buen rato a Ryan antes de volver a hablar, lo que hizo que el joven se moviera incómodo en la silla bajo el escrutinio de su abuelo.

—Me gustaría tener palabras que decirte o una varita mágica —dijo al fin el anciano— que te diera paz interior. Te he visto luchar muchos años con tu herencia mestiza y me parte el corazón saber que sientes que no estás a gusto ni aquí ni en Corea.

Ryan suspiró.

—Esperaba que el viaje que acabo de hacer a Corea me trajera paz, me hiciera sentir que había encontrado un lugar donde me sentía a gusto, pero no ha sido así.

Suspiró de nuevo.

—Aquí estoy, mitad y mitad y sin encajar en ninguna parte. En Corea me miraban porque mido un metro ochenta, como mi padre biológico, y tengo pelo castaño rizado, pero mis ojos tienen forma de almendra, como los de mi madre biológica y mi piel es morena. El viaje a Corea solo ha servido para resaltar que soy diferente.

—Mmm —asintió Robert.

—Por favor, no me interpretes mal, abuelo —el joven se inclinó hacia adelante—. Tengo los padres más adorables del mundo. Doy gracias por ellos y por toda la familia MacAllister. Mis problemas son solo míos. Pero empiezo a creer que nunca acabará esta guerra que lucho interiormente.

—Lo que nos lleva al tema de tu regalo especial —dijo Robert, y se puso en pie.

Cruzó la estancia hasta el escritorio y volvió con una caja blanca en forma de cubo de unos cuarenta centímetros de lado. Se la pasó a Ryan.

—Te lo doy con amor —dijo—. Y ojalá sirva para ayudarte a calmar tus demonios.

Ryan puso la caja sobre sus muslos y quitó la tapa con cuidado. Retiró el papel blanco fino y contuvo el aliento. Sacó su regalo especial con dedos temblorosos.

Era un globo terráqueo.

Apoyado en un pie de madera oscura, había un globo terráqueo antiguo de detalles intrincados que no medía más de treinta centímetros de altura. Estaba hecho en una porcelana de china tan fina que se podían ver las llamas de la chimenea a través de la esfera.

—Es… bellísimo —dijo con voz impregnada de admiración—. Realmente increíble. No sé qué decir, abuelo.

—Escúchame, Ryan —musitó Robert—. En este momento tienes el mundo en tus manos. ¿No ves que tú eres mucho más grande que él, que los prejuicios que puede contener ese mundo?

Hizo una pausa.

—El mundo entero es tuyo. Oh, mi querido muchacho, no te sientas tan impelido a buscar tu lugar en él, a sentir que tienes que elegir entre dos culturas únicas. Abrázalas las dos y date cuenta de la suerte que tienes. Cada una de ellas es un regalo maravilloso. Acepta lo que eres y encuentra la paz.

El joven no contestó.

—Espero que siempre que veas el globo terráqueo, recuerdes lo que te he dicho este noche. Rezo para que se calme tu dolor y tu camino sea más fácil en el futuro. Te quiero, Ryan.

—Te quie… —dijo Ryan con los ojos llenos de lágrimas—. Yo también te quiero, abuelo. Atesoraré este regalo toda mi vida, y te juro que intentaré encontrar esa paz interior. Miraré este globo terráqueo todos los días y recordaré tus palabras y… Gracias.

Tragó saliva con esfuerzo.

—Pero darte las gracias no es suficiente para expresar lo que siento. ¡Es un regalo tan lleno de cariño y de consideración! —la emoción le impidió seguir hablando y movió la cabeza.

—Tu agradecimiento es compensación suficiente —sonrió Robert—. Vete a casa, Ryan. Llévate tu globo terráqueo, tu mundo, y la firme resolución de llegar a ser un hombre que acepta lo que es. Dios te bendiga, mi adorado nieto. Buenas noches.

Ryan asintió. Colocó el globo terráqueo en la caja, lo tapó y se puso en pie. Como la emoción le impedía hablar, miró a su abuelo y vio que también este tenía los ojos llenos de lágrimas.

Lo observó largo rato y después se volvió y salió de la estancia cerrando la puerta tras de sí con mucho cuidado.

 

Capítulo 1

 

Un año más tarde

 

Adopciones Internacionales Manos a Través del Mar estaba situada en el cuarto piso de un bloque de oficinas en Ventura, pero estaban a rebosar y necesitaban más espacio. Pensaban construir un edificio nuevo en un terreno donado por una pareja agradecida que estaba encantada con su nieta recién adoptada. Ryan había accedido a presentar los planos en nombre de otro arquitecto del estudio que se encontraba de vacaciones.

Entró en la oficina y miró a su alrededor, y la verdad es que le gustó la zona de recepción, decorada en tonos azul y fresa, que tenía estilo pero invitaba al mismo tiempo a sentirse a gusto. Numerosas plantas añadían un toque hogareño, y en un rincón había una zona de juegos equipada con juguetes, una mesa y sillas infantiles. Se acercó a la recepcionista sonriente y le dijo su nombre y el propósito de su visita.

—Ah, sí, señor Sharpe —musitó ella—. Lo esperan, pero llevamos algo de retraso esta mañana. Si no le importa aguardar en el despacho de la señorita St. John, ella no tardará en llegar. Carolyn St. John es nuestra directora adjunta y está a cargo de las adopciones en Asia. La directora de la agencia está ocupada con una conferencia internacional.

—No hay problema —repuso Ryan—. Dígame cuál es el despacho.

La recepcionista se puso en pie.

—Le mostraré el camino. ¿Quiere tomar té o café?

Ryan declinó la oferta y la siguió hasta un despacho amplio, decorado en los mismos colores que la zona de recepción. Encima de la mesa había un montón de carpetas; un archivador cubría una de las paredes y delante del escritorio habían colocado dos sillones. Apoyó el tubo de cartón en uno de ellos y fijo la vista en la pared de detrás de la mesa.

Había más de dos docenas de fotos enmarcadas de niños asiáticos, que iban desde los dos o tres meses hasta los ocho o nueve años. Examinó cada fotografía con el ceño fruncido, entreteniéndose más con las de los niños más mayores.

Su mente se llenó de recuerdos de otro tiempo. Sintió un escalofrío.

Tenía siete u ocho años y estaba sentado en un restaurante con sus padres adoptivos y Patty, su hermana mayor, que era una copia exacta de su madre.

Veía las miradas de curiosidad que les lanzaba la gente, que observaba a los Sharpe y después cuchicheaba. Estaba seguro de que decían que, por algún motivo misterioso, sus padres habían decidido completar la familia con un niño extranjero, que destacaba muchísimo de los demás.

Recordó una noche abierta a los padres en la escuela primaria, cuando su profesora había comentado que no sabía que Ryan fuera adoptado y después se había apresurado a pedir disculpas cuando Ted la informó de que Ryan era su hijo.

Recordó el día en que Patty había llegado a casa llorando porque unos niños mayores de la escuela se habían burlado de ella diciéndole que su madre tenía una aventura con el jardinero o el tendero. No se les ocurría por qué Patty tenía un hermano menor tan raro que obviamente no era un Sharpe auténtico.

Y más tarde, en el instituto… Pero no. Ya era suficiente.

Movió la cabeza para librarse de aquellas imágenes perturbadoras y respiró hondo varias veces antes de volver a mirar las fotografías.

 

 

Carolyn St. John corrió hacia la puerta abierta de su despacho, dispuesta a disculparse con el señor Sharpe por hacerlo esperar. Se detuvo con tanta brusquedad que se tambaleó un poco y olvidó por completo lo que pensaba decir.

Miró detenidamente al hombre que estaba de pie delante de su mesa. El señor Ryan Sharpe era, sin ninguna duda, uno de los hombres más atractivos que había visto en su vida.

Calculó que mediría alrededor de un metro ochenta, de pelo castaño oscuro rizado, piel bronceada y ojos oscuros en forma de almendra. Su traje era, sin duda, hecho a medida, y acentuaba la amplitud de sus hombros y las piernas largas y musculosas.

De él emanaba una virilidad manifiesta. Era un hombre sensual, que hacía que le cosquilleara el estómago y sus mejillas se ruborizaran.

Respiró hondo y se dijo que aquello era ridículo. Reaccionaba a la presencia del señor Sharpe como una adolescente que estuviera al borde de un ataque de nervios porque se hallaba cerca del jugador de rugby más popular del instituto. Tenía que acabar con esas tonterías.

—Siento haberlo… —empezó a decir. Captó el tono casi ahogado de su voz y se interrumpió. Se aclaró la garganta y prosiguió— hecho esperar, señor Sharpe. Soy Carolyn St. John. Los demás nos esperan en la sala de conferencias para revisar los planos del edificio nuevo. Nuestra directora, Elizabeth Kane, se reunirá con nosotros en cuanto termine una conferencia internacional. ¿Le han ofrecido algo de beber?

Ryan apartó la vista de las fotografías y la posó sobre Carolyn St. John.

Lo primero que pensó fue que era guapa. Muy guapa. Carolyn St. John medía alrededor de un metro sesenta y cinco, era esbelta y tenía los ojos más azules que había visto en su vida. Su pelo, moreno y rizado, formaba un halo en torno a su rostro y le llegaba justo debajo de las orejas. Era guapa, muy, muy guapa.

Llevaba un vestido azul de manga larga, a juego con sus ojos, que le llegaba justo debajo de la rodilla y mostraba unas pantorrillas y tobillos bien formados. Su único adorno era un colgante de oro y una cadena.

Pero estaba tan absorto en las fotos de la pared que no había oído nada de lo que había dicho ella, aparte de si le habían ofrecido una bebida.

—Sí, gracias, pero no quiero nada —repuso con una sonrisa. Volvió la vista a las fotos de la pared—. Supongo que son niños extranjeros que han sido adoptados por padres estadounidenses.

—Sí, así es —repuso Carolyn, acercándose.

Pensó confusamente que aquel hombre además olía bien. Llevaba una loción de afeitado con un leve aroma a madera quemada que le iba muy bien.

—Además de ser directora adjunta de la agencia, tengo a mi cargo las adopciones asiáticas —le explicó—. Estas son fotos de niños de varios países que he colocado en Estados Unidos —sonrió—. Es mi galería de la felicidad y de sueños hechos realidad.

—Felicidad y sueños hechos realidad… —musitó Ryan— para los padres. Yo podría ser uno de los niños de esa pared, porque mis padres me adoptaron en Corea.

Hizo una pausa y miró a la mujer con el ceño fruncido.

—Sé que usted cree que hace una buena obra al ofrecer a esos niños la oportunidad de llevar una vida mejor que la que tendrían en un orfanato —continuó—. Y hasta cierto punto, es así.

Suspiró.

—Pero, señorita St. John, ¿ha pensado en las consecuencias de colocar niños extranjeros con padres estadounidenses? ¿Ha pensado en lo que sentirán esos niños cuando se den cuenta de que son diferentes y no encajan? ¿Piensa alguna vez en eso cuando entrega a las parejas niños guapos de otro continente?

—En primer lugar, señor Sharpe —repuso Carolyn con cierta rabia— no entregamos esos niños a cualquier persona. Es evidente que usted es coreano solo en parte, pero… —puso los brazos en jarras—. Si de niño usted tuvo problemas con su mestizaje, lo siento. Pero no tengo intención de justificar lo que hago aquí ante una persona que está cargada de rencor.

Achicó los ojos y levantó la barbilla.

—Sígame, por favor —continuó con frialdad—. Nos reuniremos con los demás y nos mostrará usted sus planos.

Dio media vuelta y salió del despacho.

—Eh, disculpe si… —Ryan se interrumpió al ver que la mujer había desaparecido—. ¡Maldita sea!

Movió la cabeza con disgusto y tomó el tubo de cartón. Miró un momento al techo, respiró hondo y dejó salir el aire lentamente para calmarse.

¿Por qué había tenido que hablarle de ese modo? Las fotografías habían despertado en él recuerdos de otro tiempo. Habían tenido el efecto de un puñetazo.

Pero eso no era excusa para lo que acababa de decir. No solo estaba representando mal a Arquitectos MacAllister, sino que además se había enfrentado a una mujer muy guapa. Una mujer que, cuando se enfadaba, tenía ojos que parecían rayos láser azules y un rubor muy atractivo en las mejillas.

Tenía que disculparse con Carolyn St. John cuanto antes.

Salió del despacho y miró a su alrededor. La joven lo estaba esperando al final del pasillo. Tenía los brazos cruzados y golpeaba impaciente el suelo con el pie.

Decididamente, estaba enfadada con él.

Ryan se acercó a ella.

—Mire, quiero decirle que… —empezó.

—Los demás están dentro —lo interrumpió ella, mirándole el nudo de la corbata—. Ya llegamos tarde, así que ¿quiere entrar de una vez, señor Sharpe?

—Llámeme Ryan, y…

Carolyn movió una mano en el aire.

—Usted primero. Estoy deseando oír qué otras perlas de sabiduría tiene usted que ofrecer, señor Sharpe.

Ryan se encogió interiormente y entró en la sala amplia donde había una docena de personas sentadas en torno a una mesa alargada.

Carolyn le presentó a Elizabeth, quien luego hizo lo propio con el resto de los asistentes mientras Carolyn se sentaba en un extremo. Cuando Ryan extendió los planos en el centro de la mesa, todos se levantaron para ver mejor. Carolyn también lo hizo, pero permaneció en el límite del grupo.

Pensó con rabia que Ryan Sharpe era uno de los hombres más atractivos que había visto en su vida, pero demasiado agresivo. Y toda la belleza del mundo no podía borrar el hecho de que no le caía bien.

¿Cómo se atrevía a hacer un juicio negativo sobre la agencia y sobre ella? ¿La acusaba de no saber lo que era sentirse diferente? Oh, era él el que no sabía nada. Por desgracia, ella estaba muy versada en aquel tema.

Pero por muchas dificultades que hubiera tenido él en su infancia y por muchos problemas que tuvieran en Estados Unidos los niños a los que ayudaba a adoptar, estaban mucho mejor allí que encerrados en orfanatos superpoblados y…

Se dijo que ya estaba bien. No tenía que justificar su trabajo ante un hombre de mente estrecha y mal genio.

—Desde luego —dijo con decisión; y vio con embarazo como todos se volvían a mirarla.

—Me alegro de que estés de acuerdo en que las puertas de cristal en el jardín son mucho más elegantes que lo que habíamos pensado antes —sonrió Elizabeth—. Parece que estamos de acuerdo, señor Sharpe.

—Ryan, por favor —dijo él. Dirigió su atención a Carolyn—. Estoy encantado de que usted y yo estemos de acuerdo…, Carolyn.

—Claro que… lo estamos…, Ryan —musitó ella con amabilidad extrema—. En lo de las puertas de cristal.

Elizabeth frunció el ceño.

—¿Me he perdido algo, Carolyn?

—No, Elizabeth. Nada importante. ¿Hay más cambios en la idea original que tengamos que valorar?

—Bueno, según las notas que me han dado, no —repuso Ryan—. Solo falta que Elizabeth firme los planos y podremos empezar a trabajar. Pueden entregárselos al constructor. Arquitectos MacAllister tiene otra copia en el estudio por si surgen problemas o preguntas durante la obra.

—Vamos a hacer una ceremonia de colocación de la primera piedra a la que vendrá la prensa —dijo Elizabeth—. Creo que compraré una pala reluciente, le pondremos un gran lazo rojo para sacar la primera paletada de tierra del nuevo terreno y…

Mientras la directora charlaba sobre la ceremonia, Ryan sonreía y asentía. Observó con frustración a Carolyn, que salió de la habitación sin mirarlo siquiera.

Cuando al fin pudo escapar, se acercó a su despacho, donde la encontró sentada en su mesa delante del ordenador. Ryan entró y se aclaró la garganta. Ella no levantó la vista.

—Carolyn… —dijo él.

—¿Sí? —repuso ella, con los dedos volando sobre el teclado.

—Mira, siento lo que he dicho antes. No venía a cuento y te pido disculpas. Es solo que… No, mi comportamiento no tiene excusa. Quisiera hacer algo para compensarlo. ¿Quieres comer conmigo? ¿Puedo venir a recogerte a mediodía, por favor?

Carolyn dejó de escribir, apretó una tecla para guardar el trabajo y volvió lentamente la vista hacia él.

—¿Comer? —repitió Ryan, con su mejor sonrisa—. Por favor, Carolyn.

—Supongo que estás acostumbrado a conseguir lo que quieres con esa sonrisa…, Ryan —dijo ella—. Pues espero que consideres esto una experiencia nueva. ¿Comer contigo? Avísame si hay algo en mi respuesta que no entiendas, aunque a mí me parece que está muy clara. No.

 

Capítulo 2

 

Aquella noche, Ryan estaba sentado en su sillón favorito de la sala de estar, con un libro abierto y olvidado en el regazo y el ceño fruncido.

Pensaba en Carolyn St. John y en lo ocurrido aquella mañana. En el silencio de su apartamento no había modo de escapar de sus recuerdos.

Suspiró, apoyó la cabeza en el respaldo del sillón y miró al techo.

Sí, desde que su abuelo le regalara el globo terráqueo, había avanzado mucho en el camino para lograr su objetivo de encontrar la paz interior. Pero lo que había pasado esa mañana ponía de manifiesto que todavía le quedaba mucho camino por recorrer.

Y lo que más le preocupaba era la impresión tan mala que le había causado a Carolyn. Había atacado a aquella mujer encantadora en un ámbito de su vida que sin duda tenía mucha importancia para ella. La había irritado y seguramente también la había herido.

No era de extrañar que se hubiera negado a comer con él. Tenía suerte de que no lo hubiera echado a patadas.

Dejó el libro sobre la mesa que había a su lado, se puso en pie y empezó a pasear con aire nervioso por la habitación, atusándose el pelo de vez en cuando.

No podía apartar de su mente lo ocurrido y seguir con su vida. Tenía que hacer las paces con Carolyn, no solo para tranquilizar su conciencia, sino porque…, bueno, porque le gustaba aquella mujer y esperaba que la ausencia de anillo en su dedo indicara que estaba soltera y libre.

Carolyn St. John era una mujer muy curiosa. Su cuerpo esbelto de huesos pequeños daba la impresión al principio de que se trataba de una mujer que necesitaba protección, a la que había que cuidar porque era… delicada.

Pero, desde luego, había en ella algo más de lo que saltaba a la vista. Poseía profundidad, capas y capas de personalidad por descubrir.

Sabía que era apasionada. Con su carrera, con las familias que formaba al unir huérfanos extranjeros con personas que estaban deseando dar amor y cariño a un niño.

Tenía mal genio… Claro, cuando un idiota como él osaba meterse con algo que le importaba.

Era testadura. Él había hecho todo lo posible por hacerse perdonar por su comportamiento, pero ella no había cedido. Había levantado la barbilla, lo había clavado en el sitio con sus ojos azules, que eran pura dinamita de tan expresivos, y había rehusado su invitación a comer. El tono de su negativa era tal que no admitía réplica.

—Sí, es algo especial —musitó Ryan, volviendo a su sillón—. Pero Carolyn, encanto, puede que haya perdido la batalla, pero la guerra no ha terminado.

 

***

Carolyn entró en su dormitorio con un suspiro de cansancio, impaciente por meterse en la cama y dar por finalizado aquel día que parecía haber durado como una semana.

Mientras se quitaba el vestido pensó que aquel condenado Ryan Sharpe parecía haberse aposentado en su cerebro. ¿Por qué desperdiciaba energía mental con un hombre que ni siquiera le caía bien? Era grosero e impertinente. Había demostrado que no se aceptaba a sí mismo y prácticamente había condenado la labor a la que ella entregaba alma, mente y corazón.

Vestida solo con tanga, cruzó la estancia, apoyó los codos en la cómoda y se miró en el espejo con ojo crítico.

¿Qué habría visto Ryan Sharpe como hombre que mirara a una mujer por primera vez? Bueno, con los años le habían dicho que era guapa, y suponía que era cierto. No bellísima ni de llamar la atención y, desde luego, no voluptuosa, pero tenía una cara bonita.

Ryan era el tipo de hombre que podía elegir todas las mujeres bellas y voluptuosas que quisiera. Sin duda, atraía a las mujeres como la miel a las moscas.

Recordó las palabras que le había dicho y sintió un escalofrío.

—Basta —dijo en voz alta al darse cuenta de que estaba al borde de las lágrimas. Se abrazó los codos y respiró hondo—. Oh, sí, Ryan Sharpe. Yo sé muy bien lo que es ser diferente y no encajar. Ser diferente, diferente, diferente.

Con un suspiro que contenía un eco a lágrimas y con manos temblorosas, se quitó los audífonos dobles que llevaba.

 

 

Tres días después, Carolyn levantó los ojos al techo a media mañana cuando una mujer joven entró en su despacho con un ramo de flores en un jarrón azul perlado.

—¡Oh, no, Janice! —exclamó; se recostó en su silla y se cubrió los ojos—. Otra vez no.

—Para ti —repuso Janice con alegría—. Otra vez. Es el tercer ramo en tres días, Carolyn. Todos en la agencia estamos muertos de curiosidad por saber quién es tu pretendiente —dejó el jarrón sobre la mesa—. Susúrrame su nombre y te juro que no diré quién es a más de diez personas.

Carolyn se echó a reír.

—¿En serio? Es una oferta que me cuesta mucho rehusar, pero voy a hacer un esfuerzo.

—¡Maldita sea! —exclamó Janice; sacó un sobrecito blanco de entre las flores y lo agitó en el aire—. ¿Qué pasará si le echo un vistazo?

—Te juegas la vida —Carolyn tendió una mano—. Dámelo.

—¡Vaya! —dijo la otra; le puso el sobre en la mano—. La historia de amor del siglo tiene lugar aquí y solo conocemos la identidad de la mitad de la pareja. Tú.

—Yo no soy la mitad de una pareja. Vete de aquí y déjame trabajar.

En cuanto Carolyn se quedó sola, puso el sobre en la mesa y lo miró mientras jugaba con la idea de hacerlo pedazos y tirarlo a la basura. Sabía muy bien lo que había escrito en la tarjeta, ya que, sin duda, eran las mismas palabras de las dos tarjetas anteriores que habían llegado con sendos ramos.

 

Lo siento.

Por favor, perdóname y acepta comer conmigo.

Ryan

 

—Oh, me está volviendo loca —dijo. Tomó el sobre y sacó la tarjeta—. Sí. Lo mismo. «Carolyn, lo siento. Por favor, perdóname y acepta comer conmigo. Ryan». Bien, pues ya estoy harta de esto, muchas gracias.

Sacó la guía de teléfonos del cajón inferior, la puso sobre la mesa y empezó a pasar las páginas con más fuerza de la necesaria. Cuando encontró el número que buscaba, lo marcó en el teléfono y oyó sonar el timbre al otro lado.

—Arquitectos MacAllister —dijo una voz animosa de mujer—. ¿Qué desea?

—Ryan Sharpe, por favor —repuso Carolyn, tamborileando sobre la mesa con los dedos de una mano.

—Un momento, por favor. La paso.

—Mil uno, mil dos —murmuró Carolyn—. Mil…

—Ryan Sharpe.

Ella no recordaba que su voz fuera tan profunda y masculina, tan…

—¿Diga?

—Sí —respondió ella en voz demasiado alta—. ¿Ryan? Soy Carolyn St. John. Tienes que dejar de enviarme flores. Son muy bonitas y esto huele muy bien, pero mi despacho empieza a parecer un jardín. No solo eso, sino que mis compañeros de trabajo se lo pasan bomba intentando adivinar quién es el pretendien…, quiero decir, quién las envía, y eso… altera nuestra rutina, así que deja de hacerlo, por favor.

—De acuerdo.

Carolyn frunció el ceño.

—¿De acuerdo? ¿No piensas discutir? ¿Lo aceptas y en paz?