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Todas deseaban en secreto que él las protegiera Pero sólo había una mujer en la vida de David Montgomery: su hija Sarah Ann... hasta que perdió la memoria en un accidente y la encantadora Patty Clark le hizo una proposición que no pudo rechazar. Entre su hijo de tres años y la pequeña Sophia, en la vida de Patty no había ni un minuto de aburrimiento. ¿Pero cómo podría darles la espalda a aquel irresistible padre y a su adorable niña? Pronto la presencia de David en la casa despertó las chispas de la pasión y Patty no tardó en desear que aquel acuerdo temporal se convirtiera en algo para toda la vida...
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Seitenzahl: 216
Veröffentlichungsjahr: 2012
Editados por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2004 Joan Elliott Pickart. Todos los derechos reservados.
FAMILIA POR ACCIDENTE, Nº 1517 - octubre 2012
Título original: Accidental Family
Publicada originalmente por Silhouette® Books.
Publicada en español en 2005
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.
Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.
® Harlequin, logotipo Harlequin y Julia son marcas registradas por Harlequin Books S.A.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.
Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
I.S.B.N.: 978-84-687-1139-3
Editor responsable: Luis Pugni
Conversión ebook: MT Color & Diseño
www.mtcolor.es
Patty Clark condujo su coche en medio del intenso tráfico que se producía en hora punta en Ventura. Era un maravilloso día de septiembre. El sol de California, que brillaba con fuerza en el cielo salpicado de algunas nubes, garantizaba con su presencia que caldearía el frescor de la mañana.
En el asiento de atrás, Sophia, un bebé de tres semanas, dormía plácidamente en su sillita de seguridad a pesar del volumen con el que estaba cantando su hermano Tucker, de tres años.
—Sarah Ann, Sarah Ann, Sarah Ann —gritaba Tucker con entusiasmo—. Voy a ver a mi mejor amiga, Sarah Ann. ¿Verdad, mamá? Vamos a la guardería y podré jugar con Sarah Ann, Sarah Ann, Sarah Ann...
—Sí, Tucker, así es —dijo Patty riendo—. Hoy vamos a ir a la guardería, pero recuerda que mamá ya no trabaja allí. Lo que pasa es que necesitan que hoy les eche una mano porque no tienen suficientes cuidadoras para encargarse de unos trastos como vosotros.
—Y voy a jugar con Sarah Ann —gritó Tucker.
—Más bajo, cariño —le pidió su madre—. Despertarás a Sophia e irá llorando todo el camino hasta la guardería. Y no queremos que eso ocurra, ¿verdad?
Patty mantuvo silencio durante unos segundos antes de volver a hablar.
—Tucker, han pasado más de tres semanas desde que fuimos a la guardería por última vez. No sabemos con seguridad si Sarah Ann seguirá yendo. Y no quiero que te lleves una decepción si no puedes jugar con ella.
—Estará allí —aseguró Tucker—. Su papá la llevaba todos los días, ¿no te acuerdas?
—Sí, eso es verdad —reconoció Patty—. Pero Sarah Ann empezó a venir al centro sólo dos semanas antes de que nosotros dejáramos de ir. Tal vez su papá ya no la siga trayendo.
—Sí que la trae —repitió el niño frunciendo el ceño—. Sé que la trae. A Sarah Ann le gusta ir a la guardería. Y su padre le sonreía por eso. Yo voy a jugar con Sarah Ann, Sarah Ann, Sarah Ann...
Patty trató de desconectar de la excitación de su hijo. Estaba claro que Tucker no quería aceptar el hecho de que tal vez su mejor amiga no estuviera aquella mañana en la guardería.
«Su padre le sonreía».
Las palabras de Tucker resonaron en la cabeza de Patty mientras su mente se trasladaba hacia las dos semanas en las que David Montgomery había llevado a su hija a la guardería antes de que Patty se marchara para dar a luz a Sophia.
—Oh, sí —murmuró entre dientes.
El guapo-hasta-decir-basta señor Montgomery sí que sonreía a su hija antes de dejarla por la mañana y cuando la recogía a las seis menos cuarto en punto de la tarde. Pero nunca le dedicaba esas sonrisas a ninguna de las cuidadoras ni se paraba al menos un instante para decir el típico: «Que pasen un buen día» al personal. Toda su atención iba dirigida a Sarah Ann y a nadie más.
Aunque... Bueno, lo cierto era que había habido un pequeño contacto entre la misma Patty y David Montgomery el último día que ella estuvo en la guardería.
Todo había empezado cuando Susan, otra de las cuidadoras, se había acercado a Patty como una exhalación antes de que David Montgomery llegara con su hija.
—Hoy es el día —dijo Susan, que era una joven muy atractiva—. Lo presiento. Esta mañana, cuando David Montgomery deje a la pequeña Sarah Ann me va a sonreír. He hecho todo lo posible para conseguir que ese hombre tan guapo se percate de mi existencia y haga algo más que fruncir el ceño y asentir levemente con la cabeza en mi presencia. Pero tengo un presentimiento, Patty. Hoy me va a sonreír... a mí.
—¿Estás completamente segura de eso, Susan? —le había respondido ella con una carcajada.
—Sí, lo estoy —aseguró la joven asintiendo con decisión—. Sabemos que es padre soltero porque no hay ninguna señora Montgomery en la solicitud que rellenó para el ingreso de Sarah Ann. Yo soy madre soltera. Así que tiene sentido que el maravilloso David conozca a la maravillosa Susan... Oh, ya llegan. Están en la puerta de entrada. Hoy es el día. Obsérvame en acción.
Patty siguió a su compañera. Si la decidida Susan conseguía de verdad que David Montgomery le sonriera era algo que valía la pena presenciar. De verdad era un hombre extremadamente guapo.
Era alto y de cabello oscuro, como la propia Patty. Ancho de hombros y con piernas musculosas que se adivinaban bajo los pantalones vaqueros que solía llevar. Y tenías los ojos azules más impresionantes que había visto en su vida. No era de extrañar que Susan estuviera colada por aquel hombre que sólo tenía sonrisas para su hija.
—Buenos días, Sarah Ann —dijo Susan con entusiasmo deteniéndose delante de ellos—. Y buenos días a usted también, señor Montgomery.
David Montgomery asintió con la cabeza y luego se giró de nuevo hacia su hija.
—Pásatelo bien, cariño —dijo sonriéndole—. Te veré más tarde. Te quiero.
—Te quiero —respondió la niña corriendo a reunirse con los demás.
David frunció el ceño al ver marcharse a Sarah Ann sin darse la vuelta ni una vez para mirar a su papá. Susan se dio la vuelta y puso los ojos en blanco al ver a Patty allí de pie.
—¿Señor Montgomery? —dijo Patty.
—¿Sí? —respondió él girando lentamente la cabeza para mirarla.
—Me llamo Patty Clark. Éste es mi último día aquí. Sólo quería decirle lo contenta que estoy de haber conocido a Sarah Ann. Es una niña muy alegre y muy inteligente.
—Gracias —contestó él con una sonrisa—. Le agradezco que me lo diga. Yo creo que es muy especial, pero reconozco que no soy muy imparcial respecto a mi hija. Pero por favor, llámame David. Yo te llamaré Patty.
—De acuerdo. Yo tampoco soy imparcial con mi hijo —respondió Patty soltando una carcajada—. Y seguro que me pasará lo mismo cuando llegue esta pequeña —aseguró palmeándose el vientre.
—Tu marido y tú debéis estar encantados con tener otro hijo —dijo él.
—Yo no... No estoy casada —contestó Patty—. Estoy divorciada. Pero sí, dentro de un par de semanas podré abrazar a mi niña y estoy deseando hacerlo.
—Mami —dijo Tucker apareciendo al lado de su madre—. ¿Podría venir Sarah Ann un día a jugar a casa? Es mi mejor amiga.
—Ya veremos, Tucker —respondió Patty—. No te prometo nada.
—Así que éste es Tucker —intervino David—. Sarah Ann habla muchísimo de él en casa. Ella también dice que es su mejor amigo.
—A los tres años es muy importante tener un «mejor amigo» —aseguró Patty—. Bueno, debo reunirme con mi grupo. Que pase un buen día, señor Montgomery... David. Ha sido un placer charlar contigo.
—Lo mismo digo, Patty. Adiós.
Cuando David se dio la vuelta y salió por la puerta Susan se precipitó al lado de Patty.
—No me lo puedo creer —aseguró poniendo los brazos en jarras—. Te ha sonreído. He incluso ha mantenido una conversación normal contigo. ¿Qué tienes tú que yo no tenga?
—Un vientre abultado —respondió Patty soltando una carcajada—. Estoy en zona segura, como se suele decir. Las mujeres que parecen ballenas varadas no están en el mercado, por lo general. Tú, querida, eres demasiado guapa. Eres una molestia potencial para un hombre ante el que las mujeres caen rendidas sin ninguna duda.
—Supongo que sí —respondió Susan con una mueca—. Pero bueno, al menos hay una esperanza. Ese hombre no puede seguir siendo un gruñón el resto de su vida. ¿Has visto qué sonrisa, Patty? Se le ha iluminado toda la cara. Ha sido como si...
—Venga, déjate de historias y pongámonos a trabajar —la interrumpió Patty soltando una carcajada—. Con Marjorie en el dentista yo estoy a cargo de este lugar, y no permitiré que ningún David Montgomery nos distraiga de nuestra responsabilidad.
Patty se llevó las manos a los riñones y luego miró de soslayo la puerta por la que acababa de desaparecer David.
Hace tiempo, mucho tiempo atrás, ella también habría soñado con un hombre como aquél, igual que le había pasado a Susan. Pero aquellos días habían pasado. Para siempre.
—Semáforo en verde, semáforo en verde —gritó Tucker desde el asiento de atrás y devolviendo a Patty al momento actual—. Vamos, vamos.
El conductor que tenían detrás tocó el claxon como si estuviera de acuerdo con Tucker en que su madre debería moverse. Ella apretó el acelerador tratando de no pensar en el calor que le arrebolaba las mejillas.
Aquel viaje al pasado era una ridiculez, pensó sacudiendo la cabeza. Desconocía las razones que le habían llevado a recordar aquella conversación banal con David Montgomery.
Minutos más tarde entraba en la guardería con el portabebés con Sophia dentro en una mano, el bolso en un hombro y la bolsa de los pañales en el otro. Dos cuidadoras la saludaron con la mano desde el fondo de la estancia. Tucker corrió hacia su rincón favorito, en el que una multitud de bloques de madera pintados en colores brillantes esperaban para ser convertidos en creaciones mágicas. Susan corrió hacia Patty y agarró el portabebés en el que dormía Sophia.
—Hola, preciosa —dijo haciéndole una carantoña a la niña antes de volverse hacia Patty—. Por Dios, mírate. Ya has recuperado completamente la línea. Ni rastro de michelines bajo esos pantalones que llevas puestos. ¿Cómo lo has hecho? Yo todavía no me he recuperado de mi parto, y eso que fue hace siete años.
—Tú tienes una figura... deseable, Susan —aseguró Patty con una sonrisa—. Con muchas curvas. Muy femenina.
—Serías un buen político —respondió la joven con una carcajada—. Le dirías a la gente lo que quiere oír.
—Lo que yo quiero oír es que David Montgomery sigue trayendo aquí a su hija —aseguró Patty—. Tucker tiene tantas ganas de ver a su mejor amiga que si no aparece seguro que me montará una escena.
—Ah, David el guapo estará aquí enseguida con su niña —aseguró Susan—. Y con su ceño fruncido. El hombre no ha vuelto a sonreírle a nadie excepto a su hija desde que tuvo aquella charla contigo. ¿Crees que serviría de algo que me quitara la ropa cuando entre? No, mejor olvidémoslo. En cualquier caso es estupendo tenerte por aquí de nuevo, Patty. ¿Dónde quieres que ponga a la señorita Sophia?
—Utilizaré el despacho de Marjorie hoy ya que sigue de vacaciones. Pásamela, yo la llevaré.
—Sarah Ann, Sarah Ann, Sarah Ann —gritó Tucker—. Has venido. Le dije a mi mamá que vendrías.
Patty dejó el bolso y la bolsa de pañales sobre una de las mesas de los niños y se giró para observar cómo la puerta de entrada se cerraba tras Sarah Ann y David Montgomery.
«Oh, Cielo Santo», pensó para sus adentros. David Montgomery era todavía más guapo de lo que ella recordaba. Rezumaba masculinidad por todos los poros. Se movía con una gracia natural que indicaba que se sentía cómodo dentro de su cuerpo. Un cuerpo tan perfectamente proporcionado tenía que ser pecado.
¿Era un escalofrío sensual lo que le estaba recorriendo la espalda? No, no lo era. Qué idea más absurda.
Un instante después abrió los ojos de par en par al ver a Tucker y a Sarah Ann correr el uno hacia el otro y fundirse en un abrazo. Patty se acercó hasta ellos, consciente de que aunque eran de la misma edad su hijo era un niño fuerte y Sarah Ann era de constitución menuda y delicada. Si Tucker la abrazaba con fuerza podía terminar llorando.
—Tucker, cariño —dijo Patty cuando estuvo al lado de los niños—, ya sé que estás muy contento de ver a Sarah Ann pero vas a hacerle daño. Suéltala, Tucker.
—Vale —obedeció el niño—. ¿Sigues siendo mi mejor amiga, Sarah Ann?
—Eres mi mejor amigo del mundo entero, Tucker —aseguró la pequeña asintiendo con la cabeza.
—Vamos a jugar con los bloques —dijo Tucker tomándola de la mano.
—Vale.
—Adiós, Sarah Ann —se despidió David—. Te quiero.
—Te quiero —contestó ella sin mirarlo.
La pequeña pareja corrió hacía la esquina de la sala.
—Bien. Esto ha sido todo un encuentro —bromeó David antes de girarse hacia Patty—. Por lo que veo has estado ocupada desde la última vez que te vi —dijo mirando a la niña y luego otra vez a la madre—. Tienes una hija preciosa, Patty. Recuerdo que cuando tuve a Sarah Ann recién nacida entre mis brazos pensé que era un auténtico milagro. Siempre pensé que tendría tres o cuatro hijos y viviría en un casa llena de risas y felicidad y...
David se aclaró la garganta.
—Crecen muy deprisa. Yo ya he sido remplazado como mejor amigo.
—No, no lo creas —se apresuró a responder ella—. Sarah Ann parece despreocuparse cuando entra porque está convencida de que luego vendrás a buscarla. Eres su mejor papá y confía en ti ciega e inocentemente.
—Espero ser digno de esa confianza —aseguró David mirándola a los ojos.
—Yo... estoy segura de que lo serás —contestó ella manteniéndole la mirada.
«Qué ojos», pensó Patty un poco confusa. A su lado el cielo de Ventura parecía poca cosa. Eran tan azules... Cielos, hacía mucho calor allí. Sentía un fuego extraño consumiéndola por dentro.
—Bueno, será mejor que me vaya —dijo entonces él apartando la mirada con cierta brusquedad—. ¿Te reincorporas hoy al trabajo?
—No, en realidad no —respondió Patty antes de respirar hondo—. Sólo he venido hoy a hacer una sustitución porque están faltos de personal.
—Ya veo. Bien. Que tengas un buen día. Vendré a recoger a Sarah Ann a la hora de siempre. Adiós.
David se dio la vuelta y salió por la puerta desapareciendo rápidamente de su vista.
—Adiós —murmuró Patty al verlo marcharse.
Sophia sollozó ligeramente y abrió los ojos.
—Hola, dormilona —le dijo su madre—. Tu mamá ha perdido un poco el norte por culpa de un hombre guapo pero ya no volverá a sucederle. Voy a ponerme el sombrero de mamá y lo voy a mantener firme en su sitio.
Una vez en el aparcamiento David encendió el motor de su coche y vaciló un instante antes de echar marcha atrás. Tenía la mirada fija en la puerta de la guardería.
Patty Clark era una mujer muy atractiva, pensó. Calculaba que tendría unos treinta años. El cabello largo y negro le caía sobre los hombros y tenía unos ojos oscuros muy expresivos.
Incluso cuando estaba embarazada había algo en ella que sin lugar a dudas atraía la atención de los hombres. ¿Y ahora? Guau. David había sentido el calor subiéndole por el cuerpo cuando se había sumido en la oscura profundidad de sus ojos.
Patty tenía por delante un camino complicado. Divorciada y madre de un niño de tres años y una niña recién nacida. Su marido debía ser un elemento para que ella prefiriera estar sola en semejantes circunstancias que casada con él.
La próxima vez que se sintiera abrumado por su papel de padre en solitario pensaría en Patty Clark y en lo que tenía encima. La hermosa Patty. Ojalá tuviera cerca a su familia para que le echaran una mano, tanto física como emocionalmente. Pero ni siquiera eso cambiaría el hecho de que cada noche, cuando cerrara la puerta de su casa para aislarse del mundo, se enfrentara sola a las necesidades de aquellos dos niños. Tendría que ocuparse de muchas cosas, y...
—Montgomery —dijo David en voz alta sacudiendo la cabeza—. ¿Qué haces aquí sentado como un estúpido preocupándote de los problemas de otra persona? Una persona a la que además no conoces y que probablemente no volverás a ver en tu vida después de hoy.
David metió la marcha atrás, miró por el espejo retrovisor y enfiló hacia la salida. Pero antes de salir del aparcamiento dirigió una vez más la mirada hacia la puerta de la guardería. La imagen de Patty Clark se le dibujaba en la mente con perfecta claridad.
Era un día de mucho trabajo en la guardería. Con veinte niños llenos de energía había los conflictos habituales, muchas risas y alguna herida en la rodilla que necesitaba una tirita y un abrazo.
Después de comer los niños se echaban a dormir una bien merecida siesta dándoles a las cuidadoras la oportunidad de comer ellas y de respirar un segundo. Patty comió a toda prisa y luego se metió en el despacho de Marjorie para darle el biberón a Sophia. Se sentó en la silla de cuero que había detrás del escritorio para alimentar a su hija.
Sin casi pensarlo Patty se puso a pensar en la conversación que había tenido aquella mañana con David.
Le había parecido tan melancólico cuando le habló de su deseo de tener una familia numerosa... Melancólico y resignado ante la idea de que aquello no fuera a suceder. ¿Dónde estaba la madre de Sarah Ann, la mujer que le hubiera dado a David más hijos? Seguro que él se estaba preguntando también dónde se habría metido el padre de Sophia y Tucker. Pero por supuesto, esas preguntas no se le hacían a una persona a la que se acaba de conocer.
Patty suspiró.
Su triste historia sonaría como una telenovela barata, pero era la realidad a la que había tenido que enfrentarse durante los últimos meses, consiguiendo al menos un poco de paz interior al final.
Pero Patty pensaba que no lograría olvidar del todo el extremo dolor que había sentido cuando Peter se había ido de casa para trasladarse a vivir al apartamento de su secretaria el día después de Acción de Gracias, justo cuando Patty descubrió que estaba embarazada de su segunda hija.
Y como regalo de navidad Peter le había entregado los papeles del divorcio justo una semana antes de nochebuena.
Patty había tratado por todos los medios hablar con él, hacerle entender cuánto lamentaba no haber sido una esposa perfecta, asegurarle que lo haría mucho mejor en el futuro si le daba la oportunidad. Pero no, Peter había tomado ya una decisión. Su matrimonio había terminado, él estaba enamorado de su secretaria y punto.
Patty había fallado.
Se había esforzado al máximo en tener la casa limpia y ordenada a pesar de vivir con un niño pequeño que iba dejando los juguetes por todas partes. Preparaba comidas muy nutritivas con los postres favoritos de Peter y nunca se quejaba de estar cansada, ni de tener dolor de cabeza cuando él la buscaba por la noche. Pero todo aquello no había sido suficiente. Ella no había sido suficiente.
Era una madre entregada. De eso estaba segura. Pero había fracasado como esposa y por eso él la había dejado por otra mujer que pudiera y quisiera cubrir sus necesidades.
Por causa de esa mujer Tucker apenas veía a su padre. La mayoría de las veces no aparecía cuando tenía que ir a buscarlo. Y el niño ya no preguntaba por su papá. Cuando Peter aparecía Tucker salía por la puerta con el ceño fruncido y cuando regresaba se arrojaba en brazos de su madre.
¿Y la recién nacida?, se preguntó Patty mirando a Sophia. Cuando le dijo a Peter que estaba embarazada él puso los ojos en blanco con un gesto de disgusto y le dijo que sus respectivos abogados se pusieran en contacto para ajustar los futuros pagos de las pensiones alimenticias para los niños.
Cuando Peter iba a buscar a Tucker ni se fijaba en los cambios que experimentaba el cuerpo de su ex esposa, ni le preguntaba cómo se sentía ni si iba a ser niño o niña. Sabía cuándo salía de cuentas pero no había llamado para saber si había dado a luz. Sencillamente, no le importaba.
Porque Patty había fracasado como esposa.
Para Peter ella era la madre de sus hijos y nada más. Por ese motivo tendría que pasarle un cheque mensual. Y punto.
—¿Patty? —dijo Susan entrando en aquel momento en el despacho y arrancándola de sus tormentosos pensamientos—. Ésta es la primera oportunidad que tengo de hablar contigo a solas. ¿Ha visto ya Peter a Sophia?
Patty negó con la cabeza.
—No sé nada de él. Lleva meses sin aparecer para llevarse a Tucker los días que le correspondían. Él se lo pierde. Tengo dos hijos maravillosos y no tengo palabras para expresar lo mucho que estoy disfrutando de ser su madre. La vida me sonríe.
—No entiendo cómo puedes ser tan optimista —dijo Susan—. Yo hubiera matado al menos mentalmente al hombre que me hubiera hecho lo mismo que Peter te hizo a ti. Cada vez que pienso en ello me hierve la sangre. Y en cambio tú sigues sonriendo.
«Porque he llorado hasta que no me quedaron más lágrimas que derramar», pensó Patty para sus adentros.
La tarde pasó rápidamente y a las cinco en punto empezaron a llegar los primeros padres para recoger a sus retoños. La guardería cerraba a las seis. Cuando pasaron cinco minutos de esa hora Susan se puso los brazos en jarras y miró hacia la puerta.
—Esto es muy extraño —le dijo a Patty—. Desde que David Montgomery empezó a traer a Sarah podías comprobar si te iba bien el reloj con él. La recoge a las seis menos cuarto en punto, nunca más tarde de esa hora.
—Bueno, diez minutos no significan nada. Seguro que el tráfico está peor de lo habitual —la tranquilizó Patty dejándose caer en una mecedora—. Puedes marcharte, Susan. Yo esperaré a David. Sarah Ann es la única niña que falta por recoger y está jugando muy a gusto con Tucker. Sophia acaba de comer así que también está muy bien. Utilizaré estos minutos para relajarme yo un poco.
—No me gusta dejarte aquí sola —dijo Susan frunciendo el ceño—. Pero la canguro de mi hija Theresa se pondrá furiosa si llego tarde.
—Entonces vete. Vamos, vete —insistió Patty haciéndole un gesto con la mano—. Llevo trabajando aquí desde enero y nunca nadie ha llegado más tarde de las seis pasados unos minutos.
—Tampoco durante los dos años que llevo yo —reconoció Susan—. Ni siquiera sé cuál es la política de Marjorie al respecto porque nunca se ha dado el caso. No me preocuparía si no se tratara de David Montgomery. Nunca llega tarde, Patty, y son las seis y seis minutos. Es muy extraño. Ha pasado algo.
—Lo que es raro es que no haya telefoneado para decir que llegaba tarde —reflexionó Patty—. Ya sabes, si se le ha pinchado una rueda o algo así. Cuida muy bien de Sarah Ann y... tienes razón. Ha pasado algo pero no me hago una idea de qué puede tratarse.
Patty se detuvo un instante antes de continuar.
—Bueno, me quedaré aquí, me relajaré y esperaré. Márchate, Susan.
Susan consultó su reloj, puso una mueca y corrió hacia la puerta, desapareciendo de su vista un momento después.
Patty se inclinó hacia delante en la mecedora para comprobar que Tucker y Sarah Ann seguían enfrascados en el juego de construcciones y luego se quedó mirando el reloj de pared.
Evidentemente algo marchaba mal, pensó frunciendo el ceño. Era evidente para todo el personal que trabajaba allí que el centro del mundo de David Montgomery era su hija. Llegar tarde a recogerla sin llamar por teléfono para avisar de su tardanza era algo totalmente impropio de él.
Cielo Santo. Eran casi las seis y media. ¿Dónde estaba David? ¿Qué le habría ocurrido? ¿Qué debería hacer ella?
«David, por favor, entra por esa puerta. Ahora. Ahora mismo».
Pero David Montgomery no apareció y las agujas del reloj seguían avanzando.
—Mami —protestó Tucker a las siete menos cuarto—. Tengo hambre.
—Ya lo sé, cariño —dijo Patty poniéndose en pie—. ¿Por qué no os sentáis Sarah y tú en una de las mesitas y os llevo un poco de zumo y unas galletas?
—¿Y mi papá? —preguntó Sarah Ann con el labio inferior tembloroso—. Quiero a mi papá.
—Vendrá enseguida, bonita —aseguró Patty—. Tu papá va a llegar un poco más tarde, eso es todo. No llores, Sarah Ann. Tu papá aparecerá en menos que canta un gallo.
«Ahora, David», pensó mirando fijamente la puerta una vez más. «Entra por esa puerta, por favor».
Cuando Tucker y Sarah Ann se quedaron tan contentos tomando la merienda Patty entró en el despacho de Marjorie y se sentó tras el escritorio. Las paredes eran de cristal, así que podía ver a los dos niños desde allí. Sophia dormía plácidamente en su portabebés.
«Piensa, Patty», se dijo. «Tranquilízate y piensa». Tal vez David hubiera pillado una gripe inesperada, le hubiera subido la temperatura y se hubiera quedado dormido en casa porque estuviera ardiendo de fiebre.
Patty se levantó para acercarse al fichero que estaba en la esquina. Buscó la ficha que David había rellenado cuando inscribió a Sarah en la guardería. Momentos después marcó el número de teléfono que había en la ficha y se escuchó la señal de llamada al otro lado de la línea. Sonó y sonó durante bastante rato. En la ficha no había más información. Ninguna dirección de trabajo, nadie con quien contactar en caso de emergencia... nada.
Patty colgó el teléfono, volvió a sentarse y se apretó las sienes con las manos.