Con el corazón en la mano - Paquita Armas Fonseca - E-Book

Con el corazón en la mano E-Book

Paquita Armas Fonseca

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  • Herausgeber: RUTH
  • Kategorie: Fachliteratur
  • Sprache: Spanisch
  • Veröffentlichungsjahr: 2022
Beschreibung

En estas páginas se presenta parte de las vidas y los avatares de hombres y mujeres virtuosos, hacia quiénes no podemos menos que profesar respeto. En este texto nos resulta claramente perceptible un fuerte carácter épico, capaz de suscitar en los lectores las más intensas motivaciones. Tanto en la voz de la autora, como en la de sus propios protagonistas, se nos muestran las lides y los empeños, así como los itinerarios y laureles de varias importantes personalidades de la Cardiología y la Cirugía Cardiovascular.

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Seitenzahl: 306

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Primera edición impresa, 2019

Primera edición digital, 2020

Revisión técnica del ebook: Miriam RayaEdición: Neyda Izquierdo Ramos

Corrección: Norma Súarez Súarez

Diseño de cubierta: Daniel A. Delgado López

Diseño interior y emplane digital: Madeline Martí del Sol Conversión a ebook: Amarelis González La O

© Paquita Armas Fonseca, 2019

© Sobre la presente edición:

Editorial Científico-Técnica, 2020

ISBN 9789590512124

Quedan rigurosamente prohibidas, sin la autorización escrita de los titulares del Copyright, bajo la sanción establecida en las leyes, la reproducción parcial o total de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático, y la distribución de ejemplares de ella mediante alquiler o préstamo público. Si precisa obtener licencia de reproducción para algún fragmento en formato digital diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) o entre la web www.conlicencia.com EDHASA C/ Diputació, 262, 2º 1ª, 08007 Barcelona. Tel. 93 494 97 20 España.

INSTITUTO CUBANO DEL LIBRO

Editorial Científico-Técnica

Calle 14 no. 4104, e/ 41 y 43, Playa, La Habana, Cuba

[email protected]

www.nuevomilenio.cult.cu

Índice de contenido
Con el corazón en la mano
Página Legal
Agradecimientos
Prólogo
Una confesión necesaria
La cardiología, su vocación irresistible
Profesor José Manuel Martínez Cañas
Padre de la Cardiología en Cuba
Profesor Alberto Hernández Cañero
Del marcapasos a la clonación nada le es ajeno
Profesor Noel González Jiménez
Siempre sería cirujano
Profesor Julio Taín Blázquez
Los tres amores de Rodiles
Profesor Felipe Rodiles Aldana
Solo los que la practican conocen de su real alcance
Profesor Humberto Sainz Cabrera
La Cardiología, indispensable aliciente en la vida de la doctora Amoedo
Profesora Ligia Mireya Amoedo Mon
Seguiré trabajando mientras tenga lucidez
Profesor Luis Roberto Llerena Rojas
Pilar de la Cardiología pediátrica en Cuba
Profesor Ramón Casanovas Arzola
Protagonista de un gigante sueño en el centro de Cuba
Profesor Raúl Dueñas Fernández
Una emigración al revés
Profesor Héctor del Cueto Espinosa
El Cirujano que operó corazones solo con voluntad
Profesor Delfín Rodríguez Mulet
Luisa, la enfermera imprescindible
Luisa Clarisa Jiménez García
Un profesional nacido para investigar
Profesor Manuel Jacas Tornés
La cirugía no es una especialidad de un solo individuo
Profesor Milvio B. Ramírez López
Un hombre consciente del camino que siguió
Profesor Felipe Alberto Cárdenas González
El paciente siempre tiene la razón
Profesor Eduardo Rivas Estany
Prefiero desarrollar mi trabajo directamente con los pacientes
Profesor José A. Valdés Rucabado
Soy un obrero de la medicina
Profesor Joaquín Bueno Leza
La docencia siempre me ha atraído
Profesora Margarita Dorantes Sánchez
Ir del síntoma al signo, la base de toda la Cardiología
Profesor José Darío Barrera Sarduy
La medicina es un sacerdocio
Profesor Horacio E. Pérez López
Un cirujano debe luchar para que una vida no se pierda
Profesor Manuel Silvino Nafeh Abi-Rezk
Quiero que me recuerden como un amigo
Profesor Álvaro Lagomasino Hidalgo
Dejamos nuestra piel en el salón de operaciones
Doctor Ángel Manuel Paredes Cordero
Genial en la ciencia y equivocado en la vida
DOCTOR Alexis Carrel
No se puede pretender la inmortalidad
Profesor Eugene Braunwald
Un cerebro tras el corazón
Profesor Valentín Fuster
Merecía una vida más allá de la muerte
Profesor René Favorolo
Un hombre de corazón grande
Profesor Juan Carlos Chachques
Las negras manos del primer trasplante cardiaco
Hamilton Naki
Otro genial negro cirujano que fue discriminado
Vivien Theodore Thomas
Un experto en dar cortes virtuales en el corazón
Profesor Juan Valiente Mustelier
Volvería a ser anestesióloga y perfusionista
Profesora Ana Dolores Lamas Ávila
En anestesiología solo hay procederes mayores
Profesor Ignacio Ricardo Fajardo Egozcue
Si vuelvo a nacer sería anestesiólogo cardiovascular
Profesor Antonio de Jesús Cabrera Prats
Testimonio gráfico
Datos de la autora

Para Irma esté donde esté.

Y también, por supuesto, para Paredes en primer lugar, pero en esanumerosa relación de agradecimientos están Dopaso, Barrera, Valiente, Fausto, Axel, Robertico, Lisbet, Aida, doctores que me acompañaron (y acompañan) en el vía cruxis hacia la vida durante mi proceso operatorio y de recuperación. No pueden faltar ahí los especialistasAlexei, Madelín, Yaqueline, Betty, Olguita, Susana, Cecilia, Jose, Rohelis, Mailín, Milagro, Sureiny, Juan Miguel, y también

Mayra, María del Carmen, Juanita, más otro grupo de trabajadores del Instituto de Cardiología y Cirugía Cardiovascular que se han ganado mi cariño y respeto. A todos, gracias.

PRÓLOGO

…y entre la espesa muchedumbre, que agitada

por un soplo de vida ondulaba en un espacio inmenso,

veía elevarse los grandes maestros de la ciencia y la virtud…

P. Félix Varela

(Cartas a Elpidio)

La presente, es una obra cuyo contenido pulsa las cuerdas de lo venerable y lo sagrado. En estas páginas se escurre parte de las vidas y los avatares de hombres y mujeres virtuosos, hacia quiénes no podemos menos que profesar un devocional respeto. Así, desde la perspectiva de discípulo —remedo del joven Elpidio a quien el padre Varela dirigiese sus enseñanzas— en este texto nos resulta claramente perceptible un fuerte carácter épico, capaz de suscitar en nosotros las más intensas motivaciones.

Tanto en la voz de la autora, como en la de sus propios protagonistas, se nos muestran las lides y los empeños, así como los itinerarios y laureles de varias importantes personalidades de la Cardiología y la Cirugía Cardiovascular. Todos ellos titanes de la labor docente, investigativa y asistencial en esa vertiente de la medicina dedicada al cuidado del más noble de los órganos. De este modo, asistimos a un eficaz acercamiento al legado científico y ético que, durante décadas, han ido labrando las hábiles manos y las mentes brillantes de estos médicos excepcionales.

Pero en esta obra también rezuma la mística. Aquella de la autosuperación constante, de la responsabilidad y del compromiso con la excelencia. Una especie de ascética secular forjada en medio de no pocas limitaciones y dificultades, pero superadas a golpe de creatividad e ingenio. Y es que esta es una profesión que continuamente exige una “súper-erogación”, una entrega que nos empuja a ir más allá de nosotros mismos, de nuestra fatiga y no pocas veces de nuestras propias necesidades. Precisamente es el testimonio diario de consagración al paciente, el que confiere a la medicina cubana ese rostro humano, tan reconocido y admirado en el mundo entero.

Para muchos de nosotros es evidente que la práctica médica no se limita al “saber”, algo que la convertiría en un conocimiento tan abstracto como estéril. Tampoco es únicamente “saber hacer”, pues se quedaría en el puro virtuosismo técnico-manipulativo. La medicina es también, y sobre todo,“saber ser”. Una compleja combinación de aptitudesy actitudes, como la capacidad de escucha y de diálogo, la empatía, la simpatía y el respeto. Tan importantes “dotes”, aunque enormemente supeditadas a la personalidad de cada individuo, también necesitan ser educadas y ejercitadas desde el mismo inicio de la formación y luego, durante todo el ejercicio profesional.

A esa dimensión del “saber ser”, también pertenecen las virtudes (prudencia, sensibilidad, honestidad, discreción, humildad, paciencia, justicia, entre tantas otras). Estos son valores configurantes, actitudes firmes y estables que le confieren a la personalidad equilibrio y armonía, las cuales a su vez modelan nuestra forma de ser, de estar y de relacionarnos. La “virtud” constituye, de algún modo, la meta de la vida moral. Al decir de Diego Gracia, el médico perfecto es el médico virtuoso y la relación médico-enfermo solo será perfecta si el profesional aspira a la virtud, pues de ella emana la excelencia.

Sin embargo, tal y como ya desde antaño enunciase Aristóteles en su obra Ética a Nicómaco, la adquisición y ejercicio de las virtudes no se logra en base a procesos de índole teórica o abstracta. Por tanto, resulta dudosa la eficacia de memorizar listados de valores, o la monótona repetición de lemas por la calidad y la excelencia en los servicios. El grueso de los autores coincide en que el ejercicio de los valores no se consigue, sino en procesos eminentemente vivenciales: solo se aprende a ser virtuoso, practicando y viendo practicar la virtud.

Es también gracias a esta dinámica que muchos de los aquí entrevistados han influido de forma poderosa en sus colegas y discípulos. De esta manera, algunos de estos “profesores de profesores” alcanzan ya los límites de lo legendario. Así, a los recuerdos propios, atesorados por los que hemos tenido el enorme privilegio de compartir y aprender directamente de alguno de ellos, se suman las vivencias, experiencias, anécdotas y enseñanzas heredadas, esto es, transmitidas de una generación a otra y que forman parte de un acervo, gracias al cual su influjo se expande y amplifica.

No obstante, el texto logra eludir toda forma de lisonja banal y de adulación, aquí no tendrá el lector una visión plana o edulcorada de seres “perfectos”. Por el contrario, su autora se las ingenia para mostrar rasgos de la profunda complejidad psicológica de seres humanos que se han empinado cuesta arriba, a pesar de sus naturales limitaciones. Otro aspecto a destacar es el referente a que estos profesores nuestros, nunca suficientemente retribuidos en su justa magnitud, hayan permanecido fieles a los suyos y al servicio de su pueblo, a pesar de las disímiles oportunidades profesionales que han tenido en otros horizontes.

Un punto interesante y potencialmente polémico es que quizás en este libro no se incluyen todos los que, por derecho propio, pertenecen a semejante constelación. No podemos ignorar las limitaciones del tiempo y del espacio cuándo se confecciona una obra de esta índole. También hemos de asumir la fragilidad de la memoria, sobre todo respecto a los que ya no están entre nosotros. Sin embargo, cualquier omisión solo servirá para recordarlos y ubicarlos en su justo lugar: ese olimpo del que nunca han salido.

Mientras tanto, Paquita ha logrado transmutar de posición, y cuestionario en mano —cual filoso escalpelo— es ahora ella quien escinde el pecho de curtidos profesores para, a corazón abierto, exponernos la fibra con la que están fabricados estos gigantes.

Dr. Aldo Miguel Santos Hernández

Una confesión necesaria

En la última decena del mes de diciembre de 2010 sentí el susto más grande de mi vida. Por la madrugada me desvelé y al empezar a hacer ejercicios de relajación, no me sentía el corazón. Me toqué la cara, la cicatriz, puse mi mano en el pecho y respiré profundo: ahí estaba latiendo ese músculo especial, moviéndose en silencio no a modo de caballo desbocado, como hacía antes del 17 de diciembre de ese mismo mes, cuándo me colocaron una válvula mitral artificial y arreglaron el tabique interauricular para cerrar una comunicación existente entre ambas. El silencio de mi pecho fue el primer síntoma de la mejoría de mi calidad de vida.

Había llegado a la mesa de operaciones cuándo el resultado del estudio anual cardiovascular al que me someto desde 1979, arrojó que mi insuficiencia mitral estaba provocando una hipertensión pulmonar. Los primeros días posoperatorios no fueron nada fáciles: la tos me removía el pecho recién operado, levantarme o acostarme era una agonía, pero en la medida que el tiempo transcurría todo fue mejorando hasta un día que descubrí podía comer pan con tomate y chocolate, sin que la gastritis acabara conmigo. Fui el ser humano más feliz de la tierra, luego de seis años de dieta por mis males estomacales. Un corazón deficiente hace que el hígado funcione mal, e incluso, que el estómago reaccione desfavorablemente a cualquier alimento.

Fue entonces que entendí la importancia de las entrevistas que estaba realizando para la página web de Cirugía Cardiovascular (http://www.cardiocirugia.sld.cu). Cada cirujano, cardiólogo o anestesiólogo que entrevistaba tenía una historia de vida relacionada con salvar a hombres y mujeres, o por lo menos mejorar a personas con corazones problemáticos.

Recuerdo que una noche, un año antes de operarme (entonces ni él ni yo sabíamos que mi vida estaría en sus manos), el doctor* Ángel Manuel Paredes Cordero, bajó los diez pisos que lo separaban de mi apartamento, en el edificio de Infanta y Manglar, donde entonces él residía.

Fue con sus dotes de seductor para realizarme una propuesta: quería incluir en su web una sección con entrevistas a cardiocirujanos o cardiólogos que hubieran influido en el desarrollo de la cirugía cardiovascular en Cuba.

Yo lo miré, le adeudaba una excelente operación a mi hermana y muchas otras acciones médicas en las que me ayudó. Fue esa la primera razón, el agradecimiento, lo que me llevó a decir que sí, que haría las entrevistas.

Pero Paredes leyó en mi rostro el escepticismo cuándo me dijo: “Eso es un libro”. Yo no le creí y pensé que la página para él sería circunstancial y cuándo él se cansara, ya no tendría que hacer entrevistas.

La primera que realicé fue al profesor Julio Taín Blázquez y empezaron nuestras broncas. Que si no puedes decir esto, o aquello, porque en las revistas científicas no se escribe así. Él era, es, el editor de la web y al final decide cómo saldrá un texto.

Con el tiempo —he tenido que leer no sé cuántos centenares de cuartillas sobre cirugía— he comprendido que Paredes tenía razón. No es lo mismo escribir para una revista cultural que para una científica.

Por eso Con el corazón en la mano… es un libro de Paredes y mío. Con su imprescindible ayuda he entrevistado a un importante número de hombres y mujeres, que además de tener un gran corazón en el medio del pecho, han curado miles de personas que mejoraron su calidad de vida gracias a su sapiencia.

Aquí están las historias de los profesores José Manuel Martínez Cañas, Alberto Hernández Cañero, Noel González Jiménez, Julio Taín, Felipe Rodiles Aldana, Humberto Sainz Cabrera, Ligia Mireya Amoedo Mon, Luis Roberto Llerena Rojas, Ramón Casanovas Arzola, Raúl Dueñas Fernández, Héctor del Cueto Espinosa, Delfín Rodríguez, Milvio Ramírez López, Felipe A. Cárdenas González, Eduardo Rivas Estany, José A. Valdés Rucabado, Joaquín Bueno Leza, Margarita Dorantes Sánchez, José Darío Barrera Sarduy, Manuel Jacas Tornés, Horacio E. Pérez López, Manuel Silvino Nafeh Abi-Rezk, Juan Valiente Mustelier, Ana Lamas Ávila, Ignacio R. Fajardo Egozcue, Antonio Cabrera y de Luisa Clarisa Jiménez García, una enfermera imprescindible por décadas a la hora de operar.

Hay dos profesionales que no podían dejar de aparecer en este libro: el propio Paredes que no publicó su entrevista en la web que edita, pero es en opinión de muchos especialistas el mejor cirujano cardiovascular de Cuba, aunque no pertenece a la generación de los otros entrevistados. Lograr sus respuestas me costó realizar por lo menos diez antes que la suya. Y para convencerlo de que aparezca en estas páginas fue ponerlo en la disyuntiva de incluir nuestra conversación o renunciar al libro. Al fin, más que convencerlo creo que lo vencí.

El otro profesional del que en vez de una entrevista hago una reseña es el doctor Álvaro Lagomasino Hidalgo y confieso que fue una derrota para mí, porque no accedió a contestarme las preguntas y tuve que recurrir a respuestas suyas a colegas míos que navegaron con más suerte, pero el habanero aplatanado en Villa Clara es un cirujano del que se dice también que es el primero de nuestro país.

El conocedor de la cardiología y su aspecto quirúrgico, se dará cuenta de que faltan algunos nombres, por lo menos en esta primera aproximación a las vidas de los protagonistas de un área de la medicina cubana que exhibe importantes logros. Los que no están es porque no pudieron o no quisieron responder mis preguntas. Quizás accedan en el futuro, ahora bien, los que aquí están, SON.

El volumen incluye, además, siete semblanzas a eminentes cirujanos cardiovasculares que en el mundo se han destacado en esta rama por diversas causas. Ellos son los doctores: Alexis Carrel, Eugene Braunwald, Valentín Fuster, René Favorolo, Juan Carlos Chachques, Hamilton Naki y Vivien Theodore Thomas.

Espero que estas conversaciones hechas con el corazón en las manos con hombres y mujeres que tienen por razón de su existencia mejorar el músculo cardiaco de los demás, le sirva a usted lector para conocer a personas que sin ser especiales se convierten en extraordinarias para sus pacientes.

En una de mis habituales visitas al instituto de Cardiología coincidí con el doctor Sainz, que al comentarle sobre el proyecto del libro comenzó a relatarme aspectos muy interesantes sobre la historia de los comienzos de la cirugía cardiovascular en el país. Por su relevancia y por tratarse de una compilación de hechos inéditos, le solicité los escribiera para adicionarlo como parte indispensable de nuestro libro. Pocos días después recibí el texto que ustedes podrán leer a continuación y sin el cual este libro estaría incompleto.

Aunque existen referencias de que durante el año 1941, en el Hospital Municipal de la Infancia de La Habana, el doctor Manuel Carbonell Salazar, con el auxilio del doctor Mesa Quiñones, anestesista operó a dos niños a los que les cerró la Persistencia de Ductus Arterioso, se considera que la cirugía cardiovascular dio sus primeros pasos en Cuba cuándo en 1951 se fundó el Instituto de Cirugía Cardiovascular y Torácica en el Hospital Ortopédico de Avenida de los Presidentes y calle 29, en La Habana (hoy Fructuoso Rodríguez).

A partir de entonces comenzaron las operaciones cardiovasculares llamadas “cerradas” que se realizan sin necesidad de una máquina de corazón-pulmón o de circulación extracorpórea (CEC), equipo que sustituye las funciones del corazón y de los pulmones mientras dura el acto quirúrgico.

Para esa fecha, todavía el mundo no contaba con tales equipos que ni siquiera Julio Verne imaginó. En efecto, fue el 6 de mayo de 1953 que John Gibbon logró coronar con éxito el trabajo de toda su vida, al cerrar por primera vez, con una máquina corazón-pulmón de su invención, una comunicación interauricular en una joven mujer.

En el Instituto de Cirugía Cardiovascular y Torácica, fundado por los destacados cirujanos, doctores Antonio Rodríguez Díaz e Hilario Anido Fraguedo, con la adquisición en 1956, de una Máquina de CEC, conocida como “Bomba de Lillehei”, iniciaron la cirugía cardiaca a corazón abierto con el auxilio anestesiológico de los doctores Francisco Gutiérrez Peláez y Servando Fernández Rebull. Desde esa fecha y hasta 1960 realizaron más de seiscientas operaciones a corazón abierto y cerrado, convirtiendo a nuestro país en uno de los cuatro primeros en el mundo (Estados Unidos, Cuba, Suecia y Francia), que en esa época desarrollaron la cirugía de corazón y de grandes vasos.

Simultáneamente, en el Hospital Municipal de la Infancia (Pedro Borrás) el doctor Ángel Giralt operó más de cuatrocientos niños afectados de cardiopatías congénitas tributarias de correcciones quirúrgicas a corazón cerrado, o sea, sin necesidad de circulación extracorpórea que eran diagnosticado con el auxilio angiocardiográfico en la Fundación de Cardiología, que funcionaba bajo la égida de los doctores Agustín Castellanos y Otto García Díaz.

A su vez, en el Hospital Infantil Arturo Aballí, el doctor Rogelio Barata Rivero, con la ayuda anestésica del doctor Pedro Jiménez, realizaron numerosas operaciones cerradas y a corazón abierto contando con la “Bomba de Lillehei”, operada por su sobrino al que todos llamaban “Baratica”.

Mientras, en el Hospital Universitario General Calixto García, el doctor Roberto Guerra realizó algunas operaciones cerradas y el doctor Antero Sánchez a corazón abierto con la ayuda del doctor Noel González que había hecho pasantía en Minneapolis con el doctor Walton Lillehei.

La mayor parte de esas operaciones se realizaron gratuitamente por los equipos médicos pero con los recursos materiales que eran comprados por los pacientes y familiares a la usanza de la época; también se hicieron en algunas clínicas privadas. El Instituto de Cirugía Cardiovascular y Torácica era apoyado por un patronato de filántropos habaneros.

Entre los años 1960 y 1962 esos equipos quirúrgicos abandonaron el país y se interrumpió la cirugía cardiovascular; pero en el año 1961, cuándo el Ministerio de Salud Pública bajo la dirección del doctor José Machado Ventura ante la necesidad creada, responsabiliza al doctor Noel González Jiménez, que había trabajado con el doctor Antero Sánchez, con la tarea de formar un equipo de cirugía cardiovascular en el Hospital Comandante Manuel Fajardo, donde el doctor Roberto Guerra era jefe del Departamento de Cirugía General y hacia donde se llevaron las máquinas y demás equipamiento para la circulación extracorpórea del Instituto y de los demás hospitales.

El doctor Noel González Jiménez comenzó en 1961 el entrenamiento del equipo, realizando operaciones en animales con el concurso de jóvenes cirujanos. En ese grupo participaron el doctor Julio Tain Blázquez que le sucedería con el tiempo y Pedro Kilidjian Dejjian y los anestesiólogos Samuel Yelín y Gilberto Gil Ramos que también operaban las máquinas de CEC.

Con la colaboración del doctor Castro Villagrana del Instituto de Cardiología de México, previamente adiestrado en Houston; en 1966 se reinició la cirugía a corazón abierto con circulación extracorpórea para el tratamiento de cardiopatías congénitas y malformaciones valvulares; hasta entonces algunas operaciones sobre defectos intracardiacos se operaron con técnicas de hipotermia de superficie.

Desde 1960 en varios centros hospitalarios de la capital se llevaron a cabo operaciones “cerradas” particularmente Comisurotomía Mitral por eminentes cirujanos y anestesiólogos de la época donde destacaron los doctores Guillermo Hernández Amador y Díaz Arrastía con Samuel Yelín e Israel Pérez en el Hospital Pediátrico William Soler; Eugenio Torroella, Emilio Camayd Zogbe y Alberto Porro de Zayas en el Hospital Nacional y doctor José Cambó Viñas en el Hospital Clínico Quirúrgico Joaquín Albarrán.

Y ahora la historia sigue en la voz de otros protagonistas.

Paquita Armas Fonseca

* Todos los nombres de personas citados en “Una confesión necesaria” son doctores. (N. de la Ed.).

La cardiología, su vocación irresistible

Profesor José Manuel Martínez Cañas

Cuando un colapso detuvo el corazón del doctor José Manuel Martínez Cañas el 7 de julio de 1952, en La Habana, la vida le hizo una jugada irónica a quien había dedicado su vida a los estudios de cardiología y al ejercicio de esa especialidad con muy buenos resultados.

Nacido en plena Guerra de Independencia, el 5 de agosto de 1893 en La Habana, se dedicó a estudiar con brillantes resultados. Si la Física y la Química eran asignaturas en las que destacó, su biografía acentúa el triunfo en un certamen literario y también la práctica de deportes como la esgrima, disciplina en la que compitió y alcanzó trofeos. Su voracidad por el conocimiento humano lo llevó a ser un apasionado estudiante del violín y de la pintura.

 Pero a la hora de decidir su futuro no vaciló en matricular la carrera de medicina. Con calificaciones excelentes se presentó a oposiciones para la plaza de ayudante de la cátedra de Patología Médica y logró triunfar. De esta después sería profesor titular.

Ahora, su gran pasión sería “su vocación irresistible” por la cardiología, entonces una especialidad que comenzaba su desarrollo.

Estudió con los doctores Selian Heuhaf, de la Universidad de Fordham, en los Estados Unidos; Thomas Lewis de Gran Bretaña y A. Weber en el Instituto de Cardiología Experimental de Bad-Nauheim, en Alemania.

Al doctor Martínez Cañas, Cuba le debe el primer texto publicado sobre cardiología: Electrocardiografía: su valor en Clínica, que se insertó en 1919 en la Revista Médica Cubana.

Luego de especializarse en el extranjero, introdujo desde los Estados Unidos el electrocardiógrafo en nuestro país y realizó el primer electrocardiograma en septiembre de 1919. Además incorporó a la Isla la fonocardiografía o estenografía. Así consta en el informe preliminar presentado ante la Sociedad de Estudios Clínicos de 1922; además de exponer los resultados en el VI Congreso Médico Latinoamericano, celebrado en noviembre de ese año.

Entre otros textos el doctor Martínez Cañas publicó: Consideraciones de la electrocardiografía en las enfermedades del corazón, en 1920; Consideraciones sobre Patología Clínica y Cardio Vascular, en 1921; Las Bradicardias: Su concepto actual, en 1922; Elogio del doctor Joaquín Albarrán, en 1924; Consideraciones sobre la angina de pecho, en 1925; Curso de Patología Médica. Sección de Cardiopatología, en 1926; La Medicina Contemporánea, en 1933; Estetografía Clínica en 1936 y Los ruidos diastólicos, en 1937.

El profesor René Lutembacher, de Francia, elogió los aportes del doctor Martínez Cañas en la fonocardiografía, estudios que fueron calificados por A. Weber como “los más fundamentales” en el continente americano. Así lo hizo saber en 1937 al intervenir en el Congreso Germano IberoAmericano celebrado en Berlín.

Martínez Cañas fue Académico de número de la Academia de Ciencias Médicas, Físicas y Naturales de La Habana, presidente de la Sociedad de Estudios Clínicos de La Habana y fundador y presidente de la Sociedad Cubana de Cardiología.

Con una amplia cultura humanista dominaba, además, los idiomas inglés, francés, alemán, italiano y portugués. Fue profesor de Patología Médica, pero apenas ejerció la docencia, primero porque la universidad estuvo cerrada de 1930 a 1933 y luego de 1935 a 1937, y después porque al reabrirse el centro presentó su renuncia irrevocable.

El doctor, José M. Chacón, un erudito profesor y amigo íntimo de Martínez Caña dijo las causas que llevaron al ilustre medico a alejarse de la docencia: “Las impurezas de la realidad lo llevaron a renunciar, cuándo aún era muy joven, a una cátedra, ganada en muy honrosa lid, aunque en honor de su Facultad debemos decir que nunca esta aceptó su renuncia y siempre consideró a Martínez Cañas como uno de sus timbres de gloria”.

A su vez , el también profesor Juan J. Remos Rubio, al escribir sobre Martínez Caña dijo: “Su entereza le llevó a renunciar su cátedra universitaria, obtenida por oposición, para sustituir la venerable personalidad científica y patriótica del doctor Diego Tamayo, cuándo entendió que su honor como profesor no le permitía continuar en su desempeño”.

Hoy, cuándo un electrocardiograma es un estudio bastante común y se ha perfeccionado su realización, pocos técnicos y mucho menos los pacientes, conocen la historia de su introductor en Cuba, que pudiendo ser pintor o músico, optó por “su vocación irresistible”: la cardiología.

Padre de la Cardiología en Cuba

Profesor Alberto Hernández Cañero

No todos los seres humanos tienen la suerte de llegar a más de 90* años con la lucidez necesaria para saber que el tiempo pesa. Ese es el caso del doctor Alberto Hernández Cañero, director fundador del Instituto de Cardiología y Cirugía Cardiovascular (ICCCV), Profesor Titular (consultante) del Instituto Superior de Ciencias Médicas de La Habana, Investigador Titular, Doctor en Ciencias y Miembro Titular de la Academia de Ciencias.

Mereció por sus indiscutibles méritos el título honorífico de Héroe del Trabajo de la República de Cuba, la Orden Finlay; la medalla 250 Aniversario de la Universidad de La Habana; la medalla Distinción por la Educación Cubana; medalla Comandante Fajardo; Servicios Distinguidos de las FAR; 30 años del Ministerio del Interior; Cardiólogo Distinguido; medalla y diploma de la Sociedad de Cardiología Centroamericana y del Caribe.

Reconocido por sus investigaciones, el doctor Hernández Cañero, o Cañero como le llaman todos sus pacientes, ha podido ver y protagonizar el avance de la Cardiología y la Cirugía Cardiovascular en el hospital que fundó en 1966.

Gracias a su empeño y empuje se aplicaron en la mayor de las Antillas las más modernas técnicas dirigidas al tratamiento del corazón. Lejos de frenar a los jóvenes los estimuló, de tal suerte que hoy reconocidos profesionales lo llaman el padre de la Cardiología en Cuba.

En un área remodelada de la reconocida institución médica tiene su oficina a la que asiste varias veces en la semana a escribir, ver pacientes o asesorar a los que le han seguido sus pasos.

Aún mantiene su optimismo por el mejoramiento humano porque sigue creyendo en los principios de humanidad que le hicieron quedarse en Cuba en 1959, cuándo muchos de sus colegas abandonaron su país.

Generalmente durante la niñez y la adolescencia se perfilan los gustos de lo que será una profesión en el adulto. ¿Es usted la norma o la excepción? ¿Qué hacía o le gustaba hacer de niño?

Mi infancia, que yo recuerde, no tuvo otra relación con la medicina que las visitas que hice a la consulta del médico, o las de este a mi casa, del doctor Ernesto Velarde, un médico de mi pueblo natal San Cristóbal en Pinar del Río, que me trató las enfermedades de la infancia.

En ese pueblo cursé la enseñanza primaria, monté a caballo, jugué a las bolas, a los trompos, a la quimbumbia y al base ball,* como receptor, donde no fui nada bueno. A los 11 años mis padres me enviaron a La Habana donde vivían mi abuela y tíos maternos para que me preparara para el ingreso en los estudios de bachillerato. Ya en la adolescencia tuve inclinaciones a distintas profesiones, primero quise estudiar abogacía, por la influencia del mayor de mis tíos, un emigrado español, obrero, que trabajaba en una fábrica de bloques de cemento, cuya ideología era la de un comunista utópico, que soñaba con una sociedad sin clases, y sin la existencia de un estado represivo. Es por eso que desde muy temprano comencé a interesarme por los problemas sociales, de ahí la profesión de abogado, como el mejor medio para defender mis ideales, hasta trabajé en una notaría. En 1933, después de la caída de la dictadura de Machado, me puse muy contento al conocer, a finales de ese año, la creación de soviets de obreros y campesinos en 10 centrales azucareros, pero se mantuvo poco la alegría, pues su duración fue fugaz. La huelga de marzo de 1935 reprimida por Mendieta, Batista, Pedraza y sus sicarios, marcó el camino hacia la profesión de médico, pues mi padre que era secretario de la Junta de Educación de mi pueblo, fue acusado de guiterista y dejado cesante. Por eso vino para La Habana con mi madre y mi hermana y me fui a vivir con ellos. Mi padre había abandonado la carrera de Farmacia, faltándole solo dos años, cuándo se casó con mi madre. Comenzó a estudiar de nuevo y se graduó de Doctor en Farmacia en 1937. Regenteó y trabajó durante año y medio en una botica* llamada La Nacional, situada en Belascoaín entre San Rafael y San Miguel, donde yo lo ayudaba a despachar, inyectar clientes y hasta recomendar medicinas, cosas que se hacían frecuentemente en estos establecimientos. En 1938 adquiere, a pagar en cierto número de plazos, una de estas boticas y es ahí que decido matricular la carrera de Medicina, sin abandonar mis ideales, ya que esta carrera es un verdadero sacerdocio que puedes ejercer y hacer el bien en cualquier parte sin contradicciones.

¿Por qué cardiólogo?

El porqué de esta especialidad puede haber sido un hecho casual. cuándo comencé la carrera, como cualquier otro estudiante de Medicina, busqué dónde practicar y se me ofreció la consulta de cardiología del Hospital Nuestra Señora de las Mercedes,* cuyo jefe era el doctor Juan Govea Peña, cardiólogo graduado en Francia, famoso en esos años, que tuvo la distinción de brindarme su consulta privada como medio de enseñanza. Con él aprendí a auscultar y a interpretar el lenguaje del corazón, que emitía un ruido de galope cuándo estaba enfermo y cansado, o un ruido de soplo si sus válvulas estaban estrechas, insuficientes o malformadas y se quejaba cuándo una arteria coronaria se estrechaba. Tenía para diagnosticar la ayuda del electrocardiograma, la radiología y la angiocardiografía. Tuvo la Cardiología un desarrollo impetuoso, tanto en sus medios de diagnóstico como en la ecocardiografía, la electrofisiología, los estudios hemodinámicos y la coronariografía, así como en los terapéuticos, medicamentosos, la estimulación cardiaca, y otros métodos invasivos como la angioplastia y la cirugía cardiovascular con las que se mejora la calidad de vida o se salvan estas. Por eso continué como cardiólogo en la Sala Yarini, Cátedra de Clínica Médica No. 8 con otro de mis maestros, el profesor Rogelio Lavín Padrón.

¿Qué significó el triunfo de la Revolución para usted?

Para mí fue un renacer dado mis ideales. Miembro del Partido Socialista Popular, seguía la guerra emprendida por Fidel desde la Sierra Maestra a través de la audición de Radio Rebelde, con un radio Punto Azul de onda corta y larga reliquia que aún conservo. Mi amigo, el comandante doctor Sergio del Valle Jiménez, me enviaba emisarios, yo ayudaba con lo que podía, me integré de nuevo a la docencia en 1960 y así me incorporé a esta Gran Revolución.

¿Cómo se creó oficialmente la especialidad de Cardiología en 1962?

Igual que en otras especialidades, fue un anhelo de los médicos cubanos, la creación oficial de estas para mejorar la salud del pueblo y evitar la charlatanería. En el caso de la Cardiología, se había creado en 1937 la Sociedad Cubana de esta especialidad, que estuvo a la vanguardia de esta lucha, pero la oficialización de las especialidades no pudo llevarse a cabo durante la República Burguesa. Con el triunfo de la Revolución tiene lugar una lucha ideológica y entre los años 1959 y 1964, de los 6215 médicos que había en Cuba, emigra cerca del treinta por ciento. Sus causas fueron diversas: unos por haber participado en los desmanes del batistato, fugitivos de la ley, algunos porque habían amasado grandes fortunas en negocios no relacionados con el ejercicio médico, otros siguiendo a sus clientes ricos y los más, confundidos por la propaganda mediática de mentiras y anticomunista. Esto ocasionó que en los tres primeros años de la Revolución, la prioridad estuvo en la formación de médicos generales para cubrir las necesidades médicas primarias de la población. Consideradas estas cubiertas, en 1962 se emite por el Ministro de Salud Pública (el ministro era el doctor José Ramón Machado Ventura), el 6 de agosto, el decreto ministerial 13, que crea la Comisión de Docencia del Interno y del Postgrado, que después de estudiar este problema, establece y publica los programas para el internado y residencia de diez especialidades clínicas, diez quirúrgicas y tres diagnósticas, para la obtención del grado primero de la especialidad.

¿Cuánto tuvo de Hernández Cañero “la primera piedra” del ICCCV que se creó en 1966?

Antes de la creación del ICCCV en 1966, ya habíamos estado seis años “poniendo piedras” y fue el trabajo realizado durante este tiempo el que permitió que nuestro grupo de cardiólogos y cirujanos y su servicio en el Hospital Comandante Fajardo, fuera escogido como asiento del ICCCV. Inicialmente solo fue un cambio de nombre.

¿De dónde sacaron los cardiólogos y los cirujanos?

Empezamos con un grupo de diez médicos de los cuales el único realmente cardiólogo era yo, miembro de la Sociedad Cubana de Cardiología (SCC), fui cardiólogo de: Maternidad América Arias, de la sala Yarini del Hospital General Calixto García y de la Fundación Agustín Castellanos. Los demás se formaron en la marcha y en cuanto a los cirujanos, los primeros: doctores Noel González Jiménez, Julio Taín, Felipe Rodiles, Manuel Jacas, José Arango Casado eran cirujanos generales que también se formaron y adquirieron destreza en su práctica diaria.

En lo personal tiene usted decenas de textos publicados y ahora, tengo entendido, escribe las memorias de esa institución que es su segunda casa. ¿Por qué no les adelanta a los lectores una o dos anécdotas de las que usted narra?

Como en los 45 años de existencia del ICCC, las anécdotas de hechos vividos fueron muchas, solo voy a referirme a dos: la primera tuvo lugar a finales del año 1968 en que el doctor Noel González Jiménez, jefe de la sección de Cirugía Cardiovascular del ICCCV, estando este aún en el Fajardo, propuso al MINSAP la creación de un Centro de Cirugía Cardiovascular y trasplante de órganos que se asentaría en la llamada Clínica Antonetti. Esta fue una clínica mutualista, que ya había sido intervenida por el MINSAP, y que como otras instituciones de este tipo pertenecían al Estado Cubano. Yo me opuse a este proyecto en un informe, pues consideraba que ya en esos momentos, la cardiología clínica sola, sin la cirugía cardiovascular no tenía razón de ser. Lo cierto fue que el MINSAP no aprobó el proyecto, pues no lo consideró viable, pero cedió la clínica Antonetti para el ICCCV. Años más tarde, en 1985, ya trabajando como director del Cardiocentro del Hospital Ameijeiras, Noel González realizó el primer trasplante cardiaco exitoso en Cuba, demostrando su capacidad organizativa, destreza y tenacidad. También se hizo evidente que, para obtener éxito en la trasplantología, era necesario su realización en un Hospital General como Ameijeiras, que estuviera dotado de otros servicios de apoyo como el de inmunología, neurología, nefrología y otros laboratorios especializados.