Conspiraciones de la raza de color. - Lacy Maia Mata - E-Book

Conspiraciones de la raza de color. E-Book

Lacy Maia Mata

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Beschreibung

El complejo proceso de abolición de la esclavitud en Cuba coincidió con el período de conspiraciones y conflictos anticoloniales, marcado por la agudización de las tensiones raciales, y al mismo tiempo por la construcción de alianzas interraciales. En ese contexto, la proyección de líderes negros y mulatos abrió caminos para la movilización, a partir de la identidad racial. En ese sentido, este libro estudia un proceso histórico-social amplio.

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Seitenzahl: 515

Veröffentlichungsjahr: 2022

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Primera edición impresa, 2019

Primera edición digital, 2020

Revisión de la edición para ebook: Norma Suárez y Adyz Lien Rivero Hernández

Edición: Royma Cañas Treto y María de los Ángeles Navarro González

Diseño de cubierta e interior: Daniel. A. Delgado López

Realización de imágenes: Seidel González Vázquez (6del)

Corrección: Carlos A. Andino Rodríguez

Emplane digitalizado: Irina Borrero Kindelán

© Iacy Maia Mata, 2019

© Sobre la presente edición,

Editorial de Ciencias Sociales, 2020

ISBN 9789590622908

Quedan rigurosamente prohibidas, sin la autorización escrita de los titulares del Copyright, bajo la sanción establecida en las leyes, la reproducción parcial o total de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático, y la distribución de ejemplares de ella mediante alquiler o préstamo público. Si precisa obtener licencia de reproducción para algún fragmento en formato digital diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) o entre la web www.conlicencia.com EDHASA C/ Diputació, 262, 2º 1ª, 08007 Barcelona. Tel. 93 494 97 20 España.

Estimado lector, le estaremos muy agradecidos si nos hace llegar su opinión, por escrito, acerca de este libro y de nuestras ediciones.

INSTITUTO CUBANO DEL LIBRO

Editorial de Ciencias Sociales

Calle 14 no. 4104, e/ 41 y 43, Playa, La Habana, Cuba

[email protected]

www.nuevomilenio.cult.cu

Índice de contenido
Agradecimientos
Prólogo
Preliminar
Capítulo 1 Libres de color y tensiones raciales en Santiago de Cuba
Comunidad de color y jerarquías sociales
Conflictos y tensiones
Capítulo 2 Agitaciones y noticias de conspiraciones
1867: Una nueva conspiración en El Cobre
Esclavitud en la región oriental
Vientos abolicionistas
Capítulo 3 Libres de color en la conspiración
Conspiradores
Raza y color en la conspiración
Motín en la Cárcel Real
Capítulo 4 Insurrección, esclavitud y emancipación
Esclavitud, libertad e insurrección en la región oriental
Libres de color en la primera insurrección
Después de la guerra: fuga y resistencia
La Guerra Chiquita
Accionando la identidad racial
Raza y debates parlamentarios sobre la emancipación
Desenlace
Capítulo 5 Patronato y conspiración en Santiago de Cuba (1880-1881)
Patrocinados, libertos y libres de color:el perfil de los sospechosos
Los casinos y la conspiración
Política, raza y represión
Liga Antillana
La pena: deportación para Fernando Poo
Objetivos de la operación
Consideraciones finales
Anexo II Cronograma de la conspiración de El Cobre 1867
Anexo III Implicados en la conspiración de El Cobre de 1867
Líderes
Familiares de Agustín Dá
Reclutadores de esclavos para la sublevación
Acusados del ingenio Santa Rita
Demás participantes
Anexo IV Perfil de los libres acusados en 1867
Bibliografía
Datos de autora

Agradecimientos

La realización de este trabajo solo fue posible gracias al apoyo y al financiamiento de algunas instituciones: el Programa de Doctorado con Estadía en el Exterior de Capes me permitió vivir en Cuba durante los meses de la pesquisa en los archivos cubanos; la Bolsa de Movilidad Internacional Santander, concedida a los alumnos de la Universidad Estatal de Campinas (UNICAMP), posibilitó mi estadía en España, durante seis meses, para la investigación en los archivos españoles; la Universidad del Estado de Bahía me auxilió con la Bolsa del Programa de Capacitación Docente y con el retiro de las actividades docentes.

A mi orientador, Sydney Chalhoub, debo un agradecimiento especial. Siempre salí de nuestras reuniones con optimismo. Con una manera amable y perspicaz, Sydney condujo la orientación con generosidad y precisión, impidiéndome cometer varios equívocos. Robert Slenes y Silvia Lara me ayudaron de diversas maneras y en diferentes ocasiones con sugerencias a la bibliografía e importantes alteraciones en el proyecto de búsqueda y en el examen de calificación. Slenes, desde el primer momento, me prestó libros e indicó contactos en Cuba; Silvia Lara me ayudó también con la documentación necesaria para investigar en los archivos de Cuba y muchas de sus sugerencias en la calificación fueron incorporadas al texto final. Agradezco a Antônio Sérgio A. Guimarães, João José Reis, Robert Slenes y Wlamyra Ribeiro de Albuquerque, por aceptar el convite para participar en la banca de defensa de la tesis, asimismo, a Fernando Teixeira da Silva, coordinador de la ColeÇão Várias Histórias, por su paciencia y generosidad.

João José Reis, orientador en la graduación y en la maestría, despertó con sus clases y obras mi interés por los estudios sobre la esclavitud. Las reuniones de la línea de pesquisa “Escravidão e InvenÇão da Liberdade”, de la Universidad Federal de Bahía, han sido un importante espacio de formación; allá, discutí parte de los capítulos 2 y 3, por lo que agradezco a sus miembros los comentarios y sugerencias. Algunos integrantes de esa línea de investigación colaboraron con indicaciones, préstamos de libros y el montaje del banco de datos.

En España, conté con la colaboración de las profesoras doctoras Helena Hernández Sandoica y Consuelo Naranjo Orovio. Esta última me ayudó con varios libros sobre Cuba y con la posibilidad de presentar una parte de este trabajo en el Grupo de Estudios del Caribe y del Mundo Atlántico, del cual formaba parte la italiana Loredana Giolito, que compartió conmigo su experiencia investigativa en Cuba. Joelma, Fábio y Thales me recibieron cariñosamente en su casa en mis primeros días en Madrid.

En Cuba, hay una larga lista de personas a agradecer. Sobre todo, a Marial Iglesias, por los encuentros en el Archivo Nacional de Cuba, por los libros, los diálogos en su casa y las clases sobre historia y pesquisa que, tan generosamente, me concedió. Agradezco, también, a Tomás Fernández Robaina, de la Biblioteca Nacional; a los funcionarios del Archivo Nacional de Cuba, en especial, a Julito, por ser siempre tan generoso y gentil. En Santiago de Cuba, la historiadora de la ciudad, Olga Portuondo, tuvo la gentileza de recibirme. Le doy gracias a los funcionarios del Archivo Histórico Provincial de Santiago de Cuba y a la investigadora Zoe Cremé Ramos. En la Habana, al librero Sixto, por sus preciosas indicaciones; a Tato Quiñones y Norberto Mesa, por las discusiones en La Ceiba sobre la cuestión racial. Victoria —en La Habana— y Mirtha —en Santiago de Cuba— me hospedaron durante mi investigación; no tengo como agradecer la hospitalidad y la generosidad de ellas.

Este trabajo se benefició también de los encuentros, en Cuba y en Brasil, con amigos e investigadores cubanos como: Aisnara Perera Díaz, María de los Ángeles Meriño Fuentes, Pedro A. Hernández Cuba e Ileana de las Mercedes Hodge. Aisnara y María me brindaron su amistad, me enseñaron sobre historia de Cuba, tradujeron y corrigieron minuciosamente la última versión de este trabajo. Estoy muy agradecida por el cariño, cuidado y todos los momentos de alegría que compartirmos. Pedro Cubas, amigo cubano, leyó una parte de este texto e hizo importantes correcciones. Entre los cubanistas, agradezco sobre todo a Camillia Cowling por el diálogo y a Adriana Chira, con quien compartí en Cuba la experiencia de ser una investigadora extranjera. Mi gratitud por la gentileza de la profesora doctora Rebecca Scott que, en dos ocasiones, interrumpió sus pesquisas en el Archivo Nacional de Cuba para prestarme valiosas informaciones.

A los compañeros con que he compartido, hace años, luchas y sueños, por enseñarme a no ser indiferente y por hacer de la utopía parte de mi camino. Agradezco a Mauricio Brito, Luiz Flavio Godinho, Jair Batista, Daniela Cerqueira, Luciana Cristina, Isabel Cristina do Reis, Telma Melo, Aldrin Castellucci, Paulo Santos, Kátia Almeida, porque todos son amigos de largos años que, de diferentes maneras, me ayudaron a pensar sobre lo que está escrito aquí. En el primer año del doctorado de la Unicamp conocí a dos bahianos, Robério Souza y Luciana Brito, y el paulista Glaydson José da Silva, y, desde ahí, caminamos juntos. Mauricio, Robério y Luiz Flavio me ayudaron con el cariño, el apoyo y la paciencia que solo los amigos-hermanos pueden ofrecer.

Agradezco a Denira, Patricia y Dénisson Júnior, hermanos amados, por el afecto y refugio en las horas más difíciles; a mis sobrinos, Dénisson Neto y Juan Pablo, por la sonrisa amplia y por el caminar suave; al amigo y cuñado Pablo Chacón, por el cariño y optimismo. A Anna Carolina, sobrina, ahijada y comadre, por el amor y el cuidado que tiene por Inaê. Fábio Nogueira me acompañó en la investigación en Cuba y leyó las primeras versiones. Inaê me sonríe —me hace reír— todos los días.

Iraci Maia Mata, un domingo de septiembre de 2014, cuando acababa de llegar la primavera, de forma inesperada, partió, “fue a veranear al infinito”. Madre, amiga, compañera de todas las horas, vivió “celebrando la vida, el caminar en la arena, el zambullirse en las aguas de Bahía de todos los Santos, la fiesta, la convivencia con la familia y los amigos”; dejó amor y añoranzas, inmensa añoranza.

Prólogo

Por motivos que me son propios, aprecio muchísimo la definición que Machado de Asís dio cierta vez de los miopes: son aquellos que “ven donde las grandes vistas no llegan”. Los historiadores deben aprender a ver de cerca, pues es así que las gentes y las cosas, cualesquiera que sean, parecen más curiosas, enigmáticas. Santiago de Cuba, a mediado del siglo xix, por ejemplo. En cierto momento de este libro, Iacy Maia Mata cuenta historias que muestran la presencia de tensiones raciales cotidianas en aquel tiempo y lugar. En las fiestas de cierto violinista y compositor blanco, los negros debían observar desde la calle, pues no les era permitida la entrada. En los carnavales, los músicos eran casi todos negros, pero los grupos de comparsas desfilaban por separado, según fuesen africanos “bozales”, mulatos o blancos. En la platea de los teatros, personas de color tenían lugares reservados en bancos al fondo de la sala; en el escenario, el personaje negro era un actor de cara pintada. Los bailes eran segregados, si bien había negros entre los músicos, así como sirviendo delicadezas o para espiar desde las ventanas. Se mandaba a observar con rigor una resolución, de 1854, que exigía permiso de la autoridad superior de la Isla para casamientos entre personas blancas y de color, pues la “diseminación de ideas de igualdad de la clase blanca con la raza de color” amenazaba el “orden público”. Durante una campaña con el objetivo de promover el casamiento formal de gente que vivía en concubinato, un hombre se rehusó a casarse con su pareja al alegar gran diferencia entre ellos por ser él blanco y ella, parda. El ejemplo que más me fascina es un artículo de la Ordenanza municipal de 1856, que mandaba lo siguiente: “cuando se encuentren dos individuos en la calle, cederá la acera el que la lleve a la izquierda, a menos que sean de distintas castas, en cuyo caso cederá siempre la de color a la blanca”. Además, todo blanco en aquella sociedad recibía el tratamiento de don y había quien, en Santiago de Cuba, aún en la década de 1860, solicitase certificado de limpieza de sangre, alegando que “nuestros ascendientes han sido personas blancas, limpias de toda mala raza, cristianos, y que nunca ejercieron oficios viles, ni deshonrosos en la ciudad y fuera de ella”.

De hecho, visto así, de cerca, nadie es normal, o sea, cualquier sociedad es muy extraña, en especial, en lo que concierne a las maneras de inventar o alucinar supuestas superioridades de unos sobre otros. Iacy tiene la habilidad de decir cómo realizó la investigación y compuso este libro respecto a los procesos históricos de constitución, mudanza y apropiaciones de la idea de raza en la Cuba del siglo xix. En mi reencuentro con el texto para la redacción del prefacio, y a partir de lo que la propia autora cuenta, quedé con una imagen fuerte en la cabeza, casi mítica, del momento en que la historiadora se encontró, en el Archivo, con un documento que cambió todo imponiendo una línea investigativa. En el Archivo Nacional de Cuba, en La Habana, entre 2009 y 2010, descubrió el proceso de la conspiración de 1867 de El Cobre, en 1200 folios manuscritos, con declaraciones de esclavos, personas libres de color, señores, administradores de haciendas, argumentos de acusación y defensa, documentos comprobatorios diversos, sentencia y todo el resto. Semanas de lectura, sorpresas, de descifrar caligrafías, entender protocolos, de relacionar piezas de autos, de penetrar, poco a poco, en las lógicas sociales que podrían conferir algún sentido a aquellas reglas y episodios perturbadores, respecto a las calzadas con paso prioritario para blancos, limpieza de sangre y casamientos prohibidos.

No preciso anticipar nada en este prefacio sobre el contenido específico del libro de Iacy. Algo que aprendí, en esta carrera de más de treinta años de orientar tesis y disertaciones, y después de escribir prefacios para varios de esos textos que se volvieron libros, es que la lectura del prologuista es mucho más placentera que la del orientador. El orientador lee para encontrar problemas, evitar errores, averiguar la coherencia del trabajo y asegurar el rigor del discurso de demostración y prueba. Hay quizás generosidad en todo eso, más el placer mismo, es leer sin necesidad de enmendar nada, de observar la solidez del resultado, la complacencia entre el texto y la pesquisa. Por eso, el primer aspecto a resaltar aquí es la calidad irreprochable de la prosa, la labor invertida en cada frase, en escoger cada palabra. Todo aquí está en su lugar, para garantizar que el acompañamiento del análisis no empañe el gusto de la lectura.

Ofrezco otras dos observaciones breves a los lectores sobre la importancia de este libro. Su tema forma parte de un proceso histórico amplio, pertinente a tantas sociedades del siglo xix, concerniente a la decadencia y a la crisis de la esclavitud, y a la organización del mundo del trabajo en otros términos. Desde el punto de vista de los estudiosos de la sociedad brasileña del siglo xix, el conocimiento del caso cubano es de gran importancia. Al leer el texto de Iacy, identificamos de inmediato varios puntos de contacto con la experiencia histórica brasileña, como la existencia de las prácticas semejantes de control social de los esclavos, la continuidad del tráfico africano ilegal, la importancia conferida al acceso de la manumisión, el desarrollo legislativo y gradual de la emancipación esclava —basta comparar la Ley Moret, de 1870, con la ley brasileña del 28 de septiembre de 1871—, la precariedad de la libertad de negros libres y libertos, privados de derechos civiles y políticos en cuanto al acceso a la educación y a oportunidades económicas. Todavía, a cada aproximación corresponde una diferencia, no menos importante, de comenzar por la situación específica de Cuba, aún colonia de España en el período de crisis de la esclavitud, lo que llevó a una confluencia entre las luchas por la igualdad racial y por la independencia nacional, circunstancia inexistente en Brasil, aquí analizada con profundidad y brillo con relación al proceso histórico cubano.

Definitivamente, el libro de Iacy es un testimonio significativo respecto al camino recorrido por la historiografía brasileña en las últimas décadas. Como es notorio, la producción histórica sobre la esclavitud en Brasil es una de las áreas más dinámicas del oficio en nuestro país, con libros, capítulos, artículos, disertaciones y tesis apareciendo todo el tiempo, muchos de esos textos excelentes, con investigaciones originales en fuentes primarias y contribución relevante al debate académico. La autora se formó en ese caldo de estudios históricos, al compartir y contribuir, en Salvador de Bahía y Campinas, con grupos de pesquisa volcados al conocimiento de la historia social de la esclavitud y del racismo, en Brasil y en otros lugares. Sin embargo, hasta hace poco tiempo, sería difícil imaginar un estudio de esta densidad, basado en una pesquisa extensa en los archivos cubanos y españoles, lidiando de modo cuidadoso con la historiografía extranjera, en especial la cubana, que aparece en las universidades brasileñas orientados al estudio de esos temas. Me parece de buena voluntad que eso esté ahora sucediendo, pues la calidad y la acumulación de la reflexión brasileña reciente sobre la esclavitud y racismo precisan salirse de sus marcos para ir a la búsqueda de nuevas perspectivas analíticas al respecto de otros procesos históricos, nacionales e internacionales, en sus conexiones y sus condicionamientos mutuos. Después de todo, al ver la cuestión mucho más cerca, cada miope la verá de un ángulo diferente, el de sugerir otras pesquisas y nuevos desafíos a la imaginación política.

Sidney Chalhoub

Preliminar

En 1876, Antonio Maceo, entonces brigadier del Ejército Libertador, escribió una carta al presidente de la República en Armas, Tomás Estrada Palma. Maceo nació en 1845, en Santiago de Cuba, y pertenecía a una familia de “libres de color”. En 1868, cuando la primera Guerra de Independencia de Cuba comenzó, Maceo se incorporó a las fuerzas rebeldes y fue, poco a poco, gracias a su enorme talento militar, ascendiendo a posiciones de mando en el interior del Ejército Libertador.1 En una carta, Maceo afirmaba saber desde hacia algún tiempo

1 José Luciano Franco: Antonio Maceo. Apuntes para una historia de su vida, La Habana, 1975.

[…] que existe un pequeño círculo que propalaba haber manifestado al Gobierno no querer servir bajo las órdenes de este que habla, por pertenecer a la clase, y más tarde por distinto conducto he sabido que han agregado no querer servir por serles contrario y poner miras en sobreponer los hombres de color a los hombres blancos. Tal es la cuestión que ese círculo agita; y es de creer que la han lanzado para herir en lo más vivo al exponente […], tratando de hunri, ya que de otro modo no pueden, al hombre que ingresó en la Revolución sin otras miras que la de dar su sangre para ver si su patria consigue verse libre y sin esclavos […]. Y como el exponente precisamente pertenece a la clase de color, sin que por ello se considere valer menos que los otros hombres […]. Y protesta enérgicamente con todas sus fuerzas para que ni ahora, ni en ningún tiempo, se le considere partidario de ese sistema, ni menos se le tenga como autor de doctrinas tan funestas, máxime cuando forme parte y no despreciable de esta República democrática, que ha sentado como base principal la Libertad y la Fraternidad, y que no reconoce jerarquías.2

2 Hortensia Pichardo Viñals: Documentos para la historia de Cuba,La Habana, 1973, t. I., pp. 394-397.

Maceo respondía a algunos insurrectos blancos que se negaban a servir bajo sus órdenes y difundían la idea, muy utilizada por los españoles, de que su pretensión era transformar la guerra de independencia en una guerra racial. La carta era, al mismo tiempo, una denuncia de la discriminación sufrida en el interior de las fuerzas rebeldes y una afirmación de principios en que, al reforzar su pertenencia a “la clase de color”, condenaba a la esclavitud y las jerarquías con base al color existentes en la sociedad colonial.

En Cuba, como en Brasil, operaba un complejo sistema de clasificación social basado en el color, y los términos negro, pardo, mulato, moreno, trigueño, chino, etc. se referían a los distintos tonos de la piel y eran manipulados, a veces, en función de la condición social. Para Martínez-Alier, la existencia de esas diferentes categorías referentes al color-estatus expresaba la ausencia de una identidad común entre la población de color durante el siglo xix.3

3Verena Martínez-Alier:Marriage, class and colour in Nineteenth-Century Cuba,Cambridge, 1974, p. 98.

No obstante, unos 30 años antes que la carta fuera escrita por Maceo, algunos acontecimientos provocaron una mudanza en la política racial implementada por las autoridades coloniales. Entre 1842 y 1843, una serie de conspiraciones en la que tomaron parte negros y mulatos (y algunos blancos), libres y esclavos, fue descubierta en la jurisdicción de Matanzas, en la región occidental, desencadenando una feroz represalia. En 1844, la represión de La Escalera llegó violentamente a la gente de color: miles fueron sometidos a procedimiento militar y condenados a sentencias que variaban entre la pena de muerte, presidio y deportación. Después de esos episodios, las autoridades coloniales adoptaron innumerables medidas segregacionistas que estrecharon las posibilidades de movilidad social para los libres de color. Aline Helg y Bernita Reid consideran que los eventos de La Escalera marcan un punto de viraje en las relaciones raciales en la Isla y el recrudecimiento de las “líneas del color”.4

4 Aline Helg: Lo que nos corresponde. La lucha de los negros y mulatos por la igualdad en Cuba, 1886-1912,La Habana, 2000; Michele Bernita Reid:Negotiating a slave regime. Free people of color in Cuba,1844-1868, Tesis de doctorado, Texas. 2004, p. 214.

Los investigadores Robert Paquette, Franklin Knight y Alejandro de La Fuente indican que, antes de La Escalera, Cuba ya vivía un intenso proceso de “polarización racial”; el boom de la producción azucarera y la introducción masiva de mano de obra esclava venían agudizando las tensiones raciales. Entre 1820 y 1844, ocurrieron varias revueltas, levantamientos y conspiraciones, y el aumento del número de la población libre de color “fortaleció el espectro de una violenta confrontación racial”.5 En la primera mitad del siglo, una mudanza significativa ocurrió en el tratamiento dado a la población de color: solo los blancos podían viajar en los vagones de primera clase, portar armas, y en las escuelas los estudiantes debían estar separados de los de color. Esas políticas segregacionistas marcaban el declinar de las relaciones sociales paternalistas, la frustración de las aspiraciones de ascenso social de los libres de color y las crecientes tensiones raciales.6 Otro importante aspecto de la política racial española cambió. Con el descubrimiento de la participación de los mulatos en las conspiraciones y de sus redes de colaboración con negros y esclavos, la administración colonial pasó a agrupar indiscriminadamente negros y mulatos en la condición de “gente de color”, “clase de color” y “raza de color”.7

5Franklin W. Knight:Slave society in Cuba during the Nineteenth Century,Madison, 1970, p. 96; Robert L. Paquette:Sugar is made with blood. The conspiracy of La Escalera and the conflitct between empires over slavery in Cuba.Midletown, 1988, pp. 105; 113-114; 119-121; Alejandro de la Fuente: “Esclavitud, 1510-1886”, en Consuelo Naranjo Orovio (coord.),Historia de Cuba,Madrid, 2009, pp. 63-64.

6 En Cuba, desde 1805, existía un decreto prohibiendo los casamientos interraciales que se tornó ampliamente conocido en la década de 1840 (Paquette, 1988, pp 105, 113-114, 118-121).

7 Helg, 2000, p. 4. Una expresión de eso puede ser percibida en los censos que, a lo largo del siglo xix, abandonaron las categorías pardos y morenos. A partir del censo de 1861, la población estaba dividida entre blancos y gente de color (Knight, 1979, p. 93).

Después de los eventos de La Escalera (1844), siguieron cerca de 20 años de “relativa calma” y paralización de sublevaciones y actividades conspirativas de la población de color; la violencia de la represión cerró un ciclo de agitaciones abolicionistas “que actuaban sobre el ánimo” de los negros y mulatos de la colonia.8

8 Paquette, 1988, p. 265; Raúl Cerero Bonilla: Azúcar y abolición, La Habana, 1971, p. 99. Sobre conspiraciones y revueltas que envolvieron esclavos y libres de color en la primera mitad del siglo xix, ver Gloria García Rodríguez: “La resistencia: la lucha de los negros contra el sistema esclavista, 1790-1845”, en González Ripio et al.: El rumor de Haití en Cuba. Temor, raza y rebeldía, 1789-1844, Madrid, 2004, pp. 276-320; y Gloria García Rodríguez: Conspiraciones y revueltas. La actividad política de los negros en Cuba, 1790-1845, Santiago de Cuba, 2003b.

Al inicio de la década de 1860, nuevas agitaciones políticas sacudirían la colonia española. Entre 1864 y 1881, varias conspiraciones e insurrecciones, con la participación de negros y mulatos, libres y esclavos, ocurrirían en la región oriental de Cuba.9 En esa época, la Isla estaba dividida en dos departamentos: el Occidental, con capital en La Habana, y el Oriental, con sede en Santiago de Cuba.10 El Departamento Oriental acogía 264 520 habitantes, lo que correspondía al 18,9 % de la población de la Isla, de los cuales 126 339 eran blancos, 86 403 eran libres de color y 51 778 esclavos; la mayoría de los habitantes (131 181) era no blanca.11

9 En el año de 1861, en Cuba habían 793 484 blancos; 232 493 libres de color; 370 553 esclavos, en total 1 396 530 habitantes (Kenneth F. Kiple:Blacks in colonial Cuba, 1774-1899,Gainesville, 1976, p. 63, Anexo I).

10 Cuba pasó por varias mudanzas en las divisiones políticas y geográficas durante el siglo xix. En 1827, adicionó a los Departamentos Occidental y Oriental, ya existentes, el Departamento Central, con la capital en Trinidad. En 1850, se volvió a la organización inicial de dos departamentos. En 1878, se abandonó el sistema de departamentos y la Isla fue dividida en seis provincias: Pinar del Río, Habana, Matanzas, Santa Clara, Puerto Príncipe y Santiago de Cuba (Kiple, 1976, p. 19).

11 Juan Pérez de la Riva: El barracón y otros ensayos, La Habana, 1975, p. 383; Kiple, 1976, Apéndice.

A pesar de que las medidas segregacionistas de la primera mitad del siglo fueron extendidas a toda la Isla, algunos investigadores de la historia de Cuba argumentan que, en la región oriental, las barreras raciales no eran tan fuertes como en la occidental. Según el historiador Franklin Knight, no obstante los blancos de oriente tener esclavos, estaban menos ligados a la esclavitud que sus pares del Departamento Occidental, ya que sus propiedades eran generalmente menores y, por tener menos de necesidad de mano de obra esclava y un grupo proporcionalmente mayor de personas de color, “los hacendados blancos exhibieron un menor nivel de racismo en los difíciles años próximos al fin del siglo”.12

12 Knight, 1970. p. 43.

También la historiadora Aline Helg sostiene que en Cuba “la barrera racial fue más fuerte donde la esclavitud duró más y los latifundios azucareros fueron dominantes, en particular en Matanzas y Santa Clara”. Para la citada autora, en oriente, la existencia de una importante población de color libre antes de 1880, junto con una población esclava menor (solo 738 patrocinados en 1886), distribuida en ingenios pequeños, “tendía a atenuar la barrera racial”.13 Del mismo modo, el historiador cubano Manuel Moreno Fraginals argumenta que, en la región oriental, había “cierta disipación del preconcepto de color”.14

13 Para la autora, la Guerra de los Diez Años estremeció la base de la dominación blanca de oriente, al mismo tiempo que reforzó la barrera racial en occidente (Helg, 2000, p. 44).

14 Manuel Moreno Fraginals, Cuba/España, España/Cuba, Historia común, Barcelona, 2002, p. 233.

Con la mayor parte de los estudios sobre la esclavitud centrados en la región de las grandes plantaciones de la Isla, pocos autores estuvieron atentos a la diversidad existente entre las jurisdicciones que componían el Departamento Oriental, que eran muy diferentes en extensión, producción agrícola y composición demográfica.15 La población en cuanto al color estaba distribuida desigualmente, teniendo la de Holguín mayoría abrumadora de blancos, en cuanto a la de Cuba una minoría blanca convivía con una gran población de color.16 La economía de Santiago estaba basada en la producción de caña de azúcar y de café para la exportación, con mano de obra cautiva. Es posible afirmar que Santiago de Cuba, tal vez de manera diferente de otras jurisdicciones de oriente, experimentó el “ennegrecimiento” y el “miedo al negro” que caracterizaron a la región occidental al inicio del siglo,17 y la “polarización racial” que, progresivamente, iba moldeando la sociedad colonial.

15 En el Departamento Oriental estaban situadas las jurisdicciones de Baracoa, Bayamo, Cuba o Santiago, Guantánamo, Holguín, Jiguaní, Manzanillo y Las Tunas (Jacobo de la Pezuela: Diccionario geográfico, estadístico, histórico de la Isla de Cuba, Madrid, 1863, t. 1, p. 127).

16 Holguín poseía 41 392 blancos, 7243 libres de color y 4391 esclavos (Kiple, 1976, Apéndice).

17 Ramiro Guerra y Sánchez: Guerra de los Diez Años, La Habana, 1972, pp. 17-18.

En la víspera de la Guerra Grande (1868), Santiago de Cuba vivía un “clima de guerra en medio de la paz”,18 hasta que finalmente, la insurrección comenzó. En 1868 estalló, en la región oriental de Cuba (y en los partidos rurales de Santiago), la primera Guerra de Independencia a que hice referencia al comentar la carta de Antonio Maceo al presidente de la república en armas. La Guerra Grande duraría diez años (1868-1878) y transformaría para siempre la esclavitud y las relaciones raciales en la Isla. En el conflicto, hubo gran movilización de esclavos y libres de color; los insurrectos reclutaban esclavos y lograron formar un Ejército Libertador multirracial. En los territorios rebeldes, fue establecido el casamiento civil (sin ningún impedimento interracial) y abolida la esclavitud.19

18 Moreno Fraginals, 2002, p. 228.

19 Martínez-Alier, 1974, p. 39.

En el Ejército Libertador, en conclusión, no había distinciones raciales y la ascensión era garantizada por mérito, independientemente del color; sin embargo, como la carta de Maceo indica, las fuerzas insurrectas no estaban libres de tensiones raciales. Para enfrentar las discriminaciones en el interior de la insurrección, Maceo, considerado mulato por muchos contemporáneos, reivindicó su pertenencia a “la clase de color”, término acuñado y utilizado por los criollos blancos y las autoridades coloniales.20 A esta altura, ya había ocurrido una gran transformación en el vocabulario político de los activistas de color. A la lucha contra la esclavitud y las jerarquías raciales, presente en las actividades conspirativas anteriores, se sumaron los ideales de la Revolución francesa, “Libertad y Fraternidad”, compartidos por muchos líderes blancos de la insurrección (muchos de ellos masones, como Maceo). En ese momento, no había aún una noción de pertenencia racial.

20 Sobre las tensiones raciales al interior de las fuerzas rebeldes, ver Helg, 2000, pp. 75-124.

Al inicio de 1878, los líderes blancos de la insurrección hicieron un acuerdo de salida de la guerra con los españoles, que fue conocido como Pacto del Zanjón. Con el acuerdo, los cubanos daban por concluida la guerra sin la independencia y sin la abolición. Maceo y otros libres se comprometieron, entonces, a continuarla hasta que España aboliese la esclavitud. Junto a los blancos descontentos con el Pacto del Zanjón, Maceo y otros líderes comenzaron una nueva guerra en la región oriental. En el conflicto que fue conocido como Guerra Chiquita (1879-1880), negros y mulatos ganaron proyección no solo como militares en puestos de mando, sino como líderes políticos de la nueva insurrección.21 Estratégicamente, los españoles manipularon el miedo al negro y caracterizaron a la nueva contienda como guerra racial. En medio de los conflictos, España aprobó dos leyes de emancipación gradual: la Ley Moret (1870) y el Patronato (1880). En el curso de esos acontecimientos, la terminología “clase de color” fue cediendo el paso a la noción de raza: algunos insurrectos de color y otros activistas fuera del teatro de la guerra pasaron a autoidentificarse como “raza” o como “raza de color”. En esa formulación, dos hilos ligaban a los negros y mulatos y ayudaban a disolver las tensiones: los dos grupos estaban juntos en la lucha contra la esclavitud y compartían un pasado común, África.

21 Rebecca Scott: Grados de libertad. Cuba y Luisiana después de la esclavitud, La Habana, 2006, pp. 107-108. Ver capítulo sobre la Guerra Chiquita en Ada Ferrer: Insurgent Cuba. Race, nation and revolution, 1868-1898, Chapel Hill, 1999, pp. 70-92.

Otros autores ya apuntaron que negros y mulatos se unieron y que la expresión “raza de color” pasó a ser incorporada por los de abajo en la reivindicación de derechos al interior de la lucha anticolonial. Rebeca Scott afirma que el racismo indiscriminado de los españoles llevó a la aproximación entre negros y mulatos. 22 Ada Ferrer, por su parte, indica que el término “de color” fue utilizado por activistas negros y mulatos que buscaban construir una unidad para fines de luchas civiles y por la independencia.23 Aline Helg constató que la “percepción de los negros y mulatos cubanos como raza de color evolucionó totalmente debido a su papel fundamental en las guerras anticoloniales”.24 En este trabajo, exploro como fue que eso tuvo lugar en la región oriental, así como los significados y sentidos atribuidos por los sujetos a esa identidad racial.

22Rebecca Scott:EmancipaÇão escrava en Cuba: A transiÇão para o trabalho livre, 1860-1899, Campinas/Rio de Janeiro, 1991, p. 273.

23 Ferrer, 1999, p. 11.

24 Helg, 2000, p. 19.

Como afirma Antônio Sérgio Gimarães, hablar de identidad racial “envuelve riesgos” porque los modos de identificarse racialmente pueden ser múltiples.25 En el contexto que estudio, estaba en disputa el lugar de la raza y de la nación en la construcción de las identidades sociales. Un líder de color independentista de Santiago de Cuba, al responder a las acusaciones de que, como Maceo, pretendía hacer de la lucha anticolonial una guerra racial, reivindicó la autoidentificación de blancos y no blancos como “raza cubana”, en contraposición a los españoles.26 Desde mi punto de vista, no obstante, las alianzas interraciales que forjaron el sentimiento de pertenencia nacional no subsumieron la identidad racial; ambos fueron construidos paralelamente.

25 Antônio Sérgio Alfredo Gimarães: “Notas sobre raça, cultura e identidade na imprensa negra de São Paulo e Rio de Janeiro, 1925-1950”, Afro-Ásia, 30, 2003, pp. 247-269.

26 Ferrer, 1999, p. 87.

La formulación que más se aproxima a mi abordaje es la de Aline Helg, que argumenta que durante las luchas de independencia, los de color actuaron como “negros y cubanos”. Helg inicia su investigación a partir de 1886, cuando la esclavitud en Cuba ya había sido abolida, y existía en la Isla una prensa negra fuerte y estaba en curso el proceso de formación del Directorio Central de la Raza de Color, que sería fundado en La Habana en 1887. La autora no discute, sin embargo, el proceso de construcción de la identidad racial en el contexto de las dos primeras guerras anticoloniales y del activismo de los libres de color en la lucha contra la esclavitud. Mi objetivo es discutir la forma particular con que los negros y mulatos de Santiago de Cuba, entre 1864 y 1881, pasaron a manejar una identidad racial.27

27 Este trabajo se aparta de las concepciones biológicas de raza y busca entender los sentidos sociales que le fueron atribuidos por los sujetos (Gimarães, 2003, p. 249). Como afirma Ada Ferrer, a pesar de que la raza no es una categoría biológica, los sujetos históricos del siglo xix actuaron como si lo fuese (1999, p. 10). Cuando los libres de color reivindicaron su pertenencia a la raza de color en función de la descendencia común africana, ellos tenían como referencia la idea de la raza biológica en boga en el siglo xix, más la estaban resignificando y otorgándole significado positivo, en su tentativa por superar las clasificaciones (también biológicas) basadas en el color.

En Santiago de Cuba, raza fue una “categoría política necesaria” en la lucha contra la esclavitud y las barreras raciales de la sociedad colonial.28 Por eso, el interés que orienta este libro es analizar el modo particular de cómo los hombres de color de Santiago de Cuba se ampararon bajo el signo de “raza de color” y las transformaciones sufridas en su vocabulario político, en el agitado período entre 1864 y 1881, marcado por conspiraciones, guerras anticoloniales y la puesta en marcha de la emancipación gradual. En el contexto específico de la lucha contra la esclavitud y el dominio colonial, raza pasó a formar parte de la gramática política de los activistas contra las discriminaciones y por alcanzar derechos políticos integrales. Este es, también, el momento, en Cuba, de la formación de la nación y de la construcción de un discurso de identidad nacional. Negros y mulatos fueron partícipes en la formación de la nación, más, antes de subsumir raza al sentimiento nacional, forjaron paralelamente la identidad racial y la nacional.

28 Antônio Sérgio Alfredo Gimarães: Classes, raÇas e democracia, São Paulo, 2002, p. 50.

El primer capítulo contiene la presentación de los libres de color de El Cobre, un partido rural de Santiago de Cuba que, posteriormente, será escenario de una conspiración. Con base en el análisis cualitativo de algunos testamentos, busco hacer un retrato de los libres de color, enfocándome en datos como ocupación, posesión de tierra y esclavos y posibilidades de movilidad social. La idea es mostrar cómo la jurisdicción de Santiago de Cuba, al inicio de la década de 1860, estaba marcada por las jerarquías raciales. Textos de viajeros e indicios escogidos de la legislación municipal de Santiago de Cuba y en fuentes policiales informarán cómo las relaciones entre blancos y libres de color estaban permeadas por barreras y tensiones raciales. Ese capítulo es apenas una preparación para el estudio de las conspiraciones de la raza de color, que comenzará con la discusión sobre las agitaciones políticas y las noticias de conspiraciones, tema del capítulo siguiente.

Comienzo el Capítulo 2 discutiendo un episodio, de 1864, en que algunos esclavos y libres de color de la ciudad de Santiago de Cuba fueron presos porque pretendían desfilar por las calles de la ciudad, con una bandera parecida a la de Haití. El sentido político de ese acto y el descubrimiento de las conspiraciones en las que participaban esclavos, solo es el camino para discutir los efectos de los eventos internacionales (y de las críticas a la esclavitud de sectores blancos de la Isla) sobre la población de color y las diferentes formas por las cuales, en ese momento, se hacía la contestación a la esclavitud. Entre otros factores, la Guerra Civil y la abolición de la esclavitud en los Estados Unidos representarán un nuevo estímulo para la gente de color. Como veremos en ese capítulo, era común en la época oír en los campos de Cuba la canción “Avanza Lincoln, avanza: tú eres nuestra esperanza”.29

29 Franco, 1975a, t. 1, 30; Scott, 1991, p. 51.

Como los estudios más conocidos sobre la esclavitud en Cuba se reducen a la región occidental, haciendo referencias dispersas al oriente, aprovecho para discutir un poco cómo los cautivos vivían en los partidos rurales en Santiago de Cuba y sus conexiones con los libres de color. Las fuentes aquí serán, sobre todo, documentos producidos por las autoridades coloniales. En ese capítulo comienzo a utilizar una de las fuentes más importantes en Cuba para discutir las conspiraciones: los procesos radicados por la Comisión Militar, la cual tenía por objetivo examinar a fondo los crímenes de naturaleza política contra el orden social y el dominio colonial.

Para estudiar el proyecto de la sublevación descubierta en El Cobre, en 1867, la Comisión Militar produjo un proceso de cerca de 1200 folios. En el Capítulo 3, tomando ese documento como base, discuto la precariedad de los libres de color en las áreas rurales de Santiago de Cuba y el estrechamiento de las avenidas de movilidad social, intentando explicar la participación de ellos en el proyecto de la sublevación. La conspiración fue concebida por los libres de color que vivían en condiciones económicas difíciles y que pretendían comprometer a los esclavos en un gran levantamiento cuyo objetivo era por fin a la esclavitud. En tales agitaciones políticas y nuevos proyectos de conspiración contaron, bastante, la precariedad en que vivían los libres de color y su aproximación con los esclavos en el trabajo en los ingenios y cafetales. Algunos pardos fueron detenidos por la participación en la conspiración, a pesar de ello, aun subsistían las divisiones internas de la población de color y las tensiones continuaban dividiendo a negros y mulatos, a pesar de la iniciativa de algunos individuos para promover su unión.30 En ese capítulo abordo la complejidad de las clasificaciones raciales, la ambigüedad de la condición de pardo y su participación en la conspiración. Busco también entender la divisa “sublevar a la gente de color contra la blanca”, que era el “idioma de la resistencia” de esas conspiraciones.31

30 Los mulatos tenían más posibilidades de adquirir propiedades y de moverse por dentro de la cultura blanca. En las conspiraciones de La Escalera (1844), negros y mulatos habían actuado separadamente y un agente había sido designado para intentar “reconciliar las dos facciones” (Paquette, 1988, pp. 20; 241-242; 251-255; 263).

31 Tomé prestada esta expresión, utilizada por Robert Paquette al discutir La Escalera (ídem, p. 76).

En el Capítulo 4 discuto la participación de esclavos y libres de Santiago de Cuba en las guerras anticoloniales; las fugas y la “resistencia al trabajo” como expresión de la insatisfacción que la conclusión de la guerra provocó en los esclavos y libres de la región; el protagonismo de los libres de color en la Guerra Chiquita y, teniendo como fuente un documento firmado por negros y mulatos cubanos, analizo el discurso que emitieron acerca de su condición racial. En ese capítulo son discutidos también el inicio de la emancipación gradual, por España, y los usos del miedo a la guerra racial en los debates parlamentares sobre la abolición.

El libro termina con un capítulo poco estudiado en la historia de Cuba: la represión, en 1880-1881, a una supuesta conspiración de la gente de color y la deportación de centenares de negros y mulatos para Fernando Poo, colonia española en el golfo de Guinea. A partir de ese episodio, discuto la condición ambigua del patrocinado y su potencial participación en conspiraciones anticoloniales; como los emigrados de color accionaron la identidad racial, ahora a nivel trasnacional, en la lucha contra la esclavitud; la represión dirigida, especialmente, a la “raza de color”, por las autoridades españolas, y los significados de la deportación de hombres de color para África, cuando se encaminaba el proceso de emancipación.

Capítulo 1 Libres de color y tensiones raciales en Santiago de Cuba

Cuando el pintor inglés Walter Goodman llegó a Santiago de Cuba en 1864, la Isla atravesaba un período de aparente paz y prosperidad.1 Luego, esa primera impresión sería deshecha. El artista trazó cuadros de la vida cotidiana, habló de las costumbres y acompañó de cerca el inicio de la primera Guerra de Independencia. En las páginas de sus memorias, es recurrente la referencia a la esclavitud. La población de la ciudad de Santiago de Cuba, en 1862, estaba compuesta por 13 377 blancos (36 %), 15 339 pardos y morenos libres (42 %) y 7 775 (22 %) pardos y morenos esclavos. La esclavitud estaba presente en la cotidianidad de la ciudad y, en 1861, en 41,1 % de los domicilios, había cautivos. En la urbe, los esclavos estaban distribuidos en los sectores del artesanado, servicios de casa, transporte y agricultura —muchos trabajaban por jornal— y sus oficios no diferían mucho de los ejercidos por los libres de color.2

1 Walter Goodman: Un artista en Cuba, Consejo Nacional de Cultura, La Habana, 1965, p. 13.

2 María de los Ángeles Meriño Fuentes y Aisnara Perera Díaz: Familias, agregados y esclavos. Los padrones de vecinos de Santiago de Cuba (1778-1861), Editorial Oriente, Santiago de Cuba, 2011, pp. 52, 65 y 113.

Santiago era una importante plaza comercial.3 Almacenes y ventas de barrio convivían con refinadas tiendas que exhibían los lanzamientos de la moda parisiense; a los establecimientos de bebidas y tabernas se sumaban cafés y hoteles de inspiración europea.4 Las empinadas calles acogían tiendas mixtas, zapaterías, panaderías, farmacias y confiterías. Esclavos y libres de color ocupaban las calles ofreciendo mercaderías y servicios. Goodman habla de la presencia de la gente de color vendiendo leche, dulces, tortas y pasteles “franceses”; también menciona a las mulatas aguadoras, responsables por llevar agua desde las fuentes públicas hasta las casas.5 Samuel Hazard, viajero norteamericano que estuvo en Santiago en el mismo período, registró la impresión de ser “casi todos los vendedores negros y en su mayoría mujeres, que traen todo tipo de frutos”. 6

3 Samuel Hazard: Cuba a pluma y lápiz, Cultural, La Habana, 1928, t. III, p. 11.

4 Meriño Fuentes y Perera Díaz: ob. cit., p. 68.

5Goodman: ob. cit., pp. 48-51.

6Hazard: ob. cit., t. III, p. 2. Sobre la presencia de mujeres entres los vendedores ambulantes en la primera mitad del sigloxixver Meriño Fuentes y Perera Díaz: ob. cit., p. 190.

En esa época, la Isla estaba dividida en jurisdicciones, Santiago pertenecía a la de Cuba, que también comprendía los partidos rurales de El Caney, El Cobre, Enramada, Jutinicú, Yaguas y Palma Soriano. El territorio albergaba una vigorosa población de color: 36 030 libres y 32 255 esclavos, para un total de 68 285 negros contra 27 743 blancos;7 es decir, más de dos tercios de los habitantes eran descendientes de africanos, distribuidos entre la ciudad, varios poblados y el área rural.

7 Kiple: Blacks in Colonial Cuba – 1774-1899, University Press of Florida, Gainesville, 1976. (Apéndice). Sobre las demás jurisdicciones de la región oriental ver Guerra y Sánchez:Guerra de los 10 años, 2 t., Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1972, t. I, pp. 16-33.

Mapa de Cuba con la división por juridisciones.

Comunidad de color y jerarquías sociales

Diversos factores dividían a los no blancos que vivían en la jurisdicción de Santiago de Cuba. Una primera distinción se basaba en el color. En Cuba, como en Brasil, circulaban varias calificaciones sobre el criterio del color. Para los blancos, con independencia de su origen o condición social, se generalizó el uso del pronombre don.8 Para la población de color, había un amplio abanico de variaciones: mestizo, moreno, trigueño, pardo, chino, mulato…9 Esas categorías, definidas, a priori, con base en el color, a veces eran manipuladas en función de la posición social. El término negro, que en Cuba también operaba como sinónimo de esclavo, era usado para describir a los de piel más oscura. Un pardo, en una sociedad racialmente jerarquizada, tenía más ventajas que un africano o un negro criollo y podía, en algunas situaciones, pasar por blanco. Entre ellos existían niveles sociales determinados por la posesión o no de bienes, de esclavos, de tierra; por mayores o menores posibilidades de blanqueamiento; y mayor o menor aproximación con las autoridades coloniales.10 Las diferencias de género también estaban presentes. La mayoría de los esclavos estaba formada por hombres que trabajaban en las plantaciones; mientras la mayor parte de los libres de color, por mujeres que vivían en poblados y ciudades. Había, además, distinciones en relación con el dominio de las letras, la mayor o menor proximidad con la cultura española o africana.11

8 Paquette: Sugar is made with Blood: The Conspiracy of La Escalera and the Conflict between Empires over Slavery in Cuba,Connecticut Wesleyan University Press, Middletown, 1988, p. 43; Meriño Fuentes y Perera Díaz llaman la atención para el hecho de que en los registros de domicilio el pronombredonfue reservado a las personas de “cierta relevancia” y no a todos los blancos (ob. cit., p. 147, nota 20).

9 Chino era la calificación dada al hijo de un(a) negro(a) con una/un mulato(a); trigueño se refería a la persona de color ligeramente más oscura o similar al trigo (Martínez-Alier: Marriage, Class and Colour in Nineteenth-Century Cuba, Cambridge University Press, Cambridge, 1974, pp. 21 y 72).

10 En este capítulo, con un abordaje cualitativo, serán analizados 40 testamentos de moradores del partido rural de El Cobre. Fueron consultados todos los testamentos de personas de color registrados en la Escribanía de El Cobre, en el período de 1861-1868, un total de 41, más dos testadores (Manuel Calderón y Josefine Duthil) hicieron dos testamentos en diferentes momentos; fueron consultados, además, 23 testamentos de la Escribanía Soler y Regueiferos (donde encontré el testamento de un morador de El Cobre) y 33 del Juzgado de 1ª Instancia, de la ciudad de Santiago de Cuba. Para un estudio de los pardos y morenos libres a través de testamentos en La Habana, ver Pedro Deschamps Chapeaux y Juan Pérez de la Riva: Contribución a la historia de la gente sin historia, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1974, pp. 97-110. Sobre testamentos de blancos y negros de Santiago de Cuba ver Olga Portuondo Zúñiga: Entre esclavos y libres de Cuba Colonial, Editorial Oriente, Santiago de Cuba, 2003, pp. 150-154 y 242.

11 Helg: Lo que nos corresponde: la lucha de los negros y mulatos por la igualdad en Cuba–1886-1912, Ediciones Imagen Contemporánea, La Habana, 2000, pp. 42-43.

Una diferencia básica era establecida por la condición jurídica. El relativo control sobre el propio cuerpo, el tiempo o ritmo de trabajo, la movilidad y la autonomía distinguían a los libres de color de los esclavos. En la sociedad cubana existían limitaciones civiles y jurídicas para el cautivo; los esclavos “actuaban —y eran percibidos— como sujetos jurídicos con una capacidad legal limitada”.12 La libre de color Josefina Duthil poseía un colgadizo —casa baja, cuyo techo tiene una sola corriente— a nombre de su hija Florencia; cuando lo compró, se “hallaba constituida en esclavitud”, por eso la operación tuvo que ser hecha por su hija, que ya era libre.13 Es posible que algunos cautivos, en Santiago de Cuba, como Josefina, hayan poseído casas, tal vez hasta esclavos o algunas fajas de tierra, pero ningún caso fue encontrado en la documentación. Esto sugiere que la estrategia adoptada por Josefina de contar con parientes libres para algunas transacciones puede haber sido la más común.

12 Alejandro de la Fuente: “La esclavitud, la ley y la reclamación de derechos en Cuba: repensando el debate de Tannenbaum”, Debates y perspectivas, no. 4, 2004, Madrid, p. 40.

13 Archivo Histórico Provincial de Santiago de Cuba (en lo adelante AHPSC), Pn, Escribanía de El Cobre, Libro 200, año 1867, Villa de El Cobre, 24 de julio. De 1867, f. 45. Perera Díaz y Meriño Fuentes llaman la atención para el hecho de que el esclavo, no siendo persona jurídica, podía contar con el permiso de su señor para, solo o por medio de intermediario, ir hasta la escribanía, como fue el caso del esclavo Ventura Acosta, que compró una casita de tablas y tejas en Bejucal con la anuencia de su señor. Ver Aisnara Perera Díaz y María de los Ángeles Meriño Fuentes: “Yo, el notario: sobre el poder de la escritura”, Del Caribe, no. 46, 2005, Santiago de Cuba, p. 87. De cualquier forma, estos parecen haber sido casos raros.

Diversos hilos ligaban a los libres de color con los esclavos. Muchas familias tenían una parte de sus miembros en condición de libertad y otros que se encontraban en cautiverio. Miguel Bartelemy y María Caridad Golfoi, libres, estaban casados y poseían un esclavo. Antes del matrimonio con María, sin embargo, Miguel había tenido tres hijos con la esclava Ernestina Bartelemy y dos de ellos permanecían cautivos.14 Por su parte, Josefine Duthil, tras manumitirse, había conseguido libertar a cuatro de sus hijos, y los otros cuatro permanecían cautivos al tiempo de dictar su testamento.15

14 AHPSC: PN, Escribanía de El Cobre, Libro 195, años 1861-1862, Villa de El Cobre, 15 de septiembre de 1862, f. 5.

15 Ibídem, Libro 195, años 1861-1862, Villa de El Cobre, 24 de octubre de 1867, f. 200.

Libres y esclavos estaban ligados, a veces, por transacciones comerciales; operaciones de préstamos, compras y pago de servicios “al fiado” parecían ser comunes. En la lista de personas que debían a la morena libre Josefa Soler, se encontraban los esclavos Francisco (52 pesos) y Genoveva (4 pesos. y 50 centavos.).16 El esclavo Vicente prestó a Josefina Duthil 100 pesos.17 Así, esclavos y exesclavos se movían en la economía de la cotidianidad, comprando y vendiendo productos y servicios al por menor, consiguiendo acumular alguna suma de dinero. José Trinidad García tenía 200 pesos que mantenía escondidos, enterrados en el aposento en que dormía en su sitio;18 la exesclava Manuela Brooks no poseía ningún bien, pero tenía un vale de 100 pesos que le debía Samuel Brooks, otro de 200 de Samuel Moya y 200 pesos guardados en la Caja de Ahorros, una institución bancaria que operaba en Santiago Cuba.19 Esas relaciones económicas podían ser muy importantes para los cautivos y libertos. Como informa el historiador Alejandro de la Fuente, al participar de actividades económicas diversas, los siervos adquirían ciertos conocimientos sobre la economía del mercado, acerca de algunos derechos concedidos por las leyes españolas a los esclavos y sobre la posibilidad de recurrir a las autoridades para reclamarlos.20

16 Ibídem, Libro 198, año 1865, Villa de El Cobre, 21 de diciembre de 1865, f. 61.

17 Ibídem, Libro 195, años 1861-1862, Villa de El Cobre, 24 de octubre de 1867, f. 200.

18 AHPSC: PN, Escribanía de Soler y Regueiferos, Libro 619, año 1867, f. 145.

19 AHPSC: PN, Escribanía de El Cobre, Libro 201, año 1868, Villa de El Cobre, 8 de julio de 1868, f. 19.

20 Alejandro de la Fuente, 2004, pp. 50 y 54.

Entre los llamados libres de color, en Cuba, estaban los nacidos en tal condición o los que, por medio de la manumisión, habían conseguido la libertad; en Cuba, no era común, como en Brasil, el uso del término liberto, que aparece raramente en la documentación de la época. Es posible que Narciso Martinella y Josefina Duthil, cuyos testamentos registran la condición de moreno(a) liberto(a), hubieran salido hacía poco tiempo del cautiverio. Josefina tenía cuatro hijas aún esclavas, tres pertenecientes a la familia Duthil, a la cual también había pertenecido ella.21 La referencia explícita al pasado esclavo del testado no era común.22 Varios africanos que, por haber nacido en África, denuncian su pasado servil, aparecen en los testamentos como morenos libres. “Moreno” era un término generalmente reservado al libre y, negro, al esclavo.23

21 AHPSC: Libro 197, año 1864, Villa de El Cobre, 1 de noviembre de 1864, f. 63, y Libro 200, año 1867, Villa de El Cobre, 24 de octubre de 1867, f. 45.

22 En muchos testamentos, el pasado esclavo constituye un “espacio de silencio” (Perera Díaz y Meriño Fuentes: “Yo, el notario...”, ed. cit., p. 93).

23 Los términos liberto(a) o moreno(a) libre desaparecieron de la documentación producida por los notarios después de la abolición, como informaran Michael Zeuzke y Orlando García Martínez “Estado, notarios y esclavos en Cuba: aspectos de una genealogía legal de la ciudadanía en sociedades esclavistas”, Nuevo Mundo, Mundos Nuevos, 22 de abril de 2008.

Algunos mecanismos permitían al cautivo la conquista de la libertad. Uno de ellos era la manumisión en la pila. Madame Margarita Jhons no incluyó en la declaración de bienes de su testamento los “negritos” Alejandro, Venancio, Gregorio, Manuel, Adriano y Juan, hijos de algunos de sus esclavos “porque ellos han sido bautizados como libres habiendo sido mi intención al concedérselas gratuitamente que permaneciesen al abrigo de una heredera hasta que cumplan 25 años”.24 Era posible, también, la coartación, una práctica legal que permitía a los esclavos acordar con los señores un precio definitivo para la libertad y el pago a plazo del valor estipulado.25 Juan Sterling tenía siete esclavos, siendo Rita coartada en 466 pesos, y María, en 536 pesos.26 En general, no era común encontrar esclavos coartados en las grandes haciendas, pues muchos propietarios interpretaban la coartación como un privilegio concedido por el señor y no como un derecho, protegido por ley.27

24 AHPSC: PN. Escribanía de El Cobre, Libro 198, año 1865, Villa de El Cobre, 5 de julio de 1865, f. 32.

25Herbert Klein:Slavery in the Americas: A Comparative Study of Virginia and Cuba, University of Chicago Press, Chicago, 1967; De la Fuente: “La esclavitud,...”, ed. cit., p. 56.

26 AHPSC: PN. Escribanía de El Cobre, Libro 198, año 1865, Villa de El Cobre, 21 de junio de 1865, f. 27.

27 Paquette: ob. cit., pp. 63-64.

Las libertades otorgadas en testamento eran frecuentes y, por lo general, estaban condicionadas a la muerte del testador.28 Serafina Dugué poseía cuatro jóvenes esclavos criollos, de 10, 14, 15 y 18 años, y era su voluntad que, después de su fallecimiento, fuesen libres de toda servidumbre y pasasen al abrigo de los padres. La cláusula, en ese caso, servía como documento de libertad cuando el testador expresamente declaraba “sirviendo esta de título en forma”.29 Dos años antes, en un primer testamento, los esclavos de Serafina solo serían libres seis años después de su fallecimiento, “debiendo estar todo ese tiempo a servicio, como es natural, de mi heredera”.30 Era común que los cautivos fuesen heredados por un tiempo determinado después del cual adquirían la libertad. Madame Margarita Jhons condicionó la manumisión de nueve de sus esclavos a servir, por seis años, a su heredera.31

28 Las manumisiones en testamentos eran frecuentes, sobre todo, entre los libres de color. Ver Portuondo Zúñiga: Entre esclavos..., ed. cit., p. 152. De los 15 testamentos de libres de color de El Cobre que declararon poseer esclavos, apenas cuatro los manumitieron, casi todos bajo condición. Las pesquisas sobre manumisión en Brasil apuntan que los pequeños propietarios manumitían más. Robert E. Slenes:“Brazil”, enRobert L. Paquette y Mark M. SMITH:Slavery in the Americas,Oxford University Press, Oxford, 2010, p. 120.

29 AHPSC: PN. Escribanía de El Cobre, Libro 197, año 1864, Villa de El Cobre, 21 de septiembre de 1864, f. 7.

30 Ibídem, Libro 195, años 1861-1862, Villa de El Cobre, 27 de agosto de 1862, f. 46.

31 Ibídem, Libro 198, año 1865, Villa de El Cobre, 5 de julio de 1865, f. 32.

Algunos propietarios, a veces, adicionaban más estipulaciones para la manumisión de sus cautivos. Tal fue el caso de madame María Micaela, que condicionó la liberación de Miguel y Juan, después de su fallecimiento, “bajo la precisa condición de que cada uno de ellos tendrá que entregar 250 pesos […] sin que por ningún motivo dejen de hacerlo, pues por ese hecho quedará sin efecto la gracia”. El valor pago por los esclavos constituiría el legado de 500 pesos hecho a uno de sus ahijados.32

32 Ibídem, Libro 197, año 1864, Villa de El Cobre, 21 de septiembre de 1864, f. 7.

La propietaria del mulato Francisco, que deseaba que fuese libre después de su muerte, pero no antes que llegase a los 25 años de edad, registró en el testamento tal deseo, advirtiendo que, hasta cumplirla, debería estar al servicio de su nieta, aún niña, “encargándole el mejor comportamiento para hacerse merecedor de esta gracia”.33 La exigencia del buen comportamiento no era apenas retórica. La madame blanca Clara Rosa Pujols ya había hecho un testamento “legando libertades” a algunos de sus esclavos. Sin embargo, en un segundo documento, registró “que las libertades que legué cuando elaboré el testamento a algunos de mis esclavos, déjolas revocadas por el presente por el mal comportamiento que han tenido”.34

33 Ibídem, Libro 197, año 1864, Villa de El Cobre, 21 de septiembre de 1864, f. 50.

34 Ibídem, Libro 197, año 1864, Villa de El Cobre, 1864, f. 58.

El caso de Serafina Dugué, que poseía cuatro jóvenes esclavos criollos, dice un poco más sobre la propiedad de cautivos entres las personas de color en Santiago de Cuba en la década de 1860.35 En general, con rarísimas excepciones, eran pequeños propietarios. El comercio de africanos para Cuba, por esa época, ya estaba prohibido; pero en la década precedente había asistido a un intenso flujo de tráfico ilegal. No obstante, como se verá en los capítulos 2 y 3, la mayor parte de los que llegaron a Cuba en ese período se dirigieron a la región de las grandes plantaciones, ubicadas en el occidente y centro de la Isla. Los siervos pertenecientes a propietarios pardos y morenos en Santiago de Cuba eran, muchas veces, criollos e hijos de sus esclavos; sirva de ejemplo Simón Vinent, quien era amo de tres adultos y cuatro niños, hijos de ellos.36 En ocasiones, la posesión se reducía a una sola familia de cautivos, como es el caso de Tomasa de los Dolores, que tenía una esclava africana de más o menos 30 años y sus dos hijos, de 9 a 13 años.37 En todos los casos analizados, el número de criollos era superior a los procedentes de África —cuyo precio era más alto—, sugiriendo que se apostaba a la reproducción natural de los cautivos. Incluso los que declaraban tener africanos, poseían más criollos; por ejemplo, que madame Margarita tenía ocho nacidos en Cuba, de los cuales tres eran hijos de la esclava Quintina.38 La posesión de niños esclavos también era común: Manuel Cuevas y Luisa Demeré tenían un único esclavo, una “negrita” criolla con edad entre 9 y 10 años.39

35 Ibídem, Libro 197, año 1864, Villa de El Cobre, 27 de enero de 1864, f. 6.

36 Ibídem, Libro 196, año 1864, Villa de El Cobre, 31 de octubre de 1863. f. 63.

37 Ibídem, Libro 197, año 1864, Villa de El Cobre, 19 de enero de 1864, f. 2.

38 Ibídem, Libro 198, año 1865, Villa de El Cobre, 5 de julio de 1865, f. 32.

39 Ibídem, Libro 199, año 1866, Villa de El Cobre, 5 de agosto de 1866, f. 35.