Corazones sin rumbo - Lindsay Armstrong - E-Book

Corazones sin rumbo E-Book

LINDSAY ARMSTRONG

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Beschreibung

En cuanto pudo apareció en su vida de nuevo y le pidió que fuera su esposa... pero esta vez de verdad Rob Leicester era tan rico como arrogante y, al principio, a Caiti le resultó muy duro trabajar para él. Pero la hostilidad se convirtió en atracción y la virginal Caiti se entregó al guapo australiano. No cabía en sí de gozo cuando Rob le propuso que se casaran. Sin embargo, su alegría se trasformó en vergüenza al descubrir que Rob se había casado con ella por conveniencia. No le quedaba otra opción que abandonarlo y rehacer su vida en otro sitio. Pero Rob no parecía dispuesto a dejarla marchar...

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Seitenzahl: 162

Veröffentlichungsjahr: 2012

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Editados por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

© 2004 Lindsay Armstrong. Todos los derechos reservados.

CORAZONES SIN RUMBO, Nº 1571 - julio 2012

Título original: A Bride for His Convenience

Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.

Publicada en español en 2005

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.

Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.

® Harlequin, logotipo Harlequin y Bianca son marcas registradas por Harlequin Books S.A.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

I.S.B.N.: 978-84-687-0710-5

Editor responsable: Luis Pugni

Conversión ebook: MT Color & Diseño

www.mtcolor.es

Capítulo 1

Volar hacia Cairns en un día despejado era como entrar flotando en el País de las Maravillas.

Caiti Galloway observaba hipnotizada el descenso sobre el Mar de Coral. Los arrecifes se asomaban entre la superficie color turquesa y la arena completamente blanca. Lo veía siempre que iba a su casa en Port Douglas, pero nunca dejaba de fascinarla.

Sin embargo, cerró los ojos cuando el avión tomó tierra. Llegar a Cairns podía ser mágico, pero también tenía muchos recuerdos para ella. Recuerdos de un hombre del que se enamoró. Un hombre que la deseaba, pero no la amaba.

Volvió a abrir los ojos cuando el avión se frenó y la mujer que estaba sentada a su lado le sonrió aliviada.

Hubo el clásico barullo mientras todos los pasajeros recuperaban los bultos, y por fin salió al ambiente húmedo y tropical del extremo norte de Queensland. Era como sentirse arropada por una manta de aire caliente. Había salido de la fresca Canberra y le sobraban los vaqueros y la camisa de manga larga.

Una vez en la terminal, buscó con la mirada a su prima Marion, que siempre solía llegar antes de tiempo. Marion, precisamente, era el motivo de que hubiera vuelto a Cairns. Iba a casarse y ella sería su dama de honor.

No veía a su prima por ningún lado y tampoco se percató del hombre alto que se había parado para mirarla de arriba abajo.

Rob Leicester destacaría en cualquier sitio sólo por su altura, pero además era moreno, con hombros anchos y estaba muy bronceado. Llevaba vaqueros y una camisa de algodón, y era la viva imagen de un hombre rudo. Sin embargo, al mirarlo con detenimiento, cosa que hacían muchas mujeres, se captaba una sensualidad embriagadora. ¿Sería por los ojos color avellana ligeramente melancólicos? ¿Sería por la boca un poco dura? ¿Sería por sus manos estilizadas y fuertes?

Las dos jovencitas que tenía a su lado lo miraban como si estuvieran preguntándose exactamente eso.

Sin embargo, él sólo miraba a Caiti, que estaba recogiendo su equipaje.

Ella no había cambiado. Tenía el mismo pelo largo de color negro con reflejos azulados que le recordaba a la seda salvaje. Tenía la misma piel dorada y delicada. Tenía la misma elegancia, aunque llevara vaqueros y una camisa blanca.

¿Cómo lo conseguía? ¿Sería por el detalle del cuello de la camisa levantado o sería por el precioso cinturón de cuero que le resaltaba la esbelta cintura?

Caiti agarró la bolsa de la cinta continua, se dio la vuelta y se encontró con él de frente. Rob contuvo la respiración y se preguntó qué notaría en sus ojos azules cuando ella lo reconociera.

Ella se quedó mirándolo y Rob creyó que no podía haber tenido una reacción más satisfactoria.

Caiti abrió los ojos como platos, se sonrojó, dejó caer la bolsa y los pechos, que él conocía perfectamente, subieron y bajaron debajo de la camisa.

Rob se acercó para agarrar la bolsa y se dijo que seguía impresionándola a pesar de los dieciocho meses de alejamiento.

–Caiti... Menuda sorpresa. ¿Has decidido volver conmigo?

Caiti tragó saliva y se llevó la mano al corazón.

–Rob... ¿Qué haces aquí? Estoy buscando a mi prima. Marion...

Se quedó pálida.

–Tienes que tomar algo –la agarró del codo y la llevó hacia el bar.

–No... Verás... –intentó excusarse Caiti.

–No seas tonta. Parece como si fueras a desmayarte.

Rob la llevó a una mesa que había detrás de una palmera en un tiesto y fue a la barra. Caiti lo observaba con una mano en la garganta y el corazón desbocado. Hacía dieciocho largos meses había huido de Rob Leicester porque se había enamorado perdidamente de él, y había interpretado completamente al revés los sentimientos que tenía hacia ella. Darse cuenta había sido muy doloroso y la había dejado desolada. ¿Cómo había permitido que aquel hombre la enamorara de aquella manera? ¿Por qué no se había dado cuenta de todos los indicios que en ese momento le parecían tan claros y que la llevaban de cabeza a un hombre que la deseaba pero no estaba dispuesto a enamorarse de ella?

Tuvo que hacer un esfuerzo enorme para alejarse del abismo y olvidarse de todo. Incluso había aceptado la invitación a la boda de Marion, pero al ver a Rob, algo le decía que no se había olvidado de nada.

Rob se volvió hacia ella con dos copas en las manos, pero un hombre de unos cincuenta años lo tocó en el hombro. Rob dejó las copas en la barra y estrechó la mano del desconocido. Charlaron un momento y el otro hombre dijo algo que hizo reír a Rob; Caiti tuvo que contener el aliento.

En ciertos momentos era evidente que Rob era rudo y complicado, pero en otros momentos, si lo conocías bien, tenía un lado apacible que la había encantado. Era el lado que la había abrumado al verlo reír.

Se le alteró el pulso cuando se vio dominada por los recuerdos de él haciendo el amor. Sintió una oleada abrasadora que se llevó por delante todos los meses de abstinencia como si estuviera besándola y acariciándola.

Rob, por fin, dejó dos copas de brandy y se sentó.

–¿Quién... era? –preguntó Caiti para disimular su alteración.

–Un amigo de mi padre. Toma –le acercó la copa–. Parece que la necesitas.

Ella dio un sorbo y tosió.

–Perdona. No me esperaba encontrarme contigo así.

Rob se apoyó en el respaldo de la silla y la miró fijamente.

–Yo habría dicho que nunca vendrías por esta parte del mundo si querías evitarme.

–He venido a la boda de Marion. No sé si te he hablado de mi prima Marion. Estaba en el extranjero cuando nosotros...

–La mencionaste de pasada.

–Ya. Éramos íntimas. Ella vino a vivir con mis padres cuando se quedó huérfana, pero pasó mucho tiempo en el extranjero. Ahora, ella y Derek han vuelto para casarse dentro de un par de semanas. Soy dama de honor.

–Ya lo sé.

Caiti parpadeó.

–¿Cómo? ¿Cómo es posible que sepas...?

–Sé que vas a ser su dama de honor.

–¿Cómo es posible...? –lo miró fijamente.

Él hizo una mueca.

–Yo soy el padrino, por mis pecados.

–¿Tú... conoces a Derek Handy? –no daba crédito a lo que estaba oyendo–. ¿Conoces a mi prima Marion?

–Todavía no he conocido a Marion, pero durante años estuve con Derek en el internado.

Caiti agarró la copa y dio un buen sorbo.

–Me parece que no te gusto como padrino –le dijo Rob con tono burlón.

–No... Bueno, no tengo ni idea...

–Ah –la miró con los ojos entrecerrados–. Estás preguntándote cómo ha podido pasarte algo así.

Caiti intentó tomar aire.

–Sí.

Rob la miraba y tenía la imagen exacta de la última vez que la tuvo entre sus brazos. Aunque la relación con ella fue bastante corta, llegó a descubrir que nunca se podían saber sus reacciones. Sin embargo, había algo que no había cambiado: su cuerpo esbelto y el maravilloso pelo negro, pero lo que más le había hechizado fueron aquellos ojos color lavanda.

–Entonces, no has vuelto a Cairns para verme de paso –insinuó Rob con cierta aspereza.

–Rob... es posible, pero después de la boda.

–Qué previsora.

Caiti cerró los ojos.

–Dijiste que eras el padrino de Derek por tus pecados. ¿Qué querías decir?

Rob se encogió de hombros.

–No me veo como el padrino ideal y habría buscado una excusa si él no llega a mencionar quién era la dama de honor...

Si Marion le hubiera advertido a ella... Tampoco habría servido de nada porque nunca se habría negado a ser su dama de honor.

–Por curiosidad, ¿dónde te has metido los últimos dieciocho meses? –le preguntó Rob–. Me he gastado una pequeña fortuna buscándote. Incluso hice algunas pesquisas en Nueva Caledonia.

Caiti pestañeó. Su madre, que era francesa, procedía de Nueva Caledonia. Poco antes de conocer a Rob, sus padres se habían separado inesperadamente y su madre había vuelto a su tierra. A Caiti le había impresionado mucho la separación de sus padres porque los adoraba. Había llegado a pensar que la separación le había hecho más vulnerable a Rob.

–Ah, mi madre recuperó el nombre de soltera –no contestó al resto de la pregunta–. ¿Qué tal está tu hermano Steve?

–Ahora está bien pero tuvo una convalecencia bastante larga.

–Entonces... has vuelto a Camp Ondine...

Él asintió con la cabeza.

–Acabo de llegar de Cooktown.

–Rob...

–Caiti –la interrumpió Rob–. No nos andemos por las ramas –la miró con una ironía inflexible–. Te casaste conmigo y saliste corriendo a los dos días. ¿No deberíamos hablar de eso?

Caiti se tapó la boca con la mano.

–Ya sabes el motivo.

–Yo...

Se calló cuando se oyó por el sistema de megafonía que pedían a Caitlin Galloway que pasara por el mostrador de información.

–Tendré algún mensaje de Marion. Algo la habrá retenido.

Rob se levantó.

–Yo iré.

Volvió a los dos minutos y le dio una hoja de papel. Le decía que había tenido un pequeño accidente de tráfico, que no le había pasado nada, pero que no podía irse hasta que llegara la policía. También le pedía que tomara un taxi hasta su casa y que encontraría las llaves donde siempre.

–Escucha, Marion no sabe nada, ha estado dos años fuera. ¿Derek sabe algo?

–No –contestó Rob lentamente–. Preferí esperar a tu sentido común.

–No puedo soltárselo a Marion de repente. Se quedaría espantada.

–Es lo más probable –concedió él burlonamente.

–Tendrías que haberte buscado una excusa –le reprochó ella.

Él entrecruzó los dedos largos y fuertes.

–Ésa es una opinión muy personal.

–No. ¡No lo es! Cualquiera puede darse cuenta de que empañará su boda. Tú no estás emparentado con Derek y has dicho que no eres el padrino...

–Por la misma regla de tres –intervino Rob abruptamente–, cualquiera puede darse cuenta de que hay un asunto no resuelto entre nosotros, Caiti...

–No tenía por qué haberlo –le replicó ardientemente–. Podías haber tramitado el divorcio con mi abogado, como te dejé escrito antes de marcharme.

–Tu abogado. ¿Creías sinceramente que iba a conformarme con comunicarme contigo a través de tu abogado?

Caiti tragó saliva.

–Ya no sé qué pensar –se llevó las manos a las sienes.

Rob la miró fijamente. Siempre le había fascinado esos gestos tan franceses, que, sin duda, había heredado de su madre. Usaba mucho las manos, y él siempre había sabido cuándo estaba alterada por el movimiento de sus manos y por una palpitación que se le notaba en la base del cuello. En ese momento latía a toda velocidad.

–Cuanto antes se lo digas a Marion, mejor.

–Es muy fácil decirlo. Le sentará muy mal que no se lo dijera, pero era algo que no podía explicar por carta...

–Pero supongo que habrías pensado confesárselo cuando la vieras ahora –la miró con curiosidad–. ¿O habías pensado olvidarte de ello para siempre?

–¡Claro que no!

Se encontraron las miradas.

–No puedes reprocharme que lo pensara... –comentó él con ironía.

Caiti tragó saliva.

–Yo...

–Entonces, Caiti Leicester, cuanto antes reconozcas que las cosas no están aclaradas entre nosotros, mejor.

–¿Las cosas? –repitió ella con voz ronca.

Rob volvió a apoyarse en el respaldo de la silla y la miró como si estuviera divirtiéndose.

–¿Te habría impresionado tanto encontrarme si yo no te importara nada?

Ella se mordió el labio.

–¿Hasta cuándo te quedas en Cairns? –dijo ella.

–Unos días. También he venido por trabajo. Creo que dentro de un par de días tenemos una reunión entre los novios, el padrino, la dama de honor, la madre de Derek, su hermana con su novio...

Caiti cerró los ojos y volvió a abrirlos como impulsados por un resorte cuando oyó la risa de Rob.

–Si pudieras ver la cara de espanto que has puesto... –le dijo él.

–R... Rob –a Caiti le temblaba la voz–. ¿Te habrías presentado de repente en esa reunión si no nos hubiéramos encontrado hoy?

Rob lo pensó.

–Es posible. Aunque dudo que tú hubieras estado tanto tiempo sin saber quién era el padrino. Voy poco a poco. Era imposible saber cuándo se enteraría la dama de honor de quién era el padrino...

–¡Es diabólico!

Rob la miró con intensidad.

–¿De verdad? ¿Dirías que es más diabólico que largarte de Camp Ondine a los dos días de casarte conmigo?

Ella separó los labios.

Rob se levantó.

–Piénsatelo. Entretanto, te llevaré a casa de Marion.

Caiti dudó y también se levantó.

–Gracias.

Afortunadamente, el viaje hasta la casa de Marion fue bastante corto. Aun así, fueron diez minutos cargados de tensión. Él no abrió la boca y ella miró por la ventanilla y comprobó que casi todo seguía igual en Cairns. La misma exuberancia tropical y los mismos cantos de los pájaros que eran tan característicos de esa zona.

Cuando pararon, Rob se volvió para mirarla.

–No serás tan tonta de volver a salir corriendo, ¿verdad?

Ella resopló y le aguantó la mirada.

–La primera vez no fue ninguna tontería.

–Pero estás de acuerdo en que saliste corriendo, ¿no? –insistió él con insolencia.

–Estoy de acuerdo en que me equivoqué y fui incapaz de aguantar las circunstancias. No obstante, no saldré corriendo hasta que hayamos aclarado las cosas, porque, evidentemente, no podemos seguir así –abrió la puerta y se bajó del coche–. No te preocupes, puedo ocuparme de la bolsa.

Sin embargo, él también se bajó del coche y agarró la bolsa de Caiti.

–Entonces, hasta la reunión, pero te daré esto por si necesitas ponerte en contacto conmigo.

Sacó una tarjeta y se la dio a Caiti.

Ella ni siquiera la miró.

–No lo haré.

–Eres muy orgullosa –reconoció él con delicadeza–. Me recuerda a la primera vez que nos conocimos.

Rob esperó un instante mientras los ojos de Caiti se llenaban de recuerdos y luego, volvió a montarse en el coche y desapareció.

Caiti acababa de entrar en la casa cuando apareció Marion con el parachoques delantero abollado.

Marion Galloway era baja, de formas generosas, con el pelo rizado y castaño y un temperamento abierto y cálido. Tenía veinticinco años, dos más que Caiti, y era otorrinolaringóloga. A pesar de haber perdido a sus padres cuando era una adolescente, se había organizado bien la vida y su larga relación con Derek Handy siempre había ido sobre ruedas.

–¡Te he echado mucho de menos! –le dijo a Caiti mientras la abrazaba con fuerza.

–Yo también. ¿Qué tal te ha ido? Quiero que me lo cuentes absolutamente todo.

–Vamos a tomar una taza de té. ¡Caray! ¡Menuda tarde!

Al cabo de unos minutos estaban en la terraza con sus tazas de té mientras Marion le contaba su viaje.

–Pero es maravilloso volver a casa –concluyó Marion–. Ya llevo seis semanas, pero sigue siendo maravilloso. Sólo siento que no nos viéramos antes.

–Es mejor así. Tengo todo un mes libre.

–Ahora te toca a ti. Trabajar en la embajada francesa parece maravilloso. Es una suerte que tengas una madre francesa –Marion se puso seria–. ¿Hay alguna posibilidad de que tus padres se reconcilien?

El padre de Caiti y el de Marion eran hermanos.

–No. Sigo sin poder creérmelo. Ella tiene otro hombre en su vida y no me gusta nada. Papá está por Sudamérica. Tiene que estar destrozado. Llevaban veinticinco años casados cuando se separaron.

Marion sacudió la cabeza y pasaron a comentar el trabajo de Caiti como intérprete y su vida en la capital.

–Está muy lejos de Cairns –comentó Marion entre risas–. ¿Por qué dejaste de dar clases?

Caiti vaciló porque aquello llevaba a terrenos resbaladizos. ¿Cómo podía explicarle que sus padres se habían separado y dar clases de francés a unos estudiantes sin interés no era consuelo para su corazón afligido? ¿Cómo podía explicarle que había dejado las clases para hacerse guía turística y eso la había llevado a los brazos de Rob?

–Bueno... me aburrí –aseguró sin dar detalles.

–La verdad es que nunca pensé que estuvieras hecha para dar clases. Eres tan artística...

–Bueno, he podido satisfacer un poco esa parte de mí. El año pasado hice un curso de literatura francesa en la Universidad de Canberra y otro de música. ¡Pero quiero saber todos los planes de la boda!

Marion resopló.

–La verdad es que todo ha sido un poco precipitado.

–Ya lo pensé. Dos meses no es mucho tiempo para preparar una boda.

–¡A mí me lo vas a decir! Pero cuando Derek y yo volvimos, supe que era el momento de hacerlo.

Caiti miró a su prima. Había algo que no entendía. Marion y Derek habían estado cuatro años juntos, ¿por qué le habían entrado esas prisas?

–Creía que lo tenía todo controlado –siguió Marion–, pero nada de eso, ha sido una verdadera batalla. La madre de Derek tiene ideas muy claras y como yo no tengo madre, ella ha decidido sustituirla. Ha habido un par de momentos tensos.

–¿Como cuáles?

–Por ejemplo, está obsesionada con el color rosa. Quería humo rosa, palomas rosas, trajes rosas para las damas de honor y que los niños del coro fueran vestidos de ángeles con las alas rosas.

Caiti empezó a reírse.

–¡No puedo creérmelo!

–Ya la conocerás. Pero Eloise, la otra dama de honor y hermana de Derek, y tú llevaréis un vestido azul oscuro.

–¡Gracias, Marion! Con el rosa parece que tengo ictericia.

Marion sonrió.

–Lo demás ha ido saliendo bastante bien. Derek está especialmente contento porque ha conseguido que su padrino sea quien él quería.

Caiti se quedó paralizada.

Marion sirvió más té y no se dio cuenta.

–Ha sido una verdadera suerte, porque Rob Leicester siempre está de un lado para otro. ¿Has oído hablar de los centros turísticos Leicester?

–Sí...

Pareció que lo decía como si estuviera intentando encontrar algo en su memoria cuando en realidad estaba buscando la forma de decirle que se había casado con el creador de los centros turísticos Leicester y que lo había dejado plantado.

–Han hecho unos centros turísticos en zonas remotas que han funcionado muy bien –le explicó Marion–. Bueno, lo ha hecho Rob. Su familia tiene una explotación ganadera en Cape York, pero Rob, que es el hijo menor, decidió diversificar la empresa. El primer centro fue Camp Ondine, al norte de Daintree. Al parecer, tiene unos arrecifes y unos bosques tropicales maravillosos. ¿Quieres otra galleta?

Caiti negó con la cabeza como si estuviera aturdida.

–El caso es que Derek y Rob fueron juntos al internado y mantuvieron la amistad desde entonces. No sé muy bien por qué Derek lo ha admirado siempre tanto y se alegró mucho de poder contar con él –Marion frunció ligeramente el ceño–. Es más, es el único detalle de la boda que cuenta con la aprobación plena de Derek.

–¿Qué quieres decir? –Caiti también frunció el ceño.

Marion sacudió la cabeza entre risas.

–Nada. Bueno, Derek no lo ha pasado bien con las discusiones entre su madre y yo. Es el único hijo varón y ella se quedó viuda hace poco. No sé, es como si confiara en Rob para que le ayude a pasar el trago. Yo no lo conozco y espero que esté bien. Por cierto, dentro de un par de días tendremos una reunión y podremos conocer al famoso Rob Leicester.

–Marion...

–Cariño –la interrumpió Marion–, pareces muy cansada. Has hecho un viaje larguísimo y yo no paro de cotorrear del padrino de Derek. ¿Por qué no te das un buen baño mientras preparo la cena?