Creer y Pensar: 365 reflexiones para un cristianismo integral - Arturo Iván Rojas - E-Book

Creer y Pensar: 365 reflexiones para un cristianismo integral E-Book

Arturo Iván Rojas

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Beschreibung

Reflexiones cortas para cada día del año. He aquí una obra devocional diferente, escrita para aquellos cristianos con inquietudes intelectuales que no quieren únicamente nutrir su espíritu y enriquecer su vida cristiana, sino también edificar su mente adquiriendo razones sólidas para la defensa de su fe. Ejerciendo la recomendación paulina de someterlo todo a prueba y aferrarse a lo bueno, el autor "entresaca lo precioso de lo vil" (Jer. 15:19 RVR) en sentencias y reflexiones ajenas a las Escrituras y provenientes de muy diversos contextos culturales; identificando el elemento de veracidad presente en muchas de ellas, al evaluarlas a la luz del criterio bíblico. Un libro que puede encuadrarse en la tradición cristiana alejandrina que considera que Dios se revela también de cierto modo a los cultos paganos, en muchas de sus construcciones culturales y aún a pesar de ellos mismos. Bajo esta convicción, el autor somete sin temor muchas afirmaciones representativas de la cultura secular a la norma bíblica, encontrando muchos puntos de contacto entre ellas que esclarecen y reafirman las enseñanzas bíblicas clásicas de una manera razonable, coherente y actual. Recomendada ampliamente para cristianos a los que les guste meditar y pensar, y para toda persona, medianamente culta, que opina que la doctrina cristiana puede ser expresada con sencillez y altura intelectual al mismo tiempo. No en vano dijo el fundador de CLIE, Samuel Vila que: "Una fe razonada es una fe más firme".

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Creer y pensar

365 reflexiones para un cristianismo integral

Arturo I. Rojas

EDITORIAL CLIE

C/ Ferrocarril, 8

08232 VILADECAVALLS

(Barcelona) ESPAÑA

E-mail: [email protected]

http://www.clie.es

© 2008 Arturo I. Rojas

Esta es una edición revisada y actualizada de la obra, Razones para la fe. Reflexiones diarias para un cristianismo integral.

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org <http://www.cedro.org> ) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra».

© 2014 Editorial CLIE

CREER Y PENSAR. 365 reflexiones para un cristianismo integral

ISBN: 978-84-8267-946-4

VIDA CRISTIANA

Devocionales

Referencia: 224860

ARTURO IVÁN ROJAS RUÍZ nacido en Bogotá, Colombia, estudió en el “Instituto Bíblico Integral” de Casa Sobre la Roca (Bogotá, Colombia). Licenciado en Teología por la Facultad de Estudios Teológicos y Pastorales de la Iglesia Anglicana (Bogotá), maestría en Divinidades y estudios teológicos en “Laud Hall Seminary” (Miami, Estados Unidos) y doctorado honorario en Teología en “Logos Christian College” (Miami). Decano del Instituto Bíblico y de la Facultad de Teología de las Iglesias de Casa Sobre la Roca en Colombia, donde imparte como profesor las asignaturas de: Introducción al Pensamiento Cristiano, Teología Contemporánea, Introducción a la Teología Integral y Cristología. Su labor influenciada por su mentor y también escritor, pensador, periodista y teólogo Darío Silva-Silva presidente de Casa Sobre la Roca; está guiada por la convicción de que es mejor ser sabio que erudito, haciendo de la sabiduría la meta de su vida y promoviéndola entre todos sus estudiantes y hermanos en la fe; y practicándola en su diario vivir junto a su fiel esposa Deisy y sus hijos María José y Mateo.

ÍNDICE GENERAL

Portada

Portada interior

Créditos

Arturo Iván Rojas Ruíz

Prólogo

Prefacio

ENERO

1. La nostalgia

2. Corazón sensible o cerebro lavado

3. La soledad necesaria

4. Cristianismo: el verdadero humanismo

5. La luz del mundo

6. Sujeción y autocrítica

7. La guerra y la paz

8. La comunión y el consejo

9. La luz y las tinieblas

10. Exclusiones y favoristismos en la iglesia

11. La necesidad de pedir

12. Ética y religión

13. El primer amor

14. La autosuficiencia del creyente

15. Saber escuchar

16. Los vientos de Dios

17. Esencialismo

18. La vocación divina del artista

19. La luz de Cristo

20. La prudencia

21. Sacrificio y beneficio en el cristianismo

22. Oportunidades para todos

23. El milagro de la fe

24. La vigilancia del centinela

25. Autocrítica y tolerancia religiosa

26. Dando lo obvio por sentado

27. Beneficios generalizados del cristianismo

28. Las zorras pequeñas

29. Los extraterrestres y la fe

30. Dios como alfarero

31. Los ángeles y la fe

FEBRERO

1. La huida del valiente

2. Formas de vida inteligente

3. La ciudadanía celestial

4. La obediencia a la naturaleza

5. Los secretos expuestos

6. La profanación de lo sagrado

7. El aroma de la santidad

8. Tiempo o eternidad

9. La actitud

10. El día de reposo

11. La luz y las sombras

12. Revelación en el sufrimiento

13. La dignidad del hombre

14. Medio y mensaje

15. La confianza

16. Letra y espíritu

17. La sabiduría de la edad

18. Lo urgente y lo importante

19. Justificarnos por comparación

20. La alegría de vivir

21. La alabanza hace la diferencia

22. El toque de Dios

23. Evolución o diseño inteligente

24. Los diferentes tipos de aflicción

25. Los diferentes tipos de aflicción

26. Asnos, caballos y Dios

27. Alabados por Dios

28. Cristianismo integral o fanatismo parcial

29. La excelencia

MARZO

1. El pelagianismo

2. La queja

3. Integralismo

4. La representación de Adán

5. El don de la vida

6. La verdadera adoración

7. No afecta al misterio saber un poco de él

8. Reforma y renovación

9. Las perlas a los cerdos

10. El llamado

11. La humildad y la fe

12. Adiciones, supresiones y omisiones

13. La conversión como experiencia

14. La exclusividad e inclusividad cristiana

15. Somos insustituibles y necesarios

16. Miopía espiritual

17. La ignorancia

18. El cinismo

19. La murmuración

20. Ley y evangelio

21. La verdad divina y la opinión humana

22. El milagro y lo sobrenatural

23. Lo visible como sombra de lo invisible

24. Mente, emociones y voluntad

25. La solidaridad

26. Revelación o exhortación

27. El aprendizaje por imitación

28. Herencia o experiencia

29. Tocar fondo

30. Hablar de Dios o hablar con Dios

31. Igualdad y fraternidad

ABRIL

1. El ejemplo del diablo

2. El árbol de la vida

3. El dominio propio

4. La verdadera seguridad

5. Revelación general y especial

6. La reprensión y la adulación

7. Dios como ídolo

8. Las dos opciones del hombre libre

9. En el nombre del Señor

10. Los errores del creyente

11. Devoción sin fe

12. Disfrutando del peregrinaje

13. La sabia locura

14. Al pan, pan y al vino, vino

15. Mirando hacia atrás

16. La identidad y la apariencia

17. Mestizaje espiritual

18. Dios a boca de jarro

19. La duda en la mente

20. Muerte, libertad y responsabilidad

21. El temor

22. De rodillas ante Dios

23. El sacrificio

24. El orden y las ordenes

25. Ceder el derecho

26. La responsabilidad histórica del creyente

27. La pasión

28. La nobleza del creyente

29. La obediencia por amor

30. Fanático o radical

MAYO

1. La maternidad

2. La verdad

3. Dios no existe, Dios es

4. La ira

5. La verdadera fuente de la sanidad

6. La fe y la salud

7. La actitud festiva en la iglesia

8. La vacilación

9. El pecado de omisión

10. El pretexto de la imparcialidad

11. El personalismo bíblico

12. El poder de Dios

13. Pecado y culpabilidad

14. Los suspiros

15. Proselitismo o evangelización

16. La verdadera libertad

17. Los autoengaños del creyente

18. La naturaleza de la tentación

19. La alegría de Cristo

20. Eligiendo lo mejor

21. Cristianismo y colonialismo

22. La reflexión del hijo pródigo

23. La singularidad de Cristo

24. La verdadera utilidad de la escatología

25. Dividiendo para unir

26. Los beneficios del consejo

27. El hambre verdadera

28. Viviendo el Padre Nuestro

29. Las últimas palabras

30. La predestinación no es excusa

31. La esperanza cristiana

JUNIO

1. Poniendo a prueba a Dios

2. Parálisis teológica

3. Contracultura y antivalores

4. Nuestra solidaria condición humana

5. Doble o nada

6. Existencia evidente de Dios

7. Perlas de gran precio

8. La amarga envidia

9. Los eunucos de hoy

10. El ministerio de la reconciliación

11. Shalom

12. El corazón humano

13. La privacidad y la vida cristiana

14. El universo y la fe

15. El paraíso terrenal

16. El avivamiento y la historia

17. La búsqueda de Dios

18. Propósito divino para la Tierra

19. Vidas y credos inconsecuentes

20. La ceguera espiritual

21. Escuchar y aprender

22. Discutiendo con Dios

23. La racionalidad de lo sobrenatural

24. Permaneciendo visibles en el mundo

25. El agua de la vida

26. Participando de la Gloria de Dios

27. ¿Cuál es tu precio?

28. Redimidos del poder del pecado

29. La culpa y el perdón

30. El foco de nuestra visión

JULIO

1. Las puertas

2. Dios y la suerte del hombre

3. El cristiano cultural

4. Conociendo a Cristo existencialmente

5. La influencia del ejemplo

6. Dioses seculares

7. El poder del testimonio

8. Orando y marchando

9. Dios con nosotros

10. Reeligiendo a Dios

11. La comunión de los santos

12. La perspectiva de Satanás

13. La escatología-ficción y sus efectos

14. El Génesis y la batalla de la fe

15. El eterno presente

16. La locura de la cruz

17. Inanidad religiosa

18. Los chivos expiatorios

19. El universo y la conciencia

20. Las deudas del creyente

21. Las caídas del justo

22. La necesidad de aceptación

23. El orgullo, la humildad y la autoestima

24. ¿Hasta cuándo?

25. La masificación

26. El espectáculo del cristianismo

27. Recomendados por Dios

28. El prójimo: ¿persona abstracta o concreta?

29. Los riesgos calculados del salto de la fe

30. Reedención y libertad

31. Comenzando de nuevo desde el Génesis

AGOSTO

1. Explicar o comprender: lo que verdaderamente cuenta

2. Enfrentando los problemas con Cristo

3. El anticristo

4. El testimonio de las piedras vivas

5. El sacrificio de la vida

6. Esnobismo espiritual

7. La magia autoritarista

8. Recibiendo las facultades para obedecer

9. El beneficio de la duda

10. La muerte de Dios

11. La injusticia y la venganza

12. Las cicatrices de Cristo

13. Las acciones proféticas

14. Haciendo un hábito de la virtud

15. El juicio y la misericordia

16. El sentimiento de Dios

17. Conmovidos ante Dios

18. Cargando la cruz con Cristo

19. Dios y las estadísticas

20. El evangelio social

21. Los laicos y el evangelio

22. La mente de Cristo

23. El ascetismo y el legalismo

24. Cristo: Señor y Salvador

25. La tradición y la fe

26. Las renuncias y ganancias de la fe

27. Las verdaderas causas

28. La hora de mayor provecho

29. La historia y el mito del eterno retorno

30. Mejor contemporáneos que compatriotas

31. La señal del profeta Jonás

SEPTIEMBRE

1. Los auténticos beneficios del éxito

2. Vitalismo espiritual

3. Religión secularizada y sociedad sacralizada

4. El evangelio de la gracia barata

5. El verdadero templo de Dios

6. La dicha del amor generoso y servicial

7. Dioses humanos, demasiado humanos

8. Comunismo, capitalismo y consumismo

9. Los alcances de la imaginación humana

10. La bendición en maldición

11. Las torres humanas y la Torre divina

12. Testigos de Dios

13. El hoy eterno

14. La muerte de Cristo dignifica la vida

15. Las modas culturales: respuestas a preguntas equivocadas

16. Esterilidad o eficacia del sacrificio de Cristo

17. La apuesta de la fe

18. Cristo como medida de todas las cosas

19. La malicia

20. Los extremos del fariseismo

21. Ética en conciencia

22. La espera paciente

23. Ciencia, subjetividad y pecado

24. La ira y la misericordia divinas

25. El juicio del creyente

26. El uso provechoso de la lengua

27. El sano escepticismo

28. El escándalo del cristiano

29. Designio providencial y destino manifiesto

30. La sanidad divina

OCTUBRE

1. El beso de Judas

2. El amor y la ley

3. Los peligros de la sistematización

4. La fe victoriosa

5. Israel: señal de la fidelidad divina

6. Salvando nuestra responsabilidad

7. La conmoción de los cimientos

8. La autocrítica en la iglesia

9. Satisfacción, saciedad y deleite

10. El conocimiento de sí mismo

11. Cristianismo y cultura

12. El pragmatismo

13. La caña astillada y la caña quebrada

14. Cumpliendo lo que prometemos

15. El racionalismo teológico

16. Sobrellevando nuestras cargas

17. Actualismo teológico

18. El sueño de Dios para el hombre

19. El prejuicio

20. Cristo: el más maravilloso amigo

21. La responsabilidad de delegar

22. El fuego de Dios

23. Colaboradores de Dios

24. La utilidad de las aflicciones

25. El gigante dormido

26. Cristo, contemporáneo de la humanidad

27. Los milagros y la fe

28. La soberanía de Dios

29. La docta ignorancia

30. La crisis de identidad

31. El prejuicio de la generalización

NOVIEMBRE

1. La alegría saludable

2. La desnudez humana

3. Las victorias pírricas

4. La igualdad de derechos y la diferencia de roles

5. Claridad de visión

6. La eficacia de la cruz

7. La oración matutina

8 La dialéctica del Reino

9. Expectación y esperanza del mañana

10. Marx y el cristianismo

11. La muerte como ganancia

12. La grandeza del creyente

13. Conveniencia de la imperfección

14. Siendo confiables ante Dios

15. Insensibilidad de los ídolos y sensibilidad

16. Los mitos modernos

17. La religiosidad ritualista

18. Cristo: Principio y Fin de todas las cosas

19. La prueba de la integridad del creyente

20. El escándalo del cristianismo

21. Tolerancia cristiana

22. La fe y la provisionalidad de la ciencia

23. Importancia y suficiencia del recurso humano

24. La brecha generacional

25. Los judíos y las Escrituras

26. El pecado y la integridad

27. Siendo lo que debemos ser

28. Fe y acción

29. La fe inquebrantable

30. La bendición del canto

DICIEMBRE

1. El desierto y el carácter

2. Solucionismo bíblico

3. El buen nombre

4. El llanto

5. El amor probado por el fuego

6. Casualidades y causalidades

7. La culpa y la contaminación del pecado

8. Evitando los atajos

9. El silencio cómplice

10. Beneficios del desacuerdo

11. Muertos en vida

12. Ética y pensamiento

13. Cristianismo y utilitarismo

14. El creyente y las riquezas

15. Cristo es verbo y no sustantivo

16. La sal de la tierra

17. La gratitud

18. La rutina como disciplina

19. El sentido de la existencia

20. Arrepentimiento o remordimiento

21. Dando a Dios el crédito que le corresponde

22. Conocimiento o sabiduría

23. Niñez e inmadurez

24. La perseverancia

25. Divinidad y humanidad de Cristo

26. La ética y los doctores de la ley

27. Fe y política

28. La verdadera riqueza

29. La vida como carrera de relevos

30. El matrimonio, la iglesia y Cristo

31. La vid verdadera

Notas

Índice temático

Índice onomástico

Bibliografía

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PRÓLOGO

La razón no tiene fe, pero la fe tiene razón

I

Arturo Rojas es un hombre posmoderno, nacido en medio de la guerra fría, los viajes espaciales, la música disco, la teología de la liberación, el sexo libre, los alucinógenos y las guerrillas. Aún cuando muchos no usaran armas ni drogas, todos los jóvenes de esa edad fronteriza eran un poco viciosos, izquierdistas y ateos. Buscándose a sí mismo, el autor de este libro salió un día, precipitadamente, de la sub-cultura urbana propia de su adolescencia y, después de algunos tropezones de búsqueda, cruzó la puerta de un templo cristiano repleto de personas como él. CASA SOBRE LA ROCA le gustó, precisamente, por ser una iglesia atípica que no defendía sacrosantas tradiciones ¡porque no las tenía! Era, y sigue siendo en cierta medida, un movimiento en busca de una teología.

Muy pronto, el joven converso atendió la voz del Espíritu Santo y se dedicó al estudio del cristianismo con una voracidad impresionante hasta convertirse en erudito maestro bíblico de la actual generación, lo cual le ha valido títulos académicos y honorarios. Los hechos hablan por sí mismos y me revelan del aprieto que sería para mí referirme objetivamente a este discípulo y amigo que ha sido, en cierta forma, mi cómplice en la estructuración de una teología cristiana integral.

Dentro del marco de una vida personal y familiar de transparente testimonio, Arturo Rojas ha tenido éxito en su labor pastoral y académica porque sabe interpretar el signo de este tiempo. Hoy el conocimiento es avanzado y la gente tiene acceso a él en forma expedita. La iglesia, por lo tanto, debe abandonar la premisa propia del si­glo XX, según la cual, lo que algunos entienden por unción es suficiente para el ministerio cristiano y el conocimiento debe desecharse como algo satánico. Desde hace ya más de dos mil años, el cristianismo ha sido un sistema de gente culta, pese a que la ignorancia generó fanatismo y desdicha social en algunos grupos y movimientos que enarbolaron abusivamente la cruz.

Si fuera cierto que Dios desprecia la cultura, entonces él no habría emboscado personalmente al apóstol San Pablo en el camino de Damasco para ponerlo a predicar. En el actual cruce de centurias y milenios los cerebros más privilegiados andan buscando a Dios de nuevo. Y, por eso, hay notables esfuerzos para instrumentar lo que Emil Brunner advirtió hace más de medio siglo: la fe es útil para todo y la razón debe supeditarse a ella. En esa línea, hay tres trabajos de actualidad que me parecen básicos:

EL SUEÑO DE LA RAZÓN, del periodista y catedrático español Juan Antonio Monroy, «una radiografía al alma de escritores famosos».

¿EVANGELIO COMPLETO EN MENTES INCOMPLETAS?, de Rick Nañez, un intelectual pentecostal (sic) que ama a Dios «con toda la mente».

RAZONES PARA LA FE, de Arturo Rojas, un devocional para meditar diariamente en lo espiritual a través de lo mental, como lo pedía — y lo hacía — el mencionado Pablo.

En la literatura evangélica posmoderna hay libros facilistas, que se leen de corrido, en un santiamén; exitistas, llenos de fórmulas mágicas para los problemas; e inmediatistas, como máquinas tragamonedas que vomitan prosperidad. Gracias a Dios, de vez en cuando surgen libros para leer pensando y pensar leyendo, como el que usted tiene ahora en sus manos, eco impreso de la milenaria voz profética que clama: «Mi pueblo se ha perdido por falta de conocimiento».

Kierkegaard detectó — y soportó — la tensión dinámica entre una mente escéptica y un corazón religioso. Pascal sintió — y razonó— que el corazón tiene razones que la razón no conoce. Pero el ciego curado por Jesús pudo explicar su fe al decir: «Creo porque veo». En la posmodernidad, el carbonero de fe simple es una especie en vía de extinción. La humanidad de hoy es un «Tomás corporativo» que, después del raciocinio y ante la evidencia del milagro, se pondrá de rodillas y exclamará: «Señor mío y Dios mío».

II

La modernidad fue construida a base de planificación rigurosa. Durante tal época, todo lo imaginable: la familia, la escuela, la política, el deporte, la economía, la ciencia, el arte, las comunicaciones — y mil etcéteras — estaba sometido a normas fijas, presupuestos invariables, esquemas fríos, paradigmas indiscutibles. En la Iglesia Cristiana se enfatizaba el cálculo de la torre antes de edificarla, según la enseñanza evangélica; y, ni siquiera en casos de emergencia, se autorizaba la improvisación. Hasta que un día las torres mejor calculadas de toda la historia humana cayeron pulverizadas por un acto terrorista.

En contraste con su antecesora, la posmodernidad es una era de cambios sorpresivos, sísmicos, impredecibles. Hoy la torre que debemos calcular no es de marfil, como un ilusorio refugio aislacionista y protector, sino una atalaya que permita mirar a la distancia al enemigo que se acerca. La torre moderna fue la de Babel, pues produjo la confusión global; la posmoderna debe ser la de Ezequiel, que permita improvisar la defensa.

Pero, ¿la improvisación inutiliza la meditación? De ninguna manera. El más minucioso meditador suele ser el más ágil improvisador, pues, por estar pensando constantemente en las cosas, las sabe enfrentar como se presentan. El improvisar es, en el fondo, un fruto del premeditar. Pre-meditar es meditar antes de obrar.

Este no es un libro de meditaciones, sino de pre-meditaciones. Sus páginas enseñan metódicamente, a través de lo que otros meditaron, y lo que el propio autor medita, un efectivo sistema de improvisación por premeditación.

Algo es seguro: yo seré su lector diario y devoto.

Darío SILVA SILVA

PREFACIO

En esta segunda edición de mi primer libro devocional llevada a cabo por editorial CLIE quiero darle a los lectores la bienvenida a este recorrido de un año aclarando, una vez más, que soy un convencido y abanderado defensor de la tradición protestante contenida en la expresión Sola Scriptura. Por eso, al traer al texto citas extraidas de contextos no cristianos, no estoy negociando el lugar prioritario, singular e indisputado que la Biblia debe ocupar en la mente y el corazón de todo el que pretenda llamarse cristiano. Sin embargo, es un hecho que siempre es posible encontrar en escritos seculares veladas o evidentes correspondencias con la verdad bíblica que ayuden a establecerla con mayor firmeza, pero en este propósito el lector debe tener presente que los pasajes o versículos bíblicos siempre tendrán prioridad sobre cualquier otra cita extractada de fuentes documentales diferentes a la Biblia. Para una mejor comprensión de la reflexión de cada día es, por tanto, recomendable la lectura directa de todos los versículos bíblicos a los que se hace referencia en el texto. Asimismo, como corresponde a escritos que siempre han obedecido a una intención eminentemente pastoral, he procurado dar en todos los casos un giro práctico a las reflexiones recogidas en esta obra, aún las que tocan temas densos y teóricamente complejos, más propios del campo académico. Por eso recomiendo al lector que no deseche ninguna reflexión por el hecho de no estar familiarizado con estos temas.

Reitero también los agradecimientos que expresé en la primera edición al pastor Darío Silva-Silva por su apoyo y respaldo, así como por su positiva influencia en mi vida cristiana y en mi pensamiento teológico durante el tiempo en que, desde mi conversión, he permanecido gustoso bajo su tutela pastoral. Asimismo agradezco también a otros aprobados siervos de Dios como el Dr. Alfonso Ropero Berzosa en España, a mi madre de manera infaltable por haberme compartido valientemente el evangelio sin desmayar y a todos mis estudiantes y miembros en general de mi iglesia y de otras congregaciones que me han manifestado su aprobación a la primera edición y se alegraron al saber de esta segunda por cuenta de tan prestigiosa editorial. Me alegra haber podido llenar sus expectativas, seguro de que esta segunda edición los dejará aún más satisfechos. Por último agradezco a mi esposa Deisy por permanecer a mi lado siempre de manera irrestricta y a mis hijos Mateo y María José, quienes son ya lectores habituales de mis escritos y comparten conmigo la alegría y expectativa generada por esta nueva edición.

Así, sin mayores preámbulos, lo dejo en compañía de las más íntimas, sentidas y queridas reflexiones que he podido cosechar en estos veinticinco años de andar con Cristo. Oro, espero y confío en haber sido un expositor fiel e idóneo del texto bíblico en el marco de mi fe y de la coyuntura histórica en que me ha tocado vivir, para poder presentarme ante Dios como un obrero fiel, que no tiene nada de que avergonzarse y que interpreta bien la Palabra de Verdad. Es mi deseo que Él también lo acompañe a usted en este peregrinaje de 365 días.

ENERO

1

de enero

La nostalgia

«Es posible que nuestra añoranza de paraísos perdidos tenga más que ver con nuestro propio estado de ánimo que con la condición del sitio cuya desaparición lamentamos. Siempre que recordamos los lugares que hemos conocido, tendemos a verlos bañados en el resplandor crepuscular de la nostalgia, una vez que la memoria... ya ha pulido sus contornos ásperos, suavizado sus imperfecciones y alejado la totalidad a un ámbito abstracto y hermoso»

PICO IYER

«Al parecer estamos pasando por un periodo de nostalgia; todo el mundo piensa que el pasado fue mejor. Yo no comparto esa opinión, y recomendaría a todos que no esperen diez años para reconocer que el presente fue magnífico. Si se siente invadido por la nostalgia, finja que hoy es ayer y salga a divertirse en grande»

ART BUCHWALD

La nostalgia es perjudicial para la vivencia cristiana porque el cristianismo está indisolublemente ligado a la esperanza en un futuro mejor (Rom. 8:24, 1 Cor. 13:13). No en vano la Biblia nos previene contra ella en numerosos pasajes tales como Eclesiastés 7:10: «Nunca preguntes por qué todo tiempo pasado fue mejor. No es de sabios hacer tales preguntas», y Lucas 9:62: «Jesús le respondió: -Nadie que mire atrás después de poner la mano en el arado es apto para el reino de Dios», entre otros varios. Además, muchas veces la nostalgia es un mecanismo de defensa para no asimilar los inevitables cambios que la vida conlleva. Todo cambio en la vida tiene algo de crítico y la conversión y consecuente vida cristiana no son la excepción y no pueden, por lo mismo, ser idealizados con infantil ingenuidad. Cuando surgen las primeras dificultades para el creyente, -e indefectiblemente surgirán-, este puede sentirse tentado a mirar atrás con nostalgia. Para el pueblo de Israel, la liberación de la esclavitud egipcia fue acompañada por el necesario y difícil paso por el desierto, situación que hizo que el pueblo mirara con nostalgia a Egipto, olvidando la dureza de su anterior servidumbre (Éxo. 14:11-12; 16:3; 17:3; Nm. 11:4-5). Pero la Biblia es concluyente al respecto cuando dice:

Pero nosotros no somos de los que se vuelven atrás y acaban por perderse, sino de los que tienen fe y preservan su vida.

Hebreos 10:39 NVI

2

de enero

Corazón sensible o cerebro lavado

«Todo el que no deja que se ablande su corazón tendrá que sufrir que se le reblandezca el cerebro»

CHESTERTON

Cabeza y corazón se encuentran íntimamente ligados entre sí, –no solo desde el obvio punto de vista biológico, sino también existencialmente–, en una relación de tensa interdependencia mutua que no permite que la una se vea afectada sin el otro. Los detractores del evangelio lo desestiman diciendo que los que lo acogen y se someten a él, es decir los creyentes congregados en comunión en el seno de la iglesia, son personas de mente débil y poco ilustrada a quienes les han «lavado el cerebro» en sus respectivas comunidades eclesiales. Y si bien ciertas actitudes cuestionablemente crédulas e ingenuamente simplistas por parte de algunos presuntos creyentes justificarían este juicio en casos de excepción, lo cierto es que lo que el evangelio opera en la persona, más que un «lavado de cerebro», es una conveniente y necesaria purificación y sensibilización del corazón que se traduce en su momento en una renovación de la mente (Rom. 12:2; Efe. 4:23). Porque sin dejar de lado nuestra mente, sino involucrándola de lleno (Mt. 22:37; Rom. 12:1; 1 P. 3.15); Dios apela en primera instancia a nuestro corazón insensibilizado y endurecido por causa del pecado (Pr. 23:26; Heb. 3:13) para, justamente, sensibilizarlo de nuevo a su voz y a su guía veraz y bondadosa (Eze. 11:19; 36:26). Como resultado de ello el corazón del creyente se ve así inclinado a la consideración altruista de las necesidades del prójimo, obteniendo de este modo patentes satisfacciones personales de todo orden. Y es que nuestro corazón endurecido es la fuente de todas nuestras desgracias (Éxo. 7:13; Heb. 3:8; 4:7), y no es garantía de nada bueno, pues lejos de protegernos de la superstición y la mentira, es la causa de que, extraviados, sucumbamos a ellas para nuestro propio perjuicio, cediendo a nuestro pesar a verdaderos «lavados de cerebro» por cuenta de ideologías que nos conducen a nuestra propia destrucción. Ya lo dijo C. S. Lewis: «un corazón duro no es protección infalible frente a una mente débil» La única protección eficaz contra el nefasto reblandecimiento del cerebro es la palabra de Dios, la única capaz de vencer nuestra dureza de corazón:

¿No es acaso mi palabra como fuego, y como martillo que pulveriza la roca? -afirma el Señor-.

Jeremías 23:29 NVI

3

de enero

La soledad necesaria

«La mayoría de los hombres modernos no solo no siente la necesidad de la soledad, sino que positivamente le tiene miedo… El hombre se siente solo, abandonado, cuando para nadie es sujeto,… cuando se siente un simple objeto entre objetos innumerables, más o menos anónimos… Se puede estar terriblemente solo en medio de la multitud, y no hay lugar donde el hombre esté más solo que la muchedumbre… Sin embargo, la soledad no es algo meramente negativo. Es indispensable a quienes quieran salir de la trivialidad cotidiana»

IGNACE LEPP

El ser humano es un ser social por naturaleza. Dios, evaluando el resultado de su actividad creadora en el plano material, coronada magistralmente con la creación del hombre, dijo al respecto No es bueno que el hombre esté solo (Gén. 2:18). No obstante, la soledad es de todos modos una condición necesaria para el hombre en general y para el creyente en particular. Esta condición se halla asociada en la Biblia con el desierto puesto que este último, además de hacer alusión de manera figurada a todo tipo de pruebas o momentos difíciles en la vida humana, es al mismo tiempo y de manera habitual un lugar solitario, desolado y deshabitado (Sal. 107:4; Isa. 64:10), circunstancia que hace que, sin ser la constante, el desierto sea un necesario e inevitable paso en nuestro itinerario espiritual (Mt. 4:1, Mr. 1:12; Lc. 4:1; Ose. 2:14; 13:5). Por lo menos hasta que aprendamos a cultivar disciplinadamente y por nosotros mismos los cruciales momentos de soledad ante Dios, porque en última instancia el ser humano siempre se encuentra a solas frente a Dios para asumir ante él su responsabilidad individual. El Señor Jesucristo nos dio ejemplo cuando, después de ser tentado por el diablo en su soledad de 40 días y 40 noches en el desierto, continuó buscando voluntariamente lugares desiertos o solitarios de manera periódica durante el resto de su ministerio con el propósito de estar a solas con el Padre (Mt. 14:13, 23; Mr. 1:35; 6:47; Lc. 5:16; 9:10; Jn. 6:15). Es que adquirir conciencia de nuestra propia soledad (Sal. 102:6-7), es requisito previo para descubrir que no estamos realmente solos (Jn. 8:29), sino que Dios está con nosotros dispuesto a abrir otra vez camino en el desierto y ríos en la soledad (Isa. 43:19 RVR)

… a mí me dejarán solo. Sin embargo, solo no estoy, porque el Padre está conmigo.

Juan 16:32 NVI

4

de enero

Cristianismo: el verdadero humanismo

«Hombre soy: nada de lo humano me es ajeno»

TERENCIO

El humanismo no es un concepto unívoco (con un solo significado), razón por la cual puede ser utilizado tanto a favor del cristianismo como en contra de él. Existe, pues, un «humanismo secular» y un «humanismo cristiano», o mejor aún: un «humanismo ateo» y un «humanismo teísta». El primero de ellos es antropocéntrico (centrado por completo en el hombre), mientras que el segundo es teocéntrico (centrado en Dios). Se puede uno preguntar ¿cómo un humanismo, -en el cual por simple definición el ser humano debería ser lo importante-, puede, no obstante estar centrado en Dios, seguir abogando por el ser humano como su principal interés práctico? El cristianismo responde a este interrogante de manera escueta y puntual. Simple: porque Dios se hizo hombre (Jn. 1:14). Efectivamente, es la doctrina de la encarnación la que le otorga toda su coherencia, riqueza y plenitud al humanismo cristiano y lo coloca en mejor posición que el humanismo secular, el cual adolece en último término de un fundamento sólido, razón por la cual se viene al piso cuando se intenta llevar hasta sus últimas conclusiones tanto teóricas como prácticas. Como lo dijera R. C. Sproul en frase memorable: «Si no hay gloria divina, no hay dignidad humana». Porque la verdadera dignidad del hombre procede de la imagen y semejanza divina plasmadas en él (Gén. 1:26-27), y la Biblia demuestra de manera concluyente en la persona de Jesucristo, -Dios y hombre al mismo tiempo-, que el principal y verdadero «humanista» de la historia es Dios mismo, pues la frase de Terencio en el encabezado únicamente halla su sentido cabal en la boca del Señor Jesús. A Dios, -y por ende al creyente también-, nada de lo humano le es ajeno y la prueba de ello es que, contra todo pronóstico, decidió hacerse hombre e identificarse de lleno con nosotros en nuestra condición humana para que ningún hombre pueda declararse incomprendido por Dios (Heb. 2:14-18; 4:15), y pueda también, gracias a la fe en Cristo y en su obra en la cruz, ver en sí mismo la restauración de la imagen y semejanza divinas malogradas por el pecado, tomando a Cristo como modelo (Col. 1:15; Heb. 1:3)

Así, todos nosotros, que con el rostro descubierto reflejamos como en un espejo la gloria del Señor, somos transformados a su semejanza con más y más gloria por la acción del Señor, que es el Espíritu.

2 Corintios 3:18

5

de enero

La luz del mundo

«El sol nos da la luz, pero la luna nos inspira. Quien mira al sol sin protegerse los ojos, enceguece. Quien contempla la luna durante largo rato sin cubrirse los ojos, se vuelve poeta»

SERGE BOUCHARD

La Biblia indica que uno de los propósitos para los cuales fuimos redimidos es el de ser luz del mundo (Mt. 5:14). Pero en el cumplimiento de este cometido debemos recordar que no poseemos luz propia y que solo podemos alumbrar y brillar en la medida en que reflejemos con éxito la luz que proviene de la fuente verdadera: Dios. (1 Jn. 1:5). No por nada Jesucristo se presentó a sí mismo de este modo: ... Yo soy la luz del mundo... (Jn. 8:12, cf. Jn. 1:4, 9). Cristo es el Sol de justicia anunciado por el profeta, fuente inagotable de luz (Mal. 4:2), y nosotros somos, a semejanza de la luna, tan solo seres llamados a reflejar su luz, como espejos. En la antigüedad estos últimos eran hechos de bronce o de alguna otra aleación, dando por ello un reflejo oscuro o menos luminoso que el que caracteriza a los actuales espejos, lo cual explica bien lo dicho por Pablo en el sentido de que: Ahora vemos de manera indirecta y velada, como en un espejo... (1 Cor. 13:12), y proyectaban una imagen siempre deficiente del objeto reflejado de modo que, para corregir al máximo posible esas deficiencias, era necesario pulirlos muy bien. Los creyentes están en proceso de pulimento continuo a fin de ser … transformados a su semejanza con más y más gloria por la acción del Señor (2 Cor. 3:18). Después de todo, Dios no puede revelarse en toda su gloria sin deslumbrar y amenazar así la misma existencia humana: Pero debo aclararte que no podrás ver mi rostro, porque nadie puede verme y seguir con vida... (Éxo. 33:20), pero a semejanza de Jesús que, al hacerse hombre, manifestó la gloria de Dios atenuada de tal modo que pudiéramos contemplarla sin peligro inminente: ... Y hemos contemplado su gloria, la gloria que corresponde al Hijo unigénito del Padre... A Dios nadie lo ha visto nunca; el Hijo unigénito, que es Dios y que vive en unión íntima con el Padre, nos la ha dado a conocer (Jn. 1:14, 18), nosotros también podemos, guardadas las obvias proporciones, hacer lo mismo de modo que, a pesar de nuestras imperfecciones y tal vez a causa del contraste que estas ofrecen con el carácter de Cristo moldeado en nosotros, podamos inspirar a otros para que:

… puedan ver las buenas obras de ustedes y alaben al Padre que está en el cielo.

Mateo 5:16 NVI

6

de enero

Sujeción y autocrítica

«El Tao admite el desarrollo desde su interior. Quienes comprenden y han sido guiados por el espíritu del Tao pueden modificarlo en las diversas direcciones que su propio espíritu les sugiere. Y solo estos pueden saber qué direcciones son estas. El que es ajeno a él, nada sabe del tema… Solo desde el interior del Tao mismo se tiene autoridad para modificar el Tao»

C. S. LEWIS

Tertuliano, uno de los padres de la iglesia antigua que más se destacó por su labor apologética a favor del cristianismo escribió una defensa del mismo titulada Prescripción contra los herejes, en la cual con una agudeza jurídica sin par utilizaba una figura legal de su tiempo, -la prescripción-, para sostener que los herejes ni siquiera tenían el derecho a discutir de doctrina con los ortodoxos, pues este derecho solo lo tienen quienes forman parte de la iglesia y no quienes se encuentran al margen de ella. Del mismo modo C. S. Lewis, apologista cristiano del siglo XX, -quien convino en llamar Tao a la fuente única de todo juicio de valor-, afirmó que este solo podía ser criticado eficaz y constructivamente desde el interior del mismo por aquellos que se sujetaban a esa fuente única de todo juicio de valor y no desde el exterior por quienes se sitúan al margen de él y no reconocen que esta fuente única de todo juicio de valor ejerce un derecho inalienable sobre ellos. La Biblia respalda este tipo de afirmaciones revelándonos que la presencia del Espíritu Santo en los creyentes los guía de tal modo (1 Cor. 2:10-14; 1 Jn. 2:20-27), que únicamente los cristianos están en condiciones de emprender la crítica necesaria, no solo del mundo, sino asimismo de la iglesia de la que forman parte y, por ende, también la crítica de sí mismos, puesto que: «los malvados nada entienden de la justicia; los que buscan al Señor lo entienden todo» (Pr. 28:5), comenzando porque solo el que está animado por la actitud adecuada puede obtener criterios para discernir la corrección o incorrección de la doctrina en que es instruido: «El que esté dispuesto a hacer la voluntad de Dios reconocerá si mi enseñanza proviene de Dios o si yo hablo por mi propia cuenta» (Jn. 7:17). Se explica así la inspirada e inspiradora declaración del apóstol al respecto:

… el que es espiritual lo juzga todo, aunque él mismo no está sujeto al juicio de nadie…

1 Corintios 1:15 NVI

7

de enero

La guerra y la paz

«El estado natural de los hombres no es de paz, sino de guerra… La guerra no requiere un motivo determinado; parece hallarse arraigada en la naturaleza humana…»

IMMANUEL KANT

Hoy por hoy ha hecho carrera, entre un buen número de cristianos, la creencia de que la paz es ausencia de conflicto o un cese absoluto de hostilidades. Se concibe el cristianismo en términos afines a la descripción del reino futuro hecha por Isaías: Él juzgará entre las naciones y será árbitro de muchos pueblos. Convertirán sus espadas en arados y sus lanzas en hoces. No levantará espada nación contra nación, y nunca más se adiestrarán para la guerra (Isa. 2:4), y no se tiene en cuenta la proclamación, en tiempo presente, del profeta Joel en sentido contrario: Proclamen esto entre las naciones: ¡Prepárense para la batalla! ¡Movilicen a los soldados! ¡Alístense para el combate todos los hombres de guerra! Forjen espadas con los azadones y hagan lanzas con las hoces. Que diga el cobarde: ¡Soy un valiente! (Joel 3:9-10). Si bien es cierto que la paz que Jesucristo nos promete (Jn. 14:27) concierne esencialmente a nuestra relación con Dios (Rom. 5:1; Fil. 4:7) y no propiamente a nuestras circunstancias, también lo es que esta trae de todos modos y de manera necesaria paz y orden a nuestros conflictos internos que son los que, tarde o temprano, dan lugar a los conflictos con los demás: ¿De dónde surgen las guerras y los conflictos entre ustedes? ¿No es precisamente de las pasiones que luchan dentro de ustedes mismos? (St. 4:1), permitiéndonos así reenfocar nuestra lucha contra el verdadero enemigo: Satanás y sus ángeles: Pónganse toda la armadura de Dios para que puedan hacer frente a las artimañas del diablo. Porque nuestra lucha no es contra seres humanos, sino contra poderes, contra autoridades, contra potestades que dominan este mundo de tinieblas, contra fuerzas espirituales malignas en las regiones celestiales (Efe. 6:11-12; cf. Apo. 13:7). El Nuevo Testamento en general, -y en particular el apóstol Pablo-, se refirió a la vida cristiana de manera reiterada en términos beligerantes (1 Cor. 9:26; 2 Cor. 10:3-5; Col. 1:29; 1 Tim. 1:18; 2 Tim. 2:4), resumiendo su propio ministerio con estas palabras: He peleado la buena batalla… (2 Tim. 4:7), exhortándonos a hacerlo de la misma manera (Judas 3)

Pelea la buena batalla de la fe; haz tuya la vida eterna.

1 Timoteo 6:12 NVI

8

de enero

La comunión y el consejo

«Es inútil aceptar consejo de quienes siguen un camino distinto»

CONFUCIO

La ruta emprendida por los creyentes, descrita en la Biblia como un peregrinaje por el mundo sin llegar nunca a apegarse a él (Heb. 11:13), sigue un itinerario diferente al de la gran masa de inconversos y se rige por criterios, valores, expectativas, aspiraciones y esperanzas muy diferentes y opuestos a los del mundo. Por lo tanto, la solidaridad y el apoyo mutuo que debe caracterizar a los hermanos en la fe está determinado en gran medida por el hecho de compartir todos estos elementos comunes a ese camino que todo cristiano comienza a recorrer a conciencia desde el momento de su conversión a Cristo. Y aunque el consejo es un recurso recomendado en la Biblia con miras a la acertada toma de decisiones (Pr. 11:14; 12:15; 15:22; 19:20), los personajes bíblicos reputados como sabios se abstuvieron de pedir o aceptar consejo de quienes recorrían un camino manifiestamente distinto al de ellos (Job 21:16; Sal. 1:1; Pr. 12:5; Pr. 11:14; 15:22), pues aunque no sea mal intencionado, este tipo de consejo es inútil en el mejor de los casos, cuando no perjudicial y engañoso, extraviando al aconsejado del camino correcto. El acuerdo básico alrededor de esa visión de la existencia humana que cada uno de ellos, -aconsejado y consejero-, comparten entre sí como patrimonio común de vida centrado en Dios y su revelación en Cristo, es condición previa para considerar siquiera el solicitar consejo del otro y sin este telón de fondo es muy difícil que el consejo fructifique de la manera esperada. Únicamente quienes se ponen de acuerdo para honrar con su vida y como se debe el nombre de Cristo podrán llegar a acuerdos en otros frentes de la existencia cotidiana en línea con la voluntad de Dios y con la garantía divina de ver llegar a feliz término los acuerdos suscritos en la presencia y con la aprobación y complacencia de Dios en el acto de la oración (Mt. 18:19-20). El apóstol Pablo fue categórico en cuanto a no establecer acuerdos comprometedores con aquellos que no recorren nuestro mismo camino diciendo: «... ¿Qué tienen en común la justicia y la maldad… ¿Qué tiene en común un creyente con un incrédulo?...» (2 Cor. 6:14-15). Pero el profeta Amos fue quien tal vez lo expresó de la manera más gráfica y concluyente:

¿Pueden dos caminar juntos sin antes ponerse de acuerdo?

Amos 3:3 NVI

9

de enero

La luz y las tinieblas

«Aquel que está en la luz nunca comprende a los que están en la sombra»

VIRGILIO RODRIGUEZ MACAL

La práctica de la vida cristiana fue resumida por el apóstol Pablo con estas imperativas palabras: ... Vivan como hijos de luz... (Efe. 5:8), dando a entender con ello que el cristiano debe ser irreprochable en su conducta: Que Dios mismo, el Dios de paz, los santifique por completo, y conserve todo su ser -espíritu, alma y cuerpo- irreprochable para la venida de nuestro Señor Jesucristo (1 Tes. 5:23). El problema es que muchos cristianos asumen una actitud y un tono moralista de superioridad para juzgar, descalificar y condenar a los demás, como si ellos mismos ya se encontraran por encima del bien y del mal, olvidando en primer lugar la viga en su propio ojo (Mt. 7:1-5), y en segundo lugar su lamentable condición pasada de tinieblas, pecado y desesperanza, similar a la de la despreciada Galilea, descrita así por el profeta: El pueblo que andaba en la oscuridad ha visto una gran luz; sobre los que vivían en densas tinieblas la luz ha resplandecido (Isa. 9:2). Una de las más detestables manifestaciones del fanatismo religioso es la actitud por la cual no solo aborrecemos el pecado sino también al pecador que lo comete. Si Dios obrara así no habría la más mínima esperanza de redención para el género humano, pero afortunadamente Él, con todo y aborrecer el pecado, continúa amando al pecador (Isa. 1:18; Eze. 33:11) y expresando de este modo su inmensa misericordia: ¿Qué Dios hay como tú, que perdone la maldad y pase por alto el delito del remanente de su pueblo? No siempre estarás airado, porque tu mayor placer es amar. Vuelve a compadecerte de nosotros. Pon tu pie sobre nuestras maldades y arroja al fondo del mar todos nuestros pecados (Miq. 7:18-19). Shakespeare mostró gran percepción cuando afirmó que nada envalentona tanto al pecador como el perdón y Max Lucado, pastor y escritor cristiano dijo que ver el pecado sin la gracia produce desesperanza, ver la gracia sin el pecado produce arrogancia, verlos juntos produce conversión, a lo cual podría añadirse que también produce comprensión pues, en buena medida, si supiéramos comprender no haría falta en muchos casos perdonar, ni mucho menos condenar.

Si ustedes supieran lo que significa: ‘Lo que pido de ustedes es misericordia… no condenarían a los que no son culpables.

Mateo 12:7 NVI

10

de enero

Exclusiones y favoristismos en la iglesia

«Lo que me duele de veras es que la Corte Suprema esté haciendo que los paganos sean más cristianos de lo que la Biblia está haciendo que los cristianos sean más cristianos… las protestas de personas sentadas en sitios específicos no habrían sido necesarias si en todos estos años los cristianos se hubieran sentado juntos en la iglesia y en la mesa de Cristo»

CLARENCE JORDAN

Deja una sensación amarga en el corazón observar que a veces las cortes civiles son más sensibles a los intereses del reino de Dios que la misma iglesia, de tal modo que implementan en nuestras sociedades leyes que promueven un trato más humano, justo e igualitario entre las personas; trato que honestamente no se verifica como sería de desear y de esperarse en las iglesias, entre hermanos en la fe. Es así como la discriminación y segregación racial se dio por igual tanto en medios religiosos (iglesias) como seculares (sociedad civil), estableciendo sitios específicos para que pudieran sentarse los de raza negra, separados por supuesto de los de raza blanca. Y aunque fueron personas cristianas como W. Wilberforce, A. Lincoln y, de manera más reciente, M. Luther King, los que lideraron las iniciativas que se concretaron en leyes que echaron finalmente por tierra la esclavitud de los negros y la consecuente discriminación a esta raza, ambas manifiestamente antibíblicas; estas iniciativas fueron más el producto de los esfuerzos individuales y aislados de comprometidos cristianos, que de la iglesia como institución. Porque en realidad el problema no está ni en la Biblia ni en el cristianismo, sino en los ministros encargados de estudiarla, vivirla y predicarla con fidelidad. En ella los favoritismos arbitrarios y discriminatorios entre los hombres basados en criterios humanos prejuiciados están por completo fuera de lugar (1 S. 16:7; 2 Cor. 5:16-17; Gál. 2:6), no solo porque todos descendemos de un padre común (Hc. 17:26), sino porque Dios actúa de manera justa, con imparcialidad y sin favoritismos (Rom. 2:11; Gál. 3:8; Col. 3:25; St. 2:1-9; 1 P. 1:17), y los creyentes debemos imitarlo en la iglesia (Rom. 15:7), pues en ella cualquier discriminación producto de los convencionalismos o la cultura humana queda sin efecto, según lo revela el Señor en su palabra (Gál. 3:28; Col. 3:11). Hagamos, pues, nuestras las palabras del apóstol:

-Ahora comprendo que en realidad para Dios no hay favoritismos…

Hechos 10:34 NVI

11

de enero

La necesidad de pedir

«Los niños… Nacen con el don de saber que, pidiendo persistentemente, pueden vencer toda resistencia de los padres y conseguir lo que quieren… La mayoría de los adultos hemos perdido la capacidad de pedir. Por lo general acudimos a los demás solo en momentos de angustia o cuando no podemos afrontar una situación sin ayuda»

ASKO SIRKIÄ

Pedir es considerado por muchos como una señal de debilidad, percepción equívoca que desvía así la atención del hecho real que consiste más bien en que la incapacidad para hacerlo es un signo claro de orgullo injustificado. El Señor Jesucristo ilustró la buena disposición del Padre celestial para con los creyentes haciendo referencia a la habitual buena disposición de los padres humanos hacia sus hijos que, de manera natural, piden a los primeros, admitiendo así su necesidad y dependencia de estos: ¿Quién de ustedes, si su hijo le pide pan, le da una piedra? ¿O si le pide un pescado, le da una serpiente? Pues si ustedes, aun siendo malos, saben dar cosas buenas a sus hijos, ¡cuánto más su Padre que está en el cielo dará cosas buenas a los que le pidan! (Mt. 7:9-11). En este mismo contexto el Señor animó a sus oyentes a «pedir, buscar y llamar» (Mt. 7:7-8), enfocando la atención con cada una de estas acciones a los siguientes hechos establecidos en el evangelio: Con el verbo buscar se nos recuerda la posibilidad real de que los buscadores persistentes puedan hallar a Dios (Job 23:3; 28:12; Pr. 8:17, 35; Isa. 55:6; Jer. 29:13-14; Jn. 1:41, 45), haciendo la aclaración de que quien anda perdido no es Dios sino nosotros (Nm. 17:12; Sal. 107:4; Isa. 53:6; Lc. 15:24). En segundo lugar la exhortación a llamar hace referencia a la posibilidad de disfrutar de acceso inmediato, -sin antesalas de ninguna especie y en los mejores términos-, a la presencia de Dios en virtud de los méritos de Cristo a nuestro favor (Rom. 5:2; Efe. 3:12; Heb. 4:16; 10:19-22); para terminar con la petición en sí misma (pedir), que es la instancia final a la cual acudimos para que Dios supla nuestras necesidades, siempre bajo ciertos parámetros revelados también en las Escrituras y que deben ser tenidos muy en cuenta por el peticionario (St. 4:2-3; 1 Jn. 3:22; 5:14-15; Rom. 8:26; Efe. 3:20) para que la petición sea respondida a satisfacción.

Si ustedes creen, recibirán todo lo que pidan en oración.

MATEO 21:22 NVI

12

de enero

Ética y religión

«Solo si pudiera sumergirme en la religión podría acallar esas dudas. Porque solo la religión podría destruir la vanidad y penetrar en todos los vericuetos»

LUDWIG WITTGENSTEIN

Considerado por muchos como un positivista lógico que negaba el sentido y la utilidad de la religión, Wittgenstein sorprende entonces al admitir que únicamente desde la religión se pueden resolver las dudas y contradicciones éticas en que el ser humano incurre al actuar y tomar decisiones en la vida. Es de esperarse que así sea, pues únicamente la religión, -particularmente el cristianismo-, otorga criterios puntuales para juzgar los motivos (1 Cor. 12:31-13:13; Mt. 22:36-40; Rom. 13:9), y las intenciones de un acto determinado (1 Cor. 10:31), que no obstante poder ser catalogado como «bueno» desde el punto de vista de la acción en sí misma, puede ser sin embargo mal intencionado y estar mal motivado (Fil 1:15-18; 1 Cor. 9:16-17), siendo en últimas desaprobado desde la óptica divina, sin perjuicio de sus resultados más o menos constructivos. Y es que los principios éticos despojados de su matriz religiosa, -como los viene promoviendo desde el comienzo de la modernidad el racionalismo kantiano y el liberalismo teológico-, se quedan por completo sin punto de apoyo, pues si la obligatoriedad del mandamiento, cualquiera que este sea, reposa únicamente en la conciencia del individuo, -conciencia que además no está frecuentemente en condiciones de acertar en este tipo de juicios (Rom. 1:28; 1 Tim. 4:2; Tit. 1:15)-, sin referirla más allá de sí misma al propio Dios en la persona de Cristo; entonces el mandamiento carece de una autoridad final que lo sancione y siempre podrá ser impugnado con facilidad con un argumento tan simple como el de un niño díscolo que, ante la instrucción de alguien para que actúe correctamente responde con descaro: -¿Y quién lo dice? El cristianismo puede responder: -¡Lo dice Cristo!, quien tiene toda la autoridad para ordenarlo así: tanto la autoridad moral en vista de que no cometió pecado (2 Cor. 5:21; Heb. 4:15; 1 P. 2:22); como también la autoridad final, puesto que cuando Cristo habla es Dios quien habla y por ello no tiene que referir sus mandatos a ninguna instancia humana aparte de sí mismo (Mt. 7:29; Lc. 4:32).

Ustedes han oído que se dijo… pero yo les digo…

Mateo 5:21-44 NVI

13

de enero

El primer amor

«El primer amor... puede herirnos y marcarnos profundamente, pero el amor que dura y crece lo hace porque reúne y cultiva lo que hay de más querido, bello y noble en dos personas. Y porque entiende y perdona lo que no lo es tanto. El primer amor puede meterse en la sangre y embriagarnos, pero el que dura se arraiga en el alma... Nos completa y nos da la entereza para navegar a salvo por la vida»

ALBERT DIBARTOLOMEO

El término «primer amor» es referido usualmente a la primera relación romántica del hombre y rememora, por lo general, muchos recuerdos gratos e idealizados. Es por eso que la Biblia utiliza esta misma expresión para indicar, en palabras del autor Tim LaHaye: «aquella maravillosa temporada en que el plan de salvación y la verdad de la gracia son frescos y nuevos» y en muchos casos deslumbrantes y embriagadores. La conversión tiene así puntos de contacto con el primer amor humano, pues al igual que este, evoca por una parte el cortejo divino, descrito así por el profeta: ¡Me sedujiste, Señor, y yo me dejé seducir! Fuiste más fuerte que yo, y me venciste...» (Jer. 20:7). Y por otra parte, hace referencia también a la constancia de este cortejo: «Hace mucho tiempo se me apareció el Señor y me dijo: «Con amor eterno te he amado; por eso te sigo con fidelidad» (Jer. 31:3). Pero el problema aquí es, precisamente, que asumimos el primer amor para con Dios del mismo modo que nuestro primer amor humano: como un grato y nostálgico recuerdo. Pero el primer amor al que se refiere la Biblia ostenta este calificativo, entre otras cosas, debido a que fue Dios quien nos amó primero, como lo afirma Juan: «Nosotros amamos a Dios porque él nos amó primero» (1 Jn. 4:10, 19), y nos ama siempre por igual, esperando que el creyente que descubre la dimensión y alcance de este amor (Jn. 3:16), lo corresponda de la misma manera siempre. Es decir que es «primero» no solo en un orden cronológico o secuencial, sino también y fundamentalmente, en el orden de prioridad. Por todo esto, el primer amor de Dios es también el verdadero amor que, al decir de DiBartolomeo: «dura y crece... se arraiga en el alma... y nos da la entereza para navegar a salvo por la vida», o en palabras más puntuales pronunciadas por el apóstol Pablo: «El amor de Cristo nos obliga...» (2 Cor. 5:14). Se explica entonces la amonestación divina:

... tengo en tu contra que has abandonado tu primer amor. ¡Recuerda de donde has caído! Arrepiéntete y vuelve a practicar las obras que hacías al principio.

Apocalipsis 2:4-5 NVI

14

de enero

La autosuficiencia del creyente

«Jamás se desvía uno tanto del camino como cuando cree conocerlo»

PROVERBIOCHINO

La autosuficiencia es algo típico del inconverso, definiendo a este último no como aquel que necesariamente niega o rechaza a Dios, sino como el que se resiste a tomarlo en cuenta con toda la seriedad requerida, -creyendo de corazón en Él y confiando humildemente y sin reservas su vida a Él (Sal. 37:5)-, negándose a sacrificar la engañosa y autodestructiva autonomía que, de manera velada o expresa, pretende a toda costa conservar (Sal. 2:3). Sin embargo, la autosuficiencia también puede hacer presa del creyente avanzado, -pero no por ello maduro-, que al alcanzar un satisfactorio grado de familiaridad y conocimiento de la revelación de Dios contenida en la Biblia, termina entonces dándola por descontada en su vida práctica cotidiana. Sentirse ya por encima del bien y del mal con actitud autosuficiente es algo nefasto para la vida cristiana, pues conduce al individuo a prescindir de la permanente actitud vigilante recomendada en la Biblia a los creyentes (Isa. 52:8; 62:6-7; Mr. 13:32-37; Lc. 12:35-38), actitud expresada en la oración (Mr. 14:38; Lc. 21:36; Efe. 6:18; 1 P. 4:7), que no obstante conocer la revelación de Dios en su Palabra, acude con todo y ello en un espíritu de humilde dependencia a la guía diaria de Dios a través del Espíritu Santo, el inspirador directo y sobrenatural de la Biblia (2 Tim. 3:16-17; 2 P. 1:20-21), que por lo mismo, es quien mejor puede revalidarla y actualizarla diariamente para el creyente que apela a Dios cada día (Jn. 14:26; 16:13-14), afinando también sus facultades para obedecerla (Fil. 2:13). De otro modo, la fe vital puede degenerar en una fe meramente formal, regida por la letra muerta pero carente del Espíritu vivificante (1 Cor. 15:45; 2 Cor. 3:6), que termina desviando al creyente de manera sutil, gradual y creciente del camino correcto, debido justamente a su presunción de conocerlo bien y estarlo recorriendo con ventaja. Y es bien sabido que, de mantenerse, una pequeña desviación inicial del camino correcto puede llevarnos con el tiempo muy lejos de la senda original. Desvío del que, lamentablemente, no se es consciente hasta que se ha avanzado ya mucho en la dirección equivocada. Por lo tanto:

… si alguien piensa que está firme, tenga cuidado de no caer.

1 Corintios 10:12 NVI

15

de enero

Saber escuchar

«Nada es más natural que tratar de consolar a un amigo atribulado asegurándole que no se halla solo. Pero las calamidades... son tan únicas como las huellas digitales... Cuando estamos tristes, preocupados o eufóricos, no hay mayor bendición que contar con un amigo que tenga todo el tiempo del mundo para escucharnos... No siempre queremos respuestas o consejos. A veces, solo queremos que alguien nos escuche»

ROBERTA ISRAELOFF

La incomprensión y todo lo que esta acarrea, se origina en gran parte debido a las deficiencias en la comunicación humana. Entre estas deficiencias, una de las más generalizadas y notorias es la incapacidad para escuchar. Y no se trata en este caso de un defecto físico que impida que el oído funcione de manera adecuada; sino que a pesar de poseer la facultad de oír, muy raras veces escuchamos realmente. Esto es así debido a que estamos tan ocupados en elaborar y articular respuestas y justificaciones que no se nos han solicitado, que no prestamos atención a lo que se nos dice. Es sintomático que en nuestros formalismos sociales, cuando preguntamos «¿Cómo estás?», no deseamos realmente escuchar una respuesta medianamente elaborada, sino que esperamos un escueto y protocolario «bien, gracias», sintiéndonos fastidiados si nuestro interlocutor se toma la pregunta demasiado a pecho y se despacha contándonos cómo está realmente. La Biblia señala repetidamente la renuencia a escuchar, tan común en nuestros días, como una de las causas por las cuales los judíos no pudieron valorar el mensaje del evangelio (Hc. 28:26-27), y el Señor Jesucristo insistía en advertir a sus oyentes «El que tenga oídos, que oiga» (Mt. 13:43; Mr. 4:9; Lc. 14:35). Hemos olvidado que antes de hablar es necesario aprender a escuchar (Isa. 50:4), y que muchas veces ni siquiera se requiere que hablemos si hemos escuchado con atención. Los amigos que acudieron a consolar a Job en su aflicción no fueron molestos para el proverbial patriarca mientras estuvieron en silencio a su lado, sino solo cuando comenzaron a hablar y brindar explicaciones, por demás predecibles (Job 1:11-13; 6:25-27; 16:1-6), e inoportunas (Pr. 15:23; 25:11; Ecl. 3:7). Haríamos bien en incorporar sistemáticamente a nuestra conducta la actitud recomendada por Santiago en su epístola:

Todos deben estar listos para escuchar, y ser lentos para hablar...

Santiago 1:19 NVI

16

de enero

Los vientos de Dios

«Jamás se levanta viento alguno sin especial mandato de Dios»

JUAN CALVINO

Una de las palabras más reveladoras y sugerentes, utilizada dentro de los más variados contextos en las Escrituras, es la palabra «viento». Esta riqueza y diversidad de sentido tiene que ver con el hecho de que, tanto la palabra hebrea ruach, como la palabra griega pneuma pueden traducirse por igual como «viento» o como «espíritu» (Heb. 1:7), siendo el contexto el que les confiere su significado preciso. De cualquier modo Dios siempre tiene dominio sobre el viento (Sal. 135:7; 147:18; Jer. 51:16) y este siempre sopla en cumplimiento de su voluntad y con la fuerza y dirección estrictamente requerida (Job 28:25), en ocasiones a favor del ser humano (Gén. 8:1; Éxo. 14:21; Nm. 11:31), pero también en su contra, ya sea como medida disciplinaria ejercida sobre los suyos (Jon. 1:4; Ose. 13:15) o como juicio divino sobre los impíos (Éxo. 15:10; Jer. 51:1). Es por eso que la causa de que los vientos sean contrarios no puede atribuirse a Dios con exclusividad, pues con su conducta irresponsable y censurable el ser humano también da pie a ellos, sembrando vientos y cosechando tempestades (Ose. 8:7)[1]. En conexión con esto, el viento también hace referencia en las Escrituras a acciones humanas que no fructifican, inútiles y vanas y que, por lo mismo, se tornan cuestionables desde la óptica divina (Pr. 11:29; Jer. 5:13; Ose. 12:1). No obstante, los vientos contrarios ponen en evidencia la firmeza de nuestra fe (Ecl. 11:4-6; Mt. 7:24-27), el poder de Dios a favor de los suyos (Mt. 8:26; Mr. 4:39; Lc. 8:24) y, en el peor de los casos, pueden ayudar a que el ser humano descubra por fin su vocación espiritual restableciendo su relación con Dios, pues: Le viene bien al hombre un poco de oposición. Las cometas se levantan contra el viento, no a favor de él (John Neal). Finalmente, Dios sopla su Espíritu sobre el creyente (Jn. 20:22), para dotarlo con su poder (Hc. 1:8; 2:2-4), y para guiarlo (1 Cor. 2:10-16; 1 Jn. 2:27), de modo que no se extravíe a causa de los vientos contrarios (Efe. 4:14; St. 1:6), puesto que, en último término, es el Espíritu quien de manera soberana nos lleva a volvernos a Dios para nacer de nuevo (Jn. 1:12-13)

… El viento sopla por donde quiere, y lo oyes silbar. Aunque ignoras de dónde viene y a dónde va. Lo mismo pasa con todo el que nace del Espíritu.

Juan 3:5-8 NVI

17

de enero

Esencialismo

«Esencialismo. Dejar los circunloquios, los rodeos, las abstracciones, la maraña. Ir al grano, dar en el blanco, ubicar el quid, extractar el meollo... Lo periférico nos distancia, no lo esencialista. El eje es común, los mecanismos diferentes, pero todos forman el mismo engranaje»

DARÍO SILVA-SILVA