Cristología: Doctrina de la persona y obra de Jesucristo - Samuel Pérez Millos - E-Book

Cristología: Doctrina de la persona y obra de Jesucristo E-Book

Samuel Pérez Millos

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Beschreibung

En la Colección de Teología Bíblica y Sistemática el Dr. Samuel Pérez Millos nos ofrece el volumen sobre Cristología que trata de la doctrina sobre la persona y obra de Jesucristo, abordada desde un nivel académico, aunque accesible a cualquier lector. Secciones de la obra: Una teología bíblica y sistemática. La exposición de las nueve doctrinas fundamentales desde la enseñanza del texto bíblico en que se sustentan. La historia de las doctrinas se establece en la introducción de cada apartado. Las distintas etapas que llegaron a la formulación actual están desarrolladas en cada una de ellas. Las controversias históricas permitirán al lector comprender mejor las desviaciones que se han producido en el transcurso del tiempo y las causas que las motivaron. La exégesis del texto bíblico desde los idiomas originales. Se muestra para que el lector tenga a la vista las razones textuales que permiten afirmar las verdades de cada uno de los apartados del libro. Referencias de autores. Como es natural, se cita a teólogos con sus propuestas y conclusiones a lo largo de la historia de la iglesia, trasladando la cita textual y el lugar de donde se ha tomado. Bibliografía. Una extensa relación bibliográfica, desde los Padres Apostólicos pasando por los siglos posteriores hasta la Reforma y siguiendo luego hasta la actualidad, aparece en los capítulos y en la relación al final de cada tomo. Aplicación pastoral. No se puede estudiar y elaborar teología desde el frío ámbito de la ciencia teológica que sería llenar de datos la cabeza y dejar frío el corazón. La Biblia no se estudia para saber más sobre ella, sino para vivir conforme a ella. Eso forma parte de la propia experiencia pastoral del autor a lo largo de 40 años en el ministerio, por tanto, en muchos lugares se abren vías aplicativas a los muchos temas que se estudia.

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C T B S

Colección Teología

BÍBLICA Y SISTEMÁTICA

CRISTOLOGÍA

Doctrina de la personay obra de Jesucristo

Samuel Pérez Millos

Editorial CLIE

C/ Ferrocarril, 8

08232 Viladecavalls

(Barcelona) ESPAÑA

E-mail: [email protected]

http://www.clie.es

© 2023 por Samuel Pérez Millos

«Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra (www.cedro.org; 91 702 19 70 / 93 272 04 45)».

© 2023 por Editorial CLIE. Todos los derechos reservados.

CRISTOLOGÍA

Doctrina de la persona y obra de Jesucristo

ISBN: 978-84-17620-00-4

eISBN: 978-84-17620-67-7

Teología cristiana

Cristología

ACERCA DEL AUTOR

Samuel Pérez Millos natural de Vigo, España. Es Máster en Teología (Th. M.) por el IBE (Instituto Bíblico Evangélico) desde 1975. Es, también, Master en Cristología y Master en Espiritualidad Trinitaria. Miembro de la Junta Rectora del IBSTE (Instituto Bíblico y Seminario Teológico de España) y profesor de las áreas de Prolegómena, Bibliología y Antropología de esta institución.

Decano de Escrituras online, donde imparte las materias de Teología sistemática y algunas de Exégesis Bíblica de los escritos de Pablo. Une a esto la experiencia como pastor de la Iglesia Evangélica Unida de Vigo, durante 38 años.

Fue guiado, en el estudio de la Palabra, de la mano del ilustre teólogo español Dr. Francisco Lacueva.

Autor de más de cincuenta obras de teología y exégesis bíblica. Conferenciante de ámbito internacional y consultor adjunto de la Editorial CLIE en el área de lenguas bíblicas.

D. Samuel viaja siempre acompañado de su esposa Susana, quien colabora en las muchas tareas del Ministerio.

Dedico este libro a la nueva generación de jóvenes que, en un mundo complejo, difícil y descreído, busca en el estudio de la cristología un conocimiento más profundo del Hijo de Dios para vivir su vida y seguir sus pisadas mientras espera su venida. Testificando de Jesús al mundo y dándolo a conocer con sus propias vidas.

ÍNDICE

Prólogo

Qué es cristología

Cristología descendente: cristología bíblica del descenso

Capítulo IIntroducción y metodología

Introducción general

Propósito

Las bases sustentadoras

La Escritura

El problema de la tradición

El problema de la crítica humanista

Ciencias auxiliares

Historia

Geografía

Filosofía

Psicología

El sujeto de la cristología

Metodología

Relación de la cristología

División general de la materia

Capítulo IIDeidad

Introducción

La deidad reconocida

Capítulo IIILa persona divina

Introducción

Concepto de persona

El sentido de persona aplicado a Dios

La evolución del término en la historia de la Iglesia

Conclusiones teológicas del concepto de persona

La generación de la persona divina del Hijo de Dios

Capítulo IVPreexistencia

Introducción

Preexistencia divina

Preexistencia creadora

Preexistencia personal

Capítulo VTítulos y nombres divinos

Introducción

Nombres y títulos de la deidad

Dios

Yahvé, Jehová

Señor

Nombres de relación eterna

Hijo de Dios

El título en la boca de Jesús

Logos, Verbo

Unigénito

Nombres y títulos divino-humanos

Hijo del Hombre

Cristo, Mesías

Jesús

Emanuel

Capítulo VIAcciones y relaciones divinas

Introducción

Acciones divinas

Omnipotencia

Omnipresencia

Omnisciencia

Inmutabilidad

Manifestaciones y demandas divinas

Salvar lo perdido

Dar gracia divina

Perdonar pecados

Exigir para Él la fe que Dios demanda

Recibir adoración

Relación trinitaria

Interrelación con el Padre

Enviado del Padre

Apropiación de cuerpo

Relación en la expresión

Relación en la dependencia

Interrelación con el Espíritu

Relación en la concepción

Relación en la niñez y juventud

Relación en el ministerio de Jesús

Capítulo VIILa encarnación

Introducción

La anunciación

La concepción

Concepción virginal

Concepción de la humanidad de Jesús

Historia de la doctrina

Capítulo VIIIJesús, verdadero hombre

Introducción

Datos sustentantes de la doctrina

Los evangelios

Escritos de Pablo

Epístola a los Hebreos

Escritos de Juan

Doctrina de la Iglesia

Consecuencias de la humanidad

Capítulo IXJesús, Dios-hombre

Introducción

Historia de la unión hipostática

Causa necesaria

Ebionitas

Docetas

Gnósticos

Patrística

Edad Media

Reforma

Capítulo XUnión hipostática

Introducción

Base histórica

Base teológica

Base soteriológica

Otros aspectos de la unión hipostática

Existencias en Cristo

Comunicación de idiomas

Capítulo XIComienzo del ministerio terrenal

Introducción

El bautismo de Jesús

Las tentaciones

Capítulo XIILa transfiguración

Introducción

La indicación previa

El evento de la transfiguración

El anticipo del Reino

La conclusión

Capítulo XIIIPredicador y maestro

Introducción

El profeta

Proclamador del evangelio

El maestro

Aspectos generales de la enseñanza de Jesús

La relación de Jesús con el judaísmo y la Escritura

Enseñanza parabólica

Figuras del lenguaje

Controversias de Jesús

Mensaje profético de Jesús

Anuncio de su muerte

El sermón profético

Capítulo XIVMilagros de Jesús

Introducción

Dificultades relativas

Ciencia versus milagro

Evidencias

Historicidad

Presencia

Testimonio múltiple

Unicidad

Manifestación del Reino de Dios

Concordancia del relato

Vinculación necesaria

Relato de los milagros

Cuatro milagros de Jesús

Actuación sobre la naturaleza

Historicidad

Exégesis del relato

Actuación sobre la enfermedad

Historicidad

Exégesis

Actuación sobre los demonios

Historicidad

Testimonio múltiple

Exégesis

Actuación sobre la muerte

Historicidad

Exégesis

Capítulo XVKénosis del hijo de Dios

Introducción

La humillación de Dios

Necesidad de la comprensión de la kénosis

Capítulo XVIPasión del verbo encarnado

Introducción

Anuncios de la Pasión

Entrada del rey en Jerusalén

La limpieza del templo

Las enseñanzas finales de Jesús

Al pueblo y a los líderes religiosos

A los Doce

Sermón profético

La comida pascual

Lecciones sobre la humildad y el amor

Inmanencia divina

Sobre el Espíritu Santo

El fruto

La paz

La oración sacerdotal

Getsemaní

Prendimiento, juicios, oprobios y escarnios

Juicios

Ante Anás y Caifás

Ante el sanedrín

Primera comparecencia ante Pilato

Comparecencia ante Herodes

Segunda comparecencia ante Pilato

La antesala de la cruz

La crucifixión

La muerte del Salvador

La sepultura de Jesús

Epístolas de Pablo

Epístolas de Pedro

Epístolas de Juan

Epístola a los Hebreos

Capítulo XVIILa resurrección

Introducción

Tipos y profecías en el Antiguo Testamento

Tipos

Profecías

Predicciones de Jesús

Confesiones de fe

Sencillas

Intermedias

Completas

Expresiones kerigmáticas

Himnos

Relatos y cristofanías

Relatos

La piedra de entrada

El sello

La guardia

Cristofanías

Controversias sobre la resurrección

La propuesta de los judíos

Otras teorías

Consecuencias teológicas de la resurrección

Capítulo XVIIIExaltación

Introducción

La ascensión a los cielos

Posición de la primera ascensión

La ascensión

Antiguo Testamento

Nuevo Testamento

Anuncios de Jesús

Relatos en los evangelios

La ascensión en las epístolas

La exaltación del Señor resucitado

El estado de exaltación

Proceso de la exaltación

Traspasó los cielos

Sentado a la diestra de Dios

La gloria del entronizado Señor

Capítulo XIXOficios de Jesucristo

Introducción

Oficios de Jesucristo

Oficio sacerdotal

Ministerio de intercesión

Ministerio como abogado

Oficio profético

Oficio regio

La Iglesia y el Reino

La vinculación con la esperanza cristiana

Anuncio de la segunda venida

El reino milenial

El estado eterno

Epílogo

Bibliografía

Evangélicos y afines

Patrística

Católicos y otras procedencias

Diccionarios y manuales técnicos

Textos bíblicos

Textos griegos

PRÓLOGO

En estos momentos lucho con sentimientos encontrados: por un lado, el privilegio y la bendición que supone escribir el prólogo a una obra tan deseada como esta Cristología; pero, por otro lado, la enorme responsabilidad que entraña escribir sobre el articulum stantis et cadentis del cristianismo: la persona divino-humana de Cristo. Para Lutero, este articulum era la justificación por la fe, pero apurando su definición, diremos que Cristo es realmente superior a la justificación.

Uno celebra la publicación de obras autóctonas sin devaluar, por supuesto, las traducciones de otros autores. Digo esto simplemente para remarcar la impronta que una mente hispana deja en los escritos evangélicos. El libro que tienes entre tus manos es el fruto de una mente preclara y madura que habla de Cristo desde la Biblia y el corazón. Habla con palabras acerca de la Palabra. Es la tarea de explicar con palabras al Hijo, quien, a su vez, es la exégesis y explicación del Padre (He. 1:1 ss. y Jn. 1:18). Es un libro que inaugura toda una serie de tratados sobre Teología, que esperamos con expectación.

QUÉ ES CRISTOLOGÍA

A nadie se le escapará que cristología es el estudio acerca de Cristo. Pero hay un peligro latente que, como no estemos atentos, nos puede cautivar: el peligro de estudiar a Cristo como uno estudiaría la vida de Platón, Gandhi u otro personaje que no influye en nuestra conducta ni cambia nuestro parecer ni nos eriza la piel. Más que estudiar a Cristo, debemos aprender a Cristo (Ef. 4:20) y aprehender a Cristo (Fil. 2:12). Si el frío estudio de la teología en general y la cristología en particular no es puesto en el fuego de la Palabra para que hierva en nosotros y arda nuestro corazón (Lc. 24:32), será un témpano resbaladizo que nos estampará contra el suelo. Sólo una mente renovada (Ro. 12:2) y transformada a la mente de Cristo (1 Co. 2:16) puede hacer esto. Hacerlo sin ese calor y sin una mente cristiana convierte a cualquier obra de teología en un material académico de cierto valor, pero inerte.

La cristología bíblica hunde sus raíces en la eternidad y deidad del Verbo (caps. 2, 3 y 4) y empieza a brotar con la afirmación de Pedro —“Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente” (Mt. 16:16)—, con la del incrédulo Tomás ante el Resucitado —“¡Señor mío y Dios mío!” (Jn. 20:28)— o acaso con la de María Magdalena llena de asombro y gozo —“¡Hemos visto al Señor!” (Jn. 20:18)—. Son palabras que, o las hacemos nuestras al escribir sobre Cristo (1 Jn. 4:2, 15; 5:1) o estaremos negándolo (1 Jn. 2:22, 23). Cuando este árbol crece sano, nos lleva a contemplar la belleza de los nombres y títulos de Jesús (cap. 5) y sus acciones y relaciones divinas (cap. 6). Te invito a que nos sentemos juntos a la fresca sombra de este árbol para deleitarnos con el misterio de la encarnación (cap. 7), la humanidad de Jesús (cap. 8), el hondo misterio de la humana divinidad o la divina humanidad de Jesús (cap. 9), el ministerio, la transfiguración, la enseñanza y predicación, los milagros, la pasión, la resurrección y la final exaltación del Hijo de Dios (cap. 10-18).

CRISTOLOGÍA DESCENDENTE: CRISTOLOGÍA BÍBLICA DEL DESCENSO

Las ciencias tienen sus métodos de estudio para asegurarse de que el enunciado de sus leyes y teorías sea comunicado tras varios procesos de verificación y análisis, de modo que las conclusiones queden validadas como ciertas e irrefutables.

Enfoquemos el estudio acerca de Cristo desde el siguiente método: analicemos por medio de la historiografía cómo surgió la fe en las diversas comunidades cristianas del primer siglo, qué se escribió acerca de Cristo, qué “discrepancias” pudieron surgir, cómo evoluciona el concepto, hasta finalmente tener un conjunto de hipótesis sobre las que elaborar la idea o “creación de la realidad”, como la llaman los teólogos del método cristológico evolutivo, y, de manera más moderada, los del método progresivo. Si estudiamos así la cristología, estaremos haciendo una cristología ascendente.

Pero si lo enfocamos desde la perspectiva bíblica, historiográfica también, veremos que la mismísima epístola de Pablo a los filipenses (ca. 59-61 d.C.), cronológicamente anterior a los propios evangelios —Mateo: ca. 75-80; Marcos: ca. 66-70; Lucas: ca. 75-85; Juan: ca. 90-100— expone en el capítulo 2 una cristología tan profunda como podría exponerla después Juan. (¡Y ni pensemos lo que sentirían los primeros cristianos al cantar, con bastante probabilidad, este himno cristológico!). Si estudiamos la cristología partiendo de la eternidad del Cristo (2:6), su encarnación (2:7), su humillación (2:7), su muerte (2:8) y su resurrección y exaltación (2:9), culminando en su señorío sobre todo el universo (2:10), tendremos el método perfecto, ¡el bíblico!, lo que en teología se llama cristología del descenso, a lo que Pérez Millos añade el adjetivo “bíblica” para dejar en claro que las conclusiones y aplicaciones habrán de libarse desde las Sagradas Escrituras y no meramente desde un método científico. Y es que la revelación sobrenatural que hace comprender a Pedro la divinidad de Jesús no era asunto de intelección humana, sino de revelación divina (Mt. 16:17).

El enfoque procedimental de Pérez Millos en este tratado es, pues, el de la cristología bíblica del descenso: deductivamente parte de la divinidad de Cristo para llegar a su humanidad según los datos revelados en la Escritura. Es el Logos el que se hace hombre, no el hombre que llega a ser Logos.

El lector encontrará referencias continuas a las Escrituras interpretadas con un método gramático-histórico-literario, respetando los contextos, géneros literarios, discursos, etc. Es obvio que no se trata de mensajes expositivos, pero aun así es necesario ser prudentes cuando de seleccionar los textos se trata. No podemos olvidar aquí que el texto forma parte de un tejido (texere), donde un pasaje (texto) se teje con otro para formar un precioso paño. Esta intertextualidad es necesaria en este tipo de tratados para demostrar el mensaje único y preciso que apuntaba a Cristo como culminación de la expresión de Dios (He. 1:1, 2).

En definitiva, encontrarás aquí al Cristo trascendente (Jn 1:1-5) que se hace descendente (Jn. 6:38) para ser condescendiente (He. 4:15). Dicho de otra manera: el trascendente se hace inmanente (Is. 57:15), el que habita en luz inaccesible (1 Ti. 6:16) pone sus pies en el polvo de la tierra para salvar a la humanidad del pecado y de sus pecados (Gá. 4:4). El Cristo suprahistórico se hace semejante a los seres humanos, mostrándose en apariencia como hombre (σχήματι εὑρεθεὶς ὡς ἄνθρωπος; Fil 2:7) y viene a ser el Mesías intrahistórico que hará cambiar el curso de la historia y de nuestras historias, de la tuya y de la mía; nuestra micro-historia que, por ser seguidores de ese Mesías, es ahora historia llena de sentido e historia para ser contada.

Quitémonos las sandalias de nuestros pies ante este misterio, como hizo Moisés, “las sandalias de nuestra existencia diaria”, en palabras de Paul-Marie de la Croix, para que Dios se nos muestre en la faz de Jesucristo y “arraigados y cimentados en amor seamos plenamente capaces de comprender con todos los santos cuál es la anchura y la largura y la altura y la profundidad, y así conocer el amor de Cristo, que excede a todo conocimiento, para que seáis llenos de toda la plenitud de Dios” (Ef. 3:17-19). Como escribió Alan M. Stibbs en su librito Dios se hizo hombre:

El hombre debe confesar un misterio que escapa a la percepción de su mente, o, de lo contrario, aferrarse a la ilusión de que la inteligencia humana es superior al misterio y capaz, por lo tanto, de teorizar sobre el mismo. Todos cuantos someten a Jesús a su crítica deberán someterse finalmente a su juicio. A veces, haremos bien en no olvidar las palabras de Cristo mismo: “Yo, para juicio he venido a este mundo: para que los no ven, vean; y los que ven, sean cegados” (Jn. 9:39-41).

Otro aspecto fundamental de esta Cristología es la transversalidad, es decir, su relación con la Teología propia, Pneumatología, Antropología, Angelología, Soteriología, Eclesiología, Escatología, etc. Ninguna de ellas se puede concebir si no es desde Cristo. No pueden ser estudiadas adecuadamente si no se hacen desde su relación con Cristo; dejamos que quien lea descubra per se.

Indudablemente, hay que usar un campo semántico complejo en algunas ocasiones, recurriendo al griego cuando sea preciso, pero para explicar ciertos conceptos hay que hacerlo así; de lo contrario, quedaríamos desprovistos de la etimología de términos que usamos de manera convencional en nuestros estudios bíblicos y que tienen un origen peculiar (véase, por ejemplo, el capítulo 3 para el concepto de “persona”). Sumemos a esto la necesidad de reconocer también la existencia de una hermenéutica histórica, es decir, la exégesis que se ha hecho de ciertos pasajes a lo largo de la historia, motivo por el cual encontraremos abundantes citas a los padres de la iglesia y a autores de casi todos los tiempos, unas veces para corroborar lo que Pérez Millos afirma y otras para revisar lo que otros autores interpretaron.

Encontraremos material enriquecedor para nuestra vida cristiana en los capítulos dedicados al ministerio de Jesús y a su entrega para morir. Oiremos hablar a un Samuel que siente pasión, pasión por Jesús, por su obra, sus milagros, sus palabras, sus hechos; en definitiva, pasión por quien ha salvado nuestras antes miserables vidas, dotándolas de vida eterna (Jn. 10: 28). Pasión por un Cristo creador de la esfera sensible y de la supra-sensible (Col. 1:15-20); re-creador que obra el milagro creativo que renueva todas las cosas (2 Co. 5:17); dador de vida; razón de vivir que entrega su vida por nosotros para que podamos vivir su vida en nosotros (Gá. 2:20; Fil. 1:21), para que podamos ser reales; un Cristo grande que nos ha dado una salvación grande para que llevemos una vida también grande (tema general de Hebreos).

Veremos también la insistencia de esta obra en llevar vidas cristocéntricas que, habiendo sido atraídas non voluntas sed voluptas, ahora desean corresponder en amor con vidas energizadas por el poder de aquel que levantó a Cristo de entre los muertos (Ef. 1:19, 20).

Si se me permite otro símil, ahora musical, encontrarás en esta obra una sinfonía, cuyos acordes del primer movimiento allegro resuenan desde la eternidad (capítulos 2 al 4); su segundo movimiento, el adagio, tiene que ver con los títulos y nombres divinos a los que se suman las acciones y relaciones divinas (capítulos 5 y 6); el tercer movimiento, más allegro, tiene que ver con el Mesías caminando, obrando, haciendo milagros, enseñando y consumando la redención (capítulos 7 al 18); y finalmente, como conclusión, acaba con otro allegro anunciando a Cristo como Rey de reyes y Señor de señores (capítulo 19).

Sin ninguna duda, esta obra marcará un hito en la historia de las publicaciones cristológicas escritas directamente en lengua castellana por escritores cristianos. No me resisto aquí a sentirme agradecido por la amistad de Samuel, sus conversaciones de sobremesa cuando ha estado en casa o algún paseo por jardines conversando de la Biblia y de Dios. Y no me resisto tampoco a reproducir unos versos de nuestro poeta castellano Mariano San León para exhortar al lector a que Vivamos agradecidos:

Apenas tres gotas de agua

cayeron sobre la rosa,

apenas tres gotas de agua

¡y se puso tan gozosa!

Llenó de aroma el ambiente

en señal de regocijo,

y a columpiarse en su tallo

vino un tierno pajarillo.

¡Quién poseyera el secreto

de vivir agradecido

a cada bien que una mano

nos depara en el camino!

Gracias, Samuel, por estas tres gotas de agua.

José Mª de RusLinares, invierno, 2020

CAPÍTULO I

INTRODUCCIÓN Y METODOLOGÍA

INTRODUCCIÓN GENERAL

La cristología, bien sea sistemática o bíblica, expresa la base de fe sobre la persona y la obra de Jesucristo, el Hijo de Dios, que es potencia para la voluntad y luz para la inteligencia. Toda cristología debe contener cuatro aspectos. Por un lado, la cristología histórica, que estudia los hechos de la vida de Jesús en el medio geográfico, cultural, religioso, social, etc. en que se desenvuelve su humanidad. Esta es, sin duda, una cristología antropológica en tanto en cuanto se centra en la vida humana del Hijo de Dios. Un segundo elemento tiene que ver con la cristología fundamental, que investiga los signos que acompañan la vida y especialmente el ministerio de Jesús, identificándolo como revelación de Dios, haciéndolo creíble a Él y creíble a Dios desde Él. Finalmente, el tercer aspecto puede calificarse como cristología ontológica, ya que trata, investiga y concreta qué dimensiones del ser, del hombre y de la historia quedan iluminadas desde la luz singular e indisoluble de Jesús, en quien se ve la clave del ser como es lógico, por cuanto todo ha sido creado en Él, por Él y para Él (ejn aujtw``/, di’aujtou``, eij» aujtovn; Col. 1:16).

El estudio de la cristología histórica, que tiene que ver con la vida de Cristo en su condición de hombre, no puede separarse de su realidad personal. Jesús no es meramente un hombre vinculado con el plano de la deidad en forma suprema: es Dios manifestado en carne. Su persona divina no puede separarse jamás de su naturaleza humana en subsistencia plena, por lo que Jesús es Emanuel, Dios con nosotros, pero, es más, es Dios-hombre. Necesariamente, estudiar los aspectos de su vida humana exige relacionarlos siempre con la unidad en la persona divina del Verbo de Dios, de sus dos naturalezas. Es sin duda un hombre de la historia y del tiempo, pero no es menos verdad que se trata de Dios que irrumpe y se introduce en la temporalidad desde su eternidad. Jesús es Dios saliéndose de sí mismo y encontrándose con su creación y, todavía más, con sus creaturas que, desorientadas por el pecado, rebeldes por su condición, no lo aprecian como Creador, sino que lo repudian como luz. La luz de Dios en Jesucristo brilló en las tinieblas del mundo y el mundo de los hombres perdidos, enemigos de Dios en malas obras, lo rechazó porque manifestaba la miseria de su situación (Jn. 3:19). Jesús de la historia y del tiempo trasciende a la historia y al tiempo en su atemporalidad divina. El tiempo no es el comienzo de algo, sino la expresión de Dios que de la eternidad fluye en amor hacia la Creación y hace surgir el tiempo. En Jesús, el hombre de la historia, Dios viene al encuentro del humano para abrazarlo con abrazo de Dios dado con brazos de hombre. El discurso infinito de Dios, incomprensible por inabarcable a la mente humana, se hace inteligible al ser pronunciadas las palabras de Dios con garganta de hombre. El Dios eterno, atemporal y, por tanto, ahistórico e inmortal se hace creatura mortal en unión racial con los mortales, para poder morir por ellos en una cruz. Dios, en Cristo, irrumpe en la historia de los hombres temporales para elevarlos a la máxima dimensión jamás imaginada al hacerlos inmortales por comunicación de la vida eterna. La muerte física, propia de cada ser vivo, deja de ser terror para el que cree y puede preguntarse con el apóstol “¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón?” (1 Co. 15:55) al quedar desprovista de éste que es consecuencia del pecado y convertirse en un tránsito a la experiencia de la inmortalidad por unión vital con Jesús. En la cristología histórica, Jesús trasciende al tiempo y se hace razón de ser para los cristianos que, en Él, resucitado y entronizado, tienen el sustento vital y la esperanza cierta al formar una unidad inseparable con Él y en Él. El cristianismo, en Cristo, no es especulación, idea o programa, es un hecho real y definitivo. De ahí que el Jesús del tiempo y de la historia sea encuentro de Dios con los hombres. Así fue desde el inicio de su ministerio en el llamado a sus discípulos, y se consolidó definitivamente en el encuentro del Resucitado con sus seguidores a través del tiempo, como ocurrió con los discípulos de Emaús, con los atemorizados apóstoles, con Pablo en el camino a Damasco y con todos los que, a lo largo de la historia, en respuesta al llamado de Dios en el mensaje del evangelio, vienen a la experiencia del conocimiento íntimo y vivencial con el Resucitado que es también su Salvador. Es un encuentro que es revelación de Él e identificación de ellos. Jesús se hace vida en el cristiano (Fil. 1:21); el Espíritu reproduce su carácter y con ello se lleva a cabo el propósito del Padre de conformar a sus hijos con el Hijo amado (Ro. 8:29).

La necesidad del estudio de la cristología histórica es capital en un tiempo en que los ataques de los críticos humanistas luchan contra el hecho mismo de la historicidad de Jesús, haciendo surgir la propuesta de dos perspectivas sobre Él y generando una grave dicotomía que presenta al Jesús de la historia y al Jesús de la fe. Este último se pretende presentar como la expresión dogmática que la Iglesia necesitaba como base de fe sobre Jesucristo. Llegan en ello a la afirmación de que los milagros relatados en los evangelios nunca sucedieron o, en el mejor de los casos, no ocurrieron en la forma en que se describen. Incluso la resurrección es cuestionada cuando no negada también. Esto supone un grave quebranto que deja sin base a la razón principal de nuestra fe, de modo que “si Cristo no resucitó, vuestra fe es vana, aún estáis en vuestros pecados” (1 Co. 15:17). Los ataques de los críticos al fundamento de la cristología conducen inexorablemente a cuestionar la historicidad de los hechos narrados por los evangelistas y a cuestionar la fe desarrollada por los apóstoles y profetas.

Estudiar los hechos narrados en el Nuevo Testamento relativos a Jesús y retornar a la verdad bíblica como escrito plenamente inspirado y, por tanto, inerrante y autoritativo, es un tema sumamente importante ya que muchos de ellos han sido deformados a lo largo de los siglos por incorporación al relato bíblico de tradiciones y leyendas que los hombres elaboraron. Interesa que el estudioso de la Biblia entienda que los evangelios son parte de la Sagrada Escritura inspirada por Dios (2 Ti. 3:16). Interesa, pues, despojar la mente de todo lo que no sea el relato del evangelio para tomar únicamente los hechos que el Espíritu Santo seleccionó por medio de los escritores humanos para revelarnos con ellos la verdadera historia de Jesucristo en el plano de los hechos ocurridos en el tiempo en que se manifestó al mundo como hombre. Esta es la razón y propósito de las presentes notas que, por la extensión de la doctrina, son sumamente breves y se presentan para dar una sencilla pauta de estudio que permita una aproximación a la cristología.

PROPÓSITO

Un estudio sobre cristología sistemática exige tratar de alcanzar el objetivo final, que es el conocimiento detallado sobre Jesucristo, su persona y su obra. Esa investigación trae aparejado el reconocimiento de que Jesús de Nazaret es el Cristo de Dios, Unigénito del Padre eterno, lo que exige ponerlo en relación con su esfera de principio, que es Dios. Pero, al hacerlo, se entra directamente en la realidad trinitaria en la que eternamente existe como persona en el ser divino. Necesariamente ha de desarrollarse en el estudio esta relación, que Él mismo manifiesta en su tiempo terrenal. La entrada del Hijo de Dios en la historia de los hombres le asigna un cometido esencial de revelación de Dios. El inconmensurable, infinito y eterno Dios es incomprensible al limitado pensamiento, razonamiento y mentalidad de la criatura, y excede los límites del conocimiento humano. De ahí que quien puede expresar a Dios en plenitud entre en el mundo de los hombres para revelarlo, como manifiesta el apóstol: “A Dios nadie le vio jamás; el unigénito Hijo, que está en el seno del Padre, él le ha dado a conocer” (Jn. 1:18). Por esta causa, no se puede hablar del Jesús de la historia desligándolo del plano de la deidad en la que se produce su eterna subsistencia. Jesús atrae la Trinidad al hombre porque, en la ejecución de la economía de la redención, la presencia trina se manifiesta, haciendo posible lo que eternamente había decidido Dios.

La cristología se orienta en dos sentidos. Uno de ellos tiene que ver directa e incuestionablemente con Dios y, por esa misma razón, con la Trinidad y, por tanto, con la Teología Propia, la división que estudia el ser divino y sus manifestaciones, y elabora las bases dogmáticas sobre la persona del Padre. El otro está relacionado con la operación de salvación, la economía salvadora, que no es otra cosa más que la acción de Cristo que en el tiempo actúa para ejecutar el programa de salvación del pecador. Sin embargo, debe ser establecido un límite en el estudio de estos temas colaterales, ya que de lo contrario se invadiría el terreno propio de las otras divisiones de la Teología sistemática.

Una dimensión de trabajo tratará de determinar lo que tiene que ver con el ser divino en relación con Jesucristo, al tiempo que también ha de considerarse lo que la antropología involucra en la condición humana del Unigénito del Padre. Aunque la Trinidad está manifiestamente presente en el objetivo final de la cristología sistemática, debe limitarse aquí a lo que corresponde como origen determinativo de salvación, aproximándose tan solo a lo que es necesario para entender que el Salvador no solo procede de Dios y es enviado por el Padre, sino que está también en su seno como vínculo generativo de la persona divina. De manera que el propósito de la cristología es el de presentar a Jesucristo, Hijo de Dios, Verbo eterno, vinculado con el hombre y con el tiempo de la humanidad. En Jesucristo es posible escribir la historia de Dios que, como toda historia, debe estar registrada en la temporalidad, entrando así en uno de los contrastes o contrasentidos para la mente humana que asocia en una sola persona eternidad y tiempo. De este modo escribe Olegario González de Cardedal: “La cristología tiene que ser expuesta como conjugación en Cristo del ser de Dios (qeologiva) y del tiempo del hombre (oijkonomiva). Si esto no se da, Cristo queda reducido a mera facticidad judaica o a mito universal”.1

El objetivo de la cristología, cuyo horizonte inicial debe vincularse a la deidad, no alcanzaría su propósito sin extenderlo al modo operativo para ejecutar la obra de salvación, propósito vinculante con el envío del Verbo al mundo de los hombres, tomando una naturaleza humana o, si se prefiere, haciéndose hombre (Jn. 1:14). Ese es el vehículo que permite a Dios entregar su vida para la cancelación de la deuda penal que el pecado hacía gravitar sobre los hombres:

Así que, por cuanto los hijos participaron de carne y sangre, él también participó de lo mismo, para destruir por medio de la muerte al que tenía el imperio de la muerte, esto es, al diablo, y librar a todos los que por el temor de la muerte estaban durante toda la vida sujetos a servidumbre (He. 2:14-15).

Esta operación de salvación abre la posibilidad de que Dios atraiga a sí mismo a todos los hombres y convierta a los que son enemigos Suyos en malas obras a la condición semejante a la del Hijo, “dándoles la potestad de ser hechos hijos de Dios, a los que creen en su nombre” (Jn. 1:12). Las bendiciones que el salvo alcanza por gracia mediante la fe han de situarse en el núcleo mismo de toda cristología. El seguimiento de Dios y la vida de victoria frente al pecado y la carne son posibles por la identificación con Cristo, a quien Dios constituye como ejemplo conformante, es decir, modelo o arquetipo de lo que está determinado que sean los que creen en Él (Ro. 8:29). El camino del seguimiento a Cristo, puesto que los cristianos tienen establecida esa demanda, consiste en mantenerse sobre las huellas que Él mismo dejó impresas marcando el camino de la vida victoriosa para Dios, y, al mismo tiempo, de confrontación con el mundo y su sistema. Son marcas de hombre en el camino de la vida eterna, lo que permite que sea posible recorrer el mismo camino (1 P. 2:21), cosa imposible si solo fuesen marcas del camino de Dios. Es un hombre perfecto quien trazó el camino, lo que indica que su senda está vinculada con la nuestra. La senda es siempre luminosa porque el seguimiento a Cristo es seguimiento a la luz, que es Él mismo (Jn. 8:12), así el tránsito, aunque sea por el lugar de sombra de muerte (Sal. 23:4), no carecerá de luz suficiente para ver el lugar donde se afirmen los pies de la fe. No solo marca el camino y lo ilumina, sino que garantiza la culminación del lugar adonde se orienta. La esperanza cristiana descansa no en cosas que se esperan, sino en Cristo mismo, como enseña el apóstol Pablo, cuando escribe que “Cristo es en vosotros esperanza de gloria” (Col. 1:27).

Se trata de alcanzar como propósito la elaboración de una aproximación a la cristología sistemática. Este adjetivo establece la condición de lo que se pretende lograr. Es una forma expresiva de la teología que se ajusta a un sistema, de ahí que sea necesario presentar también el método a seguir para conseguirlo. La teología sistemática es el resultado de sistematizar, determinar y estudiar las expresiones de fe de la teología bíblica, agrupándolas por identidad. En ese sentido, la cristología sistemática es la expresión final de lo que la Biblia revela en relación con la persona y obra de Jesucristo.

LAS BASES SUSTENTADORAS

La cristología se sustenta y afirma en Cristo, en toda la extensión y realidad de su persona y obra. Siendo su obra un hecho histórico de hace dos mil años, debemos recurrir al único elemento fiable para establecer los parámetros que permitan establecer con rigurosidad las conclusiones que sustenten la cristología.

LA ESCRITURA

El elemento fundamental para ello es el escrito bíblico. No solo en los relatos históricos inspirados de los evangelios, sino también en las afirmaciones de fe establecidas por los apóstoles que constituyen la base sustentadora de la cristología, que es a la vez histórica y dogmática.

La Biblia es un escrito que nace del impulso divino y no de la reflexión humana. El apóstol Pedro expresa esta verdad cuando escribe: “Porque nunca la profecía fue traída por voluntad humana, sino que los santos hombres de Dios hablaron siendo inspirados por el Espíritu Santo” (2 P. 1:21). En esa misma forma afirma el apóstol Pablo la verdad de la inspiración plenaria de la Palabra escrita: “Toda la Escritura es inspirada por Dios, y útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia” (2 Ti. 3:16). Los escritos sagrados no solo son la revelación que Dios hizo a los escritores que los produjeron, sino que, sobre la base de que comprometen al que hace la revelación, el Espíritu Santo, son inerrantes, es decir, no contienen error alguno en el original. Esta inspiración alcanza a todos los escritos, tanto del Antiguo como del Nuevo Testamento. Así, el apóstol Pedro coloca en el mismo nivel las Escrituras y los “escritos de Pablo” (2 P. 3:15-16). Los relatos de los cuatro evangelios gozan de la misma inspiración y de idéntica inerrancia. Estos relatos ponen ante el lector pinceladas históricas de la persona y obra de Jesucristo. No se trata de textos producidos por especulación humana o basados en tradiciones, sino que fueron hechos fidedignos descritos por quienes fueron testigos presenciales. Aquellos que escriben sobre la historia y los hechos de Jesús, como es el caso de Lucas, tuvieron sumo cuidado y esmerada atención en la verificación de la veracidad de aquello que escriben (Lc. 1:1-4).

Es preciso recordar que los judíos hicieron cuanto les fue posible para negar la historicidad de los acontecimientos producidos en la vida terrenal de Jesús de Nazaret. Su resentimiento contra el Maestro trajo como consecuencia que se le acusara de ocultista aliado con el príncipe de los demonios, pero lo destacable de esto es que los evangelios recogen esas acusaciones que, en lugar de ser elementos cuestionadores de quién era Jesús, son apoyos importantes de la realidad de su persona. La negación de la resurrección es uno de los engaños de aquellos envidiosos. Por eso, la afirmación de ese hecho en los escritos del Nuevo Testamento se produce cuando testigos presenciales de aquellos hechos estaban todavía vivos.

La gran base testimonial de los cristianos es un elemento sustentante de la cristología. La fe en el Salvador produce transformaciones evidentes en los creyentes, de manera que ésta se manifiesta a lo largo del tiempo y se hace una fe viva en cada uno de los que han creído. Jesús encomendó una evangelización no solo desde la verdad teológica de la realidad histórica, sino desde la expresión visible del testimonio personal a lo largo del tiempo (Hch. 1:8). La operación de salvación que Cristo hizo se hace visible y patente en los cristianos. No se trata de vivir una fe teológica, sino viva, o mejor dicho vivencial, semejante al testimonio de quienes, incrédulos a la verdad, preguntaban insistentemente al ciego cómo había sido sanado y quién lo había sanado, recibiendo como respuesta: “Una cosa sé, que habiendo sido ciego, ahora veo” (Jn. 9:25).

No se puede llegar a una auténtica cristología sin hacerla descansar plenamente en la Escritura. De igual manera, no se puede presentar la obra soteriológica de Cristo sin el testimonio de vidas que evidencian el cambio operado en quienes depositaron la fe en el Salvador en respuesta al mensaje del evangelio.

EL PROBLEMA DE LA TRADICIÓN

La historia terrenal de Jesucristo fue transmitida en el tiempo previo a los escritos del evangelio, de boca en boca. Sin duda, la acción del Espíritu custodió esa tradición para que se mantuviese sin desviaciones históricas. Del mismo modo ocurre con las enseñanzas y palabras de Jesús. Con todo, algunas tradiciones no seguras se han ido comunicando en el tiempo produciendo muchas de las leyendas que circulan atribuidas a Jesús, tales como milagros sin razón de ser en su niñez y juventud.

En el decurso de los últimos siglos, se introdujeron asuntos relativos a Jesús, tales como la supuesta relación con María Magdalena y otros asuntos parecidos, que no sólo lo presentan como un mero hombre, sino incluso como un licencioso.

EL PROBLEMA DE LA CRÍTICA HUMANISTA

Los evangelios han sido firmemente discutidos por el sector crítico, que cuestiona su historicidad en muchos aspectos con el fin de desprestigiar la inerrancia bíblica y negar la inspiración plenaria de la Escritura. Sin embargo, a pesar de sus denodados esfuerzos, han sido incapaces de demostrar científicamente tal cuestionamiento. A lo largo del tiempo, los documentos históricos extrabíblicos encontrados han servido de segura confirmación, haciendo incuestionables los relatos sobre la vida y obra de Jesucristo registrados en ellos. Es verdad que la tradición ha llenado de leyendas aspectos atribuidos a Jesús que no pueden ser vinculados como complemento a lo que se encuentra en ellos.

El tema que se considera corresponde más bien a la bibliología, donde se trata con mayor amplitud. Sin embargo, puesto que la cristología descansa esencialmente en el texto bíblico, tanto del Antiguo como del Nuevo Testamento, será bueno recordar algunos aspectos elementales sobre la llamada Alta crítica. La certeza de la inerrancia bíblica es asunto de capital importancia en el estudio de los distintos aspectos de la teología sistemática. El examen de los libros de la Escritura, autoría, datación, aceptación canónica, etc. es, sin duda, una necesidad para el estudioso de la Palabra. Por otro lado, el hecho de que no existan originales de ninguno de los sesenta y seis libros de la Biblia exige la investigación pormenorizada de las muchas copias que han llegado a nosotros, con algunas divergencias entre ellas; a este cotejo y selección de las copias consideradas como más fieles se dedica la llamada crítica textual. El término Alta crítica apareció por primera vez en el año 1787 en un escrito de Johann Gottfried Eichhorn.2 Este sistema somete a prueba todos los escritos bíblicos, buscando debilitar o cuestionar lo tradicionalmente aceptado por la Iglesia a lo largo de los siglos sobre autoría, datación, composición, en pos de una supuesta desmitificación de la Escritura, tratándola del mismo modo que cualquier otra obra literaria. Con todo, la Alta crítica no aguanta un análisis metodológico desprejuiciado en relación con sus conclusiones, teniendo en cuenta que su metodología está condicionada por una actitud negativa hacia todo lo que no sea lógico, marginando de cualquier conclusión positiva todo lo sobrenatural. Es, en cierta medida, una expresión de lo que se llama actualmente posverdad, en las conclusiones que se alcanzan como probabilidades y son elevadas al rango de certeza o seguridad. La Alta crítica es la expresión más firme de la negación, sin que las propuestas que genera estén sustentadas en otra cosa que apreciaciones, probabilidades y suposiciones del técnico.

En relación con el Nuevo Testamento, base fundamental de la cristología, los escritos han sido aceptados como inspirados. Es cierto que alguno de ellos fue cuestionado en cuanto a su autoría, como la epístola a los Hebreos, llegando a la conclusión de que probablemente no sea del apóstol Pablo. De igual manera, Dionisio cuestionó la autoría de Apocalipsis por parte del apóstol Juan, apuntando a aspectos lingüísticos. Es sorprendente que ninguna crítica cuestionó los aspectos que la Alta Crítica cuestiona en el período de la patrística, lo que se extendió también a la época escolástica.

La Alta Crítica trató de manera puntual con las formas relacionadas con el Antiguo Testamento, debatiendo especialmente la autoría del Pentateuco. No obstante, usó otra metodología para el Nuevo Testamento, especulaciones filosóficas, con el fin de cuestionar asuntos de la fe cristiana, algo especialmente usado por los protestantes liberales.

El racionalismo alemán del s. XVIII descartó todo lo sobrenatural de los escritos del Nuevo Testamento y, por tanto, de forma especial, los milagros de Cristo. Se llegó a extremos tales como promover dudas sobre la ética de Jesús, como ocurre con las tesis de Reimarus (1694-1768). La progresión de las propuestas de los críticos condujo a cuestionar el origen de los escritos del Nuevo Testamento, considerándolos como simples obras literarias de las que hay que retirar toda cuestión relacionada con Dios mismo. Esto trajo como consecuencia que la autoridad e inerrancia de los evangelios quedó gravemente afectada. La Alta Crítica afirma que los relatos de los milagros de Jesús son el producto de la fantasía de los apóstoles que crearon hechos sobrenaturales que pueden y deben ser entendidos como resultado de causas naturales. Tales posicionamientos, contrarios a la realidad de los escritos del Nuevo Testamento, especialmente de los evangelios, condujo a una distinción hartamente peligrosa que presenta al Jesús de la historia, el verdadero Jesús humano, y al Jesús de la fe, que es el resultado de la fantasía de los apóstoles. La vida de Jesús fue abiertamente cuestionada sobre la base de que el Nuevo Testamento es el resultado de posiciones antagónicas entre judaísmo y cristianismo.

Las teorías de la Alta crítica fueron cuestionadas tanto por protestantes ortodoxos como por católicos, ocasionando un serio golpe contra el sistema liberal, representado por Baur, al insistir en el valor histórico de los evangelios y en la aceptación de las obras sobrenaturales que se encuentran en ellos. Sin embargo, esta corriente conservadora propone la dependencia de Mateo y Lucas del primer evangelio escrito —según ellos, el de Marcos—. En cuanto al evangelio según Juan, la crítica propone que el autor no fue el apóstol, sino el presbítero, que escribió a principios del s. II. Sin embargo, aun cuestionando la autoría, el problema principal recae sobre el valor histórico del evangelio, presentado como un compendio de teología, pero no como una auténtica historia. Es fácil encontrar en el argumento de la Alta Crítica la idea de que la teología contenida en este escrito es demasiado elaborada, lo que necesariamente exige un tiempo largo de reflexión que va más allá del tiempo de los sinópticos. A esta propuesta se puede argumentar que, con mucha seguridad, el evangelio según Juan debió haber sido el último de los escritos del apóstol y, probablemente, el último de los libros del Nuevo Testamento cronológicamente hablando. La crítica del texto bíblico es solo aceptable en cuanto a diferencias textuales y alternativas de lectura, lo que se conoce como Baja crítica, lejos de presupuestos racionalistas que desvían de la verdad revelada. Basten estas breves consideraciones a los efectos de entender la base bíblica de la cristología, especialmente en el apartado de cristología histórica.

CIENCIAS AUXILIARES

Siendo la teología en general y la cristología en particular ciencias dedicadas al establecimiento de las verdades referentes a ellas, tienen que relacionarse con otras ciencias que sirven de complemento a la elaboración del dogma de fe expresado en ella.

Historia

La única historia inspirada, relativa a Jesús, es la que se presenta en los evangelios y en las epístolas. Con todo, la historia, desde el punto de vista científico, consistente en el relato de acontecimientos producidos en el tiempo de la vida de Jesús, complementa y confirma externamente las verdades de los relatos históricos del Nuevo Testamento.

La historia es la ciencia que tiene como objetivo el estudio, la puntualización y la datación de los sucesos ocurridos en el decurso del tiempo. El método histórico es el propio de las ciencias sociales y humanas. Es —hablando genéricamente— la narración de los sucesos que se han producido, el modo y el tiempo en que ocurrieron, interpretados con la mayor objetividad posible.

Los evangelios no son biografías de Jesús, sino relatos que ponen de manifiesto hechos ocurridos durante su vida. El entorno histórico en que se produjeron representa un incuestionable valor para la comprensión de lo que los evangelistas escribieron. Como parte especializada de la historia, existe la arqueología, que estudia las artes, los monumentos y los objetos de la antigüedad, especialmente a través de sus restos.

Geografía

La ciencia que estudia la descripción de la tierra tiene una amplia aplicación en el estudio de la doctrina. Es necesario entender que los relatos sobre la vida de Jesús contienen amplios elementos históricos, así como alusiones a las circunstancias geográficas de la tierra por donde discurrieron su vida y ministerio. De modo que la geografía política prestará un servicio importante en la descripción de las divisiones territoriales de aquel tiempo, así como también permitirá situar precisamente los lugares mencionados en el texto bíblico. También guardan su importancia las cuestiones geográficas del territorio (si es marítimo o continental, si está en la montaña o en el valle, etc.). Todo ello permite una mejor comprensión de los acontecimientos detallados por los escritores del Nuevo Testamento. Hay lugares que tienen una gran importancia histórica, pero no se mencionan en el relato bíblico; deben tenerse en cuenta a la hora de entender aspectos concordantes con el hecho narrado.

La geografía nos permite conocer la situación del territorio en que Jesús se movía en los tiempos de Herodes, aproximadamente entre los años 40 a. C. y 6 d. C., nos sitúa en el contexto de los territorios de Idumea, Judea, Samaria, Galilea, Decápolis, etc. Al describir el entorno que rodeaba a Jesús y sus discípulos, la geografía permite descubrir un manifiesto estilo de vida helenístico que no se correspondía con el judaísmo, sino que procedía del extenso mundo del Mediterráneo oriental de aquel tiempo. Por consiguiente, las enseñanzas de Jesús, íntimamente vinculadas con los lugares en que se practicaba la religión judía, se hallaban en un marco geográfico muy relacionado con el mundo gentil de aquel tiempo.

Filosofía

Se trata de la ciencia que busca establecer, de manera racional, los principios generales que organizan y orientan el conocimiento de la realidad, así como el sentido del obrar humano. La filosofía permite entrar en el razonamiento para comprender los distintos aspectos relacionados con la cristología.

Para algunos, la filosofía es una ciencia que nada tiene que ver con la teología; es más, se considera como contraria a ella e incluso peligrosa para una correcta teología bíblica. Nada más contrario a la realidad. Sin acudir a la filosofía, algunos aspectos de la cristología no podrían ser explicados y definidos. Valga, a modo de ejemplo, la razón de la impecabilidad de Jesucristo, que descansa en el sujeto de atribución de las acciones de la naturaleza humana del Hijo de Dios, cuyo concepto puede comprenderse y explicarse desde la filosofía. Con todo, tanto ésta como las otras ciencias a utilizar en el estudio de la cristología no pueden estar sobre ella, sino a su servicio; no se trata de vehículos impuestos, sino de instrumentos colaboradores para un correcto entendimiento.

Psicología

Es la parte de la filosofía que trata del alma, sus facultades y operaciones. Es necesaria para entender aspectos concretos de la humanidad de Jesucristo. Sólo desde esta dimensión podrá alcanzarse una comprensión de las experiencias que resultan contradictorias en su condición divino-humana: los momentos de enojo del Señor, los de tristeza, la conmoción interna en su espíritu que expresa mediante el llanto, la agonía en Getsemaní, el conflicto en la cruz y otros aspectos propios de la naturaleza humana de Cristo.

Todo esto se hace más comprensible entendiendo que la psicología es la ciencia que estudia la mente y la conducta, además de la manera de sentir de una persona. Esta parte de la filosofía establece la síntesis de las características espirituales y morales de un ente.

EL SUJETO DE LA CRISTOLOGÍA

Si el objeto de la cristología es Cristo, el sujeto —esto es, a quien se orienta— es el creyente (y, por tanto, la Iglesia). El apóstol Pablo escribe: “La casa de Dios, que es la iglesia del Dios viviente, columna y soporte de la verdad” (1 Ti. 3:15), le da a la iglesia dos calificativos que algunas versiones traducen como columna y baluarte de la verdad. El primer término, stu`lo”, significa literalmente columna, pero el segundo, eJdraivwma, es un sustantivo que denota fundamento, soporte, y que es un hápax legomenon en todo el Nuevo Testamento (ni siquiera aparece en la literatura profana). Proviene de la raíz de eJdraiovw: hacer estable. La expresión puede traducirse como columna y sostén de la verdad. El sentido es sencillo: como el basamento sostiene la columna y ésta muestra a la vista lo que se ha colocado sobre ella, así también la iglesia exhibe la verdad de la doctrina ante todos. Frente a los falsos maestros que predican lo que no es veraz, la iglesia sustenta ante el mundo la verdad que ha recibido para ser proclamada. El adjetivo que procede de esa palabra significa asentado, sólido, estable. Podría traducirse también por hendíadis como columna sólida de la verdad. La idea específica es la de estabilidad en la verdad. La responsabilidad prioritaria de la iglesia es sostener sólida, firme e inquebrantablemente la verdad de la Palabra de Dios. La verdad es el tesoro sagrado que le ha sido entregado y que no solo debe conservar, sino exhibir ante todos. Toda iglesia que tergiversa la doctrina, que genera contenciones en torno a ella, que no la coloca como principal, sino que relega la Palabra a un papel secundario, destruye su razón de ser.

Sustentada en la verdad de la Escritura, que ha sido escrita por apóstoles y profetas, son éstos y posteriormente los maestros quienes establecen los parámetros que, seleccionados entre la doctrina bíblica, permiten elaborar la cristología dogmática como base de la fe que el cristiano ha de creer al respecto del Verbo encarnado, el Hijo de Dios hecho hombre, Emanuel, Dios con nosotros. No se trata de elaborar una verdad que ha de ser recibida como base de fe desde el pensamiento de hombres, sino de seleccionar esas verdades desde el misterio revelado por los apóstoles y profetas. Quiere decir que la cristología sistemática se determina por cristianos a quienes Dios ha capacitado con los dones de la gracia para que sean capaces de discernir el mensaje y enseñen las verdades de su contenido en esta materia. No es desde fuera de la iglesia que se establece la cristología, sino desde ella misma, si bien no es ella en conjunto quien lo hace, sino los maestros dotados por Dios que recogen la enseñanza de los apóstoles y profetas sobre este asunto. Implica, por tanto, una larga trayectoria de reflexión, meditación y selección de las verdades bíblicas reveladas sobre la persona y obra de Jesucristo. Sin embargo, a pesar del tiempo transcurrido desde los días de los apóstoles hasta el momento actual, las verdades cristológicas son inagotables, aportando nuevas expresiones que se suman a lo anteriormente seleccionado, ya que se trata de una manifestación de Dios mismo, por lo que la dimensión doctrinal supera en todo a cualquier conocimiento humano. Es necesario entender que en cristología se sustancian aspectos de la deidad y entre ellos relaciones trinitarias en el ser divino, tanto ad intra como ad extra. El estudio de una persona divina arrastra consigo a toda la Trinidad, en la que existe eternamente en comunión de vida.

Como hombres que estudian un tema bíblico, la subjetividad de los teólogos siempre está presente, pero el pensamiento subjetivo se subordina al objetivo de la revelación. En ese sentido, lo que es objeto de la cristología —Cristo mismo— se traslada al sujeto a quien se orienta la verdad, produciendo con ello la realidad viviente del objeto de la fe, que es el Cristo revelado. Es, por tanto, en el ámbito de la Iglesia, como comunidad de creyentes, que se atiende la cristología, tanto en el aspecto de aprender la fe, como en el de proclamarla y enseñarla.

Ya que la Cristología es materia de fe, el investigador de esta doctrina tiene que ser un creyente en Cristo. A cada uno de los que están en esta relación vivencial con el Salvador le es dado el “Espíritu de Cristo” (Ro. 8:9). Tal dotación de la gracia establece en el creyente la presencia de la tercera persona de la deidad, que conduce el pensamiento y permite la comprensión de las verdades comunicadas por Dios en su Palabra, imposible para la mente natural que no discierne las cosas del Espíritu, siendo locura para él, porque han de discernirse espiritualmente (1 Co. 2:14). El apóstol se refiere al hombre natural,3 literalmente el psíquico, esto es el animal, cuya orientación en cuanto al conocimiento es exclusivamente por medio de su mente natural, que se establece como rectora de su actitud. El sentido de hombre natural u hombre animal está relacionado con el alma.4 Es el hombre según ha nacido, con su carácter, sus deseos y conflictos. Un ser sin salvación y sin esperanza, ciego al conocimiento de Dios y contrario a su sabiduría.

Tal condición en el no creyente le conduce a no percibir o no entender en su mentalidad las cosas de Dios.5 No quiere decir que no entienda en el sentido de escuchar y comprender lo que se dice en el mensaje, sino en el de aceptarlo como procedente de Dios y digno de ser obedecido. Estas son verdades espirituales, expresadas con palabras espirituales, claras e idiomáticamente comprensibles. No percibirlas equivale a no recibirlas, no aceptarlas como válidas. La cristología, siendo una verdad procedente de Dios, se convierte en insensatez o locura, algo fuera de toda lógica y razón, para el que no tiene fe.6

En su interior está el corazón, centro de la voluntad, entenebrecido y endurecido, insensible a la luz del Espíritu contenida en la Palabra. Son palabras pertenecientes a una sabiduría contraria a la suya. Así ocurre con el mensaje de salvación (1 Co. 1:18); por tanto, quien considera locura la sabiduría de Dios no puede salvarse, esto es, no hay en él nuevo nacimiento, no se produce la regeneración del Espíritu y está totalmente perdido, muerto en sus delitos y pecados.

La incapacidad del hombre natural obedece a los efectos del pecado. El no regenerado está en un estado de depravación. Esta es la positiva disposición y activa inclinación al mal que hay en toda persona a consecuencia del pecado, que lo incapacita totalmente para la salvación y lo orienta al mal (Gn. 6:5; Mr. 7:20-23; Ro. 3:9-18). Esto no significa que el hombre natural no tenga conocimiento de Dios (Ro. 1:18-21); tampoco es que no tenga conciencia para discernir entre el bien y el mal (Jn. 8:9; Ro. 2:15). No quiere decir que nunca sienta admiración por la virtud, ni que haya de pecar en todas las formas y los modos posibles. A consecuencia del pecado, el hombre ha quedado totalmente incapacitado para cambiar por sí mismo su carácter y conducta, de manera que pueda amar a Dios y obedecerlo. En ese sentido, el hombre no regenerado no puede ni quiere hacer un solo acto que alcance el nivel moral prescrito por Dios. El pecado ha hecho sordo el oído espiritual y, por tanto, la atención del hombre hacia las cosas de Dios (Hch. 28:27). Ha oscurecido los ojos del entendimiento (Ef. 4:18). Ha depravado el corazón y los afectos (Mt. 13:15). Ha desviado los pies de un andar correcto (Is. 53:6). Ha hecho carnal el pensamiento de la mente, de modo que el hombre natural no puede ni quiere sujetarse a la ley de Dios (Ro. 8:7). Ha dañado la capacidad del intelecto en relación con el discernimiento de las cosas de Dios (1 Co. 2: 9-14). Ha convertido al hombre en un muerto espiritual, sin capacidad para obrar nada en el terreno espiritual conforme a Dios (Ro. 5:12; Ef. 2:1, 4, 5). Ha puesto al hombre bajo el poder del diablo (Ef. 2:2).

El mensaje de salvación, la palabra de la cruz (1 Co. 1:18), es inadmisible para el hombre natural, que “no percibe las cosas que son del Espíritu de Dios”.7 Pablo afirma que no las puede entender. Sin otra ayuda, el hombre no regenerado no comprende ni acepta los planes de Dios. No es sólo un estado de rebeldía, sino de incapacidad.

El apóstol concluye afirmando que no entiende las cosas de Dios porque han de discernirse espiritualmente.8 Esto expresa un proceso de relación que permite llegar a la verdad. El discernimiento sólo es posible por medio de la acción del Espíritu, de modo que, como antes dijo, acomodaba la enseñanza espiritual a los espirituales (1 Co. 2: 13).

Los no creyentes están cegados por una operación satánica (2 Co. 4:3-4). Es un velo espiritual puesto sobre los que se pierden que tiene graves consecuencias en relación con el evangelio. Satanás, “el dios de este siglo”, amo y señor de esta era, señor de los mundanos (Lc. 4:6; Jn. 12:31; 14:30; 16:11; Ef. 2:2), actúa en la mente de los incrédulos impidiendo que capten el contenido espiritual del evangelio. Nadie debe ignorar que todo el mundo está bajo Satanás (1 Jn. 5:19). Esta acción diabólica trata de impedir que no les alcance el mensaje iluminador del evangelio que proclama a un Salvador glorioso. El momento del inicio de la fe se produce cuando a estos enceguecidos les “resplandece la luz del evangelio”, la luz de Dios ilumina las tinieblas en que se encuentran. Los hombres naturales no perciben las acciones del Espíritu (1 Co. 2: 12, 14), no reconocen al Espíritu (Mt. 12:22-37), no pueden recibirlo. Tal limitación hace imposible para el no regenerado volverse a Dios con fe salvadora, sin la ayuda del Espíritu.

Pero el cristiano, vivificado por el Espíritu que está en él, recibe la capacidad comprensiva de las verdades de Dios al reproducir a Cristo en su vida, lo que le permite “tener la mente de Cristo” (1 Co. 2:16), esto es, su inteligencia, como afirma el apóstol Pablo.9 El discernimiento espiritual es posesión de todo creyente. Estando en Cristo tiene, por comunión vital con Él, el modo de pensar de Jesús. De manera que ajusta su pensamiento al de Dios, expresado plenamente en el Logos encarnado y en el Logos escrito. El cristiano no deja sus convicciones de fe ante la sabiduría de los hombres, sino que se aferra a ella en todo momento. Tener la mente de Cristo exige ajustar la vida al modo de actuación que Cristo hubiera tenido en cada circunstancia. Es, esencialmente, vivir a Cristo. Todo cuanto se separe de la verdadera fe, en el estudio exhaustivo de la persona y obra de Jesucristo, supone reducir la cristología a un saber impersonal, convirtiendo lo que es una base de fe en una mera expresión técnica que se limita a coordinar hechos e ideas relacionadas con Cristo. Es la fe la que expresa “la convicción de lo que no se ve” (He. 11:1). Sin ella, la cristología es una mera expresión de ciencia muerta; con ella, se hace elemento de vida al conocer a quien es “camino, verdad y vida” (Jn. 14:6), no desde el punto de vista de la reflexión humana, sino del don de Dios que se encarna en Él para vida eterna a todo el que cree.

Con todo, la cristología requiere, junto con la fe, la técnica necesaria para expresar las profundas verdades contenidas en ella. La fe no es algo irracional, sino racional; se acepta la dimensión sobrenatural que hay en ella, puesto que su procedencia es divina, siendo del creyente don de la gracia salvadora (Ef. 2:8-9). Esta conduce al intelecto humano a expresar las verdades de la cristología en la dimensión propia de la ciencia humana sin mermar la esencia de lo que se debe creer y haciendo que sea comprensible, intelectualmente hablando, a la percepción de las personas de todos los tiempos. Tal realidad no supone claudicar en nada del dogma como proposición cierta y principio innegable de la fe cristiana. Cuando la sabiduría del hombre pretende racionalizar lo que es aceptable solo por fe, al ser revelación de Dios, persiste ésta y no aquella.

METODOLOGÍA

Hay distintos métodos para hacer una aproximación a la cristología. Esencialmente se puede seguir el camino ascendente, que parte de la humanidad de Cristo y la conecta con la deidad, o el descendente, que comienza en la eternidad del ser trinitario y progresa hasta la encarnación, vida, muerte, resurrección y glorificación del Señor.

El método ascendente puede llevar a la conclusión de que Jesús es simplemente un hombre que fue agraciado de forma especial por Dios, y en el que manifestó su poder, llevando en Él y por Él la obra de salvación que había establecido y, por tanto, determinado eternamente. Este método tiene como punto de partida la historia