Trinidad: Doctrina de Dios, uno y trino - Samuel Pérez Millos - E-Book

Trinidad: Doctrina de Dios, uno y trino E-Book

Samuel Pérez Millos

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Trinidad es el resultado de la investigación amplia de más de quinientos volúmenes de teología en la búsqueda de las proposiciones teológicas doctrinales desde una visión actualizada del siglo XXI, tomando en cuenta la inerrancia y autoridad de la Biblia como elemento base y central de la Trinidad. En este libro encontrarás: Una teología bíblica y sistemática contemporánea enfocada en la Trinidad de Dios La historia de las doctrinas La exégesis del texto bíblico desde los idiomas originales Una extensa relación bibliográfica y referencias académicas Guía para su aplicación pastoral La afamada Colección de Teología Bíblica y Sistemática ofrece recursos de carácter divulgativo y práctico, sin perder la profundidad académica del propio autor en temas de teología, comentarios bíblicos y discipulado.

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C T B S

Colección Teología

BÍBLICA Y SISTEMÁTICA

TRINIDAD

Doctrina de Dios,uno y trino

Samuel Pérez Millos

Editorial CLIE

C/ Ferrocarril, 8

08232 Viladecavalls

(Barcelona) ESPAÑA

E-mail: [email protected]

http://www.clie.es

© 2024 por Samuel Pérez Millos

«Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra (www.cedro.org; 91 702 19 70 / 93 272 04 45)».

© 2024 por Editorial CLIE. Todos los derechos reservados.

TRINIDADDoctrina de Dios, uno y trino

ISBN: 978-84-19055-89-7

eISBN: 978-84-19055-90-3

Teología cristiana

General

ACERCA DEL AUTOR

Samuel Pérez Millos natural de Vigo, España. Es Máster en Teología (Th. M.) por el IBE (Instituto Bíblico Evangélico) desde 1975. Es, también, Master en Cristología y Master en Espiritualidad Trinitaria. Miembro de la Junta Rectora del IBSTE (Instituto Bíblico y Seminario Teológico de España) y profesor de las áreas de Prolegómena, Bibliología y Antropología de esta institución.

Decano de Escrituras online, donde imparte las materias de Teología sistemática y algunas de Exégesis Bíblica de los escritos de Pablo. Une a esto la experiencia como pastor de la Iglesia Evangélica Unida de Vigo, durante 38 años.

Fue guiado, en el estudio de la Palabra, de la mano del ilustre teólogo español Dr. Francisco Lacueva.

Autor de más de cincuenta obras de teología y exégesis bíblica. Conferenciante de ámbito internacional y consultor adjunto de la Editorial CLIE en el área de lenguas bíblicas.

D. Samuel viaja siempre acompañado de su esposa Susana, quien colabora en las muchas tareas del Ministerio.

Dedico este trabajo a quienes creen, aman y sienten una profunda reverencia ante el Santísimo Dios, trino y uno, revelado en la Palabra. A los que en un mundo humanista e incrédulo viven glorificándolo y adorándolo con su testimonio, de vinculación inmanente con Él.

ÍNDICE

Prólogo

Capítulo ITeología propia

Introducción

Concepto

Alcance

Propósito

Metodología

Datos

Reflexión

Conclusión

Capítulo IICognoscibilidad de Dios

Introducción

Posibilidad de conocer a Dios

Conocimiento innato

Dificultades en el conocimiento de Dios

Proposiciones sobre el conocimiento de Dios

La imposibilidad del conocimiento por la razón

Intuición racional

Conocimiento y trascendencia absoluta

Conocimiento por la revelación

Revelación general

Creación

Historia

Antropología

Revelación especial

La posibilidad del conocimiento pleno de Dios

Dios, objeto de fe

Capítulo IIITeísmo

Introducción

Teísmo

Definición

Posiciones

Dos propuestas acerca de Dios

Deísmo

Teísmo

Argumentación teísta

Argumento ontológico

Argumento cosmológico

Definición

Causalidad

Intuición causa-efecto

Principio de la razón suficiente

Argumento teleológico

Definición

Propósito

Evidencias del designio

Argumento antropológico

Definición

El razonamiento

La razón

Los valores morales

Argumento histórico

Definición

Detalle

Objeciones

Conclusiones

Capítulo IVTeorías antiteístas

Introducción

Conceptos

Politeísmo

Ateísmo

Conceptos

Formas del ateísmo

Ateísmo implícito y explícito

Ateísmo positivo y negativo

Ateísmo amistoso, discrepante e indiferente

Ateísmo práctico y teórico

Argumentación ateísta moderna

Agnosticismo

Definición

Tipos

Hilozoísmo

Definición

Ámbito

Materialismo

Definición

Historia

Mundo antiguo

Edad Media

Renacimiento

Actualidad

Positivismo

Definición

Aspectos

Idealismo

Definición

Aspectos

Relativismo

Definición

Aspectos

Deísmo

Definición

Aspectos

Datos históricos

Problemas

Monismo

Definición

Aspectos

Dualismo

Definición

Aspectos

Pluralismo

Definición

Aspectos

Panteísmo

Definición

Aspectos

Tipos de panteísmo

Nihilismo

Definición

Aspectos

Formas

Capítulo VNaturaleza de Dios

Introducción

El ser de Dios

Generalidades

Características esenciales

Términos antropomórficos y antropopáticos

Dios es Espíritu

Dios es absolutamente simple

Atributos de Dios

Noción de atributo

Método determinativo de los atributos

Clasificación de los atributos

Atributos incomunicables

Aseidad

Simplicidad

Unicidad

Infinitud

Eternidad

Inmutabilidad

Omnipresencia

Omnisciencia

Omnipotencia

Voluntad

Libertad

Limitaciones del poder de Dios

Atributos comunicables

Concepto

Verdad

Fiabilidad

Amor

La bondad divina

La misericordia divina

La gracia divina

Santidad

Concepto

Aspectos generales

Justicia

Definición

Principios generales

Soberanía

Definición

Conceptos generales

Capítulo VINombres de Dios

Introducción

Nombres primarios del Antiguo Testamento

Nombres simples

El, Elah o Elohim

Hipótesis de uso

Adonai

Yahvé, Yahwe o Jehová

Definición

Sentido general

Nombres simples en el Nuevo Testamento

Qeovς (Dios)

Kuvrio (Señor)

Devspothς (Dueño)

Pathvr (Padre)

Nombres compuestos

Con Elohim

Elohim Kedem

Elohim Tz’vaot

Elohim Mishpat

Elohim Selichot

Elohim Marom

Elohim Mikarov

Elohim Chasdi

Elohim Mauzi

Elohim Tehilati

Elohim Yishi

Elohim-elohim

Elohim Tzur

Elohim Kol Basar

Elohim HaRuchot LeKol Basar

Elohim Kdoshim

Elohim Chaiyim

Con El

El Hane’eman (o también, en algún texto, Ha-’Elohim)

El HaGadol

El HaKadosh

El Yisrael

El-HaShamayim

El Sali

El Simchat Gili

El Roí

El HaKavod

El De´ot

El Olam

El Emet

El Emunah

El Yeshuati

El Chaiyai

El Echad

El Rachum

El Chanun

El Kana

El Tzadik

El Shaddai

El Elyon

El Yeshurun

El Gibor

Immanu ’El

Elah Yerush´lem

Elah Israel

Elah Sh´maya

Elah Sh´maya V´Arah

Compuestos con YHVH

YHVH-’Elohim

YHVH-Yiré

YHVH-Nissí

YHVH-Shalom

YHVH-Sebaot

YHVH-Maccaddeshcem (también YHVH-M´kadesh)

YHVH-Raah

YHVH-Tsidkenu

YHVH-Shammah

YHVH-Rofehcha

YHVH-O’Sainu

Conclusión

Capítulo VIIDecreto divino

Introducción

Conceptos

Características principales del decreto divino

Eterno

Libre

Sabio

Eficaz

Incondicional

Inmutable

Moral y voluntad en el decreto divino

Presciencia

Voluntad

El pecado en el sistema moral

Naturaleza del pecado

Distinciones en el decreto divino

El problema volitivo

Predestinación

Terminología

Elección

Lapsarismo

Supralapsarismo

Infralapsarismo

Retribución

Otras manifestaciones del decreto divino

Creación

Programa de la historia o de las edades

Preservación

Providencia

Capítulo VIIIEl ser divino

Introducción

Concepto del ser divino

El misterio revelado

Aspectos de la revelación del misterio

Datos del Antiguo Testamento

Datos en el Nuevo Testamento

Subsistencia trinitaria

La unidad personal del único Dios verdadero

Dios el Padre

Dios el Hijo

Dios el Espíritu Santo

Tres personas y un solo Dios verdadero

Un Dios en tres personas

Concepto de persona

Términos propuestos

Prósopon

Hypóstasis

Evolución del concepto de persona

Sentido de persona aplicado a Dios

Evolución del término en la historia de la Iglesia

Conclusiones teológicas del concepto de persona

La pluralidad en el ser divino

Esencia - substancia

Adopción del término substantia

Progresión de la doctrina

Los evangelios

Escritos paulinos

Didaché y Patrística

Iglesia antigua

La doctrina desde el s. VII hasta el s. X

La doctrina desde el s. XI hasta la Reforma

La Reforma

Conclusión

Capítulo IXUnidad y Trinidad de personas

Introducción

Un punto de partida

Unidad en Dios

Pericóresis

Procesión y relación

Distinción entre personas divinas

La persona del Padre

La persona del Hijo

El Verbo

Objeciones

El Hijo

Imagen del Dios invisible

Resplandor de la gloria del Padre

Imagen de su sustancia

La persona del Espíritu Santo

Deidad

Persona

Filioque

Nombres y títulos del Espíritu Santo

Espíritu Santo

Espíritu de vuestro Padre

Espíritu de Dios

Espíritu del Señor

Espíritu de verdad

Espíritu de vida

Espíritu de adopción

Señor

Espíritu de su Hijo

Espíritu de Jesucristo

Espíritu que nos fue dado

Don de Dios

Espíritu eterno

Espíritu Santo de la promesa

El Espíritu

El Consolador, Paráclito

Capítulo XInmanencia trinitaria

Introducción

La presencia trina en el santuario

La presencia de Dios en el santuario

La inmanencia trinitaria en el creyente

La vida eterna

Capítulo XIPresencia trinitaria

Introducción

Presencia trinitaria en el creyente

Introducción a la acción trinitaria

Participación del creyente en el misterio trinitario

Función trinitaria del Padre en el creyente

Función trinitaria del Hijo en el creyente

Función trinitaria del Espíritu Santo en el creyente

Bibliografía

PRÓLOGO

Dios es el objeto principal y regulador de la teología cristiana. Es el primer artículo del Credo Apostólico que determina y abarca todo lo que el cristiano profesa: Dios como creador y, por tanto, el mundo como creación; Dios como Padre, en relación al Hijo y al Espíritu Santo, que ya dice, desde el mismo comienzo, la naturaleza paradójica y esencial de Dios, uno y trino, objeto de grandes y complejos tratados teológicos a lo largo de los siglos. En este marco divino se entiende la Encarnación del Hijo en la persona de Jesucristo, nacido de María la virgen; y dentro del mismo se concibe la vida y la muerte, la salvación y la comunión de los santos, la resurrección de la carne y la vida eterna como un proceso de historia salvífica.

En nuestros días, y menos en nuestros medios, no abundan (y ni siquiera existen) tratados sobre Dios, su naturaleza y su implicación para la vida presente y futura. Por una parte, es un tema que asusta y desalienta a muchos creyentes, acostumbrados a pensamientos simples; por otra, es una cuestión que cada vez más muchos cristianos consideran imposible de tratar. Sostienen que de Dios no podemos afirmar muchas cosas de manera propia, pues su naturaleza y esencia sobrepasan invenciblemente nuestras capacidades intelectuales de conocerlo y comprenderlo. Existe, pues, un difuso escepticismo gnoseológico en muchos cristianos al respecto del estudio de Dios o sobre Dios, defendido en muchas ocasiones por una aureola de falsa modestia.

Esta es una dificultad que el autor de esta obra reconoce desde el principio: “El conocimiento intelectual de Dios resulta sumamente complejo e incluso inalcanzable. Cada una de las perfecciones del ser divino excede a la comprensión de la mente del hombre. No hay nada equiparable que lo haga, cuando menos, perceptible a la cognoscibilidad humana, siempre limitada por amplia que sea”.

La fe cristiana admite este punto y admite que a Dios no se le puede conocer propiamente desde las solas fuerzas de la razón humana, la experiencia o la observación de los cielos. A Dios solo se le puede conocer desde Dios. El cristianismo asienta su creencia en Dios sobre la base de un presupuesto previo: Dios se revela, Dios se da a conocer a sí mismo en aquello que es apropiado, y necesario, a la naturaleza humana. Los teólogos afirman que la revelación es el acontecimiento en el que la eternidad y el tiempo se encuentran; la revelación es la autoexpresión temporal de Dios al mundo, con un matiz cristológico muy importante: “Dios, habiendo hablado muchas veces y de muchas maneras en otro tiempo a los padres por los profetas, en estos postreros días nos ha hablado por el Hijo” (Heb 1:1-2). Es decir, ese personaje histórico conocido como Jesús de Nazaret es el revelador especial y único de Dios. Es el acontecimiento revelador de Dios por excelencia. La revelación al pueblo judío fue un momento importantísimo, pero la revelación al pueblo cristiano la trasciende absolutamente en Cristo: “La ley por medio de Moisés fue dada, pero la gracia y la verdad vinieron por medio de Jesucristo. A Dios nadie le vio jamás; el unigénito Hijo, que está en el seno del Padre, él le ha dado a conocer” (Jn 1:17-18). Luego, el cristiano puede atreverse a hablar de Dios a partir de su fe y conocimiento en Cristo, quien nos ha dado a conocer a Dios. El argumento básico del apóstol Juan es que Jesucristo viene de arriba, del cielo (nacido en virtud del Espíritu), y de ello testifica: "El que Dios envió, las palabras de Dios habla” (Jn 3:34). En la concepción cristiana, pues, no nos encontramos ante un profeta o un mesías al modo humano. Aunque suene a locura o sacrilegio, la fe cristiana afirma que ver a Cristo es igual a ver al Padre (cf. Jn 14:9). Admitida, es una afirmación atrevida, pero testificada por Cristo y sus discípulos; no es de extrañar, pues, que Cristo fuera acusado de blasfemo por el estamento sacerdotal de su época, porque siendo hombre se hacía Dios (cf. Jn 10:33). A la luz de estos textos, se puede decir que Jesucristo es la visibilidad y la tangibilidad de Dios, lo cual no quita las dificultades lógicas que plantea la doctrina de la Trinidad, tantas que, para su esclarecimiento, los teólogos de la antigüedad tuvieron que echar mano de conceptos de la filosofía griega, aunque con un nuevo sentido. Me refiero a la palabra, tan importante en el pensamiento cristiano, “persona” —en griego, prósōpon—, y también hipóstasis y sustancia —en griego, ousía, en el sentido de “esencia” o “naturaleza”—. Así llegamos a la definición ortodoxa de la Trinidad: “Tres personas diferentes y un solo Dios verdadero”. De estos y otros términos da cumplida cuenta Samuel Pérez Millos en la obra presente, de modo que el lector pueda despejar dudas y tener una visión más completa y correcta del Dios cristiano, dejando a un lado malentendidos y errores.

Como ya hemos asentado, el cristiano habla de Dios a partir de Dios en su revelación y, sobre todo, de su revelación en Cristo; de ahí lo distintivo del monoteísmo cristiano frente al judío o musulmán, que afirma que Dios es uno y es trino, hasta tal punto que se puede decir que la fe cristiana es básicamente una fe trinitaria, aunque muchos se escandalicen de la misma. Con fino sentido del humor, el teólogo José Ignacio González Faus afirma: “Con permiso del señor Kant, que lo consideraba una irracionalidad, sostengo que, aunque no fuera verdad lo de la Trinidad, la intuición de una unidad ternaria como clave última del ser, es de lo más genial que ha aparecido en la historia humana”. Frente al monoteísmo absoluto, el cristianismo confiesa una monoteísmo dinámico; “quiere decir que el fundamento y razón última de todo no es una especie de soledad absoluta, sino un misterio de comunicación infinita y amor infinito”.

Como herederos de la fe de Jesús, los cristianos siguen proclamando: “Creo en un solo Dios”. Y es efectivamente el Creador, el Dios de Abraham y de Moisés, el Dios que salva y entra en alianza con el hombre. Pero a partir de Cristo, le proclaman Padre en un sentido nuevo y mucho más fuerte, ya que incluso antes de ser el creador de todos los hombres y el padre y rey de Israel, siempre ha sido el Padre de este Hijo que se ha hecho uno de nosotros, Jesús. Tal es la originalidad cristiana. El misterio trinitario no es otro que el de la vida íntima de Dios, Padre-Hijo-Espíritu Santo; es algo dinámico, poderoso y dador de vida.

En línea con la teología reformada, el autor de esta obra distingue entre la revelación especial y la revelación general como dos niveles de acercamiento a Dios:

La revelación es de dos niveles, la revelación general, por la que Dios se hace realidad a todos los hombres, en todos los tiempos y en todos los lugares, y la revelación especial, por la que Dios comunica aspectos puntuales de sí mismo a personas seleccionadas por Él, en tiempos específicamente concretos, que están disponibles en los escritos sagrados.

En la revelación general Dios se hace manifiesto por medio de la naturaleza, la historia y el hombre. Aquí entran en consideración, pues, las ciencias naturales y las ciencias espirituales, tal como el ser humano las ha ido desarrollando a lo largo de los siglos. Por este motivo, Pérez Millos dedica extensos apartados a la exposición y análisis de los argumentos cosmológicos, antropológicos, históricos y teológicos. Desde los días de Tomás de Aquino ha sido común hablar de las “pruebas” de la existencia de Dios, que hoy, con más exigencia semántica, no se pueden llamar “pruebas” en un sentido científicamente demostrable. Dios no puede ser probado, demostrado, como un elemento más de la creación, ya que la trasciende infinitamente. Con acierto, Tomás las consideró “vías”, probabilidades lógicas, racionales, que hacen viable la creencia al intelecto humano. Tales vías son signos o señales que dan acceso a una realidad exigida por los enunciados de la mente cuando considera el fundamento último de lo existente. Decía el filósofo español Xavier Zubiri que el ser humano se encuentra religado al poder de lo real, entendiendo este poder como la fundamentalidad última, posibilitante e impelente del ser.

El tema Dios da para mucho, como demuestra Pérez Millos en esta obra, que trata todas las cuestiones que estamos considerando y muchas más, como los nombres de Dios, sus decretos y voluntad eterna, su naturaleza y esencia, su inmanencia y trascendencia, en relación con el mundo, pero sobre todo en relación consigo mismo en cuanto Padre, Hijo y Espíritu Santo. Un estudio denso del ser de Dios para ser analizado en todas sus vertientes e implicaciones doctrinales y espirituales, pese a lo cual no es una obra pesada, de difícil comprensión, sino todo lo contrario. En espíritu y método pedagógico, el autor hace posible que cualquier lector interesado, medianamente culto, pueda seguir el desarrollo de los argumentos y comprender el alcance y significado del artículo primero y más importante del Credo cristiano: «Creo en Dios Padre, creador del cielo y de la tierra». Una obra que viene a cubrir un gran vacío, ofreciendo una poderosa herramienta teológica para el estudio personal o en grupo del Dios en quien creemos y nos movemos y por quien somos llamados a gloria de su conocimiento, conocimiento que es comunión y delectación. “Todas las cosas que pertenecen a la vida y a la piedad nos han sido dadas por su divino poder, mediante el conocimiento de aquel que nos llamó por su gloria y excelencia” (2 P. 1:3).

Alfonso RoperoTomelloso, 2023

CAPÍTULO I

TEOLOGÍA PROPIA

Introducción

La teología sistemática es el conjunto ordenado de doctrinas bíblicas, relativo a cada una de las llamadas doctrinas fundamentales, que son, como su nombre indica, el fundamento de la fe cristiana.

En relación con la doctrina de Dios, recibe el nombre de teología propia, porque trata de la verdad esencial del ser divino. El estudio esencial de Dios debe denominarse de este modo, puesto que considera los aspectos personales y esenciales de la deidad. Es cierto que Dios no puede ser estudiado al margen de sus operaciones; de ahí que la teología sistemática estudia desde la realidad de Dios en sí mismo hasta todo aquello que, vinculado con Él y procedente de Él, determina y revela lo que es.

Desde la revelación bíblica y la demostración histórica, la verdad sobre Dios es siempre cuestionada por la reflexión intelectual del hombre natural. El estudio de la verdad relativa a Dios está generalmente sujeta a la estructura mental del hombre que busca su verdad sobre Dios, como si el ser divino pudiese ser investigado y descubierto desde el raciocinio humano. Quiere decir esto que el hombre natural no tiene interés en someterse a la revelación que Dios hace de sí mismo; de ahí las elocuentes palabras del apóstol Pablo: “Como está escrito: No hay justo, ni aun uno; no hay quien entienda, no hay quien busque a Dios” (Ro. 3:10-11). La inteligencia humana, limitada y subjetiva, es incapaz por ella misma de comprender a Dios infinito y eterno. De ahí que surjan ideas acomodadas, pero siempre imperfectas, cuando no incorrectas, acerca de Dios. Por esa razón, el texto de Pablo afirma que el hombre no busca a Dios, porque quiere un dios acomodado a su raciocinio. Esta situación alcanza su apogeo expresado de este modo: “Dice el necio en su corazón: No hay Dios” (Sal. 53:1). No es que el hombre niegue absolutamente su existencia, sino que desea adecuarla a sus limitaciones y sujetarlo, en definición, a su propio conceptualismo. De otro modo, el hombre quiere un dios a su medida, donde la grandeza sea medible por la razón.

El teólogo, conocedor de sus limitaciones en el campo cognoscitivo acerca de Dios, debe recurrir para la investigación a la revelación que Él hace de sí mismo en la Palabra escrita, como se ha considerado ya en el apartado de Bibliología.

El conocimiento intelectual de Dios resulta sumamente complejo e incluso inalcanzable. Cada una de las perfecciones del ser divino excede a la comprensión de la mente del hombre. No hay nada equiparable que lo haga, cuando menos, perceptible a la cognoscibilidad humana, siempre limitada por amplia que sea. Los atributos de la deidad solo pueden razonarse desde la abstracción mental. ¿Cómo puede conocerse la eternidad si es absolutamente contraria a la temporalidad siempre medible? ¿Cómo puede comprenderse aquello que no tiene principio ni fin cuando esta condición no está presente en el mundo de los hombres? Dimensionar es establecer con precisión o evaluar la dimensión de algo, pero, en relación con Dios, cualquier dimensión se convierte en infinita, es decir, mayor que cualquier medida evaluable o, dicho de otro modo, una cantidad sin límite que se contrapone al concepto de finitud.

Metafísicamente, lo infinito no puede admitir ninguna restricción; esto supone hablar de aquello que tiene necesariamente el sentido de incondicionado e indeterminado. Supone esto que, en relación con Dios, entre otras cosas, no pueda ser definido, ya que toda definición limita, dejando lo que no se define como una limitación que está fuera de ella. Si Dios es infinito, cualquier limitación que se establezca relativa a Él significa poner un límite y, por tanto, convertirla en una negación. De este modo, la negación de todo límite se convierte en una afirmación total y absoluta.

La infinitud es la cualidad de lo que es infinito, lo que no tiene límites, lo que contiene todo; fuera de ella, no hay nada que la supere. Esto comprende toda afirmación particular, cualquier definición que se establezca, ya que el infinito comprende todas las afirmaciones particulares, sin importar cuáles puedan ser, de modo que puede conducir a una indeterminación absoluta, conforme al pensamiento racional del ser humano.

Estudiar a Dios y llegar a conclusiones acerca de Él, en el uso del método científico de investigación en el único documento que permite esta aproximación, sitúa al teólogo bíblico en plena dependencia de su fe en Dios, por lo que antes de establecer determinados parámetros acerca de Él, le reconoce y adora. Esta es la primera posición en el estudio de la teología propia. En la revelación bíblica se concreta el rumor divino que el ser humano percibe, en el alma de cada individuo, en el que Dios mismo ha escrito la obra de su ley. No puede negarse que todos los hombres en todos los lugares y en todos los tiempos han tenido una idea de la existencia de Dios, que surge de la revelación, aunque sea mínima, que el Creador hace de sí mismo a la criatura. Esta luz que conduce a la aceptación de la existencia de Dios no nace en el exterior, como pudiera parecer, sino que surge en la intimidad de cada individuo, a quien Dios hace notar la realidad de su existencia y de su eterno poder y deidad (Ro. 1:19). No se trata tanto de que nosotros busquemos a Dios, sino que es Él quien se revela a nosotros. Antes de hablar sobre Dios, tenemos necesariamente que escucharlo a Él. Para ello, hemos de hacer callar nuestra boca mientras abrimos nuestros oídos para escuchar su voz, que puede ser un torrente violento o un silbo suave y apacible. En modo general, la Biblia, base de la fe, presenta a Dios, que se encuentra con el hombre para que este le conozca, y despierta en él el deseo de buscarlo, como revela el profeta: “Fui buscado por los que no preguntaban por mí; fui hallado por los que no me buscaban. Dije a gente que no invocaba mi nombre: Heme aquí, heme aquí” (Is. 65:1). No cabe duda de que, para buscar a Dios, es preciso que Él nos busque a nosotros. La búsqueda de Dios y el descubrimiento suyo se realizan en la persona de Jesucristo, en la que se manifiestan no solo visible, sino humanamente para que en el mismo contexto de la criatura pueda ser hallado el Creador.

La revelación de Dios en Cristo es necesaria puesto que solo Dios conoce a Dios; de ahí que podamos conocerle por medio de la encarnación del Verbo que expresa eterna y temporalmente a Dios, haciendo visible al invisible (Jn. 1:18).

En el empeño de considerar este conocimiento divino, la teología propia, como ciencia que pronuncia la interpretación del discurso sobre Dios, desde la revelación divina, desarrolla los distintos temas y aspectos que se consideran en este y los capítulos siguientes de este estudio.

No puede dejar de hacerse una sencilla observación antes de seguir adelante: la teología sistemática es el resultado de una investigación y de unas conclusiones que se alcanzan a lo largo de la historia referentes a cada doctrina contenida en la revelación. Sin lugar a duda, todas ellas están en la forma actual después de un largo tiempo de reflexión y estudio, es decir, ninguna se ha completado de una sola vez. Es más, ninguna de ellas alcanzó ya la definitiva sistematización, de modo que no pueda decirse nada más sobre ellas, puesto que la base de donde se toman —que es la Biblia, única, exclusiva y excluyente fuente de la teología, por ser el discurso revelado por Dios con el objetivo de que el hombre le conozca— es una fuente inagotable de verdad que destila conceptos nuevos cada vez que se estudia, abarcando todo lo teológico en una profundidad insondable para que la mente humana lo extinga sin que quede algo más.

El problema del subjetivismo del mundo actual conduce a la confusión de las verdades bíblicas, envolviéndolas en el manto de la posverdad, relativizando las verdades dogmáticas para convertirlas en meras distorsiones de la realidad, manipulada para influir en la opinión pública mediante el manejo emotivo de las creencias. Este manejo de la verdad entra de lleno en la enseñanza general, que evita los valores absolutos de la doctrina para convertirlos en relativos, a fin de alcanzar con ello la complacencia del público, en pleno menoscabo de la verdad absoluta de la fe. Con ello se procura invertir la soberanía de Dios para introducir la entronización del hombre, en un humanismo contrario en todo a la realidad de Dios. Los posmodernos proponen una nueva lectura de la Biblia, que la desmitifica, lo que no es otra cosa que retirar de ella los absolutos, que corresponden a Dios, para introducir los relativos del hombre. En consecuencia, la teología se convierte en sentimientos subjetivos que pueden variar conforme a los efectos que produzca en cada persona.

De ahí que la lectura y el estudio de la teología sistemática esté en declive en muchos lugares, lo que lamentablemente comprende también instituciones académicas llamadas cristianas. El estudio y la reflexión sobre el dogma se deriva a consideraciones sobre lo que se conoce como devocionales de vida cristiana, que no es otra cosa que la relativización de las verdades fundamentales, derivadas hacia simples referencias a principios religiosos o a superficiales consideraciones de la ética cristiana. No existe forma de establecer los parámetros de la vida cristiana fuera de la consideración profunda de las doctrinas fundamentales, que es el contenido de la teología sistemática en sus distintas divisiones.

Concepto

Cuando se habla de teología propia, se expresa el locus1 de la teología sistemática que trata del estudio de Dios, especialmente de Dios Padre, en lo que tiene que ver con la existencia, las características generales e individuales de las personas subsistentes en el ser divino. La teología propia es llamada también teontología.

El contenido de la materia a estudiar comprende la referencia a cada una de las tres personas divinas de quien es uno y trino. Sin embargo, la relación específica con el Hijo, segunda persona divina, y con el Espíritu Santo, tercera persona de la deidad, debe ser considerada separadamente por la extensión requerida para el estudio individual de cada una de ellas. El estudio sobre el Hijo se tratará dentro de la cristología, y aquel sobre el Espíritu dentro de la neumatología.

Sus áreas clásicas de investigación son la existencia de Dios, los atributos divinos, la Santísima Trinidad, la doctrina del decreto divino, la creación, la providencia y la teodicea.

La teodicea (del griego qeov", Dios, y divkh, justicia) es una rama de la filosofía que demuestra racionalmente la existencia de Dios. El sentido etimológico de la palabra es literalmente justificación de Dios, considerándose el término en muchas ocasiones como sinónimo de teología natural.

Alcance

El alcance de toda ciencia tiene relación directa con el conocimiento que pueda tenerse de aquello que se estudia. De este modo, estudiar a Dios y alcanzar las conclusiones que ese estudio pueda establecer requiere necesariamente conocerlo. Esto supone un problema. Dios es infinito y nuestra mente, limitada, por lo que la comprensión en cuanto a Él no es posible desde la sola condición humana, ya que comprender es ceñir, rodear o abrazar por todas partes algo, y ¿quién puede abrazar o rodear el infinito? En otro sentido, si comprender es contener o incluir en sí algo, ocurre la misma imposibilidad, ya que el limitado no puede contener al infinito. La palabra tiene también la acepción de entender, alcanzar o penetrar algo. Si además de infinito, Dios es Espíritu, no puede entenderse por no ser visible, ni alcanzarse por condición. Sin embargo, si Dios existe, tiene que haber alguna posibilidad para conocerlo, partiendo de la realidad de su existencia.

Tomás de Aquino planteó tres propuestas en relación con la verdad de la existencia de Dios: a) La existencia de Dios es una verdad de evidencia inmediata; b) Esa verdad debe ser demostrable; c) Cómo puede demostrarse.

Ya que Dios existe y es una verdad evidente en sí misma, en los términos de Dios y de existir, no requeriría investigación alguna para demostrar la existencia del ser divino, y no habría necesidad tampoco de la fe que acepta la verdad. Ahora bien, puesto que la revelación de Dios ha de hacerse por Él mismo, la vía de la racionalidad como revelación natural queda en la limitación que le es propia para desarrollarse plenamente en cuanto a cognoscible la verdad revelada se establece en la Escritura, por la que Dios se comunica para ser conocido. La vía de la fe se abre ante el teólogo para determinar el alcance de la teología propia. Aunque la existencia de Dios, salvo por la revelación, no es por sí misma evidente, puede ser racionalmente demostrada a posteriori sobre la base de la revelación escrita, único camino para que la criatura pueda llegar a conocer al Creador.

En la base del alcance de la teología propia está la realidad de que todos los hombres tienen algún conocimiento de Dios, sin importar cuál sea la medida de ese conocimiento, ni cuál la deformación del concepto. Lo más elemental es que en cada persona existe la convicción de que hay un ser del cual depende. Algunos se hacen una imagen de Él deteriorada y hecha a su medida personal, pero en cualquier caso entienden y reconocen la existencia de Dios. ¿Se puede considerar esto como el resultado de un proceso de generalización? ¿Es una idea transmitida de padres a hijos y de generación a generación? ¿Es por tanto innata en el hombre, algo nacido con la persona misma? ¿La idea de Dios es una deducción razonable, es decir, una hipótesis nacida de una conjetura razonable? Ninguna de estas propuestas puede satisfacer el conocimiento de Dios, que necesariamente debe ser atribuido a una revelación sobrenatural que Él mismo comunicó a personas para que la escribiesen, siendo preservada por la tradición.

El estudio de esta revelación divina ocupa el primer tratado de esta teología sistemática, por lo que en el ámbito de este segundo se harán referencias breves, conduciendo al lector a los apartados correspondientes de Bibliología.

El conocimiento de Dios es innato en el hombre, entendiendo como tal aquello que tiene que ver con la constitución personal, que lleva consigo la racionalidad y la ética del individuo. Este conocimiento no es el obtenido a lo largo de la vida humana por experiencia cotidiana, por referencias a otros, por instrucción ab extra o por investigación y conclusiones racionales.

La intuición es un elemento propio del conocimiento personal innato. Intuir es percibir íntima e instantáneamente una idea o verdad, tal como si se la tuviera a la vista. En ese sentido, no se necesita probar la creencia. Es verdad que muchas conclusiones por intuición no son ciertas o, por lo menos, no lo son plenamente. Tampoco el conocimiento intuitivo está desarrollado en la persona al nacer, sino que adquiere dimensión en el desarrollo de la vida. De ahí que algunos nieguen el conocimiento de Dios por intuición, ya que el conocimiento es la consecuencia de una acción de consciencia, que es la capacidad del ser humano de reconocer la realidad circundante y de relacionarse con ella. En ese sentido, la intuición sobre la existencia de Dios ha de adquirirse por conocimiento y relación con lo que se intuye, o un conocimiento reflexivo de las cosas. Pero no debe ignorarse que el subconsciente del hombre es el estado de consciencia en el que, por la poca intensidad y duración de sus percepciones, el individuo apenas tiene conocimiento de ellas porque, en cierto modo, está dormido en su mente. Si esto puede ser transmitido por generación, lo que está subyacente, es decir, lo que está por debajo, puede convertirse en consciente por determinadas circunstancias. El conocimiento innato es simplemente la fuente del conocimiento humano porque es la propia naturaleza del hombre, presente desde el alumbramiento como tal. No se trata de que el ser humano nazca con un subconsciente en el que haya verdades entre las que se encuentran los principios que intuyen la existencia de Dios, sino que la razón humana está constituida de tal forma que percibe esa existencia como algo cierto, sin instrucción y sin necesidad probatoria.

En cierta medida, esto comprende el intelecto humano, que acepta sin necesidad de prueba verdades que percibe como ciertas. Intelectualmente nadie tiene necesidad de demostrar que una parte es siempre menor que un todo. De ese modo, cada causa tiene su efecto y, por tanto, los efectos proceden de una causa. Una lluvia torrencial es el efecto que causa una inundación. Nadie tiene necesidad de demostración, es algo innato en la mente humana. En cualquier caso, la generalización de esto es que todo efecto ha tenido una causa y, por consiguiente, ningún efecto puede proceder de nada.

En el plano de la ética, la mente humana hace valoraciones innatas en la distinción del bien y del mal. La Biblia afirma que, en la tentación, Satanás dijo a Eva: “Seréis como Dios, sabiendo el bien y el mal” (Gn. 3:5). No hace falta creer lo que la Escritura dice para entender por observación que los valores éticos están en la mente de cada persona en mayor o menor dimensión. Esto está presente en toda civilización por simple que sea, de manera que hay reglas establecidas que sancionan actos incorrectos en todos los pueblos y civilizaciones. Las formas más elementales de lo que es bueno y de lo que es malo son un conocimiento innato en el hombre. No hay duda de que la intuición es diferente entre personas y culturas, de manera que las valoraciones éticas son también distintas. Aun así, los principios elementales que intuyen la existencia de Dios están presentes en cada individuo. De este modo, lo que está en el conocimiento innato de todos debe ser asumido como cierto y, aunque pueda ser modificado y adecuado al pensamiento individual, debe ser aceptado por todos por cuanto surge de la naturaleza de cada persona sin necesidad de instrucción alguna que lo determine.

Si en el plano del conocimiento es imposible conocer a Dios por medios estrictamente humanos, es preciso alcanzar ese conocimiento por revelación divina. Este tema se ha tratado en Bibliología, por lo que se hace aquí una referencia limitada.

La revelación es de dos niveles: la revelación general —por la que Dios se hace realidad a todos los hombres en todos los tiempos y en todos los lugares— y la revelación especial —por la que Dios comunica aspectos puntuales de sí mismo a personas seleccionadas por Él en tiempos específicamente concretos, y que están disponibles en los escritos sagrados—.

En el sentido de revelación general, Dios se hace manifiesto por medio de la naturaleza, la historia y el hombre. Sin embargo, surge la pregunta: ¿Puede elaborarse una teología natural por medio de esa revelación? Es necesario recordar los tres elementos fundamentales de la revelación general. Por la naturaleza se alcanza el conocimiento de la existencia de Dios. El texto disponible es la creación. La Biblia enseña que “los cielos cuentan la gloria de Dios, y el firmamento anuncia la obra de sus manos” (Sal. 19:1). Pero ¿cuál es el alcance de esa revelación natural? El apóstol afirma que “lo que de Dios se conoce les es manifiesto, pues Dios se lo manifestó. Porque las cosas invisibles de él, su eterno poder y deidad, se hacen claramente visibles desde la creación del mundo, siendo entendidas por medio de las cosas hechas, de modo que no tienen excusa” (Ro. 1:19-20). La dimensión del universo visible y del microcosmos invisible a ojos de los hombres sin otra ayuda que su propia visión impacta en la criatura, que no puede dejar de reconocer al poder admirable del Creador. De ahí que el ateísmo en el sentido pleno del término no puede darse, porque la Biblia habla de una revelación natural mediante la cual Dios exhibe su eterno poder y deidad.

En la revelación general se trató de un segundo elemento que es la historia, apreciándose que Dios mueve la historia conforme a su propósito, anunciando a los profetas lo que ellos trasladaron en escritos anteriores al cumplimiento de lo profetizado, que se operó con una precisión matemática, evidenciando que la historia se produce conforme al programa eterno de Dios, conducente al ejercicio de su soberanía (cf. Job 12:23). Él reina sobre las naciones (Sal. 47:8). Todas las naciones de la tierra están bajo su atenta observación (Sal. 66:7). El decurso de los imperios de la tierra revelado a Daniel (Dn. 2 y 7) se anunció con anticipación a que ocurriera, teniendo en cuenta la datación del libro en que aparecen. El profeta dice: “Él muda los tiempos y las edades; quita reyes, y pone reyes” (Dn. 2:21). El investigador toma la historia y se sorprende, cuando se aproxima a ella sin prejuicios personales, al ver que Dios está en el control de ella. En la citada Civitate Dei, que es la más conocida teología de la historia, Agustín hace notar que la historia es obra de la providencia de Dios y un signo de la misma.

El tercer elemento de la teología natural está relacionado con el hombre mismo, que por naturaleza es un ser religioso. Desde el principio, las religiones están presentes en la historia de la humanidad. Miles de dioses, establecidos por la imaginación humana, son el resultado de la idea personal de la existencia de un ser que juzga, ayuda, castiga y tiene un poder siempre superior al de los mortales. No cabe duda de que estas ideas plasmadas en dioses que se sustentan en leyendas hacen a estos supuestos seres una mentira mental, resultado de la imaginación humana, pero no es menos cierto que esas leyendas sobre dioses y héroes son el resultado de un pensamiento íntimo en cada hombre que señala a la existencia de Dios. La moral y la ética humana, tan variables en cada momento histórico, son el resultado de la evaluación de lo que es bueno y lo que es malo. En esa evaluación, la aceptación de la existencia de Dios es evidente. Es cierto que la condición natural del hombre establece valores siempre relativos que varían en cada momento de la historia, pero no es menos evidente que la aceptación de la existencia de Dios motiva todos los movimientos de la ética en cada tiempo. Esto no significa que los códigos de la moral sean correctos, pero lo que manifiesta esta continuidad en la historia del hombre es que existe una conciencia moral que es el reflejo en el hombre de la imagen de Dios.

La teología natural puede ser cuestionada filosóficamente. El universo es la manifestación de la creación de Dios. Ahora bien, por muy grande que sea, el universo no es infinito, sino limitado. Admitiendo que es venido a la existencia por un acto creador, ¿se extingue en él toda la omnipotencia del Creador? Es decir, ¿ha hecho todo cuanto podía o podía hacer aún más? Esa pregunta queda lógicamente sin respuesta porque no puede demostrarse esa supuesta limitación. El hecho de que una palanca pueda mover un determinado peso no es suficiente para afirmar que puede levantar cualquier otro mayor. Este argumento supone un cuestionamiento a la teología natural como elemento sustentante para establecer la existencia de Dios y aceptar todas sus perfecciones incomunicables.

En la teología tomista, la natural ha sido estudiada en todo detalle. Tomás de Aquino enseña que la verdad está en dos elementos: el natural, que siempre es inferior, y el sobrenatural, también llamado de la gracia. El primero se acepta por la razón, el segundo se asume por autoridad. El primero está manifestado en la historia, el segundo tiene la autoridad suprema de la Palabra. Por esa razón, se puede llegar al conocimiento de la existencia de Dios y de la inmortalidad de la parte espiritual del hombre mediante el estudio desprejuiciado de la teología natural; por lo contrario, la Trinidad y las perfecciones de Dios no pueden ser conocidas meramente por la razón, sino que han de ser aceptadas por la revelación. Los dos campos se sustentan en forma diferente: el de la teología natural se asimila por la razón; el de la teología sobrenatural descansa plenamente en la fe, puesto que la revelación escrita proviene de Dios, que es en sí mismo, en todo cuanto comunica, verdad absoluta. Estos asuntos se considerarán con más detalle en el desarrollo del conocimiento de Dios.

La teología propia descansa sustancialmente en las verdades de la revelación que Dios mismo comunicó a los hombres a lo largo del tiempo (He. 1:1) y que, de forma plena y absoluta, la formula en su discurso llamado Hijo (He. 1:2). Pero en modo alguno se limita a un concepto religioso o, como algunos afirman, filosófico. El teólogo que investiga y trata las verdades acerca de Dios encuentra su complemento en la creación y, de forma más íntima y personal, en el mismo hombre que ha sido creado a imagen y semejanza de Dios (Gn. 1:26-27). Esta búsqueda de Dios no es solo intelectual, e incluso metafísica, sino que parte de la huella que el Creador ha dejado en la criatura, la primera evidencia o la causa primera que está registrada y manifestada en toda la creación. La razón natural del hombre le conduce inevitablemente a la realidad de la existencia de Dios. Sin embargo, Dios no es alcanzado nunca por la razón humana en todo lo que es en sí mismo y en la intimidad del ser divino, tan solo se alcanza la relación de la total dependencia que el universo tiene del Creador. No alcanza a conocer quién es Dios o cómo es, pero es suficiente para reconocer que existe. Es el conocimiento hecho sobre la base de la teología natural.

Siendo escaso este elemento para el conocimiento de Dios, debe hacerse un acercamiento a la revelación que Él hace de sí mismo, en orden a que pueda ser conocido, adorado y creído. Este conocimiento está más allá de cualquier razonamiento humano o cualquier conclusión reflexiva de la mente humana. Todo esto sigue siendo misterio, que se hace cognoscible al hombre por la revelación divina iluminada por la fe, que ha de ser depositada en dicha revelación, perfecta y verdadera como corresponde al que la comunica. Esta vía conduce a un conocimiento superior en todo al que puede alcanzarse por medio de la revelación natural. Por medio de esta revelación llegamos a entender que Dios no es una persona, sino el infinito ser, en el que subsisten tres personas, a las que conocemos por revelación como Padre, Hijo y Espíritu. El carácter y los designios de Dios tienen que ser conocidos por esta misma vía de revelación sobrenatural. Con todo, Dios está siempre más allá de cuanto conocimiento de Él podamos alcanzar. De este modo escribe el Dr. Mateo Seco:

La revelación de sí mismo que Dios hace al hombre no desvela del todo el misterio; al mismo tiempo que revela, oculta. Puede decirse que Dios se revela ocultándose en palabras humanas y en mediaciones históricas. Esto es así porque durante el caminar terreno del hombre, Dios solo puede revelarse a él en palabras humanas y no existe palabra humana que pueda expresar adecuadamente lo que es Dios.2

La misma reflexión está en el escrito del Dr. Walter Kasper:

La automanifestación de Dios significa que el misterio que se revela en el hombre no es una simple cifra de la dimensión profunda del hombre y del mundo. Ese misterio no es ningún predicado del mundo; es más bien un misterio sagrado, independiente del mundo; es un sujeto autónomo que puede hablar y obrar. El misterio divino no es un misterio silencioso que debe acogerse en silencio, es un misterio hablante que interpela al hombre y al que nosotros podemos dirigir la palabra. Pero esa revelación no es una ilustración en el sentido superficial del término. Dios no suprime su misterio en el acto de revelación; no lo descifra, como si después supiéramos a qué atenernos sobre Dios. La revelación consiste más bien en que Dios manifiesta su misterio oculto: el misterio de su libertad y de su persona. La revelación es, pues, revelación del Dios oculto como tal.3

En el pensamiento humano, la concepción de Dios es mayor de lo que puede razonarse, cuando en realidad Dios es mayor de todo lo que pudiera ser objeto de razonamiento.

La revelación es el contenido de verdades que no pueden proceder de la mente o la reflexión humana y que Dios comunica al hombre por medio de mensajes dados a través de hombres. Procediendo de Dios, la comunicación tiene carácter de autoritativa, esto es, revestida de la autoridad suprema del que comunica el mensaje. Todo ello entra en conflicto con la razón humana, que no puede intuir el mensaje, e incluso con la libertad del hombre, puesto que la verdad le viene impuesta fuera de su operatividad. Por esa razón es muchas veces cuestionado y, como el apóstol Pablo dice, “es locura para los que se pierden” (1 Co. 1:18). Para él, la razón humana produce una multitud de reflexiones que llama “la sabiduría de los sabios… y el entendimiento de los entendidos” (1 Co. 1:19), mientras que Dios tiene un solo mensaje porque también tiene un solo pensamiento, que comunica a los hombres por medio de muchos.

En la revelación, Dios se manifiesta para ser conocido. El conocimiento está ligado a su deseo soteriológico. Se revela para que, en ese conocimiento, el hombre crea y reciba la vida eterna (Jn. 17:3). Es necesario entender que en la revelación, Dios no revela algo, sino que se revela a sí mismo, manifestando con ello su voluntad salvífica. Es necesario llegar a entender que la revelación no es algo que está presente en el mundo, no importa en qué elementos, y que el hombre descubriéndola y razonando sobre ella llega a la síntesis del conocimiento de Dios, descifrándolo por sus propias fuerzas. Es mucho más que esto: es la automanifestación de Dios mismo para que el hombre pueda conocerlo. Esta revelación por la Palabra se manifiesta y acredita en la experiencia de la historia. No se trata, pues, de la expresión de verdades, mandatos, hechos sobrenaturales, sino de la autorrevelación personal de Dios. De ahí que continuamente aparezca en el escrito bíblico una manifestación personal del revelador en una autopresentación de sí mismo: “Yo soy Jehová, tu Dios” (cf. Ex. 6:7; 7:17; 20:2; Lv. 11:44; 18:2; Dt. 5:9; Is. 48:17; 49:23; Ez. 20:19, 20; Os. 12:9; Jl. 3:17). La revelación tiene por objeto que podamos conocer quién es nuestro Dios. Las figuras del lenguaje son usadas también para ese mismo conocimiento; de modo antropológico, el infinito se manifiesta en sus perfecciones captables por el conocimiento humano al hablar de su rostro (cf. Ex. 33:20; Dt. 31:17; Nm. 6:26; 1 Cr. 16:11; 2 Cr. 30:9; Sal. 105:4; Mi. 3:4; Ap. 1:16); su nombre (cf. Ex. 6:3; 15:3; Ex. 20:7; Dt. 12:5; Sal. 23:3; 29:2; 66:2; 72:19); su corazón (cf. Sal. 33:11; Os. 11:8); sus entrañas (cf. Jer. 31:20). Esto pone de manifiesto que Dios no es un ente aislado y distante que se esconde en lo que ha creado, sino un yo divino que se dirige a un tú humano para que lo conozca.

La autorrevelación de Dios toma carta de naturaleza y expresión suprema en Cristo, en quien habla (He. 1:2). Él no es el punto final de la revelación establecido por decreto divino, sino la perfección plena de la revelación. La expresión suprema de la autodonación de Dios que se hace hombre para redimir al hombre. Así, quien ve a Cristo, ve a Dios (Jn. 14:9). Por esa razón, el conocimiento del Hijo satisface todo conocimiento de Dios, constituyéndose en base, contenido y alcance de la doctrina de Dios. De ahí que la fe sea mucho más que un asentimiento a verdades anunciadas; es, como decía Agustín, un proceso con un triple contenido: Credere Deum (creer en Dios), es decir, en la existencia de Dios; Credere Deo (creer a Dios), que demanda confianza plena en Él; y Credere in Deum (creer en Dios), entregándose plenamente a Él, abandonarse en Él y vincularse a Él. La fe no es un mero asentimiento, sino un estilo propio de vida en el que Dios está presente; es la realidad misma de la vida y la seguridad escatológica del creyente. De otro modo, es asentir lo que Él es y como consecuencia adorarle por lo que es, alabándole por todo lo que hace.

La revelación se hace imagen en la historia y se proyecta en el tiempo hasta alcanzar el conocimiento pleno de Dios cuando “le veremos cara a cara” (1 Co. 13:12), conociéndole entonces “como Él es” (1 Jn. 3:2) para experimentar la plenitud absoluta de la relación con Dios, donde “será todo en todos” (1 Co. 15:28).

Mientras tanto, Dios sigue oculto en un misterio parcialmente revelado. Lo hizo lo suficientemente extenso para que el hombre le conozca y pueda orientarse hacia Él, pero no se alcanza una revelación total de Dios, entre otras cosas, porque nadie puede limitar al infinito. La verdad de que se ha revelado en plenitud total en Cristo no deja de mantener el ocultamiento parcial de Dios. Jesús es, como Hijo de Dios y Verbo eterno, la imagen de Dios (2 Co. 4:4; Col. 1:15). Es también la impronta, el resplandor de su gloria (He. 1:3). Se hace visible en Él, quien es Dios, pero se revela en un rostro humano, de modo que siendo verdad que el que ha visto a Cristo, ha visto al Padre (Jn. 14:9), es también limitada porque se revela en Él a Dios que se acerca al hombre despojándose de su condición divina para adoptar la forma de siervo en el vehículo de su humanidad, mostrándose el supremo aspecto de la autodonación de Dios, que se hace “obediente hasta la muerte y muerte de cruz” (Fil. 2:6-8). En el Hijo encarnado continua la presencia oculta de Dios. ¿Acaso Él, que se revela a sí mismo, se oculta para mantenerse lejano a los hombres? No, sino que se revela desde el plano de la alienación al hacerse hombre y asumir todas las limitaciones de la creatura. El infinito Dios se hace perceptible a la finita criatura en el mismo plano en que la finitud puede comprender a la infinitud. Es una revelación en parámetros humanos, donde está la limitación del hombre, la vida temporal y la muerte. ¿Estamos tratando de demostrar desde el pensamiento humano la realidad de Dios que se revela, pero también se esconde? En absoluto, así lo expresa el profeta: “Verdaderamente tú eres Dios que te encubres, Dios de Israel que salvas” (Is. 45:15). Ese esconderse u ocultarse de Dios es la razón fundamental de la prohibición de hacer imágenes de Él que le representen, como se hacen de los ídolos. Es evidente que la Biblia, que revela a Dios, afirma que Él en sí es invisible porque sus cosas son invisibles (Ro. 1:20); el Hijo encarnado es la “imagen del Dios invisible” (Col. 1:15). Por esa realidad suya es inefable, es decir, no hay palabras que puedan describirlo, como afirma el salmista: “Tal conocimiento es demasiado maravilloso para mí; alto es, no lo puedo comprender” (Sal. 139:6). A la conclusión del desconocimiento de Dios llegó Job: “He aquí, Dios es grande, y nosotros no le conocemos, ni se puede seguir la huella de sus años” (Job 36:26). El apóstol Pablo define a Dios como inescrutable, quiere decir que no se puede saber ni averiguar: “¡Oh profundidad de las riquezas de la sabiduría y de la ciencia de Dios! ¡Cuán insondables son sus juicios, e inescrutables sus caminos!” (Ro. 11:33). Además de todo esto, la revelación enseña que Dios habita en luz inaccesible (1 Ti. 6:16) y es invisible (1 Ti. 1:17).

No supone la fe ninguna contradicción directa en relación con la razón, salvo cuando sobre esta se asienta el conocimiento o desconocimiento de Dios. Pero no es menos cierto que la teología natural necesita la preservación de la teología sobrenatural, asentada en la revelación. Dios no es un objeto que puede ser medido y definido por la mente humana, sino aquel que está más allá del pensamiento racional y más allá de toda forma de existencia y ser. El raciocinio del hombre está preparado para entender el darse de Dios al hombre en su revelación, puesto que fue hecho a imagen y semejanza del Creador.

Propósito

El estudio de la teología propia tiene el propósito de investigar en la revelación y en la confirmación histórica de suerte que permita establecer las bases que sustentan la verdad de la existencia de Dios y permita responder a dos preguntas esenciales: quién es Dios y cómo es Dios.

Generalmente se toma como punto de partida la demostración de la existencia de Dios y, por consiguiente, de su realidad, para aplicarla posteriormente al hombre individualmente estableciendo los parámetros de una relación entre la criatura y el Creador. Sin embargo, debiera transitarse por el camino de la relación con Él para determinar cómo es y cómo actúa. Esta relación determinará quién y cómo es Dios, sin duda asentada toda la verdad en la Escritura, que desde el comienzo se refiere a Dios (Gn. 1:1), pasando luego al hombre que ha sido hecho a su imagen y semejanza.

La teología propia debería responder esencialmente a las dos preguntas formuladas por Agustín de Hipona: Quid mihi es? Quid tibi sum ipse?4 —“que eres tú para mí y qué soy yo para ti”—. Esta es la clave esencial de la conclusión aplicativa de la doctrina de Dios. No es, por tanto, que la investigación de la criatura alcance el conocimiento del Creador y lo comprenda en su mente finita, sino que la intención de Dios al revelarse es que el hombre entienda que es nada sin Él.

Así escribía Agustín:

Yo te conoceré, oh íntimo conocedor mío, conoceré como tú me conoces (1 Co. 13:12). Fortaleza de mi alma, habita en ella y adhiérela a ti, para que la mantengas y la poseas sin mancha ni arruga (Ef. 5:27). Esta es mi esperanza, por eso hablo; y en esta esperanza me gozo cuando me gozo sensatamente. Las demás cosas de esta vida, tanto menos se han de llorar cuanto más se las llora, y tanto más debieran llorarse cuanto menos se las llora. Tú amaste la verdad (Sal. 51:6) porque quien practica la verdad llega a la luz (Jn. 3:21). Yo quiero vivirla en mi corazón, reconociéndola ante tu presencia y por este mi escrito.5

El Dios único y verdadero, que es infinito, está en el hombre y el hombre en Él como fuente y sustento de vida, ya que “en Él vivimos, y nos movemos, y somos” (Hch. 17:28). De modo que no está distante para buscarlo afanosamente, sino cercano y próximo para que podamos encontrarlo. Su presencia lo llena todo y no existe algo que no esté en esta relación. ¿Acaso no es una contradicción para la mente humana que el Dios infinito que lo llena todo pueda venir en plenitud a la criatura limitada? Pero no es que la criatura pueda contener a Dios, sino más bien, es Él quien las contiene a todas. La realidad es que estando en todas partes, no hay ninguna de ellas que lo abarque y comprenda totalmente. Este es el gran misterio revelado en la Biblia acerca de Dios.

La investigación de la teología propia se encuentra de antemano con imposibilidades, como ocurrió siempre; de este modo la expresa Zofar naamatita: “¿Descubrirás tú las profundidades de Dios? ¿Conocerás el propósito de ‘El-Shadday? Es más alto que los cielos, ¿qué puedes tú hacer? Es más profundo que el Seol, ¿qué puedes tú saber?” (Job 11:7-8; BT). Es imposible encontrar una imagen que sirva de referencia al conocimiento de Dios, como dice el profeta: “¿A qué, pues, haréis semejante a Dios, o qué imagen le compondréis?” (Is. 40:18). Junto con esta imposibilidad de conocimiento está la seguridad de que Dios nos ha puesto en sí mismo para que podamos conocerlo, puesto que la vida eterna está íntimamente vinculada a ese conocimiento (Jn. 17:3). No es posible conocerlo en toda la profundidad de su esencia divina, pero es posible hacerlo desde su naturaleza, ya que “sabemos que el Hijo de Dios ha venido, y nos ha dado entendimiento para conocer al que es verdadero; y estamos en el verdadero, en su Hijo Jesucristo. Este es el verdadero Dios, y la vida eterna” (1 Jn. 5:20). Es el evento del pasado que tiene efecto en el presente y se extiende definitivamente a los tiempos venideros. El Verbo eterno, revelador de Dios, vino al mundo (Jn. 1:14). Esa verdad la pone también en el testimonio personal de Jesús: “Salí del Padre, y he venido al mundo” (Jn. 16:28). El eterno se hizo un hombre del tiempo y del espacio. El glorioso y admirable Dios entró en la dinámica de la criatura. El que no podía sufrir sufrió. El que es alabado por los ángeles fue despreciado por los hombres. El que satisface todas las necesidades del universo sintió hambre y sed como el mortal. El que es felicidad suprema agonizó en Getsemaní. El que es vida y tiene vida en sí mismo muere nuestra muerte para darnos vida eterna. Este admirable, infinito y glorioso Dios nos otorga un don con su venida: “Nos ha dado entendimiento para conocer al que es verdadero” (1 Jn. 5:20). El sujeto de esta oración no es otro que Dios mismo. El que siendo invisible no puede ser conocido por los hombres, porque nadie lo ha visto, envió a su Hijo para hacerlo posible, es decir, para que podamos conocer a Dios, no solo intelectualmente, sino también vivencialmente, ya que sin ese conocimiento no es posible la vida eterna.

La plena vinculación con Dios hace posible el conocimiento de Dios: “Estamos en el verdadero, en su Hijo Jesucristo” (1 Jn. 5:20). No se puede llegar a Dios, sino por medio de su Hijo, porque nadie puede ir al Padre, sino por Él (Jn. 14:6). La vida solo es posible en el Hijo y por medio de Él (Jn. 1:4; 5:24; 6:35-38; 10:10; 1 Jn. 5:11, 12). La gracia para salvación y la fidelidad salvadora vinieron por medio del Hijo, a quien el Padre envió al mundo (Jn. 1:14, 16). Jesucristo es el único mediador entre Dios y los hombres (1 Ti. 2:5). Juan expresa esta verdad en forma contundente, enseñando que nadie puede estar en el Padre sin estar en el Hijo, ni estar en el Hijo sin estar en el Padre (1 Jn. 2:22, 23). No solo en sentido soteriológico, sino en el cognoscible, ya que Dios se revela en el Hijo que lo hace realidad visible y palpable para el hombre (Jn. 1:18).

Dios puede ser conocido, pero es imposible que el hombre alcance el conocimiento pleno, absoluto y exhaustivo de Dios, ya que eso equivaldría a comprender a Dios, lo que queda fuera de toda posibilidad humana. Finitum non possit capere infinitum (lo finito no puede comprender lo infinito). Sin embargo, el hombre puede llegar a la comprensión de Dios en la medida en que le es necesario para conocerle y con ello llegar a la intimidad vivencial para salvación. El conocimiento que el hombre puede alcanzar de Dios sirve plenamente para una vida que cumpla el propósito divino en él.

La teología propia no se estudia para conocer a Dios, sino para vivir conforme a ese conocimiento. La majestad gloriosa del Creador, sus perfecciones, las operaciones de su omnipotencia, la dimensión de su amor, hacen notoria la pequeñez del hombre y orientan a la dependencia del ser humano del Creador. Este conocimiento orienta la vida al respeto reverente hacia Dios, a la vida piadosa que se ajusta a sus mandamientos y al culto que corresponde en espíritu y en verdad, como nuestro Señor indicó a la mujer samaritana (Jn. 4:24).

Metodología

Considerando la teología como ciencia, es necesario aplicar un método para alcanzar el sustento a la tesis; en este caso, dentro de este apartado, al conocimiento de Dios.

Puede hacerse una aproximación desde la revelación general, sustentándola en la historia, la antropología y las proposiciones filosófico-religiosas, para apoyarlas luego en la revelación especial, que es la Escritura. Este método sería el de ascenso, esto es, va de menos a más, desde la limitación —por amplia que sea— a la máxima expresión en la revelación escrita. Necesariamente, por grande que sea el esfuerzo del teólogo, siempre habrá lagunas, puesto que el pensamiento condicionado del ser humano está rodeado de limitaciones por su propia naturaleza y comprensión.

Exige esto un cambio de metodología, que podríamos llamar del descenso, y que toma todos los datos para el estudio de la revelación escrita, para contrastarlos con los de la revelación general, en cuanto sea posible, dejando lo imposible para la aceptación de fe. Este método se sintetiza en los siguientes pasos: Datos, Reflexión, Conclusión.

Datos

Se entiende el trabajo de seleccionar los elementos que deben ser considerados para la expresión de todas las verdades relativas a Dios para fundamentar la teología propia.