Cuentos cortos para viajes largos 5 - Sergio Alejandro Rebasti - E-Book

Cuentos cortos para viajes largos 5 E-Book

Sergio Alejandro Rebasti

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Beschreibung

¡Prepárate para un viaje literario como ningún otro con Cuentos cortos para viajes largos 5! En esta entrega, el autor detalla un mundo de fantasía donde el pasado se mezcla con el presente, la ciencia ficción se abraza con el terror, el romanticismo coquetea con lo espiritual y los policiales bailan al ritmo de cualquier tema que la imaginación pueda concebir. Este compendio de doce relatos cortos te llevará en un paseo emocionante por historias de espíritus inquietos, aventuras de ciencia ficción, intrigas policíacas, eventos históricos fascinantes y épicas narrativas de guerra. Y lo mejor de todo, isin perder tiempo en tramas interminables! Estos cuentos desafiarán tus expectativas desde la primera línea, te sorprenderán con giros inesperados y te dejarán con la mente abierta. ¿Estás listo para unirte a este viaje lleno de imaginación, entretenimiento y finales extraordinarios?

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Producción editorial: Tinta Libre Ediciones

Córdoba, Argentina

Coordinación editorial: Gastón Barrionuevo

Diseño de tapa: Departamento de Arte Tinta Libre Ediciones.

Diseño de interior: Departamento de Arte Tinta Libre Ediciones.

Rebasti, Sergio Alejandro

Cuentos cortos para viajes largos 5 : las fantasías no terminan / Sergio Alejandro Rebasti. - 1a ed. - Córdoba : Tinta Libre, 2023.

128 p. ; 21 x 15 cm.

ISBN 978-987-824-795-3

1. Antología. 2. Antología de Cuentos. 3. Cuentos. I. Título.

CDD A863

Prohibida su reproducción, almacenamiento, y distribución por cualquier medio,total o parcial sin el permiso previo y por escrito de los autores y/o editor.

Está también totalmente prohibido su tratamiento informático y distribución por internet o por cualquier otra red.

La recopilación de fotografías y los contenidos son de absoluta responsabilidadde/l los autor/es. La Editorial no se responsabiliza por la información de este libro.

Hecho el depósito que marca la Ley 11.723

Impreso en Argentina - Printed in Argentina

© 2024. Rebasti, Sergio Alejandro

© 2024. Tinta Libre Ediciones

Dedicado a la promoción 73, a la que pertenezco con orgullo, por sus 50 años.

CUENTOS CORTOS 5 Las fantasías no terminan

Sergio Rebasti

Desenmascarando a los médiums

La joven mujer documentalista hablaba frente a una cámara:

—¿Me estás tomando, Charly?

—Sí, comienza tu discurso.

—¿Ya tomaste imágenes de la casa?

—Sííí, mujer, comienza ya.

—Krrr, soy Amy House, estamos frente a la casa de los famosos Brothers, espiritistas cuya larga experiencia los ha llevado a considerarse únicos en el tema.

»Mi socio Albert, el que llegará en unos minutos, mi camarógrafo Charly y yo tenemos una cita con estas personas para hablar o contactar a un supuesto fallecido, J. Cooky, inventado por nosotros, y tratar de desenmascarar a los Brothers. O si ellos se dan cuenta de la trampa, entonces buscaremos a un fallecido real y evaluaremos la veracidad de sus actos.

»Krrr, mi socio Albert también será el encargado de revisar el lugar mientras se efectúa la sesión, con el fin de descubrir si utilizan algún truco técnico o mecánico para sus contactos. Son personas amables pero el precio por una sesión nos parece algo elevado. Veremos qué ocurre.

»Corta, por favor. ¿Te parece que carraspeo mucho? No sé qué me pasa, debe ser alergia.

—No importa, Amy, después lo edito y elimino los errores.

—Oh, gracias, Charly. Ahí viene Albert.

—Hey, chicos, ¿ya hicieron la introducción? Estamos justo en el horario, vamos a llamar a la puerta y tú, Charly, no dejes de filmar.

—Ok.

Los tres se iban acercando a la casa, la que presentaba un jardín, su frente hecho de madera estilo barrial, solo un par de ventanas en la planta baja a los lados de la puerta, y otras dos en el primer piso; al parecer era muy modesta.

Cuando entraron en el porche a punto de llamar, la puerta se abrió y un hombre calvo, de cara amigable, de contextura delgada y algo bajo los recibió.

—¿Vienen por una sesión? Los tengo agendados. Sus nombres, por favor —dijo mirando una vieja agenda.

—Soy Amy, mi socio Albert y mi camarógrafo Charly. Usted nos dijo que podíamos filmar la sesión.

—Sí, por supuesto —respondió, mirando el pequeño cuaderno—. Pasen, llegan en hora justa, eso habla bien de ustedes, siéntense en esa mesa. Mi hermana enseguida viene, se está preparando.

—Muchas gracias, señor Brother, nos pondremos cómodos. Charly, coloca tus cámaras y, Albert, puedes sentarte en aquel sillón —Le hizo un guiño con el ojo, y Albert asintió con la cabeza.

Comenzaron a movilizarse y a desplegar sus instrumentos. Albert se acercó al sillón y miró hacia atrás por si estaba aún presente el señor Brother. Al no divisarlo, revisó el sillón y miró por delante y por detrás los armarios. Se agachó bajo la mesa redonda donde ya se hallaba sentada Amy, sin hallar nada raro.

Charly terminó de colocar dos cámaras escondidas, una a la entrada del hall y otra en un ángulo para captar toda la habitación; la tercera en un trípode oficiaba de legal ante la mesa.

Ya era de noche y la luz escaseaba. Apareció el señor Brother con un candil de noche y pidió disculpas aduciendo que la casa es vieja y por eso fallaba la luz. Colocó el candil colgado de la araña que estaba por encima de la mesa. Con un par de gestos con sonrisa, Amy y Albert se dieron cuenta del obvio truco y lo aceptaron.

De la nada apareció una dama anciana, con un camisón blanco, tan largo que le cubría los pies, pelo cano, cara muy arrugada, con sus labios cerrados, y como si flotara se sentó en su lugar en la mesa.

Amy se arrimó a Albert y le susurró.

—Ese fue un buen truco, no esperaba esa actuación.

—Sí, me tomó de sorpresa, pero con las cámaras descubriremos cómo lo hace. Ahora me voy a sentar en el sillón.

—Si quiere participar —dijo el señor Brother—, es bienvenido, no hay que temer ni nada raro ocurrirá.

—Gracias, señor Brother, prefiero observar de lejos.

Sentados los tres alrededor de la mesa, la mujer anciana empezó a hablar.

—Estamos aquí para invocar a los espíritus del más allá, almas quejosas y sufridas que aún no han pasado al otro mundo a descansar.

Amy, a pesar de la poca luz, comenzó a prestar atención a la cara de la anciana. Albert, con mucha sutileza, se levantó y comenzó a recorrer nuevamente el lugar tratando de encontrar algo raro o mecánico, sin hacer el menor ruido. Charly, detrás de su cámara, conectó con un control remoto la visión termográfica de las cámaras ocultas.

Sin mover la boca, la dama habló:

—Si hay presente algún espíritu, anúnciese o demuestre su presencia de alguna manera audible.

La mesa, en forma lenta, comenzó a elevarse unas cuatro pulgadas. Albert, sutilmente, se colocó en cuatro patas en el piso y pasaba su mano por entre las piernas de los espiritistas sin hallar o ver el truco. Encendió una pequeña linterna y alumbró la parte interior de la mesa, luego el piso y no halló nada. Salió sigilosamente y volvió a su lugar.

—Espíritu del más allá, preséntate —dijo la anciana.

La mesa volvió a su posición inicial.

—Soy Paul, mi hija está presente y le agradezco su presencia. —La voz salió de la anciana, pero sin mover los labios.

Con voz temblorosa, Amy respondió: —Bu… busco al señor J. Cooky. Mmm, no al señor Paul.

—Amy, soy Paul, tu padre, no me temas.

—¿Pppapá? No puede ser —dijo con lágrimas en los ojos—. Papi, nooo, papi, fue sin querer. —Snifff.

—Ya lo sé, no te culpo de nada, fue algo fortuito.

Albert se movía sobre el sillón con su linternita y, sin descubrir nada, se sentó de nuevo totalmente asombrado.

—Yo había bebido, cosas de chica tonta. Ahora trato de mejorar y ser una buena persona.

—Ya lo sé, veo en ti el arrepentimiento y solo con eso ya puedo partir tranquilo, es lo que me faltaba. Por favor, dile a tu mamá que la quiero y que ahora estoy en paz.

Tomándose la cara, Amy comenzó a llorar.

—Era mi papá, yo había bebido y él estaba enfermo, lo llevé al hospital, pero en el trayecto —mientras, se secaba las lágrimas de los ojos—, me llevé un árbol por delante y mi papá murió en el accidente.

Albert, sin salir de su asombro, vio luces titilantes fuera de la ventana y unos golpes en la entrada. Con las tres personas aún en la mesa, Albert se dirigió a la entrada y abrió la puerta.

—Soy el oficial Rouke. ¿Qué están haciendo aquí?

—Soy Albert. Mi socia Amy y mi camarógrafo Charly estamos en una sesión espiritista con los Brothers.

—Lo lamento, deberán acompañarme a la estación de Policía, están bajo arresto.

—No se ofenda, oficial, pero no hemos hecho nada malo. ¿Y con qué cargos nos detienen?

—Allanamiento de morada, vandalismo, ruidos molestos y vaya a saber qué otra cosa han hecho aquí. Gracias a un vecino que vio luces y movimiento, llamó al 911 y concurrimos al llamado. Salgan con las manos en alto.

—Pe-pero los Brothers pueden verificar lo que decimos.

—No sé qué traman ustedes. Los Brothers fallecieron hace una semana, al parecer fue un escape de gas. La casa está cerrada por aún ser una escena en investigación. Ustedes rompieron la cinta policial, allanaron el lugar y eso es un delito.

—Tenemos todo grabado en las cámaras, no hicimos nada malo. Charly, muéstrales por favor.

Charly sacó su laptop, la abrió ante el oficial y, tocando algunas teclas, comenzó a reproducir los tres videos al mismo tiempo. Con la cara de decepción del oficial, se llevó a los tres para interrogación, ya que las imágenes solo mostraban estática.

El duelo

El duelo estaba programado a las seis de la mañana, para que no interfiera en las actividades normales del pequeño poblado. John se vistió con sus mejores prendas, las que usaba los domingos, como si fuera a concurrir a la iglesia. Rick desayunó como de costumbre, con una tranquilidad pasmosa. Ambos son vecinos, cuyas viviendas están separadas por una alambrada vieja pero extensa, tanto que cubre todo el perímetro del lugar.

Muchos vecinos comienzan a llegar al sitio, algunos entran de un lado y otros, al contrario, como si estuvieran favoreciendo a uno u otro bando.

John se arrima a una de las ventanas y observa con atención el movimiento de las personas. Rick sale a su porche y saluda con un gesto a los visitantes.

El sol aún no ha salido pero su reflejo rojizo comienza a vislumbrarse en el horizonte. Las autoridades del lugar, sabiendo que ocurriría algo, deciden salir en sus patrullas y concurrir lo más rápido posible al sitio del acontecimiento.

Ingresado el árbitro, llevando en sus manos una caja de madera lustrada con un cierre básico, se apersonó frente a la casa de John y, con un gesto de aprobación, se arrimó a la alambrada, apoyando en el borde de esta la mencionada caja.

Rick se arrimó también y con otro gesto saludó al árbitro, también amigo de ambos. John bajó sus dos peldaños y se acomodó cerca de los dos personajes.

La gente se agolpaba, empujaba y todos querían ver lo que pasaría en unos instantes.

El árbitro abrió la caja y allí estaban, relucientes, casi nuevas, una para cada uno, de acero puro, totalmente iguales, para que haya paridad en el encuentro, indudablemente necesarias para que se efectúe el duelo. Cada uno de ellos tomó una, las observaron, las manipularon en el aire y se prepararon para la orden.

El público se arremolinaba frente a ellos, parecía que todos querían participar, nadie hablaba, solo esperaban el momento.

Se abrió paso el sacerdote de la iglesia, mirando a ambos sacó su Biblia y, bendiciendo a cada uno de ellos, esbozó algunas palabras sobre el perdón, los pecados, etc.

En la ruta, a toda velocidad vienen llegando las distintas autoridades, los que no desean llegar tarde.

El árbitro vio a lo lejos y detectó el polvo que levantaban los vehículos policiales, así que miró a sus contendientes y preguntó si estaban preparados. Con un movimiento de cabezas ambos afirmaron.

El árbitro levantó su mano, y la bajó de golpe. En ese instante, dos patrullas llegaron al lugar y gritaron al público que se apartaran: “La ley ha llegado”.

Cuando se apersonaron, ambos contendientes estaban con sus nuevos alicates, cortando la alambrada de cada lado, con una rapidez apasionante, vertiginosa, parecían enloquecidos. Terminaron casi juntos y abrieron un gran hueco en el centro.

Un ruidoso aplauso, sumado al griterío de los presentes, llenó el lugar. Los policías se reían, luego todos empezaron a abrazarse y festejar que ambas familias ahora estarían unidas debido a que sus sendos hijos, un varón de Rick y la hija de John se habían comprometido en matrimonio, por lo que compartirían el terreno de las viviendas con el fin de construir una casa nueva para los novios

¡Houston, tenemos un problema!

La nave está pronta a despegar. Los jóvenes astronautas sentados esperan el breve conteo, mientras revisan los datos que figuran en sus tableros de control. La NASA ha decidido implementar un proyecto con astronautas de corta edad, el que, de salir exitoso, sentará un precedente para los próximos viajes espaciales.

El comandante Toker y su copiloto Gina repasan el manual para evitar complicaciones.

—¿Oxígeno? —pregunta Toker.

—Tanques llenos —responde Gina.

—¿Combustible?

—Al tope y en ignición.

—¿Presión?

—Estable.

—¿Estás nerviosa?

—No me presiones. Sí, un poco. ¿Y tú?

—Bastante, no importa, vamos igual. Houston, estamos listos.

La nave asciende con toda velocidad y desaparece de la vista de los curiosos. Aparece de tanto en tanto entre las nubes.

La fuerza centrípeta aplasta sus cuerpos contra los respaldos de una manera fuera de lo practicado; sienten toda la fuerza de gravedad sobre ellos.

En un momento, sobre sus pies sienten un ruido extraño y un cimbronazo fuera de lo común.

—Houston, tenemos un problema. Un leve pero importante sacudón. ¿Ustedes captan algo?

Silencio…

Otro sacudón hacia los lados y comienzan a perder altura. Sus cuerpos sienten la liviandad y el peligro acecha.

—Houston, aquí Toker. ¿Puede ser que la separación de las etapas nos haya sacado de curso?

Silencio…

Otra vez se sacuden y vuelven a elevarse con más fuerza que antes.

—Houston, aquí Toker nuevamente, volvemos al curso, ¿tomaron nota de lo ocurrido?

Silencio…

—Gina, verifica la antena, por favor.

—Ja. No hay antena.

—Estamos incomunicados —habla a la grabadora.

—Roger.

—Bitácora de vuelo. Domingo, 20 de julio de 2025, quince horas. Después de la separación de las etapas, recibimos varios sacudones hacia los lados, sufrimos una breve, pero importante caída y estamos nuevamente en curso, aunque hemos perdido la antena de comunicación.

De repente comienzan a caer de nuevo, esta vez a una velocidad vertiginosa. Sus cuerpitos se aplastan de forma tal que no pueden realizar movimientos, apenas sí logran aferrarse a la varilla de retención frente a los controles.

Gina lanza un grito de desesperación, mientras caen en una vorágine de vueltas y mareos. Toker tiene náuseas, pero se aguanta tragando saliva.

La caída es fenomenal, no hay manera de que se detengan ni puedan acceder al control para accionar el paracaídas, porque la fuerza centrípeta es tan grande que no pueden mover sus brazos.

Cuando llegan al final, ambos pueden tomarse de las manos, mirándose con cierta picardía, dejando atrás todas las discusiones y peleas pasadas. De pronto todo se detiene en un frenado suave y tranquilo.

Toker y Gina se bajan del carro de la montaña rusa, dando fin a su juego espacial, y les gritan alegremente a sus padres.

—¿Podemos dar otra vuelta?

Gigante

En el 2026, un grupo de científicos, financiado por la empresa Markintosh & asociados, prepara una expedición al centro de la Antártida. En una reunión previa, los concurrentes, establecen las pautas.

—Señores, tomen asiento, por favor, los voy a presentar a todos, así que no sean impacientes.

—¿Me permite una pregunta?

—Ahora no. Al final se les explicará lo necesario. Soy el vicepresidente de la empresa, J. J. Markintosh. La señorita a mi derecha es alpinista y experta en el territorio de la Antártida, Linda Liberty. Es la única con la experiencia suficiente, ya que ha llegado en tres oportunidades más lejos que todas las expediciones, con éxito.

»Su melliza, Pamela Liberty, es doctora en emergencias, acompaña a su hermana.

»El caballero de mi izquierda es el arqueólogo Abdul Almej, quien obviamente prestará sus conocimientos ante el descubrimiento de algo antiguo, por lo que estamos aquí reunidos.

»A su lado, el historiador y lingüista Zacarías Gustein. Él traducirá cualquier idioma antiguo que se presente. A su costado, la doctora en criogenética y congelación Sakura Aki Oto, la que ha realizado profundos trabajos con cuerpos congelados o en descongelamiento.

»El resto que nos acompaña son dos técnicos: Charly, electricista, y Morris, mecánico, seis hombres de seguridad, a cargo del señor Sarch, y dos documentalistas de NatGeo, Pol y Robert.

»El fin de la exploración es hallar el objeto que el satélite escaneó y que se halla enterrado a doscientos metros en el hielo.

»Si revisan sus cuentas bancarias en sus dispositivos, verán que ya fueron depositados los valores solicitados con un plus por accidentes y un seguro para sus familias en caso de no retorno.

»Como verán, la empresa es muy generosa, además de financiar la expedición.

»Ahora sí, ¿preguntas?

—¿Cuándo partimos? —preguntó Abdul Almej, egipcio, delgado y con enormes bigotes.

—En una semana.

—¿Hay alguna otra expedición cerca o compitiendo con nosotros? —preguntó la doctora Sakura Aki Oto, japonesa, pequeña y muy meticulosa con sus cosas.

—Tenemos un informe de que los rusos tienen un submarino a unos kilómetros, pero nosotros seríamos los únicos.

—O sea que, si pasa algo serio, no recibiremos ayuda —dedujo Sakura.