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Isaac Emmanuilovich Babel, mejor conocido como Isaac Babel fue un periodista y escritor soviético de origen judío. A pesar de ser un idealista defensor del marxismo y el leninismo, fue arrestado, torturado y ejecutado durante el Gran Purgatorio de Stalin. "Cuentos de Odessa," una colección publicada en 1931, es una selección de hermosos cuentos de Babel cuyas narrativas tienen lugar en la ciudad de Odessa. Babel describe, entre otras historias, la vida del jefe de la ficticia mafia judía, Benya Krik, uno de los grandes antihéroes de la literatura rusa, y su pandilla en el gueto de Moldavanka, durante la época de la Revolución de Octubre. Isaac Bábel es un maestro de la concisión. Esta característica fue enfatizada por el propio escritor cuando una vez declaró que, mientras Tolstói podía narrar minuto a minuto todo lo que le sucedía a lo largo de un día, él prefería centrarse en los cinco minutos más interesantes. Es un hecho que las narrativas de Isaac Babel son grandiosamente interesantes. Una lectura excelente y cautivadora.
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Seitenzahl: 144
Veröffentlichungsjahr: 2023
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Isaac Babel
Cuentos de Odessa
Colección
Mejores Cuentos
Primera edición
Estimado lector,
Isaac Emmanuilovich Babel (Odesa, Imperio Ruso, 13 de julio de 1894 – Moscú, URSS, 27 de enero de 1940) fue un periodista y escritor soviético de origen judío. A pesar de ser un idealista defensor del marxismo y el leninismo, fue arrestado, torturado y ejecutado durante el Gran Purgatorio de Stalin.
Antes de ser arrestado en mayo de 1939, Babel escribió a lo largo de 25 años varias secuencias de cuentos extraordinarias, comparables a lo mejor de Gogol y Maupassant, a quienes consideraba sus maestros. Entre ellas se encuentran "La Caballería Roja", "Los Mejores Cuentos de Isaac Babel" y "Cuentos de Odesa".
En "Cuentos de Odesa", una colección publicada en 1931, Babel describe, entre otras historias sobre judíos, la vida del ficticio jefe de la mafia judía, Benya Krik, uno de los grandes antihéroes de la literatura rusa, y su banda en el gueto de Moldavanka durante la Revolución de Octubre. Esta obra fue elogiada por Máximo Gorki y se considera una de las grandes obras maestras de la literatura rusa del siglo XX.
¡Una excelente lectura!
LeBooks Editora漍
"Ningún hierro afilado puede atravesar el corazón humano tan fríamente como un punto final colocado en el lugar exacto."
Isaac Babel
PRESENTACIÓN
Sobre el autor y su obra
CUENTOS DE ODESSA
EL REY
ASÍ SE HACIA EN ODESA
LIUBKA LA COSACO
EL PADRE
EL FIN DEL ASILO
FRÓIM GRACH
ATARDECER
JUSTICIA ENTRE COMILAS
HISTORIA DE MI PALOMAR
Isaac Emmanuilovich Babel (Odesa, Imperio Ruso, 13 de julio de 1894 — Moscú, URSS, 27 de enero de 1940).
Isaac Babel nació en Odesa, una ciudad donde los judíos podían disfrutar de cierta libertad y seguridad, hijo de una familia que había huido de los pogromos antisemitas en tierras dominadas por los cosacos. ¡Justo él, que en su juventud lucharía clandestinamente junto a los cosacos rojos!
En su adolescencia, Babel ingresó en la Escuela de Comercio. Además de las materias normales, estudió teología y música. Más tarde estudió Negocios y Finanzas, donde conoció a Eugenia Gronfein, su futura esposa. En ese momento, ambos eran marxistas.
En 1915, Babel se mudó al centro cultural de Rusia, Petrogrado, donde conoció a Máximo Gorki. Se hicieron amigos y Gorki publicó algunas de sus historias en la revista que dirigía; también orientó al aspirante a escritor para que buscara más experiencia en la vida real. ¡Y él la buscó! Años después, Babel escribió en su autobiografía: "La persona a la que más amo y admiro es Gorki".
Babel, aunque es reconocido como uno de los representantes más brillantes del periodismo literario de la generación nacida en la década de 1880, vio su obra de ficción muy perjudicada por las vicisitudes de la vida. Su apogeo literario ocurrió en la década de 1920, primero con la publicación en 1920 de los "Diarios de Guerra", que posteriormente dieron lugar al clásico "La Caballería Roja" de 1926. M. Berman señaló que uno de los temas centrales del libro es la idea de que, para ser él mismo, el héroe debe aprender no solo a enfrentar, sino de alguna manera internalizar a su antítesis, dado que tanto el yo como su antítesis giran en torno a la violencia. Si el ego del autor es un intelectual racional, con una tendencia natural hacia la melancolía y la introspección, su antítesis es la de un hombre de acción animalesco, primitivo y cruel sin reflexión.
Cuando el personaje de Babel se une al Ejército de Budiénni en "La Caballería Roja", el héroe con gafas de estudio es despreciado por los cosacos y para ser aceptado debe cometer alguna crueldad, preferiblemente contra una mujer. Acepta el desafío en "Mi primer ganso". Pero cuando falla en una pelea porque se olvidó de cargar la pistola, un superior lo golpea y él "implora a Dios que le dé competencia para matar a su semejante". Pocos artistas supieron tratar de manera tan real y completa fragmentos de la realidad como lo hizo el genio de Babel. Muchos de sus cuentos en "La Caballería Roja" son desarrollos de hechos vividos en la guerra.
En todos los relatos hay franqueza, turbulencia, un tono incontenible, angustia y explosividad en la voz del autor. Vladimir Maiakovski, su admirador, publicó varias de estas historias en la Revista de Izquierda. Es cierto que la brutal descripción de la realidad de la guerra le ganó enemigos, como Budiénni de la burocracia partidaria. Sin embargo, la influencia de Gorki garantizó su publicación, y en el extranjero, el libro fue un éxito de ventas, traducido a más de quince idiomas. Marxista — leninista desde su juventud, Babel sirvió como voluntario en la Gran Guerra y luego participó en los combates de 1917 para establecer el socialismo. Lideró la resistencia roja en la ciudad de Petrogrado cuando estaba rodeada por las fuerzas blancas y polacas, y el Gobierno Soviético se había trasladado a Moscú.
También participó en expediciones de confiscación en el campo para llevar cereales a las poblaciones hambrientas de las ciudades. Cuando se unió al único grupo de cosacos que permaneció en el Ejército Rojo durante la Guerra Civil, la Caballería Roja de Budiénni, lo hizo bajo una identidad falsa proporcionada por el Partido Comunista para evitar ser identificado como judío y evitar el antisemitismo cosaco.
La campaña de la caballería pasó por Galicia, una de las comunidades judías más cultas de Europa en ese momento. En ciudades como Chernobyl, Kovel, Brody y en Galicia misma, ocurrieron asesinatos en masa, incendios intencionales, violaciones, torturas y la matanza de más de cien mil judíos, principalmente a manos de los Ejércitos Blancos y Polacos. Sin embargo, también se cometieron atrocidades por parte de los cosacos rojos, narradas por Babel. Uno de los personajes de Babel dice: "Esto no es una revolución marxista, es un levantamiento cosaco".
Y aún: "Siento una gran tristeza por el futuro de la Revolución... Somos la vanguardia, pero ¿de qué?" "¿Por qué no puedo superar mi tristeza? Porque estoy lejos de mi familia, porque somos destructores, porque avanzamos como un huracán, como una lengua de lava, odiados por todos, la vida se desmorona, estoy en una inmensa, interminable campaña para hacer renacer a los muertos".ᤍ
Terminada la bendición nupcial el rabí se dejó caer en un sillón; después salió de la habitación y observó las mesas a todo lo largo del patio. Eran tantas, que la cola asomaba por el portón a la calle Gospitálnaya. Cubiertas con terciopelo, las mesas serpenteaban por el patio como culebras de vientre recosido con remiendos multicolores; cantaban con voces graves, los remiendos de terciopelo naranja y rojo.
Los apartamentos quedaron transformados en cocinas. Por las puertas hollinadas salía una llamarada suculenta, llamarada borracha y rolliza. En sus rayos ahumados se tostaban rostros de ancianas, papos temblones de mujer, tetas sobadas. Un sudor rosado como la sangre, rosado como la baba de un perro rabioso, bordeaba aquellos montones de medrada carne humana y de dulce pestilencia. Tres marmitoneas, sin contar las fregonas, preparaban la cena nupcial; dirigía las la octogenaria Reizl, tradicional como un rollo del Thora, menuda y gibosa.
Aún no iniciada la cena entró en el patio un joven desconocido por los convidados… Preguntó por Benia Krik y llamó aparte a Benia Krik.
— Oiga, Rey — dijo el joven — debo comunicarle un par de palabras. Me manda la tía Jana de la calle Kostétskaya…
— Bien — respondió Benia Krik, alias el Rey — venga ese par de palabras.
— Ayer llegó a la comisaría el jefe nuevo; la tía Jana me encargó que se lo dijera.
— Me enteré anteayer — observó Benia Krik — ¿Qué más?
— El comisario reunió al personal y le echó un discurso.
— La escoba nueva barre limpio — respondió Benia Krik — Quiere una redada. ¿Qué más?
— ¿Sabe usted, Rey, cuándo es la redada?
— Será mañana.
— Es hoy, Rey.
— ¿Quién te ha dicho eso, niño?
— Lo dijo la tía Jana. ¿Conoce a la tía Jana?
— Conozco a la tía Jana. ¿Qué más?
— El comisario reunió al personal y le echó un discurso. “Debemos aplastar a Benia Krik”, dijo, “porque al lado de su majestad imperial no hay rey que valga. Hoy que Krik casa a su hermana y todos estarán allí haremos la redada…”.
— ¿Qué más?
— … Entonces los agentes se asustaron. Dijeron: “Si hacemos la redada cuando Benia anda de fiesta se disgustará y correrá mucha sangre”. El comisario dijo: “Por encima de todo está mi amor propio…”
— Bien, vete — respondió el Rey.
— ¿Qué le digo de la redada a la tía Jana?
— Que Benia está enterado de la redada.
El joven se fue y con él tres amigos de Benia. Dijeron que regresarían a la media hora. Y regresaron a la media hora. Eso fue todo.
Se sentaron a la mesa sin tener en cuenta la edad. La vejez chocha es algo tan deplorable como la juventud cobarde. Tampoco se sentaron de acuerdo a las fortunas. El forro de una pesada talega está zurcido con lágrimas.
En el lugar de preferencia se sentaron los novios. Era su ocasión. Después estaba Sénder Eijbaum, suegro del Rey. Era su derecho. El historial de Sénder Eijbaum es digno de conocerse: no es un historial cualquiera.
¿Cómo Benia Krik, atracador y cabecilla de atracadores, llegó a yerno de Eijbaum? ¿Cómo llegó a yerno de un propietario de sesenta menos unas vacas lecheras? Todo ocurrió a raíz de un atraco. Hacía solo un año Benia escribió a Eijbaum una carta.
“Mosié Eijbaum — le ponía — ruego que coloque mañana bajo el portón de la Sofíyevskaya, 17, veinte mil rublos. Si no, le espera algo jamás oído y Odesa entera hablará de usted. Respetuosamente, Benia el Rey”.
Tres cartas, a cuál más diáfana, no tuvieron respuesta. Entonces Benia actuó. Una noche se presentaron nueve hombres con palos largos. En los palos llevaban estopa embreada amarrada. Nueve estrellas fulgurantes se encendieron en la vaqueriza de Eijbaum. Benia rompió las cerraduras del establo y sacó las vacas, una por una. Un muchacho armado de cuchillo tumbaba la vaca de un golpe y clavaba el cuchillo en el corazón de la vaca. En la tierra encharcada de sangre las antorchas florecieron como rosas de fuego; sonaron disparos. Con los disparos Benia intimidaba a las empleadas apiñadas cerca del establo. Los otros asaltantes también dispararon al aire porque si no se tira al aire puede haber víctimas. Cuando la sexta vaca se derrumbó a los pies del Rey con un postrer mugido, en el patio apareció Eijbaum en calzoncillos y se interesó:
— ¿Qué consecuencias tendrá esto, Benia?
— Que, si yo me quedo sin el dinero, usted se queda sin las vacas. Como que dos y dos son cuatro.
— Entra en el local, Benia.
En el local se pusieron de acuerdo. Se repartieron a medias las vacas degolladas. La inviolabilidad de Eijbaum quedó garantizada y confirmada por un certificado acuñado. Pero lo más asombroso vino después.
En el asalto de aquella terrible noche, cuando las vacas acuchilladas mugían y las terneras resbalaban en la sangre de sus madres, cuando las antorchas danzaban como negras doncellas y las lecheras se espantaban y chillaban intimidadas por las pistolas benevolentes, aquella noche terrible bajó al patio en camisa escotada Tsilia, la hija del viejo Eijbaum. La victoria del Rey se transformó en su derrota.
A los dos días, sin aviso previo, Benia devolvió a Eijbaum el dinero arrebatado y una tarde se presentó de visita. Vestía un traje color naranja, bajo el puño de su camisa centelleaba una pulsera de brillantes; entró en la habitación, saludó y pidió a Eijbaum la mano de su hija Tsilia. El viejo sufrió un ligero ataque, pero se recuperó. Al viejo le quedaba vida para otros veinte años.
— Oiga, Eijbaum — le dijo el Rey — el día que usted se muera le entierro en el primer cementerio judío y muy cerca de la entrada. Le pongo, Eijbaum, un monumento de mármol rosado. Le hago parnas de la sinagoga Bródskaya. Dejo mi especialidad, Eijbaum, y me asocio a su empresa. Usted, Eijbaum, tendrá doscientas vacas. Mataré a todos los lecheros, excluyéndole a usted. Ningún ladrón rondará la calle en que usted vive. Le construyo un chalet en la estación dieciséis… Recuerde, Eijbaum: en su juventud usted tampoco fue rabí. No diremos en voz alta quién falsificó el testamento, ¿eh?… Usted tendrá por yerno a un Rey. No a un mocoso, sino a un Rey, Eijbaum…
Benia Krik se salió con la suya porque era apasionado y las pasiones imperan en el mundo. Los recién casados pasaron tres meses en la exuberante Besarabia en medio de uvas, de comida abundante y de sudor amoroso. Después Benia regresó a Odesa para casar a su hermana Dvoira, una cuarentona que padecía la enfermedad de Basedow. Ahora, relatada la historia de Sénder Eijbaum, podemos retornar a la boda de Dvoira Krik, la hermana del Rey.
En la cena de boda hubo pavo, pollo asado, pescado relleno y ujá con islotes de limón de reflejos nacarinos. Sobre las cabezas muertas de los pavos cimbreaban flores semejantes a penachos vaporosos. Pero ¿acaso la resaca del mar de Odesa deposita en la orilla pollos asados?
Aquella noche estrellada y azul todo lo más noble de nuestro contrabando, todo lo que del uno al otro confina honra a nuestra tierra, dejó sentir su efecto destructivo y seductor. El vino forastero calentaba los estómagos, quebraba dulcemente las piernas, embotaba los cerebros y provocaba regüeldos sonoros como las notas de la trompa de guerra. El cocinero negro del “Plutarco”, llegado hacía dos días de Port Said, trajo más acá de la raya aduanera barrigudas botellas de ron de Jamaica, oleoso vino de Madera, cigarros de las vegas de Pearpont Morgan y naranjas de las proximidades de Jerusalén.
Eso deposita en la orilla la espumosa resaca del mar de Odesa, de eso se benefician en ocasiones los mendigos de Odesa en las bodas judías. En la boda de Dvoira Krik se beneficiaron de ron de Jamaica. Por eso, borrachos como cerdos, los mendigos judíos repiqueteaban ruidosamente con sus muletas. Eijbaum, el chaleco desabrochado, observaba con un ojo entreabierto la estruendosa asamblea y eructaba con esmero. La orquesta tocaba la fanfarria. Parecía la parada militar de una división. Fanfarria y más fanfarria. Los atracadores, sentados en filas estrechas, cohibidos al principio por la presencia de gente ajena, se fueron animando. Liova Katsap estrelló una botella de aguardiente en la cabeza de su querida. Monia, el artillero, disparó al aire. El entusiasmo llegó a su apogeo cuando, según las viejas costumbres, los invitados ofrecieron sus regalos a los novios. Los salmistas sinagogales se encaramaron a las mesas y, secundados por la estrepitosa fanfarria, contaban los rublos y cucharas de plata regalados. Los amigos del Rey hicieron gala de la sangre azul y de la caballerosidad extinguida del barrio de Moldavanka. Con ademán descuidado dejaban caer en las bandejas de plata monedas de oro, sortijas y corales.
La aristocracia de Moldavanka llevaba chalecos carmesí, abrazaban sus hombros chaquetas rojas y en sus piernas carnosas reventaba el cuero color turquesa. Erguidos, barriga en ristre, los bandidos palmeaban al son de la música, gritaban “amargo” y lanzaban flores a la novia. Esta, la cuarentona Dvoira, la hermana de Benia Krik, la hermana del Rey, desfigurada por la enfermedad, de papo abultado y ojos desorbitados, estaba sentada sobre un montón de almohadas y tenía a su lado a un niño canijo comprado con el dinero de Eijbaum y mudo de angustia.
La entrega de los regalos llegaba a su fin: los salmistas enronquecieron y el contrabajo se enemistó con el violín. De pronto, sobre el patio se extendió un ligero olor a chamusquina.
— Benia — dijo papá Krik, un viejo carretero con fama de mal educado entre los carreteros — Benia, ¿sabes qué me se ocurre? Me se ocurre que aquí arde el hollín…
— Papá — respondió el Rey a su padre beodo — coma y beba, por favor, y no se preocupe de esas tonterías…
Papá Krik siguió el consejo de su hijo. Comió y bebió. Pero la nube de humo se hacía más asfixiante. En algunas partes el borde del cielo se tiñó de rosa. Una lengua de fuego, fina como una espada, lanzó una estocada por alto. Los convidados se levantaron y olfatearon el aire. Sus mujeres chillaron. Los atracadores se miraron unos a otros. Solo Benia, que no notaba nada; estaba afligido.
— Me están aguando la fiesta — gritaba con desesperación — Queridos: coman y beban, por favor…
Mas en ese momento apareció en el patio el joven que había estado antes de comenzar la fiesta.
— Rey — dijo — debo comunicarle un par de palabras.
— Dilas — respondió Krik — Tú siempre tienes en reserva un par de palabras…
— Rey — pronunció el joven desconocido con una risita — la cosa tiene gracia. La comisaría entera arde como una antorcha…
Enmudecieron los tenderos. Sonrieron los atracadores. Manka, una sesentona, progenitora de bandidos del barrio, se metió dos dedos en la boca y produjo un silbido que hizo tambalearse a sus adláteres.
— Manía, que no está usted en el trabajo — observó Benia — Más paciencia, Manía…
El joven mensajero seguía riendo.
— Salieron de la comisaría unos cuarenta — decía moviendo la mandíbula — para hacer la redada. Se apartaron unos quince pasos y empezó el incendio… Corran a verlo, si quieren…
Benia prohibió a los convidados ir al incendio. Fue él con dos compañeros. La comisaría ardía por los cuatro costados. Los policías corrían por la escalera meneando el trasero, envuelto en humo y lanzaban cofres por las ventanas. Los detenidos aprovecharon la confusión y se fugaron. Los bomberos se sentían pletóricos de entusiasmo, pero en el grifo inmediato no había agua. El comisario, la escoba nueva que barre limpio, estaba en la acera de enfrente mordiéndose el mostacho, que se le metía en la boca. La nueva escoba estaba quieta. Benia pasó cerca del comisario y le saludó a lo militar.