Cuervos - Cord Riechelmann - E-Book

Cuervos E-Book

Cord Riechelmann

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Beschreibung

Inteligentes, calculadores y amantes de los juegos, la cultura humana se desarrolla bajo la observación de los Cuervos. El retrato de la más tenebrosa de las aves. Los Cuervos viven por casi todo el planeta y siempre han buscado la compañía de los seres humanos. Seguían a los vikingos para después hastiarse con los restos de la batalla, y desde entonces se los asoció con la muerte. Los córvidos son magníficos observadores: establecen a su modo cálculos de probabilidades y conductas acerca de sus presas, y se van mudando a las ciudades escapando de la explotación industrializada del campo. En cuanto a la presencia del cuervo en el arte y la cultura, este libro va desde la cueva de Lascaux, pasando por uno de los últimos cuadros de van Gogh, o el poema de Edgar Allan Poe, hasta llegar a la película Los pájaros, de Alfred Hitchcock así como a las representaciones del cuervo en la cultura contemporánea.

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Riechelmann, Cord

Cuervos / Cord Riechelmann - 1a ed.

Ciudad Autónoma de Buenos Aires: Adriana Hidalgo editora, 2022

Libro digital, EPUB - (Naturalezas)

Archivo Digital: descarga

ISBN 978-987-8388-94-6

1. Ensayo. 2. Literatura Alemana. 3. Animales Exóticos

I. Gelormini, Nicolás, trad. II. Título.

CDD 834

Naturalezas

Título original: Krähen

Traducción: Nicolás Gelormini

Editor: Fabián Lebenglik

Coordinación editorial: Gabriela Di Giuseppe y Mariano García

Diseño e identidad de colecciones: Vanina Scolavino

1ª edición en Argentina

© Matthes & Seitz Berlin Verlag, Berlin 2013. All rights reserved by Matthes & Seitz Berlin Verlagsgesellschaft mbH. First published in the series Naturkunden edited by Judith Schalansky.

© Adriana Hidalgo editora S.A., 2022

www.adrianahidalgo.com

La traducción de esta obra contó con el apoyo de una subvención del Goethe-Institut.

ISBN: 978-987-8388-94-6

Queda hecho el depósito que indica la ley 11.723

Prohibida la reproducción parcial o total sin permiso escrito de la editorial. Todos los derechos reservados.

Disponible en papel

Índice
Portadilla
Legales
Introducción
Los cuervos de Kreuzberg
Los nombres de los cuervos
Cuervo común
Grajos
Urracas
Herramientas y espejos
El color negro
De Asia a Alaska
Konrad, la grajilla
Hitchcock y los cuervos malvados
La segunda naturaleza
Breve bibliografía
Índice de ilustraciones
Acerca de este libro
Acerca del autor
Otros títulos

Introducción

Todos los conocen, pero a casi nadie le gustan. Los cuervos se han asentado en la mayor parte del planeta terrestre y casi siempre han buscado la compañía de los seres humanos. A cualquier lugar que uno vaya parecen haber estado allí desde siempre. Trátese de una mañana oscura en Nordkapp, un mediodía en un bosque de Nueva Caledonia o un remoto pueblo de la yerma extensión de Alaska: en determinado momento aparecen los cuervos y ciertamente no dan la impresión de que esa región les sea tan extraña como a los hombres que por primera vez visitan ese rincón. Si se considera la historia evolutiva, no resulta sorprendente. Hace cinco o seis millones de años, cuando los primitivos antepasados simiescos de los seres humanos abandonaron con marcha erguida las densas selvas africanas para buscar nuevos hábitats en las sabanas arbustivas y las estepas herbáceas, los cuervos ya les llevaban la delantera. Surgidos de un “cuervo primitivo” que vivía en las selvas tropicales, los córvidos se dividieron en diferentes especies y comenzaron su propagación por la tierra desde el oligoceno tardío hasta el mioceno, es decir un período que comenzó hace veintiocho millones de años y terminó hace siete. El biólogo evolutivo y amigo de los cuervos Josef H. Reichholf ve en el desplazamiento de la selva densa a los paisajes abiertos un paralelo entre el desarrollo de seres humanos y córvidos, paralelo que debería tenerse en cuenta ya que es una de las condiciones de las largas y complicadas relaciones entre córvidos y humanos. Se podría decir de modo un tanto sentencioso que la historia de la cultura humana se desarrolla bajo la observación de los cuervos. Y los cuervos participan de ella, me refiero a la cultura, cuando ven que pueden sacarle algo .

Corvus coronoides: cuervo australiano, dibujado por John Gould, asesor de Darwin en cuestiones ornitológicas, hacia 1877.

Los cuervos seguían a los vikingos para después hastiarse con los restos de la batalla. A lo vikingos les gustaba la compañía de los cuervos. Los declararon sus aves de guerra. Cuando partían en sus campañas de saqueo, los guerreros, entre ellos también Guillermo el Conquistador, llevaban una bandera de cuervo sagrada. Pero no pensaban lo mismo sobre aquellas aves negras los numerosos pueblos nórdicos asaltados, incendiados y masacrados por los vikingos. Para ellos, los cuervos se relacionaban directamente con la llegada de los vikingos y, en consecuencia, con la muerte que estos traían. La relación profundamente ambigua que los hombres tenían con los córvidos, entre los cuales contaban a los cuervos comunes compañeros de los vikingos, tiene un motivo doble: se sigue de la capacidad de adaptación de los cuervos y a la vez de la historia de la civilización humana. Esto vale también para la relación de los pájaros con la muerte. Por supuesto, los córvidos, que se alimentan, entre otras cosas, de cadáveres en descomposición, tienen una relación con la muerte. Y siendo los magníficos observadores que son, probablemente sean capaces de prever quién va a morir. Dado que advierten el hecho de que, por ejemplo, un ciervo, enfermo o herido, se aparta de la manada que atraviesa la nieve, pueden, y de hecho lo hacen, poner en marcha sus propios cálculos de probabilidad sobre las conductas y deducir que la muerte acometerá a un ciervo que, cojeando, apenas si puede avanzar. En este sentido, los mitos que asocian a estas aves con la muerte o con determinados accidentes no mienten. Esta relación ya se da en la primera representación de cuervos conservada, la enigmática escena del hombre pájaro en la cueva de Lascaux, probablemente surgida hace unos 17 000 años. La escena muestra un hombre con cabeza de cuervo y pene erecto, que está acostado y probablemente ha sido derribado por un bisonte. En primer plano se ve un cuervo, debajo del cual hay una raya que señala hacia abajo. Aquí se evidencia una conexión que hasta hoy atraviesa toda la historia del arte en innumerables representaciones. Una de las últimas pinturas de Vincent va Gogh, el Trigal con cuervos de 1890, en el que una bandada de pájaros sobrevuela un ondeante campo labrado, forma parte de esa historia así como la obra Galgenvogel (1) del artista estadounidense Mark Dion. Para este trabajo, que surgió para la revista Texte zur Kunst, Dion pintó con betún uno de esos cuervos de plástico que en la caza se usan para atraer aves, a las que luego se les dispara. El maravilloso Galgenvogel de Dion remite también a los forzados intentos de la modernidad por aniquilar masivamente a los cuervos. Una cuestión que encontró en los Estados Unidos y la Europa del siglo XX su triste punto cúlmine, y que además influyó en mis primeras impresiones sobre los cuervos. Para mí, que crecí en los años sesenta y los setenta en una familia de cazadores en el campo de Baja Sajonia, la violencia contra los cuervos era cosa de todos los días. Los cuervos comunes, las urracas y los arrendajos, que pertenecen a la familia de los córvidos (en términos científicos: Corvidae) se consideraban, igual que las ratas, “alimañas”. Y la misma palabra también era la expresión oficial por excelencia de los cazadores para referirse a las plagas. A diferencia de las martas y los zorros, las alimañas ni siquiera gozaban de la fama de belleza. Formaba parte de la misión de los cazadores perseguir a las alimañas donde y cuando se asomaran. Y de hecho lo hacían con métodos odiosos recurriendo a trampas como pequeñas jaulas o la llamada “pajarera”, mucho más grande o adoptando gestos primitivos como disparar desde abajo a los nidos de los córvidos en época de cría. En los Estados Unidos, durante la veda de ciervos y codornices, se les recomendaba a los cazadores derribar cuervos para no perder la destreza en el tiro. Todo este delirio concluyó, al menos en sus manifestaciones más groseras, en 1979 mediante un golpe del parlamento europeo. En esa ocasión se aprobó la Directiva de Aves que protegía sin excepción a todas las aves cantoras. Así de un día para otro, los córvidos, que se cuentan entre los pájaros cantores, se encontraron protegidos por la ley. Y hablo de un golpe porque en muchos parlamentos de los países occidentales desarrollados los cazadores constituyen uno de los lobbies interpartidarios más fuertes. Es decir que los cazadores deben haber estado durmiendo o, en su ceguera por perseguir “alimañas”, olvidaron que los cuervos son aves cantoras. De cualquier forma, desde entonces los cazadores, encabezados los primeros años por el político socialcristiano y fanático cazador deportivo Franz Josef Strauss, presionan por obtener permisos especiales para matar cuervos y, en efecto, los reciben una y otra vez, pero siempre respetando una época de veda. Como sea, esas décadas hicieron que la decisión sea muy fácil para mí: si alguna vez tengo que elegir entre los intereses de los cuervos y los de los cazadores, ya sé de qué lado está la razón.

Mi segunda fase de ocupación intensa con los cuervos, por suerte, ya no tuvo que ver con los cazadores. Cuando estudiaba filosofía y biología en la Freie Universität de Berlín a comienzos de los años ochenta, se produjo un curioso desplazamiento. Si en la biología los conceptos, métodos y resultados de Konrad Lorenz se consideraban superados y sólo se les otorgaba interés histórico, el famoso papá ganso reapareció en espacios vanguardistas de la filosofía y el arte. En Mil mesetas, de Gilles Deleuze y Félix Guattari, publicado en Francia en 1980, Konrad Lorenz constituye una importante referencia a la que, sin embargo, los autores abordan críticamente. Ahora bien, los filósofos aprueban sin objeciones el modo de observación de Lorenz, que siempre desembocaba en una asimilación con el animal observado, en un literal volverse animal. Y en 1984, Werner Büttner, Martin Kippenberger y Albert Oehlen, con similar incondicionalidad le dieron profusamente la palabra a Lorenz y a su teoría de la forma en el catálogo Wahrheit ist Arbeit [La verdad es el trabajo], uno de los libros de arte más importantes de los años ochenta. La relación con los cuervos se da porque Lorenz, en cuanto uno de los fundadores de los modernos estudios sobre comportamiento, comenzó su carrera científica en los años veinte y treinta con córvidos, con grajillas y cuervos comunes. Lorenz logró integrarse tanto a una colonia de grajillas que vivía en libertad, que los pájaros lo reconocían como uno de los suyos. Las observaciones que Lorenz hizo entonces no han perdido validez. No puede decirse lo mismo, sin embargo, de sus interpretaciones del comportamiento. Por eso el antropólogo Gregory Bateson calificó a Lorenz de “totémico practicante”. Observar a Lorenz durante sus clases, escribió Bateson, significaba descubrir lo que hicieron los hombres de Aurignac cuando pintaron en las paredes y los techos de las cuevas esos renos y mamuts que corren libremente. Dicho en otras palabras, en el método de Lorenz había un impulso precientífico y prehistórico. Y el respeto que ese impulso sigue teniendo hasta hoy en la ciencia puede comprobarse en el estudio sobre los cuervos del investigador estadounidense del comportamiento Bernd Heinrich, aparecido en Nueva York en 1989 bajo el título Ravens in Winter. Allí, Heinrich introduce su investigación, que satisface todos los requerimientos científicos, con un panorama de la historia mítica de los cuervos y titula algunos capítulos con versos del poema “El cuervo”, de Edgar Allan Poe. Ahora bien, el procedimiento de Heinrich no apunta a una mezcla de los conocimientos místicos y artísticos con los procedentes de la ciencia. Más bien lo que hace es no silenciar ninguno y yuxtaponerlos todos. Heinrich hace que los mitos, el arte y la ciencia establezcan un diálogo que él se limita a comentar con cautela. Así, los pasajes científicos no sufren ninguna pérdida de valor ni son llevados a planos esotéricos. Por el contrario: se vuelven más precisos, por ejemplo, cuando Heinrich explica que los cuervos comunes del norte forman alianzas con todos los seres vivos que matan animales de caza mayor –con osos polares, osos grises, lobos, coyotes, orcas y seres humanos– y a la vez señala los mitos que reelaboran este dato. A ello se suma que los relatos sobre animales en los que la historia de la ciencia y la historia de la cultura aparecen juntas a su vez abren un espacio para anécdotas que la ciencia actual ha borrado de su repertorio.

A mí, que era estudiante y observaba a los cuervos de Berlín sin ningún interés científico inmediato, todo esto me daba lo mismo. Me gustan los cuervos, me gusta cómo caminan, vuelan y se gritan entre sí. Escucho con placer sus graznidos y las narraciones anecdóticas de Lorenz fueron para mí una compañía agradable y útil. Lo único sorprendente al principio fue –y lo sigue siendo hasta hoy– que uno está mucho más cerca de los cuervos en ciudades como Berlín que en cualquier lugar rural. Aunque ahora tengo claro el motivo –los cuervos se mudan cada vez en mayor número a las ciudades para escapar de la explotación industrializada del campo y de la persecución que sufren por parte de los cazadores–, esas aves conservan para mí algo de misterio y allí reside parte de su belleza. Pero como están en casi todas partes del mundo, en ningún lado son exóticos. Los cuervos pueden ser misteriosos sin ser exóticos, lo cual es un fenómeno muy raro.

1. Literalmente “ave de patíbulo”, Galgenvogel quiere decir “cuervo” y, en sentido figurado, “persona inútil” [N. del T.].