Cultura política. Fundamentos sociohistóricos y epistemológicos - Carlos Cabrera Rodríguez - E-Book

Cultura política. Fundamentos sociohistóricos y epistemológicos E-Book

Carlos Cabrera Rodríguez

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Beschreibung

Las aproximaciones al fenómeno de la cultura política que aquí se compendian, abordadas desde el campo de estudio de la ciencia política, dan continuidad a la visión de múltiples pensadores de la ciencia política como organismo históricamente en desarrollo, y con un marcado valor aplicativo. Se exponen conceptos que, al mismo tiempo que correlacionan los principales momentos que permiten revelar la esencia heurística de este complejo fenómeno, posibilitan la aproximación a algo todavía más difícil y aún no resuelto eficazmente dentro de los marcos de las ciencias politológicas: su dimensión instrumental. Uno de los valores añadidos, además de su utilidad docente y metodológica, resulta el que todos los artículos que lo conforman constituyen contenidos de cuatro tesis doctorales y tres tesis de maestría defendidas exitosamente en la Facultad de Filosofía, Historia y Sociología de la Universidad de La Habana.

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Seitenzahl: 667

Veröffentlichungsjahr: 2024

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Quedan rigurosamente prohibidas, sin la autorización escrita de los titulares del Copyright, bajo la sanción establecida en las leyes, la reproducción parcial o total de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático, y la distribución de ejemplares de ella mediante alquiler o préstamo público. Si precisa obtener licencia de reproducción para algún fragmento en formato digital diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos,www.cedro.org) o entre la webwww.conlicencia.comEDHASAC/ Diputació, 262, 2º 1ª, 08007 Barcelona.Tel. 93 494 97 20España.

Premio Editorial UH 2021

Jurado Ciencias Sociales y Humanidades

Dra. Marta Moreno Cruz

Dra. Olga Rosa González Martín

Dr. Arnaldo Rivero Verdecia

Edición

Heyssel Cadalso Rodríguez

 

Diseño de perfil de la colección

Alexis Manuel Rodríguez

Diezcabezas de Armada /

Claudio Sotolongo

 

Diseño

Camila González Rodríguez

 

Composición

Ileana C. Veloso Guzmán

 

Conversión a ebook:

Grupo CreativoRuthCasa Editorial

 

Control de la calidad

Boris Badía

 

Sobre la presente edición

© Carlos Cabrera Rodríguez, 2023

© Editorial UH, 2024

 

Isbn

9789597265740

 

Editorial UH

Dirección

de Publicaciones Académicas,

Facultad de Artes y Letras,

Universidad de La Habana

Edificio Dihigo, Zapata y G,

Plaza de la Revolución,

La Habana, Cuba. CP 10400.

Correo electrónico:

[email protected]

Facebook: editorial.uh.98 

 

 

Índice de contenido
Cultura política y ciencia política: a manera de introducción
Bibliografía
Fundamentos sociohistóricos de la cultura política
La cultura política en la evolución del pensamiento político
Carlos Cabrera Rodríguez
Bibliografía
La cuestión de la cultura política desde una visión sociohistórica
Carlos Akira de la Puente Abreu
La noción política
Una noción perturbadora
El umbral de la discordia
¿Cultura política desde una perspectiva sociológica?
Preludio de una herejía
Lenin y la cultura política revolucionaria
Herencia hereje
Bibliografía
Fundamentos teóricos de la cultura política
Cultura política: fundamentos teóricos
Carlos Cabrera Rodríguez
«Cultura política»: conceptualización, estructura y funciones
Cultura política: principales vertientes y paradigmas teóricos
La cultura política como resultante de los procesos de socialización y comunicación políticas
Anexos
Anexo 1. Proceso de socialización política del niño
Anexo 2. Agentes y etapas de socialización política
Anexo 3. Distinción heteronomía/autonomía
Anexo 4. Tipos de argumentación según Habermas
Bibliografía
Cultura, política y cultura política
Juan Simón Rojas
Reflexiones en torno al concepto de cultura
Enfoque axiológico
Enfoque funcional
Algunos enfoques en torno a la definición de la política
Concepciones reduccionistas de la política a la actividad de individuos excepcionales
Concepciones reduccionistas de la política a la actividad de instituciones privilegiadas
Concepción reduccionista de la política a la relación amigo-enemigo
Concepciones economicista y mecanicista de la política
Concepción marxista leninista de la política
Naturaleza problémica de la cultura política en su conceptualización
Gobernabilidad
Legitimidad de los sistemas políticos
Representatividad política
Socialización política
Participación política
Bibliografía
Ciudadano, cultura política y socialización de la cultura política
Marta Pérez Gómez
Acercamiento a la definición de «ciudadano»
Estudios primigenios de la definición de cultura política
Enfoque del concepto de «cultura política» desde el Sur
Socialización de la cultura política
Bibliografía
Cultura política: bautizo de una noción
Carlos Akira de la Puente Abreu
¿Cultura política posmoderna?
Bibliografía
En torno a los fundamentos epistemológicos de la cultura política
Jasely Fernández Garrido
Bibliografía
La cultura política como resultante del proceso de socialización política
Annelys Alfonso Concepción
Funciones de los agentes socializadores en el proceso de formación de la cultura política
¿Qué es la «cultura política»?
Bibliografía
Cultura política: valores y socialización
Judith Acosta González
La conceptualización de la cultura política y su relación con los valores
Sociología y valores
Sobre la definición del concepto de «valor»
Sobre las características de los valores y la valoración
Sobre la clasificación o tipología de los valores
Sobre la existencia de los sistemas de valores
Sobre los productores de valores o de sentidos
Sobre los roles y las funciones de los valores
La socialización de valores en la cultura política
Bibliografía
Cultura política cubana
La cultura política cubana y su referente axiológico
Juan Simón Rojas
Génesis y desarrollo de la cultura política cubana
Elementos estructurales de la cultura política cubana en las condiciones del triunfo revolucionario
Componente axiológico de la cultura política cubana posterior al triunfo de la Revolución
Anexos
Anexo 1. Datos relacionados con el PCC
Anexo 2. Datos relacionados con el Periodo Especial
Anexo 3. Datos relacionados con cuestiones sociopolíticas
Bibliografía
La cultura política del ciudadano del proyecto de República martiana
Marta Pérez Gómez
Fuentes de la cultura política martiana
El proyecto emancipador martiano
La necesidad de un ciudadano autóctono
Características de la cultura política emancipadora de los ciudadanos
Vías para socializar la cultura política emancipadora
Discursos
Prensa
Partido Revolucionario Cubano
Epistolario político
Bibliografía
Propuestas metodológicas investigativas para el examen de la cultura política
Propuesta de estrategia metodológica de investigación para el examen de la cultura política en estudiantes universitarios
Carlos Cabrera Rodríguez
Anexos
Anexo 1. Dimensiones básicas para el análisis de la cultura política
Anexo 2. Esquema dimensional para el análisis de la cultura política del sujeto
Anexo 3. Modelo de investigación-acción reflexivo-comunicativa sobre cultura política
Bibliografía
Propuesta de diseño metodológico para el estudio de los valores de la cultura política en estudiantes universitarios
Judith Acosta González
Preguntas científicas y definición de conceptos
Operacionalización
Metodología
Técnicas de investigación
Población y muestra
Plan de análisis
Anexos
Anexo 1. Encuesta exploratoria a los estudiantes
Anexo 2. Guía de entrevista exploratoria a expertos
Anexo 3. Análisis de contenido
Anexo 4. Cuestionario
Anexo 5. Guía de entrevista en profundidad
Anexo 6. Guía para trabajo con grupo de discusión
Bibliografía
Sobre los autores

Cultura política y ciencia política: a manera de introducción

En momentos en que la ciencia política de factura cubana proyecta su trabajo en función de convertirse en instrumento de intelección no solo de la realidad política nacional, sino también de la compleja realidad política del Tercer Mundo, se considera que su rasgo distintivo fundamental tendrá que ser su vocación creadora, tanto en la interpretación de estas realidades como en el desarrollo de nuevos presupuestos teóricos que guíen la trasformación de la realidad social, como lo hicieron en su momento Karl Marx, Friedrich Engels, Vladimir Ilich Lenin, Antonio Gramsci, Ernesto Che Guevara y Fidel Castro. Es pertinente en tal sentido retomar las palabras de Gramsci referidas a la relación ciencia-actividad política-creación, cuando señalaba:

 

Hay que plantear el problema de qué es la «ciencia» misma. ¿No es también «actividad política», y pensamiento político en cuanto trasforma a los hombres, los torna diferentes de lo que eran antes? Si todo es «política», para no caer en una fraseología tautológica y vacía, es preciso distinguir con nuevos conceptos la política que corresponde a la ciencia tradicionalmente llamada «filosofía» de la política, que se llama ciencia política en sentido estricto... ¿y el concepto de ciencia como «creación» no significa también el concepto de ciencia como «política»? Todo consiste en ver si se trata de creación «arbitraria» o racional; es decir, útil a los hombres para ampliar su concepto de vida, para tornar superior (desarrollar) la vida misma. (Citado por Acanda y Ramos 1997, p. 127).

 

Las aproximaciones al fenómeno de la cultura política que aquí se compendian, abordadas desde el campo de estudio de la ciencia política, deben dar continuidad al decir de Antonio Gramsci (citado por Acanda y Ramos 1997) de que «no existe una naturaleza humana fija e inmutable y [...], por lo tanto, la ciencia política debe ser concebida en su contenido concreto (¿y también en su formulación lógica?) como un organismo históricamente en desarrollo» (p. 124), del mismo modo que considera que «el hombre solo puede ser concebido como hombre históricamente determinado, es decir, que se ha desarrollado y vive en ciertas condiciones, en un determinado complejo social o conjunto de relaciones sociales» (p. 127).

En tanto disciplina encargada del estudio sistemático de la política en sus diferentes facetas y dimensiones específicas, la ciencia política presenta amplias posibilidades aplicativas que han sido destacadas también por importantes politólogos contemporáneos. Los saberes politológicos son saberes aplicables. En tal sentido David Easton (1967) destacaba cómo «la aplicación del saber forma parte de la actividad científica tanto como del conocimiento teórico. Mas la comprensión y la interpretación de la conducta política lógicamente preceden y proveen la base para toda tentativa de utilizar las cogniciones políticas en la solución de concretos y acuciantes problemas sociales» (p. 63).

Como señala Gianfranco Pasquino:

 

La ciencia política no es una simple técnica, que permite una rápida intervención, del tipo problem solving, como muy frecuentemente pretende caracterizarse el sector de las políticas públicas, especialmente en su especialización en el análisis de las decisiones públicas. A la ciencia política no se la puede tampoco conducir y encasillar en el ámbito de las ciencias puras, privadas de posibilidades aplicativas. Por razones de método y de objeto, la ciencia política tiende a abarcar ambas tendencias: a la aplicación concreta, a la reflexión teórica. Sus potencialidades aplicativas «ingenierísticas» serán tanto más válidas y significativas cuanto más válida y comprensiva sea la teoría que la produce y la sostiene. Esto no significa en absoluto, como debería ser obvio, que la ciencia política aplicada, la ingeniería política, no deba ajustar cuentas con consecuencias insospechadas, con efectos no queridos, con verdaderos errores de perspectiva, de planteo, de aplicación. (Pasquino 1997, pp. 26-27).

 

Norberto Bobbio, por su parte, agrega que:

 

La expresión «ciencia política» puede ser usada en un sentido amplio y no técnico para denotar cualquier estudio de los fenómenos y de las estructuras políticas, conducido con sistematicidad y con rigor, apoyado en un amplio y agudo examen de los hechos, expuesto con argumentos racionales. [...] En un sentido más estricto y por lo tanto más técnico [...] «ciencia política» indica una orientación de los estudios que se propone aplicar, en la medida de lo posible, al análisis del fenómeno político −o sea en la medida en que la materia lo permite, pero siempre con el mayor rigor− la metodología de las ciencias empíricas. (Bobbio et al. 1982, p. 255).

 

Sobre la diferencia entre filosofía política y ciencia política, el propio Bobbio et al. (1982) coincide con Giovanni Sartori cuando señala: «Sartori individualiza la diferencia entre filosofía política y ciencia política en la falta de operatividad o de aplicabilidad de la primera, donde “la filosofía no es […] un pensar para aplicar, un pensar en función de la traducibilidad de la idea en el hecho”, mientras la ciencia “es teoría que remite a la investigación [...], traducción de la teoría en práctica”, en suma, un “proyectar para intervenir”» (p. 256).

Desde esta posibilidad que brinda la ciencia política aplicada, denominada por algunos «ingeniería política», es que se aborda aquí el análisis de la cultura política. En tal sentido, se exponen conceptos que, al mismo tiempo que correlacionan los principales momentos que permiten revelar la esencia heurística de este complejo fenómeno, posibilitan la aproximación a algo todavía más difícil y aún no resuelto eficazmente dentro de los marcos de las ciencias politológicas, a saber, la dimensión instrumental, su valor operacional.

La cultura política es un fenómeno multidimensional de elevada complejidad para su abordaje empírico, lo cual exigió desde los primeros momentos una ruptura con las incursiones parciales y fragmentarias que han caracterizado la mayoría de las prácticas investigativas previas que operaron con ella como una variable de análisis, desde el modelo convencional sobre la cultura cívica, hasta la experiencia soviética. De ahí que se enfoque la comprensión del fenómeno en su totalidad sistémica, y se privilegie la estructura relacional que articula y da sentido a las pautas culturales y universos simbólicos, a partir de los cuales los sujetos se enfrentan al complejo y contradictorio mundo político.

En relación con el estado actual de las investigaciones sobre la cultura política en general, debe quedar señalado que este constituye un campo relativamente joven, si se tiene en cuenta que internacionalmente tales estudios han abarcado solo cuatro décadas, si se toma como punto de partida la investigación desarrollada por Gabriel Almond y Sidney Verba ([1963] 1970), la cual, bajo la influencia del funcionalismo parsoniano, devino en prisma paradigmático de investigaciones ulteriores. En esta investigación pionera se concebía la cultura política como un conjunto de creencias, actitudes y valores de los ciudadanos con respecto al sistema político. Esta noción se convirtió en el instrumento de defensa de un modelo de «modernización» capitalista, en un discurso de exaltación de ese orden social. A la vez, la noción difundida desde finales de los años sesenta y los setenta en la URSS y otros países socialistas europeos también devino discurso apologético del orden y la estabilidad social (tanto en las sociedades «industriales avanzadas» como en las «socialistas desarrolladas»), incapaz de dar cuenta de su verdadera situación real y, por tanto, de incorporar las dimensiones que los cambios sociales demandaban.

Ya desde la segunda mitad de los años setenta y durante los ochenta, la crítica al modelo convencional de cultura políticaadvirtió un importante auge, puesto en evidencia en la propia actitud autocrítica de sus autores (Almond y Verba 1980), así como en tres grandes programas de investigación promovidos por los neomarxistas, los neocorporativistas y los teóricos de la elección racional. Los teóricos neomarxistas se agruparon en cuatro vertientes: la instrumentalista (Miliband 1973, Golthorpe 1980), la estructuralista (Poulantzas 1973, Therborn 1976), la neoestructuralista (Block 1981, Offe 1984, Giddens 1981), y la política basada en la lucha de clases (Korpi 1978, Himmelstrand 1981). El programa neocorporativista fue representado porGerhard Lehmbruch (1977), Philippe C. Schmitter (1977, 1979). La plataforma articulada por los teóricos de la elección racional fue iniciada por Anthony Downs (1957), James Buchanan y Gordon Tullock (1962), Mancur Olson (1965), y sus principales representantes contemporáneos han sido Jon Elster (1978), Raymond Boudon (1981, 1982), Colin Crouch (1982), Rusell Hardin (1982), Michael Hechter (1983), y Adam Przeworski (1985). Muchos de estos enfoques, críticos con la perspectiva convencional de cultura cívica, repetían de alguna manera tal modelo, y de manera general no ofrecían una alternativa realmente viable.

Desde la segunda mitad de los años ochenta y durante los noventa se abrió paso dentro de las ciencias sociales un movimiento que replanteó de la «perspectiva culturalista», lo que algunos han dado en llamar el «retorno de la cultura a un primer plano». Dentro de esta perspectiva de análisis se encuentran los estudios de Clifford Geertz (1990), John B. Thomson (1990), Jeffrey C. Alexander y Steven Seidman (1993), Ann Swidler (1986). A partir de este enfoque, se ha desarrollado, en los últimos años, un nuevo paradigma en los estudios de cultura política, representado en los trabajos de John R. Gibbins (1989), Stephen Welch (1987, 1993), Aaron Wildavsky (1985, 1987, 1988), Robert Wuthnow ([1987] 1989), entre otros.

En Cuba la producción teórica sobre el tema se ha circunscrito básicamente a artículos y ponencias en las que destacan autores como Rafael Hernández (1990, 1993, 1994), Carmen Gómez y Elsie Plain Rad-Cliff (1999), Carlos Cabrera Rodríguez (2001), Juan Simón Rojas (2002) y Marta Pérez Gómez (2010).

Uno de los valores añadidos del presente libro se verifica en el hecho de que todos sus artículos constituyen contenidos de cuatro tesis doctorales y tres tesis de maestría, defendidas exitosamente en las últimas dos décadas en la Facultad de Filosofía, Historia y Sociología de la Universidad de la Habana.

Este compendio se estructura en cuatro partes. La primera parte «Fundamentos sociohistóricos de la cultura política», inicia con el artículo«La cultura política en la evolución del pensamiento político».Carlos Cabrera expone de manera sucinta cómo ha evolucionado el fenómeno de la cultura política desde el punto de vista socio-histórico, para lo cual toma como referencia el método de análisis marxista, que parte de la necesidad de analizar el fenómeno imbricado en la totalidad social en que se conjugan dialécticamente lo lógico y lo histórico, a partir de cómo surge y se ha ido desarrollando este tipo de cultura mediante algunos de los exponentes fundamentales de la ciencia política. A lo largo de esta evolución se constata cómo la cultura política deviene siempre resultante de los procesos de socialización política. Dentro de este artículo se enfatiza en la incidencia que ha tenido y tiene este fenómeno en la experiencia transicional socialista, particularmente en aquellas como la soviética, que parten del subdesarrollo y, por tanto, de niveles muy bajos de cultura política en la población. En este caso específico se presta atención a los principales aportes de Vladimir IlichLeninal desarrollo de una cultura política en las masas. Lo mismo sucede con la obra de Gramsci, aunque esta no se desarrolla ni se orienta en el mismo contexto.

En el segundo artículo,«La cuestión de la cultura política desde una visión socio-histórica», se realiza un exhaustivo recorrido por el proceso de evolución de la cultura política. El autor se detiene en sus hitos fundamentales y destaca entre sus exponentes principales a Platón (1968), Aristóteles (1968, 2013), Nicolás Maquia­velo (1968, 1984), Thomas Hobbes (1983), John Locke (2010), Jean-Jacques Rousseau (1968), Char­les Montesquieu (2002), Alexis de Tocqueville (2007), Émile Durkheim (1933), Max Weber (1922), Karl Marx y Friedrich Engels (1979, 1984, 2013), Vladimir Ilich Lenin (1980, 1981-1988), Georg Lukács (2021), Antonio Gramsci (1997), y subraya la obligada referencia a este último, particularmente en las condiciones actuales en que las fuerzas revolucionarias deben luchar por lograr la hegemonía por todos los medios, sobre todo a través de la construcción del consenso.

El segundo apartado, «Fundamentos teóricos de la cultura política», comienza con el artículo «Cultura política: fundamentos teóricos». Carlos Cabrera aborda los fundamentos epistemológicos de la cultura política a partir del análisis etimológico de los términos «cultura» y «política», de las relaciones que la cultura política guarda con elementos como la sociedad civil, la estructura social, los procesos y relaciones políticas, y el sistema político. Un importante lugar para la comprensión de la cultura política (particularmente cuando esta se utiliza como instrumento a través del cual se incursiona en el examen de la vida espiritual de la sociedad, como resulta el caso) lo ocupan sus dimensiones fundamentales, a saber: los conocimientos políticos, la información política, los valores políticos y la participación política. Estos son analizados como totalidad y en sus múltiples interrelaciones. Además, se realiza un análisis de las principales vertientes y paradigmas teóricos en los estudios contemporáneos de cultura política con énfasis, primero, en la vertiente marxista, a través de las incursiones en este campo de los científicos soviéticos, principalmente durante las décadas de los años setenta y ochenta en el pasado siglo; y luego en la tendencia no marxista, que emerge de los presupuestos generales de la ciencia política burguesa y, cuyo punto de partida es el paradigma «civilista convencional» desarrollado por Gabriel Almond y Sidney Verba ([1963] 1970).

En el segundo artículo, «Cultura, política y cultura política», Juan Simón Rojas analiza algunos aspectos polémicos de los principales enfoques teóricos existentes en relación con la cultura en general, la política, los valores y la cultura política. Se hace un análisis crítico de tales aspectos y se asumen y fundamentan los que se consideran más idóneos desde el punto de vista científico. Se explica, además, la naturaleza multicomponente de la cultura política, así como su carácter heterogéneo y mutable. Del mismo modo, se tratan algunas cuestiones de fenómenos concomitantes como la socialización política, la gobernabilidad, la representatividad, la legitimidad, el consenso y la participación política.

Por su parte, Marta Pérez Gómez en su ensayo «Ciudadano, cultura política y socialización de la cultura política», propone un acercamiento crítico a la génesis y posterior desarrollo teórico de las categorías «ciudadano», «cultura política» y «agentes socializadores», que constituyen ejes teóricos de la investigación, La autora profundiza en el enfoque del concepto de «cultura política desde el Sur» y despliega su propuesta de definición de «cultura política emancipadora».

En el cuarto artículo, «Cultura política: bautizo de una noción»,Carlos Akira de la Puente Abreu somete a examen crítico el proceso de gestación de la denominada «cultura cívica», desarrollado por Gabriel Almond y Sidney Verba ([1963] 1970), el cual devino en lo ulterior un paradigma «civilista convencional». Igualmente, ofrece un posicionamiento crítico con respecto a la denominada «cultura política posmoderna», que ha tenido en J. R. Gibbins (1989) a uno de sus exponentes fundamentales.

Continúa «En torno a los fundamentos epistemológicos de la cultura política», donde Jasely Fernández Garrido examina este fenómeno desde los aportes del marxismo originario y del pensamiento revolucionario cubano. Destaca cómo la Revolución cubana en el poder ha desarrollado la cultura política con énfasis en dos pilares: la defensa de la conquista alcanzada y la educación al pueblo, lo cual ha sido un elemento fundamental para ampliar la conciencia política y lograr una nueva civilidad.

En «La cultura política como resultante del proceso de socialización política», Annelys Alfonso Concepción expone la estrecha vinculación que existe entre la socialización y la cultura políticas, subrayando cómo el proceso de socialización política contribuye de manera determinante a la formación de este tipo de cultura, por lo que se verifican tantas culturas políticas como procesos de socialización política puedan configurarse. De esta interacción dialéctica se percibe la cultura política como un resultado de este proceso socializador, a través del cual se expresa el comportamiento político que asumen los individuos ante determinadas circunstancias.

Por último, en «Cultura política, valores y socialización en valores de la cultura política», Judith Acosta González presenta los fundamentos teórico-metodológicos para un estudio sociológico de los valores de la cultura política de los jóvenes universitarios: la conceptualización de la cultura política, la concepción sociológica de los valores, el papel del contexto y de los agentes de la socialización, entre otros.

La parte III, «Cultura política cubana», se inicia con la colaboración «La cultura política cubana y su referente axiológico». En este estudio Juan Simón Rojas realiza una síntesis de la evolución de la cultura política cubana en las diferentes etapas por las que ha transitado el desarrollo de nuestra nacionalidad, con énfasis en las condiciones del proceso revolucionario durante el Período Especial y posterior al triunfo de la Revolución en enero de 1959. Particular atención se le presta al contenido que refiere el componente axiológico de la cultura política de la cubanía, consustancial al proyecto político independentista, emancipador y dignificador de la Revolución cubana.

En el segundo artículo, «La cultura política del ciudadano del proyecto de República martiana», Marta Pérez devela las raíces epistemológicas y profundiza en la génesis cognitiva de la cultura política emancipadora de José Martí. En tal sentido, se argumenta la necesidad de un ciudadano autóctono, se precisa quiénes asumirían la condición de ciudadano en el proyecto de república martiana y se caracteriza la cultura política emancipadora que deben poseer. Se exponen, además, brevemente los principales obstáculos que precisó vencer Martí en su labor de socialización, y se enuncian las vías utilizadas por él para socializar la cultura política emancipadora, como sus discursos, la prensa, el Partido Revolucionario Cubano y el epistolario político.

En la parte IV, «Propuestas metodológicas investigativas para el examen de la cultura política», se incluyen dos artículos: en el primero, «Propuesta de estrategia metodológica de investigación para el examen de la cultura política en estudiantes universitarios», se articula una combinación de los enfoques cuantitativo y cualitativo. Dentro de las técnicas referidas se encuentran el cuestionario, la entrevista en profundidad y el grupo de discusión, complementadas por un test de conocimientos e información política. En la realización de la estrategia de acción brindada se muestran las posibilidades del método de investigación-acción, con el propósito de perfeccionar la cultura política de los sujetos a partir de la investigación y transformación de sus propias realidades y a sí mismos. También se exponen las potencialidades de la técnica prospectiva y el método de escenario aplicados al examen del campo de la cultura política.

A continuación, en el segundo artículo, «Propuesta de diseño metodológico para el estudio de los valores de la cultura política en estudiantes universitarios», Judith Acosta proyecta la realización de un estudio multiparadigmático y multimetódico que combina las metodologías cuantitativa y cualitativa, teniendo en cuenta la posibilidad de la unión de los resultados recogidos desde una y otra, para obtener una visión más profunda del fenómeno estudiado. Aunque prevalece un enfoque cualitativo, esto permite, al indagar en y desde la subjetividad de los estudiantes, caracterizar los valores subjetivos de su cultura política o la significación atribuida a sus valores fundamentales.

La novedad científica de esta propuesta colectiva radica en mostrar, por una parte, cómo la ciencia política marxista, apoyada en los fundamentales aportes del pensamiento político, filosófico, sociológico y psicológico universales, en general, y cubano, en particular, puede resultar un campo de inapreciable valor para el análisis de fenómenos de nuestra realidad concreta, como lo constituye el de la cultura política, al tiempo que deviene en instrumento con el alcance heurístico necesario para el tratamiento empírico del fenómeno examinado. Por otra parte, se expone la viabilidad de determinadas propuestas metodológicas para investigar el comportamiento de la cultura política en sujetos diversos, según el interés en cuestión, y proyectar estrategias de acción para su perfeccionamiento en sujetos individuales o colectivos.

 

Carlos Cabrera Rodríguez

 

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Fundamentos sociohistóricos de la cultura política

La cultura política en la evolución del pensamiento político

Carlos Cabrera Rodríguez

 

En la evolución histórica del pensamiento político en general, y de la ciencia política en particular, se verifican diversos momentos que van conformando lo que se pudiesen concebir como presupuestos iniciales en la comprensión de la cultura política desde el punto de vista de su destinación y funcionalidad, aun cuando esas primeras reflexiones en torno a la política, el poder político y sus condicionamientos estuviesen todavía lejos de constituirse en la forma en que fueron prefigurándose tales problemas con la entrada de la modernidad.

El fenómeno de la cultura política hunde sus raíces en la antigüedad, justo en el momento en que profetas e historiadores comienzan a examinar la política a través del análisis de las tradiciones y comportamientos de las distintas sociedades. De esta manera, los cambios políticos que se operan en la Grecia y la Roma antiguas son objeto de reflexión y seguimiento por diversos pensadores, incluso siglos después, en el examen de las constituciones políticas de aquellos pueblos.

Así se observa cómo en la propia evolución histórica de la dominación de clases se fue afianzando la idea de una cultura del poder, entendida como el conjunto de concepciones y formas de acción que imponen las clases y grupos dominantes a sus subordinados en función de lograr el más eficiente ejercicio de su dominación.

Tal consideración es nítidamente expuesta por Karl Marx y Friedrich Engels en La ideología alemana cuando expresan:

 

La clase que tiene a su disposición los medios para la producción material dispone con ello, al mismo tiempo, de los medios para la producción espiritual, lo que hace que se le sometan, al propio tiempo por término medio, las ideas de quienes carecen de los medios necesarios para producir espiritualmente [...]. Los individuos que forman la clase dominante tienen también, entre otras cosas, la conciencia de ello a tono con ello; por eso en cuanto dominan como clase y en cuanto determinan todo el ámbito de una época histórica, se comprende de suyo que lo hagan en toda su extensión. (Marx y Engels 1979, pp. 48-49).

 

Ya Platón y Aristóteles comienzan a observar el fenómeno de la política como un atributo consustancial a la especie humana, configurándose desde esos momentos la idea de que cuando los individuos se organicen y establezcan como colectividad social, esta tenderá por sí misma a constituirse por una u otra vía en una forma de organización de tipo político. Tal concepción ha sido definida por algunos autores como «teoría de la sociabilidad» (García Cotarelo y Blas Guerrero 1986, p. 3).

La preocupación por la educación y el adoctrinamiento cívico-político, en particular el de los niños, fue viéndose de manera progresiva como un elemento recíproco a la futura estabilidad de los regímenes políticos; de ahí que la incorporación del individuo a la política, o sea, la socialización política y la cultura política como resultante de tal proceso, cobrase desde ya una significativa importancia.

Tal vez sea Platón, en sus obrasLa RepúblicayLas Leyes,el que marca el momento a partir del cual la cultura política en sus trazos más generales pudiera ser considerada como un resultado de los procesos de socialización política del individuo. Platón enfatizaba la importancia que el influjo de los padres tenía sobre la formación del carácter y de determinadas actitudes en los niños,y el peso que estos últimos tenían en la visión de comportamientosaristocráticos, oligárquicos o democráticos en los políticos. Así señalaba: «De todos los animales es el niño el menos manejable, ya que la fuente de su razón no se le ha regulado, es el más insidioso, el de razón más aguda, y el más insubordinado de los animales. Por consiguiente, este debe ser limitado con algunos frenos» (Platón [370 a. C.] 1968, p. 307). De esta manera, Platón abogaba por que los padres, familiares, políticos, etcétera, tuviesen la obligación de guiar y formar en aquellos las virtudes cívicas adecuadas.

Aristóteles es la figura que posteriormente, en su obra Política, no solo se encarga como fiel discípulo de enfatizar la importancia del momento político-cultural y su potencialidad formativa, sino que supera al maestro cuando destaca los vínculos de ese momento con el de la estratificación social y la incidencia que esto tiene en las formas de gobierno. Aristóteles propone como modelo el gobierno mixto basado en la existencia de una sociedad estratificada con predominio de la clase media.

Con lacivitasromana se introduce un nuevo momento diferenciador, a saber, el grado de propiedad que fuera capaz de ser legitimado por un ciudadano, que continúa careciendo de la capacidad de ser elegido para el Areópago o para el Consejo de los Quinientos, así como del derecho al voto para elegir a los gobernantes. Eldemosno tenía posibilidad alguna de intervención en los asuntos políticos, como no fuese la protección que como miembro de lapolisse le dispensaba incluso más allá de las fronteras ciudadanas, de ahí que la introducción del sistema democrático no significase un cambio sustantivo para este grupo social.

La idea de la totalidad citadina alcanza en la civitas romana un esplendor hasta entonces desconocido, en tanto unas pocas familias mantienen el control y llevan a la ciudad a convertirse en fuente del poder imperial. Así se aprecia el carácter elitista que sustantiva a la política en estos primeros momentos y que se traduce en una cultura del poder en la que se ponderan los intereses de la sociedad política dominante sobre los de una amplia comunidad ciudadana que resulta excluida.

Con el tránsito a la sociedad medieval se fue observando un cambio de concepción a lo interno de esta cultura. La fuente del poder y el ámbito de la competencia política no descansaba ya en la ciudad, sino en un agente externo, ya fuese el rey, el imperio, la Iglesia, el papado, el señor feudal, etcétera. Sin embargo, en este nuevo período la religión vendría a ser el gran telón tras el cual se encubrirían un sinnúmero de relaciones políticas sustentadas sobre la base de que la fe religiosa era concebida como un orden político inamovible por el mero hecho de ser un producto divino.

Las teorías del «mal menor», primero, y la «patriarcal», después, se proyectarían para ofrecer una justificación del poder político mediatizado por una obediencia a una autoridad política terrenal, representante de la autoridad divina. De esta forma, aquel margen de discreta participación que pudo suponer la otrora democracia esclavista, se veía constreñida ahora por la subordinación y obediencia ilimitadas a la fe religiosa y al dictamen de la Iglesia como nuevo agente político unificador del Medioevo.

Ahora la ciudad, como ente comercial, se convierte en aquel espacio en el que fundamentalmente artesanos y mercaderes viven y ejercen sus oficios. El rígido orden estamental medieval oculta con frecuencia la alta movilidad de grupos marginales que no encuentran un espacio de inserción, lo cual hace que el burgo se vea entonces obligado a vivir fuera del espacio político prevaleciente. Se vio así empujada la ciudad a ir gestando su propio espacio político, garantizado esta vez por el creciente auge económico que fue experimentando progresivamente. El Renacimiento es, entre otras cosas, el auge de esas ciudades-Estados, diferentes ya por su organización política, así como por la especialización comercial que fueron adoptando.

La inestabilidad política reinante durante el período de las poliarquías feudales serían las bases de sustentación de las búsquedas de Nicolás Maquiavelo en torno a nuevas técnicas de gobierno que garantizasen la estabilidad y el orden políticos, y ello era posible con el logro de la unidad política de las distintas ciudades-Estados, de un Estado capaz de revertir el autoritarismo papal no solo en el plano de las ideas, sino también en el plano de la actuación social, aun cuando la participación social fuera vista por este peyorativamente. Tal unificación debería lograrse a partir de su elemento común por excelencia: la cultura.

En sus Discursos sobre la primera década de Tito Livio ([1531] 1968) revela un profundo conocimiento de toda la historia política precedente y de las prácticas políticas en esta contenida, para a partir de ello examinar los hechos históricos, apoyándose en anecdóticas e ilustrativas descripciones, las cuales toma como ejemplos que deberían ser inculcados en sus contemporáneos.

Maquiavelo, en síntesis, está constatando una nueva situación histórica: que la conquista de la independencia política no pasaba solo por la sumisión al soberano de turno, sino que además precisaba de factores unificadores para su consecución, y vio en la cultura el aglutinante social capaz de cumplir con esta función. Sin embargo, faltó a este el establecer la relación que el nuevo espacio político sería capaz de generar entre gobernantes y gobernados. Es esto lo que lleva a Marx a considerar la importancia que para Maquiavelo tenía el partir de un «postulado de análisis independiente de la política […], del análisis teórico de la política libre de la moral» (Marx y Engels 1981, t. 3, p. 314). De la misma forma lo concibe Antonio Gramsci al señalar:

 

en Maquiavelo hay que ver dos elementos fundamentales: 1) la afirmación de que la política es una actividad independiente y autónoma que posee sus principios y sus leyes distintas a las de la moral y la religión en general (esta posición de Maquiavelo tiene gran alcance filosófico, porque implícitamente innova toda la concepción del mundo); 2) el contenido práctico e inmediato del arte político estudiado y afirmado con objetividad realista en dependencia de la primera afirmación. (citado por Acanda y Ramos 1997, p. 125).

 

Tanto El Príncipe como la obra antes mencionada podrían considerarse un compendio de reflexiones sobre una nueva cultura del poder que se iría abriendo paso, y que pone su punto de mira, como bien reitera Gramsci: “en quien no sabe”, en quien no nació en la tradición de los hombres de gobierno, en quien todo el conjunto de la educación de hecho, unida a los intereses familiares (dinásticos y patrimoniales), lo lleva a adquirir el carácter del político realista. ¿Y quién es el que no sabe? La clase revolucionaria de la época, el “pueblo” y la “nación italiana”. (citado por Acanda y Ramos 1997, p. 12).

Era necesario, según Maquiavelo, conocer con el mayor realismo posible cómo viven los hombres, para a partir de ello ejercer un poder más efectivo. Al respecto señalaba:

 

Hay tanta distancia entre saber cómo viven los hombres y saber cómo deberían vivir, que quien para gobernarlos, abandona el estudio de lo que se hace, para estudiar lo que sería más conveniente hacerse, aprende más bien lo que debe obrar su ruina que lo que debe preservarle de ella. (Maquiavelo 1996, p. 57).

 

Con el advenimiento de la modernidad se produce la secularización de lo que había sido un producto cultural rígido, pues el reconocimiento de lo político como una esfera autónoma pasa a ser cada vez más un fenómeno determinado socialmente, sostenido en sí mismo, que de hecho continúa guardando una estrecha relación con la cultura del poder.1

El paulatino crecimiento de las relaciones mercantiles promueve la necesidad de introducir determinados reajustes en lo político. La tan anhelada unidad nacional lograda, con excepción de Italia, que la alcanza en el siglo xix, a partir de la ejecutoria del Estado absolutista feudal, permite reexaminar las relaciones políticas.

Si bien el anterior reordenamiento territorial excluía toda posibilidad de independencia de las ciudades, no podía impedir una mayor movilidad de clases y grupos sociales que anteriormente se veían sujetos a la regulación estamental. El control político que ejercía la nobleza se hacía cada vez más compartido. Nuevos espacios participativos se mostrarían cada vez más socializados en los marcos de este escenario político, ahora nacional.

La teoría pactista o contractual, cuyo propósito era regular la existencia de aquellos nuevos espacios y su equilibrio con el poder, vendría a ser un resultado primario de esa nueva cultura del poder que comenzó a gestarse a partir del pensamiento burgués emergente en sus tres exponentes fundamentales: Thomas Hobbes (1651), John Locke (1690) y Jean-Jacques Rousseau (1968).

Hobbes fue el primero en teorizar el orden social mediante la necesidad de un contrato entre los individuos. Para este, su «Leviatán», ese artefacto de estatura y fuerza superiores creado por el hombre sobre la base de un contrato para resolver sus problemas sociales, representaba a «una persona cuyos actos ha asumido como autora una multitud, por pactos mutuos de unos con otros a los fines de que pueda usar la fuerza y los medios de todos ellos, según considere oportuno, para su paz y defensa común» (García Cotarelo y Blas Guerrero 1986, p. 61).De esta forma se abre paso como un nuevo rasgo de la cultura del poder un marcado individualismo que deviene fundamento desacralizador del poder absolutista. El origen de la actividad política y del Estado que con anterioridad basaban su fundamento legitimador en la divinidad, que sufrió las guerras de religión y el antagonismo entre lalibertad individual y el Estado, se expresaba ahora a través del contrato devenido de la idea del bien común como resultante de los intereses de los individuos autoconstituidos en sociedad política.

De acuerdo con García Cotarelo y Blas Guerrero (1986, p. 62), Locke parte de que la libertad e igualdad constituyen elementos consustanciales a la génesis del individuo, que conforman una ley natural que rige en ese estado de naturaleza, y que el conocimiento de la misma le viene proporcionado a través de la razón. Promueve la necesidad de la existencia de un gobierno que se apoye en el consentimiento de toda la comunidad y, al igual que Hobbes, hace de la fuerza un elemento privativo al mismo tiempo que necesario para el mantenimiento del orden, lo que distinguiría una de las vertientes de la cultura del poder dentro de la teoría pactista (la otra sería la promovida por Rousseau).

Sin embargo, Locke destaca un nuevo momento distinto al de la coerción institucional del Estado, en el cual deposita su confianza para conseguir el orden y cohesión moral: la opinión pública. Mientras que para Hobbes los individuos no existían como sociedad o comunidad antes del pacto entre ellos, en Locke el pacto se verá desdoblado en dos momentos, y otorga realidad a ese estado de naturaleza a través de la opinión pública. El pueblo, dotado de una identidad colectiva independiente de la identidad política atribuida al Estado, como sociedad prepolítica, precederíaasí al gobierno, depositando en este su poder como una especie de préstamo concedido condicionalmente. La opinión pública deviene en Locke cemento unificador de la voluntad popular en los marcos de la sociedad.

De esta manera, el concepto de «opinión pública» vendría a llenar el espacio del conjunto de creencias populares sobre los asuntos públicos, fuerza sustentadora de la soberanía popular, y del consentimiento representativo o consenso político necesario para el logro de la estabilidad del orden institucional. Así, Locke abría el camino a la concepción de «cultura política» que serviría, al mismo tiempo, de instrumento al liberalismo en su afán de mantener cohesionada a la sociedad económica sometida a las fuerzas dispersas del mercado.

La línea del contrato social iniciada por Hobbes y Locke encontraría en Rousseau su exponente máximo, pues este privilegia el papel de la libertad dentro de un orden social sujeto a convenciones. El Estado según Rousseau (1968) es una persona pública que se conforma con el concurso de todos los que promueven el pacto. Esta recuperación de lo público desde el concurso colectivo constituye tal vez el primer momento en, que dentro de la vertiente liberal democrática, se piensa la cultura del poder no solo desde y para el poder, sino también desde y para el concurso colectivo de los subordinados.

Rousseau valora altamente el rol de la socialización y la cultura política en la modelación de la política pública y en la legislación de las naciones, admitiendo en este sentido la influencia deMontesquieu, a quien considera como una autoridad en lo concerniente a cómo influyen los cambios en la situación local y en el temperamento de los habitantes, en el tipo de sistema político y legislativo, y cuyo aporte no resulta desdeñable si se parte de que su teoría del equilibrio de los tres poderes no hacía más que legitimar espacios ya existentes (Rousseau 1968, p. 212).

En sus reflexiones sobre la experiencia romana, así como en sus tratados sobre la cultura y la sociedad francesas, recogidas específicamente enEl espíritu de las leyes([1748] 2002),Montesquieuacude al uso de variables sociológicas, psicológicas y antropológicas en sus observaciones y explicaciones de las historias nacionales, así como de las instituciones y procesos políticos que tienen lugar en tales contextos. Lo anterior ha llevado a politólogos contemporáneos como Maurice Duverger (1962) a considerar esta obra de conjunto conPolíticade Aristóteles, como las más importantes de la ciencia política. Rousseau identifica la cultura política como el resultado de la moralidad, las costumbres y la opinión, y estas constituyen una clase de ley más importante que la ley de propiedad, un tipo de ley que se encuentra grabada en los corazones de los ciudadanos, es la forma de la real constitución del Estado, que toma cada día un nuevo poder (Rousseau 1968, p. 212).

Por otra parte, Rousseau ejerció una importante influencia en Alexis de Tocqueville, quien consideró de gran importancia, durante el curso de sus investigaciones, el papel que tienen las costumbres entendidas como la condición moral e intelectual de los pueblos. En su importante obraLa democracia en América, Tocqueville analiza con profundidad la influencia de tales aspectos en el mantenimiento del orden democrático en Estados Unidos (Tocqueville 2007, p. 314). Así mismo, investigó las actitudes políticas del campesinado, la aristocracia y la burguesía durante la Revolución francesa, lo que constituye un ejemplo de examen de las subculturas políticas de tales clases.

Figuras como Jeremy Bentham (1781), Edmund Burke (1770), Adams Smith (1762-1763), unidas a las anteriores, vendrían a completar los principales exponentes que, dentro de la tradición clásica del pensamiento político occidental, incursionaron en los procesos de incorporación del hombre a la política.

Desde el análisis del marxismo originario, el punto de partida epistemológico para comprender el papel que debería jugar la cultura política en la transición al comunismo ‒entendida como transición paulatina hacia la desenajenación del individuo‒ lo constituyó la concepción materialista de la historia. Karl Marx y Friedrich Engels, aun cuando no ofrecieron definiciones ni emplearon el término «cultura política», sí legaron algunos principios básicos generales de elevado valor heurístico que les permitió, desde los inicios de su actividad teórica y práctico-revolucionaria, trabajar con ahínco con el propósito de crear los fundamentos de una cultura política en la masa proletaria, pues de ello dependían sus posibilidades de éxito en los posteriores combates revolucionarios.

Marx y Engels retoman desde una perspectiva crítica la vertiente rousseauniana, y destacan cómo en aquellos pensadores se veía justificado el ejercicio de la violencia por parte del Estado a partir de la falsa consideración de que este representaba los intereses de toda la sociedad, lo cual solo ocurría en apariencia. Precisamente, dentro de los aspectos distintivos que pasaron a formar parte de la cultura política marxista-engelsiana se encuentran los relacionados con la cultura del debate, de la polémica, de la crítica y la autocrítica enmarcadas en el contexto de una cultura política emancipadora y desenajenadora.

El hecho mismo de que esta doctrina haya tenido que abrirse camino e imponerse en contextos de constantes ataques y de hostilidad permanente fue condicionando que tales aspectos ascendieran a un primer plano. Los fundadores del socialismo científico someten a una demoledora crítica toda la «experiencia» de dominación burguesa y, al mismo tiempo que denuncian los engaños y subterfugios sobre los que se fundamenta la cultura del poder burgués, subrayan la real necesidad de desarrollar la cultura política de su antípoda clasista: las masas proletarias.

Desde los primeros momentos de su actividad conjunta, Marx y Engels se dieron a la tarea de crear una cultura política sobre una nueva base cosmovisiva, lo cual constituye una preocupación que explícita o implícitamente se encuentra a lo largo de toda su obra. En tal sentido desatacaba Engels cómo «Marx no creía nunca que incluso sus mejores cosas eran bastante buenas para los obreros y consideraba un crimen ofrecer a los obreros algo que no fuese lo mejor de lo mejor» (Marx y Engels 1984, t. 3, p. 512). Un ejemplo de ello se percibe también en su preocupación por que su obra cumbre El Capital ([1867] 2019) fuese cada vez «más asequible a la clase obrera» (Marx 2019, p. 21).

La polémica fue siempre un momento de enlace entre el método dialéctico y la cosmovisión comunista. La crítica y autocrítica forman también un componente intrínseco a esa nueva visión introducida por Marx y Engels de una cultura política «crítica y revolucionaria por esencia» (Marx 2019, p. 20). Obras tempranas tales como lasTesis sobre Feuerbach, las cartas de septiembre de 1843 de losAnales franco-alemanes, la «Introducción» para la «Crítica de la filosofía del derecho de Hegel» (Marx y Engels 1984, t. 1, pp. 7-10; pp. 379-512; pp. 422-623),La sagrada familia(Marx y Engels [1844] 2013),La ideología alemana(Marx yEngels1979), yEl Capital(Marx [1867] 2019) constituyen en sí mismas verdaderos acontecimientos en el proceso de desarrollo de una crítica proletaria.

En tal sentido, Marx se muestra partidario de promover una «despiadada crítica de todo lo existente», destacando la elevada importancia que tenía la teoría revolucionaria devenida fuerza material una vez era esta internalizada por las masas (Marx 1954, t. 1, p. 379). En lasTesis sobre Feuerbach, expone la importancia del significado de la crítica sobre la base de la práctica material-objetual subrayando el papel decisivo de la actividad «revolucionaria práctico-crítica» (Marx 1984, t. 1, p. 7).

Ya desde La ideología alemana (1979), como se apuntaba inicialmente, estos destacan cómo las ideas de las clases dominantes eran en cada época las ideas dominantes, lo cual significaba que la clase que poseía la fuerza material devenía al mismo tiempo poseedora de la fuerza espiritual. Desde esos momentos la revolución proletaria es vista no solo como única vía para la subversión revolucionaria de la sociedad, sino además como vehículo capaz de acabar con toda la «basura medieval» (pp. 48-49).

Fue esta una obra devenida por excelencia en una verdadera pieza de cultura política. En ella se caracteriza con una profundidad y sencillez magistrales a la burguesía y el proletariado como los dos principales sujetos políticos a través de las diferentes etapas de su desarrollo histórico, matizados por los enfrentamientos clasistas que conducirían al triunfo de la revolución comunista. Por otra parte, se analizan lo que representan los comunistas, su ideario teórico y político, los objetivos finales de su lucha, de la misma forma que se desenmascaran los subterfugios más utilizados por la burguesía en sus ataques y tergiversaciones sobre la actividad de los comunistas.

Otro aspecto a ser tenido en cuenta en la formación de la cultura política del movimiento proletario lo constituyó el análisis de las distintas formas en que se había manifestado el socialismo hasta entonces, las que, con excepción de la vertiente crítico-utópica, no eran más que una prolongación de los intereses de las clases reaccionarias en su afán de confundir y minar la unidad de todo el movimiento.

Hacia inicios de los años cincuenta del sigloxix, se abre una nueva etapa en la concretización de la idea acerca de la necesidad de ese período de transición y de la dictadura del proletariado como la forma política que se adoptaría en tal período. Obras de Marx (Marx y Engels 1984) tales como la «Carta a Joseph Weydemeyer, del 5 de marzo de 1852» (t. 1, p. 542), «La lucha de clases en Francia de1848-1850» (t. 1, pp. 190-306),El 18 Brumario de Luis Bonaparte(t.1, pp. 404-498), y de Engels, comoRevolución y contrarrevoluciónen Alemania (t. 1, pp. 307-395) y La guerra campesina en Alemania (t. 2, s. p.),resultan contentivas del paulatino enriquecimiento que se va produciendo acerca de la necesidad de este período transicional y en los cuales se abordan importantes aspectos constituyentes de la socialización y cultura política en la dinámica de su desarrollo.

Las revoluciones políticas proletarias fueron altamente valoradaspor la ciencia política marxista, no solo como actos de subversión revolucionaria de las relaciones de propiedad y de los institutos de dominación política, sino también en su elevada dimensión educativa, por lo que devinieron en verdaderas escuelas de cultura política para las masas, primero, a través de su participación real en los hechos y, posteriormente, en el necesario análisis y retroalimentación de sus principales enseñanzas, como lo constituyó en su momento la Comuna de París.

En el curso de estas revoluciones se demuestra cómo la cultura política no era simplemente un sistema de representaciones, tradiciones y costumbres, sino que también estos elementos se relacionaban estrechamente con la actividad práctica política de los hombres. Desde el prisma de su cultura política, cada clase participante en la revolución intentaba explicar los objetivos de su lucha, su estrategia y táctica. De esta forma, la burguesía alemana era ferviente partidaria de los «compromisos», mientras que la pequeña y gran burguesía francesa en los inicios de la revolución, se manifiesta por continuar con las consignas de «libertad, igualdad y fraternidad».

Se destaca en ambos casos como un elemento componente de la cultura política el papel de las tradiciones. Al respecto diría Marx:

 

La tradición de todas las generaciones muertas oprime como una pesadilla el cerebro de los vivos. Y cuando estos se disponen precisamente a revolucionarse y a revolucionar las cosas, a crear algo nunca visto, en estas épocas de crisis revolucionaria es precisamentecuando conjuran temerosos en su auxilio los espíritus del pasado, toman prestados sus nombres, sus consignas de guerra, su ropaje, para, con este disfraz de vejez venerable y este lenguaje prestado, representar la nueva escena de la historia universal. (Marx 1955, t. 1, p. 229).

 

En el curso de la propia lucha revolucionaria, las creencias y representaciones tradicionales suelen ser echadas por tierra en muchos casos. En esta propia obra Marx revela cómo en el curso de la revolución de 1848 en Francia es destruida la tradicional creencia de los campesinos franceses en las ideas napoleónicas (Marx 1955, t. 1, pp. 314-315). Luis Bonaparte intentó aprovecharse de ello y copiar la línea política de su tío, pero, hacia mediados del siglo xix, los principios en los cuales se fundamentaba la política napoleónica comenzaron a contraponerse a los intereses del campesinado, de ahí que Marx fuese muy claro al contrastar la ineficacia del manejo político del «pequeño sobrino del gran tío» con la supervivencia de la leyenda napoleónica, que por mucho tiempo se había logrado arraigar en el campesinado francés.

Un elemento que precisamente caracteriza el vuelco promovido por la concepción marxista en la explicación de la causalidad de los fenómenos antes referidos lo constituye su idea acerca de cómo «sobre las diversas formas de propiedad, sobre las condiciones de existencia, se levanta toda una superestructura de sentimientos, ilusiones, modos de pensar y concepciones de vida diversas, plasmadas de un modo peculiar. La clase entera los crea y los plasma derivándolos de sus bases materiales y de las relaciones sociales correspondientes» (Marx 1955, t. 1, p. 253).

Marx analiza cómo a las revoluciones burguesas les era característica la frecuente recurrencia a ideas, imágenes, creencias y tradiciones del pasado, todo lo cual no hacía más que desvirtuar la real esencia de la lucha revolucionaria, empujando en muchos casos a los hombres a llevar a cabo acciones que, sin embargo, no respondían a sus intereses materiales inmediatos, sino que estos se limitaban a los de una u otra clase. Destacaba en este sentido que:

 

Las anteriores revoluciones necesitaban remontarse a los recuerdos de la historia universal para aturdirse acerca de su propio contenido. La revolución del siglo xix debe dejar que los muertos entierren a sus muertos, para cobrar conciencia de su propio contenido. Allí la frase desbordaba el contenido; aquí, el contenido desbordaba la frase. (Marx 1955, t. 1, p. 231).

Otro aspecto de medular importancia en la actividad desarrollada