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¿Cuáles fueron los móviles e intereses de los Estados Unidos en los intentos de normalización de las relaciones con Cuba?¿Cuál fue la estrategia y agenda negociadora de Washington?¿Por qué se frustraron esos intentos? Estas incógnitas son analizadas por Elier Ramírez y Esteban Morales, quienes abordan las experiencias negociadoras entre ambos países durante las administraciones de Gerald Ford y James Carter. La investigación prueba que Fidel Castro ha buscado un modus vivendi entre Cuba y EE. UU., y ha dedicado tiempo a conversar con políticos y prensa estadounidenses con ese objetivo. Valiosos documentos desclasificados sobre el intercambio entre los hacedores de política y entrevistas a los protagonistas de estas conversaciones secretas. Esta segunda edición se adelanta a los acontecimientos del 17 de diciembre y al restablecimiento de relaciones diplomáticas. Las experiencias expuestas en este libro que no deben desconocerse en el actual proceso de normalización de relaciones. / Which were the goals and the interests of the United States in their attempts of normalization of the relations with Cuba? Which were the strategy and the negotiating agenda of Washington? Why their attempts failed through? The authors of this book, Elier Ramírez and Esteban Morales, analyze the experiences of the negotiations among EE.UU. and Cuba during the Gerald Ford and James Carter administrations. This research proves that Fidel Castro was seeking a modus vivendi among the two countries and, for this goal, inverted a lot of time in conversations with American politicians and journalists. The book introduces many interesting declassified documents about the interchange among politicians and interviews with the protagonists of these secret meetings. This second edition is prior to the December 17 and the re-establishment of the diplomatic relations, and the experiences exposed in it are very much to be considered in this process of the normalization.
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Seitenzahl: 1176
Veröffentlichungsjahr: 2015
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Edición y corrección: Gladys Estrada
Diseño: Carlos Javier Solís Méndez
Maquetación: Belkis Alfonso García
Primera edición, 2011Segunda edición ampliada, 2014
© Elier Ramírez Cañedo y
Esteban Morales Domínguez, 2014
© Sobre la presente edición: 2015
Editorial de Ciencias Sociales, 2015
ISBN 978-959-06-1594-8
INSTITUTO CUBANO DEL LIBRO
Editorial de Ciencias Sociales
Calle 14, No. 4104 e/ 41 y 43, Playa
La Habana, Cuba
A René, Fernando, Antonio, Gerardo y Ramón.
A ellos, símbolos preciados de dignidad y patriotismo.
Este libro no hubiese sido posible sin la colaboración y apoyo de muchos compañeros y compañeras que auxiliaron a los autores durante todas las etapas de la investigación. Primero, nuestro agradecimiento a Lisbeth Albert Puig, Teresa Gómez y María Elena Mesa Serra de la Biblioteca del Centro de Estudios Hemisféricos y sobre Estados Unidos, quienes con gran amabilidad nos atendieron cuando esta investigación aún daba sus primeros pasos.
Nuestra gratitud también para las compañeras Arianni Sotomayor García, Ela Hernández Pérez y Tamara Villaverde, del Centro de Documentación del Comité Central del Partido Comunista de Cuba, por facilitarnos las fuentes periódicas y la información cablegráfica de los años que nos interesaban a los efectos de esta investigación.
Particularmente importante fue la ayuda de la compañera Jessica Franco Sabatier, de la Biblioteca del Instituto Superior de Relaciones Internacionales (ISRI) quien nos facilitó las fuentes documentales más importantes con la que iniciamos la realización de este estudio. También la de Hideaki Kami, investigador japonés quien realiza su doctorado en la Universidad de Ohio y nos ofreció abundantes documentos de los archivos estadounidenses.
Muy útiles resultaron las recomendaciones a los primeros manuscritos de esta obra realizadas por Elier Ramírez Cruz (padre de Elier), Mónica Corrieri González (esposa de Elier), Juanita Vera (traductora) e Ileana Sorolla (investigadora), así como posteriormente las observaciones metodológicas y de contenido a la tesis de doctorado quesirvió de base para la elaboración de este libro, de los historiadores e investigadores Rolando Rodríguez García, Antonio Álvarez Pitaluga, Yoel Cordoví, Arnaldo Silva, Rosa López, Paula Ortiz, Néstor García Iturbe, Francisca López Civeira, Dagoberto Rodríguez y Miriam Rodríguez. Por su estímulo constante agradecemos también a los doctores Evelio Díaz Lezcano y Frank Álvarez.
No podemos dejar de reconocer la ayuda que nos brindaron los compañeros del Equipo de Servicio de Traducción e Intérpretes (ESTI) que con encomiable rapidez y calidad realizaron la traducción del inglés al español de un numeroso e importante grupo de documentos desclasificados en los Estados Unidos. Tampoco podríamos olvidar todo el apoyo ofrecido por el Departamento de versiones taquigráficas del Consejo de Estado, los integrantes de la Ayudantía del Comandante en Jefe, Odalys García del Comité Ejecutivo del Consejo de Ministros, Yailín Diago del Consejo de Estado, la directora de América del Norte del MINREX, Josefina Vidal, Milagros Martínez de la Universidad de La Habana, además de los colegas que nos dieron información valiosa en las entrevistas realizadas.
Un especial agradecimiento al Comandante en Jefe Fidel Castro, por haber autorizado la consulta de los documentos cubanos. Sin ellos, está investigación hubiera quedado incompleta.
Por último nuestra más sentida gratitud, a todos los que de una forma u otra coadyuvaron a la materialización de este sueño. Especialmente a nuestras familias y amigos por todo su aliento y solidaridad.
De la confrontación a los intentos de ’normalización’ escrita por los doctores en Ciencias Históricas Elier Ramírez Cañedo y en Ciencias Esteban Morales Domínguez y presentado ahora por la Editorial de Ciencias Sociales de La Habana, Cuba, en una nueva edición ampliada y perfeccionada, tiene características propias que la convierten en una obra singular sustancialmente diferente a otras, especialmente de factura estadounidense, que han abordado el tema de los enfrentamientos de los Estados Unidos con la Revolución Cubana.
Elier y Esteban constituyen un binomio cubano donde se articula la visión del primero, un dinámico y acucioso joven, nacido, criado y formado en los años cuando la Revolución Cubana se enrumbaba hacia el establecimiento de una sociedad socialista y él mismo protagonista en la pléyade de jóvenes cubanos que transitaron con heroísmo por los difíciles años de la época que Fidel calificó como el “Período Especial en Tiempos de Paz”, quien aporta las vivencias y las experiencias formativas acumuladas en lo que constituye el período más difícil que desde el ejercicio del poder ha enfrentado la Revolución Cubana. Elier ha estado activamente involucrado en esas batallas y bebido de manera directa en las fuentes primigenias las razones históricas más recientes de la lucha popular que constituye uno de los hitos más relevantes de la historia mundial desde el comienzo de la segunda mitad del pasado siglo.
Por su parte, Esteban, quien ya en el medio de la lucha popular contra la tiranía militar entronizada en Cuba desde comienzos del año 1952, se había formado y ejercido como maestro cuando la Revolución toma el poder el 1rode Enero de 1959, ha ido entretejiendo su actuar ciudadano revolucionario con una sólida formación profesional y el conocimiento práctico del desarrollo del conflicto entre los Estados Unidos y Cuba en lo cual ha tenido muchas experiencias personales que constituyen un valioso aporte a este libro.
Con la singular acumulación y articulación, como diría Ortega y Gasset, de estas vivencias y experiencias conjugadas, la obra sobresale alofrecer de manera única entre todo lo que sobre el tema se ha publicado dentro y fuera de Cuba —incluyendo en los Estados Unidos—, con inéditos documentos oficiales y testimonios personales de la parte cubana, una visión integral que permite la valoración de lo acontecido en el terreno de las relaciones entre ambos países desde el triunfo de la Revolución hasta este comienzo del segundo milenio, que todo indica está ya marcando un cambio de época para el mundo en que vivimos.
Este acervo añade otro elemento a la singularidad del libro: la objetividad al abordar la historia de este proceso reciente. Dejando a un lado el manido recurso de lo anecdótico —sin por ello excluir las experiencias personales de muchos de los protagonistas— los autores evitan la “cosificación” de la historia sobre la base del “toma y daca” o del “regateo mercantil” a que tantas veces se reduce la exposición de los hechos que conforman hitos relevantes de la humanidad como sin exageración se puede calificar el principal tema del libro. Esta es una obra que expone los elementos esenciales del proceso.
En tal sentido, y al partir del punto de vista y la experiencia cubanos, resaltan las diferencias entre las motivaciones de ambos Gobiernos, oponiendo al pragmatismo estadounidense la actitud cubana basada en los principios y fundamentos que deben caracterizar las relaciones internacionales.
Desde las primeras páginas, en el capítulo 1, se establece la causa fundamental de la confrontación: “La voluntad soberana de Cuba y las ansias hegemónicas de los Estados Unidos continúa siendo la esencia del conflicto bilateral”. Y abunda en una valoración del desarrollo de la pugna que en esta última etapa se prolonga por cincuenta y cinco años, resaltando las diferencias entre las posiciones de negociación de cada una de las partes: “Cuba no iba a ceder ante las presiones de los Estados Unidos en ningún aspecto que tuviera que ver con su derecho a la libre determinación”. Las palabras finales de este capítulo hacen una apretada síntesis de las razones de la confrontación: “—el objetivo de la política de los Estados Unidos hacia la Cuba revolucionaria siempre ha sido el mismo: ‘el cambio de régimen’, el derrocamiento de un sistema que en sus propias narices ha practicado y aún hoy practica una política interna y externa absolutamente soberana”.
En el siguiente capítulo se valora cuáles fueron las circunstancias de las tres variables fundamentales que condicionaron en la década de los ’70 los intentos de encontrar una “normalización” de las relaciones entre los Estados Unidos y Cuba durante los mandatos presidenciales de Nixon, Ford y Carter: el entorno internacional, la dinámica interna de los Estados Unidos y la realidad interna de Cuba, mientras que en el capítulo 3 se narra la sucesión de pasos que condujeron a los primeros contactos confidenciales directos entre representantes de ambos Gobiernos y las consideraciones acerca de las causas que impidieron su continuidad ya desde 1975.
Un elemento debe resaltarse de esta etapa, la voluntad cubana, y particularmente del Comandante en Jefe Fidel Castro Ruz, de no rechazar la posibilidad de una negociación bilateral entre ambos Gobiernos para dar solución al conflicto, con la única condición de que se respetara la igualdad de derechos entre ambas partes y la soberanía, la independencia, la autodeterminación y la integridad territorial de Cuba. Por eso, cuando Cuba recibió la propuesta del Gobierno de los Estados Unidos de abordar las diferencias entre ambos países, reconociendo que las diferencias políticas y sociales entre los sistemas imperantes en cada uno de los países no constituían una razón para la hostilidad perpetua entre ambos, la voluntad cubana dio el paso de aceptar la propuesta aun cuando el Gobierno de los Estados Unidos mantenía contra Cuba la genocida política de bloqueo económico, comercial y financiero, calificada por el propio Fidel como “una daga” que los Estados Unidos tenían presionada contra el cuello de Cuba.
Es uno de los tantos ejemplos que a lo largo de estas décadas de confrontación ponen en evidencia la posición de principios de Cuba a favor de lograr la existencia de una relación oficial bilateral normal entre Cuba y los Estados Unidos, tal como la mantiene con todos las naciones (excepto Israel) integrantes de la comunidad internacional, incluyendo aquellos países que son los principales aliados políticos, económicos y militares de los Estados Unidos. A pesar de ello, predomina en las obras y en la cobertura informativa de origen estadounidense y de sus aliados, la falacia de que Cuba se opone a “normalizar” las relaciones con los Estados Unidos y que de la parte cubana —sobre todo Fidel— se prefiere que Washington mantenga el bloqueo y la hostilidad contra Cuba para justificar los supuestos fracasos y falta de “libertades” impuestas por la Revolución. Otra de las enormes patrañas propaladas por los medios de difusión bajo control del Gobierno de los Estados Unidos y que la propia realidad cubana desmiente fehacientemente cada año cuando la casi absoluta mayoría de las naciones de este planeta aprueban una y otra vez en el período anual de sesiones de la Asamblea de las Naciones Unidas la resolución sobre la necesidad de poner fin al bloqueo de los Estados Unidos contra Cuba. Este es un aspecto que se expone con mucho acierto en el libro.
Como no es el objetivo de este prólogo relatar o resumir el contenido de esta obra, abordaremos ahora otros aspectos de interés alrededor de ella, dejando a los lectores que descubran en su lectura todo el interesante caudal de consideraciones formuladas por los autores,fundamentados en hechos y documentos de por sí, muy reveladores.
Las ambiciones inglesas (y luego estadounidenses) por dominar a Cuba surgen desde que las potencias europeas implantaron el sistema de dominación colonial en el mundo y con ello las guerras de rapiña por el dominio de los territorios a los que arribaban sus ambiciosos exploradores. Guantánamo, An American History, del escritor e historiador en la Universidad de Harvard, John M. Hansen, publicado en 2011, nos ofrece un interesante antecedente sobre las acciones y posiciones de los “Padres Fundadores” de la nación norteamericana con relación al interés de dominar Cuba, desde antes de que las Trece Colonias arribaran a la condición de nación independiente..
El 18 de julio de 1741, el almirante británico Edward Vernon, al frente de una poderosa escuadra de 62 buques y un contingente de tres mil soldados, varios cientos de los cuales provenían de las trece colonias ingleses en la América del Norte, así como unos mil esclavos jamaicanos, se apoderó de la bahía de Guantánamo, sin encontrar ninguna resistencia, sino más bien curiosidad, de los escasos súbditos españoles e indios radicados en la zona.
El objetivo de Vernon, quien tres meses atrás había fracasado en sus intentos de apoderarse de Cartagena de Indias, era avanzar por tierra para conquistar Santiago de Cuba y con ello toda la porción oriental de la isla de Cuba. Fue una operación similar a la que acometió la corona inglesa veinte años después para tomar La Habana. Uno de los tantos episodios en las constantes guerras entre los territorios coloniales. A pesar del fácil éxito inicial, Vernon no pudo alcanzar sus propósitos por la negativa del general Wentworth de emplear sus tropas en el ataque a Santiago de Cuba y tuvo que reembarcarse de vuelta a Jamaica, sin gloria alguna, el 16 de noviembre de ese mismo año.
Un destacado tripulante del navío de Vernon, quien había tenido una actuación relevante en la campaña de Cartagena, era un joven veinteañero proveniente de Virginia, de nombre Lawrence, a quien su padre, Agustine (un agrimensor y propietario de haciendas y concesiones mineras), le había trasladado días antes de zarpar, una propiedad de 1 250 acres junto al rio Potomac, llamada Epsewasson. Lawrence contrajo tuberculosis en su estancia en las Antillas y murió en Virginia el 26 de julio de 1752. La plantación (rebautizada Mount Vernon en honor al Almirante) pasó a ser administrada por su medio hermano, también agrimensor, nombrado George, quien finalmente la heredó en 1761 al morir la viuda de Lawrence, y que pasaría a la historia como el primer presidente de los Estados Unidos.
En esa época en Virginia predominaba la economía esclavista, principalmente dedicada al cultivo del tabaco para su exportación a Inglaterra. Sin embargo, los dueños de plantaciones tenían puestos sus ojos en expandirse hacia el territorio del Valle de Ohio (el término comprende el actual estado de West Virginia, la mayor parte del de Ohio, el occidente del de Pennsylvania y partes del de Maryland), donde existían abundantes y fértiles tierras y serviría como vía para exportar los productos navegando por los ríos Ohio y Mississippi hasta llegar al Golfo de México y de ahí por el Atlántico hasta los mercados europeos. Para expandirse hacia esa zona, un grupo de propietarios crearon en 1748 la Ohio Valley Company. Entre los fundadores estaban Lawrence Washington y el gobernador de la colonia, Robert Dinwiddie. Cuatro años después se fundó una organización rival: Loyal Company of Virginia, que contaba entre sus propietarios a Peter Jefferson, padre de Thomas, en aquel momento un niño de nueve años de edad que con el tiempo llegaría a ser el principal redactor de la Declaración de Independencia de los Estados Unidos de América que se dio a conocer el 4 de Julio de 1776 y el tercer presidente de ese país de 1801 a 1809.
El Valle del Ohio (parte de la Nueva Francia, territorio colonial galo de América del Norte que abarcaba desde el actual Canadá hasta el Golfo de México) era también el país que ocupaban numerosas tribus de pueblos originarios. Entre 1754 y 1756 se produjeron incursiones militares inglesas contra los franceses, la primera de las cuales dio lugar el 28 de mayo de 1754 a una emboscada dirigida por George Washington contra una partida de exploración franco-india que los historiadores estadounidenses consideran el inicio de la llamada Guerra Franco-India. Mientras estos acontecimientos enfrentaban a franceses e ingleses en la América del Norte, se arreciaban los conflictos entre las potencias europeas. Francia, Austria y Rusia se aliaron contra Prusia, la cual a su vez concertó una alianza con Inglaterra. El 16 de mayo de 1756 Inglaterra declaró formalmente la guerra a Francia marcando con ello lo que muchos historiadores califican como el inicio de lo que posteriormente se conoce como la Guerra de los Siete Años (1756-1763). El fin de las hostilidades se logró mediante diferentes tratados entre las partes en conflicto que implicaron sobre todo un nuevo reparto de las posesiones coloniales.
En lo que se refiere a las hostilidades en la región americana, hubo tres tratados fundamentales. El primero suscrito en secreto entre España y Francia en Fontainebleau en noviembre de 1762 y estipulaba la cesión por Francia a España del territorio de Louisiana que formaba parte de la Nueva Francia. El 10 de febrero de 1763 se firmó en París otro tratado mediante el cual Francia cedía a Inglaterra los territorios canadienses de la Nueva Francia así como aquellas regiones al este y norte del Mississippi reclamadas por Inglaterra, al tiempo que Inglaterra devolvía a España la región de La Habana y las Filipinas, así como la Florida.
Las experiencias militares de George Washington en esa contienda contribuyeron a su nombramiento en 1776 por el Segundo Congreso Continental como Comandante en Jefe del Ejército Continental.
Queda por resaltar otro elemento clave que muy raramente es manejado por los historiadores: el papel determinante que desempeñaron en el proceso de independencia de los Estados Unidos las contradicciones entre las potencias coloniales europeas, particularmente entre los protagonistas de la Guerra de los Siete Años. Aunque Inglaterra ganó territorialmente la guerra, desde el punto de vista financierola Corona estaba endeudada. Una solución fue imponer tributos a las colonias para pagar por su protección y seguridad y por el costo de las acciones contra la potencia rival: Francia. Es bien conocido que esta situación provocó descontento entre los colonos y eventualmente desembocó en el movimiento de independencia de las Trece Colonias, cuyos representantes proclamaron el 4 de Julio de 1776 su decisión de separase de Inglaterra.
El cursode las acciones militares posteriores se hubiese tornado desfavorable para las armas independentistas de no haber contado desde un inicio con el apoyo de Francia, lo cual se hizo notar en la derrota de las tropas inglesas en la batalla de Saratoga, Nueva York entre el 19 de septiembre y el 7 de octubre de 1777 en la cual las fuerzas americanas recibieron piezas y municiones de artillería de Francia, dándole superioridad en armamento frente a las tropas inglesas.
Con posterioridad a esta batalla, Luis XVI firmó un tratado secreto de alianza con los nacientes Estados Unidos, representados en este acto por Benjamin Franklin, a lo que siguió la declaración de guerra a Inglaterra, (a la cual se sumaron el reino de España y las Repúblicas de los Países Bajos). A partir de ese momento Francia intervino abiertamente con todo su poderío en las operaciones militares junto con el Ejército Continental y también desarrollando acciones de este tipo en coordinación con sus otros aliados europeos en otras regiones, incluyendo las Antillas, Centroamérica, la región del Golfo de México, el Mediterráneo, África e India. Adicionalmente Francia y sus aliados entregaron suministros militares y ayuda financiera al llamado Ejército Continental. Estos fueron elementos decisivos y principales para la derrota de Inglaterra en la contienda que tuvo su epílogo militar cuando en octubre de 1781 el teniente general Lord Charles Cornwallis se rindió al ser cercado por superiores fuerzas navales y terrestres francesas comandadas, respectivamente, por el conde de Rochembau y el conde de Grasse que contaron con el apoyo de fuerzas terrestres del Ejército Continental al frente de las cuales se encontraba George Washington, poniendo virtual fin a las acciones militares en las Trece Colonias.
El 3 de septiembre de 1783 se firmó entre representantes de Inglaterra y de los Estados Unidos lo que se conoce como el Tratado de París, reconociendo la independencia de los Estados Unidos, así como sendos Tratados de Versalles entre Inglaterra y Francia, España y los PaísesBajos (este último no formalizado hasta el 20 de mayo de 1874).
Lo irónico de esta circunstancia es que, aunque Francia ganó laguerra, —y al igual que sucedió con Inglaterra al concluir la Guerra de losSiete Años— la monarquía francesa quedó fuertemente endeudada y la imposición de onerosos tributos a la población fue una de las causas del movimiento popular que culminó el 14 de Julio de 1789 con la Toma de la Bastilla. Es decir, en Francia las ideas republicanas derrocaron a la monarquía cuyo apoyo fue fundamental para el triunfo de las ideas republicanas en las Trece Colonias inglesas de Norteamérica.
El contexto en que se produce la independencia de los Estados Unidos situaba en un primer plano la lucha por la adquisición de nuevos territorios como parte de reforzar el poder y el status de cada entidad nacional. Los dirigentes de la nueva nación americana asumieron la conquista de nuevos territorios como el principal componente de su proyección futura, junto con la defensa del carácter esclavista de la sociedad, particularmente en Virginia, donde la mano de obra esclava constituyó el elemento fundamental para la producción de tabaco.
Los Estados Unidos de América surgieron respondiendo a los intereses, la filosofía y las costumbres y cultura de esa sociedad colonial, y muy particularmente la voluntad de expandir el país para cubrir todo el territorio hasta el Océano Pacífico, el Golfo de México y empujar hacia el norte las fronteras terrestres con los territorios ingleses de Canadá.
Los cinco primeros presidentes de los Estados Unidos entre 1789 a 1825 fueron todos destacados líderes del proceso de independencia y catalogan entre los llamados “Padres Fundadores” de la nación. Cuatro de ellos nacieron y vivieron en Virginia y eran propietarios de extensas plantaciones y numerosos esclavos (ejercieron la presidencia en los años que se señalan entre paréntesis): George Washington (1789-1797), Thomas Jefferson (1801-1809), James Madison (1809-1817) y James Monroe (1817-1825). Mantuvieron siempre una estrecha amistad, se visitaban e intercambiaban correspondencia, influyeron sustancialmente en la forma en la cual se fue articulando la nación durante el casi medio siglo (1776-1825) y su huella ha quedado impresa en todos los principales documentos constitutivos del país y de las instituciones que conforman la nación, particularmente la Declaración de Independencia y la Constitución.
George Washington, presidió las sesiones del Segundo Congreso Continental, fue el Comandante en Jefe del Ejército Continental y en las dos ocasiones fue elegido presidente por el voto unánime del Colegio Electoral. Thomas Jefferson, fue encargado de redactar el proyecto de la Declaración de Independencia, pero a pesar del conocido precepto proclamado en ella de que “todos los hombres son creados iguales y han sido dotados por el Creador con ciertos Derechos inalienables, que entre ellos están la Vida, la Libertad y la búsqueda de la Felicidad”, era un convencido defensor de la esclavitud como pilar de la economía sureña, a pesar de rechazarla desde el punto de vista ético. Se expresaba con un marcado pensamiento racista de que los negros y los “indios” constituían seres inferiores a los blancos. James Madison es considerado como el padre de la Constitución de los Estados Unidos y de las enmiendas constitucionales de la primera a la décima conocidas como la Carta de los Derechos. James Monroe fue quien enunció la doctrina que lleva su nombre y que en esencia veta cualquier acción de las potencias europeas para restaurar su presencia en el continente, con el evidente propósito de garantizar el predomino y la hegemonía de los Estados Unidos en América.
John Adams, presidente de 1797 a 1801, nacido en Massachusetts en el seno de una familia de religión puritana, fue el único de los cinco opuesto verticalmente a la esclavitud y nunca compró ni tuvo un esclavo. Su hijo, John Quincy Adams, fue el sexto en ocupar la presidencia de la nación y el primero no catalogado entre los “padres fundadores”: Ocupó la presidencia de 1825 a 1829 y fue el autor intelectual de la seudo-tesis de la “fruta (manzana) madura”.
Las ansias expansionistas de los colonos de la América inglesa heredadas del pensamiento imperial de la Corona británica colocaron a Cuba en el punto de mira del apetito estadounidense. Este interés fue claramente reflejado por Jefferson, desde su retiro en la hacienda Monticello en carta que dirigió a su amigo el entonces presidente James Monroe el 24 de octubre de 1823 (menos de dos meses antes de que se proclamase la “doctrina Monroe”): “Yo confieso cándidamente que siempre he mirado hacia Cuba como la más interesante adición que pueda hacerse a nuestro sistema de Estados. El control que, con Florida, esta isla nos daría sobre el GOLFO DE MÉXICO, y los países e istmos que lo bordean, así como todas las aguas que fluyen hacia él, colmarían la medida de nuestro bienestar político”.
Cuando en 1825 concluyó la etapa donde los “padres fundadores” ejercieron el poder presidencial había prácticamente concluido la primera gesta de la independencia de la América española y en los Estados Unidos se había elaborado una tríade conceptual que fundamentaba la proyección expansionista y de dominación de sus líderes, integrada por la creencia en el Destino Manifiesto (un viejo concepto que estaba en la mente de los “padres fundadores” pero que alcanzó notoriedad años después con la conquista de las tierras situadas hacia el oeste) otorgado por voluntad divina a los Estados Unidos para extender el carácter excepcional de su sistema por el mundo, especialmente por las tierras de América, unido a la Doctrina Monroe, reservando el continente americano para la dominación de los Estados Unidos y, en el caso particular de Cuba, la seudo-teoría de la “fruta madura”.
Estos elementos conformaron la base para una política de Estado con relación a Cuba: la de “la espera vigilante” para impedir que cualquier otra nación o potencia que no fueran los Estados Unidos reemplazara la dominación de España o que Cuba accediera a la independencia. En los años en que España ejerció su dominio colonial sobre Cuba, la principal opción de los Estados Unidos fue comprar a España el territorio cubano, lo que propusieron reiteradamente, siendo la última oferta presentada unos días antes de que los Estados Unidos declararan la guerra a España e interviniesen en la contienda en Cuba para frustrar su independencia.
La “esplendida guerrita” como la calificara John M. Hay, el entonces embajador de los Estados Unidos en Londres en carta del 27 de julio de 1898 dirigida a Theodore Rossevelt, marcó el inicio de una nueva etapa de funestas relaciones entre los Estados Unidos y Cuba. El gobierno de Washington se valió de esas circunstancias para ocupar militarmente la Isla caribeña a partir del 1rode enero de 1899; impuso la Enmienda Platt a la Constitución de Cuba de 1901, y forzó la firma de un Tratado Permanente de Reciprocidad el 22 de mayo de 1904 que contenía las propias estipulaciones de dicha enmienda; estableció una base naval en la bahía de Guantánamo que aún retiene bajo el amparo de un espurio tratado violatorio de las normas del Derecho Internacional. De hecho, por sesenta años, hasta el 1rode Enero de 1959, los Estados Unidos ejercieron sobre Cuba el control de la vida política, económica y social sin miramiento alguno para los intereses de Cuba, de los cubanos y del derecho de estos a la independencia, la soberanía, la autodeterminación y la integridad de su territorio.
La realidad es que desde que los Estados Unidos surgieron como nación independiente con la firma el miércoles 3 de septiembre de 1783 en París del tratado entre Inglaterra y los Estados Unidos que, como ya se ha señalado, puso fin a las hostilidades entre ambos y reconocía la independencia del segundo, y mientras duró la dominación colonial de España sobre Cuba, los Estados Unidos se opusieron a la existencia de una Cuba independiente e intervinieron en la Guerra de Independencia de 1898 para frustrar la posibilidad de que los cubanos alcanzaran su independencia y en su lugar establecieron un mecanismo de dominación sobre los destinos cubanos que se mantuvo vigente hasta el 1rode Enero de 1959. La historia demuestra fehacientemente que en esos casi 175 años, nunca hubo una relación entre ambos países basadas en la colaboración, la cooperación y el beneficio y el respeto mutuos, como tampoco esos aspectos son los que han caracterizado los casi 55 años transcurridos desde el triunfo de la Revolución Cubana, a pesar de que por dos siglos y tres décadas más, nunca ha habido de la parte cubana acción hostil alguna contra el pueblo de los Estados Unidos, ni política alguna que se asemeje a los conceptos del Destino Manifiesto, de la doctrina Monroe o de la falsa “teoría de la manzana madura”, ni pretensiones de expansión territorial o de influencia hegemónica geopolítica cubana sobre los Estados Unidos. La verdad histórica es que nunca el Gobierno de los Estados Unidos ha tenido una posición de respeto y reconocimiento hacia Cuba y los cubanos.
Es una política de Estado que refleja el consenso de las elites que controlan el poder en la nación norteña, que no presenta límites en el tiempo, que se asienta en un cuerpo de leyes, decretos, resoluciones y estipulaciones de obligatorio cumplimiento por todos los que son objetos de la jurisdicción de los Estados Unidos, que no depende de decisiones unipersonales ni de determinada institución federal. Esa política cuenta con objetivos definidos y con los mecanismos y herramientas necesarios para su instrumentación.
A pesar de estas circunstancias, los hechos demuestran también que no se puede poner un chaleco de fuerza contra natura a las relaciones entre los países y pueblos, cuyas relaciones se conducen dentro de los marcos universalmente reconocidos del derecho internacional que promueven las relaciones de igualdad, respeto mutuo y solidaridad.
Por decirlo en las palabras de Thomas Jefferson, en carta escrita el 12 de julio de 1816: “Yo no abogo por cambios frecuentes en las leyes y las constituciones. Pero las leyes y las instituciones deben ir mano a mano con el progreso de la mente humana. Según se torna más desarrollada, más ilustrada, en lo que se hacen nuevos descubrimientos y los modales y las opiniones cambian, con el cambio de circunstancias, las instituciones deben avanzar para mantenerse al ritmo de los tiempos. Tanto pudiéramos requerir a un hombre que vista el chaleco que le servía cuando muchacho como a la sociedad civilizada continuar para siempre bajo el régimen sus bárbaros antecesores”.
Esta es la enseñanza que nos trasladan en esta edición de su excelente libro Elier Ramírez y Esteban Morales: No hay alternativa a la búsqueda de una relación entre las naciones que no sean mediante el apego a las normas del derecho internacional y marcadas por el espíritu de la colaboración y de la solidaridad entre las naciones, Benito Juárez lo dijo en su manifiesto del 15 de julio de 1867 a la nación mexicana luego de la derrota de Maximiliano I de Habsburgo: “Entre los individuos, como entre las naciones, el respeto al derecho ajeno es la paz”. Y Fidel Castro en su intervención ante la Asamblea General de las Naciones Unidas el 26 de septiembre de 1960 (recordado por Che Guevara en el mismo escenario el 12 de diciembre de 1964) apuntó la fórmula para alcanzarlo en nuestro mundo hoy amenazado por la extinción: “¡Desaparezca la filosofía del despojo, y habrá desaparecido la filosofía de la guerra!”.
El Gobierno de los Estados Unidos mantiene con plena vigencia su política de Estado contra la Revolución Cubana. Sigue intentando desconocer la legitimidad de las instituciones cubanas y se empeña en promover la acción de fuerzas internas para subvertir las bases y las instituciones de la sociedad socialista cubana, pero al mismo tiempo cultiva fracaso tras fracaso en sus descabellados intentos y ve cómo cada día crece el rechazo de la comunidad internacional y Washington se va quedando solito. Dentro de los propios grupos de poder surgen cada vez más reclamos por un cambio de la política hacia Cuba. No es posible predecir cuánto tomará desenredar la tupida urdimbre elaborada por los Estados Unidos para procurar restaurar la dominación que tuvo sobre Cuba y fue barrida por la Revolución. De la confrontación a los intentos de ‘normalización’ es una obra que no puede ser pasada por alto por los interesados en adentrarse en el conocimiento de los complicados aspectos de un proceso al cual aún le falta mucho camino por recorrer.
Ramón Sánchez-Parodi Montoto
6 de agosto de 2014
Muchas han sido las investigaciones realizadas, tanto por autores cubanos como extranjeros, que de una forma u otra, han abordado la política de los Estados Unidos hacia Cuba a partir de 1959. La mayoría de las incursiones en este tema ha tenido como objetivo central, el estudio de lo que ha sido una característica permanente en la política estadounidense hacia la Cuba revolucionaria: la agresividad. Sin embargo, por lo general se han soslayado los pequeños y esporádicos puntos de inflexión que se han hecho visibles en esa política y que al mismo tiempo, constituyen otro ángulo importante del problema: los momentos en que se han producido intentos de “normalizar” las relaciones con Cuba. Claro, desde la perspectiva de lo que los Estados Unidos entendieron durante esos reducidos lapsos de tiempo como una “normalización” de las relaciones con la Isla, muy diferente a la concepción que históricamente ha tenido Cuba sobre el asunto.1
¿Cuáles fueron los móviles y los intereses que estuvieron detrás de esos intentos? ¿Cuáles fueron las coyunturas que los propiciaron? ¿Cuál fue la estrategia negociadora de Washington en esos casos? ¿Cuál fue su agenda de negociación? ¿Sobre qué base los Estados Unidos pretendieron buscar una normalización de las relaciones con Cuba? ¿Por qué se frustraron esos intentos? Todas esas incógnitas permanecen hoy sin respuesta para muchos, pues tanto en Cuba como en los Estados Unidos, son escasas las investigaciones que se han detenido a indagar en este tópico.2 De ahí la importancia y la novedad de incursionar en esta preterida arista de la histórica y dramática confrontación Estados Unidos-Cuba. A ello se le suma la significación práctica que puede tener una investigación de este tipo, en caso de establecerse un hipotético escenario de negociación entre ambos países con vistas a mejorar las relaciones, o mejor aún, a normalizarlas. Las experiencias acumuladas en este sentido no pueden ser desconocidas por ninguna de las partes.
La intención no es abordar todos los momentos en los cuales se han producido acercamientos, diálogos o negociaciones entre los Estados Unidos y Cuba,3 sino aquellos que significaron el inicio de un proceso de exploración de una “normalización” de las relaciones entre ambos países, fenómeno que únicamente se hizo visible durante las Administraciones de Gerald Ford (1974-1977) y de James Carter (1977-1981), alcanzando su mayor desarrollo en esta última. Aunque también durante la Administración Kennedy se produjo un singular acercamiento que es ineludible abordar como antecedente.
Si se pretendieran abordar todas las experiencias negociadoras entre los Estados Unidos y Cuba se tendría que incursionar en administraciones como las de Lyndon B. Johnson, Richard Nixon, Ronald Reagan y William Clinton. En todas ellas se fue a la mesa de negociación, pero sin la intención de avanzar en un proceso de normalización de las relaciones con Cuba. La razón de esas negociaciones consistió solamente en resolver algunos asuntos puntuales que les era imposible eludir a los Estados Unidos, pues afectaban sus intereses y “seguridad nacional”.4
Para los cubanos, afectados durante décadas por las nefastas consecuencias de la política hostil del Gobierno estadounidense contra la Revolución Cubana, profundizar en este tema se hace esencial para comprender las razones que han impedido la normalización de las relaciones entre los Estados Unidos y Cuba. También puede darnos una idea más clara de los innumerables retos a los que debe enfrentarse cualquier administración estadounidense al pretender cambiar su política hacia Cuba, debido fundamentalmente a los disímiles, contradictorios y poderosos intereses económicos, políticos y culturales, que se encargan de conservar el statu quo hegemónico de los Estados Unidos en la región latinoamericana —su principal traspatio— y en el mundo, base fundamental en la que se sustenta la acumulación vertiginosa y ampliada del capital y consiguientemente, la burguesía transnacional y el imperialismo estadounidense. A su vez, un estudio como este permite visualizar con mayor profundidad las contradicciones y complejidades del sistema político estadounidense en la conformación de la política hacia Cuba.
No puede desconocerse que el triunfo de la Revolución Cubana en 1959 resquebrajó el diseño y el funcionamiento de la política hemisférica norteamericana, la cual venía aplicándose con bastante éxito durante más de medio siglo. También debilitó el sistema de hegemonía internacionalcapitalista, al seguir la Isla a partir de entonces derroteros independientes y, por si fuera poco, socialistas, tan solo a noventa millas de distancia de la potencia del Norte. No fue casual que el caso cubano pasara a ser un problema de “seguridad nacional” para el imperialismo estadounidense, un desafío ideológico inadmisible frente a las posiciones hegemónicas de Washington en la región, con posibilidades de convertirse en un ejemplo a imitar por sus vecinos. La esencia del conflicto cubano-estadounidense: soberaníaversusdominación,ha sido la misma desde finales del sigloxviiihasta la actualidad, pero fue a partir del triunfo de la Revolución Cubana en 1959 que alcanzó su mayor expresión.
Luego de transcurridos más de 50 años de Revolución Cubana, dos asuntos sí están muy claros: primero, que del lado de Cuba ha estado la verdad y la razón, en estricto apego al derecho internacional, y segundo, que Cuba ha estado dispuesta a entablar un proceso de normalización de las relaciones con los Estados Unidos, en igualdad de condiciones y sobre la base del respeto mutuo, sin que ello implique que su soberanía y sus principios sean objeto de negociación.
Para cerrar esta breve introducción y, sobre todo, pensando en la motivación de los lectores con el tema que aborda el libro, resulta muy oportuno traer a colación por su total vigencia, lo expresado en 1992 por el Comandante en Jefe Fidel Castro Ruz, al ser entrevistado por el destacado revolucionario nicaragüense, Tomás Borge:
Tal vez nosotros estamos más preparados incluso, porque hemos aprendido a hacerlo durante más de 30 años, para enfrentar una política de agresión, que para enfrentar una política de paz; pero no le tememos a una política de paz. Por una cuestión de principio no nos opondríamos a una política de paz, o a una política de coexistencia pacífica entre Estados Unidos y nosotros; y no tendríamos ese temor, o no sería correcto, o no tendríamos derecho a rechazar una política de paz porque pudiera resultar más eficaz como instrumento para la influencia de Estados Unidos y para tratar de neutralizar la Revolución, para tratar de debilitarla y para tratar de erradicar las ideas revolucionaras en Cuba.
La posición nuestra es que no nos opondríamos a una política de paz. Ni la solicitamos, ni la pedimos, ni mucho menos la vamos a implorar; pero si un día ellos, entre las distintas opciones que tienen, optaran por una política de respeto a Cuba y de paz con Cuba —que tendría que ser incondicional, porque nosotros no podríamos aceptar ninguna mejoría de relaciones sobre la base de concesiones de principio y que nos tracen las pautas de lo que debemos hacer dentro de nuestro país—, si un día ellos optaran por la vía de la negociación, nosotros no nos opondríamos a esa vía.5
1 Se concibe por normalización, en el caso de la problemática Estados Unidos-Cuba, el establecimiento de relaciones diplomáticas plenas entre ambos países y la desaparición de la agresividad que ha caracterizado la política de los Estados Unidos hacia la Cuba revolucionaria; comienza por el levantamiento de lo que ha sido el núcleo duro de la política: el bloqueo económico, comercial y financiero. Normalización no significa ausencia de conflicto ideológico y de diferendo en determinadas esferas, sino la existencia de estos junto a los espacios de cooperación. En un escenario virtual de normalización como este los problemas se analizarían sobre la base del diálogo, la negociación y el respeto mutuo a la soberanía y los principios de ambos países, evitando la aplicación de medidas de corte agresivo de cualquier tipo. De esta manera, se excluirían la ejecución de medidas concretas, más allá de declaraciones simbólicas o expresiones de deseos ideológicos. Esta definición de normalización desde la perspectiva cubana es totalmente antagónica a la del Gobierno de los Estados Unidos, que la ha entendido siempre desde la dominación. Al tratarse de una investigación referida a la historia de la política exterior de los Estados Unidos hacia Cuba, al utilizar el término normalización se hace mención en la mayoría de las ocasiones a lo que el Gobierno de los Estados Unidos entendió por una normalización de las relaciones con Cuba.
2 Los académicos estadounidenses y cubanos han centrado fundamentalmente su atención en los períodos de Eisenhower y Kennedy y en grandes temas como Girón y la Crisis de Octubre. Dentro de los autores cubanos que han abordado estos períodos y estos temas se destacan Francisca López Civeira, Fabián Escalante, Esteban Morales, Juan Carlos Rodríguez, Tomás Diez Acosta, Carlos Alzugaray, Jacinto Valdés-Dapena, Pedro Etcheverry Vázquez y Andrés Zaldívar Diéguez, mientras que por la norteamericana Arthur Schlesinger, Jorge Domínguez, William Leogrande, Philip Brenner, James Blight, Peter Kornbluh y Graham T. Allison. En Cuba en los años 80 se realizaron varias investigaciones sobre la política de las Administraciones Ford y Carter hacia Cuba, fundamentalmente tesis de licenciatura en Relaciones Internacionales, pero en los años 90 hubo un vacío considerable. Otros trabajos aparecieron en la década siguiente. En los Estados Unidos desde 1988 y fundamentalmente en la década de los 90, académicos como: Philip Brenner, Wayne Smith, Peter Kornbluh y James Blight, hicieron sus mayores aportes a este tema.
3 “Aunque se conoce poco, desde que el gobierno de Eisenhower rompió relaciones con Cuba el 3 de enero de 1961, todos los presidentes hanestablecido algún tipo de diálogo con Fidel Castro —con la excepción de George W. Bush—. Desde Kennedy a Clinton, gobiernoestadounidensetras otro ha negociado acuerdos migratorios, tratados contra el terrorismo, acuerdos de lucha contra el narcotráfico y acuerdos bilaterales de otro tipo. Tras bambalinas, los Estados Unidos y Cuba han recurrido a menudo a la diplomacia clandestina para analizar y resolver crisis, que van desde tensiones en la base militar estadounidense en Guantánamo hasta los planes terroristas contra Cuba”. Peter Kornbluh and William M. Leogrande, “Talking with Castro”, in: Cigar Aficionado, February, 2009.
4 Ejemplo de ello fueron las negociaciones desarrolladas durante la Administración Johnson respecto al tema migratorio, las ocurridas bajo el mandato de Nixon y que condujeron a un acuerdo entre ambos países contra secuestros aéreosy marítimos; las que culminaron en el acuerdo migratorio de 1984 durante la Administración Reagan; las que, debido a las estremecedoras victorias de los cubanos en suelo africano, tuvo que también consentir Reagan en 1988 para solucionar el conflicto bélico en ese continente; y las celebradas para resolver la crisis migratoria de 1994 durante la Administración Clinton.
5Tomás Borge:Un grano de maíz. Entrevista concedida por Fidel Castro a TomásBorge, Fundación Editorial el perro y la rana, Caracas, 2011, pp. 144-145.
Al triunfar la Revolución Cubana el 1ro de enero de 1959, la Administración republicana de Dwight D. Eisenhower, al tiempo que reconocía —no sin cierta reticencia— al nuevo Gobierno cubano el 7 de enero,1 se trazaba como meta fundamental evitar la consolidación de la revolución social en Cuba y con ello, que los intereses estadounidenses en la Isla fueran lastimados. Eisenhower había apoyado al dictador Fulgencio Batista desde que asumió la presidencia de los Estados Unidos, por lo cual no estaba en condiciones de entenderse con la Cuba revolucionaria que emergía. Por lo anterior, la administración de Eisenhower no significaría un nuevo diseño de política hacia Cuba, sinouna total continuidad. El equipo de gobierno que había fracasado tratando de buscar una alternativa para evitar la toma del poder por parte de las fuerzas revolucionarias, era el mismo que entonces tenía que entendérselas con la Cuba de Fidel Castro. Por tal razón los planes subversivos de la potencia del norte contra la Revolución Cubana comenzaron a planificarse y ejecutarse desde los primeros meses del año 1959, sobre todo por la CIA, aunque sería luego de aprobada la ley de Reforma Agraria el 17 de mayo que estos se hicieron sentir con más virulencia. Es a partir también de esa fecha que comienza gradualmente a observarse una mayor y estrecha articulación entre la CIA y el Departamento de Estado en función del cambio de régimen en Cuba.
Apesar de que la aprobación formal del “Programa de acción encubierta contra el régimen de Castro”, ocurrió en marzo de 1960, la decisión del “cambio de régimen” había sido tomada desde el propio año 1959. Dos altos funcionarios del Departamento de Estado de los Estados Unidos, el subsecretario para Asuntos Políticos, Livingston T. Merchant, y el secretario adjunto para Asuntos Interamericanos, Roy Rubbottom, reconocerían luego que desde junio de 1959 se: “había llegado a la decisión de que no era posible lograr nuestros objetivos con Castro en el poder”, poniéndose en marcha un programa que “el Departamento de Estado había elaborado con la CIA” cuyo propósito era el de “ajustar todas nuestras acciones de tal manera que se acelerara el desarrollo de una oposición en Cuba que produjera un cambio en el Gobierno cubano resultante en un nuevo Gobierno favorable a los intereses de EE.UU”.2
Aunque nuestros expertos en Inteligencia estuvieron indecisos durante algunos meses —señaló Eisenhower en sus memorias—, los hechos gradualmente los fueron llevando a la conclusión de que con la llegada de Castro, el comunismo había penetrado el Hemisferio (…) En cuestión de semanas después que Castro entrara a La Habana, nosotros en el Gobierno comenzamos a examinar las medidas que podrían ser efectivas para reprimir a Castro en el caso de que se convirtiera en una amenaza.3
El 19 de abril de 1959, durante la visita de Fidel Castro a los Estados Unidos, el vicepresidente Richard Nixon se entrevistó con el Primer Ministro cubano en Washington, con el objetivo de ganar claridad en cuanto a su ideología y acerca de los rumbos que seguiría Cuba bajo su liderazgo. Al concluir la entrevista, Nixon resumió sus impresiones en un memorándum, del cual envió copias a Eisenhower, al director de la CIA, al secretario de Defensa, al jefe de Estado Mayor Conjunto de las Fuerzas Armadas yanquis y a otras figuras de los círculos de poder estadounidenses. Estas fueron algunas de sus valoraciones sobre Fidel:
Como ya indiqué, se mostró increíblemente ingenuo con relación a la amenaza comunista y pareció no tener miedo alguno de que los comunistas pudieran eventualmente llegar al poder en Cuba. (…)
Mi impresión personal de él como individuo es compleja. De algo sí podemos estar seguros, y es que tiene esas cualidades indefinibles que lo convierten en líder. Pensemos lo que pensemos de él, va a ser un factor de mucha consideración en el desarrollo de la situación en Cuba y muy posiblemente en América Latina en sentido general. Parece sincero, pero o bien es increíblemente ingenuo acerca del comunismo o está sometido a la disciplina comunista —me inclino por lo primero—, y, como ya he sugerido, sus ideas acerca de cómo manejar el Gobierno o la economía están mucho menos desarrolladas que las de casi todas las personalidades mundiales que he conocido en cincuenta países.
Pero como posee la capacidad de dirigir a la que me he referido, no nos queda otra opción que tratar por lo menos de orientarlo en la dirección correcta.4
Por su parte, el líder cubano recuerda esta reunión de la siguiente manera:
En fecha tan temprana como el mes de abril de 1959 visité Estados Unidos invitado por el Club de Prensa de Washington. Nixon se dignó recibirme en su oficina particular. Después afirma que yo era un ignorante en materia de economía. (…)
Mi único reparo al hablar con Nixon era la repugnancia a explicar con franqueza mi pensamiento a un vicepresidente y probable futuro Presidente de Estados Unidos, experto en concepciones económicas y métodos imperiales de gobierno en los que hacía rato yo no creía. (…)
No era un militante clandestino del Partido Comunista, como Nixon con su mirada pícara y escudriñadora llegó a pensar: Si algo puedo asegurar; y lo descubrí en la Universidad, es que fui primero comunista utópico y después un socialista radical, en virtud de mis propios análisis y estudios, y dispuesto a luchar con estrategia y tácticas adecuadas. (…)
Cuando Nixon comenzaba a hablar, no había quien lo parara. Tenía el hábito de sermonear a los mandatarios latinoamericanos. No llevaba apuntes de lo que pensaba decir, ni tomaba nota de lo que decía. Respondía preguntas que no se le hacían. Incluía temas a partir solo de las opiniones previas que tenía sobre el interlocutor: Ni un alumno de enseñanza primaria espera recibir tantas clases juntas sobre democracia, anticomunismo y demás materias del arte de gobernar. Era fanático del capitalismo desarrollado y su dominio del mundo por derecho natural. Idealizaba el sistema. No concebía otra cosa, ni existía la mas mínima posibilidad de comunicarse con él.5
También, a raíz de la visita de Fidel a los Estados Unidos, el Departamento de Estado de ese país elaboró un memorándum que fue trasladado al presidente Eisenhower el 23 de abril de 1959. En este se hacía la siguiente valoración del líder de la Revolución Cubana:
En síntesis, a pesar de la aparente simplicidad y sinceridad de Castro y su deseo de tranquilizar a la opinión pública norteamericana, es poco probable que Castro modifique el curso esencialmente radical de su revolución. Su experiencia entre nosotros le ha permitido obtener un conocimiento valioso de la reacción de la opinión pública norteamericana, lo cual pudiera convertirle en una persona más difícil de manejar tras su regreso a Cuba. Sería un grave error subestimar a este hombre. Con toda su apariencia de ingenuidad, falta de sofisticación e ignorancia en muchas materias, se trata evidentemente de una fuerte personalidad y un líder nato con gran valor personal y convicciones. Aunque ahora lo conocemos mejor que antes, Castro sigue siendo un enigma y debemos esperar por sus decisiones sobre cuestiones específicas antes de asumir una posición más optimista que la que hemos tenido hasta ahora en cuanto a la posibilidad de desarrollar una relación constructiva con él y con su Gobierno.6
Las dudas que aún podían tener los Estados Unidos sobre si la radicalidad del proceso revolucionario cubano traspasaría los límites de su tolerancia o los “requerimientos mínimos de seguridad”, como aparecía en algunos de sus documentos secretos, terminaron cuando se firmó la primera ley de Reforma Agraria en Cuba, el 17 de mayo de 1959. Todas las evidencias hacen pensar que a partir de ese momento el Gobierno de los Estados Unidos se convenció de que la revolución social en Cuba era verdadera y que esta constituía un peligro potencial para sus intereses fundamentales en la Isla y en el hemisferio occidental. Todavía las relaciones entre Cuba y la URSS no se habían establecido, ni se había declarado el carácter socialista de la Revolución, pero el desafío cubano era ya considerable, pues rompía con los moldes clásicos del control hegemónico de Washington sobre la región. De este modo, una vez que Cuba mostró su posibilidad de actuar como nación independiente tanto en el plano interno como en política exterior, en una región que los Estados Unidos consideraban su traspatio seguro, la esencia del conflicto7 Cuba-Estados Unidos llegó al pináculo de su expresión.8
Como en juicio docto ha dicho Noam Chomski:
La agresiva e intervencionista política exterior norteamericana de la posguerra, ha tenido mucho éxito en crear una economía global en la cual las corporaciones ubicadas en Estados Unidos pueden operar con amplia libertad y altos beneficios. Pero ha habido fracasos, por ejemplo, en Cuba e Indochina. Cuando algún país tiene éxito en desembarazarse del sistema global dominadopor Estados Unidos, la respuesta inmediata ha sido (sin excluir el terror y el sabotaje), evitar lo que, algunas veces, ha sido llamado en documentos internos ‘éxitos ideológicos’ (…) el temor de los planificadores ha sido siempre que el éxito de la revolución o de la reforma social pueda influir en otros para seguir el mismo ejemplo.9
No fueron entonces los vínculos de Cuba con la URSS a partir de febrero de 1960, cuando se firman los primeros acuerdos económicos —tal y como reportó elEmbajador estadounidense en La Habana al Departamento de Estado no afectaban directamente los intereses estadounidenses, sino más bien todo lo contrario—10los que originaron el conflicto Estados Unidos-Cuba, como algunos autores se afanan en tratar de hacer ver, en un relato poco plausible.11El problema de fondo estuvo en que el Gobierno revolucionario cubano rompió con la tradición de subordinar la política interna y externa de la Isla a los dictados de Washington, sobre todo a partir de la aplicación de la ley de Reforma Agraria. Esa independencia no estaban dispuestos a aceptarla, pues rompía toda la lógica con la que Washington acostumbraba a tratar a los países de América Latina y el Caribe.12De esta manera, la Revolución Cubana pasó a convertirse en un problema de “seguridad nacional” para los Estados Unidos y considerarse “la primera penetración comunista significativa en el hemisferio occidental”.
Asimismo, la idea de una Cuba satélite de Moscú sería el pretextoidóneo para el diseño de la política más agresiva contra la Isladesde la potencia del Norte. Téngase en cuenta que el 24 de noviembre de 1959, el embajador inglés en los Estados Unidos reportaba a su cancillería:
Yo tuve que ver a Allen Dulles esta mañana sobre otro asunto, y aprovecho la oportunidad para discutir sobre Cuba, sobre una base estrictamente personal. Desde su punto de vista personal, él esperaba grandemente que nosotros decidiéramos que no continuaremos con la negociación sobre los Hunter (se refiere a las gestiones que realizaba Cuba para comprar aviones en el Reino Unido). Su razón fundamental es que esto podría conducir a que los cubanos solicitaran armas a los soviéticos o al bloque soviético. Él no había despachado esto con el Departamento de Estado, pero era por supuesto, un hecho, que en el caso de Guatemala había sido el envío de armas soviéticas lo que había cohesionado a los grupos de oposición y creado la ocasión para lo que se hizo.13
Sentada las razones propagandísticas, la Administración Eisenhower comenzó de inmediato un amplio conjunto de políticas agresivas contra la Revolución Cubana con el objetivo de lograr un cambio de régimen, entre ellas: suspensión de la asignación de créditos, campañas difamatorias, violaciones al espacio aéreo y marítimo de Cuba, sabotajes a los objetivos económicos en la Isla, ataques piratas, apoyo de la CIA a la contrarrevolución interna en sus actos de sabotajes, sostén e incitación al bandidismo, intentos de asesinato contra los líderes de la Revolución, utilización de la Organización de Estados Americanos (OEA) para condenar y aislar diplomáticamente a Cuba, apoyo encubierto a una invasión desde el exterior por elementos batistianos acantonados en Santo Domingo bajo el patrocinio del dictador Trujillo, entre otros actos de agresión. Sin embargo, muy pronto la CIA y el Presidente llegaron a la conclusión de que el único modo de “solucionar” el asunto de Cuba era sobre la base de asesinar a Fidel Castro14o invadir la Isla. De este modo, desde diciembre de 1959 la CIA había concebido un programa de formación de un ejército de mercenarios cubanos, algunos de ellos criminales de la dictadura batistiana, para invadir el país. Este plan fue aprobado por el presidente Eisenhower en marzo de 1960.15El 6 de julio del propio año el presidente estadounidense canceló la cuota cubana de azúcar y el 19 de octubre su administración declaró el “embargo” parcial al comercio, prohibiendo todas las exportaciones, excepto de alimentos y medicinas.16El 3 de enero de 1961 el Gobierno norteamericano anunció el rompimiento de las relaciones diplomáticas con Cuba y el 16 de enero estableció las primeras restricciones a los viajes de los ciudadanos estadounidenses a la Isla.
De esta manera, la administración de Eisenhower dejó preestablecidos los elementos esenciales que caracterizarían la política de los Estados Unidos hacia Cuba hasta el presente. En esos años apareció todo lo que aún continúa vigente en las relaciones entre ambos países. Las administraciones subsiguientes simplemente le imprimirían su sello particular. Lo actual de la política de los Estados Unidos hacia Cuba no son sino viejos objetivos dentro de nuevas envolturas; despliegues contemporáneos de viejos instrumentos y sofisticaciones de una agresividad que está dispuesta a morder o acariciar si es necesario, pero siempre con los mismos objetivos.
El demócrata John F. Kennedy llegaba entonces a la presidencia de los Estados Unidos en 1961 con una herencia maldita en la política hacia Cuba, que lo llevaría por el camino de asumir la responsabilidad ante los dos acontecimientos más peligrosos que se recuerda en las relaciones entre ambos países: Girón y la Crisis de Octubre. Durante la campaña electoral, Kennedy había hecho alusión a los contrarrevolucionarios cubanos definiéndolos como “luchadores por la libertad”, pidiendo su apoyo y heredando los planes de invasión a Cuba aprobados por la Administración Eisenhower.
Debemos usar toda la fuerza de la OEA —señaló el candidato demócrata en uno de sus discursos en la Florida— para impedir queCastro interfiera con otros Gobiernos latinoamericanos, y devolver la libertad a Cuba. Debemos dejar sentada nuestra intención de no permitir que la Unión Soviética convierta a Cuba en su base en el Caribe, y aplicar la doctrina Monroe. Debemos hacer que el Primer Ministro Castro comprenda que nos proponemos defender nuestro derecho a la Base Naval de Guantánamo (…) las fuerzas que luchan por la libertad en el exilio y en las montañas de Cuba deben ser sostenidas y ayudadas...17
Sin embargo, también en medio de la campaña, el 6 de octubre de 1960, en un banquete ofrecido por el Partido Demócrata en la ciudad de Cincinnati, Ohio, el joven senador hizo declaraciones valientes que lo distanciaban en alguna medida de la Administración anterior y que posiblemente hayan provocado desde ese momento el odio de los poderosos y oscuros enemigos que luego conspiraron contra su vida. Por lo interesante que resultan estas, vale la pena citarlas en extenso:
En 1953 la familia cubana tenía un ingreso de seis pesos a la semana. Del 15 al 20 por ciento de la fuerza de trabajo estaba crónicamente desempleada. Solo un tercio de las casas de la Isla tenían agua corriente y en los últimos años que precedieron a la Revolución de Castro este abismal nivel de vida bajó aún más al crecer la población, que no participaba del crecimiento económico. Solo a 90 millas estaban los Estados Unidos —su buen vecino— la nación más rica de la Tierra, con sus radios, sus periódicos y películas divulgando la historia de la riqueza material de los Estados Unidos y sus excedentes agrícolas. Pero en vez de extenderle una mano amiga al desesperado pueblo de Cuba, casi toda nuestra ayuda fue en forma de asistencia en armamentos, asistencia que no contribuyó al crecimiento económico para el bienestar del pueblo cubano;asistencia que permitió a Castro y a los comunistas estimular la creciente creencia que Estados Unidos era indiferente a las aspiraciones del pueblo de Cuba de tener una vida decente (…) De una manera que antagonizaba al pueblo de Cuba usamos lainfluencia con el Gobierno para beneficiar los intereses y aumentar las utilidades de las compañías privadas norteamericanas que dominaban la economía de la Isla. Al principio de 1959 las empresas norteamericanas poseían cerca del 40 por ciento de las tierras azucareras, casi todas las fincas de ganado, el 90 por ciento de las minas y concesiones minerales, el 80 por ciento de los servicios y prácticamente toda la industria del petróleo y suministraba dos tercios de las importaciones de Cuba.