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Del olvido a la memoria es un libro de fotos. Recoge una esmerada selección de obras de arte funerario que atesora el cementerio general de Reina de la ciudad de Cienfuegos. Surge de fortuita experiencia de carácter familiar. Su autor, luego de visitar esta bella necrópolis, patrimonio nacional, sintiéndose profundamente impresionado con la riqueza de la prodigiosa colección allí existente, se propuso poner al alcance del lector y visitante una guía interactiva que le permitiese realizar un recorrido instructivo, y al propio tiempo apreciar los imponentes monumentos que el mismo contiene
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Seitenzahl: 287
Veröffentlichungsjahr: 2019
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DEL OLVIDO
A LA MEMORIA
El cementerio de Reina
Rafael Lago Sarichev
Edición: Nancy Maestigue Prieto
Corrección: Susana García Amorós
Diseño de cubierta y realización: Rafael Lago Sarichev
Conversión e-book, ajuste de imágenes y revisión: Rafael Lago Sarichev
Los epitafios que aparecen en la obrason de la autoría de Randolfo García Morales
© Rafael Lago Sarichev, 2018
© Ediciones Cubanas, Artex, 2018
ISBN 978-959-7245-92-6
Sin la autorización de la editorial Ediciones Cubanas queda
prohibido todo tipo de reproducción o distribución del contenido.
Ediciones Cubanas Artex
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E-mail: [email protected]
Telefs.: (53) 7204-5492, 7204-3585, 7204-4132
Rafael Lago Sarichev (La Habana, 1967). Diseñador de profesión, es graduado del habanero Instituto Superior de Diseño Industrial en 1991. Del olvido a la memoria, es su primera obra de carácter artístico e investigativo sobre el cementerio de Reina de la ciudad de Cienfuegos. Tiene finalizadas otras obras no publicadas; Un jardín en el sur, sobre el cementerio jardín Tomás Acea de Cienfuegos y Los animales de mi patio, primer libro didáctico infantil ilustrado de la colección Adivinanzas y colores. En estos momentos trabaja en otros títulos relacionados con el arte y la simbología funeraria, obras sustentadas gráficamente con sus propias fotografías, así como libros infantiles ilustrados. Diseñó y editó la obra El archipiélago cubano en la cartografía del siglo XVI, publicada con carácter privado. Ha recibido numerosos premios y distinciones, destacándose el Premio Nacional del Diseño del Libro del año 2000.
Agradezco a la licenciada Carmen Rosa Pérez Ortiz, especialista en gestión del patrimonio documental de la Oficina del Conservador de Cienfuegos acompañarme en las largas y extenuantes sesiones de fotos y facilitarme gentilmente información.
A mi compadre Luis Alfredo, por las atinadas consideraciones.
Además le doy gracias al máster en ciencias Irán Millán Cuétara (director de la Oficina del Conservador de la ciudad de Cienfuegos); a la licenciada Hilda María Mola Trujillo (jefa del dpto. Grupo Cementerios); al ingeniero Carlos Bauta (jefe del Grupo de Museología y Gestión del Patrimonio de la Necrópolis Cristóbal Colón); al máster en ciencias Luis J. Martín (especialista principal del Grupo de Historia y Museología NCC); a Odalys Maceiras Díaz y a la administración del cementerio de Reina; al Archivo Histórico Provincial de Cienfuegos, su biblioteca provincial y a Jorge (jefe de la mapoteca del Archivo Nacional).
A Randolfo, por permitirme utilizar sus originales epigramas.
A Lilo, por su increíble empatía y ayuda.
A mi mentor Andy, gran amigo y guía.
...la muerte no tendrá dominio mientras haya seres
que lo recuerden a uno aunque sea un instante.
Antonio José de Sucre
Sueños y guerras de Gabriel Jiménez Emán.
Del olvido a la memoria es un libro de fotos. Recoge una esmerada selección de obras de arte funerario que atesora el cementerio general de Reina de la ciudad de Cienfuegos. Surge de fortuita experiencia de carácter familiar. Su autor luego de visitar esta bella necrópolis, patrimonio nacional, sintiéndose profundamente impresionado con la riqueza de la prodigiosa colección allí existente, se propuso poner al alcance del lector y visitante una guía interactiva que le permitiese realizar un recorrido instructivo, y al propio tiempo apreciar los imponentes monumentos que el mismo contiene.
Inaugurado a fines de la década de los treinta del siglo xix el cementerio de Reina, como se le llama popularmente, vivió un período de esplendor y opulencia de poco más de una centuria. En 1926, con la entrada en servicio del camposanto Tomás Acea, este comenzó a transitar un progresivo declinar hasta verse sumido, finalmente, en uso exclusivo de las familias poseedoras de añejos panteones —algunos actualmente en no muy buenas condiciones— e impresionante olvido. Los años y el abandono, entonces, se dejaron sentir con todo rigor, pero les resultó imposible opacar la impactante belleza artística de los monumentos mortuorios del lugar, casi todos construidos con mármol de Carrara. También posee exquisita herrería, elaborada por las expertas manos de artesanos locales y de la capital.
Diseñador de profesión, el autor se recrea de manera artística por medio de la fotografía en los diferentes elementos del cementerio, las lápidas, esculturas y sus detalles. Esta, en algunos casos, es tratada digitalmente con la finalidad de realzar algunos elementos del objeto captado por la cámara.
La obra contiene un breve paseo por los antecedentes del surgimiento de la colonia Fernandina de Jagua, devenida con el tiempo en la majestuosa ciudad de Cienfuegos y su transitar por el siglo xix, época de mayor esplendor del cementerio cienfueguero de Reina, ofreciendo una descripción y datos importantes del mismo.
El autor hace breves explicaciones de la simbología en el arte funerario cuando estos elementos aparecen en las instantáneas. Eso que quiere decir cada elemento de la escultura o el sentido de las frases llevadas a la lápida sepulcral. La foto es un medio utilizado para mostrar cómo se quiso perpetuar la memoria del difunto o de una familia mediante símbolos o inscripciones. Además, contiene una somera revisión de nociones acerca del arte funerario, su historia y del surgimiento de los cementerios y su clasificación.
En resumen, aprovechando el advenimiento del bicentenario de Cienfuegos en 2019, se trata de un tributo a los que reposan y sus familiares y amigos, esos que contribuyeron a la historia de una ciudad y de un país. A los artistas que hicieron realidad que los recuerdos perduren en el tiempo, que no sean olvidados y que se conviertan en memoria.
Esta obra se concibió para un formato de libro interactivo. La diferente coloración de los capítulos facilita su navegabilidad y el Mapa de Orientación permite localizar todos los monumentos fotografiados. Este libro ha sido concebido como una herramienta capaz de proporcionarle al visitante un atractivo y fructífero recorrido por el cementerio general de Reina sirviéndose exclusivamente de él en cualquier medio digital.
Andrés Díaz Arenas
No fue hasta la adultez que me topé con la muerte. Primero mis abuelos y pocos años más tarde la inesperada muerte de mi padre. Con anterioridad a estos sucesos me preguntaba qué se sentiría ante el deceso de un familiar o un amigo y qué protocolo o antiguas costumbres envolverían este amargo acontecimiento. Pero con la impensada pérdida de mi padre sentí un inmenso e impotente dolor, que no lo pudieron minimizar sentidas frases de familiares y amigos. Sus restos descansan en el famoso y majestuoso cementerio Cristóbal Colón de la capital cubana.
Mi madre, rusa y de costumbres propias de su cultura, me adentró en el mundo de recordación y veneración. Todas las religiones y creencias tienen su modo peculiar de encarar la muerte, pero el objetivo común, tanto con las exequias como con el posterior acompañamiento espiritual, es procurarle el descanso eterno al fallecido.
Desde que comencé a visitar el panteón donde reposan las cenizas de mi padre, me llamó poderosamente la atención el tesoro artístico que posee la necrópolis habanera, por lo que en cada ocasión llevo la cámara. Así descubrí el gran potencial, en cuanto a fotografía se refiere, que tiene este bello lugar. Desde las primeras fotos, me di cuenta que enseñaban detalles que a simple vista no se distinguen. Lo que más me atrajo fue el refinado arte de los escultores y sobre todo por la capacidad de trasmitir diversos sentimientos, sea por el rostro, las manos, las poses o los numerosos símbolos.
Así las cosas, un día estando en Cienfuegos, donde vive mi madre y sabiendo ella mi nuevo interés artístico por el arte funerario, me hizo una interesante recomendación:
—¿Por qué no vas al cementerio de Reina? Allí hay cosas realmente hermosas, sobre todo una bella escultura conocida por La Bella Durmiente. Se dice que es copia de una que está en un cementerio italiano.
Animado por la sugerencia de mi madre, a la mañana siguiente me encaminé hacia ese lugar sin saber en realidad lo que me iba a encontrar. Llegue con cierto temor y un poco cansado por la caminata pues el sol del mediodía era implacable. Por fortuna me recibió Carmen Rosa, la especialista del lugar, conocedora, muy afable y muy empática, lo que me puso de buen humor. Después de exponerle mi interés de visitar y fotografiar el camposanto y obtenido el permiso de la administración, me adentre en el primer patio de este maravilloso lugar. El espectáculo que se abrió ante mí, aun desde la entrada principal, me hizo olvidar el cansancio. A pesar del deterioro por el paso del tiempo y otras razones, la vista era sobrecogedora. Inmediatamente pensé: «¿Qué hace tanta maravilla en un lugar aparentemente distante, olvidado, y cómo hay tanta belleza en un sitio tan pequeño, porque lo es si lo comparamos con otros cementerios?».
Mi primera frase fue: «¡Pero si es un ‘minicolón’!». Sin dilación comencé a tomar fotos como si alguien me fuera a expulsar o le fueran a quitar el caramelo a un niño. Era mediodía y según las buenas normas de la fotografía, no es la hora ideal del día para hacerlo. La disposición geográfica este-oeste del patio y la orientación de la mayoría de sus esculturas y otros elementos, hacían difícil tomar las fotos; sin embargo, las sombras generadas por el sol resultaban interesantes, aun cuando en ocasiones quedaban en penumbra detalles tales como el rostro.
Finalmente, al contemplar la Bella durmiente le di todo el crédito a mi madre. Es la joya del lugar, e increíble el grado de perfección logrado en la textura, las líneas corporales, los detalles anatómicos y la pose de la figura que, junto al sentimiento que trasmite el rostro, la hace una obra maestra. No son pocos los maestros del mármol que dejaron su huella en los monumentos de este cementerio y la pregunta que surge es: «¿Cómo lo hicieron y cómo llegaron a tal grado de perfección en el oficio?». Yo, al menos, con envidia, me quito el sombrero.
Desde el primer momento me surgió la quijotesca idea de realizar un libro con las fotos del cementerio general o municipal de la ciudad de Cienfuegos en el reparto Reina, aunque a partir de ahora lo llamaré como se le conoce popularmente: cementerio de Reina. Ya cuando me retiraba de la primera de las múltiples visitas que realizaría, compartí la idea con Carmen Rosa. Si bien la idea la entusiasmó, no ocultó un poco de recelo, pues las ideas también se las lleva el tiempo. Más mi suerte ya estaba echada. Me propuse firmemente hacer realidad el proyecto y luego de otras sesiones fotográficas y con bastante material, propuse mi idea a familiares, amigos y funcionarios del medio editorial en el que me desenvuelvo. Para mi sorpresa, fue bien acogida pues no es un lugar tan desconocido como pensaba.
Al comenzar a trabajar las fotos, me topé con una laguna, un gran desconocimiento de mi parte sobre el significado de los símbolos funerarios; los diferentes tipos de ángeles, las poses, las plantas, los animales, etcétera. Lo que yo pensé que iba a ser un libro solamente de fotos, ya no lo iba a ser.
Me complacería que el lector experimente las mismas emociones que yo, descubra y aprecie el gran mundo de símbolos y alegorías que envuelve el arte funerario. La mayoría de los monumentos representan la cristiandad que los artistas plasmaron en sus diseños, tomando en consideración los hechos y descripciones que les proporcionaba la Biblia, las culturas clásicas y los documentos apócrifos. Ahora bien, cada uno tenía su propia lectura y visión de las cosas por lo que encontramos tanta variedad de estatuas y, digámoslo así, modelos. Con el tiempo la producción artística se fue estandarizando y debido a ello existen tantos monumentos parecidos con solo pequeñas variaciones. Muchas veces los que contrataban los servicios de las casas marmoleras pedían copias que vieron en otro lugar. Era cuestión de gusto.
Al conversar con varias personas sobre la obra que pensaba realizar descubrí, para mi placer, que el cementerio de Reina era un lugar de obligada visita. Ha sido muy fotografiado, pero hasta el presente su riqueza visual e histórica no se ha recogido en una obra. Para algunos es un proyecto tardío, pero bien lo dice un dicho, «Más vale tarde que nunca». Es un pecado no contar con una memoria de un lugar tan divino.
Del olvido a la memoria es un regalo a Cienfuegos, que pronto cumplirá 200 años de fructífera vida; jubileo que no debe pasarse por alto. El primer capítulo es un breve resumen de la historia cienfueguera del siglo xix, con datos relevantes acerca de los aborígenes que poblaron la zona de Jagua, la fundación y el posterior desarrollo de la colonia Fernandina de Jagua, convertida luego en villa y ciudad.
Debo aclarar que no soy historiador ni pretendo serlo, pues respeto mucho a esos profesionales que tanto deben investigar y cotejar, con llevar una gran responsabilidad sobre sus hombros. Solo tomé información de fuentes asequibles para cualquiera, como lo fueron las bibliotecas Nacional y Provincial de Cienfuegos, datos que aportaron buenos cienfuegueros reyoyos como el amigo Lilo, además de la valiosa colaboración de la especialista de la Oficina del Conservador de Cienfuegos, Carmen Rosa. Asimismo, con el debido cuidado, hice una amplia búsqueda sobre todos los temas en Internet. Diferentes fuentes entraron en contradicción respecto a un hecho o fecha, las confronté y a veces me tomé el atrevimiento de exponer mi punto de vista, pero como conjetura, nada más.
Con este libro rindo homenaje a esos artistas olvidados que tal vez nunca fueron reconocidos o tan siquiera conocidos. Desde el punto de vista geológico, el mármol tarda millones de años en formarse, y pienso que los artesanos le hicieron honor a la Madre Naturaleza. También es un tributo a las personalidades y patriotas que en él reposan.
Es salubable que las actuales y futuras generaciones conozcan su historia. Quizás algunos desconocen el tesoro que posee su ciudad en el cementerio de Reina. Es un legado patrimonial que no se debe descuidar y me alegro mucho de que ya se haya tomado conciencia y comenzaran a darse los primeros pasos, bajo la supervisión de la Oficina del Conservador de la Ciudad. A los seres queridos de tantas personas que DESCANSEN EN PAZ Y NO EN EL OLVIDO, AMÉN.
Rafael Lago Sarichev
La Habana, 12 de mayo de 2014
Es imposible resumir en pocas páginas casi dos siglos de la historia de Cienfuegos, forjada con el trabajo, ingenio, errores y aciertos de sus hombres y mujeres. Este recorrido abordará su fundación y su consolidación como ciudad en el siglo xix. Levantar de la nada un poblado en condiciones duras y luego en pocos años convertirla en una de las ciudades más prósperas de Cuba es algo que no se debe olvidar. Vivió diferentes épocas con distintos sistemas políticos y económicos, cada uno con sus propias características. Si le damos una ojeada notaremos que conserva mucho de su arquitectura original, mezclada con construcciones de la primera mitad del siglo pasado y las modernas. Además, hay algo que no cambia: el sentimiento de ser cienfueguero, que a pesar de la distancia no desaparece.
Para comenzar a hablar sobre la perla sureña es imprescindible referirse a sus habitantes originarios.1Se sabe que ya en el siglo xvi la mayoría de los habitantes de los alrededores de la bahía de Jagua abandonaron la zona para trasladarse a la ciénaga de Zapata debido a la conquista, pues, como es sabido, se negaban a trabajar para los españoles. En sus Crónicas de Santiago de Cuba, Emilio Bacardí dice que ya en 1515 «comienzan a suicidarse los indios para huir del trabajo y sufrimientos de los conquistadores, quedando, en poco tiempo, casi aniquilada la raza».2Entre los asentamientos que se mantuvieron por un tiempo más destacaba el cacicato de Jagua en la zona de Caunao (Caonao), de varios cientos de individuos, así como los asentados en sitios como Yaguaramas, Cumanayaguas y las Auras. Existían también otras aldeas a las orillas de los diversos ríos que desembocaban en la bahía de Jagua, y se dedicban a la pesca como actividad principal, aunque también cazaban ingeniosamente y eran buenos navegantes en sus canoas y piraguas. Cultivaban el maíz y la yuca, tarea casi toda que recaía sobre las mujeres (Fig. 1.), situación que no ha cambiado en algunos lugares de nuestro mundo. Ellas también eran hábiles en otras manufacturas como la elaboración de redes, hamacas y taparrabos. Por esta y otras razones eran codiciadas por sus vecinos de las islas del sur que las secuestraban.
Fig. 1. Elaboración del casabe a partir de la yuca.
Muchas publicaciones sobre Cienfuegos hablan de los ciboneyes como los poblabores de la zona de Jagua, pero según las investigaciones realizadas, esta aseveración no parece del todo acertada. Pero antes de analizar el tema mejor conozcamos a los tres grupos poblacionales que habitaban la Isla. Los guanajatabeyes, considerados los primeros habitantes de Cuba, eran pacíficos y vivían sobre todo en cavernas, tenían como actividades principales la caza, la pesca y la recolección. Se localizaban en el extremo occidental cubano como refería Colón en su segundo viaje. Lamentablemente, por su rápida extinción,3no fue posible documentar su lengua. De ellos Diego Velázquez en una carta al rey de 1514: «…de los guanahatabibes, que son los postreros indios della, y la vivienda destos guanahatabibes es a manera de Masalvajes, porque no tienen casas, ni asientos, ni pueblos, ni labranzas, ni comen otra cosa sino las carnes que toman por los montes y tortugas y pescados». Los ciboneyes arribaron a las grandes Antillas desde Sudamérica, a través de las Antillas menores procedentes de las Guayanas y Venezuela. En estas zonas se han encontrado residuarios idénticos a los cubanos. Vivían en casi toda la Isla pero luego de la llegada de los taínos fueron desplazados y ocuparon otras zonas, sobre todo las costeras. Utilizaban implementos de piedra tallada con los que fabricaban diferentes artefactos para su vida cotidiana. No se sabe a ciencia cierta cómo eran sus casas, y hablaban una lengua arahuaca diferente de cómo se hablaba en el oriente cubano. Poseían una cultura funeraria, en la que enterraban sus muertos utilizando diferentes capas, y según José A. Cosculluela (llevó a cabo un estudio en 1913), adicionaban caracoles, osamentas humanas, animales y objetos de piedra a las tumbas. Además orientaban la cabeza del o la fallecida al Levante y la mayoría de las veces boca abajo. Se cree por estudios y referencias históricas que posiblemente utilizaban los palafitos como vivienda4 (Fig. 2). El padre Las Casas dice de ellos en su Historia de las Indias:
Toda la mas de la gente de que estaba poblada aquella isla, era pasada y natural desta isla Española, puesto que la estamás antigua y natural de aquella isla era como la de los Lucayos […] gente buenísima […] y llamábanse en su lengua caracociboneyes, la penúltima sílaba luenga y los desta, por grado o por fuerza, se apoderaron de aquella isla y gentes dellas y caralos tenían como suficientes suyo.
Fig. 2. Reconstrucción de palafitos en la zona de la Ciénaga de Zapata.
Los tainos procedían de la desembocadura del río Orinoco y al llegar a las Antillas desplazaron a los ciguayos, guanajatabeyes y ciboneyes, para formar muchos cacicazgos, sobre todo en Cuba y La Española. Vivían en bohíos y caneyes de forma cuadrada o circular, practicaban la agricultura, la caza, la pesca y la alfarería. A la llegada de los españoles cultivaban algodón, tabaco, granos y variadas viandas. Hablaban la lengua taína perteneciente a la familia lingüística macroarahuaca, dialecto producto de la mezcla con otros grupos y rendían culto a sus antepasados. Sus costumbres funerarias diferían a la de los ciboneyes. Colocaban a los muertos en posición flexionada orientados hacia el este, formaban montículos y practicaban el culto a los muertos.
Así los describía el almirante genovés:
Los indo-antillanos crían los cabellos no crespos, salvo corredíos; y gruesos, como seda de caballos […] y los ojos muy fermosos y unos pocos detrás, que tienen largos, todos de buena estatura. Las piernas muy derechas, todos a una mano, y no barriga, salvo muy bien hechas… ellos son del color de los canarios, ni negros ni blancos.
En 1950 se efectuó una reunión en La Habana donde los especialistas trataron de darle otra denominación más científica a los grupos poblacionales de Cuba y los organizan en tres complejos culturales; I, II y III. Sin embargo muchos siguieron utilizando las denominaciones anteriores.
Respecto a las comunidades neolíticas de Jagua se sabe que eran de procedencia arauca y a juzgar por las pruebas de carbono 14, arribaron al archipiélago cubano alrededor de los siglos viii o ix d. C., para expandirse con el paso del tiempo por todo el archipiélago.5Al parecer estos grupos se asentaron en esta región después del siglo x y eran agricultores-ceramistas, y por los sitios arqueológicos, la mayoría se encontraba cerca del mar y los ríos que terminaban en la zona de la bahía, se evidenciaba su dependencia del mar y lo que este les proporcionaba.
En cuanto al aspecto físico, los españoles los describían como hermosos cuerpos, cabellos negros, sedosos y caras anchas. Según la Antropología Física se ha demostrado que eran descendientes de lo aruacos continentales. Respecto a su alimentación, cultivaban la yuca amarga para confeccionar el casabe. Algo curioso que vio el padre las Casas fue un criadero de tortugas que se capturaban con redes, solo en determinadas ocasiones, lo que evidencia una actividad planificada (Fig. 3). En las tareas productivas participaban tanto los hombres como las mujeres, aunque estas eran las que más trabajaban, eran muy estimadas.
Fig. 3. Piscicultura aborigen.
Su arte se caracterizaba por la elaboración de prendas simbólicas y de uso personal realizadas con conchas, madera, piedra y hueso. La cerámica también tenía uso ritual y doméstico, con decoración en muchas de las piezas.
Como parte de su estructura, las comunidades tenían un Cacique o jefe local con determinadas obligaciones teniendo a los nitahinos como consejeros, mientras que los naborias se dedicaban a las actividades productivas en general. Otro personaje que no puede faltar es el médico-adivino al que se le denominaba behique. A los guerreros se les llamaba baquías. Al menos así estaba estructurada la comunidad taina en La Española, que es de donde se tienen más noticias.
Si se analizan fríamente las características de los aborígenes de la zona de Jagua, es de pensar que sus pobladores eran tainos, tanto por su lengua, capacidades productivas, dominio de la cerámica y otras tantas evidencias. Ahora bien, según un mapa del Atlas demográfico de Cuba de 1987, la zona de la bahía de Jagua estaba habitada por los taínos y su parte norte por comunidades mixtas. Esto se debe a que la llegada de los taínos significó una asimilación cultural mutua pues se unificaron y convivieron en armonía con los ciboneyes. Entonces se puede inferir que los habitantes de Jagua eran taínos y ciboneyes mezclados.
Se dice en el libro Memoria descriptiva, histórica y biográfica de Cienfuegos: «…conocían y respetaban la propiedad particular y que entre ellos el robo y el adulterio eran considerados como delitos, […]».6 De lo anterior se puede deducir que tenían un nivel de organización social y pensamiento muy superior a lo que pensaban los españoles según sus estándares cuando «descubrieron» el Nuevo Mundo. De ello da fe el clérigo Francisco López de Gómara en su Historia general de las Indias7cuando describe con detalle las bodas que celebraban los nativos de Cuba, rasgo de una sociedad estructurada. Asimismo dice que «andan desnudos en vivas carnes hombres y mujeres». Sin embargo, se tienen noticias que las mujeres casadas usaban faldas llamadas naguas. Además, con el calor imperante durante casi todo el año cómo querían los señores ibéricos que anduviesen.
En cuanto a la espiritualidad de los aborígenes de Jagua nos cuenta Adrián del Valle en Tradiciones y leyendas de Cienfuegos8que
Sus ideas respecto a los espíritus de los muertos eran bastante originales. Llamaban operito a la sombra o fantasma de una persona muerta, que se aparecía a los vivos adoptando la forma humana, y que corporalmente solo se diferenciaba del ser humano, en que carecía de ombligo; por cuyo motivo, cuando el indio sentía por la noche que alguien se acostaba en su hamaca, para saber si se trataba de un vivo o un muerto, tenía la costumbre de pasarle la mano por el abdomen.
Designaban con el nombre de Hupia el alma o espíritu de la persona muerta, en su forma incorporal o etérea. Mientras el ser humano vivía, su alma o espíritu recibía el nombre de Goei.
Celebraban ceremonias de carácter general e individual, en las que le ofrendaban frutos a sus muertos, sobre todo uno llamado bagá con los que llenaban las cestas o catauros que llevaban en procesión a los lugares de los enterramientos. Estos eran generalmente colectivos y las tumbas consistían en varias capas de tierra, caracoles, animales y armas simbólicas.
El «surgimiento» de la bahía de Jagua se cuenta en la oralidad9 de los antiguos lugareños. Un día, el apuesto Dios del Sol, Huion, creó al primer hombre llamado Hamao y a su vez la bella Maroya, diosa de la Luna, le dio vida a la primera mujer; Guanaroca. De la relación de estos primeros seres humanos nació el primogénito de nombre Imao. Al sentirse celoso de su hijo por el cariño profesado por su madre (es el primer reporte de este sentimiento negativo que existe), Hamao se llevó al niño para dejárlo morir por el calor y el hambre, y es la primera descripción de la muerte. Para que la madre no lo encontrase, escondió el pequeño cadáver en una güira, que se convirtió en ataúd, al colgarla en un árbol. A pesar de esto Guanaroca encontró la güira, pero se le fue de las manos y al romperse salieron tortugas, peces, diferentes criaturas y mucho líquido. Los peces crearon los ríos y las tortugas los islotes; la más grande se convirtió en la península de Majagua, que mucho tiempo después fue la elegida para ser la génesis de la nueva ciudad. Las lágrimas de la desconsolada madre dieron origen a la laguna que lleva su nombre.
A pesar de la desgracia y que la vida debía continuar, la pareja tuvo otro hijo, Caunao (Fig. 4). Al crecer y no tener compañera, la Luna creó a partir de una fruta a la segunda mujer, Jagua; y según Adrián del Valle: «…fue la que dictó leyes a los naturales, los pacíficos ciboneyes, la que les enseñó el arte de la pesca y de la caza, el cultivo de los campos, el canto, el baile y la manera de curar las enfermedades». Y después hay quién las subestima.
Aquella segunda mujer se llamó Jagua, palabra que significa riqueza, mina manantial, fuente y principio. Y con el nombre de Jagua también se designó el árbol de cuyo fruto había salido la mujer, y por cuyo hecho se le consideró sagrado.10
Fig. 4. Caonao con sus padres: Hamao y Guanaroca.
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Es significativa la importancia histórica y económica que resultó, sobre todo para los europeos, el descubrimiento del mal llamado Nuevo Mundo. Nadie quería ser descubierto, y al menos los indios del Caribe vivían muy bien, así como también los aztecas, incas y mayas. De este hecho nos cuenta López de Gómara:
Armó Cristóbal Colón tres carabelas en Palos de Moguer a costa de los Católicos Reyes, por virtud de las provisiones que para ello llevaba. Metió en ellas ciento veinte hombres, entre marineros y soldados. De la una hizo piloto a Martín Alonso Pinzón; de otra, a Francisco Martín Pinzón, con su hermano Vicente Yáñez Pinzón; y él fue por capitán y piloto de la flota en la mayor y mejor, y metió consigo a su hermano Bartolomé Colón, que también era diestro marinero. Partió de allí viernes 3 de agosto; pasó por la Gomera, una isla de las Canarias, donde tomó refresco. Desde allí, siguió la derrota que tenía por memoria, y a cabo de muchos días topó tanta yerba, que parecía prado, y que le puso gran temor, aunque no fue de peligro; y dicen que se volviera, sino por unos celajes que vio muy lejos, teniéndolos por certísima señal de haber tierra cerca de allí. Prosiguió su camino, y luego vio lumbre un marinero de Lepe y un Salcedo. A otro día siguiente, que fue 11 de octubre del año de 1492, dijo Rodrigo de Triana: «Tierra, tierra», a cuya tan dulce palabra acudieron todos a ver si decía verdad; y como la vieron, comenzaron el Te Deum laudamus,11 hincados de rodillas y llorando de placer. Hicieron señal a los otros compañeros para que se alegrasen y diesen gracias a Dios, que les había mostrado lo que tanto deseaban. Allí viérades los extremos de regocijo que suelen hacer marineros: unos besaban las manos a Colón, otros se le ofrecían por criados, y otros le pedían mercedes. La tierra que primero vieron fue Guanahaní, una de las islas Lucayos, que caen entre la Florida y Cuba, en la cual se tomó luego tierra, y la posesión de las Indias y Nuevo-Mundo, que Colón descubría por los Reyes de Castilla.12
Luego de la llegada del Almirante al nuevo continente (Fig. 5), en su segundo viaje (25 de septiembre de 1493-11 de junio de 1496) visitó la bahía de Jagua durante un bojeo por el sur de la Isla, donde se proveyó de comida y agua, aunque esto no lo certifica el escribano de la travesía Fernán Pérez de Luna, por lo que a ciencia cierta no está probado este hecho. Al igual que el marino genovés fueron muchos los que navegaron hasta este hermoso lugar como Sebastián de Ocampo en 1508, comparando su puerto con el de Carenas por lo bello y espacioso. Alfonso de Ojeda naufraga en 1510 y se refugia en el puerto por un tiempo y en 1512 llega Diego Velázquez que aprovechando su estancia en el lugar crea unos lavaderos de plata y oro por el río Arimao dejando esta impresión: «De manzanilla fuí al puerto de Jagua donde ahora estoy. Es puerto muy provechoso para los que vienen de tierra firme». Por esa fecha se estableció un joven español de nombre José Díaz en lo que ahora es Punta Gorda y antes llamado ese lugar Tureira. No se sabe de dónde vino pero fue bien acogido por los locales e incluso formó pareja con una bella india llamada Anagueia, dejando numerosa descendencia y en alto el buen nombre de la Península. Al igual que José Díaz, otro español, Lope, se estableció cerca de Tureira y de la misma manera que su compatriota formó una familia con una lugareña. El Adelantado de La Florida, Pánfilo de Narváez, la visito a principios de 1528, según Alvar Núñez Cabeza de Vaca, luego de invernar en la villa de Trinidad.
Fig. 5. Llegada de Colón a Cuba el 28 de octubre de 1492 por la desembocadura de un rio que llamó San Salvador, avistada el día anterior por Rodrigo de Triana. El Almirante llamó Juana a la tierra descubierta, que luego tomó el nombre de Fernandina, algunos cartógrafos la llamaron Isabela, hasta que prevaleció el de Cuba.
En su Brevísima relación de la destrucción de las Indias,13fray Bartolomé de las Casas, también conocido como el Apóstol de los Indios, relata las atrocidades cometidas por los conquistadores en la Isla. Un relato donde describe esta crueldad lo es la matanza de Caonao (1513)14 perpetrada por los hombres de Pánfilo de Narváez que luego del hecho le pregunta al capellán: «¿Qué parece a vuestra merced destos nuestros españoles qué han hecho?», a lo que le responde de las Casas: «Que os ofrezco a vos y a ellos al diablo».
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La bahía de Jagua por sus cualidades geográficas no pasó inadvertida a los temibles piratas y filibusteros que ya hacían de las suyas en las aguas del Caribe. En la cuarta década del siglo xvi establecieron una especie de base y al parecer por 1554 fue su huésped Jackes de Sores, al igual que Guillermo Bruce dos años después. Así las cosas, cuentan a los que le contaron que otros muchos fuera de la ley anduvieron por estos lares como Tomas Baskerville (1602); Juan Morgan y Alberto Girón (1604); Cornelio Foll (1628); Dolleys (1662) y Fraquisney en 1878.
Estos piratas y corsarios eran crueles e implacables y lo que querían o necesitaban era tomado a la fuerza sin importar cuánta sangre sería derramada. Ejemplo de ello son el holandés Lorenzo Graff que estuvo en la bahía en 1683 y el inglés Carlos Grant que se refugió en esta en 1702 luego de asaltar en el mar buques mercantes. En la obra titulada Memoria del artillero José María Cienfuegos Jovellanos. (1763-1825) se dice sobre ellos que:
Las tripulaciones de los corsarios estaban formadas por gentes de la más ínfima condición; licenciados y evadidos de los presidios, ladrones profesionales, desertores de los ejércitos regulares, esclavos, contrabandistas, negreros y toda clase de forajidos y asesinos comunes, en potencia o en impunidad. Y no se limitan a buscar presas en alta mar, sino que dando pruebas de la más descarada osadía, también lo hacen en tierra, desembarcando al saqueo en puertos y ensenadas. […]15
La tradición oral también se encargó de recoger historias relacionadas con los piratas, como una de amor donde los protagonistas son la bella Azurina y el ya mencionado Guillermo Bruce. Un día se aparece un pirata desconocido en casa de José Díaz, primer poblador hispano de la zona de Jagua, trayéndole una joven embarazada y la encomendó a su protección y cuidado. La muchacha pare una bella niña pero no sobrevive al parto por lo que el insular cuidó y educó a Azurina, nombre con el que la bautizó. Cuando ya tenía quince años, una buena mañana desembarca en la playa en que esta se encontraba un apuesto joven que no era otro que el temido Guillermo Bruce (Fig. 6). Al mirarse, en ambos nació un gran amor y el corsario pidió su mano a su protector. José, que poseía firmes valores, contó la historia de la muchacha y díjole al pretendiente que no tenía el derecho de conceder su mano a nadie pues no era su verdadero padre. Los amantes acataron la decisión del anciano y se separaron. La melancolía y la tristeza se apoderaron de la joven y tiempo después, con algunos rasgos de locura heredados de su madre, entró en las aguas de la bahía pensando oír la voz de su amado, apareciendo su cuerpo horas más tarde en la orilla.16
Fig. 6. Así debió lucir el temido Guillermo Bruce.
Ya en funciones, el castillo de Nuestra Señora de los Ángeles, del cual hablaremos detalladamente más adelante, fue testigo de lo que parece fue la última incursión de los piratas en la zona de Jagua, siendo asediada su guarnición durante ocho días por una escuadra de tres bergantines e igual número de goletas piratas, sin lograr su objetivo. O eran muy corajudos los defensores, o sabían que no la iban a pasar bien si eran vencidos. Esta batalla sucedía en 1818, un año antes de que De Clouet fundara la colonia Fernandina de Jagua.
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Desde fecha tan temprana como 1560 la zona de la bahía de Jagua (Fig. 7) comienza a recibir sus primeros colonos que al ver que existía poco oro, cambiaron sus actividades por otras, sobre todo la ganadería, y más tarde, el tabaco. Vivían en bohíos y no eran muchos.
Fig. 7. Carta náutica que aparece en el folio 3v del atlas datado ca. 1560 y atribuido al portugués Bartolomé Velho (n.? † 1568). Se observa con claridad la bahía de Jagua identificada con el topónimo Xagua. Cortesía de Henry E. Huntington Library and Art Gallery, San Merino, California.