Del paraíso ultramarino al infierno colonial - Malena López Palmero - E-Book

Del paraíso ultramarino al infierno colonial E-Book

Malena López Palmero

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Esta historia sobre la temprana colonización de Virginia (siglos XVI-XVII) describe la evolución de estos territorios desde su concepción como un nuevo paraíso ultramarino, poniendo en relación las expectativas imperiales y la dinámica histórica del primer asentamiento inglés en el espacio norteamericano, hasta su transformación en un infierno colonial a causa de la resistencia de los nativos. Se analizan aquí la importancia de la literatura de viajes como motor de la expansión ultramarina inglesa, la construcción de representaciones (textuales y visuales) sobre la otredad indígena y el impacto cultural de la experiencia americana en la metrópoli, especialmente por la formulación de desarrollos intelectuales y literarios de alcance universal. Asimismo, el énfasis en la dimensión del conflicto interétnico revela una trama de debilidad, frustración, autoritarismo y violencia colonial, que se proyectó descarnadamente contra los indígenas –tal como evidencia la historia de Pocahontas– y también contra los colonos de común condición, que vieron ahogados sus sueños de emancipación en el Nuevo Mundo.

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BIBLIOTECA JAVIER COY D’ESTUDIS NORD-AMERICANS

http://puv.uv.es/biblioteca-javier-coy-destudis-nord-americans.html

DIRECTORA

Carme Manuel(Universitat de València)

Del paraíso ultramarino al infierno colonial: Virginia (siglos XVI-XVII)© Malena López Palmero

Reservados todos los derechos

Prohibida su reproducción total o parcial

ISBN: 978-84-1118-128-0 (papel)

ISBN: 978-84-1118-129-7 (ePub)

ISBN: 978-84-1118-130-3 (PDF)

Imagen de la cubierta: Poblado indio de Pomeiooc de Théodore de Bry, 1590

Diseño de la cubierta: Celso Hernández de la Figuera

Publicacions de la Universitat de València

http://puv.uv.es

[email protected]

Edición digital

A la memoria de Rogelio C. Paredes

Índice

INTRODUCCIÓN

CAPÍTULO 1

La presencia inglesa en América a través de los libros

CAPÍTULO 2

De la virtud a la barbarie: la otredad americana en los orígenes de la colonización de Virginia

CAPÍTULO 3

Los ecos visuales de la frustrada colonización de Roanoke: John White y Théodore de Bry

CAPÍTULO 4

De Virginia al lenguaje universal: el discurso colonial de Thomas Hariot

CAPÍTULO 5

Semblanzas de un naufragio en La tempestad, de William Shakespeare

CAPÍTULO 6

Crisis, conflicto y guerra: el infierno colonial

CAPÍTULO 7

Pocahontas entre dos mundos: el derrotero de la colonización

REFLEXIONES FINALES

BIBLIOGRAFÍA

Agradecimientos

Este libro es producto de un largo recorrido académico, que comienza con mi tesis doctoral (Universidad de Buenos Aires, 2014) y que involucra a muchas personas que me ayudaron durante el proceso. Agradezco a los jurados de la tesis, José Emilio Burucúa, Nicolás Kwiatkowski y Juan Pablo Bubello, cuyas brillantes lecturas he intentado reflejar en este trabajo. A María Juliana Gandini y Carolina Martínez por el trabajo conjunto (pasado, presente y futuro) en investigación y docencia. A Marta Penhos, Inés Regueira, Pablo A. Pozzi, Claudio S. Ingerflom, Marisa L. Pineau, Verónica Williams, Myriam Tarragó, Marcelo F. Figueroa, María Luz González Mezquita, Jean-Frédéric Schaub, Manuel Herrero Sánchez, Paula Hoyos Hattori, Facundo García, René Lommez Gomes, Lía Gramegna, Gloria Ossoinak, mi familia y amigos, por su colaboración, acompañamiento y entusiasmo. A Cristian A. Dente por la felicidad de la vida compartida. A la Universidad de Buenos Aires y la Universidad Nacional de San Martín por el fomento a la investigación a través de programas, becas y subsidios. Las licencias de las imágenes del Museo Británico de Londres han sido financiadas por el proyecto UBACyT “Historia Atlántica. Conexiones entre África, América y Europa (siglos XVI a XVIII)”, dirigido por Marisa L. Pineau. Una mención especial merece Carme Manuel, directora de la Biblioteca Javier Coy d’estudis nord-americans de la Universitat de València, por su sabia, diligente y sobre todo paciente labor editorial. Le dedico este libro a la memoria de mi querido maestro Rogelio C. Paredes, por su guía, que no cesa.

Introducción

Este libro sobre la historia de la temprana colonización de Virginia traza un recorrido que va desde el paraíso ultramarino al infierno colonial, estructurado en la relación entre las expectativas imperiales y la dinámica histórica del primer asentamiento inglés en América. Durante este proceso, transcurrido entre fines del siglo XVI y principios del XVII, el proyecto colonial inglés en América estuvo al vilo del fracaso. Un primer intento de asentamiento, en Roanoke (1585-1590), fue abandonado, y aquel que prosperó, en Jamestown (1607-1624), lo hizo a costa de grandes dificultades, que amenazaron la continuidad de la colonia durante al menos dos décadas.

Las ambiciones coloniales inglesas se gestaron en la segunda mitad del siglo XVI, influidas por la actividad privada de contrabandistas, piratas y merodeadores de los contornos de América. La búsqueda de un paso naval al norte del continente americano para favorecer las navegaciones comerciales con Oriente fomentó tanto la producción intelectual como las empresas de exploración. La primera, con tres viajes a cargo de Martin Frobisher a la bahía de Baffin, a finales de la década de 1570, fracasó. Lo mismo ocurrió luego con el intento en Newfoundland [Terranova] de sir Humphrey Gilbert, quien obtuvo una cédula real que le concedía “plena libertad y licencia (…) para descubrir e inspeccionar aquellas remotas, paganas y bárbaras tierras, países y territorios no poseídos a la fecha por ningún príncipe cristiano”. Esta licencia equivalía a la concesión individual de territorios, “de todas las materias primas y regalías, sean de tierra o de mar”, para quienes viajaran para “habitar o permanecer, construir y fortificar a discreción”. El programa de expansión sobre territorios no ocupados por las coronas de España y Portugal delegaba en manos privadas atribuciones como las de “castigar, perdonar y gobernar según su buen criterio y políticas”.1 Si bien el intento de Gilbert fracasó, fue puntapié para otros proyectos de asentamiento permanente en América.

En marzo de 1584, Walter Raleigh, medio hermano de Gilbert y con muy buenas conexiones personales en la corte, obtuvo la cédula de colonización tras la desaparición de este último en altamar. Al mes siguiente, Raleigh envió una expedición con dos barcos a modo de reconocimiento del territorio, comandados por los capitanes Philip Amadas y Arthur Barlowe. Este último escribió un informe que describía a la región de Roanoke, en la costa del actual estado de Carolina del Norte, como la tierra “más abundante, placentera, fructífera y saludable de todo el mundo”. Sobre sus habitantes, afirmó que eran gente “gentil, amorosa y confiable, desprovista de toda argucia y traición, del modo en que vivían en la Edad de Oro”.2 Barlowe también aportó testimonios vivientes, al transportar a Inglaterra a dos nativos en su viaje de regreso: “trajimos también a casa a dos de los salvajes, hombres saludables, cuyos nombres eran Wanchese y Manteo”.3 Una vez en Londres, estos se convirtieron en involuntarios promotores de la empresa de Raleigh, al ser presentados ante la reina primero, junto a algunas pieles y perlas, y luego ante el Parlamento, para favorecer la ratificación de la patente de colonización.4

Con el propósito de establecerse en Roanoke, en abril de 1585 zarpó desde Plymouth la flota de Raleigh compuesta por siete navíos y 600 hombres5 al mando de sir Richard Grenville, un primo lejano de Raleigh y camarada suyo en el Parlamento y en las campañas de colonización de Irlanda. Ralph Lane, el gobernador designado, también era veterano de guerra en la isla vecina. John White y Thomas Hariot fueron comisionados para elaborar los registros, visuales y escritos respectivamente, sobre la tierra y sus habitantes.

A finales de junio de 1585 arribaron tres de los barcos (los restantes se vieron envueltos en batallas navales en el Caribe o perdieron su rumbo) a Roanoke, según su topónimo local, o Wingandacoa, según lo llamaban sus habitantes por la máxima autoridad, Wingina.6 La geografía costera resultó indómita para la navegación7 a causa de sus aguas poco profundas, las cuales se cubren del océano por las islas encadenadas que conforman los bancos exteriores (Outer Banks). Allí encalló el buque insignia Tiger en su primera incursión, echándose a perder buena parte de las reservas de alimentos de la compañía. Lane relató el arduo trabajo empeñado en desencallar el barco, “con gran ruina de nuestras provisiones, [aunque] nosotros salvados y nuestro noble barco también”.8

La fundación del fuerte se hizo precisamente en la isla de Roanoke (en su parte noroccidental), sede de residencia de Wingina, y aparentemente bajo su consentimiento, logrado con la mediación de Manteo. Una vez instalada la compañía, a partir de agosto, los barcos fueron partiendo a Inglaterra en busca de refuerzos. El reparado Tiger al mando de Grenville confiscó, en las inmediaciones de Bermudas, a un barco español cargado de mercaderías valiosas, las cuales, aseguró el capitán, amortizaron el costo del viaje.9 En Roanoke quedó Lane al mando de 107 hombres, entre militares de rango, soldados, hombres de oficio y algunos sirvientes.10 Siguiendo las instrucciones de Raleigh, en el plazo de un mes construyeron un fuerte pentangular delimitado por una fosa exterior “para prevenir la invasión de los españoles”.11

Durante los once meses que duró el experimento colonial en Roanoke, la escasez de alimentos fue la principal amenaza para la supervivencia, debido a factores de diversa índole: la falta de hombres para el cultivo y la inadecuación de las técnicas en el nuevo suelo, una errada percepción del clima que subestimó los intensos fríos de la región,12 el accidente del Tiger que echó a perder las reservas y, por sobre todo, una confianza excesiva en la posibilidad de obtener provisiones de los indígenas por vía del intercambio. Esta dependencia se pone de manifiesto en las memorias de Thomas Hariot, quien reconoció la “falta de medios ingleses para la captura de bestias, peces y aves de caza, que conseguimos solo con la ayuda de los habitantes y sus medios”.13 También fallaron las predicciones respecto de las actividades extractivas con fines comercializables, cuyos beneficios, se pensaba, cubrirían todo tipo de necesidades de consumo.14

Aquella lógica mercantil de los colonos pasó de propiciar los primeros encuentros con las comunidades, que manifestaban su amistad mediante el intercambio de presentes, a imponerse por la violencia, cuando el invierno y la presión por los recursos afectaron el abastecimiento del fuerte. En consecuencia, los ingleses atacaron poblados: robaron, incendiaron, mataron. Wingina abandonó la isla de Roanoke para evitar el contacto destructivo con los invasores y ordenó lo mismo a las comunidades subordinadas, obliterando así toda posibilidad de aprovisionamiento de los ingleses, ya sea por vía del intercambio o del saqueo. Lane respondió a esta resistencia pasiva con un ominoso despliegue militar: se dirigió con un grupo de soldados hasta la nueva residencia de Wingina y allí lo hizo matar, junto con siete u ocho de sus principales consejeros.

Desde entonces, los colonos, acorralados por el hambre y la guerra, intentaron trasladar el fuerte a la bahía de Chesapeake. Pero la llegada inesperada de la flota de Francis Drake torció el destino de la colonia, al embarcar en su viaje de regreso a Londres a la compañía en su totalidad, en el verano de 1586. John White intentó recuperar el establecimiento un año más tarde, pero aquel frente de guerra con los nativos fue imposible de revertir, pese a la fútil designación de Manteo como “señor de Croatan” al servicio de la corona inglesa. La compañía compuesta por un centenar de hombres, mujeres y niños sucumbió a la espera de refuerzos y su suerte se desconoce, dejando intrigantes indicios de muerte, traslado y mestizaje. Con la colonia perdida de Roanoke se agotaron los esfuerzos colonizadores de la época isabelina, mientras se desarrollaron en buen grado las actividades de piratería, atizadas por un contexto bélico que habilitaba la obtención de preciados botines, en especial si se lograba capturar a los galeones que transportaban el metálico americano hacia España.15

Veinte años después, bajo el reinado de Jacobo I (1603-1625) y finalizada la guerra con España, la colonización recobró un renovado impulso. En abril de 1606 la corona expidió cédulas de colonización de Virginia a dos compañías de inversores, a las cuales se les concedía derechos de exploración, comercio y establecimiento en una extensa franja territorial que alcanzaba desde los 34 a los 45 grados de latitud norte, lo que hoy equivale al territorio que va desde Cape Fear, al sur de Carolina del Norte, hasta el estado de Maine. Una de las compañías, con sede en Plymouth, tendría a cargo la porción septentrional, luego llamada Nueva Inglaterra (1614), de este vasto territorio considerado como Virginia. La otra compañía, con sede en Londres, ocuparía la región sur.

A principios de 1607, la Compañía de Virginia de Londres envió un contingente de 105 colonos en tres barcos comandados por el capitán Christopher Newport, el capitán Bartholomew Gosnold y el capitán John Ratcliffe rumbo a la bahía de Chesapeake. Esta región auguraba mejores posibilidades para el asentamiento, ya sea por sus puertos naturales, la fertilidad de su suelo o la proximidad con importantes tribus indígenas a las que consideraban amistosas, lo cual posibilitaría el abastecimiento por vía del intercambio. A finales de abril, la flota al mando del capitán Newport ingresó en la bahía de Chesapeake por el río Powhatan, al que renombraron James en honor al rey, y a mediados de mayo fundó el “pueblo de James” o Jamestown. Para 1607, Tsenacommacah, la confederación compuesta por treinta tribus gobernada por Powhatan (Wahunsenacah), contaba con una población de entre 13.000 y 14.000 personas, extendida en un territorio de aproximadamente 16.500 kilómetros cuadrados.16

Allí las condiciones para la supervivencia de los ingleses no fueron mejores de lo que habían sido en Roanoke. Los colonos tuvieron serias dificultades para conseguir alimentos, fueron víctimas de ataques indígenas y contrajeron enfermedades mortales, muchas asociadas al hambre y a la salobridad del agua, que provocaba una suerte de envenenamiento. Para enero de 1608 solo permanecían con vida 38 de los 105 pioneros.17 Todo ello desató una crisis de autoridad en el fuerte que implicó reajustes en el liderazgo. Un miembro del consejo, el capitán John Smith, fue tomado prisionero mientras hacía un viaje de reconocimiento por el río Chickahominy. Su liberación supuso un principio de acuerdo político y comercial con Powhatan, que aunque inestable, frágil e incomprendido, dio cierta estabilidad al asentamiento a partir del aprovisionamiento de alimentos a cambio de objetos metálicos. Pocahontas fungió como emisaria de su padre Powhatan en las negociaciones con el fuerte que, según reportaban sus moradores, concedían demasiados artículos, entre objetos de cobre, espadas y armas de fuego, por muy poco grano.

Smith asumió la presidencia del consejo en septiembre de 1608 e impuso un régimen autoritario para mantener el orden interno y otro hostil para tratar con los indígenas. Una ceremonia para convertir a Powhatan en súbdito de la corona no tuvo ningún efecto en la relación de fuerzas de aquella frontera indómita. La escalada de conflictos pronto desató una guerra con la confederación powhatan y cuando volvió a Inglaterra, un año después, la colonia zozobraba entre el hambre, las enfermedades y la guerra con los habitantes locales. Unos años más tarde, Pocahontas volvería al centro de la escena a partir de su secuestro, conversión y admisión en la sociedad colonial. Así pretendían los ingleses disuadir ataques indígenas y aprovisionarse del grano, pero las hostilidades no cesaron y mucho menos se mezclaron las culturas.

Dado que los refuerzos arribaban muy esporádicamente y eran insuficientes para resolver la crisis de supervivencia de los colonos, en 1609 la Compañía de Virginia consiguió una nueva cédula de colonización. Esta le concedía mayores atribuciones a los “aventureros”, como llamaban a los accionistas de la Compañía, en tanto accedieron a una mayor representatividad en el Consejo de Virginia de Londres e impusieron un orden colonial más estricto, a partir de la designación de un gobernador con autoridad “absoluta” y la sanción de una ley marcial. A pesar de la determinación de la corporación por reestructurar la colonia, la coyuntura se impuso a la planificación. A fines de julio de 1609 naufragó el Sea Adventure, la embarcación que transportaba a las nuevas autoridades coloniales, encabezadas por el gobernador Thomas Gates, en las costas de las Islas Bermudas. Aunque no hubo víctimas fatales, el naufragio desató la rebelión de los colonos en el archipiélago, crisis que Gates no logró resolver ni siquiera después de consumar su viaje a Jamestown, en mayo de 1610. Al momento de su llegada, solo quedaban 60 sobrevivientes en el fuerte.

Después de un lustro de penurias, gobernadores déspotas y sucesivos arribos de hombres y refuerzos, la colonia logró cierta estabilidad. En 1611 se instauró un establecimiento permanente en Kecoughtan (Elizabeth City), sobre la desembocadura del James, y en Henrico, en la cabecera del mismo río.18 Para 1612, los colonos ya producían su propio maíz, mientras recibían cada año nuevos contingentes de hombres que compensaban con creces las cifras de muertes a causa de las enfermedades. Pero lo que era más alentador, se habían lanzado al cultivo del tabaco para comercializar en Europa.

Este proceso se dio en el marco de una abierta confrontación entre colonos e indígenas. Como el éxito de la colonia dependía de la ocupación del territorio y la consecuente expulsión de los nativos, en marzo de 1622 estos terminaron por organizar un golpe contra los nuevos asentamientos, de lo que resultó un saldo total de 347 muertos, cifra equivalente a más de un cuarto de la población blanca total. Desde entonces, la vida de la colonia pendió de sus posibilidades de defensa y el avance agresivo sobre el territorio. En 1624, año que cierra el marco temporal de este trabajo, la Compañía de Virginia se declaró en bancarrota y la colonia pasó a jurisdicción de la corona.19 Ya los sueños de conquista habían sido abandonados y reemplazados completamente por prácticas de ocupación y exterminio.

Tanto en Roanoke como en Jamestown la resistencia de los habitantes autóctonos fue decisiva en el desarrollo histórico de la colonia, por lo que el análisis atiende especialmente a la dimensión del contacto y conflicto interétnicos, poniendo de relieve la agencia de los nativos. Ello implica tomar distancia de los estudios hegemónicos, que los presentan como actores pasivos o víctimas del proceso de colonización. Por el contrario, se indaga en sus lógicas de negociación y guerra, que incluso los testimonios de los ingleses son capaces de develar. La hipótesis que hilvana este libro es que la dinámica del contacto, con su escalada de conflictos, habría determinado el curso histórico de la colonización, a la vez que habría impuesto la representación del “salvaje” como contracara, o evidencia involuntaria, de la impotencia en el ejercicio del dominio sobre esas comunidades.

La historia de la temprana colonización de Virginia se presenta en este libro como un mosaico de temas y problemas de análisis, los cuales configuran esa trama que recorre desde lo paradisíaco a lo infernal y que involucra lecturas y abordajes específicos, desplegados en cada capítulo. Sin embargo, comparte una visión de conjunto descentrada en cuanto a la incidencia histórica de Occidente sobre el mundo americano, crítica respecto de la información volcada en los documentos, y enfocada particularmente en las representaciones contenidas en ellos. Este abordaje propicia el despliegue de vectores de análisis hacia los contextos sociales, políticos y culturales imprescindibles, la agencia de los principales actores históricos del proceso y, no menos importante, la incidencia de la contingencia como articuladora de experiencias que afectan el proyecto de instalación colonial. El fortuito auxilio de Drake a los hambreados colonos de Roanoke en 1586 o el naufragio de la elite colonial en el archipiélago de Bermudas en 1609 son dos casos de interés, puesto que el primero favoreció el abandono del emplazamiento y el segundo supuso una crisis de autoridad que sacudió los cimientos políticos sobre los que se había formulado el poder colonial.

La relación entre expectativas y experiencias durante los orígenes de la colonización de Virginia fue permanente, fluida, pregnante para nuevos desarrollos intelectuales, mayormente contradictoria en la práctica. Las ambiciones coloniales se gestaron en un contexto de amplia circulación de relatos de viajes, cuyas intervenciones editoriales (selección, traducción, organización en obras de compilación, entre otras) terminaron por configurar un verdadero programa imperial inglés. Esa dimensión performativa de la literatura de viajes es analizada en el capítulo 1, el cual aborda, desde la historia cultural, el modo en que Inglaterra desembarca en América, primeramente, a través de los libros.

Fig.1. Mapa de Virginia con la distribución de los grupos tribales de Frank G. Speck, “Map of Eastern Virginia and North Carolina” (1924, p. 189)

El capítulo 2 aborda la historia de la colonización de Virginia tomando otro lente de la historia cultural: la representación sobre la condición del indígena. Allí se presenta un juego de correspondencias que será retomado a lo largo del trabajo: los indígenas “virtuosos” del programa colonial, en una etapa muy preliminar, y aquellos “salvajes” de la experiencia prolongada de contacto. Así, el curso de la colonización sigue en buena medida el recorrido que va desde la dimensión prospectiva de las ambiciones coloniales y las “etnografías implícitas”20 hasta la dimensión experiencial, en la que el conflicto interétnico termina por moldear una imagen denostativa del nativo y de un tipo de colonización sin mestizaje posible.

En la construcción de una imagen idílica del indígena sobresale la serie de documentos visuales de John White y Théodore de Bry, cuyo análisis ocupa el capítulo 3. Las acuarelas elaboradas por White en Roanoke entre 1585 y 1586 migraron al impreso a través de los grabados de de Bry para su prestigiosa colección de relatos de viaje, Americae (1590-1634). A partir de entonces, los motivos de White pasarán a conformar el corpus de la denominada Leyenda Negra, se convertirán en perdurables arquetipos del habitante natural de Virginia y, a través de sus viajes por diversos impresos, serán semblanza de indígenas de otras porciones del continente americano. El volumen de de Bry (1590) también refleja un aspecto más opaco del proceso de colonización: el impacto de la experiencia americana en la propia identidad de los europeos. El caso de los antiguos pictos y británicos, incluidos por de Bry como epílogo visual de su volumen sobre Virginia, pone de manifiesto una relectura de la historia británica en función de su proyección imperial, lo que supone una reevaluación de la propia identidad.

El capítulo 4 pone el foco en el Brief and True Report of the New Found Land of Virginia (1588) de Thomas Hariot, un texto canónico de la temprana colonización de Virginia y, precisamente, el que fue reeditado con imágenes por de Bry. El análisis de este texto, escrito por una de las mentes más brillantes de la época, devela los fundamentos del discurso del dominio, sus lógicas y estrategias, basadas en las observaciones “de la naturaleza y costumbres de la gente”. El interés por codificar la lengua algonquina llevó a Hariot a elaborar un alfabeto con una nueva simbología, capaz de expresar todas las lenguas posibles. Esa búsqueda de un lenguaje universal, derivada de su experiencia directa con habitantes nativos, termina por fraguar una renovación científica que, una vez más, revela el impacto de América en Europa.

Si el viaje ultramarino fue una circunstancia excepcional para transformar trayectorias e identidades, ello se expresa con toda riqueza en La tempestad, de William Shakespeare (1611). El viaje hace posible a Próspero recuperar “su ducado en una pobre islita; nosotros a nosotros mismos cuando nadie era sí mismo”.21 Esa proyección redentora del viaje, en la que sucumben la corrupción y alienación del Viejo Mundo frente a la incitante posibilidad de transformación en el Nuevo, se inspira en un viaje real: el naufragio del Sea Adventure, con destino a Virginia, en el archipiélago de Bermudas, en 1609. El capítulo 5 analiza las semblanzas del naufragio en La tempestad, cuya trama de la conmoción por el cambio constituye uno de los efectos más trascendentes de la temprana experiencia colonial.

El capítulo 6 indaga en un aspecto elusivo para la historiografía tradicional y que pivota sobre el conflicto. Las crisis de abastecimiento y de autoridad, junto con la guerra con los indígenas, terminaron por configurar un verdadero infierno colonial. Aquel paraíso ultramarino presentado por Hariot y White es contrastado con la evidencia documental, que permite sostener que la violencia desatada contra las comunidades locales provocó la derrota (antes que el abandono) del proyecto colonial en Roanoke. La lectura a contrapelo de las fuentes permite detectar la agencia de los nativos y sugerir una posición preeminente en la relación de fuerzas durante los primeros años de Jamestown. Asimismo, pone de relieve el despliegue de lógicas y prácticas de guerra como reacción ante la impotencia por no ejercer un dominio sobre las poblaciones locales.

Esta interpretación aplica al estudio de aquella figura icónica de la colonización que fue Pocahontas. En el capítulo 7 se restituye al personaje a su dimensión histórica, a partir de lo cual es posible trazar el derrotero de la colonización de Virginia: las lógicas y prácticas de resistencia de los algonquinos, incluyendo aquellas pacíficas de intercambio, el secuestro y posterior incorporación de la joven a la vida colonial, y el viaje a Londres como catalizador de las ansiedades imperiales.

Como se deduce de los contenidos de este libro, se trata de una exploración sobre la temprana colonización de Virginia que articula la trama histórica del establecimiento y el contacto interétnico con el impacto que tuvo en el ámbito cultural del Viejo Mundo. Es decir, pone a la historia de los orígenes de Virginia en diálogo con la construcción de nuevas capas de sentido a lo largo del tiempo y con los diferentes dispositivos de representación de la temprana modernidad.

Este abordaje se hace posible gracias a la riqueza documental, en términos cuantitativos y cualitativos y, sobre todo, se nutre de un período histórico, el de los grandes viajes de descubrimiento y colonización de porciones del globo desconocidas, en el que todas las opciones parecían posibles. Los viajeros y agentes metropolitanos se arriesgaron a catástrofes navales, ataques de potencias rivales (en altamar o en los precarios asentamientos), altísimas tasas de mortalidad por hambre y enfermedades, guerra con los indígenas, deserción y abandono. Estos flagelos, con distintas incidencias e intensidades según el caso, habían impedido los intentos de ocupación de América del Norte del siglo XVI de españoles, franceses e ingleses.

Sin embargo, en estos últimos prevalecieron las expectativas comunes, sintetizadas por Rogelio C. Paredes como las de “aumentar la gloria del soberano, extender las fronteras del reino, incrementar el número de cristianos, disponer de nuevas materias primas y mayor cantidad de metales preciosos a través de las conquistas de ultramar”.22 A ello se agregaba la ilusión por adquirir libertades impensadas en sus sociedades de origen. Estas ambiciones y la necesidad instrumental de conocer a esa otredad inusitada, de traducirla, crearon un ambiente excepcional para la profusión de escritos con un elevado grado de reflexión respecto de las tradiciones culturales, ahora confrontadas con las nuevas informaciones y saberes adquiridos de la experiencia y la observación del testigo. Pero además, en el caso de Virginia, la inestabilidad endémica del asentamiento, que hacía pendular el proyecto entre la gloria y la zozobra, la extensión de la cristiandad o la guerra contra el infiel americano, incitaron una cantidad de impresos ligados a la promoción de la empresa colonial.

El análisis de este copioso y diverso conjunto de fuentes en relación con sus contextos de producción y circulación constituye el núcleo del trabajo. Los textos e imágenes relativos a las experiencias de colonización de Roanoke y Jamestown tienen sus reverberaciones en sermones, poemas, piezas teatrales, cartas particulares, retratos. Son ecos de la experiencia directa, pero a la vez piezas de propaganda o expresiones, a menudo ambiguas, de la turbación por aquellos “otros” americanos sometidos a la violencia y al despojo en favor de la gloria imperial.

El relevo de las fuentes supuso distintas instancias en la investigación y, por lo tanto, en el acceso a los materiales. Desde ediciones digitalizadas y compilaciones disponibles en la biblioteca del Museo Etnográfico de Buenos Aires, en un inicio, a impresos originales consultados durante estancias de investigación en España, Francia y Estados Unidos. Con la intención de acercarlas a lectores hispanoparlantes, se han traducido para este trabajo casi todos los pasajes citados del corpus documental. Las traducciones procuran mantener el registro original, con sus reiteraciones y giros retóricos típicos de la época, aunque adaptadas a la puntuación y ortografía castellanas actuales.

En relación con la terminología nativa, se toman los nombres y categorías tal como aparecen en los documentos y como se han consolidado en el lenguaje académico. Powhatan se toma como nombre propio cuando, en rigor, responde a la comunidad de origen de esta figura. El cronista William Strachey reportó que “su verdadero nombre, que usaban para saludarlo (a él en presencia) era Wahunsenacawh”.23 También allí aparecen referencias al powhatan en calidad de máxima autoridad, frecuentemente traducido como “emperador” o “gran rey”, aunque para ello se registró el término local específico: mamanatowick.24 Los testimonios hacen un uso extendido del término werowance, aplicable a jefe tribal (weroancqua en femenino). Tsenacommacah era como los nativos llamaban a su territorio.

En la escritura de términos algonquinos se acentúa todavía más el carácter móvil de la ortografía del inglés isabelino, por lo que una misma palabra puede aparecer de formas muy diversas en los documentos. Lo mismo ocurre en nombres propios con ortografía ambigua, para lo cual se toma el uso más corriente en la época, como es el caso de [Thomas] Hariot (Harriot, Herriot).

Cada capítulo mantiene sus notas al pie comenzando desde el número 1, con la referencia bibliográfica completa, independientemente de su eventual inclusión en capítulos anteriores. De ese modo, se intenta favorecer la lectura no necesariamente completa o secuenciada de los capítulos, conforme a la curiosidad o interés del lector.

1 “Letters Patent to Sir Humphrey Gilbert” (11 de junio de 1578), en David B. Quinn (ed.), The Voyages and Colonizing Enterprises of Sir Humphrey Gilbert (2 vols.), London, Hakluyt Society (I: 188-194), pp. 188, 190.

2 [Arthur Barlowe], “The first voyage made to the coasts of America…”, en Richard Hakluyt (ed.), The Principal Navigations, Voyages, Trafiques and Dicoveries of the English Nation (12 vols.), Glasgow, James MacLehose and Sons, 1904 (VIII: 297-318), pp. 304-305.

3 Ibid, p. 310. La noticia del arribo de los nativos fue divulgada por Rafael Holinshed en sus Crónicas de 1587, cuando al referirse al viaje de Amadis (sic) y Barlowe, agregó que “trajeron con ellos a dos salvajes de aquel país, con varias otras cosas”. Raphael Holinshed, “Chronicles, III” (1587), en David B. Quinn (ed.), The Roanoke Voyages, 1584-1590 (2 vols.), New York, Dover Publications, 1991 [1955] (I: 90-91), p. 91.

4 La renovada cédula acreditaba que “ciertos hombres nacidos en aquellas partes fueron traídos a nuestro reino de Inglaterra, cuyos súbditos de su majestad fueron enviados allí por los medios y dirección del mencionado Walter Raleigh, [gracias a lo cual] singulares y grandes artículos de esa tierra son revelados y siendo conocidos por nosotros”. “Bill to Confirm Raleigh’s Patent”, ibid (I: 126-129), p. 127. “Para noviembre de 1584 Raleigh integraba el Parlamento, lo cual hace plausible su responsabilidad en el bosquejo de la cédula”. H. C. Porter, The Inconstant Savage. England and the North American Indian, 1500-1660, London, Duckworth, 1979, p. 229.

5 La flota, que zarpó el 9 de abril de 1585 desde Plymouth, estaba compuesta por 5 barcos y 2 pinazas. El Tiger, provisto por la reina y comandado por Grenville, llevaba 160 hombres. Ralph Lane, “Reminiscences of the 1585 expedition. 7 January 1592”, en Quinn (ed.), Roanoke Voyages…, op. cit. (I: 228-231), p. 228. Raleigh proveyó dos barcos, el Roebuck y el Dorothy, más las pinazas, mientras que Thomas Cavendish aportó su Elizabeth. El barco restante, el Lion, habría pertenecido parcialmente a su capitán George Raymond. Ibid, p. 121.

6 Barlowe señaló que el nombre del “país” era Wingandacoa y “ahora, por su Majestad, Virginia”. Barlowe, “The first voyage…”, ibid, p. 300. La patente de Raleigh consigna sus privilegios sobre “una tierra llamada Wyngandacoia”. “Bill to confirm…”, ibid, p. 127. En su History of the World (1614), sir Walter Raleigh expuso que “cuando alguno de mis hombres preguntó el nombre de ese país, uno de los salvajes contestó Wingandacon, lo que significa que viste buenas o vistosas ropas”. “Raleigh on the naming of ‘Wingandacon’”. Ibid (I: 116-117), p. 117.

7 A la falta de profundidad se le agregan otros dos peligros a esta zona costera, que la hacen merecedora del poco feliz apodo “cementerio del Atlántico” por ser sede de una enorme cantidad de naufragios. Dirk Frankerberg, The Nature of the Outer Bank, Chapel Hill, University of North Carolina Press, 2012, p. 18. La zona es vulnerable a los huracanes y además atrae dos corrientes oceánicas opuestas, la del Labrador y la del Golfo, provocando oleajes bravíos y la atracción de los barcos hacia la costa.

8 “Ralph Lane to Sir Francis Walsingham”, en Quinn (ed.), Roanoke Voyages…, op. cit. (I: 199-204), p. 201. Raphael Holinshed, el célebre cronista de la Inglaterra isabelina, detalló que “el agua salada entró tan copiosamente dentro suyo [del Tiger] que la mayor parte de su grano, sal, harina, arroz, bizcocho y otras provisiones, que debió haber quedado en el país, se echó a perder”. “The Holinshed account of the 1585 expedition”. Ibid (I: 173-178), p. 177.

9 Las mercaderías del Santa María, llevado por Grenville a Inglaterra, fueron “suficientes para responder los cargos de cada aventurero (…) [más] cierta ganancia”. “Sir Richard Grenville to Sir Francis Walsingham” (29 de octubre de 1585), ibid (I: 218-220), p. 220.

10 “The names of Lane’s colonists”, ibid (I: 194-197).

11 “Anonymous notes for the guidance of Raleigh and Cavendish”, ibid (I: 130-139), p. 130.

12 En la época se creía que la latitud determinaba condiciones climáticas homogéneas en todo el globo, por lo que los ingleses esperaban en Virginia los mismos atributos naturales del sur de España. Cabe agregar la incidencia de la “pequeña edad del hielo” (de mayor intensidad entre 1550-1700) y la especificidad de la región, cuyo clima está gobernado por masas de aire provenientes del continente y no del mar, como en el caso de Europa occidental, lo cual hace a su clima más extremo: un “ʻinvierno genuino’ con capa de nieve y un ʻauténtico verano’ intercalado con una corta primavera y un corto otoño”. Karen Ordahl Kupperman, “The Puzzle of the American Climate in the Early Colonial Period”, The American Historical Review, vol. 87, nº 5, December, 1982 (1262-1289), pp. 1263-1264.

13 Tomado de la traducción propia: “Thomas Hariot, viajero y científico de la Inglaterra isabelina”, en María Juliana Gandini, Malena López Palmero, Carolina Martínez y Rogelio C. Paredes, Fragmentos imperiales. Textos e imágenes de los imperios coloniales en América. Siglos XVI-XVIII, Buenos Aires, Biblos, 2013 (69-101), p. 100.

14 La literatura de viajes fomentó notablemente las expectativas comerciales en la región. Según Richard Hakluyt, quien se basó en los “testimonios impresos de las personas creíbles que estuvieron personalmente en América entre los 30 y los 63 grados, tanto en la costa como en el interior del territorio”, este último ofrecía “oro, plata, cobre, plomo y perlas en abundancia; piedras preciosas, como turquesas y esmeraldas; especias y fármacos, como pimienta, canela, clavos, ruibarbo, almizcle de ricino, trementina, gusanos de seda mejor que los nuestros en Europa; algodón blanco y rojo; multitudes infinitas de toda clase de bestias (…); cochinilla (…) y muchos otros tipos de colores para teñir telas; (…) toda clase de frutas; (…) toda clase de árboles aromáticos”. Hakluyt prosigue su larga lista, hasta “concluir, con razón y autoridad, que todas las materias primas de todos nuestros viejos, decadentes y peligrosos comercios en toda Europa, África y Asia (…) [se podrían obtener] en aquella parte de América entre el grado 30 y el 60 de latitud norte, siempre y cuando la negligencia que sufrimos no permita que los franceses u otros lleguen antes”. Richard Hakluyt, “Discourse of Western Planting” (1584), en Charles Deane (ed.), History of the State of Maine. Containing a Discourse of Western Planting Written in the year 1584 by Richard Hakluyt, Cambridge, Press of John Wilson and Son, 1877 (1-167), pp. 34-35.

15 La corona autorizó, entre 1585 y 1603, alrededor de 100 patentes de corso por año a inversores particulares. Karen Ordahl Kupperman, Roanoke, the Abandoned Colony, Savage, Rowman & Allanheld, 1984, p. 6.

16 El promedio de densidad de población era de 0.79 personas por kilómetro cuadrado, pero se estima que era mayor este número antes de ser expuestos a las enfermedades europeas. Helen C. Rountree, The Powhatan Indians of Virginia. Their traditional Culture, Norman, University of Oklahoma Press, 1989, p. 15. Nancy Oestreich Lurie admite que el término “confederación” es consensuado y comporta ciertas ventajas explicativas, aunque “en realidad, Powhatan estaba en un proceso de construcción de algo que se aproximaba al imperio”. Nancy Oestreich Lurie, “Indian Cultural Adjustment to European Civilization”, en James Morton Smith (ed.), Seventeenth-Century America. Essays in Colonial History, New York, Norton & Company, 1959 (33-60).

17 Carville V. Earle, “Environment, Disease, and Mortality in Early Virginia”, en Thad W. Tate y David L. Ammerman (eds.), The Chesapeake in the Seventeenth Century. Essays on Anglo-American Society, Chapel Hill, University of North Carolina Press, 1979 (98-125), p. 97. Los síntomas de las enfermedades descriptos por los testigos, como los “flujos sangrientos” o las “fiebres ardientes”, son compatibles con la disentería y la fiebre tifoidea, respectivamente. Por su parte, las “transpiraciones” están asociadas a la disentería, pero podrían ser consecuencia de la intoxicación por la ingesta del agua salobre del río, cuyos valores eran más elevados en el curso medio del James. La contaminación del agua por sedimentos o materia fecal agravaron los índices de mortalidad, especialmente durante el verano. Ibid, pp. 99-100, 104, 105.

18 Charles E. Hatch, The First Seventeenth Years. Virginia, 1607-1624, Charlottesville, The University Press of Virginia, 1991 [1957], p. 50.

19 En su erudito trabajo sobre los mercaderes ingleses del siglo XVII, Robert Brenner apunta a un conjunto de causas que condujeron la disolución de la Compañía de Virginia, y que derivan de la inviabilidad del negocio de plantación comercial: la endémica ausencia de retornos de inversión, el proceso de subcontratación a compañías comerciales (“magazines”, a partir de 1619) como medio principal de financiamiento de la corporación, la privatización de tierras volcadas al monocultivo del tabaco (proliferación de “hundreds” o plantaciones de particulares) a partir de la ejecución de las acciones, el fracaso de los planes de diversificación productiva (seda, vino y manufacturas) y, desde 1618, el antagonismo de un sector de la elite ligada a la gentry y los negocios corsarios que buscaba desplazar a los mercaderes en el consejo de Londres. Jacobo I disolvió la Compañía de Virginia pensando en formar una nueva, depurada de sus miembros litigiosos y dirigida por sir Edwin Sandys, pero su muerte dejó al plan inconcluso. Robert Brenner, Mercaderes y revolución, Madrid, Akal, 2011 [1993], pp. 117-139.

20 Concepto acuñado por Stuart B. Schwartz, aplicable a ambas partes del contacto colonial. Concierne a los entendimientos implícitos (no necesariamente declarados, articulados, codificados) acerca de la identidad del “otro”: su lengua, color, etnicidad, parentesco, género, religión, etc. Estas concepciones son, a su vez, refracción en sentido inverso de la propia identidad cultural. Las etnografías implícitas, a la sazón generalizadoras, estaban sujetas a los reajustes y reconsideraciones propios del proceso de contacto. Stuart B. Schwartz, “Introduction”, en Stuart B. Schwartz (ed.), Implicit Understandings. Observing, Reporting, and Reflecting on the Encounters Between Europeans and Other Peoples in the Early Modern Era, New York, Cambridge University Press, 1996 [1994] (1-19), pp. 2-3.

21 William Shakespeare, La tempestad. Introducción, traducción y notas de Pablo Ingberg. Buenos Aires, Losada, 2005, Acto V, p. 169.

22 Rogelio C. Paredes, “Estudio preliminar. Exploraciones, naufragios y descubrimientos en Terra Incógnita et Borealis”, en AAVV, Un relato de diversos viajes y descubrimientos recientes, Buenos Aires, Eudeba. Colección Reservada del Museo del Fin del Mundo, 2007 (11-41), p. 11.

23 William Strachey, The Historie of Travaile into Virginia Brinannia; Expressing the Cosmographie and Comodities of the Country, Togither with the Manners and Customes of the People. Gathered and Observed as Well by Those who Went First Thither as Collected by William Strachey, Gent. The First Secretary of the Colony, London, Hakluyt Society, 1849 [1612], p. 48. La mayúscula distingue al personaje, Powhatan, de su posición política y del gentilicio.

24 Strachey también agrega el término ottaniack con el mismo significante. Idem.

Capítulo 1La presencia inglesa en América a través de los libros

La presencia de los ingleses en América tuvo su inmediato impacto editorial a partir de la publicación de relatos de viajeros del último cuarto del siglo XVI. La proliferación de noticias de ultramar alcanzó también a textos de viajeros portugueses o españoles, en la medida en que estos proporcionaban informaciones útiles para la navegación, además de conocimientos sobre geografía, población y riquezas. En sus ediciones originales, pero cada vez más en las traducidas al inglés, estos textos permitieron a los promotores de la colonización inglesa “aprender del enemigo”.1 Las colecciones de relatos de viaje, sin perjuicio de su procedencia, funcionaron como un canal de expresión de los actores involucrados en la tarea de expansión ultramarina inglesa, que capitalizaron las informaciones sobre las navegaciones y descubrimientos para formular su propio programa imperial. En esta tarea se destacó Richard Hakluyt “el Joven” (c. 1552-1616), señalado como el fundador de la “épica de la moderna nación inglesa”.2

Las ambiciones inglesas en América fueron formuladas principalmente en los libros sobre viajes, dado que los canales oficiales se mostraban poco propicios, o más bien peligrosos, en un contexto de agitada actividad diplomática por parte de España. Esta dimensión performativa de los textos, es decir, su capacidad de proyectar nuevas realidades, es la clave de lectura para las páginas que siguen, que analizan la profusión de la literatura de viajes inglesa en su contexto histórico de producción. De este modo, se argumentará que el vasto mercado editorial dedicado a los libros de viajeros, a finales del siglo XVI, fue decisivo en la formulación de las estrategias de expansión ultramarina inglesas, proyectando una presencia que, poco más tarde y con muchas dificultades, se concretaría en América del Norte.

El contexto de profundas transformaciones políticas y religiosas que tuvieron lugar en Europa occidental partir de la paz de Catteau-Cambrésis de 1559 fue terreno fértil para el surgimiento de las aspiraciones inglesas en el Nuevo Mundo. Catteau-Cambrésis inauguraba un nuevo escenario político europeo, con las bancarrotas de España y Francia a causa de casi cuatro décadas de guerras por los dominios de la península itálica y otros territorios fronterizos.3 Además, la división confesional de Europa reordenó el tablero político, habilitando nuevas alianzas y fomentando otras guerras.

Al amparo de aquella paz, el católico reino de España irradió enfrentamientos simultáneos en el Viejo Mundo en la segunda mitad del siglo XVI: en el Mediterráneo contra los otomanos,4 en los reinos aliados de Francia y Escocia como apoyo a las fuerzas católicas locales, y en sus dominios de Países Bajos contra los rebeldes organizados bajo la consigna protestante. Este último conflicto había comenzado en 1566 como reacción ante los intentos de Felipe II por reforzar allí tanto su autoridad como la de la iglesia católica, y devino en una guerra prolongada que implicó la intervención de fuerzas extranjeras en favor de los rebeldes, convirtiéndose así en un “conflicto internacional”.5 A medida que transcurrió la guerra en los Países Bajos y trascendían las informaciones sobre el despiadado accionar militar español, se fue configurando una nueva relación de fuerzas entre las potencias europeas.

Mientras España se arrogaba la defensa del catolicismo a través de sus ejércitos y un complejo entramado burocrático destinado a la represión de la herejía, afirmó John H. Elliott, “por todas partes se extendía un nuevo espíritu militante. Ginebra se preparaba para la batalla con sus imprentas y sus pastores. Roma, mientras formulaba de nuevo sus dogmas en el Concilio de Trento, se preparaba para la batalla con sus jesuitas, su Inquisición y su Índice”.6 Inglaterra, bajo el reinado de Isabel I, y Francia a partir de la regencia de Catalina de Médicis y el ascenso de líderes hugonotes a las altas esferas del poder real, se volvieron los principales antagonistas de Felipe II.

Pero las contiendas entre el imperio español y las embrionarias potencias del Norte se expresaron también en el mercado editorial. Inglaterra y Francia, que a partir de la década de 1550 aspiró a fundar una Nueva Francia en América, instalaron una competencia colonial con España a través de la edición y reedición de libros sobre viajes. Los textos de viajeros ingleses y franceses a menudo reproducían los argumentos más resonantes de la denominada Leyenda Negra antiespañola7 en contra del sistema colonial y, en cierta medida, contra la violenta represión en Países Bajos y el accionar de la Inquisición.8 La Leyenda Negra habilitó la proposición de proyectos coloniales alternativos al denostado modelo español, y que por ello propendían al trato pacífico con pueblos nativos y la explotación comercial del territorio. Si bien la justificación religiosa, es decir la extensión de la “verdadera” fe cristiana, fue un argumento ineludible en la literatura de viaje del período, no fue una cuestión prioritaria para los viajeros, colonos y agentes de las campañas colonizadoras inglesas. La Leyenda Negra fue más bien “una manifestación en sí misma de los conflictos imperiales dentro de la Europa cristiana”,9 que desafió al reino de España en la época de su máximo esplendor imperial.

EL IMPERIO DE FELIPE II, FARO DE RIVALIDADES Y NUEVAS AMBICIONES COLONIALES

Desde la década de 1560, España gozaba de los espectaculares arribos de la plata americana,10 como así también del auge de los beneficios comerciales derivados del intercambio con América, que administraba a través de una burocracia centralizada y compleja. Buena parte de estos recursos fueron destinados a la lucha contra el protestantismo. Concurrentemente, el triunfo sobre la flota otomana en Lepanto, en 1571, le permitió a Felipe II concentrar los esfuerzos militares en el norte de Europa, en respuesta ante la amenaza cada vez más peligrosa que representaban los territorios reformados. Asimismo, la anexión del reino de Portugal en 1580 le concedió al rey de España un potencial militar y económico extraordinario que, también en palabras de Elliott, le “dio a Felipe un nuevo litoral atlántico, una flota para ayudar a protegerlo y un segundo imperio que se extendía de África al Brasil y de Calcuta a las Malucas. Fue la adquisición de estas nuevas posesiones, junto con el nuevo flujo de metales preciosos, lo que hizo posible el imperialismo de la segunda mitad del reinado”.11

En 1561 Felipe II inició sus planes para la reorganización eclesiástica de los Países Bajos, por entonces bajo la gobernación de Margarita de Parma, con el propósito de reforzar el poder de la Iglesia católica frente a la creciente “marea de herejía”. Sin embargo, sus efectos fueron contrarios a los esperados. La nobleza local, al ver recortados sus privilegios, inició una campaña en contra de las iniciativas religiosas que el cardenal Granvela intentaba ejecutar en nombre del rey de España.12 La escalada de conflictos entre la nobleza local y la corona, junto con el movimiento popular iconoclasta de 1566, derivaron en una rebelión política que terminó por identificarse con el calvinismo y que hizo frente a los implacables tercios españoles al mando de Fernando Álvarez de Toledo, duque de Alba (gobernador de los Países Bajos entre 1567 y 1573), y sus sucesores.13

Mientras tanto, en Francia las luchas entre facciones de la aristocracia se habían definido como causas religiosas. En marzo de 1562, la Liga Católica comandada por la Casa de Guisa perpetró la matanza de casi un centenar de hugonotes, mientras celebraban su culto, en Vassy. A partir de entonces se inició un proceso de guerras de religión que atravesaría dramáticamente a Francia por el resto del siglo.14 Tropas calvinistas francesas, a su vez, participaron de la rebelión de los Países Bajos bajo las órdenes de Luis de Nassau, apostado en La Rochelle. La masacre de entre dos mil y tres mil hugonotes la noche de San Bartolomé, en agosto de 1572, reavivó las llamas de la guerra religiosa. España se involucró en el conflicto a partir de 1584, apoyando activamente a la Liga Católica contra los protestantes aliados a Enrique de Navarra, quien asumió el trono de la concordia en 1589.

En Inglaterra, los intentos papistas por recuperar el poder a manos de María Estuardo de Escocia, contaron con el secreto respaldo de Felipe II.15 Este también mandó tropas a Irlanda en apoyo del rebelde Fitzmaurice en 1579 (el intento de ocupar Munster fracasó) e intervino más intensamente en aquella isla una vez desatada la guerra anglo-española. Por su parte, Isabel I lanzó ataques indirectos contra España en el continente europeo a través de apoyos militares a las fuerzas rebeldes de Países Bajos. En América, la ofensiva se daría con los exploradores de un paso interoceánico en la región ártica y con las incursiones depredadoras, en el Caribe y el Pacífico, de piratas como John Hawkins y Francis Drake.

LA LEYENDA NEGRA: DISPOSITIVO DISCURSIVO PARA LA EXPANSIÓN INGLESA

Tal como se señaló arriba, el convulsionado contexto europeo de la segunda mitad del siglo XVI, que gravitó especialmente en la lucha contra la España imperial, despertó las ambiciones coloniales de Francia e Inglaterra en ultramar. En Inglaterra, la Leyenda Negra fue una eficaz herramienta de promoción de la guerra contra España, y la Inquisición fue vista como emblema de la degeneración política y moral de esta última.16 Los franceses, por su parte, capitalizaron estos discursos para alimentar sus proyectos hugonotes en ultramar. Experiencias frustradas como la colonización de Florida (1562-1565), presa de la destrucción a manos del adelantado español Pedro Menéndez de Avilés, reavivaron los discursos condenatorios de la tiranía española. Los principales promotores de la Leyenda Negra fueron editores protestantes, de Inglaterra, Francia y, fundamentalmente, de las ciudades reformadas de los Países Bajos y Alemania, quienes asumieron la tarea de traducir, publicar o reeditar textos que denunciaban las barbaries cometidas por los españoles contra los indígenas americanos. Como define Elliott, la “gran tormenta de indignación moral ha quedado asociada para siempre al nombre de Bartolomé de las Casas”17 por su Brevísima relación de la destrucción de las Indias (1552), aunque también deben incluirse los aportes de Pedro Mártir de Anglería en De Orbe Novo (1516), con sus tres primeras “Décadas”, y de Girolamo Benzoni, con su Historia del Mondo Nuovo (1565).

En la obra de Pedro Mártir podían leerse matanzas de indios tales como la ejecutada durante la expedición de Alonso de Ojeda en las costas de la actual Colombia, en 1509. Según el humanista italiano, los españoles formaron un escuadrón para vengar la muerte de Juan de La Cosa y de sesenta expedicionarios más, y al dar con la comunidad,

Embistiéronles descuidados en la última vigilia de la noche; para que ninguno se escapase rodearon todo el pueblo, que constaba de más de cien casas, pero estaba atestado de triple número de vecinos (pues habitan agrupados), y prendiéndole fuego acabaron con él. Son las casas de ellos de madera, techadas con hojas de palma; sólo perdonaron á seis de la gran muchedumbre de hombres y mujeres, muriendo á filo de espada ó de fuego, junto con sus muebles, todos los demás que no huyeron.18

El pasaje de Mártir no solo informaba sobre las despiadadas prácticas españolas en América, sino que introducía reflexiones que daban lugar a una crítica de orden moral. Así, unas líneas abajo de la descripción de la masacre, Mártir expuso que “encontraron algo de oro entre las cenizas. La sed de oro, no menos que la de tierras, mueve a los nuestros para sobrellevar estos trabajos y peligros”.19

Girolamo Benzoni, viajero italiano que dedicó catorce años en el Nuevo Mundo al servicio de España, observó y registró las atrocidades cometidas en Perú y recolectó muchos otros testimonios de violentas incursiones de conquistadores. Su Historia del Mondo Nuovo contenía una evaluación crítica sobre los colonos españoles que se hizo popular entre los protestantes del norte de Europa.20 Entre 1578 y 1579 se reeditó en latín y en francés, respectivamente, a partir de las traducciones realizadas por el pastor ginebrino Urbain Chauveton. La versión francesa incluía una segunda parte dedicada a “la historia de un viaje de ciertos franceses en la Florida y de la masacre que muy injusta y bárbaramente fue ejecutada sobre ellos”.21 La versión latina fue retomada por Théodore de Bry para la composición de tres de sus libros de la colección de Grandes Viajes.22 En su colección de relatos de viaje de 1625, Samuel Purchas reeditó breves fragmentos de “los tres libros del Nuevo Mundo, tocantes a la crueldad con que los españoles trataron a los indios”.23

Particularmente en Inglaterra, la publicación de crónicas de Indias españolas tuvo un despliegue extroaordinario a partir de las traducciones de Richard Eden (c. 1521-1576), a quien se lo considera el predecesor más cercano de Hakluyt.24 Eden se había dedicado, bajo la protección del conde de Northumberland, a la difusión de la literatura colonial, con el propósito de promover la realización de viajes ingleses al Nuevo Mundo. Al proveer informaciones sobre las actividades de España en ultramar, sostiene Elliott, se buscaba la manera de seguir sus pasos en la carrera imperial, tarea que habría de retomar Hakluyt tres décadas después.25 Entre las ediciones inglesas preparadas por Richard Eden se encuentra una parte de la Cosmografía Universal (1544) de Sebastian Münster, publicada como Tratado de la nueva India, de 1553. También lanzó las tres primeras Décadas del Orbe Nuevo, de Pedro Mártir de Anglería, en una compilación titulada The Decades of the New World or West India (1555), que además incluía extractos de la Historia general y natural de las Indias de Gonzalo Fernández de Oviedo y de textos de Américo Vespucio, Antonio Pigafetta y Francisco López de Gómara.

A estas primeras y escuetas incorporaciones de textos españoles al mercado editorial inglés le siguieron otras más completas. Por ejemplo, la segunda parte de la Historia de las Indias y conquista de México (1552) de López de Gómara fue publicada en inglés por Thomas Nicholas en 1578, mientras en España regía la prohibición de su publicación y comercialización.26 Gómara, quien fuera capellán e “historiador oficial” de la expedición de Hernán Cortés, aportó información sobre ciertos episodios de la guerra de conquista de Nueva España que habrían de coincidir con los denunciados por Bartolomé de las Casas.27 Nicholas también tradujo a Agustín de Zárate para lanzar la History of the Discovery and Conquest of Peru, en 1581.28

Volviendo a Eden, otra de sus publicaciones importantes fue la versión inglesa (1561) del manual de navegación de Martín Cortés, Breve compendio de la sphera y de la [sic] arte de navegar (1551), que llegó a ser considerado por la historiografía como “el libro más formativo, más influyente en lengua inglesa, después de la Biblia”.29 Este tratado contenía “nuevos instrumentos y reglas, exemplificado con muy subtiles demonstraciones”,30 algunas de navegantes portugueses, y se utilizaba en la formación de marineros de la Casa de Contratación de Sevilla. La traducción de Eden permitiría “tener más cantidad de pilotos instruidos”, quienes “con comportamiento honesto y condiciones, junto al arte y la experiencia, podrían hacer un honesto y verdadero servicio”.31 El tono del texto y sus numerosas reediciones convalidan la interpretación de que, para Eden y sus contemporáneos, la reputación de Inglaterra dependía de la transformación de la navegación en una “ciencia inglesa provechosa”.32

Además de los secretos de la navegación, los ingleses mostraron un marcado interés por aquellos que encerraba la convocante naturaleza americana. La obra del médico sevillano Nicolás Monardes (1493-1588), Primera y Segunda y Tercera Partes de la Historia Medicinal de las Cosas que se traen de nuestras Indias Occidentales que sirven en Medicina (1574), fue rápidamente traducida al inglés a instancias de John Frampton, un mercader que había sobrevivido a la Inquisición en Sevilla. Fascinado tanto por la información sobre las propiedades ocultas de plantas americanas como por su maravilloso poder curativo, Frampton eligió el título Joyfull Newes Out of the newe founde worlde [Alegres novedades del Nuevo Mundo] para su edición inglesa del texto de Monardes, de 1577. Su éxito fue tan extraordinario que fue reeditada en 1580 (el mismo año en que se reeditó en español) y en 1596. Joyfull Newes había sido concebido por Frampton como una revancha contra los españoles, a partir de la difusión de las informaciones de los dominios americanos, pero su impacto fue más lejos, al influir en los planes de colonización de Virginia, como lo demuestra el énfasis de Thomas Hariot en las propiedades farmacológicas del sasafrás, retomando el texto de Monardes.33 Al igual que Eden, Frampton también ponderó los conocimientos de navegación al publicar A Discourse of the Navigation which the Portugales doe make (1579), de Bernardino de Escalante.34

En cuanto a la edición que hizo Eden sobre las Décadas de Pedro Mártir, se destaca la inclusión de un extenso prólogo (de veintinueve páginas, mientras la versión original constaba de solamente tres), con referencias bíblicas e históricas, de las que se sirvió el traductor para marcar la ruptura entre la moderna experiencia de la conquista de América y la violencia destructiva propia de los imperios antiguos. La intención de Eden no era tanto denunciar la brutalidad de los españoles, aunque ello queda sugerido en glosas tales como la que anuncia “gente desnuda atormentada por la ambición”.35 Su objetivo principal era sacar provecho de los españoles, de sus “navegaciones y conquistas (…), en las que el diligente lector pueda considerar no solo los productos que se podrían destinar a todo el mundo cristiano en los tiempos venideros, sino también conocer muchos secretos concernientes a la tierra, el mar y las estrellas, saberes necesarios para quien intente cualquier navegación o, de otro modo, para quien disfrute de observar las extrañas y valiosas obras de Dios y la naturaleza”.36

Que el texto de Pedro Mártir fuera atractivo más por razones utilitarias que por los dilemas morales que encerraba, se deduce de las reediciones posteriores. Las Decades of the New World or West India de Eden fue lanzada, en forma aumentada, en 1577,37 mientras que una edición completa (ocho décadas), en latín, fue preparada por Richard Hakluyt, quien la hizo publicar en París (con el sello de Martin Basanier) en 1587.

La obra emblemática de la Leyenda Negra, la Brevísima relación de la destrucción de las Indias de Bartolomé de las Casas tuvo, como sostiene Vanina Teglia, una difusión extraordinaria a partir de su instrumentación como libro de propaganda al servicio de los calvinistas de Países Bajos y de las potencias que rivalizaban por el dominio ultramarino. Las Casas desplegó recursos narrativos de suma originalidad, como el uso recurrente de la antítesis entre el español y el indígena, figura central de su relato en oposición al conquistador-héroe, que resultaron ser de una “gran eficacia patético-efectista”, al convocar la empatía del lector con las víctimas americanas.38 En 1578 la Brevísima se publicó en holandés. En 1579 apareció en Amberes la primera traducción al francés, a cargo de Jacques de Miggrode, bajo el título Tiranías y crueldades de los españoles, perpetradas en las Indias Occidentales. La edición se proponía, como consta en su portada, “servir como ejemplo y advertencia a las diecisiete provincias de los Países Bajos”.39 En 1582 se publicaron dos versiones más en francés del texto lascasiano, y al año siguiente apareció en Londres la primera edición inglesa bajo el título de The Spanish Colonie, or Brief Chronicle of the Acts and gestes of the Spaniardes in the West Indies, called the newe World.

La edición inglesa de las Casas se lanzó precisamente en momentos en que Inglaterra se preparaba para intervenir militarmente a favor de la independencia de los Países Bajos. Su “catálogo de espeluznantes y brutales incidentes y series de vívidas representaciones de crueldad atroz”40 hacía a la obra perfectamente apropiada para instalar la cuestión moral respecto de las acciones españolas. Allí el fraile dominico dio cuenta, “en forma tan cruda y realista que recuerda el tono de la moderna crónica, de sucesos de los secuestros, mutilaciones, torturas, intimidaciones y violaciones perpetradas contra los nativos”.41 La obra lascasiana adquirió una difusión fenomenal entre 1578 y 1700, con más de sesenta reediciones en siete idiomas,42 y también fue incluida dentro del canon inglés de literatura de viajes mediante sus reproducciones en tratados y colecciones, como los de Hakluyt y su continuador Samuel Purchas, respectivamente. El tratado que Hakluyt escribió como soporte para el proyecto de colonización de Virginia, Discourse of Western Planting (1584), cubre cinco páginas consecutivas con la transcripción de Bartolomé de las Casas, en las que filtra ciertas intervenciones propias, como aquella que actualiza la dimensión de la catástrofe española en América, “cuyos reinos al día de hoy permanecen desiertos y en absoluta desolación, habiendo sido poblados tiempo atrás tanto como era posible”.43 Por su parte, Purchas incluye a la Brevísima con marginalias que resaltan tópicos tales como “ambición”, “crueldad”, “torturas” y “perros”.44

A fines del siglo XVI apareció otra obra fundamental para la construcción de la Leyenda Negra: Americae, o también denominada colección de Grandes Viajes, del flamenco Théodore de Bry. Publicada desde 1590 y compuesta por trece volúmenes en el lujoso formato de folio, dedicó el primero a los viajes ingleses al Nuevo Mundo, el cual fue lanzado simultáneamente en cuatro lenguas: inglés, latín, francés y alemán. Los volúmenes subsiguientes ilustraron otras experiencias coloniales en las Indias Occidentales que cumplían con el doble propósito de difundir las tentativas coloniales reformadas y condenar las atrocidades españolas. El sello editorial de de Bry, que este compartía con sus hijos y su yerno, lanzó la versión ilustrada de la Brevísima relación