Derechos humanos y justicia en Chile: Cerro Chena campo de prisioneros - Manuel Ahumada Lillo - E-Book

Derechos humanos y justicia en Chile: Cerro Chena campo de prisioneros E-Book

Manuel Ahumada Lillo

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El autor, que en el momento del golpe de estado (11 de septiembre de 1973) tenía sólo 17 años, describe con realismo el ambiente de su ciudad en tiempos de normalidad y en los días previos al golpe; sus vivencias ese fatídico día, y su vida clandestina hasta el momento de su detención y traslado al recinto militar Cerro Chena?lugar en el que coincidió con otros prisioneros, muchos de los cuales fueron posteriormente fusilados, y donde lo sometieron a torturas y a degradaciones inimaginables?. Con su testimonio, el autor desveló la existencia de un centro de detención y de unos sucesos ocultados a la sociedad durante 29 años. En el 40° aniversario de la muerte del presidente de Chile, Salvador Allende, la publicación de esta obra contribuye al estudio de los derechos humanos y a la memoria histórica chilena.

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Veröffentlichungsjahr: 2013

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DERECHOS HUMANOS Y JUSTICIA EN CHILE: CERRO CHENA, CAMPO DE PRISIONEROS

TESTIMONIO DE TORTURAS Y EJECUCIONES OCURRIDAS EN 1973, CONDENADAS EN 2011 CON PENAS MÍNIMAS

DERECHOS HUMANOS Y JUSTICIA EN CHILE: CERRO CHENA, CAMPO DE PRISIONEROS

TESTIMONIO DE TORTURAS Y EJECUCIONES OCURRIDAS EN 1973, CONDENADAS EN 2011 CON PENAS MÍNIMAS

Manuel Ahumada Lillo

Esta publicación no puede ser reproducida, ni total ni parcialmente, ni registrada en, o transmitida por, un sistema de recuperación de información, en ninguna forma ni por ningún medio, ya sea fotomecánico, fotoquímico, electrónico, por fotocopia o por cualquier otro, sin el permiso previo de la editorial. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.

© Del texto: Manuel Ahumada Lillo, 2013

© De esta edición: Universitat de València, 2013ACDE Ediciones, 2013

Corrección: Communico, C. B.

Maquetación: JPM Ediciones

Diseño de Cubierta: Estudio gráfico de publicidad. Valencia (http://www.grafico.es)

ISBN: 978-84-370-9225-6

Mi cariño y reconocimiento

A los compañeros ferroviarios de la Maestranza Central de San Bernardo, que me acogieron como a un hijo durante los días de cautiverio que compartimos en el Cerro Chena, en septiembre de 1973, y con quienes asumí el compromiso de hacer este trabajo.

A mis padres y hermanos, quienes, pese a no compartir mis ideales y el camino asumido, han estado siempre conmigo.

A mi abuelo Benjamín Lillo Vicencio, dirigente ferroviario, en su vida activa y jubilado, que sembró en mí la semilla de la lucha social y a cuyo alero me formé como militante de la clase trabajadora.

A mis hijas, Linda Maricel y Marusia Marcela, a quienes vi crecer a retazos, pero que están grabadas a fuego en mi corazón.

A los compañeros de la COTIACH y del MOSICAM.

A la CGT, que instituyó el «Día de la Memoria y el Compromiso Sindical», como una manera de reconocer la entrega de los miles de imprescindibles en la causa sindical.

A todos los que luchan por un país más digno y justo.

A los familiares de los fusilados de Cerro Chena, con quienes he podido conversar en estos años, contarles lo vivido junto a sus seres queridos y transmitirles sus mensajes, en especial a Manolo «Piri» González y Mónica Monsalves.

Manuel Ahumada Lillo

Ellos aquí trajeron los fusiles repletos

de pólvora, ellos mandaron el acerbo

exterminio,

ellos aquí encontraron un pueblo que cantaba,

un pueblo por deber y por amor reunido,

y la delgada niña cayó con su bandera,

y el joven sonriente rodó a su lado herido,

y el estupor del pueblo vio caer a los muertos

con furia y con dolor.

Entonces, en el sitio

donde cayeron los asesinados,

bajaron las banderas a empaparse de sangre

para alzarse de nuevo frente a los asesinos.

Por esos muertos, nuestros muertos,

pido castigo.

Para los que de sangre salpicaron la patria,

pido castigo.

Para el verdugo que mandó esta muerte,

pido castigo.

Para el traidor que ascendió sobre el crimen,

pido castigo.

Para el que dio la orden de agonía,

pido castigo.

Para los que defendieron este crimen,

pido castigo.

No quiero que me den la mano

empapada con nuestra sangre.

Pido castigo.

No los quiero de embajadores,

tampoco en su casa tranquilos,

los quiero ver aquí juzgados en esta plaza,

en este sitio.

Quiero castigo

Pablo Neruda

Canto General. La arena traicionada III

ÍNDICE

PRESENTACIÓN

PRÓLOGO

A MODO DE INTRODUCCIÓN

EL GOLPE DE ESTADO SE HA DADO

DE VUELTA AL CERRO CHENA

A MODO DE EPÍLOGO

PRESENTACIÓN

Este conmovedor testimonio que nos honramos en editar en España lo encontré en una librería del centro de Santiago, en Chile, en uno de los habituales viajes que hago a esa ciudad, que es mi ciudad natal. Allí, tengo por costumbre buscar novedades editoriales que contribuyan a la memoria histórica de lo sucedido en Chile en la época de la dictadura militar, que empezó el 11 de septiembre de 1973 con un cruento golpe de estado que instauró un sistema de gobierno fundamentado en el terror y en el liberalismo económico, y finalizó en marzo de 1990 con la investidura de un presidente democráticamente elegido. Durante ese trágico período de dieciséis años y seis meses, los organismos represivos de la dictadura cometieron 3.225 crímenes, y 37.055 personas fueron sometidas a prisión y torturas.

Del libro llamaron especialmente mi atención su título, que aludía a un lugar muy familiar para los habitantes de Santiago y a sucesos acerca de los cuales nada se había escrito; la edición austera, y su autor, que no era una persona conocida en los ámbitos intelectuales y políticos chilenos. Además, la biografía del autor mostraba que había permanecido en Chile durante la dictadura militar, desempeñando desde muy joven diversos oficios en el sector de la hostelería, en una época en que los trabajadores chilenos estaban en una situación de máxima vulnerabilidad ante sus empleadores.

Leí el libro durante mi estancia en Santiago. Sus páginas desvelaron episodios que desconocía y que habían permanecido ocultos para los chilenos durante cerca de treinta años, trasladándome a tiempos de amargura, temores, recelos e incertidumbre, y a lugares que me resultaban familiares, porque mi infancia y primera juventud transcurrieron en los barrios del sur de Santiago, en las proximidades de San Bernardo, localidad en la que está enclavado el denominado Cerro Chena.

Me pareció un libro conmovedor en el que el autor, que en el momento del golpe de estado tenía solo diecisiete años, describe con realismo el ambiente de su ciudad, en tiempos de normalidad y en los días previos al golpe de estado, así como sus vivencias ese fatídico martes 11 de septiembre de 1973. Narra, asimismo, su vida clandestina hasta el momento de su detención y traslado al recinto militar Cerro Chena, donde coincidió con otros prisioneros, muchos de los cuales fueron posteriormente fusilados, y donde fue sometido a torturas y a degradaciones inimaginables.

Al cabo de un año de haber leído el libro, conseguí localizar a su autor, Manuel Ahumada Lillo. Nos reunimos en el local de la Confederación General de Trabajadores, de la que es máximo dirigente, en la quinta planta de un edificio de oficinas a pocas calles del palacio presidencial de La Moneda. El local era austero, propio de un sindicato obrero cuya financiación proviene de las cuotas de sus afiliados y de campañas de recolección de fondos.

Durante la conversación, el autor me comentó que había escrito el libro por sugerencia de uno de los policías que lo entrevistó en el marco de la investigación de la llamada Comisión Rettig, creada en 1990 para esclarecer las violaciones de los derechos humanos durante la dictadura, ya que había sido citado como testigo de la existencia de los fusilados ferroviarios en el recinto militar Cerro Chena, por sus familiares.

La conmoción que le produjo revivir los padecimientos sufridos diecisiete años antes le habría impulsado a escribir, cumpliendo con ello la voluntad de sus compañeros de prisión y martirio, finalmente asesinados por sus captores: quien sobreviviera debía contar fuera lo que había pasado en dicho recinto de detención. Me comentó, asimismo, las dificultades con las que se había encontrado para publicar su libro en Chile, que tuvo que ser editado por el sindicato y distribuido de manera personal a través de algunas librerías amigas.

La obra me recordó el primer libro testimonio que leí, cuando vivía ya en España: Tejas verdes. Diario de un campo de concentración en Chile, obra que escribió en el exilio en 1974 un destacado escritor chileno, Hernán Valdés, en la que narraba su paso por un campo militar de detención, en la localidad de Tejas verdes. Este libro sirvió para difundir hechos de los que no se tenía noticia, al estar sometidos los medios de comunicación a una estricta censura.

De manera similar, casi treinta años más tarde, con su publicación en Chile, el libro de Manuel Ahumada dio a conocer un centro de detención y unos hechos que no eran de dominio público, añadiendo un testimonio adicional: la inmunidad de la que han estado disfrutando en Chile culpables de delitos de máxima gravedad, como el secuestro, la tortura y el asesinato.

En septiembre de 2012 tuvo lugar la presentación de la tercera edición del libro, en un marco más adecuado: el Museo de la Memoria y los Derechos Humanos, en Santiago de Chile, un espacio destinado a visibilizar las violaciones de los derechos humanos cometidos durante la dictadura y a dignificar a las víctimas.

En la tercera edición, que es la que publicamos ahora en España, se recogen los resultados de los procedimientos judiciales seguidos en contra de los militares causantes de las torturas y crímenes denunciados en este libro, hechos que ninguna sociedad puede permitir que queden impunes.

Por todo ello nos congratulamos en poder publicar esta obra, en coedición con la Universitat de València, que supone un importante aporte al estudio de los derechos humanos y a la memoria histórica chilena.

Asimismo, con su publicación queremos expresar nuestro reconocimiento al autor y rendir un sentido homenaje a las víctimas y a sus familias, que han luchado cerca de cuarenta años para que se haga justicia y para que sus nombres ocupen el lugar digno que les corresponde en la memoria colectiva chilena.

Waldo E. Orellana ZambranoProfesor de la Universitat de ValènciaInvestigador en el Institut Universitari d’Economia Social i

Cooperativa (IUDESCOOP)Coordinador de ediciones de ACDE

Valencia, mayo de 2013

PRÓLOGO

El 29 de septiembre de 1973, una veintena de prisioneros del Cerro Chena,1 en San Bernardo, pudieron por primera vez conversar entre ellos. Todos estaban destrozados física y psíquicamente después de largos días de maltrato, torturas y humillaciones increíbles. Las vendas aún apretaban y cegaban sus ojos pero, a diferencia de los días anteriores, al quitárselas, podían ver los rostros difusos de sus compañeros.

Entre estos prisioneros se encontraban once dirigentes sindicales ferroviarios, quienes recordaban con nostalgia antiguas anécdotas y vivencias. Ellos, antes de morir, como presagiaban, querían trasmitir un postrer mensaje hacia las futuras generaciones de trabajadores y para sus propias familias. Sus palabras se dirigían, con especial ternura, a un joven prisionero de apenas diecisiete años, hijo también de un antiguo trabajador de la Maestranza de Ferrocarriles de San Bernardo. «Tú –le dijo El Conejo muy emocionado– serás quien tome con decisión nuestras banderas, nuestro sacrificio no debe ser olvidado».

Aquel joven prisionero es quien hoy, a través de estas páginas, cumple con el postrer deseo de quienes, como temían, fueron ejecutados siete días después, sin proceso judicial ni justificación alguna.

El relato de Manuel Ahumada Lillo es impactante, conmovedor, sincero, profundamente humano, veraz, plenamente coincidente con muchas otras vivencias de sobrevivientes de ese campo de prisioneros.

Por otra parte, el libro, muy bien escrito, tiene pasajes de gran fuerza y belleza literaria, lo cual no deja de ser sorprendente tratándose de quien no es escritor profesional, sino un luchador social autodidacta que, siendo muy joven, debió vivir una situación límite.

Entiendo que no dejará de extrañar que el autor haya cumplido solo después de treinta años con lo que él visualizó como un imperativo moral. Sin embargo, él mismo explica la tardanza con humildad: «tardamos varios años en volver a hacer ondear las banderas… teníamos miedo, yo tenía miedo».

Ese miedo, los traumas paralizantes que provoca, el terror generalizado durante diecisiete años es, posiblemente, uno de los aspectos menos recordados de lo que fue la dictadura.

Ese terror que permitió destruir la organización sindical, enriquecer a unos pocos y diseñar unas instituciones políticas y económicas al servicio de minorías privilegiadas.

Es esta otra reflexión, no menor, que surge del libro, pues si la crueldad vivida es éticamente intolerable, no lo es menos que algunos pretendan conservar íntegramente lo que construyeron sobre la base del temor y de la sangre del pueblo.

Muchos otros aspectos podemos destacar del libro Testimonio, Cerro Chena, un Campo de Prisioneros. Por lo menos queremos referirnos a uno que nos ha emocionado y llenado de recuerdos. Manuel Ahumada rememora lo que fue la amistad cívica que unió históricamente, en San Bernardo, al pueblo con las Fuerzas Armadas. Esa misma amistad que se destruyó cuando Augusto Pinochet puso a estas últimas al servicio de la derecha política y económica.

Finalmente, algo más sobre el autor. Manuel Ahumada no solo ha cumplido, a través de este libro, con el compromiso moral de revivir un episodio triste de nuestra historia reciente. Además, ha entregado su vida al servicio de la organización sindical. Hoy es el secretario general de la Confederación Nacional de Trabajadores de la Industria Alimenticia, Turismo, Comercio y Servicios.

Es triste que lo que se relata en este libro haya sucedido. Pero también es esperanzador que algunas personas, como es el caso del autor, tengan la capacidad de transformar el dolor en conductas emancipadoras. Y en una creación literaria que contribuye a iluminar un futuro donde la fuerza bruta y la crueldad estén ausentes como instrumentos para diseñar la historia.

Andrés Aylwin Azocar2

Noviembre de 2002

Foto 1: Familiares de ferroviarios ejecutados en Cerro Chena. Fuente: Archivo Mónica Monsalves.

1 En el cerro Chena, en la localidad de San Bernardo, el ejército creó un cuartel que denominó «Cuartel de infantería n.º 2 Cerro Chena», por ello cuando en el texto se aluda al cuartel se dirá Cerro Chena. Cuando el texto se refiera únicamente al lugar geográfico se dirá cerro Chena (N. del E.). Nota: A menos que se indique lo contrario, todas las notas de pie de página que aparecen en este libro corresponden a notas del editor.

2 Andrés Aylwin Azocar. Diputado de la Democracia Cristiana por las Comunas de la Región Metropolitana de Santiago: San Bernardo, Buin, Paine y Calera de Tango. En la época previa al golpe de estado de 1973, Andrés Aylwin se caracterizaba por un estrecho contacto con sus electores, en su mayoría obreros y campesinos. Rechazó, desde el primer momento, el golpe de estado y fue uno de los firmantes de un manifiesto que condenaba el golpe de estado y manifestaba total adhesión a la libertad. Como abogado interpuso centenares de recursos de amparo en favor de obreros, profesionales, mujeres y estudiantes víctimas de la represión. Denunció los crímenes de la dictadura ante organismos nacionales e internacionales, lo que le valió ser relegado a la aldea de Guallatiera, en la frontera con Bolivia. A su regreso, continuó denunciando asesinatos, torturas, campos de concentración, prisiones secretas y la siniestra impunidad con que actuaban los aparatos de represión de la dictadura.

A MODO DE INTRODUCCIÓN

El golpe militar ocurrido en Chile en septiembre de 1973 ha sido materia de estudio y análisis en centenares de documentos, en el país y el mundo entero.

Estudiosos de distintas corrientes, críticos y partidarios del golpe de estado han esgrimido argumentos para sostener sus posiciones.

De un lado, una enorme cantidad de antecedentes y testimonios que muestran que en el país se instauró una dictadura militar que utilizó gran cantidad de efectivos armados para detener, torturar, encarcelar, ajusticiar sumariamente y hacer desaparecer a miles de chilenos y ciudadanos extranjeros avecindados en Chile. Del otro, argumentaciones destinadas a demostrar que Chile se encontraba en la ingobernabilidad, «invadido» por guerrilleros extranjeros, quienes, junto a miles de militantes de la Unidad Popular, tenían previsto el ajusticiamiento de opositores y la instauración de un régimen marxista-leninista en el país. No tengo la pretensión, y ni siquiera lo intento, de explicar en detalle los pros y los contras del Gobierno de la Unidad Popular, no obstante no ignoro lo vivido en dicho periodo, más aún cuando es por esa causa por la que se me busca, detiene y tortura.

La razón fundamental que me llevó a realizar este trabajo es responder al compromiso de honor asumido por un grupo de «prisioneros de guerra», entre los que me encontraba, de relatar y denunciar lo sucedido en la comuna de San Bernardo en esos aciagos días, al inicio de la dictadura. Considero que ha llegado el momento de comenzar a descorrer definitivamente el velo que durante años ha cubierto lo sucedido en el Cerro Chena. Todos ellos, sobrevivientes, ajusticiados y desaparecidos, fueron detenidos por militares o carabineros y pasaron por uno de los cuarteles de la Escuela de Infantería de San Bernardo.

Prácticamente ninguno de los responsables, a excepción de uno que recibió una condena ridícula, como al final de este libro se consigna, ha sido detenido, sometido a proceso y condenado, pese a ser de conocimiento público sus antecedentes y de que existen testimonios irrebatibles de lo que hicieron. Esta situación, a todas luces anómala, ha posibilitado hasta ahora una dolorosa impunidad, que, unida al silencio cómplice de muchos que aún se resisten a confesar el grado de participación que tuvieron en los hechos, no permite todavía limpiar la mancha que pesa sobre la comuna de San Bernardo y sobre toda la sociedad.

La decisión de una jueza, designada con dedicación exclusiva para investigar la desaparición de los ciudadanos Jenny Barra Rosales, Manuel Rojas Fuentes y Luis Fuentes González, y la valentía de algunos sobrevivientes del campo de prisioneros aludido, que venciendo temores han recorrido lugares y reconocido a militares que estuvieron destinados en el campo de prisioneros, ha permitido que parte de la verdad comience a desvelarse.

Necesidad de un testimonio

El relato descarnado de mi experiencia se asemejará sin duda a lo vivido por miles de chilenos y puede llegar hasta a ser ínfimo, ante el infierno vivido por otros. Pese a la dura experiencia, soy un hombre afortunado, ya que estoy con vida y puedo dar testimonio de lo sucedido.

Este trabajo es el cumplimiento de una palabra empeñada; me disculpo por haber tardado 28 años; es la síntesis de horas de conversación entre cautivos vendados. Conversaciones que muchas veces fueron un susurro y que se interrumpieron ante la llegada diaria de los señores de la muerte que laceraban los cuerpos o el golpe artero que caía sobre los que desafiaban la orden de silencio. Es hacer público el mensaje de amor, y la petición sincera de perdón a la compañera, la esposa, la mujer que quedó esperando en casa el retorno de quienes nunca más volvieron. El mensaje, a los hijos que crecerían solos, de que nunca se les olvidó. Las intervenciones recogidas en este texto están escritas tal y como se vivieron, con los errores idiomáticos tan frecuentes entre nosotros, con los chilenismos que usamos cotidianamente.

Este libro es la experiencia de un muchacho de población1 que siendo muy joven se formó en el allendismo2 más que en la militancia partidista. Que escuchaba ansioso las experiencias de viejos militantes comunistas, quienes lo llevaban regularmente junto a otros muchachos y muchachas en un viaje por el tiempo, relatándoles las experiencias y luchas de los salitreros, los obreros del cobre y del carbón, los campesinos. Que aprendió de su abuelo el respeto a los trabajadores por encima de todo. Es también el relato de hechos vividos con anterioridad al golpe militar, de la realidad vivida durante el Gobierno de Allende por el pueblo, y la muestra de la furia de sus opositores.

Quienes ejecutaron las órdenes tenían claro dónde debían golpear. Así, hogares obreros y campesinos, sin desmerecer a los profesionales e intelectuales consecuentes, fueron los más golpeados, porque ahí y no en otra parte estaba la base de sustentación del poder popular. Los aprehensores supieron siempre a quién asesinarían. Jugaron con los prisioneros y sus familiares al gato y al ratón. Se mofaron de la fe y la esperanza de los que buscaban a los suyos. Sin embargo, cometieron un error del que deben de estar arrepentidos hasta el día de hoy:

no contaron con que la memoria retendría hechos y verdades que fueron haciéndose públicos, incluso cuando la dictadura seguía vigente.

Ciertos actores de la vida nacional acostumbran de tanto en tanto a llamar a la unidad y la armonía entre compatriotas. Para que tal deseo se haga realidad nos invitan a reconciliarnos. A los afectados por la dictadura y a sus familiares les piden desarrollar en su corazón la capacidad de perdonar.

–Que ya son muchos años –dicen.

–Que no podemos vivir permanentemente en el pasado –declaman.

Invitan a mirar al futuro sin rencores, como si fuera tan fácil después de todo lo sucedido. Se niegan siquiera a darse cuenta de que son muchos los que aún remueven la tierra buscando restos de los suyos. Parecen desconocer que muchos dejaron la vida sin conocer el lugar donde fueron arrojados sus seres queridos. Decenas de familias viven esperando saber si «algunos huesitos» encontrados en algún lugar de este largo país se corresponderán en definitiva a sus seres queridos, esos a los que sacaron de casa o que fueron detenidos en la calle hace tantos años.

No me corresponde juzgar a quienes se declaran reconciliados y se dan el perdón en actos públicos. Por ahora sigo preguntándome lo que hacen muchos. ¿Reconciliarme, perdonar, a quiénes y por qué? Ni uno solo de los que torturaron y asesinaron reconoció sus culpas abiertamente, ni menos ha pedido perdón de corazón en estos años. Como mucho, han calificado de «excesos» todos los actos brutales que se cometieron, e insisten en responsabilizar a las víctimas de lo que sucedió.

No hay reconciliación ni perdón mientras no se sancione a cada uno de los culpables. Ni perdón ni olvido, es la consigna de los que buscan sin encontrar, de los que perdieron a los suyos, y está plenamente vigente. ¡Justicia!, nada más, pero nada menos. Es lo que reclamaremos hasta que la verdad se descubra en su totalidad.

Quiénes hicieron posible reconstruir parte de la historia

Todo este paciente trabajo de reconstruir la memoria histórica no hubiera sido posible sin la entrega sin pausas y con amor de los familiares de detenidos desaparecidos y de ejecutados políticos.

La perseverancia de Mónica Monsalves, hija de Adiel, uno de los ferroviarios fusilados, dirigente de la Agrupación de Familiares de Ejecutados Políticos, quien encabeza las «velatones»3 que cada 6 de octubre se hacen en la entrada del cuartel militar donde llegaban los detenidos.

La persistencia y el tesón de Laurisa Rosales, madre de Jenny Barra, quien participa desde finales de la década de los años setenta del siglo pasado en la Agrupación de Familiares de Detenidos Desaparecidos.

La Agrupación Cultural Jenny Barra, entidad que después de fundarse creó la iniciativa llamada «Rompiendo el silencio. Por la verdad en el Cerro Chena», y que tuvo un importante rol durante el desarrollo de las investigaciones judiciales iniciadas en 1999.

La radio Canelo, que, en las postrimerías del milenio anterior, permitió la realización de programas informativos que despertaron el interés de los habitantes de la comuna de San Bernardo, a la vez que facilitó un espacio para la denuncia y el testimonio.

La jueza Cecilia Flores, quien pese a las dificultades llevó adelante la investigación que permitió, entre otras muchas cosas, dar con el primer lugar de detención de quienes estuvieron presos en Cerro Chena y encontrar los restos del segundo sitio de detención, lugar desde el que muchos de los detenidos salieron a su encuentro con la muerte.

El drama de los detenidos, los fusilados y los desaparecidos del Cerro Chena dejó de ser algo de lo que solo se hablaba entre algunos, rompió las cadenas que el sistema le había impuesto y fue una prueba más contra la sangrienta dictadura que asoló al país.

He de llamar aquí como si aquí estuvieran.

Hermanos: sabed que nuestra lucha

continuará en la tierra.

Continuará en la fábrica, en el campo,

en la calle, en la salitrera.

En el cráter del cobre verde y rojo,

en el carbón y su terrible cueva.

Estará nuestra lucha en todas partes,

y en nuestro corazón,

estas banderas que presenciaron vuestra muerte,

que se empaparon en la sangre vuestra,

se multiplicarán como las hojas

de la infinita primavera.

Aunque los pasos toquen mil años este sitio,

no borrarán la sangre de los que aquí cayeron.

Y no se extinguirá la hora en que caísteis,

aunque miles de voces crucen este silencio.

La lluvia empapará las piedras de la plaza,

pero no apagará vuestros nombres de fuego.

Pablo Neruda

Canto General. La Arena Traicionada III

Foto 2: Vista panorámica de la histórica Maestranza de San Bernardo. Fuente: <http://maestranzacentral.blogspot.com/>.

Y tuvieron que pasar 28 años

El 10 de septiembre de 1973, en San Bernardo, casi a la medianoche, avanzaba lentamente de norte a sur por la calle José Joaquín Pérez, un jeep del Ejército. Los soldados lucían un brazalete claro en uno de sus brazos.

A las 6 de la mañana del 11, desperté sobresaltado con los gritos de una compañera. Los marinos estaban sublevados en Valparaíso según lo que decía la radio y al parecer había un Golpe de Estado.

Eran las 11 de la mañana del día fatídico cuando los primeros cohetes disparados por los aviones de la Fuerza Aérea de Chile (FACH) hicieron blanco en el palacio presidencial La Moneda. Recorrió el mundo la imagen de la bandera chilena cayendo lentamente envuelta en llamas.

28 años después, en octubre del 2001, en el marco de las investigaciones realizadas por la magistrada designada por la Corte Suprema para investigar la desaparición de la militante del MIR Jenny Barra Rosales, fui citado en calidad de testigo para prestar declaración sobre lo sucedido en Cerro Chena.

Soy uno de los sobrevivientes de ese campo de prisioneros y en calidad de tal subí nuevamente a un jeep del Ejército y fui llevado a algunos lugares del cerro.

Recordé hechos que marcaron profundamente mi vida. Vinieron a mi memoria duros pero hermosos momentos vividos junto a compañeros de prisión de quienes nada sabía antes de esa fecha, con la excepción de los viejos ferroviarios.

Pese al tiempo transcurrido, encontré impregnado en la hierba seca y en el aire el cariño de los trabajadores ferroviarios de la Maestranza Central de San Bernardo, quienes me cuidaron como a un hijo durante los días que compartimos cautiverio.

Se cumplía así, tras veintiocho años, el compromiso asumido: «alguien tendrá que de dar testimonio de lo sucedido y relatarlo, tal como se transmitieron las luchas obreras de principios del siglo XX». «La causa de los trabajadores no morirá con nosotros, otros vendrán a continuarla» dijimos entonces con convicción.

Volvieron de golpe a mi memoria las conversaciones con el flaco4 Viera, fusilado en la juventud de sus casi 20 años. Se paseaban por los caminos del Cerro Chena, las vivencias de los campesinos de Paine, que fueron sacados una tarde de principios de octubre desde «la casa del techo rojo» y de quienes no volví a saber, hasta que se hizo público el caso de los cuerpos encontrados en la Cuesta Chada.5 Recordé los análisis políticos que solíamos hacer con Dote y Bracea, mis compañeros de aislamiento durante un par de días, en un cuarto pequeño, rodeados de fardos de alambre de púas.

Durante muchos años y pese a la gravedad de los hechos vividos, poco o nada se mencionó del cerro Chena y los hechos que allí se vivieron. Aparece citado en documentos o se menciona en algunas querellas que por desaparición o fusilamiento se han presentado ante los tribunales. Sin embargo, hasta ahora no se había ahondado en lo sucedido en las instalaciones militares que todavía allí existen.

No fue sino hasta que se conocieron los resultados de la Mesa de Diálogo,6 así como las investigaciones que inició la magistrada Cecilia Flores, cuando Cerro Chena se instaló en la opinión pública. En las conclusiones de la Mesa de Diálogo se menciona que varios detenidos estuvieron en Cerro Chena y de allí fueron sacados para ser arrojados al mar desde helicópteros.

La juez del Primer Juzgado de Letras de San Bernardo, Cecilia Flores, es una mujer valiente y decidida, dueña de una enorme fuerza interior, que reivindica la vilipendiada justicia. Está decidida a esclarecer los hechos; dar con el paradero de Jenny Barra Rosales y los demás casos de desaparecidos que investiga. De paso, su investigación será la prueba más concluyente y definitiva en cuanto a establecer que en ese lugar se mantuvo detenida, se torturó y se ajustició sumariamente a una cantidad indeterminada de personas.

La magistrada Cecilia Flores supervisa personalmente cada una de las diligencias que ordena. Tiene un trato deferente y respetuoso hacia los testigos, quienes después de tantos años reviven lo ocurrido. Sus palabras afectuosas han traído la calma cuando las lágrimas luchaban por salir. Y es que no fue fácil recorrer lugares donde la línea divisoria entre la vida y la muerte fue más tenue que nunca. Todavía resuenan y duelen las palabras y las certezas de los detenidos respecto del futuro que les esperaba. Con su trabajo, la juez Flores y sus colaboradores van dejando claro para las generaciones futuras que en la comuna de San Bernardo existió un lugar de detención, clandestino en sus inicios, donde se violaron con total impunidad los derechos humanos.

Fueron dolorosas horas durante las que repasamos los hechos, algunos de los cuales dan origen a este testimonio escrito. Se trata de hechos reales de los que tienen que hacerse cargo tanto quienes los negaron como aquellos que los promovieron, y con posterioridad los justificaron y aún hoy los justifican.

El 26 de diciembre del 2001, pasado el mediodía, llegué nuevamente a las instalaciones del Primer Juzgado de Letras. Los testimonios entregados, junto a los antecedentes recopilados durante la investigación, habían llevado a declarar ante la magistrada a dos de los muchos que aplicaron tormentos a los prisioneros en Cerro Chena. El paso de los años no borró la maldad de sus rostros, ni alteró el timbre de la voz. Negaron haber tocado alguna vez a un detenido, aunque reconocieron haber estado en el lugar. Estuvimos ellos y yo, yo y ellos, al lado, separados solo por algunos centímetros. Los seres omnipotentes de ayer no se atrevieron a mirar de frente. Eran ellos, no había duda alguna.

Foto 3. Fuente: <http://memoriaviva.cl/>.

El golpe militar y sus efectos en los ciudadanos

El 11 de septiembre de 1973 es una fecha en la historia de Chile que jamás debe ser olvidada, así como no pueden ser ignorados los hechos que el golpe militar trajo aparejados. Ese día nefasto, a sangre y fuego, los militares derrocaron el Gobierno constitucional del presidente Salvador Allende e iniciaron una sistemática violación de los derechos sociales y políticos de los ciudadanos que se prolongó diecisiete años, violación que en todo caso aún no termina de repararse.

El 11 de septiembre de 1973 se abrió una herida en el corazón de Chile, herida imposible de cicatrizar mientras no se desvele toda la verdad. El general de la Fuerza Aérea Gustavo Leigh Guzmán fue concreto, directo y claro en su primera intervención pública post-golpe. Con su cruenta llegada al poder los militares buscaban «exterminar de raíz el cáncer marxista del país». Es evidente que no escatimaron en recursos económicos ni humanos para cumplir tal objetivo.

Desde el mismo 11 de septiembre y durante largo tiempo, en la mayoría de las ciudades y comunas del país, millares de hogares fueron duramente golpeados e incluso destruidos totalmente, al sufrir la detención, el ajusticiamiento y/o la desaparición de uno o más familiares. De la detención masiva e indiscriminada de los primeros tiempos, se pasó al seguimiento y el arresto selectivo de compatriotas. La delación y la acusación falsa fueron algunos de los instrumentos que utilizaron los golpistas para cumplir sus fines. Se detuvo sumariamente, se torturó de forma salvaje a mujeres y hombres, sin importar edad, estado civil o condiciones de salud. Todo aquel que había mostrado simpatía por el Gobierno de Salvador Allende pasó a ser un potencial enemigo y debía ser detenido e interrogado.

Había que usar los métodos que fueran necesarios para obtener la información que ayudara «a la pacificación del país», han dicho más de una vez durante estos años para justificar sus acciones, los nobles y valientes soldados. Así lo expresaban por lo demás los representantes de la dictadura, uniformados y civiles, cuando eran consultados por los medios de comunicación nacionales y extranjeros sobre lo que estaba sucediendo.

A cualquier hora, aunque preferentemente amparados por las sombras de la noche, los agentes del Estado sacaban a los sospechosos de sus hogares. No obstante, también se detenía a los ciudadanos a plena luz del día en sus lugares de estudio, en el trabajo o en la calle, en presencia de amigos, familiares o transeúntes. Nadie estaba libre de la negra mano del fascismo que se había entronizado en el país y que anunciaba que «combatiría al enemigo hasta aniquilarlo».

Todos los detenidos eran llevados a lugares de detención para ser interrogados. Los menos eran lugares reconocidos por la dictadura; los más, sitios clandestinos de los cuales muchos no volvieron. Ahí, vendados e indefensos se los sometía a terribles tormentos, se buscaba que confesaran su participación en actividades contra el régimen de facto, se les exigía que entregaran las armas y denunciaran a otros con los que compartían ideales. Tal hecho les permitiría continuar con vida. Durante los primeros años, el objetivo de los golpistas lo constituyeron las direcciones políticas de los partidos que conformaban la Unidad Popular y sus militantes más destacados. Se les hacía responsables de la elaboración de planes de muerte y destrucción, elementos que, en definitiva, «habían obligado a la patriótica intervención de los militares», como se repetía majaderamente.

Desde que se iniciara la represión, y con ella la detención sumaria de civiles y uniformados democráticos, sus familiares, venciendo el miedo y las amenazas, comenzaron un peregrinaje por distintos lugares en busca de sus seres queridos. El Estadio Nacional en Santiago, los cuarteles militares, las comisarías de Carabineros y de Investigaciones, las cárceles en las diversas regiones del país y cualquier lugar del que se tenía la certeza o se sospechaba de la existencia de detenidos, veían en sus puertas de la mañana a la noche a quienes no abandonarían a los suyos, así se les fuera la vida en el intento de encontrarlos. Diariamente se presentaban llevando ropa, alimentos e inquiriendo a quien les escuchara sobre la suerte de sus familiares. El silencio, la sonrisa despectiva o la mentira eran las respuestas que recibían a sus preguntas.