Descripción de China - Matteo Ricci - E-Book

Descripción de China E-Book

Matteo Ricci

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Beschreibung

La «Descripción de China» de Matteo Ricci es considerada una de las obras más importantes acerca de la civilización, filosofía, historia, costumbres y geografía de China, tanto por el rigor de sus fuentes literarias como por la riqueza y autoridad de las orales, en especial los literatos chinos con los que el jesuita italiano tuvo trato. Primero de los cinco libros de su prolífica «Historia de la introducción del cristianismo en China» (también conocida como «Commentarj della Cina»), la «Descripción» es un trabajo etnográfico que cabe hoy enmarcar en el ámbito de las disciplinas que estudian los puentes culturales entre Europa y Asia, particularmente con el Lejano Oriente y China. Ricci consigue presentar a los lectores occidentales una China comprensible, pero que representa al mismo tiempo un desafío para la cartografía europea de los saberes.

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PLIEGOS DE ORIENTElejano oriente

EL ARTE DE LA GUERRASunziIntroducción, traducción y notas de Albert Galvany

FIGURAS DE LA EXCEPCIÓN EN LA CHINA ANTIGUA. SABIOS, DESVIADOS Y AUTÓCRATASAlbert Galvany

REGRESAR A CHINACarles Prado - Fonts

SANZIJING. EL CLÁSICO DE TRES CARACTERESWang YinglinIntroducción, traducción y notas de Daniel Ibáñez Gómez

LA RUTA DEL SILENCIO.VIAJE POR LOS LIBROS DEL TAOIñaki Preciado Idoeta

LOS LIBROS DEL TAO. TAO TE CHINGLao tseEdición y traducción de Iñaki Preciado Idoeta

LAS VEINTICUATRO CATEGORÍAS DE LA POESÍASi KongtuEdición de Pilar González España. Preludios de Gong Bilan

EL CAMINO DE CHUANG TZUThomas MertonTraducción de José Coronel Urtecho

FICCIONES FILOSÓFICAS DEL ZHUANGZIRomain GrazianiTraducción de Anne - Hélène Suárez Girard

EL PABELLÓN DE LAS PEONÍASTang XianzuEdición y traducción de Alicia Relinque Eleta

Descripción de China

Descripción de China

Matteo Ricci

Edición de Giuseppe Marino

PLIEGOS DE ORIENTESERIE LEJANO ORIENTE

Título original: Della entrata della Compagnia di Giesù e Christianità nella Cina (libro I)

© Editorial Trotta, S.A., 2023www.trotta.es

© Giuseppe Marino, edición, 2023

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a cedro (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.

ISBN (edición digital e-pub): 978-84-1364-227-7

CONTENIDO

Siglas

Estudio introductorio: Giuseppe Marino

Cronología de Matteo Ricci

Nota a la traducción

Bibliografía

DESCRIPCIÓN DE CHINA

1. De la razón para escribir esta historia y de la manera en la que en ella se ha de proceder

2. Sobre el nombre, magnitud y lugar de China

3. Acerca de las cosas que produce la tierra de China

4. Sobre las artes mecánicas de esta tierra

5. De las artes liberales, ciencias y grados que se confieren en China

6. Del gobierno de China

7. Sobre las cortesías y algunos ritos

8. Sobre la fisonomía, el culto del cuerpo, la vestimenta y otras costumbres de los chinos

9. De las supersticiones y algunos abusos de China

10. De las varias sectas religiosas que existen en China

Índice analítico

Índice general

SIGLAS

DE

Della entrata della Compagnia di Giesù e Christianità nella Cina, ed. de Piero Corradini y Maddalena Del Gatto, Quodlibet, 2010.

FR

Matteo Ricci, Fonti Ricciane. Documenti originali concernenti Matteo Ricci e la storia delle prime relazioni tra l’Europa e la Cina (1579-1615), ed. de Pasquale M. D’Elia, vol. I, Libreria dello Stato, 1942.

LT

Matteo Ricci, Lettere (1580-1609), ed. de Piero Corradini y Francesco D’Arelli, introd. de Filippo Mignini, Quodlibet, 2001.

OS

Matteo Ricci, Opere Storiche del Padre M. Ricci, ed. de P. Tacchi Venturi, Stab. Filippo Giorgetti, 1913.

ESTUDIO INTRODUCTORIOGiuseppe Marino

«No me provoca tristeza —de este modo la quiero llamar— el estar lejos de mis parientes secundum carnem, a pesar de que yo sea muy carnal, sino el hecho de que me he alejado de Vestra Paternitas que quiero más que a mi padre. No sé qué tipo de pensamiento a veces me viene a la mente, pero sé que me provoca cierta forma de melancolía que me parece que es buena, y me extrañaría no tenerla. Y pienso que mis padres y hermanos de aquel colegio donde nací y me crie, los cuales quise mucho y quiero, se olviden de mí, a pesar de que los tengo a todos muy frescos y tan presentes en mi memoria».

(LT 19)

1. RICCI, EL CRISTIANISMO EN CHINA Y EL MANUSCRITO DE LA DESCRIPCIÓN

El jesuita italiano Matteo Ricci (1552-1610) —Lì Mǎdòu, 利瑪竇, según su nombre chino— es sin duda el primer sinólogo de la historia en el sentido moderno, el denominado xitai para los chinos, esto es, «el maestro del Extremo Occidente»1. Su vida y obra estuvieron ligadas a la gran expansión misionera dictada por la política y por la ampliación comercial que llevaron a cabo dos países puntales de la cristiandad, España y Portugal, en su apertura a las Indias Orientales, lo que trajo como consecuencia —al menos de manera transitoria— la penetración del cristianismo en China. La evangelización de Oriente entre los siglos XVI y XVII, que conllevó la expansión no solo de los preceptos cristianos, sino de los de una civilización entera, la europea, supuso el último intento en época moderna de introducir la religión occidental siglos después del periodo nestoriano (635 d.C.-781 d.C.)2 y del posterior esfuerzo alrededor del año 1294. El recorrido de Matteo Ricci se inició en el mismo punto en el que en 1514 comenzaron a arribar las primeras naves portuguesas: el estuario del río de las Perlas (Zhujiang), enfrente de Cantón (Guangzhou), más concretamente en la residencia jesuita de Zhaoqing; después, continuó por los cuatro institutos que la Compañía de Jesús mandó edificar estratégicamente desde el sur de China hacia el norte: Chaozhou, Nanchang, Nankín y Pekín.

La habilidad con la que Ricci y sus compañeros supieron introducirse en el círculo de los literatos chinos e impresionarlos con un mundo, una ciencia, un arte y una cultura ajenos a China no necesita presentación ni aclaración, al igual que su manera de ganarse la confianza de las grandes figuras de la China Ming. Todos los hechos relativos a la misión evangelizadora de China, desde finales del siglo XVI hasta principios del siglo XVII, fueron descritos por Ricci en su obra omnia, redactada definitivamente durante los últimos años de su vida, cuando ya había alcanzado cierta madurez y experiencia. Claro está que los jesuitas, a partir de mediados del siglo XVI, contaban con el apoyo de Macao, esto es, de los establecimientos comerciales concedidos a los portugueses, que sirvieron de lanzadera para la penetración de las misiones europeas en el interior de China. El contacto entre chinos y europeos no solo conllevó en el territorio una revolución agrícola, y, en un sentido más amplio, gastronómica; la introducción de metales como la plata; o de armas, algunas ya conocidas por la dinastía Song (siglos X-XII), sino que se trató de un intercambio intelectual y cultural a gran escala entre Oriente y Occidente.

La Descripción de China de Matteo Ricci es una de las manifestaciones más claras de esta interacción cultural o interculturación que consigue presentar a los lectores occidentales una China comprensible para la mentalidad de Europa. Este conocimiento transmisible, construido por Ricci sobre la base de un examen previo del medio, ofrece un desafío tanto a la cartografía europea de los saberes sobre el mundo como también a su gramática3.

Con el título Descripción de China el autor se refirió constantemente en sus cartas a los diez capítulos que se traducen en este volumen y que conforman el primero de los cinco libros —subtitulado De la entrada de la Compañía de Jesús y de la cristiandad en China...— de su prolífica Historia de la introducción del cristianismo en China4.

La Descripción presenta un conjunto de materias totalmente distinto en relación a los contenidos de los otros cuatro libros, pues Matteo Ricci proporciona una panorámica completa del país, de su etnografía, geografía, productos, artes, lengua, literatura, gobierno y religión. Los restantes libros de la Historia están enfocados más hacia la religión, las fundaciones de las residencias, los viajes por el interior de China y los varios trabajos realizados para difundir la doctrina cristiana, sus estudiantes de matemáticas, la acogida de los príncipes imperiales, las cortes de Nankín y Pekín y sus respectivas residencias y colegios, las conversiones, etcétera.

El interés que hoy suscita Matteo Ricci va más allá del aspecto religioso o, incluso, del sinológico, habida cuenta de que los escritos del jesuita italiano se enmarcan en el ámbito de las disciplinas que estudian los contactos culturales —los llamados «puentes»— entre Europa y Asia, particularmente con el Lejano Oriente y China. Además, tales escritos podrían resultar útiles en vista de la creciente desorientación actual en materia de intercambios culturales, políticas de inmigración, etc. Por tanto, la actualidad de un libro como este radica no solo en el testimonio directo que nos proporciona en relación al diálogo cultural entre Europa y Asia, sino que, más aún si cabe, la Descripción de China resulta un documento único por ser pionero en la inmersión histórica, política, social, religiosa y cultural que el misionero llevó a cabo en China durante varias décadas5, como pone de manifiesto el propio autor, sabedor de la singularidad de su empresa: «A pesar de que sobre estas mismas materias circulan muchos libros en Europa, con todo, creo que a nadie le desagradará conocerlas a través de nosotros, que vivimos en este reino desde hace más de treinta años, discurrimos con las personas más nobles y principales de las provincias, tratamos continuamente en ambas cortes [Nankín y Pekín] con los principales y más ilustres magistrados y literatos del reino, hablamos su lengua, aprendimos sus ritos y costumbres y, por último, lo que más importa, día y noche tenemos en nuestras manos sus libros, los cuales jamás fueron considerados por los otros que vinieron a China, sino que solo supieron por boca de otros, los cuales no fueron tan instruidos como nosotros» (DE xi).

A través de la lectura de la Descripción se llega a entender su compleja envergadura intertextual, por su vínculo con la tradición clásica (Heródoto, Tácito, Tito Livio), con la geografía, la etnografía y otras materias afines del saber occidental, sin dejar de lado, desde luego, la influencia que absorbe la narración de la idiosincrasia del pueblo chino. La obra de Ricci es una relación necesaria para la reconstrucción histórica y social de China bajo la dinastía Ming y el gobierno del emperador Wanli. Pero, además, estamos ante un testimonio imprescindible del impacto mutuo de dos tradiciones ancestrales y milenarias. No cabe duda de que tanto la Descripción como el resto de su Historia son escritos que abarcan diversas áreas temáticas, pero de una manera más profusa si se compara con otras obras que tratan sobre Asia o China pertenecientes a épocas anteriores, como es el caso de Il Milione de Marco Polo, relato que contiene un sinfín de datos de interés, pero que no deja de ser un informe sobre un viaje. Además de ofrecer una información más detallada que los textos europeos anteriores, los escritos de Ricci supusieron en su día una contribución esencial en lo que se refiere a la comprensión de China por la mirada de Occidente6. Ello es así debido sobre todo al calado de la relación que ofrece Ricci de la realidad circundante, que resulta una articulación narrativa harto compleja por la voluntad del propio autor de enriquecer sus escritos con sucesos verídicos que modificaron la sociedad china de antaño. A ello debe sumarse la sensibilidad del cronista jesuita respecto a la comprensión extremadamente difícil de una cultura milenaria que sigue resultándonos ajena, la china, aunque en la actualidad, y en buena medida gracias a la globalización, la conocemos un poco mejor.

Desde su llegada a Macao, Matteo Ricci apuntaba diariamente todo tipo de sucesos, anécdotas y curiosidades que le iban pareciendo más relevantes, a la vez que avanzaba progresivamente en el aprendizaje de la lengua, las costumbres y la religión china, hasta el punto de llegar a convertirse en un extraño en su propia patria y en su lengua materna (DE xii). De ahí que, a partir de finales de 1608, el jesuita empezara a redactar sus memorias con la intención de enviarlas a Roma antes de finales de 1609 gracias a los barcos que navegaban desde Macao hacia la India. El lugar de composición de estos últimos escritos, entre los que se incluye la Descripción, fue por lo general Pekín. Al parecer, Ricci trabajó en el manuscrito hasta «pocos años antes de su muerte» (FR clxx), según cuenta el historiógrafo jesuita Daniello Bartoli (1608-1685). Tras el fallecimiento de Matteo Ricci el 11 de mayo de 1610, el jesuita italiano Nicolò Longobardo (1565-1655) custodió el manuscrito de la Historia. En primer lugar, anunció su existencia al General de la Compañía, Claudio Acquaviva (1543-1615), así como la intención de enviarlo a Roma a través de la nave que llegaba hasta la India. Dos años más tarde, el 21 de noviembre de 1612, Longobardo relata que el manuscrito se enriqueció, pues se «añadieron después algunas cosas que faltaban, de modo que estos cinco libros fueran bien preparados», e incluso se llegó a traducir al portugués (FR clxx). La última voluntad de Ricci fue la de enviar la Historia a Acquaviva antes de una hipotética publicación, pero lo más importante era que no pasara por otras manos.

Sucedió, pues, que la Compañía decidió enviar a Roma al jesuita francés Nicholas Trigault (1577-1628), que había llegado a Macao en la primera mitad de 1610, es decir, después de la muerte de Ricci. A principios de 1613, el manuscrito de la Historia viajó hacia Roma bajo la tutela del jesuita Trigault, quien, según el estudioso jesuita D’Elia, incorporó 19 hojas a las 122 autógrafas de Ricci7. Entre las instrucciones que Longobardo dio al francés para que se siguieran en Roma constaban estas tres: la necesidad de revisar el «modo y estilo» del texto; que la relación de Matteo Ricci fuese hecha en «voz viva» al General de la Compañía; y, por último, que la obra fuese traducida al latín (FR clxxii). Cuando Trigault llegó a Roma, llevó consigo el manuscrito ricciano original de la Historia y un retrato del jesuita italiano. No está del todo claro si, tras ser examinada la obra de Ricci, fue mirada con recelo por parte de la curia romana, en particular debido a su método evangelizador largamente criticado a principios del siglo XVIII. Pero lo que sí se puede afirmar es que tanto el autor como su manuscrito se vieron envueltos en un completo silencio. A decir verdad, la condena eclesiástica de la estrategia de Ricci, debido sobre todo a algunas de sus traducciones conceptuales de los textos teológicos fundamentales, en particular las disputas sobre los ritos chinos del siglo XVIII, determinaron este olvido que se prolongó durante siglos, exactamente hasta que en 1939 el papa Pío XII afirmó la rectitud del método y del camino espiritual señalados por Ricci (DE x).

Los folios del manuscrito en papel chino de la Descripción pertenecen indudablemente al autor italiano. Su escritura menuda, su trazo fino, unas pocas correcciones y unos añadidos al margen de puño y letra de Ricci son los rasgos típicos que convirtieron este códice antiguo en un clásico entre los estudiosos del jesuita. A partir de los libros IV y V de la Historia se hace visible la intervención del padre Trigault, quien completó el texto añadiendo algunas informaciones sacadas de los apuntes de Ricci, más una narración sobre la muerte del autor y el relato de las negociaciones sobre el entierro de Ricci en tierra china. No menos importante será la participación del italiano Sabatino De Ursis (FR clxxv), si bien este tipo de injerencias no repercuten en los primeros diez capítulos de la obra. En otras palabras, el texto de la Descripción que aquí presentamos salió únicamente de la pluma de Matteo Ricci, con la pretensión de dar a conocer al pueblo chino los confines del resto del mundo y precisar las características de las civilizaciones europeas y del Asia central, meridional y sur-oriental.

El verdadero cambio de rumbo en el proceso divulgativo de la Historia en Europa y, por ende, de la Descripción, llegó en el otoño de 1615 con la impresión en Augsburgo de la traducción del manuscrito ricciano al latín llevada a cabo por el padre Trigault, bajo el título De Christiana Expeditione apud Sinas ab Societate Iesu suscepta, ex P. Matthaei Riccj commentariis Libri V, auctore P. Nicolao Trigautio, Belga8. Este título siguió empleándose para las subsiguientes reimpresiones en latín (1616, 1617, 1623 y 1684) y, asimismo, para las traducciones en las lenguas vulgares: en alemán (1617), en español (1621), en italiano (1622) en francés (hubo tres ediciones: 1616, 1617 y 1618) y en inglés (edición parcial por Purchas en 1625) (FR clxxvii). Resulta curioso, como subrayó D’Elia, que finalmente la circulación del texto se deba a la obra traducida al latín, que siguió vigente durante más de tres siglos. En todo este proceso de diseminación de los escritos riccianos, el manuscrito original quedará relegado al olvido y no se publicará hasta principios del siglo XX. El manuscrito ricciano fue editado por primera vez en la edición de Pietro Tacchi Venturi (1911) y posteriormente en la de D’Elia (1942), edición esta última promovida por el régimen fascista y con el visto bueno de Mussolini y de Giuseppe Bottai. En época más reciente, la Historia ha vuelto a ser editada por Piero Corradini y Maddalena Del Gatto (2010), y más tarde se publicó por separado la Descrizione della China (2011), editada por Valli y Mignini.

Es importante señalar que, hasta la fecha de publicación de la edición del jesuita Pietro Tacchi Venturi, quien encontró el manuscrito ricciano en 1911 en Macerata, la obra del jesuita italiano se atribuyó a Trigault, autor de la traducción latina. No obstante, hay que decir que las dos primeras publicaciones del siglo XX tenían un propósito bien específico en el periodo histórico en el que vieron la luz, a saber: revalorizar la figura de Matteo Ricci, «orgullo de la nación italiana» e «hijo casi olvidado»; o, dicho en otras palabras, contrarrestar la figura de Trigault, quien, siguiendo la perspectiva italiana nacionalista, se apropió el mérito de la obra del de Macerata. En consecuencia, a partir del redescubrimiento en Italia de Matteo Ricci y sus crónicas asiáticas, la edición de Trigault pasó a ocupar un segundo lugar, si bien hay que reconocer la importancia del trabajo del jesuita francés, que resultó fundamental para la difusión de la obra de Ricci y de su método9, y, por tanto, para ensalzar el valor de su Historia.

De acuerdo con D’Elia, la edición de Tacchi Venturi despertó el interés por los estudios riccianos, tanto en China como en el resto del mundo, tanto en el campo sinológico como en el ámbito de las relaciones entre Europa y China, y en otras materias afines. No obstante, la edición de D’Elia fue la primera versión que siguió un rigor más sinológico, pues no solo añadió su responsable detalles de lugares, hechos y personajes, al servirse de las fuentes chinas, sino que cambió y mejoró la fonética del texto italiano según las exigencias de su tiempo. Es más, el editor jesuita, en su copiosa edición del texto ricciano, decidió completar el texto de la Historia —o si se quiere de los Commentarj, como la denominó Tacchi Venturi y, antes de él, Trigault— con las cartas y otros textos inéditos del jesuita de Macerata. Por último, hay que recordar que tras la publicación de Trigault, la obra de Ricci adquirió títulos diferentes en las traducciones siguientes, como el de Diary o Journal10.

La Descripción se diluyó en las múltiples copias que se realizaron en latín, que sucesivamente acabaron por ser traducidas a muchos idiomas europeos. En consecuencia, la obra que ahora presentamos se convirtió en una de las fuentes principales a través de la cual los curiosos escritores, y no solo estos, extrajeron valiosa información sobre la China de finales del siglo XVI y principios del XVII.

2. ORÍGENES DE LA DESCRIPCIÓN

El 13 de septiembre de 1584, desde Zhaoqing, en la provincia de Cantón, ciudad con más de cuarenta y siete mil habitantes11, Matteo Ricci escribía al factor real de Filipinas Juan Bautista Román: «... lo demás lo dejo, ya que me propongo redactar una relación mucho más detallada después de haber vivido más tiempo en esta tierra» (LT 58)12. Esta mención revela que el autor italiano tenía pensado redactar su Descripción desde su llegada misma a la China continental. En efecto, el 20 de octubre del mismo año, y desde la misma ciudad, Ricci escribía más claramente al prepósito general de la Compañía, Claudio Acquaviva: «Para que V. P. se consuele, desearía enviarle una Descripción de toda la China, mas todavía no he podido saber con certeza la altura de Pekín hacia la parte septentrional...» (LT 103).

Más de diez años después (1596), el 12 de octubre, en otra carta desde Nanchang (capital de la provincia de Jiangxi) dirigida al jesuita de Cesena Giulio Fuligatti, Matteo Ricci escribía: «La Descripción de China se envió a Europa por varias vías, pero con muchos errores»; y en la misma misiva adelantaba a su compañero la posibilidad que tuvo de entrar en la «ciudad real», es decir, Pekín, y su primer retrato de esta ciudad, el lugar «más adentro de China» y uno de sus deseos más recónditos (LT 326). A día de hoy, no se conoce ningún ejemplar de esta obra, que sin duda debió de ser diferente de la versión que llegó hasta nuestros días —esta que se traduce en el presente volumen—, aunque es cierto que sirvió al autor como base para componer el primer libro de su Historia13. Ruggieri, en su viaje de vuelta a Europa, donó una copia de la Descripción al cardenal de Austria, y otra copia al papa Gregorio XVI. Al parecer, la Descripción se componía de un mapa geográfico, del que se trajeron muchas copias a Europa enrollado en rótulos muy grandes como el que, posteriormente, se regaló a Felipe II. A pesar de que no tenemos ninguna noticia de esta primera Descripción, es probable que se tratara de una copia de la carta completa que Ricci intentó terminar en septiembre de 1584, a la que se refiere en la larga misiva a Román14. Existe también otra carta más tardía, pero más cercana a la fecha de composición de la Historia y, por ende, de la segunda Descripción, redactada el 17 de febrero de 1609 y enviada al jesuita João Álvarez, en la que Matteo Ricci expresaba claramente su intención de dejar escrita una relación en la que estarían señalados todos los sucesos de los que fue testigo en China para evitar posibles confusiones y malentendidos (LT 524-525).

Más allá de la Descripción, la producción literaria de Ricci en China es verdaderamente impresionante: de sus cartas se colige que participó en la composición del Catecismo15 de Michele Ruggieri, en letra china e impreso en Zhaoqing; que compuso un Mapamundi16 en chino que mandó «imprimir, pese a que tiene algunos errores, pero para ellos es la cosa más verdadera que tienen en esta materia» y «tres globos terrestres también en su lengua y letras» (LT 103). A la redacción del Catecismo de Ruggieri siguió la del famoso Tianzhu shiyi (Verdadero significado de la doctrina del Señor del Cielo), un catecismo más completo, impreso en Pekín en 1603. Se trata de una obra que, según Ricci, contenía una serie de ataques a las doctrinas budistas. El éxito que tuvo el Tianzhu en China convenció al padre Alessandro Valignano de la necesidad de imprimirlo para su uso en Japón, como así se hizo en 1605.

Asimismo, con el fin de mitigar el odio de los budistas, «nuestros enemigos», Matteo Ricci decidió imprimir una obra muy breve y de carácter estoico, pero «acomodada a la cristiandad», titulada Venticinque sententie (Ershiwu yan), redactadas entre febrero de 1599 y mayo de 1600 y publicadas en 1603 (LT 384). Unos años más tarde, en 1607, y con el apoyo del matemático y político Xu Guangqi, el jesuita italiano tradujo el texto de los Elementos de geometría de Euclides (Jihe yuanben), utilizando la edición latina al cuidado del jesuita Cristoforo Clavio, maestro de Matemáticas de Ricci en el Collegio Romano. Asimismo, en 1608 publicó los Paradossi (Jiren shipian o Diez capítulos de un hombre extraordinario), un texto que tuvo mucho éxito para la difusión de la religión cristiana en China, cuyos capítulos tratan varios asuntos: la vida después de la muerte, la memoria, las miserias humanas, el ayuno de los cristianos, el paraíso, etcétera (LT 460-461).

En medio de estas empresas editoriales, Matteo Ricci también tradujo varias obras al chino, entre otras el Calendario Gregoriano (1608), un escrito que nunca vio la luz de la imprenta en Asia17 «por ser cosa de mucha sospecha en China hacer nuevos calendarios», pero «acomodado su año de modo que los mismos cristianos pueden saber todas las fiestas del año» (LT 384). La noticia de que sus obras circulaban incluso entre los cristianos de Japón debió de consolar al jesuita italiano, pese a saber que, en comparación con el chino, la lengua japonesa «era diferentísima, aunque con las letras se entienden los unos con los otros muy bien» (LT 384). Asimismo, resultan fascinantes no solo las traducciones chinas de obras religiosas como el Decálogo, o de oraciones litúrgicas como el padrenuestro, el avemaría o el credo, todo ello incluido en lo que denominaba Doctrina cristiana18, sino también la creación de su famoso tratado sobre la memoria local Xiguo jifa (Mnemotecnia occidental) que ofreció al xunfu, a partir de junio de 1596, para coadyuvar a la educación de sus tres hijos (LT 336). Con este tratado, Matteo Ricci esperaba que tras aprender a valorar sus dotes mnemotécnicas, los chinos «se sintieran impelidos a preguntarle sobre la religión que hacía posible tales maravillas»19. Junto a todas estas obras citadas, durante los mismos años Ricci compuso otro tratado, el De Amicitia (Jiaoyun lun), un ensayo sobre la amistad que redactó en 1595, para el cual escogió, según afirmaba en 1596, «los mejores de nuestros libros, y como eran varias personas eminentes, los literatos de estas tierras se quedaron más atónitos». A este libro añadió un proemio «para darle más autoridad» y lo ofreció a «aquel pariente del rey, que también tiene título de rey. Y eran tantos los literatos que me pedían leerlo y transcribirlo que siempre tenía preparadas algunas copias para enseñar». Es más, según afirmó Ricci en una carta al prepósito general de la Compañía Claudio Acquaviva, un amigo de los jesuitas, tras haber transcrito el De Amicitia, lo llevó a su tierra y «lo imprimió con mi nombre sin decirme nada y, a pesar de que me entristecí, su bondad de ánimo fue digna de loar» (LT 337-338). La importancia de la transmisión de este tratado, que llegó a divulgarse de forma repentina entre los chinos, consiste en la superación de ciertos estereotipos aceptados por los chinos («cosas mecánicas y artificiosas hechas con las manos o instrumentos»), tanto que, según declaraba Ricci al padre Girolamo Costa, le confirió «más crédito al igual que nuestra Europa de lo que hicimos hasta ahora» (LT 364).

En otra misiva al prepósito general Acquaviva, del 15 de noviembre de 1592, Ricci afirmaba: «El año pasado envié a V. P. una Descripción de la ciudad de Nankín y la Descripción del palacio del rey de la China». Estos escritos desafortunadamente se perdieron, ya que al día de hoy no se conserva ningún ejemplar (LT 170). No obstante, dos años después, estando en Chaozhou, Ricci se decidió a contratar a un literato para empezar a componer algún escrito en lengua china. Tras recibir dos clases al día, el jesuita se animó a la escritura de «un libro de las cosas de nuestra fe, todo de razones naturales, con el fin de divulgarlo por toda China cuando se imprima» (LT 189). A partir de 1594, por sugerencia de Valignano, Ricci empezó a redactar el Tianzhu shiyi (Verdadero significado de la doctrina del Señor del Cielo), que había de sustituir al Tianzhu shilu, publicado por Ruggieri a finales de 1584. Las habilidades en las composiciones chinas del de Macerata superaban su capacidad de pronunciación y de comunicación oral. La destreza con la que traducía al chino «nuestros libros» atrajo a no pocos intelectuales, quienes, según escribía en una carta, «nunca oyeron cosas similares a estas y en cada tipo de ciencia y arte» (LT 363).

Entre las varias razones que llevaron a la composición de estas obras, fácilmente atribuibles al deseo de propagar la religión cristiana en Asia, subyace la intención, por parte de Ricci y de los otros jesuitas, de hacer ver a los locales que había algo más allá de China, y que aquellas tierras no «ocupaban ni la milésima parte del mundo; al contrario de lo que decían y se persuadían los chinos según los escritos y descripciones de sus cosmógrafos» (LT 160). Asimismo, en una carta escrita al jesuita coterráneo de Ricci, Girolamo Costa, el autor italiano afirmaba que los chinos se creían «los señores del mundo, y que ninguna nación se puede paragonar con su ingenio y sabiduría» (LT 286).

3. CONTENIDO DE LA DESCRIPCIÓN DE CHINA

La Descripción de China de Matteo Ricci no es una exposición inocente, apasionada o fantástica y, por ende, falta de sentido crítico, redactada por un escritor entusiasta y fanático de China y de la dinastía Ming. Al contrario, los diez capítulos que componen este primer libro de los apodados Commentarj intentan dar cuenta de las virtudes, pero también de los defectos, de la civilización china de finales del siglo XVI y principios del XVII. Asimismo, la obra cumplió una función específica en la sociedad occidental: la de dar a conocer de manera más profunda y detallada la sociedad china, el estado político y económico del país a través de una descripción integral, ponderada, a la vez que científica de las costumbres, de la lengua y de la literatura del pensamiento chino (DE xxxi). La capacidad del autor de volverse extranjero, incluso para sí mismo, y hallar todo tipo de diferencia, disparidad y desequilibrio en la China contemporánea, envuelve esta obra de aspectos únicos en su género. La Descripción ofrece una imagen clara y vívida del país oriental, de sus pros y contras, de una sociedad estructurada casi hasta la obsesión a partir de una complicada clasificación social, y retratada, además, desde una perspectiva interior, como si el autor fuera (y de hecho, lo fue) un miembro perfectamente integrado en la elite china20.

Para una adecuada comprensión de la obra, no hay que excluir la influencia de ciertas lecturas que, con mucha probabilidad, Matteo Ricci realizó en su pasado europeo, algunas de ellas basadas en los primeros informes portugueses21, en particular los del comerciante luso Galeote Pereira (siglo XVI)22, cuyos escritos se publicaron en Venecia en 1565, y también el Tratado das cousas da China (1569) del fraile dominico Gaspar da Cruz (1520-1570)23. Al respecto de otras posibles fuentes y lecturas de Matteo Ricci sobre el Lejano Oriente, la Historia de las cosas más notables, ritos y costumbres del gran Reyno de la China del riojano Juan González de Mendoza, divulgada a partir de 1585 y acogida favorablemente en Occidente, pudo ser un escrito que el jesuita italiano consultase en su etapa de vida en Europa. Además, cabe recordar que los jesuitas en el Collegio Romano podían consultar y leer las famosas Cartas anuas, informes muy edificantes e importantes sobre las misiones católicas que se empezaron a imprimir en 1581. Pero incluso antes de estas publicaciones, Ricci pudo haber leído varios sucesos de sus correligionarios enviados a las misiones lejanas, como los notorios Avvisi particolari delle Indie di Portogallo (1552) o los Novi avisi di piu lochi de l’India (1553), entre otras crónicas24. Pese a la importancia de estas posibles fuentes que pudo manejar Ricci a la hora de elaborar su obra, conviene señalar que la Descripción aportó una información más precisa y directa que la Historia de González de Mendoza, pese a la enorme repercusión que tuvo la obra del riojano en toda Europa, al igual que otro tipo de fuentes (OS xxxiv).

Como afirma Tacchi-Venturi, más allá de la influencia libresca, la Descripción fue el fruto de las conversaciones con magistrados y literatos, y de la experiencia que Ricci fue atesorando y registrando durante casi seis lustros en la China continental, viajando a las regiones más célebres y distantes del imperio. En esto consistió su ventaja con respecto a otras descripciones y escritos anteriores a su obra, en la asimilación de las costumbres locales, pero también de las culturas que estudió a través de las obras de escritores, filósofos, historiadores y testimonios oculares, teniendo cuidado de que nada de ello fuera completamente contrario a la religión cristiana (OS xl).

Una lectura atenta de las cartas del jesuita italiano revela que la Descripción fue una obra que Ricci maduró con el tiempo, y que ofreció de manera fragmentada desde finales del siglo XVI, a manera de breves reflexiones dirigidas a sus hermanos jesuitas y también a sus amigos (LT 112-113). Al cotejar las cartas con la Descripción, se hace patente la incesante búsqueda de información que el jesuita llevó a cabo, el intento de perfeccionar su relación a través del estudio de las fuentes chinas. De ahí sus afanes por afinar los datos sobre la posición geográfica, la fertilidad, la capacidad de autoabastecimiento, el buen gobierno, la falta de un credo, y también la creencia general de que China era una especie de paraíso terrenal «y por eso son muy dados a los convites, comedias, cantos, bailes...» (LT 112).

En principio, la razón del punto de vista que prevalece en la Descripción no parece que sea fruto de la altivez eurocéntrica de su autor —aunque por supuesto no hay que excluirla en algunas circunstancias, sobre todo en lo que atañe a la cuestión religiosa— ni de prejuicios respecto a la población china, que el jesuita tanto apreció y ensalzó, en particular en los últimos años de su vida. Se trata más bien del empleo recurrente de la analogía trascendental, que persigue acercar al lector europeo a un contexto lejano y extraño, la China de finales del siglo XVI y principios del XVII. El lector se enfrenta así a una constante comparación de lo conocido con lo diferente. A partir de estas técnicas comparativas, cada rasgo relativo a la vida y costumbres de China cobra vida en el imaginario europeo. En definitiva, la Descripción es una obra etnográfica que se podría definir como «acumulativa», fruto de la combinación de la información adelantada en las cartas que Matteo Ricci escribe a sus interlocutores desde su llegada a China. No se trata de una obra escrita in promptu, más bien es el fruto de varias reflexiones, investigaciones y, sobre todo, consultas que el jesuita italiano iba planteando a los autóctonos.

Un ejemplo de esta estrategia compositiva es una carta desde Nanchang redactada el 9 de septiembre de 1597 y dirigida al jesuita Lelio Passionei en Módena. Muchos párrafos de esta misiva, al igual que ocurre en otras cartas, son un breve resumen de ciertas partes de la Descripción. En esta se halla retratado el gobierno de China («me parece que es más república que monarquía»); los nueve rangos (jiupin) y el poder de los literatos («el gobierno del reino está todo en las manos de los literatos»); la dependencia de los soldados del sueldo de los gobernadores literatos, las características de la lengua china («cada letra significa una palabra, la cual en China es un monosílabo»); el denominado Tesserabiblio, es decir, Los cuatros libros del confucianismo (Sishu) que Ricci tradujo y anotó al latín; y, por último, una de las cuestiones en la que más se detuvo en la Descripción, a saber, la preparación, la composición, la organización y los resultados del examen para obtener el primer grado de xiucai (bachiller), otorgable después del examen por distritos en el sistema en vigor durante las dinastías Ming y Qing (LT 347-351). Se trataba, sin más, de una prueba de examen cuya parte esencial era el canon confuciano25. En el capítulo cuarto de la Descripción acerca de las artes liberales, Matteo Ricci dedica una sección muy larga al sistema gubernamental chino, aunque lo que más impacta es la conexión que el jesuita establece entre el aprendizaje científico occidental y la verdadera fe. Al igual que ocurrió con otros jesuitas, Ricci quedó fascinado por el sistema de examen y el proceso de selectividad a tres niveles con los que se elegía a los literatos de todas las provincias. El religioso italiano describió con todo lujo de detalles el formato y el contenido de los exámenes. La razón de este interés, según sostiene Laven, debió de ser que dicho método selectivo estaba conectado con un grado de exigencia que de algún modo le llevaba a recordar la estricta educación jesuita en el Collegio Romano y las líneas que guiaban la Ratio Studiorum26.

La imparcialidad con que se habían tratado algunas cuestiones llevó al propio Ricci a proponer un relato detallado, en particular en la construcción narrativa del gobierno chino, en el que se ensalzan la inclinación de los locales hacia las ciencias políticas y su destreza en tales asuntos, la administración del Estado y el sistema democrático de su cultura. En una de sus cartas, redactada en castellano el 24 de noviembre de 1585, el jesuita italiano se deshace en elogios hacia la organización del Estado chino, al punto de que llega a afirmar: «Parésceme que no supo tanto Platón poner en especulación de república cuanto la China puso en plática» (LT 76).

Esta admiración se debía en parte a la comparación que en su mente, sin duda, debió establecer Ricci entre el Estado chino y el modelo administrativo de su país natal, Italia, cuyo Estado estaba subdividido en tantos pequeños estados —cada uno no era más grande de una xian china—, donde el poder se repartía de forma desigual entre las clases feudales. Ricci admiraba del Estado chino particularmente su administración burocrática y el modelo meritocrático, que era el eje central de su Estado unitario, mucho más grande que Europa. A diferencia del Viejo Continente, en China los militares no ocupaban los altos cargos del Estado. Por el contrario, el gobierno estaba en manos de las clases de los literatos (DE xxxii). Este hecho llamativo servía al jesuita italiano para explicar que China era verdaderamente el lugar en el que se había llevado a cabo la soñada República de Platón, mientras que Occidente solo se limitó a hablar de ello como de una utopía irrealizable27. Lo que le llamó más la atención a Ricci, como se puede apreciar en la Descripción, pero también en cualquiera de sus escritos dirigido a los europeos, fue la organización estatal repartida en diferentes grados, la falta de una nobleza que se acercara al modelo europeo, y la preponderancia de una aristocracia fundada en el conocimiento y en las virtudes morales, en lugar de estar basada en elementos étnicos, como la claridad de la piel o, del lado artistocrático, en la sangre azul. Ya en 1595, Ricci ilustraba al jesuita portugués Duarte de Sande (1547-1599) acerca de los cuatros géneros de la autoridad china: 1) «los mandarines que gobiernan las letras»; 2) «los xiucai, que son los literatos y algunos de ellos fueron a su vez mandarines en otros lugares»; 3) «los parientes de la familia real, es decir, del mismo linaje del rey de China»; 4) «los literatos que obtuvieron el primer grado de los tres que se dan en China» (LT 245).

En líneas generales, la visión ricciana de la China de los Ming es bastante favorable y, a su entender, provechosa para la instauración de la cristiandad en aquellas tierras, aunque el jesuita era muy consciente de la necesidad de trazar una estrategia para que la doctrina occidental fuese aceptable. De forma unánime, en particular entre los estudiosos de los llamados «contactos culturales», Matteo Ricci es tenido como uno de los primeros jesuitas en la adopción del método de la acculturatio, basado en el famoso ejemplo evangélico de Mateo (10, 16): «Yo os envío como a ovejas en medio de lobos; sed, pues, prudentes como serpientes, y sencillos como palomas». Gracias a estas virtudes, Ricci pudo ser acogido por la población China, penetrar hasta el interior del país, profesar la religión cristiana y ahondar en los rasgos más ocultos y curiosos de la sociedad.

Claro está que el jesuita italiano se tuvo que enfrentar con los aspectos más inquietantes de la China Ming, en particular a la hora de predicar la doctrina evangélica. Ello requería por parte de los misioneros un ejercicio de prudencia que debía ir más allá del prejuicio que los chinos tenían de los castellanos y portugueses como «gente belicosa», según puso de relieve el predecesor de Ricci, el italiano Michele Ruggieri (OS 420). Los jesuitas que querían seguir profesando no podían volver atrás, ya que no les quedaba otra que aceptar la imposición del Gobierno chino, que impedía a cualquiera que se estableciese en el país regresar a Europa. Por tanto, los religiosos debían llevar a cabo una completa adaptación a las costumbres chinas, algo absolutamente necesario para sortear la desconfianza que mostraban los locales en el trato con los extranjeros. Matteo Ricci, junto con el padre visitador Alessandro Valignano (1539-1606), fue uno de los impulsores de esta estrategia de acercamiento a la realidad china que pronto se convirtió en una de las claves de la misión evangelizadora: la transformación de un europeo en chino por el bien de la cristianización. Por esta razón, según confesaba el jesuita italiano en 1599, los jesuitas «hablamos, comemos, bebemos, y habitamos en casa siguiendo la costumbre de China» (LT 361).

La acculturatio ricciana proponía un conocimiento y mimetización más profundos de la cultura china, lo que, por ejemplo, llevó al jesuita a estudiar a los autores clásicos chinos. Se sabe que, a tal fin, Ricci asistió a un curso para poder «oír las cosas morales de los literatos de la China, que son los Cuatro libros de cuatro filósofos muy buenos y de documentos morales muy valiosos»28. La traducción al latín de los escritos de Confucio, que fue un encargo de Valignano, también le sirvió para ahondar en el conocimiento de la cultura oriental (LT 184). A través de la integración de los clásicos chinos en el amplio repertorio de textos humanísticos que iba desde el universo grecorromano hasta el pasado cristiano, su conversación adquirió un enorme poder persuasivo al desarrollar un tipo de retórica muy efectiva para captar la atención de los chinos29. En definitiva, Ricci modeló (y recuperó) una visión del confucianismo que se regía plenamente por un sistema de moralidad social y política, y con ello elaboró un pensamiento esencialmente cívico relacionado con el «buen modo de vivir y gobernar»30.

Por otro lado, la adaptación cultural que defendía metodológicamente el religioso italiano no excluía la posibilidad de introducir elementos propios occidentales en China, no solo a nivel material (por ejemplo, el famoso reloj de mesa o los vidrios venecianos coloreados, que los chinos apreciaron sobremanera), sino también a nivel conceptual como, por ejemplo, la posibilidad de consolar al prójimo cristianamente, como le sucedió a Ricci con un mandarín víctima de una injusticia, a quien le narró «brevemente la historia de Job, la cual pareció apreciar mucho» (LT 213). Sin duda, la acculturatio ricciana supuso una verdadera transformación del «yo», tanto interior como exterior. En relación a esto último, más visible públicamente, Ricci no dudó en adoptar el traje de los literatos, ni tampoco a la hora de adquirir nuevos hábitos gastronómicos: «En cuanto al vivir sin pan y sin vino, sino con solo el Gran arroz, no tengo ninguna dificultad, es más, no cambiaría fácilmente por ser ya una costumbre de muchos años» (LT 420). No es menos cierto que algunas costumbres chinas le resultaron al principio bastante difíciles de adoptar, como la de dormir «en tablas con esterillas por encima»; y añadía que «como cabecero usan una cosa muy dura hecha de cierta caña muy dura tejida muy bien, y me costó al principio mucha fatiga acostumbrarme a ella» (LT 420). Asimismo, otros hábitos, como el de llevar las uñas largas, no tuvieron una buena acogida entre los jesuitas por resultarles moralmente dudosos: «En las uñas y en las manos no podemos imitarlos, por ser cosa muy fastidiosa, ya que hay muchos entre ellos que tienen las uñas más largas de un palmo y medio, y para que no se rompan, las meten dentro unos canutos de caña muy largos, a manera de dedales, la cual nos parece una cosa muy indecente, pero para ellos es un símbolo de mucha gravedad, y se rompen con mucha más facilidad que un vidrio» (LT 420).

La serie de consideraciones que Ricci trasladó al jesuita portugués Duarte de Sande puede ser la quintaesencia de su concepto de acculturatio que promulgaba el italiano, un intento de armonización con la sociedad china que se desplegó a partir de una «nueva vestimenta»: «Y porque teníamos pensado dejar los nombres de los bonzos (LT 309) que entre los chinos son tenidos en baja consideración, y asumir los de los literatos, conforme al permiso que nos había dejado el padre Visitador, nos hicimos crecer la barba y el pelo hasta las orejas y nos pusimos también una vestimenta particular que los literatos suelen usar durante el tiempo de las visitas y dejamos la de los bonzos que usábamos antes. Salí en este lugar por primera vez y con barba, y me fui a visitar a este mandarín con dicha vestimenta que tiene un tejido de color rojo oscuro [...]. En fin, es la misma vestimenta que en China usan los literatos y que se parece mucho al traje que usan los venecianos en Venecia» (LT 217).

En la misma misiva, Ricci confirmó el éxito positivo que tuvo esta resolución relativa a su atuendo, así como a la adopción nominativa que correspondía a dicho estatus social: «No cabe duda de que la decisión de adoptar tanto el nombre como la vestimenta de los literatos fue una gran invención de nuestro Señor, dejándonos crecer tanto el pelo hasta las orejas, según lo llevan los padres en Alemania, como la barba, que en menos de un año me creció mucho al igual que al padre Lazzaro Cattaneo, que nos llega casi al cinturón. Y los chinos se maravillan mucho, ya que por lo general solo tienen cuatro pelos en lugar de la barba, aunque no faltan los que la tienen larga» (LT 258).

Esta adaptación significaba tomar conciencia de las sospechas que se cernían sobre los religiosos europeos en las ciudades en que iban profesando. Había que demostrar a los chinos que los misioneros eran teólogos y, en particular, predicadores literatos, en vista de que «ningún gentilhombre chino trata familiarmente con un bonzo y no solo en Nankín, sino también en todas estas ciudades» (LT 309). Esta actitud, según Ricci, determinaba el talante sobreprotector de los gobernadores chinos, quienes «difícilmente darían aquí una estancia a los forasteros especialmente en estos tiempos que están en guerra con los japoneses»31. Ricci había notado que en las ciudades situadas al lado del mar, las sospechas de la gente aumentaban en comparación con las localidades del interior, porque los chinos les consideraban espías al servicio de los japoneses o en connivencia con los piratas que arrasaban las costas chinas (LT 220).

Volviendo al tema de la adopción del atuendo chino que había iniciado Ricci, se vio acentuado cuando el jesuita italiano, según confesó a su compañero Girolamo Benci, dejó de llevar el birrete, es decir, el bonete cuadrangular usado por los clérigos «para la memoria de la cruz», que sustituyó por uno «muy extravagante, agudo como el de los obispos» (LT 269). La adaptación de los europeos fue más allá de la vestimenta y llegó a integrar incluso la manera de estar expuesto y de presentarse al público para lograr más autoridad entre los chinos. El jesuita italiano observó que los hombres principales de China se movían en los palanquines (jiao), llevados por sus vasallos de un sitio a otro. Al ver esta costumbre, los jesuitas decidieron seguir el modelo de los chinos más influyentes, y compraron «un palanquín para ir por la ciudad, cubiertos con un paño y llevado por hombres» (LT 280). De manera que, afirmaba Ricci, «yo todo el tiempo que allí [Nankín] estuve, siempre salía en palanquín, y aquí [Nanchang] hago lo mismo para tener más autoridad con ellos» (LT 277).

Con su Descripción de China, Ricci pretendió llamar la atención del lector europeo sobre las excelencias del país asiático y sus habitantes, al igual que marcar sus deficiencias, en particular, la corrupción política y los problemas que planteaba la religión, pese a salvar algunos aspectos del confucianismo que, en opinión del italiano, guardaban cierta relación con el monoteísmo32. La prédica cristiana ensayada por Ricci fue una doctrina que, debido a las circunstancias, se presentó desnuda de la jurisdicción occidental, depurada de elementos demasiado filosóficos o históricos, y, sin duda, adaptada a la clase dominante confuciana para la salvación de la civilización china. En este sentido, los diez capítulos de la Descripción suponen una tentativa de superar las divergencias sociales y culturales, con tal de reducir el desconocimiento y la distancia de los europeos al respecto de la fenomenología descrita y a la información detallada del contexto que proporciona el cronista. Cualquier detalle de falsedad o mentira (en particular, relacionada con las sectas budistas) que percibe Ricci fue objeto de denuncia a través de sus experiencias, sus anécdotas, sus comparaciones. Llama la atención, en una carta enviada por el jesuita a su hermano el canónigo Antonio Maria Ricci, la serie de analogías mitológicas que ensaya el autor italiano en relación a las sectas budistas y, en particular, a los confucianos y a los literatos, los budistas y taoístas, tomando como referencia clasicista la Hidra de Lerna: «Tres son las principales sectas en China y cada una se divide en otras nuevas. Me parece esta idolatría como la Hidra de Lerna de tres cabezas que, tras cortar una, de pronto nacen otras tres, para las que sería necesario un nuevo Hércules que con un hacha las matara» (LT 330). Con esta imagen mítica, quería mostrar que la sociedad china adoptaba una postura totalmente opuesta a la europea con respecto a la mentira, tal y como relató a través de su conversación con el rector de la Academia de la Cueva del Ciervo Blanco, Zhang Doujin (Cianteuciun): «Se rio el viejo por esta novedad, porque nunca entre ellos fue considerado un pecado o una vergüenza decir mentiras» (LT 320).

Puede decirse que Matteo Ricci es un escritor optimista a la hora de emprender la tarea de describir cómo se produjo la penetración del cristianismo en China. A su llegada al país asiático, desconoce por completo la cultura local, pero acaba por estudiarla de manera muy cuidadosa y detenida, no solo desde el punto de vista lingüístico, sino en relación a muchos otros aspectos del conocimiento en los que consiguió profundizar en sus veinticinco años de residencia en China. Al leer la Descripción, se observa que la escritura de Ricci es de tipo funcional, centrada en el retrato de la sociedad china, sin muchos rodeos intelectuales. La narración resulta, pues, pragmática, es decir, se ciñe al acto puramente referencial, pues lo que más importa al autor es comunicar el mensaje, de modo que en la transmisión del mismo no hay espacio para las estructuras refinadas más propias de la literatura. La costumbre del jesuita de escribir lo mismo en castellano que en portugués, en particular a la hora de redactar sus cartas33, unido al poco interés en la búsqueda de expresiones más elegantes, conduce a una escritura sencilla, con pocas desviaciones, basada en la economía de recursos, sin tiempo para muchas revisiones.

Claro está que, comparadas con el nivel de redacción de la Descripción, las misivas dirigidas a sus compañeros entregados a las misiones asiáticas son más directas y contienen menos detalles explicativos, si bien Ricci se preocupa lo mínimo en referir detalles, por ejemplo, de tipo histórico: «porque esta es la capilla donde Liuzu meditaba»; «pudimos ir acompañados por el bingei dao de Chaozhou»; «la ciudad de Chaozhou que tiene debajo de su jurisdicción seis xian, está situada...»34. En cambio, la Descripción