Desde la bioética - Miguel Kottow - E-Book

Desde la bioética E-Book

Miguel Kottow

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Beschreibung

El presente texto recorre el abanico de argumentos utilizados en el debate sobre la intervención biomédica en los extremos de la vida, reconociendo que la importancia de estos temas y los valores fundamentales comprometidos, requieren mantener la deliberación participativa, evitando las prohibiciones o permisiones precipitadas, con miras a generar normativas razonables y contributivas a la convivencia social. Nacimiento y muerte han ocupado el imaginario social en todos los tiempos, desplegando reflexiones, creencias y rituales en torno a los extremos de la vida humana. Reciente es el desarrollo de las biotecnociencias y su capacidad de modificar substancialmente los procesos de reproducción humana, y de intervenir en el proceso de muerte de los individuos severamente enfermos y discapacitados. Las intervenciones que posibilitan la reproducción artificial, las diversas legislaciones que prohíben o condicionadamente impiden la fertilización o interrumpen el embarazo, comprometen valores individuales y sociales que debaten sobre la legitimidad ética de estas acciones. Asimismo, hay inacabadas deliberaciones sobre la autonomía de las personas para solicitar ayuda a morir, que recibe apoyo legal en algunas naciones para instaurar, bajo normas estrictas, el suicidio médicamente asistido o la eutanasia médica, amparados por la proclamación de un derecho a morir con dignidad. La posición opuesta indica que la muerte digna es aquella en que se niega todo acto intencional por acelerar el final de la vida.

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Desde la Bioética:comienzos y final del cuerpo humano

ColecciónTEXTOSUNIVERSITARIOS

174.24K87d    Kottow Lang, Miguel H., 1939–.             Desde la Bioética: comienzo y final del cuerpo humano /             Miguel Kottow.            1a. ed. – Santiago de Chile: Universitaria, 2016.            139 p. ; 17,2 x 24,5 cm. – (Textos Universitaria)            Bibliografía : p. 137-139.

            ISBN edición impresa: 978-956-11-2524-7ISBN Digital: 978-956-11-2741-8

1. Bioética.2. Vida - Aspectos morales y éticos.3. Aborto - Aspectos morales y éticos.4. Muerte - Aspectos morales y éticos.5. Eutanasia - Aspectos morales y éticos.I. t.

© 2016. MIGUEL KOTTOW.Inscripción N° 271.289, Santiago de Chile.

Derechos de edición reservados para todos los países por© EDITORIAL UNIVERSITARIA, S.A.Avda. Bernardo O’Higgins 1050, Santiago de Chile.

Ninguna parte de este libro, incluido el diseño de la portada,puede ser reproducida, transmitida o almacenada, sea porprocedimientos mecánicos, ópticos, químicos oelectrónicos, incluidas las fotocopias,sin permiso escrito del editor.

Texto compuesto en tipografía Berling 11/13

DIAGRAMACIÓNYenny Isla Rodríguez

DISEÑO DE PORTADANorma Díaz San Martín

PORTADAGustav Klimt

Muerte y vida, 1916, 178 x 192 cm. Colección particular.Óleo sobre tela (Imagen adaptada para la publicación de este libro).

ESTE PROYECTO CUENTA CON EL FINANCIAMIENTO DELFONDO JUVENAL HERNÁNDEZ JAQUE 2015DE LA UNIVERSIDAD DE CHILE

www.universitaria.cl

Diagramación digital: ebooks [email protected]

Miguel Kottow

Desde la Bioética: comienzo y final del cuerpo humano

“La publicación de esta obra fue evaluadapor el Comité Editorial del Fondo Juvenal Hernándezy revisada por pares evaluadores especialistas en la materia,propuestos por Consejeros Editoriales de las distintas disciplinas”

EDITORIAL UNIVERSITARIA

Fondo Rector Juvenal Hernández Jaque

El Fondo Rector Juvenal Hernández Jaque fue instituido el año 2003, mediante el Decreto Universitario N°0025.932, con el fin de “promover la edición, publicación y difusión de libros y textos de interés académico, otorgando prioridad a los desarrollados por la Universidad de Chile, que generen una contribución a las ciencias, humanidades y artes, y que signifiquen un enriquecimiento científico y cultural de la comunidad”.

Desde el año 2013, la convocatoria a postular obras se ha realizado en forma anual siguiendo estándares editoriales rigurosos. Un comité editorial, formado por cinco profesores titulares de diversas áreas del conocimiento –presidido por el prorrector de la Universidad de Chile–, conduce el proceso de revisión y selección de las obras, identificando pares evaluadores que contribuyen con su opinión ilustrada y fundamentada a la decisión final, sobre bases exigentes y rigurosas.

En el presente concurso, el comité editorial del Fondo estuvo constituido por los profesores: Gonzalo Díaz Cuevas, Jorge Hidalgo Lehuedé, Sergio Jara Díaz (presidente), María Loreto Rebolledo González y Ángel Spotorno Oyarzún. La convocatoria alcanzó a 38 libros, siendo seleccionados 15. Uno de ellos es el libro que usted tiene en sus manos.

Sergio R. Jara DíazProrrectorUniversidad de Chile

Agosto de 2016

Índice

Prólogo

1. Prolegómenos

1.1. Palabras preliminares

1.2. El Juramento Hipocrático y los fines de la medicina

1.3. Medicina y cuidados paliativos

1.4. Religiosidad y secularidad

1.5. Bioética en un mundo biopolítico

2. Caja de herramientas conceptuales

2.1. Deliberación en bioética

2.2. La vida

2.3. El cuerpo sapiens

2.4. Ser humano en potencia

2.5. Posesión y potestad del cuerpo

2.6. Dignidad

2.7. Persona

2.8. Autonomía

2.9. Representación indirecta de voluntad

2.10. Derechos

2.11. Espacio público/espacio privado

2.12. La objeción de conciencia

2.13. La pendiente resbaladiza

2.14. La doctrina del doble efecto

2.15. En el escenario del debate

3. Comienzos de la vida humana

3.1. Fertilización in vitro y selección de embriones

3.2. Bioética y aborto

3.3. Viabilidad fetal

3.4. El proceso legislativo sobre aborto procurado

3.5. Salud pública y reproducción humana

3.6. Eugenesia

4. Final de la vida humana

4.1. Suicidio (Querer morir)

4.2. El principio jurídico de la mismidad

4.3. El principio jurídico de la alteridad

4.4. Biopolítica y muerte

4.5. La muerte como evento final de la vida

4.6. La muerte intervenida

4.7. Eutanasia médica (Pedir morir)

5. Epílogo

Post Scriptum

Bibliografía

Prólogo

La versión inicial de este texto fue seleccionada para publicación por el Fondo del Libro Juvenal Hernández 2015, después de haber sido sometida a revisión por pares anónimos, quienes mayoritariamente lo aprobaron, sugiriendo correcciones y modificaciones que, en lo sustantivo, fueron acogidas por el autor. El texto ha sido reordenado y complementado para corregir la asimetría original que dedicaba menos extensión a los comienzos de la vida que a su final. En menor grado, la asimetría persiste por razones que son elaboradas en el texto y que tienen relación con la legislación determinante promulgada en la mayoría de los países sobre temas relacionados con reproducción humana, a diferencia del aún muy incipiente e inacabado debate sobre la muerte interferida, que se mantiene en un estado inestable de inmadurez legislativa.

La otra observación crítica se refiere a la reiterada pretensión de neutralidad del texto, de no adoptar posturas pro o contra interferencias en los procesos de reproducción y muerte. Equívocamente planteada, la intención era presentar las diversas aristas del debate en forma ponderada y sin intenciones proselitistas o militantes. Una reflexión sobre temas bioéticos tan sensibles como los aquí abordados, inevitablemente se inicia con juicios previos, pero que han de ser llevados a la deliberación con la voluntad democrática –la buena voluntad kantiana– de presentar argumentos y acoger contraargumentos, a fin de alcanzar algún grado de acuerdo o compromiso que haga viable la mantención del debate en mutuo respeto y con miras a depurar y esclarecer la diversidad de enfoques. Innegable es la preferencia por perspectivas que aumentan la emancipación sin dañar a otros, la inclinación a abrir debate antes que clausurarlo y reconocer que mientras más cercano a las sensibilidades íntimas de las personas, más necesaria es la tolerancia. Siendo imposible disolver aporías y antinomias, es preciso estabilizarlas en convivencia.

En la revisión final se intenta depurar el texto de algunas adjetivaciones reclamadas como descorteses y desdeñosas, y, a la vez, incorporar acápites que reconocen la impropiedad de insistir en una bioética secular que muchos de los dedicados a la disciplina hemos malinterpretado como un progreso frente a bioéticas comprometidas con visiones religiosas. La conveniencia de adherir a la idea que secularidad y religiosidad no son polos opuestos, sino más bien variados modos de presentar posturas éticas diversas pero legítimas, empeñadas en resolver antagonismos a favor de una convivencia respetuosa y tolerante, es lo que aquí se presenta como bioética postsecular.

Mis agradecimientos a quienes en forma, para mí, anónima, ayudaron con su lectura crítica a reducir algunas de las deficiencias del libro, y al Fondo del Libro Juvenal Hernández que, junto con seleccionar el texto para su publicación, sugirió que incorporara a la versión final las observaciones más importantes de los revisores.

1. Prolegómenos

1.1. Palabras preliminares

Conocida es la frase con que Wittgenstein termina uno de los libros: de lo que no se puede hablar, hay que callar. El presente texto, por el contrario, acoge el clima social actualmente imperante, exigiendo en forma urgente y perentoria hablar de lo que no se puede callar. Desde la política se sostiene que el tabú de mencionar la sexualidad se ha eliminado; ahora existe el rechazo a hablar de la muerte, mientras que otros pensadores tejen sus elucubraciones alrededor de la idea que la vida humana tiene por preocupación principal la muerte. La preocupación tiene escasa cabida en el mundo actual de la ocupación; no hay tiempo para contemplar la vida, no hay ánimo para grandes narrativas ni oportunidad de confiar que tradiciones, filosofía o religión se harán cargo de develar lo que importa más allá de los afanes cotidianos. Los tiempos actuales están marcados por el hiperactivismo, el emprendimiento, el rendimiento, la libertad obligada destacada por Byung-Chul Han. El negocio, decía Humberto Giannini, es la interrupción del ocio; la vida activa opaca la contemplativa, olvida el ensimismamiento solicitado por Ortega. En suma, el individuo humano no tiene espacio ni tiempo para reflexionar sobre su quehacer, no despliega sus propios valores ni piensa en la ética desde que la acelerada marcha del mundo propone e impone cánones de recto hacer, no menos que criterios de verdad científica, leyes del mercado económico y, yendo al tema, las normativas sobre el cuerpo humano.

Los políticos se disponen a legislar sobre temas que denominan “valóricos” para referirse a los extremos de la vida humana: concepción, reproducción y muerte; como si hacer leyes en educación, previsión, medicina no se refieren a valores fundamentales. El debate legislativo sobre aborto y eutanasia es destacado como valórico para afirmar que se legislará en conciencia, no en representación de los mandantes, un modo poco elegante de silenciar la democracia representativa y participativa, presentando proyectos de ley imprecisos y escasamente elaborados, sometidos a disputas y negociaciones partidarias. Este turbulento proceso termina por escamotear al ciudadano el espacio de libertad donde ha de tomar las decisiones más personales de su vida: la concepción de un nuevo ser, las complejidades modernas del morir. Al iniciarse el trámite parlamentario del proyecto de ley “Despenalización de la Interrupción Voluntaria del Embarazo en Tres Causales”, el presidente de la Comisión de Salud de la Cámara es citado diciendo “Como este es un tema valórico personal, es natural que las opiniones sean divididas” en los diversos bloques políticos. Si efectivamente el tema es sensible a diversidad de valores personales de legisladores, obviamente también lo es para la ciudadanía, y la ley terminará por acoger los valores personales de una mayoría de legisladores, para imponer conductas en el espacio personal de los individuos, cualesquiera sean sus valores propios. Como el tema de base es biológico –embarazo sí/no–, se da el caso de una ley biopolítica que incluye y excluye por criterios de democracia dañada, porque los legisladores no actúan como representantes de sus mandantes, sino como fieles a sus propios valores personales. Mientras más restrictiva es una biopolítica, menos incluyente será, terminando por ser insuficiente para resolver el problema que se proponía abordar, sin contribuir a la paz social y a resolver las persistentes inquietudes de la salud pública.

Ha casi un siglo que el sociólogo alemán Max Weber señaló que en sociedades complejas la ética no podía nacer de la conciencia individual, debiendo ser reemplazada por la ética de responsabilidad, por cuanto los actos humanos decididos en libertad deben responder ante los afectados por estas decisiones. Distinguía, así, la ética de conciencia (de convicciones) y la ética de responsabilidad.

La política, no siendo una maquinaria, es realizada por seres humanos que deben responder doblemente por sus acciones: en tanto toman decisiones que afectan a la ciudadanía, y en tanto son responsables ante sus electores.

Esta mínima gavilla de normas básicas de convivencia queda amenazada por precipitados y sorprendentemente toscos proyectos de ley sobre aborto y sobre eutanasia, que son anunciados con la arrogante propuesta de que el parlamento procederá a limar, lustrar y pintar el proyecto hasta ofrecer una ley que ha de satisfacer a la ciudadanía. Cosa ímproba, por cuanto en asuntos sensibles la normativa prohibitiva y carente de tolerancia crea irritación social por menoscabar la voluntad autónoma, así como las permisiones desacotadas desordenan respetadas tradiciones culturales.

Estas consideraciones generales cobran actualidad a raíz de iniciarse en nuestro país el debate parlamentario de una ley que despenaliza el aborto en determinadas circunstancias, debate que ha sido postergado para el año 2016. El tema eutanasia ganó presencia a raíz de una carta dirigida al Colegio Médico de Chile por el médico Manuel Almeyda, solicitando que la institución iniciara la deliberación de “hombres justos” sobre el tema. Hecho público, el breve escrito provocó un impacto mediático con numerosas discusiones y algunos intentos de debate, que dejaron a la vista la necesidad de un acucioso y urgente proceso de esclarecimiento para desplegar la pronta elaboración de una agenda normativa al respecto. La iniciativa legal fue rechazada en la Comisión de Salud del Senado chileno (2015).

La pregunta básica es acaso los extremos de la vida –reproducción y muerteson asunto privado o público, y si la fundamentación teórica y las sugerencias prácticas para una normativa han de provenir de convicciones religiosas o de visiones existenciales seculares, o en respeto de ambas. La distinción es tan radical que es imposible pensar en resolverla, ni es deseable aspirar a un consenso, pero sí a una convivencia tolerante y mutuamente respetuosa.

La ética transita por la historia en unión con la religión, fundadas en lo trascendente, lo extramundano que no se puede conocer, en lo que solo es dado creer para sostener una ética de convicciones presentada en la Biblia de Jerusalén bajo el acápite “Intransigencia de Jesús”, en Lucas 11, 23: “El que no está conmigo, está contra mí, y el que no recoge conmigo, desparrama”. La ética basada en convicciones alberga a sus acólitos y no valida a adherentes de otras creencias, quedando aprisionada en sistemas de inclusión/exclusión, que a la reflexión bioética le son incómodos y alienantes. El otro filtro que colorea los discursos de la ética es la confianza en el conocimiento científico de la realidad, el saber que pretende explicar el qué y cómo de la conducta humana libremente emprendida. La ciencia lleva en sí sus limitaciones, sabe que no podrá conocerlo todo y seguirá bregando, aunque con visos de perder, por ser inmune a la reflexión ética pretendiendo, por el contrario, explicar científicamente el origen material de la ética. Desde la neurociencia y la genética, se pronostica que serán las neuronas, no el libre albedrío, las que explicarán –¿y controlarán?– nuestra conducta.

Creencia religiosa y confianza en la ciencia se encontrarían en la Ley Natural, menos reconocida por la filosofía que por expresiones del sentido común que confía en saberes que son inherentes al ser humano creado. La Ley Natural, escribe Jacques Maritain (2001), basado en Tomás de Aquino, es “un concepto de una ley que es natural no solo en su expresión del funcionamiento normal de la naturaleza humana, mas también en tanto es naturalmente conocida, es decir, conocida por inclinación o por “connaturalidad” y no mediante conocimiento conceptual y por modo de razonamiento” (p. 20).

Esta explicación racional del saber no racional se fundamenta en convicciones que satisfacen a unos, dejan perplejos y contrariados a otros. Ni las convicciones ni el conocimiento científico, como tampoco el naturalismo, otorgan un fundamento universal a lo ético que subyace a todo quehacer humano.

Las necesidades de orientación moral están en alza porque las sociedades actuales, coaptadas en vertiginosos procesos globalizantes, requieren un diseño mínimo de valores para no desentonar con los ciudadanos consumidores. Nacen las éticas aplicadas, entre ellas la bioética, que es una reflexión moral sobre los valores comprometidos en actos humanos que intervienen en procesos vitales y naturales. Los procesos más trascendentes de lo humano son nacimiento y muerte, dando motivo a que la intervención humana en procesos concernientes a los extremos de la vida corpórea sea campo de estudio y esclarecimiento insoslayables. Todos tenemos en común un cuerpo que nació y la certeza que moriremos, ¿cómo no, entonces, pensar, debatir o, al menos, conversar de la vida del cuerpo, sus comienzos y su inexorable finitud, enfatizando que no se trata de filosofar sobre la vida humana, sino pensar en el cuerpo singular de cada uno? (Kottow, 2015).

Quien busque en este texto argumentos de una militancia pro o en contra del aborto y de la eutanasia, será defraudado, no encontrará alimento para posiciones férreas. Debates que son precedidos por juicios previamente establecidos, son más bien discusiones o disputas que buscan convencer antes que concordar. Es efectivo que todo argumento o deliberación se funda en creencias ya ancladas, no siendo posible posicionarse en el limbo utópico de seres racionales situados fuera de contexto e ignorantes de su propia trayectoria biográfica. Las éticas racionales, que sugieren una comunidad ideal de debatientes o proponen situarse detrás de un velo que pretende ignorar la realidad desde la cual se habla, son, mas que utópicas, irrespetuosas con la realidad corporal en que la razón ancla. La filosofía y la sociología del cuerpo señalan que todo discurso arraiga en el cuerpo y en sus atributos de edad, sexualidad, trayectoria biográfica y posición social. Siendo seres sexuados, todos los seres humanos se adscriben a un género, lo deplorable y condenable es que ello lleve a discriminaciones morales y de trato.

Del mismo modo, quien debate lo hace desde una condición etaria determinada, su trayectoria de vida es breve o dilatada, su perspectiva frente al asunto a deliberar difiere a los 20 que a los 60 años de edad; si no fuese así sería signo de una rigidez impropia para el intercambio de ideas. Nuevamente, es esta una constatación de hecho, que de ninguna manera permite presuponer que los jóvenes no tienen experiencia o, al revés, tienen un frescor de mirada que inspira la imaginación. Es ilegítimo decir que una persona de edad avanzada es tozuda o, a la inversa, posee la voz de la experiencia. La deliberación tiene que ser racional, por cuanto ese es el terreno común que todos habitamos y donde han de nacer los acuerdos y las convivencias. Esa razón solo existe en el cuerpo y desde allí tiene diversos modos de manifestarse, siempre a través del cuerpo. Los individuos se distinguen por su singularidad, sin que ello legitime desigualdad de trato, de respeto, de atención y escucha, de plena participación en la comunidad de seres morales corpóreos.

Presentarse al debate con “pre-juicios” indiscutibles niega lo que Humberto Maturana denomina la legitimidad del otro en cuanto otro, puesto que un prejuicio siempre tiene pretensiones de verdad y califica al otro de relativo o errado. Los prejuicios son inamovibles, quien los presenta no va al debate sino a la discusión, a la disputa. La diferencia es contundente, pues el debate es un intercambio de ideas con miras de esclarecimiento, mientras que la discusión consiste en blandir argumentos con la intención de convencer y desacreditar al contrario. En el ámbito académico predomina, o debiera de hacerlo, la contrastación de ideas con ánimo de concordia y acuerdo. La disputa es, en cambio, parte del arsenal político dispuesto a triunfar y negociar, montándose en ideologías supuestamente portadoras de la verdad.

Premisa ineludible de cualquier acercamiento a la complejidad de reflexionar sobre los extremos de la vida humana, es confiar en la buena fe de quienes proponen un procedimiento que reduce sufrimiento humano o, por el contrario, se oponen a toda interferencia porque estiman que ello está más allá de las potestades éticas permisibles al ser humano. La ética comunicativa insiste que la deliberación ha de ser comprensible –al alcance de todos–, honesta –coincidencia entre lo que se piensa y lo que se dice–, veraz –concordante con lo que es generalmente aceptado como verdad– y atingente –mediada por un discurso que sugiere y persuade, pero se niega a la coerción e imposición–. En tanto no se cumplen estas premisas, las disputas son estériles, irritantes e inconducentes a normativas éticamente sólidas y aceptables para la ciudadanía.

Este texto es una invitación a la deliberación sobre temas que no toleran más el silencio, la indiferencia, la deshonestidad de sostener algo que no resistirá en el momento cuando la experiencia solicite decisión, no argumentación. No obstante, sostener una perspectiva neutral es en sí contradictorio, pues, lo decía Ortega y Gasset: “Donde está mi pupila no hay ninguna otra”. El filósofo contemporáneo, Thomas Nagel (1986), escribe un libro “sobre un solo problema: cómo combinar una determinada perspectiva personal al interior del mundo, con una visión objetiva de ese mismo mundo”. También en temas bioéticos, el intento de ser estrictamente objetivo “puede derivar en escepticismo o nihilismo”.

La reflexión bioética ha sido acusada, no sin razón, de deliberar al extremo de quedar en la indecisión, en la indeterminación, sin respuestas siquiera tentativas, hasta confirmar el aforismo “Acaricia un círculo y se volverá vicioso”. El tantas veces escuchado “Otra cosa es con guitarra” podrá invocarse en la vida privada, pero es impropio en lo público donde, si hay discrepancia entre lo expresado y lo vivido, es preciso llevar la guitarra al espacio social.

Toda persona con discernimiento se pregunta a lo largo de su existencia sobre la razón de estar en el mundo, su destino final y, directa o indirectamente, sobre la gestación de nuevos seres humanos. La tecnociencia despliega instrumentos para fomentar o inhibir la fertilización, interrumpir o sustentar la reproducción, de manera que tener hijos ya no es un proceso puramente natural, más bien pende de una serie de decisiones cuya legitimidad es asunto central en la vida de las personas, enmarcadas en disposiciones públicas. En el transcurso de su vida, todo ser humano se pregunta cómo morirá, acaso tendrá la “bella muerte” del infarto final o las penurias de los aquejados de enfermedades progresivas, incurables, atravesado por dolores, impotencia, angustia, premoniciones sombrías de un bregar que no gana batallas, menos aún la guerra. Querer morir y pedir morir son los ejes éticos en torno a los cuales es permisible y necesario desarrollar un ideario que aspire a esclarecer aspectos que hoy, más que en toda la historia de Occidente, producen intranquilidad social y claman por normativas que sean rigurosas a tiempo que tolerantes, racionalmente fundadas y respetuosas de diversas doctrinas.

Todo lo que se haya dicho sobre los extremos de la vida humana merece ser atentamente escuchado. No es difícil identificar la preferencia por argumentos que sean más tolerantes que excluyentes, detectar mayor simpatía por valores y creencias que son más ampliamente compartidas que las doctrinas cuya validez e influencia no van más allá de sus propios límites. Queda explícita una desazón por normas restrictivas y la preferencia por una visión de permisión con límites precisos, tendiendo a acoger más que segregar, insistiendo cómo la bioética de los extremos de la vida ha de velar porque tanto restricciones como permisividades claramente acotadas requieren mantener y reforzarse mediante argumentos razonables, dispuestos a la corrección y al acuerdo.

Al incursionar en deliberación y diálogos serios con quienes discordamos, tendremos mayores probabilidades de evitar los extremismos que se presentan cuando el proceso deliberativo se limita a grupos homogéneos... Legislar en forma responsable requiere los insumos de diversos cuerpos deliberantes, incluyendo el público general, los legisladores, expertos políticos, asociaciones científicas y otros, cada uno ejerciendo un rol importante en asistirnos para, al ir afinando valores en competencia, encontrar un compromiso razonablemente negociado (Farrell, 2007, pp. 219, 222).

La democracia deliberativa requiere un abanico amplio de actores, desde académicos que conocen todo el contenido de este texto, hasta el lector ilustrado pero lego, que no ha de ser atiborrado de bibliografías y notas al pie, sino acompañado en su búsqueda de claridad conceptual oxigenada y ajena a la clausura apodíctica.

Lo propuesto no solo carece de originalidad, de hecho expresamente la rehúye. Los temas sensibles y de preocupación pública son maltratados cuando el ingenio pretende ser novedoso y discurre ideas aberrantes: afirmar que la dignidad es un concepto inútil, que el derecho a no nacer puede alimentar juicios de compensación, que los argumentos que sustenten el aborto procurado debieran valer para el aborto neonatal, son todas cabriolas impropias de una disciplina cuyo norte es ser razonable. La originalidad en bioética solo sería aceptable si ayudase a esclarecer, no a embrollar los asuntos de su incumbencia.

Pero el libro no es mera recopilación; su matiz propio reside en relevar ciertos argumentos que están demasiado dispersos: que las posturas del comienzo de la vida se basan en creencias que fundamentan argumentos y, por ende, deben convivir y no desgastarse en mutua destrucción; que la muerte interferida ha de pensarse distinguiendo mismidad de alteridad; que las proscripciones absolutas crean más problemas de los que pretenden resolver; que las permisiones tampoco son absolutas o así llamadas libres, sino que han de encuadrarse en marcos legales claramente diseñados y estrictamente cumplidos.

Por su pretensión de no ser un texto secamente académico que acoge, critica pero no silencia ideario alguno, es que incorpora una bibliografía reducida que no puede ser más que una selección de la ingente masa de publicaciones pertinentes.

1.2. El Juramento Hipocrático y los fines de la medicina

La invocación de un juramento se trivializa en el lenguaje en expresiones como “Te lo juro”, “Juro por Dios”, “Júrame amor eterno” que, en sentido riguroso, podrían ser vistas como blasfemias al tomar el nombre de Dios en vano. La solemnidad del juramento se mantiene en la sala de justicia, donde no está en juego la lealtad al juramento, sino el dar testimonio veraz y sufrir penas considerables si se falsa la información, si se cae en perjurio.

El Juramento Hipocrático suele ser invocado como un compromiso formal de comportamiento ético-médico, sin considerar que su valor es estrictamente simbólico, que su origen histórico es muy discutido, que la versión conocida es, según varios estudiosos, la adaptación por el cristianismo inicial de un texto griego de origen pitagórico –una comunidad– y no hipocrático –un gremio–. No es pensable realizar un juramento vinculante ante Apolo, Esculapio, Higeia y Panacea, invocando como testigos “a todos los dioses y diosas”. El texto se compromete a “enseñar este arte [la medicina], si desean aprenderlo, sin retribución ni contrato”, una promesa que se vuelve irónica en virtud de los aranceles universitarios de las Escuelas de Medicina, tanto públicas como privadas. Una muestra de obsolescencia, muy natural y nada de criticable al cabo de dos milenios y medio, es que algunas versiones oficiales del Juramento omiten del texto original la frase “No tallaré cálculos, sino que dejaré esto a los cirujanos especialistas”, una frase que no puede sino provocar una sonrisa cansada de médicos urólogos contemporáneos que practican la litotricia de todo tipo de cálculos.

Reproducción del Juramento Hipocrático dispuesto en forma de cruz (siglo XII), evidenciando el carácter simbólico del documento, que permite representar un juramento pagano dispuesto según la cruz del monoteísmo cristiano.

El Juramento ha mantenido el carácter simbólico de un compromiso profesional por el recto actuar, aunque su contenido poco tiene que ver con la realidad médica moderna. En 1948, la Asociación Médica Mundial (AMA) presentó una versión moderna del Juramento, denominada Declaración de Ginebra, que no hace referencia a la interrupción del embarazo, y en la cual, solo oblicuamente, queda mencionada la relación entre medicina y muerte: “Velar solícitamente, y ante todo, por la salud de mi paciente”. Notable que el deber del médico es hacia la salud, no hacia la conservación de la vida, si bien en otro acápite remarca el deber de “mantener sumo respeto por la vida humana, desde el momento mismo de la concepción; y no utilizar –ni incluso por amenaza– mis conocimientos médicos para contravenir las leyes de la humanidad “. Es una presentación mucho más abierta que el dictamen hipocrático original: “No daré a ninguno una droga mortal, aunque se me pida, ni mostraré el camino de tal designio”. En lealtad estricta a esta prístina formulación, queda proscrita la eutanasia médica y el suicidio asistido, mas tampoco podrían ser aplicados los opiáceos en dosis letales justificados por la doctrina del doble efecto que acepta paliar dolores aun cuando ello lleva con certeza a la muerte por paro respiratorio. No obstante, la referencia actual a leyes de la humanidad deja abierto el debate, por cuanto estas leyes positivas son construcciones sociales que incluyen la perspectiva humana de no causar ni prolongar sufrimientos corpóreos imposibles de mitigar. La AMA está elaborando un actualización de la Declaración de Ginebra, aunque sin cambios substantivos.

En suma, los argumentos basados en que el Juramento de Hipócrates no ha de ser violado, deben diferenciar entre el acto de jurar y el contenido del juramento. Si se insiste en el contenido que, efectivamente, prohíbe la eutanasia, habrá de aceptarse también el contenido del Juramento Hipocrático moderno –la Declaración de Ginebra–, cuyo texto no opina unívocamente al respecto.

En un esfuerzo mancomunado, el prestigioso Hastings Center Report publicó un documento sobre “Los fines de la medicina” (1996) concordando en una lista de cuatro fines o tareas de la medicina:

La prevención de enfermedades y lesiones, y la promoción y conservación de la salud.

El alivio del dolor y el sufrimiento causado por males.

La atención y la curación de los enfermos y los cuidados a los incurables.

La evitación de la muerte prematura y la búsqueda de una muerte tranquila.

Ha de quedar establecido que estos son fines y no deberes, las tareas de la medicina no son impuestas, la práctica médica es un servicio cuya provisión depende de la decisión, voluntad y anuencia de la persona a la cual este servicio se otorga. Por lo tanto, los conceptos de alivio, prematuridad, tranquilidad son determinados por el afectado en conjunción, pero eventualmente en contradicción con las propuestas de la medicina. En eso se fundamenta la autonomía, si se la quiere considerar como un principio, o la decisión informada cuando se actúa conforme a postulados de la ética médica y a las propuestas más fundamentales de la bioética. Juiciosamente, se evita la tradicional opinión que el deber del médico es salvar la vida ante todo, como expresara el médico de Goethe, Christoph Wilhelm Hufeland (1762-1836) al no aceptar excepción alguna al deber del médico por preservar la vida, so pena de ser “el hombre más peligroso del Estado”

La modernización del Juramento Hipocrático a una Declaración constituye también una puesta al día del mundo de las promesas, los pactos, los compromisos, que ya no tienen la pasividad y sumisión de un juramento. Cuando se emplea la fórmula de juramento para asegurar la veracidad del testimonio, notoriamente en el mundo judicial, suele requerirse alzar la mano derecha abierta, palma hacia adelante o posada sobre el corazón o la Biblia, como símbolo que el testigo nada oculta ni distorsiona de lo que sabe. Si el juramento es de lealtad, significa el compromiso de no poner interés alguno, incluido el propio, por sobre la institución y es un equivalente laico al juramento ante Dios, de manera que su reemplazo en medicina por la Declaración de Ginebra y la elaboración de códigos éticos, son compromisos que no juzgan actos específicos sino actitudes básicas. La medicina contemporánea hace bien en no ceñirse textualmente al contenido hipocrático, y su perentoria negativa en facilitar la muerte no siempre coincide con los intereses de los pacientes, ni es un resguardo confiable de tratar y adecuadamente mitigar sufrimientos.

Persiste la opinión que el médico tiene por tarea salvar la vida y no abreviarla, y que encargarle un acto eutanásico aun si fuese legal, iría contra el quehacer legítimo de la medicina. Se sostiene así una generalización que permite desestimar a la persona que expresa su deseo de no vivir más, contradecir la decisión autónoma de pacientes que piden suspender u omitir tratamientos a sabiendas que ello abreviará su vida restante, o mantener obstinadamente esfuerzos médicos que no son deseados ni proporcionados. El Juramento de Hipócrates viene a ser un débil apoyo de una perspectiva que, transcurridos 2500 años, se hace menos sostenible sin una elaboración más reflexiva, igualmente necesaria frente a expresiones como “La ética del aborto no existe, porque el aborto es siempre inmoral”, o “Todo aborto es homicidio”.

Objeción iterativa contra la eutanasia ha sido que introduce elementos de desconfianza en una medicina cuyo deber es conservar la vida, fin que se desvirtúa si el médico recibiese la potestad de acelerar la muerte. El argumento es poco sólido, por cuanto se puede invertir para favorecer la confianza en un médico que está dispuesto y autorizado a respetar los deseos de una persona cuyos sufrimientos intratables la llevan a solicitar la muerte. En un contexto similar, se presume que la mayoría de los médicos serían reticentes y opositores a las prácticas eutanásicas. En diciembre de 2014, se publica una encuesta cuyos datos desmienten esta actitud negativa, con una clara tendencia médica a apoyar la eutanasia médica estrictamente controlada. También aumenta la aceptación del suicidio médicamente asistido, sobre todo en naciones como Alemania, en contraste con la aún minoritaria aceptación en España.

El debate sobre un derecho a morir/derecho a vivir siempre es despeinado porque parte de un absurdo: todo ser humano morirá, no hay deberes ni derechos frente al hecho mismo. A lo que se pretende recurrir o negar es al derecho de intervenir en la muerte, asunto en parte saldado porque el suicidio es una intervención ya no penada, y el derecho a intervenir en la muerte de otros ha sido capturado por los que apoyan la pena de muerte, recurren a la guerra ¿santa?, miran con indiferencia a los marginados y desposeídos que, no teniendo acceso a necesidades esenciales, mueren por intervención negativa, por omisión de proporcionarles apoyo vital.

Desde luego, cuando hablo de dar muerte no me refiero simplemente al asesinato directo, sino también a todo lo que puede ser asesinato indirecto: el hecho de exponer a la muerte, multiplicar el riesgo de muerte de algunos o, sencillamente, la muerte política, la expulsión, el rechazo, etcétera (Foucault, 2006, p. 231).

El tema de la ciencia médica conquistando triunfos que no siempre son deseados ni celebrados, si la medicina se entiende como la práctica social que es y no como una empresa científica, es demasiado vasto para aquí abordarlo. Indica, no obstante, cómo entre ciencia y cultura social hay brechas que alienan a la medicina de la aprobación y confianza que, en un pasado no tan lejano, le eran concedidas. Los extremos de la vida son testigos de la divergencia y oposición que puede haber entre lo que se sabe hacer y los valores comprometidos (Yuill, 2007).

1.3. Medicina y cuidados paliativos

En sus inicios, la medicina paliativa se definía como un conjunto de esfuerzos a realizar para mejorar la calidad de vida de enfermos enfrentando el final de su vida. Poco a poco, las indicaciones se fueron ampliando para incorporar enfermos graves, pero sin pronóstico de muerte inminente, teniendo no obstante en la mira los padecimientos de pacientes que morirían en el hospital, recomendándose su traslado a cuidados paliativos en hospicios. Los servicios paliativos de hospicio se refieren tanto a cuidados profesionales en el hogar como a internación en instituciones especializadas en la atención de pacientes cercanos a la muerte y aquellos que sin estar próximos a morir requieren cuidados especiales. La medicina paliativa se propone mejorar la calidad orgánica y psicosocial de la vida del paciente y de su entorno familiar. Su expreso objetivo es el cuidado integral, incluyendo manejo del dolor y otros síntomas, esclarecimiento de decisiones, preparación para la muerte, servicios de apoyo y afirmación de la persona en su integridad y dignidad.

Históricamente, la medicina paliativa nace como una reacción a situación de enfermedades severas, con limitadas expectativas de vida resistentes a toda terapia curativa, definida por la OMS como: “Atención total, activa y continuada de los pacientes y sus familias por un equipo multiprofesional cuando la expectativa no es la curación. La meta fundamental es la calidad de vida del paciente, sin intentar alargar la supervivencia”. En palabras de su fundadora (Cicely Saunders (1918-2005)), el hospicio paliativo ha de otorgar “Cuidados de la enfermedad maligna terminal”. Esta visión de los cuidados paliativos se ha perpetuado a raíz del factor demográfico que amplía las posibles indicaciones de medicina paliativa: la creciente población de senescentes, enfermos crónicos estabilizados, y la mayor consciencia social de un deber de atender a las necesidades de los discapacitados.

La medicina paliativa se ha centrado en el cuidado de pacientes cuya afección los acerca a la muerte y que se ha vuelto refractaria a todo esfuerzo de intención curativa, lo cual la circunscribe, también en este texto, en el ámbito de las intervenciones en los finales de la vida. No obstante, se reconoce, aunque apenas se lleva a la práctica, que los cuidados paliativos han de moverse en un espacio de servicios médicos substancialmente más amplio. Es preciso revisar acaso efectivamente los hospitales modernos –las plataformas biomédicas– se han centrado en lo curativo, lo científico y lo exploratorio en desmedro de los cuidados personales y sintomáticos. La experiencia reconoce que es así, pero la bioética, las humanidades médicas y las propuestas de “rehumanizar” la medicina, no se resuelven con una dicotomía entre cuidados paliativos –care– y y terapias curativas –cure–. Esta distinción es del todo artificial, porque los cuidados apoyan la curación, y los tratamientos curativos, en muchas ocasiones, tienen por objetivo la paliación y no la imposible de alcanzar sanación.

El escenario de la medicina paliativa es cambiante. En la actualidad, el complejo VIH/SIDA