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Jessica Bird

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Beschreibung

No podía olvidarse de su melena pelirroja, su piel suave y sus ojos verdes… El mejor amigo de Alex había muerto, pero él no podía quitarse de la cabeza que Cassandra había sido su esposa. Cassandra era la mujer prohibida a la que había deseado desde el primer momento en que la había visto hacía ya seis años. La mujer con la que se había casado su mejor amigo, la mujer que estaba reconstruyendo el pequeño hotel de Alex… y quizá también su maltrecho corazón.

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Seitenzahl: 201

Veröffentlichungsjahr: 2017

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Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2006 Jessica Bird

© 2017 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Desde siempre, n.º 1645- octubre 2017

Título original: From the First

Publicada originalmente por Silhouette® Books.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Julia y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-9170-507-9

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Portadilla

Créditos

Índice

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Capítulo 16

Capítulo 17

Capítulo 18

Capítulo 19

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

ALEX Moorehouse no tenía intención de responder a los golpes de la puerta. Tumbado boca arriba leía un libro y, en aquel momento, no tenía ganas de compañía. Había conseguido encontrar una posición que le aliviaba el dolor de su pierna, envuelta en una escayola, y que le permitía concentrarse en otras cosas.

Habían pasado casi tres meses desde que volviera a sentirse él mismo. Tres meses, cuatro operaciones y una infección postoperatoria que casi lo había matado.

Volvieron a llamar y siguió sin responder. Si era una de sus hermanas, ya volvería más tarde. Siempre volvían. Las dos se pasaban el día entrando y saliendo de la habitación para darle de comer, animándolo para que bajara o tratando de convencerle para que fuera a un psiquiatra. Las quería, pero deseaba que lo dejaran en paz.

La puerta se abrió emitiendo un crujido. Joy, su hermana pequeña, asomó la cabeza y sus ojos se posaron en la botella de licor que estaba en el suelo junto a la cama. Era un acto reflejo de las dos: abrir la puerta y fijarse en el whisky.

Así que se quedó mirándola a la espera de que dijera algo. Aquello iba a ser bueno. Joy parecía a punto de explotar.

—Hay alguien que quiere verte.

Él carraspeó antes de hablar.

—No —dijo y su voz sonó ronca.

Aquel whisky le estaba afectando a las cuerdas vocales y se preguntó cómo lo estaría haciendo a su hígado.

—Sí,…

—Te digo que no porque no he invitado a nadie.

La ventaja de quedarse en casa de otra persona era que era más difícil que dieran con él. Teniendo en cuenta lo que había pasado, debía estar agradecido porque el fuego hubiera convertido el hotel White Caps de su familia, en un lugar inhabitable. Como consecuencia, Gray, el prometido de Joy, había recogido en su casa a todos los Moorehouse y, aunque Alex odiaba ser una carga, estaba contento de poder disfrutar del anonimato.

Además, aquel escondite era un lugar muy agradable. La casa de Gray Bennett en las montañas de Adirondack era un palacio tenebroso y la habitación de invitados en la que Alex había pasado las últimas seis semanas estaba en consonancia con el resto. Todo estaba abigarrado y lleno de antigüedades y alfombras.

Por otro lado, Bennett, tenía muy buen gusto, lo que explicaba que quisiera casarse con la hermana pequeña de Alex.

—Alex…

—¿Algo más? —preguntó arqueando una ceja.

Joy se echó el pelo hacia atrás y el rubí de su anillo de compromiso brilló.

—Es Cassandra.

Al oír aquel nombre, Alex cerró los ojos y vio a la mujer de la que se había enamorado nada más conocerla seis años atrás, su melena pelirroja y sus ojos verdes, su deslumbrante sonrisa, su incomparable elegancia y su anillo de casada.

La culpabilidad lo embargó, al revivir la pesadilla. Regresó al velero, bajo la tormenta, luchando contra el viento y la lluvia mientras sujetaba a su mejor amigo. De pronto, su mano se había deslizado y lo había perdido en las aguas del mar. Había gritado su nombre en la oscuridad hasta quedarse sin voz y lo había buscado con una linterna entre las olas.

Aquella noche terrible, la rueda de la fortuna había girado y todos habían perdido. Reese Cutler había muerto, Cassandra se había quedado viuda y Alex había quedado postrado en un agujero de odio del que nunca iba a salir.

—¿Va a quedarse en esta casa para tu boda? —preguntó él.

—Sí.

Alex apoyó las manos en el colchón y se incorporó. Le dolía todo.

—Entonces, me voy.

—Alex, no puedes.

—Mírame.

No le importaba si tenía que arrastrarse de vuelta a la propiedad de los Moorehouse. El taller de su padre tenía una pequeña cocina y un cuarto de baño. Además, teniendo en cuenta que no tenía teléfono, el lugar era perfecto para él.

—Prometiste quedarte hasta que vieras al doctor…

—Tengo una cita con el ortopedista el lunes.

—Alex, esperaba que los tres pudiéramos estar bajo el mismo techo durante mi boda —dijo ella en voz baja—. Frankie, tú y yo. Hace mucho tiempo que no estás en casa. Y después del incendio…

Alex no quería darle un disgusto más a Joy en un momento que debía ser de felicidad. Después de todo, White Caps estaba inhabitable tras el incendio de la cocina. Además, se imaginaba que echaría de menos a sus padres más que nunca. Ya hacía diez años que habían muerto en el lago.

—Por favor, Alex, quédate.

—Si lo hago, no quiero ver a esa mujer.

—Sólo quiere hablar contigo.

—Dile que ya la llamaré más tarde.

—Puedes hacerlo tú mismo —dijo después de una larga pausa—. Lo está pasando tan mal, como tú. Necesita apoyo.

—No por mi parte.

Lo último que aquella viuda necesitaba era compasión por parte de alguien que la había deseado durante años, que no había dejado de soñar con acariciar su piel y saborear su boca. Se merecía ser consolada por un hombre que fuera más honesto que él y que no se hubiera enamorado de la mujer de su mejor amigo. Cerró los ojos; no podía soportar el recuerdo de lo que había hecho.

—Alex…

—No tengo nada que ofrecerle, así que dile que se aleje de mí.

—¿Cómo puedes ser tan cruel? —dijo ella yéndose.

—Porque soy un canalla, por eso.

Cuando la puerta se cerró, Alex se sentó lentamente. Su cabeza daba vueltas y le ardían los ojos. Con ayuda de su brazo sano, levantó la pierna escayolada y la sacó de la cama. Lentamente apoyó el peso en una de las muletas y se levantó. Cojeando, se dirigió al espejo.

Tenía mal aspecto. Estaba pálido y tenía ojeras bajo los ojos enrojecidos y las mejillas hundidas. Se estaba consumiendo, pensó. Claro que la culpabilidad que sentía y el tiempo que había pasado en el hospital hubieran tenido el mismo efecto en cualquiera.

Miró su pierna. En un par de días sabría si la conservaría o se la amputarían desde la rodilla. Aquella brillante prótesis de titanio que habían colocado en el lugar de la tibia no había superado el primer implante. Cuando la cirujana ortopedista le había vuelto a operar seis semanas atrás, se lo había dejado bien claro: probarían una vez más y si no, tendrían que cortarle la pierna.

Bueno, lo cierto es que no había sido tan directa. Aunque el resultado no le importaba. De cualquier forma, tanto con una prótesis artificial como con una pierna reconstruida, su futuro no estaba claro. Como capitán de la mejor tripulación de la Copa de América, necesitaba tener tanto el cuerpo como la mente en buena forma y ninguno de los dos lo estaba.

Volvieron a llamar a la puerta.

—Ya te he dicho que no voy a verla —gruñó.

—Eso me han dicho —dijo Cassandra al otro lado de la puerta.

 

 

Cassandra apoyó la cabeza en la jamba de la puerta. Como siempre, Alex parecía impaciente, autoritario y sin ningún interés en verla. Nunca le había gustado a Alex Moorehouse, lo que había sido muy incómodo puesto que había sido compañero de navegación de su marido, además de su mejor amigo y confidente. Reese siempre le había asegurado que Alex era sólo un tipo raro, pero ella sabía que era algo personal. Aquel hombre siempre había hecho lo imposible por evitarla. Al principio, había pensado que eran celos, pero con el tiempo había llegado a la conclusión de que simplemente no soportaba verla, aunque no sabía qué había hecho para ofenderlo.

Así que no era una sorpresa que no quisiera verla ahora. Con su disciplina y su rigor, con la fuerza de su cuerpo y su inteligencia, ponía el listón alto tanto para él como para los demás. Estaba claro por qué su tripulación lo temía y veneraba a la vez y por qué Reese siempre había hablado de Alex Moorehouse con un brillo especial en los ojos.

De pronto, la puerta se abrió.

—¡Dios mío! —exclamó ella llevándose la mano a la boca.

Alex siempre había sido un hombre grande, musculoso, con la mirada de un animal salvaje. La primera vez que había visto a aquel hombre, aquel fenómeno de la navegación que su marido tanto veneraba, se había sentido intimidada.

La persona que tenía frente a ella en camiseta y pantalones de pijama parecía un cadáver. La piel de Alex colgaba de sus huesos puesto que apenas había comido desde el accidente tres meses atrás. La barba ensombrecía sus mejillas hundidas y su pelo espeso, que siempre había llevado con un corte militar, estaba ahora largo. Pero sus intensos ojos azules fueron lo que más le impresionaron. Parecían sin vida en medio de aquel duro rostro. Incluso el color parecía haber palidecido.

—Alex… —susurró—. Dios mío, Alex.

—¿Estoy guapo, verdad?

Regresó cojeando hasta la cama, como si no pudiera sostenerse en pie durante más tiempo. Se movía como un anciano.

—¿Puedo hacer algo por ayudarte? —le preguntó Cassandra.

La respuesta que obtuvo de Alex fue una rápida mirada por encima del hombro mientras dejaba la muleta a un lado y se tumbaba lentamente sobre el colchón. Se quedó observándolo mientras colocaba la pierna con ayuda de las manos. Cuando por fin se recostó en la almohada, cerró los ojos.

No era ésa la manera en la que imaginaba volver a verlo.

—He estado preocupada por ti —dijo.

Alex abrió los ojos, pero se quedó mirando el techo y no a ella. El silencio que se hizo a continuación fue frío y denso como la nieve. Ella entró en la habitación y cerró la puerta.

—Tengo un motivo para querer verte. ¿Te habló Reese alguna vez sobre su testamento?

—No.

—Te ha dejado…

—No quiero dinero.

—… los barcos.

Alex giró el rostro hacia ella. Apretaba los labios con fuerza.

—¿Qué?

—Los doce. Los dos de la Copa de América, la galera, el velero antiguo… Todos.

Alex se llevó una mano a los ojos y el músculo de su mentón se tensó como si estuviera apretando las muelas.

Ella reparó en que seguía teniendo una constitución fuerte a pesar de la pérdida de peso. El bíceps del brazo que tenía levantado tensaba la manga de la camiseta y las venas del antebrazo se le marcaban. Bajó la mirada hasta el pecho de Alex y luego hasta su estómago. La camiseta se le había subido al tumbarse dejando ver una fina mata de vello desde el ombligo hasta la cinturilla del pijama. Rápidamente, volvió a mirarlo a la cara.

—Creía que debías saberlo.

Se hizo otro largo silencio.

Las hermanas de Alex le habían advertido de que no hablaba con nadie y tenían razón. Pero, ¿acaso hablaba con alguien? Recordaba que Reese le había dicho que conocía el carácter de su compañero como la palma de su mano, pero que los sentimientos de aquel hombre eran una incógnita.

—Creo que… Será mejor que me vaya —dijo ella finalmente.

Cuando tenía la mano en el picaporte, oyó que carraspeaba.

—Él te quería, lo sabes, ¿verdad?

Sus ojos se llenaron de lágrimas mientras se giraba hacia él.

—Sí.

Alex movió lentamente la cabeza y la miró. Su rostro reflejaba sufrimiento. Aquello la conmovió y cruzó la habitación. Él se apartó, moviendo el cuerpo al otro extremo de la cama y Cassandra se detuvo.

—Nunca entenderé por qué me has odiado todos estos años —dijo y su voz se entrecortó.

—Eso nunca fue un problema —replicó él—. Y ahora, por favor vete. Es lo mejor para los dos.

—¿Por qué? Eras su mejor amigo y yo su mujer.

—No necesitas recordármelo.

Cassandra sacudió la cabeza y se dio por vencida.

—Los abogados se pondrán en contacto contigo para lo de la herencia.

Cerró la puerta tras ella y atravesó el pasillo hasta la habitación de invitados que le habían asignado. Se sentó en el borde de la cama con las piernas cruzadas, se estiró la falda, colocó las manos en su regazo y comenzó a llorar.

Capítulo 2

 

DURANTE la tarde siguiente, Cassandra contemplaba al grupo que se había reunido en el salón para la ceremonia de la boda entre Gray y Joy. El padre de Gray, que todavía se estaba recuperando de un infarto, estaba sentado en una butaca. Nate Walter, esposo de Frankie, una de las hermanas de Alex, estaba junto a las ventanas. Cerca de él había un apuesto joven moreno con un tatuaje en el cuello. ¿Spike? Sí, ése era su nombre. Libby, el ama de llaves de Gray, estaba detrás de Spike sujetando la correa de un golden retriever que llevaba una corona de flores alrededor del cuello.

Junto a la estufa, estaba el sacerdote con un libro de tapas de cuero. Flanqueándolo estaban Gray y su padrino, Sean O´Banyon, además de las hermanas de Alex, Joy y Frankie.

Al cruzarse la mirada con Gray, Cass lo saludó con la mano. Hacía casi una década que lo conocía. Allí estaba, sonriendo como un colegial, irradiando amor mientras esperaba impaciente.

Unos minutos más tarde, las puertas que daban al comedor se abrieron y apareció Joy. Llevaba un sencillo vestido de raso blanco y sujetaba un pequeño ramo de rosas. Se la veía resplandeciente mientras se dirigía hacia Gray.

Cass miró hacia atrás una vez más. Llevaba toda la mañana preparándose para ver a Alex, segura de que no se perdería la boda de su hermana, a pesar de que no estuviera bien.

Justo cuando el sacerdote abría el libro que tenía entre las manos, percibió un movimiento a su derecha. Era Alex con sus muletas. Se quedó en el rincón más alejado, apoyado contra la pared. Se había afeitado y llevaba el pelo mojado peinado hacia atrás, retirado de la frente. Sin mechones ocultando su rostro, sus facciones quedaban al descubierto: sus altos pómulos, su mentón marcado, su nariz… Llevaba un pantalón de pijama negro de franela, con una de las costuras abiertas para que ajustara la escayola y una camisa blanca. Tenía la atención puesta en la ceremonia, lo que le permitía estudiarlo sin que él se diera cuenta. Pero enseguida se obligó a apartar la mirada.

 

 

Alex se dio cuenta del momento en que Cassandra apartó la vista de él y se sintió aliviado. Había evitado mirarla, manteniendo los ojos fijos en su hermana, al menos hasta que el sacerdote se dirigió a Gray.

—¿Prometes amarla para siempre, honrarla y respetarla…

Alex ladeó la cabeza a la izquierda para poder ver mejor con el rabillo del ojo a Cassandra. Llevaba un espectacular traje de chaqueta rojo que le sentaba a la perfección y que seguramente estaba hecho a medida.

Pero no era aquella ropa elegante lo que la hacía estar tan guapa. La amaba, pero después de lo que había hecho, eso era deshonrarla a ella y a su amigo fallecido.

—Lo prometo —respondió Gray.

Los novios se besaron y se giraron hacia los presentes. Cuando los ojos de Alex se encontraron con los de Joy, se alegró de haber bajado. La saludó con una inclinación de la cabeza y sonrió, sujetando el peso de su cuerpo con las muletas. No quería quedarse para la recepción y pretendía irse antes de quedar atrapado hablando con la gente.

Mientras se dirigía hacia el hall, levantó la mirada hacia la escalera. Tres tramos, dos descansillos, unos cuarenta escalones. Le iba a llevar unos diez minutos llegar arriba.

—¿Necesitas ayuda? —preguntó Spike.

Había estado siguiéndolo a cierta distancia

Spike era un buen tipo, pensó Alex. Era calmado y tranquilo, a pesar de que pareciera un peligroso criminal con todos aquellos tatuajes y piercings. Nate y él eran socios de la empresa de hostelería White Caps e iban a servir la comida en la recepción en casa de Gray.

—Gracias, pero estoy bien.

Alex se dirigió a la parte de atrás de la casa. Sería mejor utilizar la otra escalera para que nadie lo viera. Al abrir la puerta batiente de la cocina, percibió un agradable aroma y se sorprendió al oír rugir su estómago. Dio un paso con las muletas y se detuvo al escuchar su nombre.

—Hola, recién casada —respondió sonriendo y girándose hacia Joy.

—Muchas gracias por bajar —dijo ella y lo abrazó con tanta fuerza que apenas pudo respirar.

Incapaz de corresponder al abrazo, apoyó la cabeza en el hombro de su hermana. Alex estaba sorprendido de lo mucho que había significado su presencia para ella.

—Gracias —susurró ella de nuevo.

—No me lo hubiera perdido por nada en el mundo.

Se oyeron risas y de pronto la puerta se abrió. El padrino de Gray apareció, rodeando con su brazo a Cassandra. El gran hombre de las finanzas de Wall Street estaba riendo.

—…así que Spike y Nate se merecen un descanso, nosotros nos ocuparemos de los postres.

Ambos de detuvieron en seco. Alex sintió un incontrolable deseo de pelearse con aquel hombre. Pero eso era una locura. Cassandra era libre para dejarse abrazar por quien ella quisiera.

—Alex, ¿conoces a Sean O´Banyon? Es uno de los mejores amigos de Gray.

El hombre soltó a Cassandra y extendió la mano.

—Comprenderá que no estreche su mano —dijo sonriendo con los labios, pero no con la mirada.

O´Banyon asintió, manteniendo la mirada de Alex mientras apartaba la mano. Cassandra miró a uno y a otro, como si estuviera calibrando la diferencia entre ellos. Parecía confusa.

Bruscamente, Joy se puso delante de Alex como si estuviera tratando de distraerlo. Su hermana pequeña parecía haberse dado cuenta de la tensión del momento.

—¿Quieres que te traiga algo de comer?

—No, es la fiesta de tu boda y tienes que estar con tu marido —dijo Alex y sin pensárselo dos veces, continuó—. Cassandra me subirá algo arriba, ¿verdad?

Cassandra frunció el ceño.

—Claro.

Alex se giró hacia la escalera, consciente de que iba a ser el tema de conversación en cuanto saliera de allí. Pero no le importaba. Mientras se preparaba para subir, maldijo entre dientes. Si la idea era mantener a aquella mujer lejos de él, ¿por qué le había pedido que subiera a su habitación?

Alex apoyó las muletas en el primer escalón e hizo un gran esfuerzo para subir. Enseguida se arrepintió de no haber usado la escalera principal.

 

 

Cass oyó cerrarse la puerta de la cocina al regresar Joy a la fiesta. También oyó los ruidos de las personas que estaban al otro lado, en el comedor: las risas, las conversaciones, el descorche de una botella,… Pero a lo único que estaba prestando atención era a los gruñidos y pasos de Alex mientras subía la escalera.

—Así que ése era Alex Moorehouse —comentó Sean—. He oído hablar mucho de él. Ha ganado varias veces la Copa de América, ¿no? No parece un tipo demasiado sociable, ¿verdad? —preguntó apoyándose en la encimera—. Incluso en el estado en el que está, parecía dispuesto a darme un puñetazo.

—Hemos venido por la comida, ¿recuerdas? —dijo Cass ignorando sus comentarios.

—¿Ha sido siempre así? —preguntó Sean.

—Ha pasado por mucho.

Con ayuda de unos paños de cocina, sacó una pesada fuente de carne asada.

—Lo imagino —dijo Sean, quitándole la fuente de las manos como si apenas pesara.

Fueron sacando plato por plato y cuando los invitados dejaron el salón, el bufé estaba preparado en el comedor. Cass dejó que los demás se sirvieran primero. Cuando el resto de los invitados estuvieron sentados comiendo, tomó un plato y trató de adivinar lo que a Alex le apetecería comer.

Comenzó a subir la escalera. Estaba nerviosa a pesar de que no dejaba de repetirse que no debía darle tanta importancia. Se detuvo ante la puerta.

Alex era un hombre diferente y se había dado cuenta desde el momento en que lo había conocido. Era primitivo y salvaje mientras otros hombres eran dóciles y anodinos. No era de extrañar que le apasionara el mar. Era probablemente lo único en el mundo que le suponía un reto.

Recordó a su marido. Reese había disfrutado la navegación y tenía un negocio floreciente y una tranquila vida hogareña. Aunque se fuera de vez en cuando a navegar, siempre regresaba con ella y se alegraba de dejar el velero. Alex nunca paraba. Al parecer tan sólo pasaba en tierra cuatro o cinco semanas al año. El resto del tiempo estaba capitaneando embarcaciones y luchando contra el mar para ganar. Los últimos tres meses debían de haber sido para él una prisión, pensó.

—No podré comer si dejas la comida en el pasillo —dijo Alex desde dentro de la habitación.

Cass se sobresaltó. Respiró hondo y abrió la puerta.

—¿Cómo sabías que estaba…?

—El olor.

—¿Dónde quieres que lo deje? —preguntó ella, evitando encontrarse con su mirada.

—Aquí —contestó apartando los botes de medicinas para hacer sitio en la mesilla.

—No sabía lo que te gustaba, así que te he traído un poco de todo —comentó dejando el plato y la servilleta—. ¿Quieres que te traiga agua?

—Gracias.

Tomó el vaso y se fue al cuarto de baño. En el lavabo, dejó correr el agua para que saliera fría y entonces, llenó el vaso. Al volver, vio que no había tocado la comida

Cass lo miró. Él no había dejado de observar cada uno de sus movimientos.

—Deberías comer mientras esté caliente —dijo dejando el vaso.

—Tienes razón —dijo mirándola fijamente—. ¿Conoces bien a ese hombre?

—¿A quién?

—A O´Banyon. ¿No era ése su nombre?

—Lo conozco bastante bien. Era el asesor de inversiones de Reese y es un buen amigo de Gray. Fueron juntos a la universidad —dijo frunciendo el ceño—. ¿No vas a comer?

—Me recuerdas a mis hermanas —dijo estirando la servilleta mientras estudiaba el contenido del plato.

—Deja que te ayude —dijo tomando el tenedor de su mano.

—No necesito…

Haciendo caso omiso, se sentó en la cama y colocó el plato sobre su regazo. Él dejó escapar un gruñido mientras se apartaba. Ignorándolo, ella cortó la carne, pinchó un trozo con el tenedor y se lo acercó a la boca.

—Abre la boca —dijo.

—No soy un niño.

—Entonces, demuéstralo. Acepta que necesitas ayuda y come.

Estaba enfadado, pensó Cass, pero la obedeció. Tan pronto como el tenedor quedó limpio, volvió a llenarlo. A la cuarta vez, Cass cometió un error. Observó cómo separaba los labios y cómo sus dientes blancos se cerraban sobre la plata del tenedor. Al momento, el tenedor salió limpio. Contempló cómo masticaba y después el movimiento de su nuez al tragar. Le llamó la atención poderosamente la anchura de sus hombros y los músculos de su cuello y cómo su pelo se rizaba en el cuello de su camisa.

—Cassandra —dijo él. No parecía ser la primera vez que reclamaba su atención.

Sorprendida, lo miró a la cara. Sus ojos transmitían frialdad.

—Te he dicho que ya está bien. A partir de ahora seguiré yo —dijo tomando el plato y el tenedor.

—Volveré a recoger el plato —dijo Cass levantándose.

—No te molestes. Además, seguro que al final de la noche estarás ocupada.

—¿Cómo?

—¿Le gusta a O´Banyon ser tratado como a un bebé? ¿También le cortas la carne a él? El amor maternal no me resulta afrodisíaco, pero cada hombre es diferente, ¿no?