Desvelando la inteligencia artificial - José Luís - E-Book

Desvelando la inteligencia artificial E-Book

José Luis

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Beschreibung

En un mundo cada vez más impulsado por la tecnología, la inteligencia artificial (IA) ha pasado de ser una simple herramienta a un fenómeno que sacude los fundamentos de lo que entendemos por inteligencia, conciencia y ser. Este libro ofrece una mirada profunda y crítica hacia el impacto de la IA en nuestra sociedad y su posible evolución. ¿Puede la IA replicar la conciencia humana? ¿Estamos a las puertas de una nueva era o al borde de una encrucijada ética que desafía nuestra existencia misma? Desvelando la Inteligencia Artificial nos invita a reflexionar sobre estas preguntas cruciales, integrando una visión filosófica, científica y espiritual que rompe con los prejuicios y tabúes que a menudo nublan el debate sobre el futuro de la humanidad. Acompañado por un análisis riguroso de las corrientes filosóficas más relevantes y los últimos avances en IA, este libro es una guía esencial para quienes buscan comprender el impacto de la inteligencia artificial en nuestra vida, y nos invita a reflexionar sobre lo que significa ser un ser humano en una época dominada por la omnipresencia de lo algorítmico.

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Seitenzahl: 169

Veröffentlichungsjahr: 2024

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Desvelando la inteligencia artificial

 

 

La consciencia No es algoritmo

 

 

José Luis San Miguel de Pablos

 

 

 

 

 

 

 

Siglantana

 

© José Luis San Miguel de Pablos, 2025

 

Para esta edición:

© Editorial Siglantana S. L., 2025

 

www.siglantana.com

 

Instagram: @siglantana_editorial

YouTube: www.youtube.com/siglantanalive

 

Reservados todos los derechos. No se permite la reproducción total o parcial de este libro, ni su incorporación a un sistema informático, ni su transmisión en cualquier forma o por cualquier medio, sea este electrónico, mecánico, por fotocopia, por grabación u otros métodos, sin el permiso previo y por escrito del editor. La infracción de los derechos mencionados puede ser constitutiva de delito contra la propiedad intelectual (Art. 270 y siguientes del Código Penal).

 

Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra. Puede contactar a través de la web www.conlicencia.com o por teléfono en el 91 702 19 70 / 93 272 04 47.

 

ISBN: 978-84-10179-44-8

 

A mis compañeros peludos Pierrette y Edmond

 

Índice

 

 

Introducción

 

La provocación de la Inteligencia Artificial

¿Qué es...?

Inteligencia no es solo pensamiento

Trasplante sus bytes a un ordenador para ser inmortal

 

La mente y la consciencia. Enfoques occidentales

Teorías noetófobas y noetófilas

Mentes y ordenadores

La rebelión de la fenomenología

El retorno del panpsiquismo

Los remolinos sintientes de Whitehead

El auténtico misterio es la materia

La emergencia imposible

El mensaje de los animales

 

La mente y la consciencia. Enfoques índicos

Samkhya: la mente es material, pero no lo es todo

Vedanta: el Ser lo es todo (y eso eres tú)

La Inteligencia Artificial y el filosofar índico

Más allá de los Vedas

 

Tecnociencia, ¿una senda luminosa?

Techne devora a episteme

Una pregunta perturbadora

Contra la naturaleza y contra la vida

Una tecnología al servicio del engaño

La respuesta del Tao

 

Destellos de luz en la oscuridad

La obsesión de la Nada

La consciencia y el Uno

Desvaríos

Una filósofa transhumanista atípica

Sincronicidades. Cuando la consciencia individual y cósmica se presenta como una sola

Expectantes de(l) Ser

 

Resumen y puntualizaciones finales

 

agradecimientos

 

Bibliografía

 

notas

 

Science sans conscience n’est que ruine de l’âme.

Rabelais

 

INTRODUCCIÓN

 

 

No vivimos en un tiempo “normal”. El flujo temporal ha pasado a estar colonizado por una obsesión que ya se incuba desde hace algunos años, pero que últimamente ha adquirido un relieve extraordinario. Se trata de la Inteligencia Artificial.

No es, evidentemente, una moda pasajera. Como “idea-fuerza”, más que como mero avance tecnológico, la IA posee la capacidad de trastocar nociones básicas, que lo son porque atañen a nuestra realidad esencial, y no creo que nadie ponga esto en duda. Las expectativas que crea la Inteligencia Artificial y las proyecciones que se realizan sobre IAs concretas nos invitan a reflexionar en profundidad sobre la mente humana y sus capacidades. La imitación informática de la inteligencia está alcanzando niveles sorprendentes y nos obliga literalmente a mirarnos a nosotros mismos. Por mi parte estoy seguro de que hace mucho tiempo que pensar filosóficamente no se percibía como una necesidad vital en la misma medida que actualmente; quizá en los inicios de la física cuántica, pero creo que entonces a un nivel más minoritario. Si la extensión de los usos de la Inteligencia Artificial provoca, como ya se da por hecho, la desaparición de numerosas actividades profesionales, no me cabe la menor duda de que este no será el caso para el filosofar, que tendrá que volverse, eso sí, más exigente. Porque lo que pone en primer plano la explosión de la Inteligencia Artificial es el ser, nada menos que el ser. ¿Qué significa SER para nosotros? ¿Es posible (re)conocerlo con certeza? ¿Cómo, en caso afirmativo?

Los científicos, aplicando su método, observan “cosas”, cómo se comportan y qué transformaciones experimentan. Pero ni saben ni pretenden saber lo que esas cosas son. Conocer el ser de las cosas es un objetivo prohibido, no solo en ciencia sino también en filosofía desde Kant; pero hoy la imitación del ser por las IAs –sin límite aparente– pone de manifiesto que esa prohibición –y la renuncia cognitiva en la que se basa– era excesiva, y que las consecuencias de mantenerla pueden ser terribles.

Es necesario, pues, modificar el marco o incluso salir de él. Una posibilidad es abandonarlo y regresar luego en posesión de los instrumentos que permitan cambiarlo. Me parece que algo de eso (que tanto se parece a la ida y vuelta del habitante de la Caverna que salió de ella temporalmente) ya está empezando a darse.

Mi ensayo Consciencia, el hilo conductor del universo, fue el segundo1 centrado en eso (Tat!) que es el núcleo luminoso ycierto de cada uno de nosotros, sobre el que las Upanishad llaman la atención reiteradamente: la luz de ser.2La metáfora de la luz es solo una de las innumerables que cabe aplicar al espacio de subjetividad en el que se despliegan nuestras experiencias. El sonido y su correspondiente vacuidad matricial, el silencio, es otra, la preferida por la tradición hindú, de la que el ommmm... –la resonante sílaba que evoca la vibración originaria del Cosmos– es signo identificativo.

Pero los occidentales somos muy visuales. Entre nosotros una comprensión intuitiva instantánea es un insight, una visión interior, aunque en la “auditiva” india también existen numerosos términos y raíces etimológicas que identifican “la vista” y “ver” con comprensión directa (a fin de cuentas, el orden zoológico de los primates, al completo, es eminentemente visual).

El ser humano actual se mueve a trompicones en la oscuridad y, como Goethe instantes antes de morir, él también pide a gritos: “Luz..., ¡más luz!”. Malraux lo diría o no, porque hay dudas al respecto, pero creo que es cierto: lo que queda del siglo xxi será espiritual y místico o no será.

 

LA PROVOCACIÓN DE LA INTELIGENCIA ARTIFICIAL

 

 

Hace ya tiempo que la Inteligencia Artificial está ahí, pero al principio no llamaba todavía la atención del gran público. Fue el lanzamiento por la empresa OpenAI del Chat GPT lo que hizo estallar la IAmanía. Y, con ella, el deseo compulsivo, sentido por millones de personas, de interrogar sobre los temas más variados a ese artefacto informático interactivo, y mantener largas conversaciones con las personalidades que imita y a través de las cuales se presenta.

El salto al primer plano del interés general ha venido acompañado de una gigantesca ceremonia de la confusión. En realidad, es la misma en la que chapotean los creadores de la IA; vale decir, los tecnólogos de Silicon Valley. Se da por supuesto que la Inteligencia Artificial es inteligente, sin saber lo que es la inteligencia. Se especula con la posibilidad de que llegue a haber IAs conscientes, sin tener ni idea de lo que es la consciencia, and so on. Se fabrican “Alexias” esforzándose en que parezcan personas, y, aunque escucho en mi entorno que “eso no se lo cree nadie”, yo respondo: “¿Seguro?”. Porque cada vez hay más gente con dependencia de alguna alexia (o alexio). Y se nos dice también que, dada la extensión de la soledad no deseada, las alexias pueden aliviarla. Seré antiguo, pero no me convence. Frente a la soledad, compañía real, no potenciación del engaño, y menos en el terreno de los sentimientos. Da la impresión de que la realidad virtual y sus metaversos poblados de pseudoentidades que interaccionan con nuestros avatares es la apoteosis de la mentira, aunque uno se pregunta si lo peor no está por llegar. Cuando Emmanuel Lévinas dijo que el rostro y los ojos del otro vuelven imperativo el mandamiento no matarás, no podía imaginar que unas décadas después se fabricarían máquinas destinadas a simular la alteridad de una manera tan perfecta que esta llegaría, finalmente, a resultar indistinguible para muchas personas.

Pocas dudas caben de que quienesquiera que sean los que están detrás de todo esto (¿los mencionados tecnólogos, sus financiadores...?) están yendo muy lejos. Demasiado. Sea como sea, la situación actual y el panorama que se nos presenta nos obligan a volver a plantearnos las preguntas fundamentales de “¿qué es la consciencia?”, “¿qué es la inteligencia?”. Y no solo esas..., también “¿qué es vida?”, “¿qué es ser?”.

Y, por si fuera poco, reconocer en el nuevo contexto lo que es verdad y distinguirlo de lo engañoso y falso se plantea ya de una manera realmente angustiosa.

La Inteligencia Artificial es provocadora, efectivamente. Lo es en múltiples sentidos. Nos humilla, al transmitir el mensaje de que la inteligencia no es algo exclusivamente nuestro; oscurece nuestra noción intuitiva de inteligencia; propone a las máquinas como candidatas confirmadas a desbancarnos en un futuro cercano; socava también nuestra intuición de lo viviente, al establecer una suerte de tierra de nadie: la que ella misma representa. Y no pocos de sus hacedores afirman que van a conseguir dotar a las IAs de consciencia, e incluso los hay que aseguran que gérmenes de la misma se vislumbran ya en algunas de las que ahora mismo están disponibles.

 

 

¿Qué es...?

 

Pero esta provocación tiene una consecuencia positiva, y es que nos exige clarificar una serie de conceptos fundamentales. Esto solo se puede hacer desde la filosofía y partiendo, además, de enfoques filosóficos de vocación ontológica y omniabarcante, lo que nos fuerza, por añadidura, a renunciar a la pretensión de ceñirnos a la filosofía occidental, puesto que hay filosofías y espiritualidades en Oriente que tienen mucho que decir en esto.

No cabe duda de que los marcos culturales dentro de los cuales se ha desarrollado nuestra capacidad de pensar nos condicionan. Algunos afirman que es imposible escapar de ellos... Yo no diría tanto. Pero somos occidentales y por “filosofía” entendemos –al menos de entrada– lo que en Occidente se entiende por tal palabra. Sin embargo, al estrechar culturalmente nuestro entendimiento de algo, el filosofar, que hasta tal punto tiende a no dejarse constreñir, tenemos un problema. Y este se agudiza aún más al enfrentarnos a esa “cosa” nueva que llamamos inteligencia artificial. El problema viene de que en Occidente la filosofía es una actividad exclusivamente mental y conceptual, y los conceptos son abstracciones que aluden a una realidad que no está presente. Por si fuera poco, intentar acceder al núcleo más profundo de lo que somos (a nuestro ser más cierto e indudable) siguiendo caminos introspectivos, está mal visto en la academia. No era así en los albores del filosofar mediterráneo, pero hace ya mucho tiempo que la filosofía de raíz europea ha renunciado a toda pretensión de encontrarse con el ser cara a cara.

Sin embargo, esta renuncia se revela catastrófica cuando nos enfrentamos al penúltimo producto de la tecnología: la inteligencia artificial. Porque implica no disponer de ningún criterio para conocer su naturaleza auténtica (¿son conscientes las IAs o van camino de serlo?, ¿tienen verdadera inteligencia?). ¡La renuncia filosófica a reconocer el ser es ahora un gravísimo inconveniente! Hay que cambiar de presupuestos, y para eso puede resultar muy útil –incluso imprescindible– explorar a fondo otras áreas culturales.

 

 

Inteligencia no es solo pensamiento

 

Vayamos con la primera de las cuestiones evocadas: ¿qué es la inteligencia? No hay consenso al respecto y, de haber alguno, este sería que definir la inteligencia es cosa extremadamente difícil, como enfatiza Jeremy Narby al referirse a la inteligencia de la Naturaleza.3Aun así, en mi anterior ensayo me atrevo a aportar una definición: “Es el principal medio (multiforme4) gracias al cual cada foco de vida y de consciencia puede desenvolverse eficazmente en su entorno, preservando su autonomía experiencial y actuante, y ser asimismo capaz de evitar en lo posible el sufrimiento y de disfrutar de su existencia”5 (y debería haber añadido que también permite modificar, en cierto grado, el entorno en beneficio del agente). Más adelante me pregunto si la IA se adapta a esta definición, y mi respuesta es negativa puesto que ninguna IA ni ningún robot equipado con alguna de sus versiones es un agente autónomo, lo que significa que no es para sí, ni puede tratar, por tanto, de evitar ningún sufrimiento ni de alcanzar dicha alguna. Porque el sufrimiento y la dicha solo existen en y para los seres conscientes, en y para seres con interioridad, y esta está ausente de los dispositivos informáticos, por sofisticados que sean y por mucho que hayan sido diseñados para simularla.

Sucede algo más, y es que se confunde sistemáticamente la inteligencia con el pensamiento. Se nos dice que las inteligencias artificiales superarán galácticamente a las humanas una vez que sus algoritmos alcancen una potencia resolutoria que deje muy atrás la de nuestros cerebros; pero el pensamiento no es lo único relevante para nuestra inteligencia, ya que la misma supone un entrelazamiento inextricable de las cuatrofunciones psíquicas que Jung estableció con la mayor claridad: las funciones sensación, sentimiento, pensamiento e intuición. La inteligencia humana se basa en la intrincación de estas cuatro funciones y en su orientación a un fin, que es el propio de un sujeto consciente, y no procede de una programación establecida externamente. Ahora bien, la “función pensamiento” químicamente pura se diferencia de las otras tres en que puede desplegarse sin estar sustentada en ninguna consciencia, como simples secuencias de operaciones lógicas estructuradas sintácticamente que se desarrollan en el interior de un dispositivo ciego. Sin embargo, las otras tres funciones psíquicas son inseparables de la consciencia, y no son nada –o son puras falacias– en ausencia de una dimensión subjetiva.

 

 

Resumiendo. El pensamiento razonante y discursivo “puro” (es decir, desprovisto de emociones, sensaciones corporales e insightso momentos de comprensión, en los que una captación intuitiva siempre está presente) es algorítmico y, como tal, puede ser reproducido por los aparatos informáticos, como viene sucediendo desde el nacimiento mismo de esta tecnología, aunque inicialmente a un nivel muy elemental.

 

 

Puede sorprender la afirmación de que esta misma visión la tenían ya, desde hace siglos, determinadas filosofías de la India antigua. Las escuelas hindúes del Samkhya y de los Yogas comparten una misma idea muy clara de la mente, que resulta chocante para las concepciones occidentales tradicionales. Mientras que en Occidente siempre se ha entendido la mente como inseparable de la consciencia, las referidas escuelas indias establecen una distinción nítida entre mente y consciencia, entendida esta última como la pura luz de ser, que cabe identificar con el espíritu. Pero no es esto lo que más puede chocar a los estudiosos occidentales, entre los que una minoría asume ya esta distinción, sino la asunción por las referidas escuelas de que la mente es de naturaleza material, a diferencia de la pura consciencia, de naturaleza trascendental, y cuyo “desembarco” en el mundo se produce mediante el cuerpo y la mente (que es material como el cuerpo).

¿Pero qué se entiende por “material” en lo que se refiere a la mente? Por una parte, está su estrecha vinculación con el cerebro, si bien la luz de la consciencia también parece mantener con él un vínculo6. Y está, además, la afirmación, común en las citadas escuelas índicas, de que la materia de la mente es de una naturaleza más sutil que la del cuerpo y los objetos físicos. ¿No nos estarán sugiriendo el Samkhya y los Yogas que, en el fondo, la mente –nuestra mente pensante, tan hipervalorada y que hasta tal punto nos situaría por encima de los animales y del mundo físico– es de la misma naturaleza que lo que constituye el fundamento elemental de la informática? En una palabra: ¿la base atomística de esa materia no serán también los bytes?

De lo anterior se desprende que la Inteligencia Artificial no debería llamarse así. Pensamiento Artificial sería un nombre más ajustado, puesto que inteligencia implica interioridad. Porque la inteligencia es inseparable de la capacidad de comprensión, es decir, de captar e integrar (cum-prehendere) fenómenos e ideas en la interioridad consciente de cada uno; pero el pensamiento –tomado aisladamente, es decir, totalmente desligado de las demás dimensiones de lo anímico y vital– es algorítmico y está hecho, por tanto, del mismo “paño” que los programas informáticos. Estos últimos vienen a ser trozos aislados de pensamientoaconsciente, y las IAs nada más que un perfeccionamiento llamativo de algo que, de hecho, ya existía cuando nació la informática.

Pero… ¿el pensamiento humano es realmente idéntico a la “función pensamiento” que definió Jung? O, dicho en otros términos, ¿no es más que pensamiento cartesiano químicamente puro? ¡Por supuesto que no! En el pensar humano participan todas las dimensiones psíquicas, y su componente algorítmica se integra en la dimensiónholística propia del pensar real del ser humano, que se diferencia del “pensamiento artificial” informático por la ineludible presencia del cuerpo (sensaciones), de emociones y sentimientos (no se piensa, se sentipiensa) y, sobre todo, por el hecho de que desemboca en una comprensión genuina, ya que hasta el más frío de los procesos algorítmicos cogitantes del homo sapiens culmina, si tiene éxito, en comprender algo, lo que implica siempre un momento intuicional. Y de ahí la diferencia abismal, señalada por Dilthey y retomada por Ortega, entre “la explicación” (ligada al desarrollo de un proceso mental algorítmico) y “la comprensión” (la culminación de ese proceso en una suerte de visión que tiene lugar a la luz de la consciencia).

¿Y cómo cabe definir “vida”? Yo diría que como el seren el tiempo. Puede sonar demasiado heideggeriano… Quizás es más ajustado decir en el espacio-tiempo. Vida es, pues, (el) ser en modo de la ilusoria8 multiplicidad cósmica en devenir; digamos que en el seno de la ilusión fecunda.

 

 

Trasplante sus bytes a un ordenador para ser inmortal

 

La idea de trasvasar la totalidad del contenido cerebral de información a un ordenador lo suficientemente potente, para eludir la muerte, tiene ya unos cuantos años. Trataré de mostrar que el logro de una inteligencia artificial consciente y lo que podemos llamar “la vía informática a la inmortalidad” son dos delirios tecnológicos estrechamente relacionados.

Ambas ensoñaciones parten de la ignorancia crasa de lo que es la consciencia. Esa ignorancia no es debida a falta de conocimientos científicos sino a la ausencia de una mínima capacidad introspectiva y de la consiguiente reflexión a partir de ella; dicho en otros términos, a una falta absoluta de lo que llamaré inteligencia filosófica profunda que, en mi opinión, tiene que incluir necesariamente una cierta inteligencia mística. Ahondaré en esto más adelante y baste ahora con decir que lo que es la consciencia se conoce... sencillamente viviéndola, y que esto es así para todo el mundo, aunque acendradas ideas preconcebidas cientificistas y materialistas pueden impedir reconocer lo que es una pura evidencia directa, a causa de la negativa obstinada a aceptar que conocer la consciencia no precisa de mediación alguna. Este bloqueo, común en el mundo científico, en el que, por sistema, no se acepta nada que escape a su método, se da igualmente entre los tecnólogos, sus financiadores y sus fans.

De modo que, para los creadores y perfeccionadores de la Inteligencia Artificial, la consciencia o reside directamente en los bytes o es algo que misteriosamente emerge del funcionamiento de los softwares que dichos bytes conforman.

De esta confusión –que se vuelve imposible en cuanto se reconoce la luz interna de ser como el espacio de la pura subjetividad– participan incluso algunos filósofos de la consciencia que la entienden como una propiedad intrínseca del universo. Es el caso de David Chalmers, que defiende la identidad entre consciencia e información. Pero la información puede ser aconsciente, ya que toda información tiene que ser recibida por alguien que se entere9 para ser un verdadero mensaje informativo. Sin un receptor consciente, la “información” no es más que un constreñimiento conformativo. Así, un temporizador está obligado, por el programa del que ha sido dotado, a detenerse o ponerse en marcha; es depositario, pues, de una información que determina su funcionamiento pero que en sí misma no tiene nada de consciente.

Es, por lo tanto, la confusión entre pensamiento y consciencia, muy arraigada en la filosofía occidental, lo que explica tanto la creencia de que el alma (o su software