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Estos diálogos, una suma de unidades festivas y jocosas, atribuidos a un desconocido se adjudican ahora a fray Diego González Aguayo, catedrático de la Universidad de Salamanca. Interrumpida la edición en 1618, reaparecieron en 1855 por su mérito literario y buen humor exigían nueva edición para poner en manos del lector actual tan entretenida obra en su fresca lozanía.
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Seitenzahl: 464
Veröffentlichungsjahr: 2011
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DIÁLOGOS DE APACIBLE ENTRETENIMIENTO
DE GASPAR LUCAS HIDALGO
Estudio y edición de
Julio Alonso Asenjo
Abraham Madroñal
2010
COLECCIÓN PARNASEO
11
Colección dirigida por
José Luis Canet
Coordinación
Julio Alonso Asenjo
Rafael Beltrán
Marta Haro Cortés
Nel Diago Moncholí
Evangelina Rodríguez
Josep Lluís Sirera
©
De esta edición:
Publicacions de la Universitat de València,
Julio Alonso Asenjo y Abraham Madroñal
Febrero de 2010
I.S.B.N: 978-84-370-7743-7
Depósito Legal: SE-812-2010
Diseño de la cubierta:
Celso Hernández de la Figuera y J. L. Canet
Maquetación:
José Luis Canet y Laura Garrigós
Portada:
Adel Alonso
Publicacions de la Universitat de València
http://puv.uv.es
Impreso por Publidisa
Parnaseo
http://parnaseo.uv.es
Esta edición se incluye dentro del Proyecto de Investigación del Ministerio de Educación y Ciencia, referencia FFI2008-00730/FILO
HIDALGO, Gaspar Lucas
Diálogos de apacible entretenimiento / Gaspar Lucas Hidalgo; edición y estudio de Julio Alonso Asenjo y Abraham Madroñal
Valencia : Publicacions de la Universitat de València, 2010
198 p. ; 17 × 23,5 cm. — (Parnaseo ; 11)
ISBN: 978-84-370-7743-7
NOTA: Bibliografía-Índices
I. Alonso Asenjo, Julio, ed. lit. II. Madroñal, Abraham, ed. lit.
1. Hidalgo, Gaspar Lucas. Diálogos de apacible entretenimiento — Crítica e interpretació
821.134.2HIDALGO7
821.134.2-7”16”
ÍNDICE
PORTADA
Portada interior
Créditos
ÍNDICE
PRÓLOGO
Introducción
El autor: algo más que una hipótesis
La obra: los Diálogos de apacible entretenimiento
La Inquisición y los Diálogos de Hidalgo
Los Diálogos de apacible entretenimiento y el momento en que surgen
Cuestión de género: el modelo narrativo de la obra
Literatura y carnaval
Miscelánea de materia risible y formas de entretenimiento
Historia del texto
Criterio editorial
Agradecimientos
Bibliografía
1. Ediciones anteriores de Los Diálogos
2. Textos
3. Bibliografía crítica
EDICIÓN
Diálogos de apacible entretenimiento, Preeliminares
Diálogo primero del sarao en el domingo de carnestolendas en la noche
Capítulo I en que se da principio de la conversación, y se ponen cuentos que motejan de asno y de necio y algunos testimonios que se levantan a predicadores
Capítulo II que contiene unos gallos que se dieron en Salamanca eliminar
Capítulo III de motejar de borracho, y una matraca que se da a gente de malos gestos eliminar
Capítulo IV que contiene chistes que motejan de cristiano nuevo y una historia fantástica
Diálogo segundo del lunes de antruejo en la noche
Capítulo I donde se moteja de apocado y se refiere una invención con que se recibieron los reyes en Salamanca
Capítulo II de la ayuda del racionero y chistes que motejan de cobarde, y otros diversos
Capítulo III de las ayudas de benavides y chistes de ingeniosas y donosas pullas y otros
Capítulo IV de las burlas que se hicieron el sacristán y el cura de Rivilla, y chistes con que se motejan
Diálogo tercero del martes en la noche
Capítulo I de una máscara y cuentos que motejan de vieja, y otros
Capítulo segundo que trata de las excelencias de las bubas, y se sientan a cenar.
Capítulo III en que se prosigue, la cena con chistes de graciosas y no maliciosas blasfemias y otros diversos
Capítulo IV que contiene algunos problemas ordinarios, con extraordinarias y donosas resoluciones y cuentos que motejan de loco y otros diversos
Capítulo V En que se moteja de ladrón, de pobre y de mala mujer, y se remata la conversación con un romance en que se hace relación de lo que pasa en unas carnestolendas
PRÓLOGO
Introducción
A finales de 1603 o, con más probabilidad, a comienzos del año siguiente, aparecía publicado un librito con el título de Diálogos de apacible entretenimiento, conocido también por su subtítulo: Carnestolendas de Castilla.1 Sucedía esto muy poco antes del emblemático año de edición del Libro de la pícara Justina y de la primera parte del Quijote. Justamente en 1605 volvería a editarse nuestra obrita en Barcelona, al Call, en casa de Sebastián de Cormellas en dos ediciones distintas, según ahora nos consta.
Libro muy popular en el XVII y en siglos posteriores, como veremos, según Menéndez Pelayo y a diferencia de otras contemporáneas, «obra de puro pasatiempo», compuesta por tres diálogos «sabrosísimos por la gracia y ligereza de su estilo si la sal fuese menos espesa y el chiste un poco más culto», curiosa por «lo desvergonzadísimo de la expresión» y por las «inmundicias escatológicas» que contiene, y que revela un gusto forjado en los «escritores más libres y desenfadados del tiempo del emperador» que en los de su propia época.2 Obra, en fin, como reconocía el mismo crítico, en absoluto pesada, si acaso ligera en demasía, que desde luego proporcionó un arsenal de chistecillos sacados de la tradición oral, junto con un buen conjunto de géneros risibles de origen culto.
Con la presente edición queremos subsanar una carencia histórica, según parece serlo que una obra tan interesante y tan relacionada con títulos fundamentales de la literatura del periodo, como los mencionados o como el Buscón de Quevedo, tenga que seguir leyéndose en la Biblioteca de autores españoles que, a pesar de su mérito, está muy alejada de las necesidades de los estudiosos y lectores actuales y que, además, no se hizo sobre la primera edición conocida de la obra.
Del mismo modo, nos proponemos aclarar la cuestión relativa al año en que se publicó por primera vez: es muy frecuente entre los estudiosos no citar el año de la primera edición hasta ahora conocida de la misma, señalando unos el de 1605, otros el de 1606 y todavía otros años posteriores, cuando -como queda dicho- hay que situarla por lo menos en 1604.
Por otra parte, resulta clara la importancia del panorama literario en que surgen los Diálogos de apacible entretenimiento, el mejor momento de producción de la literatura de los siglos de oro. Piensan incluso algunos estudiosos que tal vez haya que concederle a la obra una dimensión mayor. Así, Américo Castro:
Gaspar Lucas Hidalgo escribía para algo más que para referir anécdotas chuscas: la sociedad contemporánea se le aparecía como el parto de los montes [...]. Lucas Hidalgo no expresa el punto de vista de los cristianos viejos, y enlaza con lo escrito por los doctos del siglo anterior.
en definitiva, se sentencia que nuestro autor «se enfrentaba con la presunción y altanería de los cristianos viejos»,3 aunque, por el estilo de recolectores conversos como Melchor de santa Cruz y como él alejado de la inquina del siglo XV, todavía pone en labios de sus personajes tópicos chistes de conversos, tanto del judaísmo como del Islam, y certifica los añejos recelos de la sociedad cristiana vieja. De la misma forma, el hispanista ludwig Pfandl defendía que el autor de los Diálogos «era demócrata de pura cepa», por cuanto se dedica a escarnecer en su libro a las clases más favorecidas.4 Todo ello, pensamos, contribuye a hacer más atractivo su estudio y más necesaria todavía la atención crítica a un texto que ha dejado honda secuela en la mejor literatura del siglo de oro.
El autor: algo más que una hipótesis
Como autor de los Diálogos de apacible entretenimiento figura Gaspar Lucas Hidalgo, cuyas fechas vitales se presentan con interrogantes entre 1560 y 1620, 5 de quien, por el momento, solo podemos decir que era vecino de Madrid y muy probablemente relacionado con Burgos, pues en dicha ciudad sitúa el marco espacial de su obra, en ella localiza a los personajes protagonistas y aun otros tan carismáticos como el tabernero Colmenares, y de su perímetro, ámbito territorial o tierras circunvecinas aprovecha varios elementos,6 como costumbres y habla. Algún estudioso avanzó una posible relación familiar de Gaspar Lucas Hidalgo con Fray Gabriel Téllez,7 pero dista de estar comprobado que se diera, por cuanto la biografía del mercedario no le identifica actualmente con la persona que nace en 1584 y que tiene como padrino a un tal «Gaspar Hidalgo», cuando se bautiza en la madrileña parroquia de san Ginés. Llama la atención al estudioso que nunca más aparezca su nombre, en un momento en que los ingenios de todo tipo poblaban academias, justas, preliminares de libros y todo género de reuniones literarias y, aunque no es insólito en nuestro panorama el caso del autor que escribe una sola obra y después desaparece, todo nos hace pensar que tras ese nombre se oculte una persona que no quiso arriesgarse a firmar el libro con el suyo propio. Sorprende, en efecto, que no haya un solo poema encomiástico del autor o la obra en una época en que tan frecuentes eran, hasta el punto de convertirse en blanco de la burla de Cervantes en la primera parte de su Quijote; sorprende igualmente, como ya advirtió l. Pfandl, que la obra no vaya dedicada a nadie, a ningún «poderoso protector», y aventura que ello se debe tal vez a la feroz crítica que lanza contra el clero y contra las clases privilegiadas.8 Pero también podría deberse a que no necesitaba mecenas.
Tras la mirada crítica a las cosas de iglesia (predicadores asnales o necios que inician la primera velada [I,1], curas y sacristanes traviesos [II, 4], beatas cuya boca estropea divinas palabras proclamadas en latín [II, 3]), tal vez se esconda el espíritu burlón de un hombre relacionado con ella, que no se atreve a salir a cara descubierta a los mentideros de la palestra pública, sabedor de que la inquisición vigilaba la actividad de los ministros de la iglesia, sobre todo si tocaban en materia profana. No muy lejano en el tiempo ni en la intención está el caso recién descubierto de Fray Baltasar de navarrete, más que probable autor de La pícara Justina, que utilizó el nombre del licenciado Francisco López de Úbeda, que corresponde a una persona de carne y hueso en el Toledo del siglo XVII.9 Incluso el apellido de nuestro Gaspar Lucas puede utilizarse para jugar de vocablo, por cuanto los hidalgos no salen muy bien parados en la obra: unos son pobres, otros tienen comportamientos poco dignos, otros son menguados de juicio, ruines, etc. No se olvide que el mismo impresor publicará también en Barcelona en 1609 un librito titulado Romances de germanía de varios autores con su bocabulario al cabo …compuesto por Juan Hidalgo. Por todo ello pensamos en la posibilidad de encontrarnos ante un seudónimo que pudo incluso despistar a las instancias administrativas ante las que se presentó la obra para su aprobación.
El caso es que los bibliógrafos casi contemporáneos, como Tomás Tamayo de Vargas, no saben de él más que lo que dice la portada de su obra y, por eso, señalan que es «de Madrid».10 Lo mismo hace Juan Pérez de Montalbán en su Para todos (1632), que le da entrada igualmente en su «Índice de ingenios de Madrid». Creemos que es suficiente razón para pensar que sus propios coetáneos desconocieron quién era verdaderamente el ingenio que firmó los Diálogos de apacible entretenimiento.
La obra misma parece obligarnos a relacionar a este Gaspar Lucas Hidalgo con Salamanca y su Universidad: entre otras cosas, por el uso normal en ella del término «antruejo»;11 por cuanto recoge aquí y allá cuentos o historias sucedidas en el ámbito universitario y no en vano conserva copia de unos gallos que se dieron en aquella universidad con motivo de la concesión del grado de maestro en Teología del carmelita Pedro Cornejo de Pedrosa. Apoya también esta suposición que los latines le sean familiares, que conozca bien la literatura clásica, que de uno de los protagonistas, el doctor Fabricio, se diga que fue «criado en universidades» y que —confiesa él mismo— «se nos van metiendo en casa las Carnestolendas y viene a ser este el año.
Primero que me alcanzan en esta ciudad de Burgos» (I, 1, f. 1v). en este orden de cosas, conviene tener muy en cuenta que tanto los gallos que aparecen en estos Diálogos como otras referencias que encontramos en la obra la relacionan estrechamente con el Actus gallicus pronunciado en la misma Universidad salmantina con motivo del grado al maestro Aguayo en 1593: por una parte, se recuerdan unos versos famosos de tal gallo, que se introducen:
Yo me acuerdo que estando en un grado de un maestro en Teología en la Universidad de Salamanca, uno de aquellos maestros, como es costumbre, iba galleando a cierto personaje, algo tosco en su talle y aun en sus razones, y hablando con los circunstantes dijo desta suerte: sepan vuestras mercedes que el señor Fulano tenía, siendo mozo, una imagen de cuando Cristo entraba en Jerusalén sobre el jumento, y cada día, de rodillas delante desta imagen, decía esta oración:
¡Oh, asno que a Dios lleváis, ojalá yo fuera vos! suplícoos, señor, me hagáis como ese asno en que vais. Y dicen que le oyó Dios (f. 8v).
en efecto, remiten al Actus gallicus, en un texto latino traducido, que en el original reza así:
Verum haec laeuia sunt prae illis quae de asino, cui Christus insedit dixit. Tunc enim quasi in proprio foro diversatus vix ab asino diuelli potuit, illud expendens et altamente: reponi iubens quod Christus non equum mulam ve, sed assinum elegit, scilicet (inquit) quia crucem habet in dorso. Hinc de assino et cruce tantos retruécanos et ensaladas caepit facere ut demum dixerit assinum quemvis adorandum esse latria et quia crucem habet in dorso et quia illo Christus inuectus est. Dixit assinum esse amandum charitate christiana ob illud: «quis vestrum assinus si ceciderit in puteum... », quod ita ipsse explicauit: ‘Quál asno de vosotros...’ Demum se requebraba con él y le decía: «¡o asno mío, o asno de mi alma y mi coraçón! ¡o asno!, ¿Quién fuera tú? ¡No seré yo tan dichoso! Quod quidam illustrium poetarum quos tractus ille carpetanus educit verba ex ejus ore suripiens, sic canebat:
«O asno que a Dios lleváis, oxalá fuera yo vos. suplícoos, señor, me hagáis como ese asno en que vais». Y dicen que lo oyó Dios12.
Además, se utilizan varios chistecillos similares en ambas obras, como el que cuenta:
Un casado muy celoso vio entrar a su mujer algunas veces en un locutorio de frailes a comunicar cosas de su conciencia con un religioso que tenía por apellido Fray Fulano luna; y como la dijese que no estaba bien con la conversación de aquel padre, dijo ella que no tenía que sospechar en el religioso, porque aunque ella quisiera ser ruin mujer, no lo consintiera él, porque era muy noble y de la casa de los lunas. Respondió el marido: «Ya veo que es luna; pero es luna con cerco, que es señal de lluvias» (f. 123).
El chiste se encuentra en parecidos términos en el Actus gallicus:
Y si vuestro amigo luna parte del capelo os presta, ya seréis gallo con cresta y aun con cuernos como luna.
Y, si os da sus plumas altas, junto hará dos buenas obras, que en sí quitará las sobras y en vos suplirá las faltas.
Mas en hacer caridad por ventura estará terco, porque su paternidad quiere ser luna con cerco, que significa humedad.13
No se lo llamó mal un caballero a otro que le vino a visitar a [fol. 10r] su casa, y haciéndole ofrecimiento del mejor lugar y más honrado asiento de la sala por cumplimiento, no aguardó a que se lo dijesen segunda vez, sino metiéndose en la silla, dijo: «Mejor es ser necio que porfiado.» Respondió el otro: «es vuestra merced tan acertado en todo, que siempre tuvo lo mejor.»
Que también se encuentra en el gallo citado:
Demum, post longam contentionem, ipse, profundissima inclinatione praemissa, praeiuit, dicens: «Más vale ser necio que porfiado»; et illa: «Todo lo es vuestra merced, señor doctor».14
Y lo que es más claro aún, la cómica y elaborada historia del cura que deja al descubierto las posaderas al prenderle el sacristán la sotana con el alba. En el Actus gallicus el episodio se presenta así:
Finit missam, nudatur sacris vestibus, quascum [in] induere havíanle prendido la sotana con el alva con unos alfileres, porque el alva era corta y ancha: al desnudarse, levantó alba y sotana juntamente y cubrió una calva en la cabeça, y descubrió dos en otra parte tan reverendas, videlicet femoralia non gestabat quia ea ut se celeriter vestiret omisserat. Ay quien diga que estuvo allí hasta el miércoles sancto, y dixo las tinieblas con unos capellanes del Duque y porfió que se avía de decir invitatorio
«Regem tenebrarum dominum», sed videor mihi audire vestras quaerelas, hospites clarissimi, qui vitam aulicam a latinis musis alienam profitemini, et forte aliquod hispanum exoptatis poema.15
También las referencias al doctor sepúlveda, cuyo nombre se aprovecha en estos Diálogos para contar un chistecillo de color local salmantino, parecen apuntar a otro de los gallos en el Actus gallicus citado. En efecto, Fray Marcos de sepúlveda se había graduado como maestro en artes en 1593, año en que participa en dicho gallo de Aguayo como uno de los cuatro galleantes junto con Francisco Sánchez y el maestro luna.16 En el texto de nuestros Diálogos se cuenta así:
Tenían los padres trinitarios en Salamanca un grande maestro teólogo de su orden, que se llamaba el Padre sepúlveda, de quien se hacía mucha estimación en su casa y en toda su orden. Leyendo un cierto catedrático en las escuelas la materia de Trinitate, le preguntó un oyente al Poste (que llaman) que, supuesto que había tres personas distintas, que declarase cuál era la principal persona de la Trinidad. respondiole el maestro: «el Padre sepúlveda». (f. 121rº)
Parece evidente que se trata del mismo personaje y que el chiste se ha sacado de un gallo, como uno más de los que aparecen en el libro.
De la misma forma, el chistecillo que se cuenta en los Diálogos a propósito del forastero que llega a un mesón a pedir posada, cuando está toda ocupada, y llama al aposento de unos novios que estaban en plena luna de miel, y el novio le responde: «Pasá adelante, amigo, que no cabemos más en este aposento, porque estamos muy apretados» (Diálogos, f. 4r) parece recordar al episodio contado en el Actus gallicus que termina: «no hay posada para tantos».17
Cuando leemos en los Diálogos, a propósito de los gallos dados en Salamanca que se reproducen:
…También pudiéramos imitar al dotor Fulano...
FABRICIO: (este dotor traía siempre un capachete de raso negro en la cabeza, por encubrir la pelambre que le provino de cierta enfermedad).
Inmediatamente nos recuerdan los versos del Actus gallicus:
Pero, pues están aquí doctores con tal pelambre, bien podéis pedir estambre y tejer un becoquí para cubrir ese alambre.18
Todavía algún chistecillo más de nuestra obra parece remitir al Actus gallicus, como este bastante irreverente:
Trayendo a cierto propósito aquella historia de cuando Cristo echó del templo a los que vendían ganados, dijo así el reverendo: «Como vio el señor que el santo templo estaba profanado de mercancías y tratos bajos, dijo: «Válgaos los diablos por judíos, ¿la casa de Dios hacéis tienda de carnicería?» Y tomando unos cordeles que habían quedado del monumento de la semana santa, hizo un látigo y dio tras ellos» (ff. 5v-6).
Este chiste parece tener relación incluso por la forma (anacronismo que entraña paradoja o adynaton) con lo que se lee en el mencionado gallo:
Postea cum causas ob quas pharisei die illa palmarum in Christum inueherent expenderet, dixit que estaba Cristo dado a todos los diablos con los fariseos.19
También parecen estar relacionadas las anécdotas referidas a omisiones en determinadas circunstancias de partes del canon de la misa. En el gallo se aprovecha que el adversario del galleante ante unos duques entonó solemnemente el Gloria en una misa de Requiem, cuando no cabe;20 en los Diálogos, que el oficiante corrigió a un devoto cuando empezó a recitar el Credo en un día feriado, cuando tal pieza en ese caso se omite (ff. 113r). Curiosamente, cuatro de estas anécdotas se encuentran al final del gallo de Alonso o Ildefonso de Mendoza al doctor Francisco Sánchez en el grado de maestro de Aguayo, a muy poca distancia una de otra o incluso consecutivamente.
Todo ello nos lleva a considerar la cercanía entre este Actus gallicus y los Diálogos de apacible entretenimiento y, aun a riesgo de ir un poco más allá, a sugerir como hipótesis de trabajo que el burgalés Diego González Aguayo, licenciado por Salamanca en febrero de 1593, catedrático en propiedad de la de Tres lenguas (hebreo, caldeo o arameo y árabe) desde febrero de 1593 hasta mayo de 1602,21 y maestro en Teología el 7 de noviembre del mismo año de 1593. En esta graduación tuvo lugar el Actus gallicus o texto conservado del gallo de Fray Ildefonso de Mendoza, agustino, al maestro Francisco Sánchez, canónigo, que oyó González Aguayo como graduando,22 en el que se destaca «su barba peinada y luenga».23 Fácil resultó para González Aguayo, como graduando, recoger y guardar este gallo de Fray Ildefonso de Mendoza, que bien pudo aprovechar literariamente en los Diálogos de apacible entretenimiento, que prepararía a finales del XVI y tendría listos para la imprenta por lo menos en 1602, aunque tuviera que esperar uno o dos años para verlos publicados.
Y aun más fácil era disponer del texto de un gallo en el que el mismo González Aguayo hubiera participado en calidad de tal. Pero es el caso que sólo conocemos parte de los que se dieron en Salamanca con motivo de la graduación de maestro del carmelita Fray Pedro Cornejo y, por desgracia, se trata de los otros dos gallos, no de los que aparecen en nuestros Diálogos.24
Fray Pedro Cornejo había nacido hacia 1536 y moriría en 1618;25 era hombre de gran erudición, según Nicolás Antonio; catedrático de artes el 10 de enero 1601 y de Filosofía moral el 26 de mayo del mismo mes,26 pero se había doctorado un año antes, concretamente el 30 de junio de 1600. Este título es el que nos interesa particularmente ahora, porque es el que aparece en los Diálogos. Según la documentación de archivo consultada en el Universitario de Salamanca, con motivo de la graduación de Cornejo, el maestro Diego González de Aguayo está presente en todos los preparativos de los actos: visita de Felipe III y la reina a la ciudad y obtención de los grados de licenciado y maestro de Cornejo.
Es más, Aguayo tiene un papel fundamental en los grados de licenciado y maestro de Fray Pedro Cornejo. En el primero, y junto con Fray Juan Márquez, tiene la comisión de señalar los puntos a que tiene que responder Cornejo, como así sucede; pero, además, necesariamente es uno de «los cuatro maestros más nuevos» que arguyen al nuevo licenciado, por cuanto en su examen para tal grado (celebrado el 18 de junio de 1600) están presentes, además de él: Fray Bartolomé Sánchez, padrino del graduando, y los maestros en Teología Fray Juan de Guevara, Fray Francisco Zumel, Fray Marcos de sepúlveda, Fray Pedro de Herrera, Fray Juan Márquez, Fray Agustín Antolínez, Fray Domingo Báñez, Juan Alonso de Curiel y los canónigos Francisco Sánchez y Andrés de león.27 Consultado el Actus gallicus, de 1593, resulta que ya se nombran doctores
o maestros todos con la excepción de Herrera (maestro en 1595), Márquez (maestro en 1597), Antolínez (maestro en 1586) y el propio Aguayo (maestro en noviembre de 1593), que serían por tanto los más nuevos. no es difícil extrapolar que estos cuatro maestros (o por lo menos algunos de ellos) se ocuparon de dar el correspondiente gallo en el grado de maestro de Cornejo, celebrado solo unos pocos días después, el 30 del mismo mes.28 He aquí un indicio bastante creíble de que uno de los que actuaron como
gallos en dicho acto fue nuestro burgalés Diego González Aguayo, quien probablemente también habría sido veedor del vejamen, lo que refuerza el hecho de que fuera uno de los gallos al ser uno de los más jóvenes del claustro, entre cuyos doctores aparece en todos los actos relacionados con la Universidad en 1600.
sabemos, según se escribe en los Diálogos, que los cuatro gallos habían sido religiosos, pero no de la misma orden. Dos de los otros gallos fueron Fray Antonio Pérez y Fray Juan Márquez, agustino; al menos se encuentran sus nombres en la copia que ha quedado de los gallos.29 Por otra parte, se dice expresamente que para dicha visita regia se comisiona a varios doctores para que se encarguen de: «letras, enigmas e jeroglíficos e otras cosas de letras, así en romance como en latín, griego y hebreo. Lo cual se cometió al doctor Bartolomé Sánchez y maestros Francisco Sánchez de las Brozas y Baltasar de Céspedes». no se menciona al vejamista, pero sí a los que se encargan de ver el vejamen: los doctores Henríquez y Márquez.
Pero, aunque Aguayo no fuera gallo, es seguro que formaba parte del grupo de doctores y maestros que asistieron a dichos gallos, junto con los maestros Fray Bartolomé Sánchez (padrino del graduando), Fray Juan de Guevara de Cano, Fray Francisco Zumel, Fray Domingo Báñez, Juan Alonso de Curiel, Fray Agustín Antolínez, el canónigo Francisco Sánchez, Fray Marcos de sepúlveda, Andrés de león, Pedro ramírez de arroyo, Fray Pedro de Herrera, Fray Dionisio Jubero, Fray Juan Márquez, Fray Francisco Cornejo, Fray Mauro de salazar y Fray Antonio Pérez, todos teólogos.30 Y, entre los artistas, el Brocense y su yerno Baltasar de Cépedes.
en determinado momento, el autor del gallo que aparece en los Diálogos alude a un maestro que le da la primera poesía para una glosa y dice: «será la primera la del maestro Fray Fulano, que como vive en mi casa, me la dio primero» (f. 15vº). la casa es muy posiblemente el citado Colegio Mayor del Arzobispo, del que era colegial González Aguayo.31 Por otra parte, dice: «no es esta la primera vez, sino la segunda, que aquí nos han trasquilado a los dos», refiriéndose a otro maestro religioso. Explica Fabricio: «esto dice porque en otro grado antes deste les habían picado a él y a su compañero los otros dos galleantes», y uno de ellos era Fray Francisco Cornejo, hermano del nuevo maestro, como leemos:
Y no me espanto que dos tundidores como el maestro Fray Fulano y Fray Citano32 nos diesen dos tundas semejantes. Y porque venga a noticia de todos que, no solo sabe dar tundas el maestro Fray Fulano, sino que también sabe hacer glosas, y muy buenas, quiero referir la que me dio sobre el mismo pie, en la cual va solenizando el nombre de los Cornejos.
Parece indudable que en el gallo que se reproduce en los Diálogos se deslizan algunas alusiones precisas a estos asistentes, como cuando se lee:
Pues el maestro Sánchez, digo el retórico, el griego, el hebreo, el músico, el médico y el filósofo, el jurista y el humanista…
–(Este maestro, aunque sabía mucho, tenía peregrinas opiniones en todas estas facultades). [f. 13v]
Juicio adverso que, sin duda, tenemos que entender se refiere a Sánchez de las Brozas, incurso en un proceso inquisitorial por aquellas fechas justamente por sus «peculiares opiniones» sobre tan diversos asuntos, y en especial sobre Teología, lo que no debía de gustar nada a los profesores de ella. La relación entre Aguayo y el Brocense es digna de tenerse en cuenta: ambos, como catedráticos propietarios que eran, son escogidos y nombrados como diputados por la Universidad en 1597; pero solo un año después, en diciembre de 1598, de las Brozas es uno de los defensores de ejecutar con todo rigor la privación de sus cátedras, oposiciones y capellanías a los doctores universitarios (en especial de los Colegios del Arzobispo y Oviedo) que no hubieran asistido a las honras que se hicieron en Salamanca por el Rey Felipe II, uno de los cuales, es precisamente Aguayo.33
la verdad es que Sánchez de las Brozas no hacía más que secundar la opinión de otros doctores del claustro, como el doctor Gallegos, que en 17 de noviembre de ese mismo año había solicitado que dichos colegios perdieran sus privilegios, así como sus cátedras los que las tuvieran en ellos. Y se ensaña en particular con Aguayo, cuando dice: «atento que el maestro Aguayo, catedrático de lenguas y hebreo, colegial del dicho colegio del Arzobispo, es licenciado y maestro en Teología por esta Universidad y tiene jurados los dichos estatutos de la Universidad, pido a v. m. con más rigor mande ejecutar contra él el rigor del estatuto».34 en este caso, se defiende Aguayo suplicando a la Universidad «traten bien a los dichos colegios, porque lo que se había hecho había sido con mucha deliberación e acuerdo e por muchas razones que en su tiempo y lugar se declararían».35 Todo hace pensar que fue sancionado por haber faltado, con gran escándalo público, según se dice, a las honras de Felipe II. Y sin embargo, Diego González Aguayo, rector y colegial del Colegio Mayor del Arzobispo de Toledo en Salamanca,
reclama, junto con su compañero el licenciado don Luis de Paredes, también colegial mayor del dicho colegio, que esta institución estuviera representada junto con la Universidad en el recibimiento de Felipe III, argumentando que ello no suponía perjuicio a los otros colegios.36
Vicente de la Fuente habla de la «natural insolencia» de los colegiales de los colegios mayores de Oviedo y el Arzobispo, evidenciada sobre todo cuando faltaron a las honras de Felipe II. El claustro votó a favor de quitarles sus cátedras y «las declaró vacantes y proveyó en otros profesores», pero los desposeídos «acudieron al consejo de los colegiales y perdieron el pleito, teniendo que hacer sumisión a la Universidad mediante la cual se volvieron al cabo de algún tiempo las cátedras a los desposeídos, quizá pro bono pacis».37 Por supuesto, para ser colegial de dicho colegio mayor salmantino, se exigía expediente de limpieza en que el candidato asegurase ser cristiano viejo por los cuatro costados. Y desde luego, no podemos olvidar que en nuestros Diálogos los chistes contra los conversos son más que frecuentes, como puede leerse en el apartado correspondiente.
Así pues, se le devolvió su cátedra y capellanías, y Aguayo sigue figurando como maestro junto a los demás en las honras por la visita del nuevo Rey Felipe III en 1600, como se ha visto. Pero, observamos que no se le cita en los claustros de la Universidad en el año 1601: por ejemplo, falta el 5 de mayo de ese año, cuando se juntan los maestros teólogos porque se les había encomendado un juicio sobre la conveniencia del uso del romance. Comparecen Zumel, Fray Bartolomé Sánchez, Curiel, Andrés de león, canónigo Francisco Sánchez, Pedro ramírez de arroyo, Fray Pedro de Herrera, Fray Dionisio Jubero, Fray Mauro de salazar y Fray Martín Peraza.38 Todo parece indicar que por lo menos desde ese momento no participa en este tipo de reuniones.
Consta, además, en el Catálogo de colegiales del Colegio Mayor del Arzobispo que González Aguayo presentó información en 1593, y que fue rector de dicho Colegio en los cursos 1598-1599 y 1600-1601, pero que en el de 1601-1602 ya lo era otra persona.39 También sabemos que la cátedra de las Tres lenguas la regenta desde el 4 de mayo de 1602 el maestro Martín leonardo Celanda [o Zelanda].40 Por tanto, en ese momento Aguayo la había dejado. Y en 1603, en el Vejamen dado al maestro Estrella, mientras que figuran algunos de los nombres que aparecen con Aguayo en 1600, como Pichardo, Bartolomé Sánchez, Zamora, Zumel, Frechilla, Pérez, Perojo, ruiz, Carvajal, Mexía, esteban, Curiel, Hernández, Cornejo, Francisco Sánchez, Peral y Godínez, falta el nombre de nuestro maestro en Teología.41
Parece, pues, que antes de este acto hubo de marcharse de la universidad y quizá también de la ciudad. ¿Acaso por el malestar de verse sancionado y la persecución por
parte de algunos miembros? Sea cual fuera la razón, lo cierto es que en los primeros meses de 1602 deja la cátedra de hebreo por haber sido nombrado canónigo magistral de Ciudad Rodrigo.42
no volveremos a verlo relacionado con la Universidad de Salamanca hasta el curso 1609-1610, cuando se propuso volver a ella para ocuparse de una cátedra que estaba vacante. Pedía que se le permitiera gozar de su canonjía y leer la tal cátedra con algún aumento de dinero por tres o cuatro años. Pero parece que no lo consiguió. Quién sabe si también porque, como de él dice un documento, «parece ser hombre enfermo».
sin embargo, por las mismas fechas lo llamaron a su universidad para ser uno de los examinadores de un candidato que después sería muy ilustre: el maestro Gonzalo Correas, que se opuso a la misma plaza y figura ya como catedrático en 1610. Aguayo se nos muestra como examinador experto en hebreo y caldeo, entre otras disciplinas. Dictamina con bastante severidad contra el autor del Vocabulario de refranes, pero es capaz de avizorar que llegaría a ser muy sabio, si persistía por la vía que había comenzado.43
a la vista de todo lo expuesto, el maestro en Teología Diego González Aguayo se hizo con los gallos del grado de maestro de Fray Pedro Cornejo y pudo ser quien escribiera el texto que se transcribe en los Diálogos de apacible entretenimiento, poniéndolo precisamente en labios del personaje también llamado Diego, al que se los entrega Fabricio; éste, como asistente a los mismos y ahora su comentarista, es, quizá también por eso, portavoz del autor de los Diálogos.
en realidad, el autor parece desdoblarse en ambos personajes: por un lado, en Fabricio, hombre de letras, recién llegado a Burgos, que tiene en su escritorio, además del papelillo de la «invención con que los roperos de Salamanca salieron a recebir los Reyes» (I, 2, f. 23v), el texto de los gallos salmantinos, que recuerda tan bien que puede ir comentando el texto pormenorizadamente; por otro, en don Diego, homónimo de González Aguayo, quien, como prolongado lector del texto, al igual que «al Padre Maestro que recitó en Salamanca estos gallos, no le pesará de tener a mano una taza de vino aguado para remojar sus buenas razones» (ibid.), al decir de doña Petronila.
Por otra parte, incluso hay detalles físicos que nos recuerdan a nuestro autor: Diego González Aguayo se nos presenta en el Actus gallicus como hombre de gran barba. Así leemos:
Bien es que Aguayo reforme
su barba peinada y luenga
y de allí una parte venga
para aquesta calva inorme.44
Y quizá no obedezca a la casualidad que al Fabricio de nuestros Diálogos, que se presenta como doctor criado en universidades y en particular en la salmantina, lo describe doña Petronila, cuando le dice a otro personaje:
¿Tú no ves que el dotor es hombre robusto y abultado, áspero de rostro y muy barbado? (f. 114).
otros datos del texto como, por ejemplo, el uso general no macarrónico, y aun este mismo, de expresiones latinas, la alusión a usos litúrgicos y ordenanzas o cánones de especializados conocimientos como la presencia o ausencia del credo en determinadas circunstancias litúrgicas, los permisos para pasar de una orden de más estricta observancia a otra más relajada o la misma observación de que el castigo al mal comportamiento de un religioso comienza en su mismo convento con quitarle el vino de las comidas (III, 5, f. 117v), así como la atención y pormenores del cuento del cura de rivilla, nos introducen en un círculo más reducido (aunque amplio en la época), el de los clérigos y religiosos, al que parece haber pertenecido el autor de los Diálogos.
aunque nos falte la prueba documental de que Fray Diego González Aguayo fue uno de aquellos gallos salmantinos o quien se encargó de supervisarlos, lo que desde luego es seguro es que se encontraba presente en el acto y que, por lo menos, oyó con atención y deleite los citados gallos. Probablemente guardara copia de los mismos, que le sirvió después para integrarla, bajo nombre supuesto, el más adecuado a su condición de religioso, en los Diálogos. es evidente que el tono de los Diálogos y también algunos de sus chistes parecen material de acarreo utilizado o utilizable en algunos de los vejámenes o gallos que tenían lugar en las universidades de la época.
La obra: los Diálogos de apacible entretenimiento
encontramos en el texto una serie de elementos que nos ayudan a precisar la fecha de composición del libro. Por una parte, se leen esos gallos dados en Salamanca en presencia de los Reyes, Felipe III y Margarita, al maestro carmelita Fray Pedro Cornejo, que tuvieron lugar durante la visita del monarca a la ciudad, en 160045. También, la invención que a la sazón los roperos de Salamanca hicieron a los mismos Reyes a primeros de julio de 1600, o la referencia al recibimiento que se hizo -por parte de los roperos también- en Valladolid en 1594 al «brazo santo de san Benito» en el ochavo, cuando mandaron construir un arco triunfal (I, 4, f. 34r).46 en efecto, el 22 de julio de 1594 hubo gran fiesta en Valladolid por la donación de don Diego de Álava, gentilhombre de Felipe II, de un hueso de san Benito a los benedictinos, reliquia que Carlos II de Francia había regalado a su padre. Refiere el cronista: «las calles por donde pasó se colgaron con mucho lujo, excediendo a todas las de la Platería; los comerciantes levantaron un suntuoso arco en
el ochavo y los escribanos en la rinconada. Por su parte el general de los benedictinos propuso varios premios a los poetas y a los que descifrasen enigmas».47
a ello se añadiría la posible alusión a la Pragmática «sobre tratamientos y cortesías, así de palabra como por escrito», impresa en Madrid en 1600.
Quizá también la mención «vecino de Madrid» no sea tan inocente, en un momento en que la corte paraba en Valladolid. a esta última ciudad no se la cita, si no es muy de pasada para referir un arco que hizo el gremio de los roperos en 1595. Madrid solo aparece en la portada y preliminares para señalar la procedencia del supuesto autor y como lugar (lejano) de impresión de la nueva premática. Y aunque algunos pueblos o villas más o menos cercanos a Burgos se citan varias veces, la ciudad en sí sirve también para marcar la residencia de los interlocutores y aportar el necesario color local para hacer creíbles algunos de los hechos.
la otra protagonista es, sin duda, la ciudad de Salamanca y, sobre todo, su Universidad. De allí son los gallos que se leen, la invención de los roperos para recibir a los Reyes (que se expone a partir de un papel escrito, como los gallos), el estudiante universitario que aporta también el papel del «Gigante imaginado y la imposible doncella» y la anécdota también universitaria que afecta al gran teólogo de los trinitarios de la ciudad, el padre sepúlveda. Desde luego, parece que el autor de nuestros Diálogos tuvo que ser un personaje relacionado con la Universidad de Salamanca, presente en los actos de recibimiento de los Reyes en 1600. Y muy posiblemente también estaba familiarizado con cuestiones de iglesia: no solo por las alusiones a curas o predicadores, sino también por los chistes de latines de iglesia, entre otros.
Todo parece indicar que nuestro libro se recopila entre los últimos años del siglo XVI y en los primerísimos del XVII, quizá bajo la influencia de la primera parte del Guzmán, que tanto éxito había cosechado, e intentando ganar por la mano a tantas obras de tipo jocoso y burlesco como se estaban escribiendo para imprimir en el primer lustro del recién estrenado siglo. en definitiva, un ejemplo más de las prosas y las prisas —en frase afortunada de José María Micó— en 1604 por adelantarse a la segunda parte del Guzmán, en que participan también otras obras tan significativas como La pícara Justina y el primer Quijote, entre otras. Como La Pícara, Cormellas también publica la obra de Gaspar Lucas Hidalgo en Barcelona en 1605, ésta en dos ediciones diferentes.
Que tengamos hoy esas dos ediciones y otras posteriores en muy pocos años nos garantiza su éxito;48 de hecho, tenemos constancia del mismo cuando el maestro Bartolomé Jiménez Patón en su Elocuencia española en arte (1604) escribe:
La poesía castellana está llena de esta exornación [la antístasis] y aun en prosa anda la descripción de un mostro muy donosa y ridícula en el libro de Carnestolendas.49
Dado que las aprobaciones de este libro oscilan entre enero y diciembre de 1603, y teniendo en cuenta el testimonio de Jiménez Patón, no es muy arriesgado suponer que existiera una edición a principios de 1604, tal vez de Madrid (de donde dice ser vecino),
Medina del Campo o Valladolid,50 que fuese la que tuvo a la vista el benemérito maestro manchego, siempre muy atento a las novedades en materia de literatura española. La propia fragilidad del libro habría hecho que desapareciera tal edición, como quizá otras. Conservamos, sin embargo, las dos de Barcelona (1605), y las de logroño (1606), Barcelona (1609), Bruselas (1610) y Madrid (1618). Y Julio Cejador se preguntaba si existió otra de Bruselas en el mismo año 1618, pero no hay constancia de ello. el caso es que con posterioridad desaparece de las imprentas, si no por los diez años de prohibición de editar comedias y novelas en Castilla de 1624-1634, por su inclusión en el Índice de la inquisición.
si se repara, su éxito, desde el punto de vista editorial y limitado a España, sitúa a los Diálogos a reducida distancia del que tuvo el Quijote de 1605 y, en mayor cercanía, a La pícara Justina, con una primera edición en Medina del Campo (1605) y otra enseguida en el mismo año, que, curiosamente, como se dijo, salió de las prensas de Sebastián de Cormellas; al igual que nuestros Diálogos, también la edición barcelonesa de la Pícara (y la príncipe del Quijote) está hecha con cierto descuido o, si se quiere, no sin premura: «prosas con prisas» nuevamente. Es muy probable que la razón general fuera el imparable éxito del «pícaro» Guzmán de Alfarache. El mismo autor de La Pícara confiesa en el Prólogo haber entregado a galeras su manuscrito «algo aumentado después que salió a luz El libro del Pícaro, tan recibido».51
Y es también posible que en la obra atribuida a López de Úbeda encontremos una referencia a nuestros Diálogos, que precedieron a la publicación de esta obra. Dice así en determinado momento Justina:
Comimos a dos carrillos lo que teníamos (y aun lo que no teníamos), y pasaron lindos chistes. excusóme de ponerlo aquí el que, para hacer el retal de las Carnestolendas, llevó de mi casa listas de seda, que en otra tela vinieran bien. Digo que me hurtaron los escritos de lo que en todo este convite y sus chistes pasó.52
¿acaso quiere indicar el autor de la Pícara precisamente que no escribe tales chistes porque ya figuran en el retal y obrecilla de Carnestolendas que son nuestros Diálogos? Es posible. Desde luego, el autor de la novela picaresca reacciona en el prólogo de la obra contra «comedias y libros profanos tan inútiles como lascivos, tan gustosos para el sentido cuan dañosos para el alma».53 no olvidemos que ambas, Justina y Diálogos, estampan en su portada la palabra «entretenimiento» y que ambas pugnan por adelantarse en el tiempo; pero López de Úbeda, Baltasar de navarrete o quien encubra aquel nombre, intenta con su libro no solo componer una historia profana, como dice:
Pero será de manera que en mis escritos temple el veneno de cosas tan profanas con algunas cosas útiles y provechosas, no sólo en enseñanza de flores retóricas, varia humanidad y letura, […] sino también enseñando virtudes y desengaños emboscados donde no se piensa.
nuestro Hidalgo, por su parte, en el prólogo al lector había escrito simplemente: «Confieso que la materia es de pasatiempo, más no por eso debe ser juzgada por inútil». Desde luego, nuestra obra, por su estilo, se inscribe entre las de entretenimiento puro, como muestra el siguiente texto del Mercurius Trimegistus (1621), del mismo Jiménez Patón:
Para saber juzgar de lo que se dice o escribe han de considerar tres diferencias que hay en lo que se dice: o es tenue o grave o medio. el tenue género de lo que se dice es el de las conversaciones, hablas familiares de corrillos, juntas, lenguaje casero y común (como lo difine Cicerón en los Oficios) y a este se reducen los librillos de entretenimiento y donaire como el de Carnestolendas, Lazarillo de Tormes, Celestina, etc.54
así, pues, a la misma altura que la Celestina o el Lazarillo, por cuanto utiliza un «lenguaje casero», que seguramente no disonaría mucho del que el mismo estudioso podía encontrar en el Quijote o en la citada Pícara Justina.55
el librito, como hemos señalado, aunque tuvo el éxito mencionado en el siglo XVII, sufrió después un absoluto abandono hasta mediados del siglo XIX. De ahí que se imponga una edición moderna que satisfaga las exigencias del estudioso y permita su cómoda lectura en el soporte que mejor cuadre al lector, virtual o impreso, cuya base es la primera edición conocida de la obra a través del ejemplar que de la misma hay en la Biblioteca de la real academia española, con la signatura 7-a-233.56
La Inquisición y los Diálogos de Hidalgo
Simón Díaz da cuenta de la denuncia que se hizo de la edición de logroño (1606) ante la inquisición en 1609. Y, de hecho, no se conocen ediciones después de la de Madrid de 1618 hasta la que presenta la Bae en 1855. Consta, en efecto, para 1609 la denuncia ante el tribunal de la inquisición de Sevilla (aHn, inquisición leg 4468, nº 1), basada en la edición de logroño 1606, obra del bachiller Sebastián Vicente, clérigo Sevillano, quien
denuncia elementos del Diálogo III, 3,57 como también secciones de la Floresta de santa Cruz. Es posible que, a raíz de esta delación, el autor considerara oportuno o siguiera algún consejo de enmendar el texto.58 Pero el delator no tuvo éxito; por lo menos, no inmediato, pues aún aparecieron dos ediciones posteriores a su acusación.
Por otra parte, parece difícil que la edición de 1618, última hasta el siglo XIX, lo fuera debido a la prohibición de editar comedias y novelas en los reinos de Castilla (16241634), aunque la obra de Gaspar Lucas Hidalgo bien pudo considerarse novela. Posiblemente había transcurrido poco tiempo entre esta edición y la primera fecha de la prohibición como para que la demanda editorial resultara urgente. Téngase en cuenta lo sucedido con el Quijote, que tardó muchos años en ver otra edición después de la de 1637. En todo caso, la razón de fuerza de que los Diálogos no se editaran después del período de veda de novelas en los reinos de Castilla está en su aparición en el Índice de libros prohibidos de Zapata, 1632 (de nuevo junto a la Floresta de santa Cruz, aunque ésta vaya en el Catálogo expurgatorio). Pérez Pastor59 dice que el Índice de libros prohibidos de Madrid, 1790, incluye la edición de Madrid, 1618, lo que confirmaría que ésta fue la última. El dato quizá implique que la inquisición trabajó sobre el texto de esa última edición y no sobre la de logroño, a la que se refería el bachiller Sevillano, cuya denuncia, a esas alturas, si ya no necesaria, pudo resultar oportuna, pues los tiempos habían cambiado a peor, heredando aquel temprano rigor.
la inquisición, en contra de la confianza que muestra G. Lucas Hidalgo, quien parece pensar que, al tratarse de unos diálogos de Carnestolendas, disfruta de plena libertad —«estas noches de antruejo dan licencia para todo» (II, 2, f. 58v)—, no lo estimó finalmente así. Dio también este Hidalgo en la iglesia, como sabía que podía suceder, según hace decir a uno de sus personajes: «no os toméis con la iglesia, que no sufre cosquillas» (III, 2, f. 98r). Pudo aguantárselas viendo mezclado lo divino con lo muy profano por un autor a quien no se le oculta lo dudoso de esa práctica,60 en una burla muy atrevida: «Pues digan, que de Dios dijeron; y pues se han atrevido con Él, no es mucho que acometan a ellas [las bubas]» (III, 2, f. 88r).
Pero la prohibición se hacía inevitable con la romanización creciente de la censura española, de la que es prueba la sucesión de Índices de sandoval y rojas (1612) a soto-mayor (1640), y hasta 1727. La inquisición se transforma definitivamente en tribunal censor de la moralidad colectiva, de modo que las proposiciones escandalosas y las costumbres se erigen en preocupaciones básicas. En esos Índices se da una obsesión insistente con los libros lascivos, con un puritano miedo al sexo, notado como «chistes y
gracias». Destaca en ello el de Zapata (1632) y especialmente el de sotomayor (1640),61 pero ya muestra la misma tendencia la publicación de la regla séptima del Índice de 1612, 62 que como regla sexta recoge el de 1632, cuyo origen está en el asumido Índice romano, sobre los libros que tratan, cuentan y enseñan cosas lascivas de amores, «aunque no se mezclen herejías o errores de la fe» (esto en 1632):
Prohíbense así mismo los libros que tratan, cuentan y enseñan cosas lascivas de amores, o otros cualquiera, mezclando en ellos heregías o errores en la fe, ora sea exagerando o encareciendo los amores, ora en otra manera, y se advierte que la santa sede apostólica romana tiene prohibidos los dichos libros que tratan cuentan o enseñan de propósito cosas lascivas aunque no se mezclen en ellas heregías o errores de la fe.
realmente, lo extraño es que, iniciada esta etapa de mayor represión sexual, la obra no hubiera caído ya en el Índice de 1612, pues no faltan en los Diálogos de apacible entretenimiento esos «chistes y gracias» o cosas lascivas de amores, como para merecer al menos el expurgo. Parece que la obra de Hidalgo para los inquisidores no era tal que mereciera conservarse propter elegantiam sermonis, como sí lo fue, pese a sus alusiones anticlericales, El Cortesano de Castellón-Boscán y, pese a todo, La Celestina, o es que les resultaba más osada que su compañera de género y viaje, la Floresta de santa Cruz. De este modo, solo cuando se consolidó esa represión mayor de las publicaciones consideradas obscenas,63 los Diálogos de apacible entretenimiento se situaron en el Índice junto a obras como la de Damasio de Frías, Diálogo del amor intitulado Dórida y Diego de san Pedro, Cárcel de amor; así pues, en excelente compañía.64
es curioso observar cómo el autor de los Diálogos parece observar en buena parte de la obra la actitud del vejador, a quien se le permite todo en uno de los llamados vejámenes de grado, con los que tanta similitud guardan algunos pasajes, según hemos notado. Buena parte de los chistes que se pueden leer en la misma se podrían ubicar perfectamente en uno de esos vejámenes o gallos que zahieren a los sesudos maestros universitarios. Tanto la burla de los que (o con los que) no saben latín, como las que se lanzan contra los predicadores, los chistes concretos que tienen a personajes de la iglesia como centro y otros se compadecen bien con las condiciones de permisividad que se dan cuando se trata de un gallo, pero mal con las que se esperan de una obra impresa; de ahí quizá algunos de los problemas de este libro. Tales observaciones refuerzan la expuesta hipótesis sobre la autoría; a ellas han de sumarse las consideraciones que hacemos sobre el dialecto de los personajes, sea que en un alarde de costumbrismo se ponen en boca de los dialogantes, sea que remiten al habla nativa de un burgalés, como Fray Diego González Aguayo.
Los Diálogos de apacible entretenimiento y el momento en que surgen
la inquisición, pues, a tuerto y con palos de ciego, pero no sin acierto, maltrata a los Diálogos casi como a la Floresta española de apotegmas de santa Cruz. También veíamos que el Maestro Jiménez Patón situaba el libro de las Carnestolendas, junto a Lazarillo de Tormes y Celestina, entre los «librillos de entretenimiento y donaire». Y así es, dado que, desde su mismo título, se declara festivo o jocoso, que, además, escoge el diálogo como vehículo expresivo. Encaja, por tanto, en la España de 1600, en la que según el maestro Maxime Chevalier, «menudean las obras y obritas nutridas de agudeza», tanto en prosa —caso de la que nos ocupa— como en verso. No solo los romances nuevos de contenido jocoso, también las letrillas gongorinas o las obritas del joven Quevedo, que conviven con las de nombres ya consagrados como salinas o alcázar en Sevilla, o Pedro liñán de riaza, entre Toledo y Madrid. También, claro es, Lope y su grupo, que participan en justas literarias con numerosos versos jocosos, por ejemplo al nacimiento de Felipe iv.
Y es que, sea aprovechando el clima de bonanza política que instaura el duque de lerma en los primeros años del reinado de Felipe III, que desembocan en la paz de Londres (1604) y en la tregua en la guerra de Holanda (1609); sea para disfrutar con la recobrada libertad de la comedia y la jovialidad junto al levantamiento del cierre de los teatros madrileños que, impuesto en mayo de 1598, se revocó en abril de 1599, el caso es que, esos años, como marca Pinheiro da Veiga en sus Fastiginia, constituyen el marco de una ola de literatura alegre y de burlas que incluye el Quijote, una picaresca alejada del tono serio y severo que entre nosotros se atribuye al Guzmán de Alfarache,65 «cuento entremesil» para Vicente espinel, lo mismo que El guitón Onofre, La pícara Justina, El Buscón66 y
probablemente los Diálogos de Hidalgo, según a. Close,67 con un aluvión de entremeses y comedias burlescas, entre las que cabe situar el Entremés de Melisendra o el Entremés de los romances, que unos ven como elemento inspirador y otros presentan como primera parodia del Quijote.68 En todo caso, contemporáneos en la risa son y muestras de un talante que, arrancando en la década de 1580, estalla en carcajadas de entre siglos.69
Hay que llamar la atención sobre la relación de estas obras con nuestros entretenidos Diálogos, así como con obras contemporáneas, como El viaje entretenido de rojas Villandrando y El libro de entretenimiento de la pícara Justina. Émile arnaud observa que todas tres estas obras son no sólo contemporáneas, sino que despertarán andando el tiempo una influencia en otras bastante posteriores como la Parte segunda del sarao y entretenimientos honestos de María de Zayas (1647).70 acaso habría que sumarles la de Juan arce solórzano, Tragedias de amor, de gustoso y apacible entretenimiento de historias, fábulas, enredadas marañas, cantares, bailes, ingeniosas moralidades del enamorado Acrisio y su zagala Lucidora (Madrid, Juan Sánchez, 1607) y, en otro género, aunque en semejante marco y categoría, las comedias burlescas,71 como se verá más abajo.
Hay una preocupación por el entretenimiento más o menos honesto a principios de siglo. Parece indudable que es el vínculo de los Diálogos de Hidalgo con otras obras del género, como por ejemplo el Marcos de Obregón, que se hace eco de algunos cuentecillos concretos y la propia Pícara Justina, en cuyas páginas ya encontramos elementos de relación con nuestra obra, pues en gran parte «consiste en decir algunos accidentes, digo acontecimientos transversales, chistes, curiosidades y otras cosas a este tono».72 si los Diálogos se escriben para «entretener al letor con varias curiosidades de gusto, materia permitida para recrear penosos cuidados a todo género de gente», Justina afirma a menudo que la finalidad de su obra es entretener y «dar gusto».
américo Castro señaló la influencia de nuestra obrita en la novela picaresca de Que-vedo, a propósito del cuentecillo de Poncio Pilatos / Manrique,73 aunque otros editores modernos estiman que no está claro el sentido de esa relación. lo que parece indudable
es el vínculo de los Diálogos de Lucas Hidalgo con otras obras del género, como por ejemplo el Marcos de Obregón, que se hace eco de algunos cuentecillos concretos.74
Desde luego, nuestro libro se inscribe en un ambiente cortesano ampliado al burgués o ciudadano que guarda estrecha relación con El cortesano de Luis de Milán,75 y más todavía con la adaptación de Il Galateo de Giovanni della Casa por obra de Lucas Gracián Dantisco, Galateo español, destierro de ignorancias, maternario de avisos (Madrid, 1582),76 cercano, pues, también en fechas, a la Floresta de santa Cruz. Tuvo el Galateo español grande y prolongado éxito a lo largo de todo el XVII, y fue antecedente necesario de los Diálogos de Lucas Hidalgo77 como manual de conducta cortesana que aquel es, entreverado como va de cuentos y chascarrillos.78 Curiosamente, este libro se editó muy frecuentemente acompañado del Lazarillo, como recuerda su estudiosa Margherita Morreale (1968: p. 68).79 También en el Galateo —como en la obrita picaresca y como en nuestros Diálogos— se refieren cuentos, facecias y todo tipo de materiales para provocar la risa, si bien su intención última, como obra de cortesanía, no es ésta, sino aleccionar al lector sobre ciertas normas de comportamiento en sociedad. Como en los Diálogos de Lucas Hidalgo, también en la obra de Della Casa / Gracián Dantisco se da entrada a géneros jocosos que tienen alcance satírico, como los vejámenes:
Conforme a esto contaré aquí un donaire que sucedió en alcalá a un dotor, y se le dixo en su vexamen, que aunque fue dicho por burla y donaire, como se suele hazer, se entendió haverle acaecido. Y fue assí que estando mirando [53v] un mapamundi, que tenía pintado en una bola grande, se llegó a él una ama que le servía, diziendo: «ay señor, y ¿qué es esto tan redondo?»
A lo qual le respondió: «Hermana, sábete que éste es el orbe, que quiere dezir planispherio, mapamundi o globo. ¿No entiendes por ninguno de éstos? Pues sábete que es todo el mundo».
Entonces ella con más curiosidad, muy espantada de haver visto todo el mundo, le preguntó: «Pues señor, Meco, mi lugar, ¿adónde está?».
Aquí lo verás inclusive, respondió el doctor, y si no, cátale aquí intensivo, que extensivo no puede ser, y en fin, le has de ver virtualiter. Y ansí se quedó su ama sin entendello y él sin sabello declarar por términos de romance.
O más adelante: