Dinero antes que amor - un relato corto erótico - Jeanett Veronica Hindberg - E-Book

Dinero antes que amor - un relato corto erótico E-Book

Jeanett Veronica Hindberg

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Beschreibung

Isabella ha dejado su trabajo de oficina para ganarse la vida como chica de compañía y poder llevar así una vida de lujo. No tenía todavía muchos clientes cuando la contrató el maldito Marcus, a quien apenas se atreve a cobrarle dinero para mantener relaciones. La noche será ardiente y, contra todo pronóstico, será la primera de muchas...

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Seitenzahl: 52

Veröffentlichungsjahr: 2021

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August Moon

Dinero antes que amor - un relato corto erótico

Translated by Ordentop

Lust

Dinero antes que amor - un relato corto erótico

 

Translated by Ordentop

 

Original title: Helenany

 

Original language: Danish

 

Cover image: Shutterstock

Copyright © 2021 Jeanett Veronica Hindberg and LUST

 

All rights reserved

 

ISBN: 9788726611786

 

1st ebook edition

Format: EPUB 3.0

 

No part of this publication may be reproduced, stored in a retrievial system, or transmitted, in any form or by any means without the prior written permission of the publisher, nor, be otherwise circulated in any form of binding or cover other than in which it is published and without a similar condition being imposed on the subsequent purchaser.

«I don’t need a man to make it happen…», cantaba Isabella a grito pelado al son de su canción favorita mientras atravesaba el paisaje como una bala. Cantaba tan mal como un banjo desafinado pero, por suerte, las ventanas del coche estaban subidas, por lo que no había nadie para presenciarlo. Bien pensado, en realidad era paradójico que su canción favorita tratara sobre ser independiente de los hombres, ya que, por el momento, Isabella dependía mucho de ellos. De hecho, pagaban sus gastos y se aseguraban de que, por una vez, no hubiera números rojos en su cuenta.

«En 500 metros, gire a la derecha», dijo la amarga voz del GPS, a quien Isabella había bautizado Åse, y con quien solía mantener monólogos. Había casas de verano y árboles a ambos lados de la desierta carretera. Isabella no tenía ni idea de dónde estaba. Menos mal que tenía a Åse, a pesar de que su molesta voz la pusiera a menudo de los nervios. «Gire a la derecha», espetó Åse con brusquedad, e Isabella obedeció. Aquel lugar estaba realmente desierto. El nerviosismo se extendió de veras por su cuerpo. Hacía solo cinco semanas que había tomado una decisión que había puesto patas arriba su existencia, y todavía se ponía nerviosísima cada vez que tenía que visitar a un cliente nuevo. «Ha llegado a su destino», dijo Åse. Isabella se detuvo de golpe y miró a su alrededor. Tenía que haber un camino de entrada que obviamente Åse había pasado por alto. Un poco más adelante, Isabella se percató de una figura que le hacía señales para que avanzara. Condujo hacia delante y pudo ver que era un hombre. Un hombre muy guapo. Sonrió y a Isabella le dio un vuelco el corazón. Joder, estaba tremendo. Bajó la ventanilla del coche y le devolvió una sonrisa tímida.

—Entra con el coche por aquí —dijo. Su voz era profunda y cálida. Isabella giró a la izquierda por un camino de grava.

—Mierda, mierda, mierda —susurró dirigiéndose sobre todo a Åse, que guardó silencio.

Isabella se detuvo frente a una casa de verano grande y moderna. Apagó a Åse, a las Pussycat Dolls y el motor, respiró hondo tres veces y salió de su pequeño Mazda 2. El hombre ya casi la había alcanzado.

—Bienvenida a Sommerlyst —dijo, estrechándole la mano.

Isabella le dio las gracias y asintió levemente. «En serio, ¿acabo de asentir?», pensó Isabella y sintió que las mejillas se le enrojecían. «Ahora sí que sí, te han salido ronchas rojas en el cuello», pronunció su provocadora voz interior, también conocida como Magda. El hombre la examinó con una mirada jovial.

—Pasa dentro. Sí, yo soy Marcus, pero eso ya lo has adivinado.

—Sí, yo soy Isabella, pero eso ya lo has adivinado también. —Se mordió la lengua. «¡Qué tonta, tonta, tonta!».

Marcus sonrió y le indicó que entrara. Isabella avanzó hacia la casa a través de la grava y constató que sus nuevos tacones de aguja negros de Louboutin no eran aptos para caminar sobre ella. Por suerte no quedaba muy lejos.

Marcus caminó detrás de ella y le abrió la puerta principal. Estaba hecha de vidrio. En general, había una cantidad de vidrio increíble en esa enorme casa de verano. La casa parecía cara y no encajaba en absoluto con las de su entorno, que en su mayoría eran casas veraniegas pequeñas y antiguas. Isabella entró y miró a su alrededor. El espacio era grande y constaba de cocina, comedor y sala de estar. En una esquina había un gran piano de cola blanco. Las baldosas del suelo eran de color claro y había gruesas alfombras blancas dispuestas donde estaban el sofá y la mesa del comedor. La cocina era de color blanco brillante y cromado. En las paredes colgaban obras de arte. Todo parecía impresionantemente caro.

—¿Te quito el sobretodo? —Marcus extendió la mano e Isabella se lo entregó—. Estás preciosa.

Isabella llevaba un vestido ajustado negro y plateado de Malene Birger, tan corto que solo cubría la parte superior de sus bien tonificados muslos.

—Gracias —dijo Isabella—. Tú tampoco tienes mal aspecto.

Le dedicó una sonrisa irónica. «¿Por qué leches estás tan nerviosa?», comenzó de nuevo su voz interior. «No estás muy preparada para esto. En un momentito seguro que te envía de vuelta a casa. Entra y siéntate, Isabella».

—¿Quieres un vino? ¿Blanco o tinto? ¿O quizás una copa?

Isabella pidió vino tinto. «En una tina», quiso agregar, pero lo reconsideró. Tomó asiento en el luminoso y gran sofá. Joder, el sofá era extraordinario. Casi tanto como Marcus.

Marcus estaba de pie junto a una de las mesas de la cocina abriendo una botella de vino tinto. Isabella lo examinó, casi babeando. Era alto, al menos 1,90, su torso era ancho y musculoso, y su cabello, corto y casi negro. Llevaba vaqueros oscuros y una camisa negra de cuello alto. Parecía cachemir, pero, para ser sinceros, Isabella no tenía ni idea de ese tipo de cosas. No estaba acostumbrada a poder permitirse ropa cara. «¿En serio voy a tener sexo con este hombre? ¿Qué narices quiere él de una escort?», se preguntó Isabella. Con ese aspecto le tenían que llover mujeres muy dispuestas.

Marcus se acercó a ella con dos copas, le entregó una y se sentó a su lado.

—Salud —dijo, dejando que su copa chocara contra la suya.

—Salud. —Isabella bebió un buen trago. Había que calmar esos nervios.

—¿Quieres escuchar música? —Marcus la miró inquisitivamente mientras se dirigía a un equipo de B&O que colgaba de la pared.

—Sí, está bien. —Isabella tomó un trago más grande. Era buen vino. Se notaba en el paladar, aunque no tuvieras ni idea de vinos buenos. Por lo general, Isabella compraba el que fuera más barato en el supermercado local.