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Mención del Premio Casa de las Américas 2013 en la categoría ensayo histórico-social, este libro analiza en profundidad, a partir de fuentes de primera mano, un tema de interés general para todos: los dos primeros años de tensas relaciones entre el Gobierno Revolucionario, instaurado en Cuba tras el derrocamiento del dictador Batista en enero de 1959, y la poderosa nación vecina negada a reconocer el triunfo revolucionario, reiterando acciones varias veces repetidas desde que, en 1868, Céspedes y los independentistas tomaron la decisión de liberar a Cuba del colonialismo español. Por tanto, tal negación es una «herencia» que recibimos los cubanos desde el siglo XIX, y por ello no sorprendió que en 1959 los Estados Unidos se comportaran del modo en que lo hicieron y han continuado haciéndolo hasta hoy.
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Seitenzahl: 448
Veröffentlichungsjahr: 2023
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Edición: Lili Chi y Ricardo Luis Hernández Otero
Diseño de cubierta e interior: Seidel González Vázquez (6del)
Corrección: Ricardo Luis Hernández Otero
Composición digitalizada: Yaneris Guerra Turró
Conversión a ebook: Belkis Alfonso García
© Carlos Alzugaray Treto, 2021
© Sobre la presente edición:
Editorial de Ciencias Sociales, 2021
ISBN: 9789590623912
Quedan rigurosamente prohibidas, sin la autorización escrita de los titulares del Copyright, bajo la sanción establecida en las leyes, la reproducción parcial o total de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático, y la distribución de ejemplares de ella mediante alquiler o préstamo público. Si precisa obtener licencia de reproducción para algún fragmento en formato digital diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) o entre la web www.conlicencia.com EDHASA C/ Diputació, 262, 2º 1ª, 08007 Barcelona. Tel. 93 494 97 20 España.
Estimado lector, le estaremos muy agradecidos si nos hace llegar su opinión, por escrito, acerca de este libro y de nuestras publicaciones.
INSTITUTO CUBANO DEL LIBRO
Editorial de Ciencias Sociales
Calle 14 no. 4104, entre 41 y 43, Playa, La Habana, Cuba
www.nuevomilenio.cult.cu
Prólogo
El conflicto que ha enfrentado a los Gobiernos de Cuba y Estados Unidos durante cincuenta años es uno de los acontecimientos más importantes de las relaciones internacionales en el hemisferio occidental en la segunda mitad del siglo xx y en lo que va del xxi. La vigencia del tema se ha puesto de relieve en los últimos años.1
En las últimas sesiones de la Cumbre de las Américas, en abril de 2009 en Trinidad y Tobago y en abril de 2012 en Cartagena de Indias, Colombia, presidentes y primeros ministros latinoamericanos y caribeños demandaron el fin al aislamiento de Cuba de esos cónclaves, medida impulsada desde 1994 por las dos administraciones estadounidenses previas, las de Bill Clinton y George W. Bush. En el segundo de estos cónclaves, hubo un acuerdo casi unánime, cuestionado solo por Estados Unidos y Canadá, sobre la necesidad imprescindible de que Cuba fuera invitada a la próxima cita cimera en Panamá en 2015. La posición latinoamericana y caribeña fue tan categórica que se amenazó con boicotear una Cumbre sin Cuba. Dos meses después de la Cumbre de Trinidad y Tobago, la Asamblea General de la Organización de Estados Americanos (OEA) de San Pedro Sula, Honduras, acordó dejar sin efecto la suspensión que se le había impuesto al gobierno de La Habana en 1962 a instancias de Washington.
Resulta, pues, válido plantearse el porqué de la permanencia de este conflicto. Como es natural, las causas son muy profundas, pero quizás ningún período las ilustra mejor que el transcurrido entre enero de 1959, cuando los revolucionarioscubanos, encabezados por Fidel Castro, alcanzaron su objetivo de asumir el poder, y enero de 1961, cuando el gobierno de Dwight D.Eisenhowerrompiórelaciones diplomáticas con Cuba, apenas tres mesesantesde lainvasiónde Playa Girón por una fuerza armadade 1500 hombres reclutados, entrenados y armados por la Agencia Central deInteligencia (CIA, por sus siglas en inglés)por orientación del propio presidente. Como se verá, la ruptura de relaciones fue un precedente ominoso de esa agresión armada.
La ausencia de un estudio pormenorizado de las fuentes diplomáticas disponibles ha provocado cierta confusión sobre este período. Ha adquirido alguna relevancia la presunción de que el Gobierno Revolucionario buscó el conflicto con Estados Unidos adoptando medidas que afectaban intereses legítimos de Washington en Cuba. Entre ellas, haber dictado leyes arbitrarias punitivas contra propiedades estadounidenses sin que mediara provocación o razónalguna para ello y establecer una alianza hostil con la URSS (Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas).2Esas, por cierto, fueron las justificaciones oficiales invocadas por la administración de Eisenhower para llevar a cabo acciones hostiles económicas, políticas y paramilitares encubiertas contra la Isla.
Rafael Rojas, historiador cubano residente en México,cuyasobras sobre historia cultural e intelectual de Cuba han tenido apreciable repercusión favorable y han sido reconocidas tanto porpremiosinternacionales otorgados como por el elogio de la crítica especializada, ha sostenido el punto de vista de que Estados Unidos estaba justificado en seguir el curso de acción que siguió y que Cuba, porsus acciones, no dejó a Washington otra alternativa que actuar comoactuó. En debates sostenidos entre finales de 2008 y principios de 2009 con otros científicos sociales cubanos residentes, tanto en Cuba como fuera de ella, en las ediciones digitales de las revistasForeignPolicyen español yEncuentro en la Red, Rojas insistió en las siguientes tesis:3
a)...la historia diplomática de las relaciones entre Estados Unidos y Cuba en 1959 y 1960 apunta a que Eisenhower y Kennedy estaban dispuestos a mantener el vínculo con un gobierno nacionalista, democrático o autoritario, que no se aliara con la Unión Soviética (Rojas, 2009).
b)...se puede sostener que Estados Unidos reconoció al Gobierno Revolucionario durante buena parte de 1959, aceptando la reforma agraria e intentando evitar la radicalización comunista del régimen. Washington no tenía por qué oponerse a un proyecto nacionalista democrático en el Caribe: Cuba no era Guatemala y las élites diplomáticas del Departamento de Estado estaban más interesadas entonces en sostener relaciones similares a las que tenían con el México postcardenista o la Venezuela de Betancourt, dos gobiernos de la izquierda democrática no comunista de la región que eran aliados valiosos en la Guerra Fría (Rojas, 2008).
c)Los tres componentes básicos del conflicto bilateral no son ‘eternos’, sino que están ligados al contexto de la Guerra Fría: 1) la obstrucción del comercio entre ambos países por la estatalización de la economía de la isla y el embargo decretado por Washington el 19 de octubre de 1960; 2) la confrontación ideológica y política, provocada por la creación de un régimen de partido único, que ilegaliza y reprime opositores y que genera un numeroso exilio en Estados Unidos; y 3) la tensión militar generada por la alianza defensiva con la URSS, la oposición violenta del exilio, la CIA y la Casa Blanca y el respaldo de Cuba a las izquierdas también violentas de América Latina y el Tercer Mundo (Rojas, 2009).
d)El debate historiográfico sobre la Revolución y sus oposiciones apenas comienza y ya tendremos tiempo de regresar una y otra vez a estos temas. Solo me queda sugerir un par de cosas: la idea de caracterizar al exilio como esencialmente ‘batistiano’ y la de que Estados Unidos se opuso a la Revolución desde su triunfo son dos mitos centralesde la historia oficial del socialismo cubano y —hablandode propaganda— del aparato de legitimación del régimen habanero4(Rojas, 2008).
Estoy de acuerdo con Rafael Rojas en que ese debate historiográfico es saludable y pertinente. El texto que sigue es un intento por aportarle, que no es otro que desentrañar las premisas sobre la base de las cuales se produjo el conflicto diplomático y político que hoy se ha convertido en uno de los temas centrales de la agenda interamericana. ¿Fueron Fidel Castro y los revolucionarios cubanos los que buscaron el enfrentamiento con Estados Unidos a toda costa, aliándose con la URSS y tomando medidas espurias contra intereses legítimos de Estados Unidos, como sostuvo la narrativa oficial de este país?, ¿o fuela administración de Dwight D. Eisenhower la que renunció a buscar una salida negociada ante un GobiernoRevolucionarioen la Isla que adoptó acciones perfectamente legales y dentro de sus facultades soberanas, actuando de manera legítima desde el punto de vista de la dinámica política interna, en unanaciónque, desde el sigloxixy por boca de su más insigne pensador de entonces, José Martí, reclamaba la independencia y soberanía que sus héroes y mártires habían ansiado?
Por fortuna, está disponible una serie de fuentes originales, sobre todo por los documentos desclasificados en EstadosUnidos, en memorias de algunos actores clave y en pesquisas hechas por varios especialistas acuciosos. Por supuesto, no están a disposición de los investigadores todas las fuentes necesarias. Una parte de ellas, las pertenecientes al Archivo Central del Ministerio de Relaciones Exteriores (MINREX) de Cuba, se perdieron irremediablemente por una inundación en sus instalaciones durante la Tormenta del Siglo en 1993. En el transcurso del texto se irán describiendo y sometiendo a crítica las fuentes utilizadas.
Como se verá, mientras muchas de las acciones cubanas son bien conocidas y han sido explicadas en buena medida por el propioFidel Castro en sus muchas intervenciones públicas, lo más trascendente resulta desentrañar las medidas tomadas por la Administración del presidente Dwight D. Eisenhower, la primera que enfrentó a la Revolución Cubana. Esta tarea no es fácil porque durante ese período se diseñó y aplicó la “doctrina” o “concepto” de la “negación plausible” (plausible denialen inglés). Según la historiadora estadounidense Kathryn S. Olmsted, esta noción fue introducida en la estructura del Sistema de Seguridad Nacional del Gobierno estadounidense desde el momento en que fue diseñado en la década de los cuarenta (Olmsted, 1996: 86).
En una obra considerada como el más completo manual introductorio sobre actividades de Inteligencia del Gobierno de Estados Unidos, tituladaSilent Warfare: Understanding the World of Intelligence(Guerra silenciosa: Para comprender el mundo de la Inteligencia), los especialistas Abram N. Shulsky y Gary J.Schmitt,5especifican que la “negación plausible” es una doctrina específica “considerada axiomática desde hace algún tiempo”, por la cual se estableció que “aun si la participación de un gobierno en una operación encubierta se hace pública, el jefe de estado debe estar en condiciones de negar que la autorizó o, incluso, que sabía de ella. Debe poder afirmar, con cierta credibilidad, que fue llevada a cabo por subordinados sin su conocimiento o aquiescencia” (Shulsky ySchmitt, 2002: 93).
El Comité Selecto del Senado de Estados Unidos para Estudiar las Operaciones Gubernamentales Relacionadas con las Actividades de Inteligencia, más conocido como el Comité Church porel nombre de su presidente, que reveló oficialmente los complots dela CIA para asesinar a Fidel Castro, publicó su informe final en 1976. En él se refirió a la doctrina de la “negación plausible” en los siguientes términos:
La no atribución a los Estados Unidos de operaciones encubiertas fue el propósito original y principal de la así llamada doctrina de la ‘negación plausible’. La evidencia ante elcomité demuestra claramente que este concepto, originalmente diseñado para proteger a los Estados Unidos y sus agentes operativos de las consecuencias de revelaciones, ha sidoexpandidopara enmascarar las decisiones del presidente y sus principales ayudantes. [...]
La ‘negación plausible’ puede también conducir al eufemismo y a la circunlocución, destinados a permitir que elpresidente y otros altos funcionarios puedan negar el conocimiento de una operación si esta es conocida. Y lo opuesto también puede suceder; un presidente puede comunicar sus deseos sobre una operación sensitiva de una forma indirecta y por circunloquios (U. S. Senate, 1976, vol. II: 11).
Fue el presidente Eisenhower quien formalizó el concepto de “negación plausible” creando a tales efectos, en 1955, el Grupo 5412, nombre derivado del número de la Directiva de Seguridad Nacional por la cual se instituyó. Este grupo, integrado por altos funcionarios de los departamentos de Defensa y Estado, por el director de la CIA y el asesor nacional de Seguridad del presidente, tenía la misión de aprobar y regular las operaciones encubiertas, evitando así que su discusión pormenorizada se hiciera en las reuniones más amplias y difíciles de manejar del Consejo Nacional de Seguridad (Olmsted, 1996: 86).
En realidad, el estilo de Eisenhower ha sido calificado como el de la “presidencia de la mano escondida” (hidden-hand presidency) por el prestigioso politólogo y analista del sistema político estadounidense y del papel de los presidentes en este, Fred I. Greenstein. En su seminal obra sobre el tema, publicada en 1982 y reditada en 1994, demostró que el exgeneral convertido en Primer Mandatario fue un maestro en el uso del encubrimiento en los casos de Irán (derrocamiento del primer ministro Mohamed Mossadegh en 1953) y de Guatemala (invasión y derribo del presidente Jacobo Arbenz en 1954) (Greenstein, 1994: 62 y ss.) y del “uso instrumental del lenguaje” para ocultar determinada acción gubernamental durante sus conferencias de prensa.
Otra fuente reciente que demuestra la capacidad deEisenhowerpara “farolear” (bluffen inglés) es la última biografía del general devenido presidente debida a Evan Thomas. Ya desde la Introducción este autor, que ha escrito profusamente sobre los servicios de Inteligencia estadounidenses, nos dice:
Eisenhower era un experto en jugar bridge, una actividad asociada hoy en día en la mente de los norteamericanos con personas maduras o adultas sentadas alrededor de una mesa mirando unos naipes. Para Eisenhower, que lo jugaba tanto como le era posible, el juego era una forma relajada de hacer lo que hacía todo el día: leer mentes, valorar opciones (las propias y las de otros), pensar hacia delante, y esconder sus intenciones. Eisenhower, que generalmente radiaba una tibia sinceridad y demostraba fácilmente sus emociones, era realmente un gran farolero, y no solo jugando naipes (Thomas, 2012: 14).
Arthur Schlesinger, uno de los más respetados académicos liberales estadounidenses, quien incluso fue asesor del presidente Kennedy, ha criticado a la historiografía de su país por “oscurecer el papel personalmente decisivo de Eisenhower al transformar la CIA de una agencia de Inteligencia en un instrumento intervencionista norteamericano en todo el mundo”. Este cambio no fue inadvertido. En muchas ocasiones se le alertó sobre él y ni siquiera los errores de la agencia, como el del descubrimiento de los vuelosespíasde U-2 sobre la URSS en 1960, le hicieron cambiar su criterio (Schlesinger, 1991: 397).
El autor
1 El manuscrito original en el cual se basa el presente volumen fue escrito en 1998 en formato de disertación doctoral con la que el autor obtuvo el grado científico de Doctor en Ciencias Históricas. Entre esa fecha y 2012 sufrió varias modificaciones, actualizaciones y ampliaciones. Para su publicación se ha respetado la última redacción de 2012, por ser la que se presentó al año siguiente en el concurso de ensayo histórico-social del Premio Casa de las Américas, donde obtuvo mención.
2La tesis de que la búsqueda de una alianza con la URSS por Fidel Castro y que esa fue la causa del conflicto ha sido defendida por Luxenberg (1989) y Fursenko y Naftali (1998).
3Además del autor, participó en este debate el profesor cubano-americano de la Universidad de Denver, Arturo López-Levy (2008a y 2008b).
4Cursivas de Rojas.
5Shulsky fue director de la Oficina de Planes Especiales del Pentágono poco antes de la guerra contra Irak durante la administración de George Bush y Schmitt es actualmente director de Estudios Estratégicos Avanzados del “tanque pensante” neoconservador,American Enterprise Institute.Ambos pertenecen al grupo de presión derechistaProject for a New American Century.
Introducción
El 1.o de enero de 1959 Cuba y el mundo se despertaron con la noticia de que el dictador Fulgencio Batista, un solícito valedor de los intereses de Estados Unidos, se había fugado en la madrugada del Año Nuevo, después de casi siete años de cruenta tiranía. El déspota había desempeñado un importante papel en la política cubana entre 1933 y 1959. Inicialmente tuvo una intervención considerablemente tenebrosa en el transcurso de la Revolución de 1933, cuando, siendo un sargento estenógrafo del Ejército, se asoció a la dirección del grupo que dentro del cuerpo armado se sumó a trabajadores, estudiantes y empleados sublevados. La administración de Franklin Delano Roosevelt había enviado a Cuba a uno de sus más confiables diplomáticos, Sumner Welles. El objetivo principal del embajador en La Habana era “mediatizar” el movimiento insurrecto que derrocó al dictador Gerardo Machado, otro viejo cofrade de Washington, e impedir que triunfaran las fuerzas políticas que se proponían, entre otras aspiraciones, liberar a Cuba de su posición supeditada a Estados Unidos. Batista fue su cómplice más incondicional.1
El mismo día en que Batista abandonó Cuba, la mayoría del pueblo cubano salió a las calles de ciudades y pueblos para manifestar su apoyo a la causa representada por el joven abogado barbudo, Fidel Castro, quien se había hecho notorio por encabezar uncontingenteguerrillero en la Sierra Maestra y en apenas dos años alcanzó la victoria frente a una fuerza muy superior en número y armamento. Esa guerrilla insurgente, que tomó el nombre de Ejército Rebelde, logró lo que pocos consideraban posible, doblegar las huestes batistianas en una dura contienda que se inició el 26 de julio de 1953 cuando un grupo de jóvenes dirigidos por el propio Fidel asaltó el Cuartel Moncada, segunda fortaleza militar del país. Aquella hornada de cubanos asumió el nombre de “Generación del Centenario” en homenaje al nacimiento, en 1853, de José Martí, quien, un día antes de morir en el campo de batalla en 1895, había proclamado, en carta a su amigo mexicano Manuel Mercado, que su objetivo era impedir, con la independencia de Cuba y Puerto Rico, que Estados Unidos cayera con esa fuerza más sobre “nuestras tierras de América”.
Los temores de Martí no eran infundados. En fecha muy temprana los Padres Fundadores de la nación norteña habían fijado su atención en Cuba, el vecino más cercano después de México yCanadá, pero el archipielago cubano tenía dos diferencias importantes desde el punto de vista geopolítico. Por un lado, era mucho más pequeño en envergadura territorial y en volumen poblacional. Por otro, ocupaba una posición estratégica a noventa millas de la península de la Florida, en la convergencia del Golfo de México y del Mar Caribe. Controlaba los accesos a ambos mares desde el Océano Atlántico. Desde su descubrimiento, Cuba fue considerada la llave de esas dos masas de agua que resultarían imprescindibles para el expansionismo estadounidense.
Aunque no unánime, existe una opinión sobradamente generalizada en la historiografía estadounidense sobre el tema. Uno de los historiadores más tradicionales, Samuel Flagg Bemis, ganador del Premio Pulitzer de biografía en 1950 por su obra acerca de John Quincy Adams, considerado el “padre fundador” de la diplomacia y la política exterior, se refirió al estado del asunto en 1822 en los términos siguientes:
Cuba era de vital interés para los Estados Unidos, y era claramente deseable que continuara por el momento en manos españolas. Los presidentes Jefferson, Madison y Monroe no sintieron tanta simpatía hacia los esfuerzos revolucionarios en la Isla como la que sintieron hacia las insurrecciones de las provinciasespañolasen el continente [...] Los miembrosde laAdministración [deJamesMonroe] temían que una rebelión prematura en la Perla de lasAntillas—antes de quese resolviera la cuestión de la esclavitud en los EstadosUnidos— pudiera perturbar lo que Madison alguna vez calificó como “el manifiesto curso de los acontecimientos”, y lo que JohnQuincyAdams tildó ahora como “la ley de gravitación política”;2o sea, laanexiónfinal a Estados Unidos. “La cuestión cubana”, hizo notar Adams después de una reunión del Gabinete el 30 de septiembre de 1822, era la de “más honda importancia y significativa magnitud que hubiera ocurrido desde el establecimiento de nuestra independencia” (Bemis, 1973 [1950]: 372).
Los propósitos de Estados Unidos en relación con Cuba se materializaron en 1898, cuando Washington le declaró la guerra a España, supuestamente para contribuir a la independencia de Cuba. El gobierno de William McKinley ocupó militarmente la Isla, no reconoció a las autoridades independentistas, firmó un Tratado de Paz[París, 10 de diciembre de 1898]unilateral con España sin contar con los cubanos e implantó un protectorado mediante la Enmienda Platt. Son pocos los historiadores cubanos o estadounidenses que ignoran las reales implicaciones de lo sucedido a principios del sigloxx.
En su obraCuba: 1898-1921. Partidos políticos y clases sociales, el gran historiador cubano, Premio Nacional de Ciencias Sociales, Jorge Ibarra, lo resumió así:
Independencia formal, control mayoritario de la economía mediante la penetración de capitales norteamericanos, dominio absoluto e indiscutible de nuestras relaciones comerciales en el exterior, presencia de fuerzas militares y navales en nuestro territorio, un nuevo Tratado de Reciprocidad Comercial y, sobre todo, una injerencia ininterrumpida y omnisciente que afectaba hasta los detalles más insignificantes de este sistema de relaciones (Ibarra, 1992: 25).
Louis A. Pérez Jr., de padres cubanos pero nacido en New Jersey, Estados Unidos, es considerado con toda justicia el mássignificativohistoriador de las relaciones entre Cuba yEstados Unidos. En una de sus obras hizo la siguiente valoración sobre el régimen político establecido en el país después de terminada la ocupación militar de Estados Unidos en 1902:
La intervención norteamericana restauró a la asediada burguesía en su posición de supremacía local, pero a cierto precio. Esta era ahora una burguesía cautiva, una clase que no tenía otra función que la de servir a las exigencias norteamericanas, como un medio para garantizar su propia supervivencia. Seguiría siendo una élite enajenada, artificial en algunas conductas, superflua en otras, y siempre sumisa a los intereses del exterior y vulnerable ante las fuerzas domésticas. No se hacía necesario para las élites locales justificar su relieve o defender sus intereses, los Estados Unidos siempre lo harían. La burguesía cubana estaba condenada para 1898; durante los próximos sesenta años sería funcionalmente inerte en todos los asuntos importantes, salvo uno: otorgar legitimidad a la hegemonía norteamericana en Cuba (Pérez, 1982: 382-383).
Esas eran las condiciones que caracterizaban la situación cubana entre 1902 y 1958 y el antecedente histórico más importante para contextualizar lo que sucedería inmediatamente después, cuando sujetos sociales subordinados, que cuestionaban la situación del país y favorecían una salida reformista o revolucionaria, conformaron un nuevo bloque histórico hegemónico.
1Entre las fuentes disponibles, se puede consultar el análisis del conocido intelectual y político cubano Carlos Rafael Rodríguez, a partir del estudio de los documentos correspondientes del Departamento de Estado (Rodríguez, 1993, t. I: 193-221). La relación entre Batista y el gobierno de Roosevelt fue estudiada a profundidad en la obra de Irwin F. Gellman (1973).
2Bemis se refería a la llamada “doctrina de la fruta madura” que Adams, en la tradición newtoniana de la época, formuló para legitimar la eventual absorción de Cuba como algo inevitable: así como hay leyes de gravitación física, las hay de gravitación política y si una fruta cuando se madura cae al suelo, así Cuba y Puerto Rico, cuando se separaran de España serían arrastradas ineluctablemente hacia Estados Unidos (Adams, 1913, VII: 373).
Primera Parte
De la estrategia de subvertir la Revolución desdeadentroa la de derrocarla desde afuera durante 1959
Capítulo I El cauteloso escepticismo crítico (enero a abril)
El triunfo de la Revolución el 1.ode enero de 1959 tomó al Gobierno estadounidense por sorpresa. A lo largo del año anterior las distintas agencias de Estados Unidos habían estado trabajando, aunque con poca coordinación y efectividad, para impedir la llegada de Fidel Castro al poder. El embajador Earl T. Smith, un alto ejecutivo de Wall Street que debía su puesto a sus contribuciones a la campaña de Eisenhower en 1956, y la Misión Militar eran partidarios del apoyo a Fulgencio Batista, mientras que el Departamento de Estado y la CIA buscaban una alternativa que pudo ser “batistiana sin Batista”. Solo al final intentaron lo que el propio Eisenhower definió como “búsqueda de una tercera fuerza” (Alzugaray, 2008). Pero ya era tarde.
Se inició así un período que solo puede ser caracterizado como decauteloso escepticismo crítico. Morris H. Morley (1987: 73) ha sostenido que la política de Estados Unidos tuvo como propósito fundamental “hacer recaer sobre la nueva dirección cubana, más o menos directamente, la responsabilidad por el establecimiento de una relación útil”. Los funcionarios estadounidenses estaban muy lejos de aceptar la noción de que las relaciones entre Cuba y EstadosUnidoseran anómalas, como pensaban muchos cubanos, y que era naturalque un nuevo Gobierno cubano deseara cambiarlas,haciéndolasmás equitativas, justas y mutuamente beneficiosas.Muchomenos estaban en condiciones de asumir los errores yagravioshistóricos que sehabíancometido contra Cuba. Como el secretario adjunto de Estado para Asuntos de las RepúblicasAmericanas, Roy Rubottom diría meses después, en octubre, el Gobierno de Cuba fue puesto a “prueba” (FRUS, 1991: 636).1
Es que a las distintas agencias del Gobierno estadounidense les había preocupado sobremanera que un movimiento encabezado porFidelCastro derrocara a Batista y llegara al poder. Así lo había escrito el secretario de Estado interino, Christian Herter, al presidente Eisenhower el 23 de diciembre de 1958, apenas ocho días antes de que el dictador cubano se fugara y se instalara en La Habana el Gobierno Revolucionario:
En resumen, no creemos que Batista tenga posibilidad alguna de establecer a su sucesor firme y pacíficamente en el gobierno, el 24 de febrero de 1959. Por tanto, estamos tratando de fomentar, por todos los medios disponibles sin llegar a una intervención abierta, una solución política en Cuba que mantenga al movimiento de Castro fuera del poder, garantice la exclusión efectiva del poder de los odiados elementos del régimen batistiano, permita al presidente Batista y a su familia retirarse de la escena cubana de una forma protegida, y que resulte en un gobierno basado ampliamente en el consentimiento y el apoyo populares (FRUS, 1991: 307).2
Sin embargo, Estados Unidos no pudo adoptar ante las nuevas autoridades en La Habana la actitud hostil que se prefiguraba en el memorándum citado. Varios factores influyeron en que asumiera uncauteloso escepticismo crítico. En primer lugar, la hechura del gabinete provisional despertó entre los funcionarios estadounidenses la esperanza de que su Embajada en La Habana pudiera ejercer su influencia a través de algunos de sus miembros.3Rubottom, en una reunión de trabajo celebrada el 5 de enero en la oficina del secretario de Estado, afirmó que el gabinete “parecía tener una composición razonablemente buena desde nuestro punto de vista” (FRUS: 342). Al día siguiente, Daniel M. Braddock, Encargado de Negocios a.i.,4reunió al comité consultivo de empresarios —formado por Smith a su llegada a La Habana en 1957—, a quienes habíapedidoopiniones sobre el eventual reconocimiento del nuevo gobierno.Segúncomunicó al Departamento de Estado, “eran de la opinión unánime que el gobierno actual era mucho mejor que lo que sehubierapodido esperar, y tiene una amplia base de apoyo popular (uno de ellos, previamente fuerte sostenedor de Batista, dijo que este era el gobierno más popular que había visto en Cuba durante sus treinta años de estancia)” (FRUS: 345).
Por otra parte, la Comandancia del Ejército Rebelde habíallamadoal pueblo a una huelga general el 1.ode enero para impedir la instalación en la capital de un gobierno designado porBatista. Esa huelga fue apoyada masivamente por el pueblo. Además, elMovimiento26 deJulio y otras fuerzas revolucionarias controlaron rápida y efectivamente la situación a todo lo largo del país. Ello no dejó de impresionar a funcionarios que habían pronosticado que una súbita caída del régimen batistiano desencadenaría el caos, el desorden y derramamientos de sangre. Los propios empresarios convocados por Braddock subrayaron que “el 26 de Julio había mostrado inteligencia y disciplina en el manejo de la situación hasta ahora, y no hay duda de que Castro es el que manda en Cuba” (FRUS: 346).Similaresopiniones laudatorias provenientes de figuras políticas tradicionales vinculadas a la Embajada como Guillermo Belt y Carlos MárquezSterlingfueron transmitidas por Braddock al Departamento de Estado el propio día 6 y el 7 (FRUS: 346,nota 3).
Estas valoraciones favorables determinaron que elGobiernode Estados Unidos tomara dos decisiones urgentes que,de hecho, constituían una admisión de la gravedad del momento y de lanecesidadde corregir la negativa imagen que la actitud de apoyo alrégimende Batista le había granjeado. La primera tuvo que ver con el reconocimiento oficial del flamante gobierno cubano. El 7 de enero, el secretario de Estado, John F. Dulles, solicitó al presidente la autorización para responder positivamente una nota cubana del día anterior informando la composición del nuevo gobierno, sobre la base de que “está en nuestro interés nacional reconocer al gobierno provisional de Cuba sin dilación” (FRUS: 347).5Esta última frase noresultóuna formalidad: Smith fue enviado de regreso ese mismo día con instrucciones de solicitar urgentemente una entrevista con el ministerio de Estado, Roberto Agramonte, yentregarle la nota de reconocimiento, cosa que hizo el propio día 7a las5:00 p.m. (FRUS: 347, nota 3).
El pronto reconocimiento del nuevo gobierno fue firmemente apoyado por los hombres de negocios estadounidenses que dijeron a Braddock que esa medida “era necesaria para establecer el clima más favorable posible” para sus operaciones. Incluso Walter J. Amoss, presidente de la Compañía Cubana de Electricidad (sucursal en Cuba de una multinacional estadounidense), que enfrentaba un inminente conflicto laboral, estuvo de acuerdo (FRUS: 346).
La segunda medida tuvo que ver con la sustitución de Earl T. Smith como embajador en Cuba. En este caso, el Departamento de Estado actuó con singular diligencia y firmeza, pues el presidente no pareció muy convencido de la necesidad de dar el paso. El 6 de enero Herter se comunicó con el general Wilton Persons, ayudante de Eisenhower, para comunicarle que John Foster Dulles, quien estaba convaleciente en su casa, era de la opinión de que Smith tenía que ser retirado de inmediato, antes de que el nuevo gobierno cubano lo declararapersona non grata. Smith debía llegar ese día aWashingtony Herter quería comunicarle la decisión. En la misma conversación, el secretario interino de Estado indicó que ya el Departamento tenía una propuesta de reemplazo, el entonces embajador de Estados Unidos en Bolivia, Philip W. Bonsal (FRUS: 343).6
Realmente, el pronto reconocimiento del gobierno y elretirode Smith fueron los únicos gestos amistosos que Estados Unidos tuvo hacia Cuba después del triunfo de la Revolución. Ambas decisionesse tomaron a partir de consideraciones que no tenían nada que vercon el deseo de rectificar el pasado y establecer una nueva relación con Cuba. El pronto reconocimiento fue visto como el método más expedito de obtener influencia sobre el flamante gobierno. La sustitución de Smith era inevitable si Washington quería prevenir tener en La Habana a un embajador desprestigiado y sin acceso a las nuevas autoridades o, lo que era peor, que se le declarara no grato.
La designación de Bonsal también ha sido presentada como un gesto favorable hacia Cuba. Así lo han argumentado el propio embajador Wayne Smith7y el historiador británico Hugh Thomas(Bonsal, 1971: 25; Smith, 1987: 42; Thomas, 1973, t.2: 1538).8Sinembargo, ello debe ser tomado con un cierto escepticismo.El nuevoenviado tenía ciertas características personales que permiten aquilatarlos verdaderos objetivos de Estados Unidos en Cuba a principios de1959. Según Morris H. Morley, la decisión “era tanto un índice de la desconfianza de Estados Unidos en el liderazgo deCastroy en parte un intento por orientar el curso de los acontecimientos en una dirección favorable a las fuerzas anti-Castro” (1987: 73).
El propio Bonsal se encargó de valorar su designación en los siguientes términos:
Yo me consideraba comparativamente bien calificado para la misión cubana. Tenía ciertos activos profesionales: largos años de servicio en América Latina en funciones oficiales y de negocios, experiencia acerca de los problemas de la región tanto en Washington como en el exterior, y un dominio del español que era siempre mucho más útil. Había vivido en Cuba dos veces: una vez durante varios meses en 1926 como estudiante en entrenamiento laboral con la Cuban Telephone Company, una subsidiaria de la International Telephone & Telegraph Corporation, y nuevamente durante casi un año desde 1938 hasta 1939 como vicecónsul y Tercer secretario en mi primera misión exterior. En 1939 y 1940 fui el funcionario a cargo de Cuba en el Departamento de Estado, y, enmis años de servicio con el Departamento durante la IIGuerra Mundial, a menudo tuve la ocasión de ocuparme de problemas cubanos (Bonsal, 1971: 26).
La experiencia de Bonsal en La Paz, Bolivia, era importante para el caso cubano. El período durante el cual fue embajador allí se había caracterizado porque Estados Unidos, a través de sus agencias de ayuda y de las instituciones financieras internacionales, “había forzado al gobierno de Paz Estenssoro a moderar su programa de desarrollo nacionalista”, explotando la dependencia boliviana en el financiamiento externo. Allí, Bonsal “había demostrado ser un efectivo instrumento de nuestra política de moderar la revolución (de 1952) y persuadir a los bolivianos a que pospusieran las reformas en aras de balancear el presupuesto. Enviar a Bonsal a Cuba revelaba claramente lo que esperábamos de la Isla”9(Morley, 1987: 73-74).
A mediados de enero surgieron tres temas irritantes en las relaciones: las exageradas y malintencionadas críticasestadounidensesa laforma en que se venía aplicando la justicia revolucionaria a los miembros de los aparatos represivos del régimen de Batista que habían sido acusados de asesinatos y torturas, calificados por las instituciones revolucionarias como “criminales de guerra”; lapretensiónde Estados Unidos de mantener en Cuba si no todas al menos una de las misiones militares que habían asesorado al ejército de la tiranía; y la negativa del Gobierno estadounidense a responder la nota cubana sobre la extradición de los personeros y criminales de guerra que habían huido a su territorio y desde allí conspiraban ya contra el gobierno de La Habana.
En el primer caso, se trataba ante todo de una campaña lanzada por medios de comunicación que calumniaban la justicia revolucionaria y creaban un clima enrarecido en las relaciones bilaterales. Aunque no es demostrable que esta operación fuera promovida oficialmente desde Washington, resulta significativo que el15 deenero Dulles enviara un cable cifrado circular a todas las misiones diplomáticas en América Latina, instruyéndolas a que recogieran toda la información disponible al respecto e indicando que la posición oficial del Gobierno estadounidense era la de “deplorar estas actividades sobre bases humanitarias”. Una frase utilizada por este documento demuestra el enfoque tendencioso que se le daba, pues se habló de “la ejecución de los partidarios de Batista” (FRUS: 364). Lo que molestaba a los cubanos era que nada parecido había sucedido con los abusos de Batista y que no se señalaba que medidas como las tomadas prevenían que sucedieran actos de venganza personal como los que habían sucedido a la caída de la dictadura de Machado en 1933. Algunos partidarios de Batista que no habían cometido hechos de sangre o que las acusaciones contra ellos no habían sido probadas, fueron absueltos (Thomas, 1982: 254).
El 19 de enero, Rubottom envió a Dulles un memorándum sobre la reacción que se había observado en América Latina ante la aplicación de la justicia revolucionaria, en el cual se utilizó nuevamente similar terminología y se afirmó que “la reacción oficial y comentarios en la prensa y por ciudadanos privados respecto a las ejecuciones en Cuba han sido uniformemente desfavorables en América Latina”.Añadió Rubottom: “Algunos críticos se cuestionan si Castropuedeestablecer un gobierno responsable a la luz de haber inaugurado su régimen con excesos, mientras que otros deploran las ejecuciones como una violación de los principios democráticos” (FRUS: 369).
La Embajada en Cuba se abstuvo de utilizar la misma terminología que el Departamento de Estado, como lo demuestra un cable cifrado de Braddock, en su calidad de Encargado de Negocios a.i.,10del 20 de enero, en el cual se refiere al asunto como un “malentendidoque había surgido acerca de los juicios y ejecuciones de criminales de guerra” (FRUS: 377). El contraste entre la actitud del Departamento de Estado en Washington y la deBraddocken LaHabanademuestra dos cosas. Primero, que los representantes estadounidenses en Cuba tenían al menos cierta comprensión acerca de la justeza y necesidad de las acciones del Gobierno Revolucionario contra los responsables de los crímenes cometidos por la dictadura. Segundo, que el Departamento de Estado favorecía adoptar una actitud crítica ante estos hechos, como la que venían sosteniendo en Estados Unidos los medios de prensa y algunos congresistas.
En este contexto, el Gobierno Revolucionario convocó para el 21 de enero una manifestación popular de apoyo a los juicioscontracriminales de guerra y a la demanda de extradición de los que habían escapado a Estados Unidos, que fue solicitada oficialmente el 16 de enero. La concentración debía tener lugar frente al entonces Palacio Presidencial. Paralelamente, como parte de lo que se designó como laOperación Verdad, se tomó la decisión de invitar a un numeroso grupo de congresistas y periodistas estadounidenses a presenciar las sesiones de los tribunales revolucionarios y a asistir a la demostración programada para el 21. Entre los parlamentarios invitados se encontraban incluso algunos de los que habían sido más críticos de los procesos contra criminales de guerra, como el senador Wayne Morse, de Oregon.11
A pesar de las garantías dadas el 20 de enero por Braddock al ministro de Estado, Roberto Agramonte, la actitud delEjecutivoen Washington ante esta iniciativa del Gobierno Revolucionario fue contraria y perjudicial, saboteando incluso las invitaciones extendidas a los parlamentarios estadounidenses (FRUS: 378). En definitiva, solo hicieron el viaje Adam Clayton Powell (Demócrata, Nueva York) y Charles O. Porter (Demócrata, Oregon). Ya en lacapitalcubana, el Encargado de Negocios, cumpliendo instrucciones de Dulles y Rubottom, les envió una nota al hotel donde se alojaban para que no fueran a la manifestación, la que fue ignorada. Sin embargo, Braddock, después de consultar, asistió, aprovechando la oportunidad que se presentó después del acto público para conversar con Fidel Castro12(FRUS: 380-381).
Al día siguiente, 22 de enero, el tema de las ejecuciones de criminales de guerra fue abordado durante la 394.ª reunión del Consejo Nacional de Seguridad, máximo órgano de toma de decisiones en materia de política exterior del gobierno en Washington. Allen Dulles, director de la Agencia Central de Inteligencia (CIA), sugirió que Estados Unidos debía acostumbrarse a la idea de que las ejecuciones continuarían en tanto se mantuviera el proceso revolucionario. Añadió que se podía anticipar un aumento de la presión para que se extraditaran aquellos que habían encontrado asilo en Estados Unidos. Pronosticó que el tema podría convertirse en un asunto de la mayor importancia en las relaciones con el nuevo gobierno. Foster Dulles observó: “tenemos un tratado de extradición con Cuba y si se produce evidencia de crímenes, estaríamos legalmente obligados a consentir a la extradición de esos criminales” (FRUS: 382).
Las primeras diferencias también se reflejaron en el espinoso tema de las misiones militares que Estados Unidos mantenía en Cuba desde 1952, al amparo del Tratado de Cooperación Militar firmado con el gobierno de Carlos Prío Socarrás antes del golpe de Estado de Batista. Si el Gobierno estadounidense hubiera querido demostrar su buena voluntad en las primeras semanas de 1959, una iniciativa favorable hubiera sido la de retirarlas o, al menos, plantearle a las nuevas autoridades si estaban en disposición de continuar aceptando la asistencia de los oficiales del Ejército, la Marina y laFuerzaAéreade EstadosUnidos en las distintas dependencias cubanas, incluido el Estado Mayor General. Sin embargo, ante el silencio de Washington, fue el Gobierno Revolucionario el que sacó el tema a la luz pública por primera vez el 9 de enero, durante el programa televisivoAnte la Prensa, cuando, ante la afirmación de un periodista de que el Gobierno estadounidense estaba dispuesto a retirar la misión militar en Cuba si se le solicitaba, Fidel Castro, entonces con el cargo oficial de delegado de las Fuerzas Armadas ante el Consejo de Ministro, contestó:
Eso no hay que declararlo: tienen que retirarla. El Gobierno de Estados Unidos no tiene derecho a tener una Misión aquí permanente, eso en primer lugar. O sea, que eso es una prerrogativa no del Departamento de Estado, sino del Gobierno Revolucionario de Cuba. Ahora bien, yo creo que lo menos que debe hacer es retirarla —eso es una parte en que yo puedo dar la opinión, porque se refiere a la parte de los Institutos Armados— y lo digo sinceramente: esa Misión ha estado entrenando a los soldados que han estado combatiendocontranosotros durante dos años. ¿Cree usted que nosotros podemos ir a recibir instrucciones de esa Misión Militar? [...]. Además, ¿para qué ha servido la Misión Militar? Para que los soldados pierdan la guerra. [...] ¡Y para que nos enseñen eso a nosotros, lo mejor es que no nos enseñen nada!, y que sigamos nosotros entrenando el ejército en el futuro. Porque las guerras se ganan no con armas, sino con moral y conrazón, defendiendo una causa justa.13
Ante la falta de reacción oficial de Washington a sus palabras, Fidel Castro lo reiteró cuatro días después, el 13, durante un homenaje que el Club de Leones le ofreció al Ejército Rebelde: “[...] No hay derecho a que sigamos manteniendo a los que estuvieron enseñando a los soldados a matar cubanos [...] no queremos espías dentro de las fuerzas armadas de la República, ni conspiradores [...]”14(Castro, 1983, t. I, vol. I: 4).
La primera referencia al tema de las misiones militares no aparece en los documentos del Departamento de Estado sino hasta el 15 de enero, en que el embajador Smith, todavía en Cuba, informó sobre los planteamientos públicos de Fidel Castro. Ese mismo día el Departamento emitió una declaración rechazando los alegatoshechosen medios de prensa cubanos y estadounidenses en el sentido de que las misiones militares habían asistido a la fuerza aérea batistiana en sus bombardeos contra la población civil. El comunicado, sin embargo, ignoraba el problema de fondo: la retirada de las misiones. La opinión del embajador consistía en que “era preferible no tocar la cuestión a nivel gubernamental o con Castro hasta que las emociones bajaran de nivel”, pero que la creciente atención de Fidel “puede forzar nuestra mano”. Smith pidió autorización para iniciar negociaciones con el objetivo de que las misiones se mantuvieran en la forma que tenían o en otra disminuida si no quedaba otroremedio. Terminaba diciendo: “incluso una es mejor que ninguna” (FRUS: 364-365).
El 17 de enero, Dulles instruyó a la Embajada en La Habana que se debía comenzar a negociar el retiro de las misiones sin más dilación. Sin embargo, su mensaje de instrucciones traslucía sus verdaderas intenciones. Por esos mismos días el tema de la presencia de las misiones militares pasó a un segundo plano, ante la agudización del diferendo en torno a los fusilamientos de los criminales de guerra. Ni el presidente Manuel Urrutia ni el canciller Roberto Agramonte estuvieron en disposición de tratar el asunto durante las visitas de despedida que Smith realizó, lo que llevó al Encargado de Negocios, Braddock, a sugerir el 19 que se esperara hasta el arribode Bonsal. Sin embargo, el Departamento leinstruyóque cumpliera lo indicadopor Dulles, razón por la cual el 20 de enero se reunió con Agramonte.
Resulta sorprendente que, al defender la presencia de las misiones, Braddock le haya mentido al canciller, afirmando que “durante el mes de marzo pasado EE. UU. consideró la retirada de las misiones pero decidió mantenerlas, después deanalizadoel asunto, teniendo en cuenta los intereses deEE. UU.y que cualquier futuro gobierno cubano estaría mejor servido si seretenían, aunque desde ese momento cesaron de llevar a cabo sus funciones normales de asesoría para el gobierno de Batista” (FRUS: 376). Ninguna nota o minuta de esa etapa se refiere en forma alguna a la posible retirada de las misiones, mientras que, por el contrario, sí constan documentos originales sobre la actividad de asesoría.15Según comentó el propio diplomático estadounidense, Agramonte discrepó de esto último, subrayando que las misiones sí habían entrenado a las fuerzas armadas batistianas.
El Gobierno estadounidense optó por seguir dándole largas al asunto, en la esperanza de que se pudiera modificar la actitud cubana. A ello contribuía la ostensible discrepancia que se manifestó entre el Departamento de Estado y el Pentágono. En una reunión sostenida el 30 de enero, con la participación de altos funcionarios de ambos organismos, Robert Murphy, subsecretario para Asuntos Políticos (tercero en mando en el Departamento de Estado), insistió en que la situación de las misiones era insostenible, puesEstadosUnidos no podía seguir tolerando las críticas públicas de FidelCastrosin hacer algo al respecto. El almirante Arleigh Burke, jefe de la Marina de Guerra, manifestó que era importante retenerlas, sobre todo en el caso de la naval. Se propuso una solución de compromiso ideada por los abogados del Departamento de Estado: se informaría al gobierno cubano que se retirarían las misiones militares, pero que con el objetivo de que ello no significara la terminaciónautomáticadel acuerdo de cooperación militar entre ambos gobiernos, sedejaríaen La Habana a tres de los treinta oficiales, uno por cada servicio, con el ostensible propósito de cumplimentar todos los arreglos administrativos necesarios para el cierre:
Esto lograría el efecto psicológico de indicar nuestra respuesta a los planteamientos públicos de Castro y nuestra indiferencia oficial ante el mantenimiento de las misiones, pero al mismo tiempo dejaría abierto un resquicio que nos permitiría su restablecimiento en algún momento futuro (si ello fuera posible) sin necesidad de renegociar un nuevo acuerdo (FRUS: 388).
Esta maniobra no dio resultado alguno y el 11 de febrero el Ministerio de Estado cubano solicitó la retirada inmediata de las tres misiones militares (Franklin, 1992: 25).
A finales de enero comenzó a manifestarse otra área dedesavenencias entre Cuba y Estados Unidos, esta vez en el plano regional. Entre el 23 y el 27 de enero el Comandante Fidel Castro hizo su primer viaje al exterior, por invitación de la Federación de Centros Universitarios venezolanos visitó Caracas. La Embajada de Estados Unidos en ese país siguió de cerca la visita. En un resumen informativo al respecto destacó la envergadura y alto nivel del recibimiento, el contenido de sus discursos, el fortalecimiento de las relaciones cubano-venezolanas y la convocatoria que el líder cubano hizo a la unidad continental.Llamóla atención de los funcionarios lo que calificaron de “muestras de ambiciones tipo Nasser” hacia el Caribe (FRUS: 386-387).
El día en que terminaba la visita de Fidel a Venezuela, el embajador de Estados Unidos en Costa Rica, Whiting Willauer, envió a Rubottom un informe de una conversación el día antes, 26 de enero, con el presidente José Figueres. Según el diplomático, habían hablado sobre Cuba a raíz del informe que el mandatario recibió del ex Secretario general de la Organización Regional Interamericana del Trabajo (ORIT) y cercano colaborador, Luis Alberto Monge, quien había regresado de una visita a Cuba y había reportado un avance comunista en el movimiento obrero cubano. El embajador citó textualmente el siguiente diálogo:
Willauer: “Me parece que aquellos de ustedes como Muñoz Marín, Rómulo Betancourt, usted y otros que han estado apoyando y promoviendo al movimiento de Fidel Castro, tienen una tremenda responsabilidad moral en lograr que las cosas salgan bien en Cuba.
Figueres: Estoy de acuerdo y creo que podremos hacer algo. Yo personalmente voy a visitar Cuba después de la inauguración de Betancourt el 13 de febrero (FRUS: 385-386).
El estadounidense terminó su carta recomendando al Departamento que se hiciera lo mismo con Muñoz Marín y Betancourt con el fin de hacerles ver que sus propias reputaciones comodirigentesanticomunistas estaban en juego y quedebían asumir laresponsabilidadde lo que pudiera suceder en Cuba. Este documento demuestra que en fecha tan temprana como fines de enero de 1959 se comenzaba a articular un frente crítico de la Revolución con elapoyode algunas “prestigiosas figuras democráticas” de América Latina.
El 6 de febrero se produjo el primer análisis de conjunto sobre la situación cubana y se trazaron los primeros contornos de lapolíticaa seguir con el nuevo gobierno, aún antes de la llegada del nuevo embajador a Cuba. Este documento, un Memorándum Resumen16se debió a la pluma de John C. Hill, Asistente Especial de Rubottom. Para este funcionario en Cuba no había surgido aún “un gobierno totalmente estable, organizado y responsable”. Persistía la existencia de dos autoridades distintas: por un lado, un Gabinete presidido por Urrutia que “contenía cierto número de hombres moderados y respetados, generalmente amistosos hacia Estados Unidos”; por el otro, Fidel Castro y sus lugartenientes, dedicados fundamentalmente “a apoderarse del establecimiento militar y policial de Cuba y otras funciones sin aparente coordinación con el gobierno titular”. Terminaba recomendando:
El Objetivo de E. U. en Cuba, por el momento, puede ser resumido como el de fortalecer las influencias moderadoras y estabilizadoras sobre Castro y el gobierno cubano. Las operaciones diplomáticas y de otro tipo del gobierno deE. U. enapoyo a este objetivo están en una etapa particularmente delicada ya que, en la atmósfera actual, un indicio de presiones oficiales de EE. UU. tendería a fortalecer la mano de los elementos antiamericanos (FRUS: 395-397).
Por estas mismas fechas, el 4 de febrero, el director de la Agencia Central de Inteligencia, Allen Dulles, hizo otra apreciación sobre Cuba, describiendo la situación como tensa y “muy lejos de serestable” (FRUS: 396, nota 2).
El 12 de febrero, en la 396ª reunión del Consejo Nacional de Seguridad, el más alto liderazgo estadounidense condujo su primera discusión en profundidad acerca de Cuba. El propio Allen Dulles calificó la situación como la “más preocupante” que enfrentaba Estados Unidos en América Latina, lamentando la sustitución de los principales funcionarios del antiguo régimen. A una pregunta del secretariodel Tesoro, Robert B. Anderson, sobre cómo se debía reaccionar ante un hipotético pedido de ayuda del gobierno cubano para estabilizar su moneda (Batista había dejado las arcas de las reservas a un muy bajo nivel), el presidente Eisenhower respondió que se debía esperar “hasta que el propio gobierno cubano se estabilizara”. El subsecretario de Estado para Asuntos Económicos, Douglas Dillon, advirtió que “una explosión financiera en Cuba podía conducir a una explosión del nuevo gobierno cubano”, a lo que Dulles respondió que las nuevas autoridades en la Isla eran como niños a los que había que enseñar (FRUS: 397-398).
La anterior reunión confirma la actitud básicamente adversa que existía en las altas esferas de Washington con respecto al Gobierno Revolucionario y su poca disposición a establecer relaciones de cooperación con las nuevas autoridades salidas del triunfo revolucionario, a pesar de la valoración positiva que se tenía de ciertos miembros del Gabinete cubano, sobre todo en el área económica. Como resultado de esta discusión, el Departamento de Estado solicitó a la Embajada en Cuba su opinión el 16 de febrero (FRUS: 400, nota 2).
El 13 de febrero se sucedió el primer cambio significativo en el Gobierno Revolucionario cuando Fidel Castro sustituyó como primer ministro a José Miró Cardona, uno de los moderadospreferidospor Washington. Braddock, quien todavía se encontraba alfrentede la Misión y se inclinaba por una actitud más receptiva, valoró el impacto que tendría sobre los intereses estadounidenses este paso en un cable del 17 de febrero, en el cual analizó tres posiciones alternativas ante el problema financiero que afectaba a Cuba en caso de una eventual solicitud de cooperación: negar todo tipo de ayuda mientras no se aclarara la posición del nuevo gobierno hacia Estados Unidos;entregarla ayuda solicitada para la estabilización monetaria pero no así loscréditosque normalmente se facilitaban a Cuba y otros países latinoamericanos con fines de fomentar el desarrollo económico; o proporcionar ambas. El Encargado de Negocios se inclinó por la segunda opción argumentando que la situación monetaria, aunque había mejorado en las últimas semanas, seguía siendo difícil y que una negativa “sería ampliamente interpretada como un ataque ‘reaccionario’ contra la revolución y reforzaría el sentimiento anti-americano, fortaleciendo la mano de los comunistas” (FRUS: 400-401).
Esta actitud menos antagonista del funcionario diplomático en Cuba quedó aún más evidente en un informe evaluativo que envió a Washington al día siguiente, apenas unas horas antes de que llegara a La Habana el nuevo embajador, Philip W. Bonsal. Titulado “Actitud cubana hacia EE. UU. Perspectivas, y recomendaciones”, el informe de Braddock resumía sus conclusiones en los siguientes términos:
Castro ha conducido a Cuba hacia una actitud crítica con respecto a EE. UU. Este sentimiento no es profundo, y cederá con el tiempo a un deseo general de buenas relaciones conEE. UU., basado fundamentalmente en sus propios intereses. Debemos acelerar este proceso mostrando paciencia, buena voluntad y cooperación hacia Cuba (FRUS: 400-401).
Braddock emitió una opinión favorable sobre las perspectivas en materia de intereses de negocios estadounidenses, argumentando que, a pesar de que comercialmente pudiera haber alguna afectación debido a las nuevas tarifas cubanas, el crecimiento económico resultante podría compensarla. Por otra parte, si bien una o dos compañías podrían tener problemas —lo que seguramente se refería a laCuban Telephone Companyy a laCuban Electric Company, cuya nacionalización había sido una perenne demanda del movimiento popular— se ampliarían las oportunidades de inversión.
El Encargado de Negocios terminó haciendo la siguiente recomendación general:
En vista de la actitud y perspectivas evaluadas arriba, recomiendo que Estados Unidos muestre una disposición amistosa y conciliadora hacia el Gobierno Revolucionario; que sea paciente con los errores de este último y, en un grado razonable, con sus gestos nacionalistas, aún cuando se dirijan contra nosotros; y que Estados Unidos responda prontamente a cualquier solicitud específica y razonable de ayuda por parte de Cuba (FRUS: 404).
Aunque coinciden en sus conclusiones, estas recomendaciones de Braddock contrastan en cierta medida con las que emitió William Wieland, director de la Oficina de Asuntos Mexicanos y Caribeños, el 19 de febrero, en un informe similar dirigido aRubottom. Para el alto funcionario del Departamento de Estado, dentro del gobierno cubano se manifestaban tres tendencias. Una radical, dirigida por CheGuevaray Raúl Castro; otra centrista, encabezada por Fidel Castro,orientada fundamentalmente al “establecimiento de una Cuba