Diplomáticos de Cárdenas - Isidro Fabela - E-Book

Diplomáticos de Cárdenas E-Book

Isidro Fabela

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Beschreibung

El aniversario de los 70 años del inicio de la Guerra Civil es una ocasión propicia para recordar el papel que desempeñó el presidente Lázaro Cárdenas y el régimen de la Revolución Mexicana en la defensa de los intereses de la República Española en el ámbito internacional. En el complicado panorama internacional de aquellos años destacó por su claridad, rotundidad y firmeza, y desde el primer momento, la postura mexicana en defensa de la legalidad de la República Española. La actividad diplomática del presidente Cárdenas y sus enviados plenipotenciarios en París, Madrid y Ginebra se consolidó a lo largo de los tres años de guerra civil, y en los primeros meses del exilio francés, como una auténtica trinchera en la batalla por la dignidad, la independencia y el respeto de los pactos y las costumbres del derecho internacional. "Defensa de la República en la Sociedad de las Naciones" incluye las ocho cartas escritas por Isidro Fabela al presidente Cárdenas en el transcurso de su misión en Ginebra. "Misión de Luis I. Rodríguez en Francia", es una selección de notas oficiales y escritos personales del embajador que tramitó el Convenio franco-mexicano de 1940 (convirtió a decenas de millares de asilados españoles en Francia en refugiados a cargo del Gobierno mexicano), así como sus relaciones con el presidente Manuel Azaña y el jefe del gobierno español Juan Negrín. Este es un buen momento para dar a conocer algunos hechos relevantes del apoyo del presidente Cárdenas a la República Española, divulgando los documentos producidos por los protagonistas directos de los acontecimientos.

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Isidro Fabela y Luis I. Rodríguez

Diplomáticos de Cárdenas

Una trinchera mexicana en la guerra civil

(1936-1940)

Con una introducción de

Fernando Serrano Migallón

Edición y presentación de

Presentación

La posibilidad de acceder a los archivos individuales de personalidades que han estado comprometidas en hechos relevantes de carácter histórico y diplomático, está permitiendo el conocimiento de circunstancias, actuaciones y resolución de conflictos relacionadas con momentos y épocas decisivas de la historia contemporánea de España.

Así ocurre con la actuación y el protagonismo desplegado por México y el presidente Cárdenas en relación con la Guerra Civil en España y los conflictos internacionales inmediatos: repercusión en la Sociedad de Naciones, posición de los gobiernos europeos, actuaciones del Comité de No Intervención, papel de los gobiernos hispano americanos, etc.

En México, aunque también en España, es posible acceder a los archivos documentales tanto de carácter gubernamental como privado, lo que permite conocer y estudiar una riquísima pluralidad de declaraciones, informes oficiales y correspondencia pública y privada que facilitan la comprensión y la identificación de los actores en aquellos complejos conflictos diplomáticos.

El aniversario en 2006 de los 70 años del inicio de la Guerra Civil parece una ocasión propicia para recuperar una parte importante, aunque escasamente conocida, del papel que desempeñó el presidente Cárdenas y el régimen de la Revolución Mexicana en la defensa y promoción de los intereses y las posiciones internacionales de la República Española, el régimen legal y democrático vigente desde 1931, frente a los intereses de los países aliados de la rebelión, Italia y Alemania, o los de dudosa y comprometida posición como Francia e Inglaterra. La actuación de las repúblicas americanas, Estados Unidos y los países del área hispanoamericana, es un asunto merecedor de estudios particulares.

En este complicado panorama internacional destacó por su claridad, rotundidad y firmeza, y desde el primer momento, la postura mexicana en defensa de la legalidad de la República española. La actividad diplomática del presidente Cárdenas y sus enviados plenipotenciarios en París, Madrid y Ginebra se consolidó a lo largo de los tres años de guerra, y en los primeros meses del exilio francés, como una auténtica trinchera en la batalla por la dignidad, la independencia y el respeto de los pactos y las costumbres del Derecho internacional.

Desde el inicio del levantamiento militar contra el gobierno de la República, los países de régimen totalitario en Europa –Alemania, Italia y Portugal– ofrecieron su ayuda y enviaron suministros de tropas y material de guerra al bando titulado nacionalista, sin el menor recato y con todo entusiasmo. Curiosamente, todos ellos preveían el rápido hundimiento de la legalidad institucional y la transferencia del poder republicano al conglomerado de fuerzas conservadoras y de extrema derecha, apoyadas por la Iglesia, que estaba dispuesto a restablecer el orden de los buenos tiempos y las buenas costumbres.

Nada más erróneo. Al fracasar el levantamiento en casi todas las grandes ciudades y los territorios de predominio urbano, la estrategia rebelde se fundó en la consolidación de ciertos núcleos de resistencia –Zaragoza, Oviedo, Toledo– mientras se organizaban algunos ejes de ataque, básicamente el del ejército de África –formado por mercenarios marroquíes–, que atravesó el Estrecho con apoyo de elementos militares de Alemania e Italia, y avanzó desde Sevilla, subiendo por el corredor del Tajo, con la pretensión de llegar pronto a Madrid. Otros ejes de ataque procedían de Navarra y se dirigieron a San Sebastián, que lograron tomar, y a Madrid, que intentaron alcanzar, lo que se frustró debido a la resistencia miliciana en la sierra, al norte de la capital.

Al truncarse el levantamiento, entre otras razones por la resistencia de gran parte de Andalucía y Extremadura, el retraso en la toma de Málaga y Jaén, la lealtad republicana de Asturias, el País Vasco, las regiones del Mediterráneo y la resistencia madrileña, las perspectivas del conflicto y su percepción internacional cambiaron radicalmente. Se trataba, naturalmente, de un enfrentamiento interno, pero con una clara y evidente intervención exterior, lo que exigía la implicación inmediata de la única institución garante de la paz internacional entonces existente, la Sociedad de las Naciones, de la que España formaba parte.

Sin embargo, Gran Bretaña y Francia, principales actores de la Sociedad, se opusieron o dificultaron en gran medida el apoyo material y la toma en consideración de cualquier acuerdo que no fuera la proclamación y defensa a ultranza de una neutralidad mal entendida.

La búsqueda desesperada por el gobierno de la República de cualquier apoyo legal y material en el exterior tropezó con la debilidad de Francia, la negativa de Gran Bretaña y la discriminatoria actitud de Estados Unidos, cuyos intereses resultaron profundamente divididos entre la opinión y las empresas. Italia, comprometida desde el primer momento, ayudó con toda decisión a los generales africanistas rebeldes. Alemania y la URSS, países clave en el tablero estratégico del momento, no pertenecían a la Sociedad de las Naciones y su inclinación y preferencias se repartieron entre los dos bandos.

Sólo el presidente Cárdenas y sus embajadores en París y Ginebra supieron ver con claridad la naturaleza del conflicto europeo e internacional que acababa de producirse. La experiencia inmediatamente anterior de Manchuria y Abisinia, pero también el peso de las razones de su propia historia –la frontera con Estados Unidos, las circunstancias del imperialismo en América Latina, los propósitos de autonomía e independencia plasmados en la «doctrina Estrada» y en la fórmula de Juárez, «el respeto al derecho ajeno es la paz»–, constituían el bagaje jurídico y doctrinal del que echaron mano los diplomáticos mexicanos: Narciso Bassols e Isidro Fabela.

Entre el 2 de octubre de 1936 y el 16 de marzo de 1939, Bassols y Fabela defendieron a España desde «una trinchera diplomática», abastecida de razones y de valores, mientras la República se desangraba en los frentes de guerra de la península.

Pero la batalla diplomática tuvo otros frentes. Las embajadas mexicanas, tanto en Madrid como en Barcelona y posteriormente en París –aunque ésta tuviera que trasladarse por la fuerza de la invasión nazi a Vichy–, siguieron peleando por los españoles y, obedeciendo las instrucciones del presidente Cárdenas, decidieron convertir a los ciudadanos que lo desearan en refugiados protegidos por la República Mexicana. Otros episodios diplomáticos, como los que se llevaron a cabo en Lisboa, Buenos Aires y Washington, merecerían un recuerdo especial.

En esta selección hemos incluido el texto de Fernando Serrano, La diplomacia mexicana del presidente Cárdenas, escrito por quien conoció personalmente a los embajadores Fabela y Rodríguez y ha trabajado este tema a lo largo de varias décadas.

A continuación, los testimonios personales, cargados de emoción y profundamente significativos y dolorosos, que recogen varios capítulos importantes de la diplomacia mexicana.

Defensa de la República en la Sociedad de las Naciones incluye las ocho cartas sobre España escritas por Isidro Fabela al presidente Cárdenas, en el transcurso de su misión en Ginebra. En estas cartas se puede apreciar el desarrollo de la tesis mexicana y la postura de los llamados neutrales, las gestiones del embajador mexicano en su visita a Praga el otoño de 1937, sus entrevistas con el presidente Azaña, antes y después de su dimisión, y el informe sobre España escrito en Perpiñán en febrero de 1939, cuando Fabela y su esposa recogieron a los dos niños huérfanos de la guerra, inmediatamente adoptados por ellos. Los conocí personalmente en su casa de Cuernavaca, y en aquel momento –1961– representaron para mí la imagen más viva y dramática de la tragedia española.

El relato de su visita a Perpiñán en febrero de 1939 es un documento directo, inmediato, vivísimo, que describe la odisea de aquella marea humana, en trance de dolor y muerte, en pleno invierno del golfo de León: «La cárcel singular al aire libre que los enferma o mata o desespera», en palabras del diplomático mexicano. Fabela mantuvo dos entrevistas con el Presidente Azaña. En la primera, antes de dimitir, conoció de primera mano las impresiones del aún presidente sobre las causas de la guerra. En la segunda, pocos días después de su dimisión, Azaña le explicó detalladamente las razones de su conducta.

A pesar de la circunspección del estilo sobrio del diplomático, en los testimonios de Fabela, transcritos enseguida al general Cárdenas, se cuela la emoción del drama español.

Misión de Luis I. Rodríguez en Francia es una selección de notas y escritos que incluye, entre otros, el desarrollo de las gestiones que dieron lugar al Convenio Franco-Mexicano de agosto de 1940, que permitió a los asilados convertirse en refugiados a cargo del Gobierno mexicano y la disposición de su traslado al país azteca.

Pero también se recogen los testimonios personales de su relación con Juan Negrín, quien visitó al embajador en París a mediados de abril de 1940, recordando su entrevista en Ciudad Juárez (frontera México-Estados Unidos) un año antes, cuando se celebró el encuentro entre el Presidente Cárdenas y Negrín. Ahora conversaron en varias ocasiones mientras escapaban de París a Tours para librarse de la llegada de las tropas alemanas entre mayo y junio. Rodríguez afirma haber convencido a Negrín para que se trasladara a Inglaterra, y le facilitó un medio de transporte que le permitió embarcar en Burdeos el 20 de junio de 1940.

Otro paquete de documentos se refiere, de manera especial, a sus encuentros con el presidente Azaña. El embajador visitó a Don Manuel Azaña el 2 de julio de 1940 en Montaubán, se preocupó por la situación de la familia del presidente, intercambió con él frecuente correspondencia, gestionó su traslado a México en un intento de viaje frustrado por la presencia de policías franquistas en la ciudad, estuvo muy atento al agravamiento de sus dolencias, transcribió la última carta del enfermo y asistió personalmente a su muerte.

El 5 de noviembre de 1940 el embajador pronunció unas hermosas palabras ante la tumba del último presidente de la República española, en un sentido y sencillo homenaje que culminó con el traslado de sus restos mortales –acompañado de centenares de refugiados españoles– a la tumba en la que todavía reposan, enfundados en la bandera de México, como gesto de defensa y protección.

Parece éste un buen momento para dar a conocer algunos hechos relevantes del apoyo del presidente Cárdenas y de la actividad diplomática mexicana en favor de la República española, divulgando los documentos producidos por los protagonistas directos de los acontecimientos.

I. La diplomacia mexicana

del presidente Lázaro Cárdenas

Los grandes momentos en la historia suelen ser el resultado de complicadas coincidencias, de fenómenos encontrados y de momentos históricos precisos; pero todos esos elementos, por sí mismos, no alcanzan a configurar un verdadero fenómeno social, político o histórico. Hace falta un catalizador, un ordenador que dé rumbo y destino a las circunstancias y a su movimiento; sin una voluntad y un liderazgo, el observador, aún el contemporáneo, no podría apreciar sino datos aislados de la realidad.

En México, los años postreros de la lucha revolucionaria tienen un nombre epónimo: Lázaro Cárdenas del Río. Durante su gobierno, el proceso de reconstrucción nacional tomó formas no sólo inéditas, sino audaces y eficaces, para enfrentar los problemas nacionales. Criticado en su tiempo por algunas de sus políticas internas, tuvo también aciertos que permanecieron y permanecen como rasgos de la personalidad política del país; algunos, como la expropiación petrolera, quedaron en el imaginario y en la memoria colectivos como parteaguas en la definición del Estado mexicano. Su presidencia termina el ciclo del caudillismo e inaugura, en la política real, la vida institucional.

Sin embargo, si hay un elemento que se debe resaltar respecto de la política cardenista es la intuición del Presidente para ensamblar los distintos elementos que la componían con miras a lograr el crecimiento, la justicia y la estabilidad. Tres son los elementos más destacables de esta forma de estructurar en conjunto la política nacional; cada uno en apoyo de los demás para formar un sentido armónico. Por un lado, la política cultural que implicó una apertura política, particularmente en el sentido del estímulo a la izquierda y que coincide con el retorno y madurez de los miembros del Ateneo de la Juventud; en seguida, la política nacionalista que buscó unificar en un solo esfuerzo de reconstrucción a los sectores obrero, agrario y la naciente clase media; y, por último, una política internacional, en el contexto de una nueva diplomacia, que reabría las puertas del mundo para México y que volvía a dar voz a un país prácticamente aislado durante los años de la revolución armada.

Estos elementos se retroalimentaron de modo tal que el discurso revolucionario cardenista encontraba eco dentro y fuera del país; sin fisuras y con un alto contenido social, el cardenismo fue el primero de los regímenes revolucionarios del que podemos decir tuvo una visión integral del Estado y el gobierno. Debe decirse, también, que si en alguno de esos aspectos se vivió un momento de esplendor y, sobre todo, una revolución en las prácticas y las concepciones, esa fue la vida diplomática.

Cárdenas estaba dotado de un especial instinto político, de cierta sensibilidad que le permitía incidir de manera eficaz en proyectos que, a simple vista, resultaban imposibles o que, para el lego o el desapercibido, carecían de eficacia en el corto plazo; sin embargo, Cárdenas supo ver que un servicio diplomático bien unificado, en cuanto a su sentido ideológico y a su profesionalismo, así como la incursión en escenarios antes desconocidos o poco explorados por el servicio exterior mexicano, reportaban beneficios para el país, como el aumento de la confianza internacional en México, la presencia en los foros internacionales y la promoción de los valores revolucionarios de México en el extranjero. Con ello, a través de funcionarios en los que se unían la cultura, el valor, el conocimiento y la disciplina, la diplomacia mexicana fundó una de las tradiciones más fecundas y que mayores razones de orgullo dan a nuestra historia política.

Los diplomáticos del cardenismo se ocuparon de tareas de gran trascendencia; la principal de ellas, la de mostrar al nuevo gobierno de la República como un régimen respetuoso del derecho y observante de la justicia en las relaciones internacionales. Hombres como Alfonso Reyes en Argentina y Brasil, o Daniel Cosío Villegas en Portugal, contrarrestaban eficazmente la propaganda pro fascista que quería dibujar un México sin ley y sin respeto por las libertades ciudadanas; otros, como Luis I. Rodríguez en Francia, o Isidro Fabela en la Sociedad de las Naciones, cumplieron misiones específicas de apoyo a los Estados que comenzaban a sufrir los embates del fascismo. Los referentes cerca o lejos tenían, desde la óptica cardenista, un sentido diferente del habitual; así, Etiopía no era un país lejano o apartado de los intereses mexicanos, de modo tal que cuando Isidro Fabela defiende al país africano contra el ataque del fascismo italiano, lo que hace ciertamente no es sólo apoyar a un país aislado y sin mayores recursos, sino presentar un argumento de validez universal que podía ser utilizado en adelante en contra de las guerras de agresión; asimismo, definía con claridad la posición de México frente al conflicto mundial que se aproximaba.

Cárdenas esperaba y exigía mucho más de lo ordinario de su cuerpo diplomático y ellos supieron responder a la altura de las circunstancias en las que vivían. El propio Gilberto Bosques, uno de los diplomáticos más distinguidos de aquella generación, fue hecho prisionero, junto con su familia, cuando los nazis consideraron intolerable la labor de salvamento que Bosques realizaba a favor de judíos y republicanos españoles. Bosques y Fabela son, al día de hoy, los únicos mexicanos considerados como «justos entre las naciones» por la autoridad israelí sobre la memoria del holocausto nazi, el Yad Vashem; hoy, un importante bulevar en Viena lleva el nombre de Fabela y otro más el de Gilberto Bosques.

Las principales misiones de la diplomacia cardenista dan cuenta de las dimensiones del pensamiento internacionalista de Cárdenas; por un lado, la defensa de los países caídos bajo la celada fascista: Austria, China y Etiopía; por el otro, el salvamento de refugiados y asilados políticos en lo particular, como el caso de judíos y ciudadanos de Austria y Francia y, acaso por la complejidad y dimensión del reto, la que aparece como la mayor de sus hazañas, el apoyo, reconocimiento y defensa de la República española, así como el refugio concedido tanto a los republicanos como a la propia República salida al exilio.

La diplomacia cardenista, dada su magnitud y valor, dejaron una estela, dentro y fuera de México, en la que se formó toda una escuela de diplomacia latinoamericana en la que instituciones como el asilo, los frentes comunes y los liderazgos, ocuparon lugares de importancia y en los que el Derecho internacional y la proscripción de la violencia fueron pilares fundamentales.

El abordar la historia de la diplomacia cardenista es dar una mirada a lo mejor de nuestras tradiciones políticas y, sobre todo, a un escenario en el que la sensibilidad política, el respeto a la ley y el sentido humanista fueron la verdadera revolución.

II. Defensa de la República

en la Sociedad de las Naciones

Isidro Fabela,

delegado de México en Ginebra,

Cartas al Presidente Cárdenas, libro del que es autor Isidro Fabela, se publicó en 1947 en México, por la imprenta Offset Altamira.

En esta selección, se reproducen dos mensajes del presidente Cárdenas a Isidro Fabela, señalados como Introducción y Epílogo, así como las cartas numeradas del 1 al 4, que se refieren a la discusión del tema español en la Sociedad de las Naciones de Ginebra, y las numeradas 9 a 12, en las que el embajador transcribe sus conversaciones con el presidente Azaña, y un informe enviado a Cárdenas desde Perpiñán, sobre las causas de la derrota de la República y la situación en que se encontraban los exiliados españoles en Francia.

Se respeta la sintaxis y la grafía de los textos originales.

1. Introducción

No tardó mucho en escribirme el señor General Cárdenas, pues al llegar a París, rumbo a Ginebra, a principios del año de 1937, recibí del señor Presidente la carta que transcribo por considerarla de sumo interés, ya que en ella, de una manera precisa y concluyente, me puntualizaba su criterio político, moral y jurídico respecto al entonces palpitante problema internacional de España.

Aquella carta decía textualmente:

México, 17 de febrero de 1937

Sr. Lic. Isidro Fabela, Delegado de México

Ginebra, Suiza.

Muy estimado señor Licenciado y fino amigo:

Como complemento de la conversación que tuve el gusto de celebrar con usted antes de su partida y como orientación para las pláticas que pueda usted tener en Francia, así como para sus gestiones en Ginebra en virtud de la comisión que le ha sido confiada, creo conveniente atraer su atención sobre el espíritu de absoluto desinterés y de irreprochable lealtad internacional con que el Gobierno de México ha procedido y procede en lo que respecta al actual conflicto de España. Es posible que, dada nuestra ausencia del Consejo de la Sociedad de las Naciones, la forma en que dicho conflicto sea tratado en la Liga, no haga indispensable una exposición detallada de usted sobre la materia; pero, si el caso llegara a presentarse, sería necesario explicar con precisión el alcance real de nuestra conducta, la cual, a nuestro juicio, es la que deberían haber observado todos los países.

Conviene, ante todo, hacer ver hasta qué punto la actitud de México en relación con España no se encuentra en contradicción con el principio de «no intervención». Esta frase, muy utilizada en la actualidad por la diplomacia europea y por la política interamericana, ha venido a recibir, como consecuencia de las complicaciones internacionales suscitadas por la rebelión española, un contenido ideológico muy diferente del que orientó, por ejemplo, a la Delegación mexicana que concurrió a la reciente Conferencia de Paz de Buenos Aires, al proponer a la aprobación unánime de las Repúblicas de nuestro Continente el Protocolo Adicional a la Convención sobre Deberes y Derechos de los Estados firmada en Montevideo en 1933.

Bajo los términos «no-intervención» se escudan ahora determinadas naciones de Europa, para no ayudar al Gobierno español legítimamente constituido. México no puede hacer suyo semejante criterio, ya que la falta de colaboración con las autoridades constitucionales de un país amigo es, en la práctica, una ayuda indirecta –pero no por eso menos efectiva– para los rebeldes que están poniendo en peligro el régimen que tales autoridades representan. Ello, por lo tanto, es en sí mismo uno de los modos más cautelosos de intervenir.

Otro de los conceptos que ha cobrado particular connotación con motivo de la situación española, es el de «la neutralidad internacional». México, al adherirse en 1931 al Pacto constitutivo de la Sociedad de las Naciones, tuvo muy en cuenta el carácter generoso de su Estatuto, del que puede decirse que una de las conquistas jurídicas más importantes ha sido la de establecer una clara separación –en caso de posibles conflictos– entre los Estados agredidos, a los que se proporciona todo el apoyo moral y material que las circunstancias hacen indispensable, y los Estados agresores, para los cuales se fija, al contrario, un régimen de sanciones económicas, financieras, etc. La justificación de esta diferencia, plausible en lo que concierne a los conflictos que puedan surgir entre dos Estados libres y soberanos, se pone aun más de manifiesto en lo relativo a la lucha entre el Poder constitucional de un Estado y los rebeldes de una facción apoyada visiblemente–como en el caso de España– por elementos extraños a la vida y a las tradiciones políticas del país. La ayuda concedida por nuestro Gobierno al legítimo de la República española es el resultado lógico de una correcta interpretación de la doctrina de «nointervención» y de una observancia escrupulosa de los principios de moral internacional que son la base más sólida de la Liga. A este respecto procede recordar que la ayuda material a que aludo, ha consistido en poner a disposición del Gobierno que preside el señor Azaña, armas y parque de fabricación nacional y sólo ha aceptado servir de conducto para la adquisición, con destino a España, de material de guerra de procedencia extranjera, en aquellos casos en que las autoridades del país de origen –conociendo la finalidad de la compra– manifiesten en forma clara su aquiescencia y den, de acuerdo con los procedimientos normales, los permisos reglamentarios.

Al participar a usted de la presente carta he enviado una copia a la Secretaría de Relaciones, ya que, cuando sea necesario, habrá usted de solicitar de dicha dependencia las instrucciones relacionadas con la participación de nuestro país en los trabajos de la Sociedad de las Naciones. Aprovecho la oportunidad para desear a usted el mejor éxito en el desempeño de su cargo y quedo suyo, afectísimo amigo y atento seguro servidor,

Lázaro Cárdenas

Mi respuesta al histórico y valioso documento anterior fue la primera de las veintidós cartas que escribí al señor Presidente Cárdenas durante el tiempo que representé a nuestra patria ante la Sociedad de las Naciones.

Como epílogo de este libro inserto otra carta del señor Gral. Cárdenas, carta-abierta publicada por los diarios de la ciudad de México en septiembre de 1937, y que el Ejecutivo me dirigiera con motivo de mi intervención en la Asamblea de la Liga al discutirse el caso español.

Las dos misivas se complementan y por eso las publico, pues ellas definen la política internacional del señor Presidente Lázaro Cárdenas.

 

2. La Guerra Civil e Internacional en España

 

CARTA NUM. 1

Ginebra, 17 de mayo de 1937

 

Sr. General de División don Lázaro Cárdenas,

Presidente de la República.

Estimado Sr. Presidente y distinguido amigo. Al llegar a París, el mes de marzo, me entregaron su carta de febrero 17, que contesté inmediatamente por cable en estos términos:

«RECIBI SU CARTA. ACORDARÉ MIS ACTOS CON SUS JUSTAS RESOLUCIONES. ESCRIBIRÉ GINEBRA. RESPETUOSAMENTE.»

 

Después de esta respuesta quise, intencionalmente, esperar que pasara el tiempo necesario para enterarme de los múltiples asuntos de la Delegación Permanente a mi cargo, estudiar los problemas internacionales que más interesan al Gobierno que usted preside y conocer el medio en que habré de desarrollar mis actividades, para después tener el honor de escribirle. Por esas causas hasta ahora me permito dar a usted mis primeras impresiones de Ginebra.

Ante todo, señor Presidente, le agradezco que me haya escrito para darme sus puntos de vista personales respecto a la cuestión de España. Siendo usted, como Primer Magistrado de la República, el directamente responsable de la política exterior de nuestro país, es indispensable para los agentes diplomáticos mexicanos, y singularmente para el Delegado en Ginebra donde se concentra la atención mundial internacional, conocer sus ideas para mejor interpretarlas y poder armonizar nuestras actividades con los propósitos del Ejecutivo.

Con la autorización que tengo de usted y por creer que así cumplo un deber oficial y de amistad hacia su persona, le escribiré, señor General, cada vez que yo considere útil o necesario que usted tenga mis informaciones directas. Al escribirle lo haré expresándole mi pensamiento con toda franqueza, pues considero que el diplomático que con su Gobierno y con su Presidente no procede con libertad de criterio, ni es un eficaz funcionario ni dará prueba de leal adhesión a su Primer Mandatario.

La política de usted en el caso de España me parece en todos sus puntos, apegada a la justicia y ética internacionales, al Derecho de Gentes y a la fe de los tratados.

Esos puntos se refieren a la llamada «no intervención», a la «neutralidad» y a la ayuda material al Gobierno legítimo que preside el señor Azaña.

NO INTERVENCIÓN. Tiene usted razón cuando me dice en su carta: «Bajo los términos “no intervención” se escudan ahora determinadas naciones de Europa para no ayudar al Gobierno español legítimamente constituido»; y cuando agrega: «México no puede hacer suyo semejante criterio ya que la falta de colaboración con las autoridades constitucionales de un país amigo es, en la práctica, unaayuda indirecta –pero no por eso menos efectiva– para los rebeldes que están poniendo en peligro el régimen que tales autoridades representan. Ello, por tanto, es en sí mismo uno de los modos más cautelosos de intervenir».

En efecto, el Comité de Londres es lo contrario de lo que dice ser, pues en realidad es un Comité de Intervención, que al decretar el embargo de armas para los dos bandos en lucha, interviene en los asuntos interiores y exteriores de España, arrebatando al Gobierno constitucional su derecho legítimo de armarse en el extranjero, con grave perjuicio de su situación interna.

Tal intervención es absolutamente arbitraria porque coloca en pie de igualdad al Gobierno y a los rebeldes, otorgando a éstos una beligerancia ilegal; beligerancia que de jure y de facto priva al Gobierno de un derecho que le correspondía; mientras que, a los facciosos, les suprime aquello a lo que tenían derecho; y esto aparentemente porque sería ingenuo creer que Alemania e Italia cumplan a la letra y en su espíritu las obligaciones que han contraído con el Comité de Londres, mientras que sí podrá creerse en el cumplimiento de la vigilancia militar que ejercen en el Cantábrico y las fronteras lusitanas, Inglaterra y Francia.

Por desgracia, señor Presidente, este absurdo estado de cosas ha sido legitimado por las propias autoridades de Valencia. En la 17a. Sesión Ordinaria de la Asamblea de la Sociedad de las Naciones, el señor Álvarez del Vayo, después de manifestar con justeza que la fórmula de no intervención era una monstruosidad jurídica. hizo en seguida esta no apropiada declaración contradictoria: «Nosotros aceptaríamos una política rigurosa de no intervención»; advertencia que se realizó en la sesión extraordinaria del Consejo de la Liga (12 de diciembre de 1936) al aceptar el proyecto de resolución que vino a reconocer oficialmente, por parte de dicho Consejo, al Comité de Londres.

El error sube de punto si se examina cuidadosamente los considerandos del acuerdo, cuya traducción tengo el honor de acompañarle adjunta.

Primero invoca el Consejo el artículo once que se refiere a que «toda guerra o amenaza de guerra que afecte directamente o no a uno de los miembros de la Sociedad, interesa a la Sociedad toda entera»; por supuesto refiriéndose a las guerras internacionales y con el obligatorio fin de ayudar al Estado respectivo; y después agrega que «esta buena inteligencia debe mantenerse sin referirse al régimen interior de los Estados». Después, invocando asimismo el deber que incumbe a todo país de respetar la integridad territorial y la independencia política de otro, afirma «que todo Estado está en la obligación de abstenerse de intervenir en los negocios interiores de otro». Y concluye, que como el Comité de No Intervención se inspira en esos principios, recomienda a los miembros de la Liga, representados en dicho Comité, «tomar las medidas apropiadas para asegurar sin dilación un control eficaz en la ejecución de tales compromisos».

 

Lo que quiere decir que España, al suscribir tal convenio, renunció voluntariamente a los derechos que le conceden los artículos 10, 11 y demás relativos del Pacto, aceptando como cierta la inexactitud palmaria de que las potencias asociadas no deben intervenir en el caso de España porque allí se desenvuelve una guerra civil, cuando todo el mundo sabe que en España existe una guerra internacional, y así lo declaró Álvarez del Vayo públicamente cuando dijo: «La guerra está allí: la guerra internacional sobre el suelo español» (95a. sesión extraordinaria del Consejo).

Es decir, señor Presidente, que en el mismo momento en que España era víctima de una agresión exterior por parte de Italia y Alemania, agresión que daba a España plenos derechos para pedir y obtener la ayuda de todos los miembros de la Liga en contra de sus agresores, acepta el absurdo de que la guerra es exclusivamente civil, y que de consiguiente la Sociedad de las Naciones no puede intervenir en el caso. Porque así es: el Pacto no hace referencia a las guerras civiles como una prueba de que la Sociedad reconoce el derecho a todos los Estados de regir libremente sus destinos interiores.